ANDRÉS MARCO

viernes, 13 de diciembre de 2019

PARA ADMIRAR EN LA VIDA CADA PAISAJE


Para admirar en la vida cada  paisaje
hay que levantar la vista del camino
disfrutando de este maravilloso viaje
del que conocemos  su fatal destino.

En ocasiones paisajes rocosos y agrestes,
también flores y campos todos verdes,
la nítida luz de la naciente primavera,
la sombra del árbol que invita a la siesta,

en la lejanía el  horizonte azul del mar,
ríos de caudal desbordado a cruzar,
panorámicas al frente de todos los colores
momentos  buenos y muchos sinsabores.

El viaje de nuestra vida es así de sencillo:
un largo caminar provisto de poco equipaje
afirmando  al final que el camino se ha vivido
y que no hemos pagado apenas ningún peaje.

viernes, 29 de noviembre de 2019

HA SIDO ÉL




El tres de octubre, el día de mi cumpleaños, comenzábamos el segundo curso de bachillerato en el colegio. Para mí no era una fecha demasiado agradable. Cumplía once años y el único modo de celebrarlo era con mi primer día de clase.

Bueno, al menos me reencontraba con los compañeros del curso pasado. Apenas habían cambios. En primero nos habían separado por idiomas. Los externos y medio pensionistas que cursábamos francés al A, los internos de francés al B y todos aquellos que hacían inglés al C. Había tres repetidores de curso y el resto del grupo éramos los mismos del año pasado, Nadie repetía primero y nadie había cambiado de colegio.

Todo esto significaba que éramos básicamente los mismos, con nuestros grupos de amigos y con nuestros  grupos con los que, por algún motivo jamás explicitado, no había tanta relación si bien todos teníamos buenas relaciones entre nosotros. Lo cierto es que ante la represión disciplinaria a la que estábamos sometidos todos, la unión resultaba más fácil.

Pasaban los días, y las semanas. y todo era como siempre. Clases, muchos deberes, demasiadas misas y rezos y bastantes exámenes. Patios en los que casi todos jugábamos al futbol porque no había nada más. Y eso sí, los sábados por la tarde no había clase. Comíamos, jugábamos un rato en el patio y sobre las cuatro entrábamos en fila a la sala de actos con bancos muy viejos de madera, bastante destartalados, a los que nosotros contribuíamos a destartalar más entreteniéndonos en destrozar poco a poco mientras veíamos películas en blanco y negro muy antiguas o bien del oeste en color, recortadas y censuradas por el cura de turno. Todos teníamos claro que el censor era don Fernando, el profe de geografía universal y tutor nuestro que ya nos había castigado sin motivo el primer día simplemente por ser nuestro tutor.

Recuerdo que aquel aciago día de mi cumpleaños a las nueve de la mañana entró en el aula don Fernando. Se presentó diciendo que era don Fernando, el responsable disciplinario de nuestro grupo y que eso tenía un significado. Por ser sus pupilos ya teníamos un castigo. Sacó del bolsillo de su sotana una bolsa llena de papelitos doblados y fue pasando por cada uno de nosotros haciéndonos sacar un papel en el que estaba escrito el castigo del que él tomaba buena nota. Yo tuve suerte, nada más me correspondieron veinte vueltas al patio. Y tuve que darlas a razón de diez cada día. Al menos nos dejaba elegir cómo cumplíamos el castigo. Diez vueltas al día era el mínimo así que yo en dos días lo cumplí.

En el pase de las películas nos lo pasábamos muy bien y aprovechábamos. al estar las luces apagadas, para resarcirnos de la disciplina. Poco a poco, sin que apenas se notara íbamos desguazando los bancos en los que nos sentábamos. Abucheábamos todos a unísono cuando intuíamos que nos habían censurado algún beso y la liábamos con griterío cuando el Séptimo de Caballería atacaba y mataba a los indios. En bastantes ocasiones encendían las luces y teníamos que soportar la reprimenda de turno por nuestro comportamiento pero no había castigo dado que la luz apagada nos igualaba a todos. En todo caso los llevaban al patio sin acabar la película.

A comienzos de noviembre apareció de súbito un compañero nuevo en clase. Nadie lo conocía y nadie, profesores me refiero, se molestó en presentarlo al grupo. A las ocho de la mañana apareció y se sentó en el primer pupitre que encontró libre, al fondo del aula, justo detrás del mío. No hubo problema, era un pupitre que estaba desocupado. Luego, en el patio algunos intentamos acercarnos a él, pero resultó que era un poco raro. Taciturno y apagado, poco dispuesto a hacer concesiones con el resto de compañeros.

Fueron pasando los días y poco a poco yo me fui acercando a  él. Que me aceptara no era nada raro. Se sentó desde el primer día detrás de mí. Yo le dejaba cada día mis libretas con los deberes hechos para que los copiase ya que el jamás los traía hechos. Le dejaba copiar en los exámenes. Bueno, es que yo era el alumno del cuadro de honor del grupo en el cole. El que sacaba sobresalientes y dejarle copiar y ayudarle no me suponía ningún esfuerzo.

Poco a poco nos fuimos haciendo amigos si bien nunca hablaba ni de él ni de su familia. Era totalmente opaco. Jugaba, participaba en el equipo de futbol. No había otros juegos. Se le veía alegre pero nada más. No compartía. Tampoco era un alumno brillante. Sin mi ayuda lo habrán castigado todos los días por no hacer los deberes. También había suspendido más de un examen si no le hubiese dejado copiar.

Todo fue bien hasta una tarde en el patio después de comer. Estábamos todos jugando y él chutó el balón con tanta fuerza que impactó contra la ventana de una de las aulas rompiendo el cristal de la misma. Al oír el ruido de los cristales cayendo al patio enseguida vino el cura responsable del recreo gritando quién ha sido. Todos miramos a Jaume, el autor del accidente. Pero él se calló. El cura siguió gritando quién ha sido. Y todos callamos. "Pues van a tener que pagarlo entre todos y compartir el castigo", gritó enfurecido el cura. Miré a Jaume a los ojos. Él no dijo nada. Simplemente me señaló con el dedo índice de la mano y dijo " ha sido él". Todo el resto del grupo calló.

Me castigaron a dar cincuenta vueltas al patio.

Con lágrimas en los ojos comencé a correr alrededor del patio. Eran cincuenta vueltas.

Mis padres pagaron la reposición del cristal de la ventana.

Nunca más volví a dirigirle la palabra.



viernes, 25 de octubre de 2019

Mis primeros recuerdos




Mis primeros recuerdos no sé hasta qué punto puedo llamarlos así. Primeros recuerdos. Hoy lo son, mañana tal vez sean otros más primeros o bien ya no recuerde estos. La memoria tiene estas bromas. Sobre todo cuando te haces mayor. Juega al escondite contigo. Hoy me acuerdo, mañana no. Por lo tanto hoy que están presentes en mi memoria los plasmo no sea que un mañana no muy lejano ya no estén activos en mi cabeza. Son apenas fogonazos, pequeños chispazos, trozos de fotografías  imprecisas, borrosas, desenfocadas de unos tiempos ya muy lejanos.

Qué edad podría tener yo entonces. Si acaso tres años., no más. Mi hermano era muy pequeño. Aún dormía en la cuna. Tenía un problema y cuando se le disparaba la acetona en sangre había  que ponerle con premura un suero en la pierna. La imagen borrosa me dice que el practicante no se lo inyectó, por lo que se ve, bien y la pierna se le hinchó muchísimo. Mis padres y el médico, en el comedor de casa hablaban en voz baja. Muy preocupados, intuyo aunque en aquel entonces yo no podía darme cuenta. Simplemente atendían a mi hermano y a mí me dejaban a cargo del abuelo que vivía ya con nosotros.  Mamá, de poco a poco, le iba poniendo  trapos mojados en la pierna para intentar de que la inflamación remitiese. Al menos eso es lo que me dice mi diáfana memoria de aquellos instantes. Estaban los tres muy nerviosos. No era la primera vez que le suministraban ese suero y jamás se había presentado ese problema. Luego, qué sucedió. No lo sé. El flash en mi memoria no lo explica. Mi hermano sigue, adulto, vivo así que...

La segunda foto que conservo en el álbum de mi memoria es todavía más difusa y difícil de precisar, aunque esta foto tiene movimiento. Es como un pequeño vídeo. Quién iba a decir que en plena postguerra, en un pueblo perdido en un valle entre montañas, existía ya el vídeo. No. No existía, pero mi recuerdo es como una película de varios minutos filmada en plan casero, por un aficionado que va cortando la sucesión de imágenes cuando a él le apetece. Imágenes en ocasiones desenfocadas, en otras la película queda enganchada, se atasca;  en otras salta o va demasiado deprisa.

Es un domingo por la mañana, seguro que no demasiado pronto. Yo voy cogido con mi manita al cochecito de bebé, negro y con ruedas de goma  grandes, con radios y  un respaldo también negro de un material que no logro identificar. Plástico no, seguro. Estoy hablando  posiblemente del otoño de 1955. En el carrito va sentado mi hermano pequeño y detrás del mismo, empujándolo, va el abuelo y yo al lado. El padre de mamá. Va vestido, según lo veo, de domingo. Pantalón de pana negro, al igual que la chaqueta. Camisa blanca. Y claro está, la boina en la cabeza. Esa boina  que luego tantas veces me gustó jugar con ella cogiéndosela de la cabeza al abuelo para ponérmela yo mientras el abuelo hacía ver que se enfadaba y quería que se la devolviera porque tenía frio en su cabeza casi calva.  Ponía cara de ofuscamiento, de enfado desmedido, exigiéndome que le devolviese la boina a su cabeza. Yo al final siempre cedía y se colocaba en su testa, siempre  mal puesta y él, como me tenía sentado en sus rodillas comenzaba entonces a hacerme cosquillas y acabábamos los dos riendo. Todo era para él pura pantomima.

