ANDRÉS MARCO

lunes, 14 de febrero de 2011

HERON CITY




Pese a que había estado todo el día gris y desapacible y por la tarde seguía lloviznando, al final me decidí a salir un rato a la calle sin tener una idea clara de qué hacer. Reconozco que me cuesta bastante permanecer todo el día encerrado en casa, necesito tomar el aire, sentirlo en mi cara cuando sopla en la ciudad. Podía buscar un cine, era una posibilidad de matar el tiempo en una tarde con lluvia intermitente, con frío. Un  espacio cerrado y con calefacción, con una buena butaca en la que acomodarse y dormirse si hace falta, y una buena película. En el fondo cualquier título podía valer, lo único a exigir es que me distrajera y, al final, no resultara una tarde perdida.
Salí de casa bien abrigado y sin una idea predefinida de qué hacer. Lo mejor, en principio era caminar un rato entre la gente, estirar las piernas nada más, hasta los multicines del Heron City. Una vez allí, con tantas opciones de película diferente como ofrece ya elegiría una que me atrajera, una cuyo título me sugiriera algo y si no aquella en la que hubiera menos cola para entrar. En el fondo me daba igual. Seguí lloviznando, la tarde estaba fría y no había cogido paraguas, nada más la capucha de la trenca. Lo fundamental era sentarme de forma agradable y no pensar en nada durante un par de horas. Reconozco que la opción, en el fondo, más sencilla habría sido quedarme en casa con la televisión encendida o leyendo un libro o bien repasando, y recordando tantas cosas pretéritas de viajes anteriores, mi colección de sellos que lleva demasiado tiempo sin que clasifique ni coloque ese enorme montón que he ido acumulando en sobres a la espera de que encuentre el momento oportuno para colocar en su sitio todos aquellos que me faltan.
 Bajando por el Paseo Fabra i Puig con lentitud, observando de forma vaga e imprecisa los escaparates, jugando a observar mi silueta reflejada en las lunas, de súbito mi imagen se interpuso con la de una mujer que, a mí me pareció, jugaba a lo mismo. Apenas fue un momento el que nuestros respectivos contornos se fundieron en uno solo, y al percatarme cambié mi posición para eludir la circunstancia, no quería molestarla, sin embargo ella también hizo el mismo movimiento con lo cual los reflejos de nuestros cuerpos  tornaron a superponerse. A causa del color de su ropa y del hecho de que ella era algo más baja que yo, prevalecía su imagen delante de la mía. Nos quedamos unos instantes así, yo contemplando ese fundido, imaginando yo que abría  mis brazos, y me habría gustado tanto hacerlo, y la envolvía rodeando sus hombros mientras ella reaccionaba con un estremecimiento de complacencia, de saberse protegida, de saberse abrazada. Me dio la sensación, no sé, apenas fue una percepción en el aire, que ella efectivamente hacía el acto reflejo que yo estaba imaginando y que se dejaba abrazar. Era la insinuación y el preámbulo de caricias posteriores que recorrerían todo su cuerpo. Y yo con los ojos cerrados jugaba a imaginarme esa escena amorosa con ella entre mis brazos mientras mis labios recorrían su cabellera corta y de color castaño  hasta llegar al cuello, dejándose hacer, apretando su cuerpo con aire de sumisión  contra el mío. Abrí los ojos y ella seguía en la misma posición, delante de mí, dejando que nuestras siluetas se interpusieran, ella con su abrigo tres cuartos de color marrón claro, con su capucha suelta, con una estatura ideal para mí, mis labios en su cogote, rozando su pelo con mi barbilla. Excitante. Lastima que al poco la imagen se desvaneció. Ella ya no estaba.
Habían sido unos momentos breves en los que me había dejado llevar por la imaginación con una mujer de aspecto agradable y hasta cierto punto atractivo, pero simplemente había sido eso: una posibilidad intuida con una desconocida que no había ido más allá. Salí del recinto dispuesto a seguir caminando por la misma acera, bajando despacio, sin prisas por llegar a los cines, observando a la gente que también caminaba como yo, dejándose llevar. En una tienda había unos trajes que me atrajeron así que decidí entretenerme contemplándolos. Cómo me quedarían si otro día volvía y compraba uno de ellos. No sé, seguramente no muy bien, tal vez para gente más joven que yo que va a una celebración especial: una boda como invitado o a una cena de fin de año con cotillón incluido en un local de bastante lujo. No, no eran para mí. Y mientras pensaba de este modo de pronto una silueta se cruzó con la mía quedándose  quieta, superpuesta con la mía, dejando que en mi imaginación volviera a rodear sus hombros con mis brazos, dejando que mis manos bajaran lentamente hasta rodear sus senos y los acariciaran suavemente, con toda la ropa de por medio, con mi boca recorriendo su pelo, deteniéndose en la base de su cuello, dejando que ella girara levemente la cabeza para que nuestros labios se encontraran, al principio como con timidez, besos muy cortos y luego, una vez ya reconocidos con fruición y apasionamiento. Mis manos en sus pezones tersos, excitados, juguetones, cada vez más gruesos y erectos. Mis manos en sus pechos, abarcándolos, mis dedos índices en los pezones entregados. Sí, era de nuevo esa chica que ya había especulado con mi imagen en otro escaparate. Esa mujer desconocida que por lo visto iba coincidiendo en su pasear conmigo, recalando en los mismos escaparates de las