El abuelo camina bien, por tanto aún no había sufrido la embolia que le paralizó parte de su lado derecho y que a partir de entonces le imposibilitó bastante su capacidad de movimiento. A partir de ese hecho ya siempre caminó con garrotes y arrastrando la pierna derecha, si bien siempre pudo articular con relativa comodidad  sus brazos, sin limitarle la posibilidad de vestirse solo o poder comer con la mano derecha. Si bien movía mucho mejor la izquierda. Solo que mi abuelo no era zurdo como yo.

Como iba recordando salimos los tres de la Plaza de las Escuelas, pasamos por la Plaza de la Fuente. Alguien joven nos ha parado un momento para preguntarle al abuelo si vamos a misa. No puedo precisar más. Si es mayor seguro que es la tía Isabel y si es joven, Esmeralda. Luego vamos subiendo por la calleja hasta la Plaza de la Iglesia. Entramos dentro del templo, supongo, porque esa imagen concreta no aparece en mi película de los hechos. Pero claro, aquí mi mente me juega una mala pasada y no recuerda la entrada dentro del edificio. Claro que si en la secuencia posterior estamos dentro significa que hemos traspasado la puerta de entrada.  El abuelo deja el carro detrás de una de las  columnas, la que queda  en el lado de la derecha mirando al altar. La columna de delante, así puede controlar el carro supongo por si tiene que sentar en el mismo a mi hermano y salir con él a la calle por algún motivo, como puede ser el llanto de un niño tan chico. Estamos en unos años en los que no se tenían tantas contemplaciones con los niños como sucede ahora. Entonces los críos éramos los últimos monos a tener en cuenta. Si un bebé lloraba en misa lo normal era que todo el mundo lo mirarse, bueno, mirase a quien lo tenía en brazos recriminándole que consintiera los lloros del bebé. Así que mi abuelo se aseguraba tener el cochecito muy cerca para salir deprisa y evitar las irredentas miradas acusatorias. Y más siendo él el padre de la señora maestra.  Vamos, es una suposición mía, porque en aquel entonces al que hago referencia lo desconozco.

El asunto es que el abuelo está sentado en un banco con mi hermano en brazos y yo a su lado, también sentado aunque las piernas no me llegan al suelo y las muevo sin parar. Si el abuelo lleva un niño en brazos, alguien ha tenido que ayudarme a sentarme en el banco de la iglesia porque yo solo no hubiese podido auparme hasta el mismo. Luego me veo  apeado del banco y metiéndome debajo del mismo, arrastrándome por el suelo, jugando a hacer carantoñas a los hombres que están en el banco de detrás del nuestro mientras el abuelo hace ver que me riñe aunque yo sé que no, siempre me consentía todo porque era mi padrino y nacimos el mismo día, pero con ochenta y un años de diferencia. Y digo hombres de detrás es porque los hombres, obligatoriamente, debían sentarse mirando al altar a mano derecha, los niños en los tres bancos primeros y luego el resto. Y las mujeres en el ala izquierda mirando al altar en el que se oficia, con las niñas en los tres bancos de delante de ellas. Recuerdo que en el sermón del cura muchos hombres salían al banco de la plaza, adosado a la pared del ayuntamiento para fumarse un cigarro. El abuelo, si bien también fumaba, jamás salió en ese intermedio. Luego regresaban todos y el órgano interpretaba el himno nacional, según he sabido después aunque no sé si aún era obligatorio en aquellos años. La plegaria por el Caudillo y  el recuerdo por los mártires caídos por Dios y por la patria sí. Yo aquel entonces no estaba por esos detalles. Pero algo muy escondido en ese desván que recuerdos que todos tenemos al fondo de nuestros cerebros me dice que sí, que la plegaria con toda su parafernalia sí se decía aún. El órgano sonaba pero no logro recordar su música de aquel entonces.

Si recuerdo que al acabar la misa el abuelo se reunió con papá y mamá y, supongo, regresamos a casa. En la cinta no sale "fin"  ni mamá pero en mi recuperar recuerdos acaba al salir de misa en brazos de papá. Luego papá también ha asistido al oficio dominical, claro que es, por lo que he sabido adulto ya, obligatorio. Si no estás en misa el alguacil te pone una cruz en la lista y luego te multan por habértela saltado. A mamá no la veo en esa secuencia última, aunque seguro que ella sí está. A parte de ser creyente practicante no puede permitirse el lujo de no asistir. Habría estado en boca de todos y eso no, ella no puede aceptar que eso ocurra. Sería un mal ejemplo no sólo para sus alumnas si no para todo el pueblo.


Otro recuerdo de cuando era muy pequeño es que he ido los las tías "Chon" y "Bonica" a las huertas de la Umbría y que al regreso ha llovido un poco y me he mojado los zapatos, los calcetines y los pies. Una vez en casa de la abuela, la madre de papá, las tías deciden que ponga los pies en la placa metálica que rodea el fuego encendido del comedor para que se sequen zapatos, calcetines y pies. Yo, sentadico en una sillica muy baja estoy ensimismado contemplando las llamas y de súbito estallo en lágrimas. Los pies me están quemando. Ni las tías ni la abuela han contemplado el hecho de que el metal caliente iba a quemarme en nada. La tía "Chon" me descalza y me pone una toalla mojada en las plantas de los pies mientras regaña al fuego por haberse pasado con su niño.  

El resto de la tarde no queda grabado en mi recuerdo salvo una pequeña imagen en la que estoy con un perolico de barro en una mano mientras con la otra voy comiendo la sopa de pan que la abuela me ha preparado.  Mamá siempre la ponía en un plato pero esa noche no estoy en casa ni mamá está. Es casa de la abuela y tengo a las dos tías y a la abuela para que me contemplen. La secuencia sigue cuando la tía "Bonica" me coge en brazos y me sube a la habitación diciéndome que esa noche dormiré con ellas. En sus brazos mientras me hace arrumacos me dice que dejará el ventanuco abierto porque ya no llueve y así antes de dormirme podremos ver el cielo estrellado. Yo recuerdo acariciando sus mejillas y diciéndole tía bonica, como siempre aunque su nombre es Mónica. Claro que la tía "Chon" es Consolación, como la abuela. El problema estriba en que yo hablo aún  bastante mal, luego todavía soy muy pequeño. La tía Consolación introduce entre las sábanas una botella de agua caliente envuelta en una toalla para que me caliente los pies pero no me queme. Aquella botella es metálica, no como la de casa que me pone mamá que es de goma. Y aquí acaba esa pequeña película en casa de la abuela.


Queralt


 Había llegado a Barcelona a punto de cumplir los once años desde un pueblo no demasiado grande, pero sí muy coqueto y con el que me sentía identificado. Por suerte toda la familia vinimos a un piso que mis padres habían adquirido unos años antes en un barrio obrero en la falda de la montaña del Tibidabo. No era lo mismo. Pero al menos sí era una montaña pequeñita y con algunas posibilidades.

A penas llegar tuve que incorporarme  como medio pensionista a un colegio de curas. Los padres salesianos, para ser más exactos. Se trataba de un colegio con un edificio que desde fuera parecía un castillo. Para mí lo fue desde el primer día de clase, Iniciaba el segundo curso de bachillerato con un horario muy rígido. Yo venía de haber cursado el ingreso y el primer curso preparado en el pueblo por mamá, un poco a mi aire aunque con muchas horas de dedicación al estudio.

El hecho de estar sujeto a una disciplina que yo no comprendía y a unos horarios impuestos sin sentido me desestabilizó lo suyo. Nos ponían castigos sin justificación, porque lo mando yo y no se discute. Mejor acatar el castigo para que no se incrementara el número de vueltas a dar al patio. Las clases se iniciaban a las diez de la mañana pero había que entrar en el colegio antes de las ocho porque había media hora de estudio, santa misa y recreo antes.

Al principio me reboté montando cada mañana un numerito en casa para no tener que ir al colegio. Jamás me salí con la mía.  Me costó mucho adaptarme y aceptar que aquellas eran a partir de ya las normas y que era mejor sobrevivir que enfrentarse. Opté por ser un buen estudiante. El mejor de la clase. El alumno que todos los meses estaba en el Cuadro de Honor del Colegio. Pero continuaba siendo el niño pueblerino e inadaptado, fuera del contexto urbano del resto de mis compañeros. Sí habían chicos internos en el colegio que en vacaciones marchaban con sus familias a sus respectivos pueblos. Pero estaban en otra clase. En la mía todos éramos residentes en Barcelona.

Fue pasando el tiempo. Llegaron y se fueron las navidades y también el invierno. No me había adaptado aún y me costaba aceptar que Barcelona, comparada con mi pueblo, era gris, aburrida, sin calles ni eras, ni barrancos ni montañas como aquellas en las que desde siempre había jugado y había sido feliz.

Y de este modo llegó la primavera. Más días de luz que me hacían añorar los pinos, las plantas, la vegetación de las riberas del río de mi pueblo. Claro que Barcelona tenía dos ríos. Pero, dónde estaban. Muy lejos de mi casa. Ahora no era posible ir a cazar renacuajos, "cucharetas" las llamábamos nosotros. NI a pescar barbos, ni a jugar por las eras o correr por las calles después de la merienda. Aquí salíamos del colegio a las siete  de la tarde pese a acabar las clases a las cinco. Y todo porque  después de la última había merienda, estudio y rezo del rosario antes de marchar para casa. Pero ahora al menos aún era de día.

Y un día, en esta primavera, tuve la sorpresa de que al día siguiente toda la clase iba a ir de excursión a visitar y oír misa en el Monasterio de Queralt, en la montaña cerca de Berga. Habían dicho que el edificio estaba en la montaña. Pasé toda la noche sin dormir interrogándome cómo sería esa montaña, como el Tibidabo, apenas nada, o una montaña montaña.

A la mañana siguiente subí eufórico al autocar pese al disgusto de ir vestido con un trajecito con pantalón corto, camisa, corbata, chaleco de punto y chaqueta. Y además zapatos de día festivo. "Mamá, que vamos a la montaña", decía yo. Pero mamá no transigió ni un ápice. Su hijo iba de excursión con el colegio y no tenía que desentonar con sus compañeros de la ciudad. No tenía que parecer un niño de pueblo. Aunque a mí, viéndome con esa pinta tan fuera de lo usual, me parecía que desentonaba con mis compañeros. Lo cierto es que la mayoría iban vestidos de otro modo, pero que desentonara no fui el único.

Y tras el viaje llegamos al Monasterio subiendo desde Berga por una carretera bastante estrecha y sinuosa. Estábamos en la montaña. El autocar nos dejó en la explanada y conducidos por los profesores que nos acompañaban entramos en la iglesia del Monasterio para asistir a la santa misa. Yo nada más pensaba que me habían engañado, que para ir a oír misa podíamos haberlo hecho en el colegio y no venir hasta aquí.

Y terminó la misa y al salir a la explanada nos dijeron que nos dejaban un rato para jugar. De pronto miré hacía un lado y cuál no fue mi sorpresa al ver una montaña alta, de las de verdad. Salí escapado, como ánima que huye del diablo, y enfilé hacia la ladera. Y comencé a subir, primero entre algunos pinos, como los de mi pueblo, aunque algo más pequeños. Y luego entre matorrales. Siempre hacia arriba. Con zapatos casi nuevos y con suela de piel, pero importaba. Me aupé y escalé, agarrado a las rocas, siempre hacía arriba, hacia el azul del cielo. No miraba el terreno. Nada más me interesaba el azul, el sol y el aire que me hacían sentir libre.

Y de este modo llegué a la cresta última. A mi izquierda se veía la población de Berga y al girarme contemplé a lo lejos a mis compañeros. Figuritas diminutas que se movían pese a que no llegaba a identificar a ninguno de ellos. Por unos instantes me sentí libre, único, como si estuviese soñando. Abrir los brazos en cruz, levantar la cabeza y dejar que el aire que en aquella altura soplaba acariciara mi cara. Fueron momentos irrepetibles que no es posible describir. Hay que vivirlos. De pronto miré el sol y me percaté que estaba encima mío, o sea, debían ser más de las doce. Tenía que bajar corriendo pensando que si no llegaba a tiempo se irían sin mí.

E inicié el descenso. Pero claro, bajar no es tan sencillo como ascender. Ahora tenía que precisar muy bien dónde ponía los pies para no caerme. Cuando asciendes miras y resulta sencillo colocar los pies pero cuando bajas no puedes ver los posibles apoyos.  En más de una ocasión estuve a punto de caer rodando. No lo hice. Eso sí, desgarré el pantalón y una manga de la chaqueta. Pero no tenía tiempo para contemplaciones. Mis dos rodillas sangraban. Yo tenía que bajar antes de que se fueran así que tripas corazón y, pese al dolor, sabía había que continuar.

Cuando llegué al final del descenso algunos compañeros me estaban buscando. Al verme nada más uno comentó "te has caído, verdad" y yo, sin habla por el esfuerzo, asentí con la cabeza. Un profesor me interrogó "señor Marco, dónde se había metido" y un compañero respondió por mí" es que se ha caído". Yo señalé con el dedo la cresta de la montaña dando a entender que la había ascendido hasta su cima. El profesor me miró escéptico a los ojos y nada más comentó "mentiroso".



miércoles, 21 de agosto de 2019

ALEJANDRO














ALEJANDRO





                                                



































PARTE I: LA BÚSQUEDA




“Es preciso llevar dentro de uno mismo un caos
                                                              para poder poner en el mundo una estrella”
(F. Nietzche: “Así habló Zaratustra”)





















¡Pasen, señores, pasen!...   ¡Pasen, señores, pasen!
¡Entren y vean: el mayor espectáculo del mundo!
Pasen, señores, pasen… ¡pasen a verlo! Pasen, pasen.
¡No se lo pierdan!... Genuinamente americano.
¡Hoy único día!... ¡Lo nunca visto!... ¡La gran lucha con la muerte!
¡No dejen escapar esta gran ocasión! ¡El mayor espectáculo del mundo!
¡Pasen, señores, pasen!...   ¡Ven lo nunca visto!
¡Inaudito!... ¡Aterrador!... ¡Magnífico!... ¡Hoy único día!
¡No dejen escapar la gran ocasión de su vida!
¡Sólo por hoy!... ¡El Gran Alex!
¡Pasen, señores, pasen!...    ¡No lo piensen más y entren!
¡Una experiencia única que jamás se repite!
¡El Gran Alex, Alex el Magnífico actúa hoy!
Vitoreado en los Estados Unidos y  Japón.
¡Pasen, señores, pasen!...   ¡Pasen, señores, pasen!...  
Aclamado en toda Europa.
Aplaudido en todo el mundo.
¡La experiencia irrepetible continuada por el mismo protagonista!
¡Nada ni nadie le detiene!... ¡El único, el irrepetible!
¡Pasen, señores, pasen!...   ¡Pasen, señores, pasen!...  
¡Hoy único día!... ¡Pasen y vean cómo actúa el Gran Alex!
¡ El hombre que osa mirar cara a cara a la muerte!
¡Insólito!... ¡Sorprendente!... ¡Tan real como la vida misma!
¡No se lo pierdan!... ¡Pasen, señores, pasen!...  
¡Pasen y admiren lo nunca hecho por un hombre!
¡Verdaderamente extraordinario!
¡El éxito más arrollador de la historia!
¡El hombre que se enfrenta  sin miedo  con la muerte!
¡Pasen, señores, pasen!...   ¡No se lo pierdan!
¡El Gran Alex, el Superhombre!
¡Pasen y vean al hombre que  tutea a la muerte!
¡Hoy único día de actuación!
¡No pierdan la ocasión de su vida!... ¡No habrá otra igual!
¡El no va más que nunca se repite!
¡Pasen, señores, pasen!...   ¡Pasen, señores, pasen!...  
¡Pasen, señores, pasen!...   ¡Pasen, señores, pasen!...  
¡Entren a ver el mayor espectáculo del mundo!
¡Hoy único día!... ¡Pasen, señores, pasen!
¿Inaudito?... Sí, ¡inaudito y aterrador!... ¡Maravilloso!... ¡Excelente!
¡No dejen escapar la gran ocasión de su vida: el Gran Alex!
¡Pasen, señores, pasen!...    Y vean lo nunca visto.
¡El mejor espectáculo del mundo… directamente desde América!
¡Pasen y no se lo pierdan!... ¡Simplemente, el Gran Alex!
¡Vean la lucha de un hombre que se enfrenta con la muerte!
¡Pasen, señores, pasen!...    ¡Hoy único día!
¡No lo piensen más y entren!... ¡No habrá otra!
¡El mayor desafío a la humanidad!... ¡Pasen, señores, pasen!...  
¡Admiren lo nunca visto: las cicatrices de la muerte a flor de piel!
¡Pasen, señores, pasen!...   ¡El mejor espectáculo made in USA!
¡Admiren por una única vez la realidad de un hombre!
¡Pasen, señores, pasen!...   ¡Pasen, señores, pasen!...  












































Desde primeras horas de la mañana la gente se había ido alineando en la cola a pesar de que el día había amanecido nublado y con amenaza de lluvias que luego se habían materializado en grandes chaparrones intermitentes. Sin embargo, la gente seguía aguardando en la cola, soportando las inclemencias, dando muestras de que nada les iba hacer desistir de su afán de ser los primeros, los privilegiados, en abarrotar la sala del teatro. La expectación se mascaba desde hacía horas en el ambiente. También la impaciencia, el nerviosismo ante la posibilidad de ver en directo cosas nuevas y reconfortantes. No se hablaba, desde hacía días, de otra cosa que no fuera de la actuación del Gran Alex. En especial en los medios de comunicación y en los suplementos de prensa. A todas horas televisión y radio se habían hecho eco del gran evento. Y asistir al mismo  era un privilegio que no todo el mundo podía disfrutar. Abarrotar la sala en espera del inicio del espectáculo y poder contarlo luego a los que no habían podido hacerse con una entrada era el súmmum. La espera  no importaba, era el coste añadido que se debía de pagar por ver el espectáculo.
Todas las butacas iguales, tapizadas de rojo con sus respectivas figuras, en traje de gala, sentadas. Expectantes. Ávidas, inquietas. Los pasillos intransitables con todos aquellos que aún no han podido alcanzar sus respectivas localidades. Apenas murmullos apagados. Todas las miradas depositadas en un telón que pronto se izará. ¡Es noche de gran fiesta, luego correrá el cava! La muchedumbre con sed de ver cosa nueva. El más difícil todavía se espera con inusitado interés.
Sala enorme repleta de formas.
No quedan entradas en las taquillas y el cartel de agotadas desde hace días.
El palco reservado a las autoridades rebosante de sonrisas complacidas. Nadie se lo quiere perder.
Es el negocio del año.
Y el telón todavía bajado, aguardando su momento.
Sólo faltan cinco minutos para ser izado. La megafonía acaba de avisarlo.
Todo son prisas por ocupar los pocos espacios que aún quedan vacíos.
Carraspeos en las gargantas.
En breve: la maravilla del mundo. No, la del universo.
El último gesto de acomodo en la butaca.
Angustia en el público.
¡Nada más faltan cinco minutos!
Las luces de la sala van perdiendo poco a poco intensidad.
El tiempo que corre y corre.
No habrá demora.
La función espera,
el público espera,
todos esperan la función irrepetible,
la función aterradora,
la función extravagante,
la extravagancia de un hombre,
el espectáculo de un hombre,
de un hombre que espera la hora de su consumación máxima,
de un hombre que espera que se apaguen las luces,
de un hombre que espera que se levante el telón,
de un hombre que espera el silencio,
de un hombre que espera el estallido en aplausos del público,
de un hombre que ni es hombre un es ya nada,
¡De un hombre!
Sólo ansiedad y miedo.











