mismas tiendas, seguramente sin nada mejor que hacer, o quién sabe, con un propósito, con una  idea poco definida pero a su vez clara, que buscaba algo para su novio o para su marido, podía estar perfectamente casada, y que sin proponérselo, y ajena a mi especulación y juego imaginario no exento de erotismo, coincidía ocasionalmente conmigo mientras no acababa de encontrar el objeto de su indagar. Sin embargo, si era consciente de lo que pasaba por mi mente mientras nuestras imágenes se entrelazaban y fundían en una sola, se dejaba hacer complacida mientras mis manos recorrían su cuerpo y nuestras bocas se buscaban  ferozmente, olvidadas del mundo. De nuevo, y tras una ligera demora con los ojos cerrados, dejándome llevar en mis caricias y en mis besos, al abrirlos el objeto de mi placer se había desvanecido. Volvía a estar solo delante de aquel maniquí con aquel traje enfundado que ya no me despertaba ningún interés.
Poco a poco, pero sin detenerme ya más, llegué al recinto del Heron City. Había, como siempre desde que lo abrieron no hace tanto tiempo, si no recuerdo mal justo al inicio del verano pasado, o sea, hace unos seis o siete meses nada más,  una multitud de gente que impedía, como siempre, caminar con comodidad. Sin pensarlo entré en una tienda tipo gran almacén, que vende desde libros, collares a  todo tipo de bebidas y artículos de regalo. Hojeando un libro cuya portada me había atraído una persona pasó junto a mí rozándome levemente, un roce apenas perceptible pero que yo intuí como voluntario. Al girar la vista pude contemplarla mejor. Era ella, esa mujer ahora bien visible, con la luz del local, bonita, graciosa, seductora, delgada, con su melenita corta y castaña, con una bolsa en la mano, había comprado algo, que se dejaba contemplar por mí, algo alejada, pero que se había insinuado, o todo era una mera coincidencia en la que ella no entraba en el juego, reducido a  una suposición mía fuera de toda realidad. Mientras me deleitaba contemplándola ella se fue marchando, con lentitud, dejándose contemplar, como invitándome a que la siguiera. Y así decidí hacerlo. No obstante, y por culpa de la mucha gente que entraba en el local al salir yo, la perdía totalmente de vista. No estaba por ningún lado. Miré, oteé en todas direcciones y no estaba. Y si estaba yo no la distinguía y por tanto no podía seguirla.
Decidido a olvidarme de ella, me encaminé hacia las escaleras para subir hasta las salas multicines. Una vez en la planta de arriba y sin saber por qué la intuición me llevó hacia el escaparate de una tienda de lencería y picardías femenina. Un maniquí llevaba una combinación  realmente seductora, con un salto de cama encima para mi gusto único. Todo transparente, de color negro. Un sujetador sin aros precioso y una diminuta braguita tanga de esas que quitan el hipo. Me quedé delante del maniquí embobado, superponiendo, en mi tonto juego, mi imagen, contemplándome en el reflejo del cristal, hasta que nuestras imágenes volvieron a superponerse. Ella, tan bonita y graciosa, delante de mío, ambos contemplando la misma combinación. Ella, con un par de bolsas en la mano,  intuida mientras mi imaginación se desbordaba. No, no era una sueño, estaba delante de mí, interpuesta entre la luna del escaparate y yo, superpuesta a mi cuerpo reflejado, con una ligera sonrisa, para mí llena de picardía, mientras en mi mente volvía besar su cabello,  me demoraba besuqueando su cuello, mis manos buscando sus senos, abriéndole el abrigo, buscando debajo del jersey, dejando que colmaran mis manos, buscando el desabrochar su pantalón y que mis dedos incisivos buscaran la goma de su braguita introduciéndose hacia abajo, buscando las humedades de sus labios, pasando el dedo anular entre ambos, deteniéndose en el clítoris mientras ella se deja hacer. Era delicioso imaginar lo que podría ser y que nunca será simplemente porque nonos conocemos de nada y todo se reduce a un dejar volar la imaginación. Abrí  los ojos y ella seguía delante de mí, absorta,  contemplando el escaparate, ajena a mis caricias que cada vez iban más allá. Seguí jugando a imaginármela con aquella ropa tan seductora sobre una cama, no precisamente la mía, pero sí en una cama grande y mullida, algo ruborizada consintiendo en  que yo le fuera quitando poco a poco lo poco que llevaba encima. Cómo sería una escena así real, con aquella mujer joven que tanto me estaba gustando, que me provocaba y seducía sin ser, con toda seguridad, consciente de ello. El juego era sólo mío y no me importaba. Ella se dejaba acariciar en mis sueños y yo seguía con ella ya desnuda ente mis brazos, entregada... De pronto sentí su cuerpo muy cerca del mío. Sin duda, en mi ensoñación me había ido aproximando a ella. Me hice ligeramente hacia atrás y tan sólo fue un instante. Volvía a sentir su cuerpo muy cerca. Quise abrir los ojos  y no pude. El roce de sus cabellos sobre mi cara me hizo estremecer. Ella apoyó su cabeza en mi, besó mi mejilla y con una voz muy insinuante me susurró: “Abrázame, abrázame tal como lo has venido haciendo desde el principio. Olvida el cine y vayámonos a  mi casa. Tengo cena para dos y esa ropa que estás contemplando acabo de comprarla. Me la pondré en especial para tí. Luego podrás quitármela al igual que en tu sueño. Me  encanta cómo lo haces. Esta noche seré toda tuya”.   

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