-  Yo no quería venir, pero he venido. La verdad es que a mí estas cosas me dan un poco de miedo. No sé, pero no acabo de digerirlas. Y eso que sé lo que voy a ver. Pero, mira, anoche cuando llamó tu Arturo diciendo que había conseguido entradas para los cuatro me picó el gusanillo y me dije, ¿por            qué no? Hay que estar al día. No te puedes descuidar nunca. Luego sólo te quedan las revistas, las fotos y la televisión. Y digo yo, no es lo mismo. Es el evento más importante que ha ocurrido en muchos años. Y  ¿me lo voy a perder? Figúrate: un espectáculo de esta envergadura, famoso en todo el mundo. No sé. Y a mí que estas cosas me impresionan mucho. Hay que decirlo abiertamente, es una brutalidad. Sí, una inmensa bestialidad. Y una cochinada. Porque no me negarás que no es una cochinada. Pero lo que me digo yo, hay que saber guardar las formas. Tanto tú como yo estamos obligadas a mantener las apariencias. No comprendo cómo un hombre, por muy hombre que sea, es capaz de hacer eso. Ni tú ni yo, y mucho menos Arturo o mi marido seríamos capaces de semejante aberración. No tendríamos el valor suficiente. Al final nos fallarían las fuerzas y nos pondríamos a temblar. Y aquí hace falta mucha sangre fría y tener los nervios muy templados. Porque no me negarás que hace falta mucho valor para representar, con semejante finura, con la exquisita delicadeza que dicen que pone, cada vez una etapa, una parte de la fatalidad, de la tragedia que se desencadena con el espectáculo. Y no digamos luego, porque… Las autoridades no deberían haberlo permitido. Y mira por donde, contempla  el palco y  verás que todos los que no pueden perderse por nada del mundo un acontecimiento como éste han venido a verlo. Faltaría más… ni uno ha querido perdérselo. Lo que digo yo, nos hemos habituado a todo, aunque yo no sé si tendría estómago para estar ahí arriba. Se empieza a oír hablar del Gran Alex, luego es a todas horas. El gran Alex, el que todo lo puede, el que no teme a nada, ¡a nada!, qué barbaridad, ¿cómo no va  a temer a nada?, igual luego, le da miedo un ratón y se sube a la silla. El que no teme a la muerte. ¡No teme a su propia muerte! Te imaginas que nos dijeran que tal  día y a tal hora íbamos a morir. No sé tú, pero yo no sería capaz de hacer ya nada. Me pasaría todo el día llorando, no lo podría resistir. Y, a demás, lo desagradable que resultaría el tener que ir despidiéndote de todos los seres queridos, amigos y conocidos con un hasta siempre, nunca más te veré, no, no lo resistiría.

-   ¡Mira: ya nada más falta un minuto para que se ice el telón! Qué nervios. Ya se han apagado las luces. La verdad es que a pesar de todo esto e impaciente por verlo. Debe de resultar aterrador. Todo mi cuerpo se estremece de sólo pensarlo. Se me ha puesto la piel de gallina. ¡Calla!. El telón se está moviendo…








Sólo falta un minuto. Después el telón se levantará y comenzarán los aplausos. Ellos me dan fuerza. Me encanta oír cómo mi público me aclama, me vitorea, me admira, se doblega ante mí, me idolatra, me quiere. Comenzará entonces el espectáculo. Y yo estaré, como cada vez, solo sobre mi mesa de trabajo. Apenas unos breves instantes, sin dejar que la duda y el miedo me atenacen. No pensar, nada más no pensar, y sin que me dé cuenta, la función habrá llegado a su fin.
Quisiera impedir el avance del tiempo. Parar el reloj. O al menos hacer que marche hacia atrás para que el supremo momento jamás llegue. No, es inexorable. Bien que lo sé. Tendré que cumplir con mi obligación. Aunque me pese el hacerlo.
Tengo miedo. Siempre me da miedo el espectáculo. Y pensar que fui yo quien lo ideó. Quisiera, ahora, que no hubiese comenzado nunca. Tengo miedo del telón, miedo de las luces, miedo del público, miedo del silencio, miedo de sus aplausos, miedo de sus rostros informes, miedo de sus miradas expectantes, miedo del después… sobretodo del después.
Siento escalofríos. A veces creo que me van a fallar las fuerzas, que no dispondré de las necesarias para terminar. Y hoy más que nunca. ¡No quiero hacerlo! ¿Qué pasaría si ahora decidiera  abandonarlo todo y salir corriendo? No, no puedo. Y sin embargo, me da miedo. Sé que no tendré el valor suficiente.
Quisiera salir corriendo de aquí. No puedo, las piernas no me responden, se niegan a hacerme caso. Sería mi última oportunidad. Siempre hay una última oportunidad. Escapar a todo esto sería lo más natural. También podría ponerme a gritar como un loco. Resultará inútil. Es lo más descabellado que podría ocurrírseme: mi voz se confundiría entre el silencio del público que me aguarda. Nadie me haría caso. Ellos han pagado para verme y yo me debo a mi público. Además, tengo un contrato en regla firmado que me obliga y debo cumplirlo.
Parece como si el gran momento no fuese a llegar nunca. Siempre me sucede lo mismo. Estos instantes de espera son los más difíciles. Después, el escenario, las luces, el telón desaparecido, los aplausos, el silencio en platea ayudan. Todo resulta entonces mucho más sencillo, todo te ayuda. Más de lo queda imaginarse a primera vista.
Siento que no podré hacerlo nunca. No, no podré. Me encuentro aturdido, con mareos y náuseas. Nunca había sudado aguardando en un escenario tanto como hoy: las circunstancias obligan. Estoy decidido. Me negaré a dar inicio al espectáculo, me negaré a salir al escenario. Resultará inútil, me sacarán a la fuerza si es preciso. Qué más da, ya estoy en el escenario.
Ya está. Hoy no habrá función. Nunca más la habrá. Jamás volveré a subirme  a un escenario. Me niego a ser partícipe de esta aberración. Cuando suene la música permaneceré impasible en la mesa, quieto, inmóvil, sin hacer ni tan siquiera un gesto, nada, y estaré en esa posición hasta que todos, aburridos, se hayan ido dejándome solo, olvidado para siempre,  como un objeto que nunca se apreció.
Decidido: no haré nada. El público me abucheará. No importa. No me interesarán sus protestas, no podrán hacer mella en mi inquebrantable determinación. Permaneceré aquí, como una estatua hasta que todos se hayan ido y luego saldré por la puerta de servicio para ir a donde nadie me conozca ni haya oído de mí. Me alejaré para no regresar nunca. No, mejor aún, se suicidaré con somníferos. Sería lo mejor: una muerte tranquila, apacible, sin dolor. No notaría nada: me asusta el dolor. No quiero volver a sufrir más. No, nunca más volveré a sufrir. ¿Por qué debo de complacerles si nunca jamás nadie sintió el más mínimo afecto por mí? Nunca nadie se ha preocupado de mi persona. Aunque me suicide ¿qué?, ¿le va a importar a alguien?:no. Nadie me echará de menos. Sí, ya está, me suicidaré. Pondré fin a mi vida de la forma más sencilla posible. Y así se acabará mi existencia amorfa y llena de dolor y miedo.
Es la hora del espectáculo. Ya va a comenzar. Se oyen los aplausos. Me debo a  mi público. Son ellos quienes me aclaman y me quieren, los que me adoran. Nada más será un momento. Es fácil hacerlo: apenas cuesta nada: un instante, una minucia de tiempo y ya está. Soy feliz. Todos aguardarán en silencio, con la mente angustiada acechando el movimiento firme y contundente de mi brazo.
Expectación. Silencio, qué majestuoso resulta. No puedo fallarles. Luego, todo resultará más cómodo y sencillo. Una ambulancia le trasladará  a la clínica. Allí me recuperaré de mis heridas y una vez restablecido de nuevo regresaré para culminar el último acto de mi espectáculo. Así de sencillo. ¡Silencio, Alejandro!: comienza tu actuación…



























Cae el telón. Alejandro ha terminado su actuación que apenas ha durado unos breves instantes para el público y una inmensa eternidad para nuestro protagonista.
Dos enfermeros y un médico se encargan de recogerlo con suma delicadeza y ponerlo en una camilla, como siempre ocurre: es un proceso que se viene repitiendo desde que se puso por primera vez en escena este espectáculo. Tras los primeros auxilios lo trasladan hasta la ambulancia que desde mucho antes de comenzar la actuación lo aguarda parada junto a la puerta de salida de emergencia del local, oculta de la vista del público que ha asistido a la consumación alejandrina porque podría perturbar el éxito: Alejandro no es un hombre como cualquier otro, es algo diferente para todos: nada menos que todo un héroe. Siguiendo la rutina, es lo mismo de siempre, siempre sucede de igual manera, siempre, hasta que esto acabe, porque un día acabará y no habrá más ambulancias aguardando a que Alejandro termine.
Desde allí lo trasladan a gran velocidad hasta la clínica privada, contratada hace tiempo para este momento porque todo debe estar previsto, nada se puede dejar al azar, en done Alejandro es sometido a una larga y complicada operación, cada vez más, por un equipo de cirujanos, auténticos especialistas, que tratan de recomponerlo para que pueda volver a actuar. Ahora vendrán varios meses de descanso, apartado del mundo, en este centro, en compañía de sí mismo, entre pinos y aire puro, alejado de la contaminación y de los ruidos de la gran ciudad que siempre odió Alejandro, olvidado del gran público que lo adora, dejado en manos de la naturaleza idílica de estos parajes que la especulación del suelo no ha osado invadir y destruir todavía.
Serán días de sol y tedio, de canto de pájaros en la noche que anunciarán la llegada de mayo y que mayo oirá despierto y extasiado, pese al dolor, pese a los somníferos, porque no hay concierto más maravilloso que el silencio de la noche roto por los trinos y gorgojeos de las aves que se arrullan y se laman, que se festejan, para perpetuarse como especie. Amor y más amor que los animales jamás prostituirán porque ellos no son humanos. Signo inequívoco de que la naturaleza proseguirá su curso mientras los hombres no se decidan a eliminarla para siempre. Serán días de silencio y de reposo, de entrega absoluta a sus propios pensamientos buscando la armonía con el medio ambiente que le rodea. Y también, para poder preparar concienzudamente la gran sublimación final, el remate de la Gran Obra que Alejandro una vez comenzó en una situación bien distinta a la de ahora.
Es una habitación grande, decorada en especial para que Alejandro se sienta cómodo, en donde se nota los detalles de unas manos femeninas. Dos amplios ventanales dejan ver un paisaje de pinos y floresta medio salvaje más allá del jardín propiamente dicho, con césped y bancos, senderos de tierra bien aplanada y parterres rebosantes de flores de todos los colores, en especial rosas rojas, las favoritas de Alejandro. Unas butacas, una mesa pequeña y un estupendo equipo de música en silencio completan la decoración de la habitación que Alejandro ocupa ahora aún adormecido por los efectos de la anestesia, y , según cuentas sus seguidores más enconados, a causa del extraño trance y éxtasis en que él entra cada vez que actúa.
Mientras Alejandro permanece adormecido en su amplia cama dos enormes luceros negros, faros en la noche que guiarán la recuperación y convalecencia de Alejandro, observan constantemente todas y cada una de las pantallas de los monitores a los que él está conectado para detectar las alteraciones que pudieran producirse en el estado del enfermo. Se trata de una joven enfermera de profundos ojos oscuros, de mirada tierna, muy inteligente y penetrante, espejo claro del alma, alta y esbelta, de pelo negro, liso y suave, delicado, con toda seguridad delicioso y deseable. Es la enfermera más competente que se ha podido encontrar para que atienda, cuide y vigile la evolución de Alejandro. No puede ser de otro modo: la mejor para el más grande.








































He pasado toda  mi vida luchando por algo, como cualquier otra persona, batallando para sobrevivir y al final ser alguien y, ve por dónde, al final: nada. Nada, sólo el fin. Al final todo, como suele pasar siempre, resulta  que todo ha sido una vulgar mentira. Mentir y mentir, nada más somos capaces de hacer eso. Nos pasamos toda una vida soñando con que llegará un día en el que lograremos alcanzar nuestros sueños, en el que todo cambiará según nuestros anhelos, en el que ya no habrá lugar para el sufrimiento, en el que la lucha por sobrevivir firmará una tregua indefinida, y luego un día te percatas de que todo se reduce a un engaño bien orquestado por nosotros mismos para poder ir tirando hacia delante sin desfallecer, para que todo sea un poco más, convenciéndonos de que la suerte cambiará. Solo creemos en nuestras propias mentiras. Sólo mentiras. Yo ahora soy alguien importante, lo he logrado: soy muy famoso: soy yo, puedo ser yo, y tengo un nombre. He conseguido lo que muy pocos pueden. O les dejan. Me conocen en todo el mundo, tanto en Oriente como en  Occidente, al igual en Europa que en América, en todas partes me adoran y me rinden pleitesía, en Estados Unidos de América me idolatran. Sí, soy un gran personaje, demasiado famoso y rico, todo el mundo sabe de mí porque yo soy el Gran Alex. O sea, una mierda. Nadie. ¡Pura mierda! Una gran caca de vaca. Una mentira tras otra, un sacrificio cruento tras otro todavía más cruento para que la mentira engorde. Lo que soy es ¡pura hipocresía! Soy sólo mentira y
¡FALSEDAD!, ¡FALSEDAD!.........¡SÍ, FALSEDAAAAAAAADDDDDDDDD!
 Un rostro bonito aquí, una sonrisa intencionada, una cara inteligente en algún lugar, mucha adulación hipócrita por todas partes, mi expresión abúlica, como alejado de todos esos intereses que mueven, a la postre, al mundo. Yo estoy por encima de toda esa mierda. A mí, que no me salpique. Para eso pago mucho dinero. Cuánto engaño. La falacia de que te crean alguien. ¡Mentira y más mentira! Yo aquí, sí, sí, solo mientras, aquí, enquistado en mi sueño y en mi falsedad. En la enorme rueda del engaño que todo lo mueve. En la gran Falacia. Interpreto la gran tragicomedia absurda y, a la vez, real. Mentiras y más mentiras para que el mundo no deje de girar.
Sueño que soy el Gran Alex y entonces…lo soy apenas unos instantes… en lo efímero del sueño que nos dejan soñar… y esos momentos bastan para que me convierta en este juguete que soy, en ese personaje tan  admirado. Sí…¡el Gran Alex es una mentiraaaaaaaaaaaaaaa!
Soy Alejandro: en reflejo de Alejandro. Y…sí, Alejandro también él es una descomunal mentira.
Un día saldré de  esta clínica y resultará que todo es falso. Yo quiero que todo sea falso, que mi quimera se cumpla: soñaré que soy y seré. ¡Cuánta falta me haces ahora, en estos precisos momentos en los que estoy solo, en la cama, olvidado de ese público que siempre me ha aclamado! ¡Todos son iguales! Pagan para ver y después aplaudir. No importa qué. Lo fundamental es que la comedia siga. Juegan a soñar… y sueñan cosas… ¡cosas falsas! Mentiras, mentiras… falsedad y sueño.
La imagen se conserva y perdura en mi mente entre brumas. Sueño de lo que no fue y, no obstante, pasó. Mentira de una realidad real. Pretensiones mías. Mis sueños, mis verdades y mis mentiras que sólo yo sé. Es fácil soñar lo que una vez pudo ocurrir y al final no resultó más que un puro sueño en mi imaginación.  Así resulta más sencillo. Más divertido y digerible. Tal vez demasiado. ¡Puras mentiras de ni mente! Engaño de lo que nunca sucedió ni pudo acontecer. Resulta cómodo soñarlo y… hasta creerlo. Todos aceptamos antes al sueño que a la realidad. ¿Qué diferencia hay entre lo soñado y lo vivido? ¡Todo mentira!
Me gustaría que estuvieras ahora aquí, a mi lado, y que me acompañaras en estos momentos de dolor y que luego vinieras conmigo a todas partes. Ya sé que no puede ser. No puedes. Tú, con toda seguridad, también perteneces a mi mundo de los sueños. También eres un sueño. Posiblemente eres una mentira más creada por no sé quién. Sí, tienes que serlo. No puede ser de otro modo. Yo soy el Gran Alex: sólo Alejandro y el recuerdo vivo de tu persona, de tu imagen sonriente, de tu olor, de tu voz, de tus ojos y tu tierna mirada. Todo toma forma, tu mentira toma forma en mí. Un día saldré de aquí y volveré a actuar en un escenario. Será la última vez que lo haga y tú vendrás hasta mí, permanecerás a mi lado hasta que todo acabe. Si tú me lo pides yo no volveré a subir el telón. No, sé que no querrás. No, no querrás. ¡No puedes quererlo! Es demasiado tarde. Nada más eres un sueño. No deseas volver a lado porque ya no soy lo que antes era. ¡No soy nada! Es imposible que pueda ser ahora algo. Ya no soy más que lo que queda de un sueño: los restos. ¡Fíjate bien!: ni tan siquiera soy una farsa, ¡ni a eso llego! A pesar  de que cueste tan poco convertirse en una mentira. Te lo digo yo, que de eso sé tal vez demasiado. Soy el sueño de una falsa imagen, deformada y desagradable. Y a pesar de ello pienso mucho en ti, en especial ahora. Y cuando tu imagen viene a mi mente me siento algo poeta. Sí, poeta. Quién no ha escrito alguna vez un verso. Yo te veo como la flor más hermosa del jardín. Exótica, llena de fragancias que obnubilan. Eres todo y nada a la vez. La falacia en la que aún creo. La verdad es que nada más eres eso.
Me gustaría mucho poder escribirte y que tú lo supieras, que conocieras de mis quimeras, en la que te incluyo. Pero es imposible: no puedo hacerlo. Estoy mutilado, demasiado mutilado como para poder escribirte una carta. Ni tan siquiera puedo marcar el número de un teléfono. ¡Qué importa ahora eso! Todo se acaba. El fin está demasiado cerca, aunque no lo parezca. Hemos encendido la mecha y ya nadie podrá detenerla. Sólo tú, que al final estarás a mi lado, estoy convencido, me ayudarás a sostener mi larga y lenta agonía. Es todo cuanto puedes hacer por mí. Y también es cuanto yo espero de ti: tu dulce compañía. Conservo tu imagen borrosa en mi mente y el deseo de una carta que nunca llegaré a escribirte y que tú nunca recibirás porque tú también eres otra mentira más. Sí, eres un sueño deformado de mi mente, dulce sueño que nunca aconteció. Quiero, deseo encarecidamente, escribirte y date una explicación. Yo sé que necesitas que me justifique ante ti. Y un día lo haré: tendrás esa aclaración que tanto ansías. Y al mismo tiempo tendrás una amplia explicación que me avalará. Todo será una pura mentira, una deformación de la realidad en que yo vivo y con la que todos nos conformamos. Necesitamos de las mentiras para seguir viviendo. Y a ti te resultará suficiente, te la creerás, como todos nos las creemos, porque esa mentira será otro mito que el mundo y la civilización nuestra habrá creado en torno tuyo y mío. Crear para deshacer, mitificar para luego romper el mito creado. ¡Así es fácil! Hacer y hacer mentiras para creerlas y después abominar de ellas. Todo siempre se ha reducido a eso. Y, mientras, la vida y los negocios siguen. Sí, créeme, mi pequeña flor particular. Porque mantengo tu recuerdo bien escondido en mi mente y nada podrá robarme jamás, pase lo que tenga que pasar. Puedes estar convencida de ello. Suceda lo que suceda, sólo tu recuerdo permanecerá en mí. Intentarán quitármelo, arrebatármelo a la fuerza, todo, pero con tu recuerdo no podrán, que se lleven todo lo demás, tú eres únicamente mía. Tú, entonces, vendrás a mí y harás presente esa imagen deformada que de ti conservo. Sueño y sueño sin cesar en el momento final, y tú regresarás porque no puedes fallarme.
Yo sé que ese día llegarás hasta mí. Te aguardaré postrado, en el mismo sitio que ahora estoy, en la misma posición, dentro de la misma mentira en que yo vivo. Embuste que entre los dos juntos conseguiremos desmentir al resto del mundo. Y ellos al fin nos dejarán solos, juntos para siempre, olvidados en algún recóndito lugar, donde ya nada podrán hacernos.
Sé que no nos dejarán que lo logremos porque va en contra de sus principios. A demás, sé que no me entenderán nunca. Vienen a verme, me siguen y me aclaman como niños. En el fondo no soy más que un simple payaso para ellos. El mundo está lleno de payasos. Tal vez ellos tengan razón inconscientemente: crean payasos para pode reírse de ellos. Nos hacen actuar, a unos en la política, a otros en las finanzas, a algunos en la gran sociedad y hay otros que nos toca el papel a interpretar de payaso de la farándula. Se divierten con nuestras actuaciones, nos vanaglorian para que no abandonemos nuestro papel. Sí, aunque no lo creas, vienen a asegurarse de que sigo siendo un payaso. Tú pensarás que el mío es un espectáculo monstruoso, deleznable. Y con toda seguridad estás en lo cierto. Sin embargo, para ellos es la última razón de ser. Nada más comprenden por los ojos, y aún así, a medias. Siempre necesitan espectáculo, de la gran fiesta para  que la gran mierda no se pare. Puedes estar segura de que fueron ellos quienes me indujeron a poner en escena mi obra, a crearla tal como es. En un principio pretendí hacerles ver mis últimas motivaciones. No me considero, jamás ni tan siquiera se me pasó por la cabeza, un redentor de nadie, y mucho menos de la humanidad como especie.  Allá cada uno con lo suyo. Ahora, cuando ya estoy llegando al final de mi vida, cuando únicamente me quedan unos instantes más en el escenario y todo habrá acabado para siempre, me percato de que ha resultado inútil. Me siguen, me corean, sí, pero como borregos. Exactamente como lo que son: animales sin cerebro. Otra falacia, la broma de la Gran Mentira que es el mundo. El Gran Error, el Supremo Error, el Gran dios de mierda que todos adoramos. ¡Y nos creemos hombres! Todos, incluso nosotros, tú y yo, participamos del Gran Engaño. Yo quisiera que al fin ellos entendieran aunque sólo fuera un poco, pero desde hace tiempo me he dado cuenta de que es absurda mi pretensión, utópica: hablamos lenguajes distintos. Sí, pequeña mía, completamente imposible: no conseguiríamos nada, todo es y será un sueño negativo. Ahora tengo ganas de descansar y me duele todo el resto de mi cuerpo, nada más mi mente se conserva lúcida e intacta. Me pesan las cicatrices que todavía no están bien cerradas. Y son demasiadas. Padezco mucho y en este sufrimiento tu sueño y tu mentira me ayudan a sobrellevar mi padecimiento, me sirven de consuelo. Recuérdalo bien: ¡sólo tú eres mi consuelo y mi ilusión!


















































-   Sabe, señorita Raquel, esa mujer, mi mujer, no vendrá nunca por aquí. Supongo que no querrá verme ni saber de mí. Para mí era como usted: alta, morena, con unos ojos negros preciosos. Toda una mujer, como usted. Una mujer que una vez conocí en no recuerdo dónde. Poco importa ya. El hecho es que la conocí y viví con ella durante un tiempo no demasiado largo. No puedo precisarle cuántos meses pasé en su casa a su lado, durmiendo en su cama y comiendo de lo suyo sin darle yo apenas  nada. Aunque si lo pensamos bien… la verdad… no es exactamente como usted. Ambas se parecen mucho, casi como dos gotas de agua. No, eso de las dos gotas de agua es lo que se dice siempre aunque no sea cierto, a pesar de que las semejanzas sean más insignificantes que las diferencias. Nunca hay ni ha habido dos gotas de agua idénticas. Ella era toda mi vida mientras que usted no lo es. Tal vez podría serlo. Ella mi amaba a mí y usted debe amar a otro. Y seguramente debe ser muy feliz a su lado. Como nosotros los éramos. Ve, en el fondo, no son tan desiguales. La diferencia es apenas perceptible, nimia si quiere, pero la sigue habiendo. Usted está aquí y a ella me gustaría tenerla ahora a mi lado. Me gustaría llamarla y suplicarle que viniera, pero no puedo hacerlo. No recuerdo su dirección y… con toda seguridad no quiere saber de mí o, al menos, intenta proteger a nuestro hijo. Permítame al menos que  sueñe con una mentira y que haga como si Ella ahora estuviera aquí. ¿Sabe?, a veces los sueños también hacen compañía. Ayudan mucho cuando se vive en la soledad más absoluta. Y yo me encuentro desde demasiado en esa situación tan desesperada e ingrata. Esa el último recurso que nos queda antes de convencernos de que realmente estamos solos. Y no es que la soledad se asuste, no. Cómo iba a aceptar que me asusto ante ese hecho cuando…No, es otra cosa. Hay momentos en los que la soledad resulta buena y beneficiosa para el alma atormentada. Los intrusos te molestan, resultan demasiado pesados, cargantes. Necesitas saberte contigo mismo, en el más íntimo de los diálogos interiores. Sin embargo, no me encuentro yo ahora en esas condiciones. Necesito creer. Creer en algo aunque no exista. No hago mal a nadie. Y es lo más cómodo. Otra comedia piadosa. Ya no va de una más. El mundo está repleto de ellas. Atiborrado de comediantes, de farsantes del momento y de toda la vida, que por una pequeña suma de dinero te convencen de que eres feliz. Son los pequeños y grandes vendedores de la felicidad: No deja de ser una vulgar prostitución como cualquier otra. Cada uno comercia con lo que tiene y puede, o con lo que le repugna menos. Todos nos vendemos por dinero aunque no queramos, en la mayoría de los casos, reconocerlo. Será de formas distintas, pero nos vendemos, comerciamos con nosotros mismos. No dejamos de ser más que unos meros prostitutos. No, no es precisamente esta la   palabra. Supongo que debe de existir una que lo defina mejor, mucho más técnica y precisa. Son formas diferentes de venderse a los demás. Todos nos vendemos y nos compramos: es el mercado. En ello no hay nada malo. Estamos en el mundo precisamente para cumplir con esa misión muchas veces nada desagradable. A pesar de los intereses y dinero que existe de por medio. ¡Qué se le va a hacer! Ni usted ni yo lo vamos a cambiar por muy en desacuerdo que estemos con ello. Aunque no dejemos de señalarlas y denunciarlas. Están mal, pero como decía alguien, lo fundamental e inamovible es que son y están. Dos verbos copulativos que definen muy bien lo que yo intento decir a mi manera, pese a que ellos también mienten, como yo, como usted, como Ella, como todos, ya que no dejan de ser más que dos palabras sin significado propio y que, como todas las palabras, nada más adquieren el sentido que nosotros queramos darles. Somos nosotros los que nos ponemos de acuerdo en los significados de las palabras y estas adquieren el que les asignamos. Y en este caso somos nosotros los que entendemos lo mismo al dar la misma interpretación a ser y a estar y no una diferente. Perdóneme todas estas incoherencias que le obligo a escuchar. Necesito hablar, no callar para que el tiempo pase. Para distraerla y para que sea buena y me ponga otra inyección de morfina, así dejaré de importunarla. Después de todo, es su obligación. Qué más le da que sea antes o después del tiempo prescrito. Qué daño puede hacerme ya. Usted, al fin y a la postre, también se vende al cuidarme y cumplir la misión para la que la hemos contratado y le pago. No importa que usted ponga en mi conocimiento que ya he rebasado la dosis máxima de hoy; qué más da, usted cumpla con su obligación: que su enfermo no sufra. Será una nueva mentira a introducir en ese inmenso saco sin fondo, en el que todo tiene cabida, en el que nosotros vamos introduciendo sin parar todos los mitos y absurdos acumulados a lo largo de nuestro deambular por la vida. Porque vivir, lo que se dice vivir, no creo que lleguemos nunca a hacerlo; puede que todo se reduzca a unos breves instantes fugaces, efímeros, sombras de una realidad más allá intuida. Lo cierto es que nada más pasamos una y otra vez por esta sala de tormento que es la existencia de cada uno, luchando para poder seguir cada día un poco más y mejor sin percatarnos de la descorazonadora inutilidad de nuestro esperpéntico combate contra la nada. Cada hora que hurtamos a nuestro destino es una hora más de angustia y de dolor en que alargamos nuestras vidas. No vale la pena, créame. Se lo digo porque tengo sobrada experiencia en estas lides. Alguien una vez dijo, no recuerdo quién pero sí que me quedé con la frase al leerla, en el fondo qué más da, lo que importa es que tenía razón al afirmarlo, que “el hombre que conoce la verdad está más allá del bien y del mal: el hombre que conoce la verdad ha comprendido la identidad de lo Uno y el Todo. El hombre que conoce la verdad ha comprendido que la Ilusión es la Realidad  Única y que la Sustancia es la Gran Impostora”. Puede, aunque no lo creo, que pertenezca a algún autor anónimo, o tal vez sea un proverbio chino. No, chino no; es demasiado largo, los proverbios chinos suelen ser más cortos; no es éste su esquema. Podría ser H. P. Lovecraft, aunque no se lo aseguro, sólo es una posibilidad entre otras muchas.

-Ahora debe de callar. Ya ha hablado lo suficiente por hoy. Es necesario que  descanse e intente dormir sea como sea, no puedo suministrarle más calmantes hoy y mucho menos un somnífero. No es conveniente para su recuperación que esté tanto tiempo hablando. Recuerde que debe de curarse para retornar al escenario, para que ese su público que tanto le quiere, vuelva a aplaudirle. Piense tan sólo en eso y nada más. Descanse. Por favor, don Alejandro, sea bueno. No hable más, está muy fatigado. Debe de recuperar fuerzas. El dormir  aunque sólo sean unas pocas horas le hará bien, ¿de acuerdo?


















































Hoy, esta mañana, precisamente esta mañana, al levantarme y abrir la ventana de mi habitación he visto un sol radiante, un cielo azul como hacía tiempo que no se daba y el horizonte, entre edificios a cuál más alto, nítido y sin la cotidiana contaminación. Y viendo lo halagüeño del día me he dicho a mi mismo ¿y por  qué no hoy? Así que me he vestido, tras desayunar, de la mejor forma posible para causar buena impresión y sin más me he ido hasta la Oficina General de Patentes con la intención de registrar mi último invento, Sí, porque yo también soy capaz de ingeniar algunas cosas. Y es muy importante tener el copy right  a tu nombre que si no luego te copian tu invento y no puedes reclamar tus derechos.
He llamado con mucha decisión a la puerta y he aguardado a que me abriera alguien o que una voz  sin rostro me diera la voz de conformidad para poder entrar. No ha sido así. Nadie me ha contestado; así que yo, bajo mi única y exclusiva responsabilidad, he decidido pasar sin el permiso de entrada. He abierto la puerta empujándola sin más y una vez dentro he dicho “Muy buenas”. No es que fueran ni buenas ni malas ni mucho menos. Además, yo no tenía la más mínima intención de decir una sandez introductoria como ésta. Ha sido lo primero que se me ha pasado por la cabeza y en ese momento  yo ¡zas!, lo he espetado sin más, así, a bocajarro. Y ¿por qué no? Es lo que se suele decir siempre, aunque no lo parezca. Es una mera fórmula de cortesía y ya está. Mucha gente entre en muchos sitios diciendo “muy buenas”. Para mí es una forma tan buena como cualquier otra para entrometerse en un lugar y dar pie a una posible y hasta agradable conversación sobre cualquier tema tonto, banal y absurdo. Y sin más preámbulos, una vez dentro y habiendo saludado he pasado a exponer mis pretensiones de la siguiente forma:
-   Buenos días, estoy aquí porque quiero patentar algo nuevo y distinto, ideado por mí aunque no es del todo mío ni mucho menos. Ahora bien, como está sin patentar  quiero ser yo el primero en hacerlo.
Un señor bajito, algo regordete y totalmente calvo con cara de algunos amigos aunque no demasiados, sentado al otro lado de la mesa, en mangas de camisa, pero manteniendo la corbata a pesar del calor se ha dignado mirarme de soslayo, levantando apenas la mirada para contemplarme sorprendido y me ha respondido:
-          Vamos a ver, ¿cuál es su invento? Llevará el proyecto.
-          No tengo proyecto alguno.
-          Sin proyecto no hay patente.
-          Es que mi invento no tiene proyecto ni dossier ni nada. Es demasiado simple y no lo necesita. O si quiere, demasiado complejo y no es posible.
Me ha mirado perplejo, como diciendo ¿entonces para qué ha venido? Así que yo, sin más, le espetado a la cara:
-          Yo quiero patentar el mundo.
-          ¿Cómo?, ¿el mundo? No había oído jamás tamaña majadería.
-          Pues ha oído perfectamente y no tiene por qué extrañarse. Quiero patentar el mundo.
-          Vamos a ver, por partes. Ante todo explíquese bien, hágame el favor..
-          He decidido patentar el mundo. Sí, ¡el mundo!
-          ¿El mundo?
-          Sí señor, el mundo, la creación, toda la naturaleza, el universo todo, cuanto nos rodea y que no corresponde a la manipulación humana.
-          ¡Usted está loco!
-          Me parece, caballero, que usted no me ha entendido bien. Quiero patentar el mundo. El mundo. Fíjese bien: el mundo y todo cuanto existe en la naturaleza. Quiero que sea una idea mía. Y si no como idea sí al menos como un diseño mío. Quiero ser el propietario de su patente.
-          Pero eso es imposible: el mundo lo hizo Dios, y si usted no es creyente se ha hecho a sí mismo. Para mí es de Dios así que olvídese, no puede patentarse algo que es dominio exclusivo de Dios, es su gran obra. Dios es su exclusivo y único creador y sólo a Él le corresponde y pertenece la patente. Ya está patentado. Denegada su petición.
-          Enséñeme entonces la ficha y el número de registro de dicha patente. No quiero que luego pueda haber dudas ni falsos entendidos.
-          Pero, ¡eso es absurdo! Dios no patenta las cosas que crea. ¡Sólo faltaría!
-          Pues debería hacerlo.
-          Ande, váyase a otra parte y déjeme en paz, se lo ruego, aquí no se puede venir a reírse de nadie, y menos de un pobre y malparado funcionario que nada más le ha atendido por puro respeto y educación.
-          No señor, no me voy.
-          ¿Cómo dice?
-          Que no señor, que no me marcho. El mundo no tiene número de registro y por lo tanto yo quiero patentarlo porque puedo hacerlo y es mi derecho.
-          Venga, no diga más majaderías y márchese, ya le he aguantado lo suficiente.
-          Bueno, si no quiere hacerme esa patente, al menos déjeme registrar como de mi propiedad…
-          Por favor, al grano. Vaya rápido y n me haga malgastara más el tiempo con sandeces. No ve que estoy sumamente ocupado.
-          Ya está: quiero patentar la Nada. Deseo pasar a la posteridad como el descubridor, el propietario de la Nada.
-          Querrá decir que no quiere patentar nada.
-          No, no, usted no me ha entendido bien. Haga el favor de poner más atención en lo que se le dice. Quiero patentar la Nada. La Nada, tal como lo oye. La Nada. Y no me diga que también es absurdo, que no se puede patentar algo que en apariencia no es, que no es nada. Mire, la Nada existe como tal, es  nada y yo quiero que conste como algo mío, o si lo prefiere como Nada mío.
-          De acuerdo que existe como Nada, sin embargo tampoco puede patentarse.
-          Es que yo ya que he venido no quiero irme de aquí sin haber patentado nada. No quiero regresar a casa con la decepción de haber perdido el tiempo. La sensación de improductividad en el ser humano siempre es deprimente. Ya está. Así no habré perdido el tiempo en vano. Paténteme a mí… Ya… no me lo diga, tampoco es posible. Eso debería haberlo hecho mi madre y ella no lo hizo nada  más que para fastidiarme un poco más, como venganza. Mi madre siempre he sido una imbécil, no debería haber existido nunca. Total: para lo que ha hecho en su vida: nada más parirme. Me echó de sus entrañas como si yo fuera algo molesto, un estorbo, como si le sobrara mi compañía. Hizo una tontería, una más. Más le hubiese valido el no haberme engendrado nunca. ¿Para qué? Sería mejor que ninguna madre pariera a sus hijos, tan sólo que los abortara, saldríamos ganando todos, en especial los hijos y con el tiempo el mundo.
-          ¡Váyase de aquí de inmediato o hago que le echen! ¡Fuera de aquí, largo! Largo.
-          Bueno, si no quiere seguir conversando conmigo …
-          ¡Fuera! ¡Fuera!
-          Oiga, me está dando una idea: patente la inutilidad y lo absurdo de todas las conversaciones entre las personas. En especial las de los políticos. Usted mismo me lo acaba de demostrar… cualquier intento de diálogo siempre acabará en el más estrepitoso de los fracasos. No hay diálogo posible… No, no se mueva, no se mueva, ya me voy. Ha sido un verdadero placer dialogar un rato con usted. Muchas gracias por su amabilidad. No, no le hago perder más el tiempo, y perdóneme las molestias que haya podido causarle… No, no se mueva, ya me voy. Quede con Dios.

































Esta noche vamos a armarla. Como todos los años cuando llegan las vacaciones de verano. La luz del día dura más, ya no hay que ir a la escuela, por la noche el calor deja de apretar de valiente y llega esa fresca redentora que obliga a salir de casa, y después de cenar a los chicos nos dejan estar fuera, vagando por las calles del pueblo hasta las doce o la una para que podamos jugar y correr entre las personas mayores que pasean carretera arriba, carretera abajo, oyendo el canto de los grillos  cuando sales un poco del casco urbano del pueblo, volviendo a las luces de las casas, charlando y riendo entre ellos, haciéndose comentarios de unos grupos a otros hasta que, a medida que el tiempo pase, vayan desapareciendo poco a poco. Primero se marcharán los más dormilones cuya ausencia pasará desapercibida, luego las parejas de novios que buscarán lugares más alejados y peor iluminados para pelar la pava,  después abandonaran otros, y otros, y otros. Lentamente la carretera se irá vaciando hasta que sólo quede una última pareja rezagada que en su íntimo y silencioso caminar no se han percatado de que los han dejado solos. Finalmente la carretera, como paseo y arteria principal  de la vida cotidiana del pueblo, quedará despejada de veraneantes, aunque el silencio durará poco tiempo. Con el despuntar del nuevo día los labradores marcharán con sus caballerías, los cascos de los machos resonarán en el asfalto, para poder segar antes de que el sol deje sentir su furia estival. Pero antes tiene que estar todo  preparado para después ir a casa a buscar la cena: tortilla de patata entre pan, ¡cómo llegó a gustarme!,  y una naranja un plátano. Y después comenzaré la función. Toda la tarde, toda, la dedicábamos a buscar la materia prima. Yo, y uno, y otro y otro y otro y otro, creo que uno se llamaba Salvador o algo por el estilo. Íbamos, en fin, el grupo en pleno al barranco, al río y a los regajos, y a donde suelen tirar las basuras, para buscar tela metálica que nos sirviera, es decir, con un entrelazado muy estrecho y muchas cuerdas de estopa. Había que quemar todas las apetencias ordenadas genéricamente, como siempre ha sucedido,  que después, entre todo, nos entretendríamos en ir desliéndolas para formar una bola grande y compacta que nos diera la sensación de algo que se está fraguando con alguna que otra suela de zapatilla. ¡ Cómo olía aquella goma! Todas las zapatillas que encontrábamos  en aquella tarde  feliz para nosotros. ¡Cómo nos íbamos a divertir!. La goma arde muy bien y deja ese olor tan característico y desagradable. Eso era lo que más nos gustaba: su hedor insoportable. Los mayores no pueden aguantarlo porque no lo comprenden y dicen que apesta. Salen a la puerta de sus casas gritando: " Tirad eso, que apesta", claro, es lo que nosotros queremos: apestaapestapestapestapestapestapestapestapestapesta.  ¡APESTA! ¡ APESTA! ¡ APESTA!. ¡ Maravilloso! ¿no?: ¡A—p—e—s—t—a!. Y todas las calles quedarán impregnadas de él y la gente saldrá a gritarnos, como siempre lo hacen, a sus puertas, ventanas y balcones, para protestar y amenazarnos por nuestra pequeña y gran osadía. Nos insultarán: " Desalmados; ¡ tirad eso!. ¡ Renacuajos, llevaos eso de aquí!. Y nosotros no les haremos caso mientras no nos lo pidan con buenos modales y educación,  en especial si son veraneantes. ¡Que se vayan a estorbar a su pueblo que aquí ya somos bastantes!. ¡ Todo es fabuloso!. Cada vez que lo recuerdo me parece como si lo estuviera viviendo  de nuevo, como si los años no hubiesen pasado. Salvador, si es que se llamaba así, se encargaba, siguiendo la tradición y el ritual de todos los años, de ir almacenando los materiales recogidos hasta que ya no hicieran falta más. Los otros, mientras nos  dedicábamos a ir buscando y b—u—s—c—a—n—d—o hasta quedar extenuados. Y al anochecer daremos comienzo a los preparativos finales. Los veraneantes no deben saber nada de esto. Ellos son los señoritos, parecían ninfitas. Ellos no podrán entrar en el juego, son cosa aparte, no pertenecen a los nuestros porque
no han nacido aquí en  el pueblo. ¡Que se vayan de una vez! Además, hoy, por suerte, el alguacil no está: ha marchado fuera y no volverá hasta mañana noche, podemos estar tranquilos al respecto: esta vez no correrá detrás nuestro para quitarnos la bola y apagarla en la fuente. Y el cuartel de la guardia civil queda lejos, no nos verán. Aunque seguro que olernos sí nos olerán. Y aunque nos vean y huelan  ¿qué ? ¿acaso pueden impedir que nos divirtamos un poco?. La bola estará hecha para antes de ir a buscar la cena. Toda la estopa bien prieta dentro, con al alma formada con la goma da las suelas de las zapatillas. Y siempre hay alguien qua para no fallar dice: " A lo mejor está demasiado preto y no arde". Lo abucheamos. No importa. Siempre le echamos un poco da petróleo. El que Laura nos daba siempre. A ella la gustaban estas cosas. Quería que disfrutáramos con nuestros juegos. Cuesta tan poco — decía ella — hacer felices a mis niños. Si ella supiera que nos era preciso pasar toda una tarde de búsqueda fructífera para hacernos con al material qua entraría en la bola. Y que la tela metálica debía estar muy bien cosida rodeando toda  la bola, sin agujeros, sin fisuras, para qua ésta al arder no se descomponga enseguida y se consuma antes de hora... Y mamá no sabía nada de cuanto hacíamos. Después, cuando no quedaba más remedio que ir a casa a dormir, me diría, como siempre solía decir: " Tu ropa huele a goma quemada. Seguro que has vuelto a llevar la bola. No quiero qua entres en esos juegos tan salvajes, tú eres al hijo de la maestra y debes dar ejemplo a los demás chicos". Lo más difícil era desprenderse de ese mal olor que todo lo contamina. Pero no importaba demasiado la reprimenda y al posible, al  casi seguro, castigo posterior. Ya había disfrutado lo mío y eso me era ya suficiente. Era el precio que había que pagar por nuestro deleite. Nunca hay placeres gratis, todos tienen un precio, lo pagas antes o lo pagas después, pero siempre lo pagas. Todos colaborábamos en la confección  del instrumento más necesario: la bola. Era preciso tener espíritu de artista y de arquitecto a la vez para ello. Cada cosa debía ir en su lugar. Nos reuníamos en las eras altas, pues allí nadie podía vernos. Nos sentábamos en corro y nos explicábamos chistes verdes. Siempre había alguien que sabía algunos nuevos. Había otro , siempre era el mismo, que explicaba todas las mentiras y patrañas que por su mente podían pasar en aquel momento. Y lo gracioso era que entonces nos las creíamos. estábamos todos convencidos de que de mayor acabaría siendo cura: tenía cualidades y vocación para ello: era capaz de hacernos tragar al mayor bulo que pudiera ocurrírsele como si tal cosa. Después venía otra fase importante: esconderla bien en un pajar o bien en el barranco para que los veraneantes no nos la quitaran. Ellos adivinaban  con suma facilidad  lo que estábamos tramando cada vez que hacíamos una. Tampoco era necesario molerse la sesera para adivinarlo. Cuando no se veía a ninguno de nosotros en toda la tarde por las calles era señal inequívoca de que la estábamos preparando. Por esa razón a veces dejábamos a algunos en el pueblo: para despistarlos y después cogerlos por sorpresa. Una vez ya habíamos cenado íbamos todos juntos a buscarla y nadie faltaba. Ya no nos importaba que se hubiesen enterado: dentro de poco el fuego y la diversión comenzarían. También comprábamos petardos para hacer mucho ruido y para ver quién era el valiente que los aguantaba en la mano sin tararlos una vez encendidos. Yo siempre era uno de ellos. Antes de comenzar con la diversión nos fumábamos un pitillo,  de Ideales que era una marca de cigarrillos muy barata y por tanto asequible a nuestras posibilidades. Éramos unos hombres hechos y derechos y los hombres debían fumar, tal como mostraban, y educaban, las películas americanas de entonces. No como las niñitas de los veraneantes que mascaban chicle, aunque cuando nos liábamos a pedradas con ellos porque intentaban  quitarnos nuestra bola no se amilanaban los muy cabritos y respondían como verdaderos guerreros. Aquellas peleas también resultaban muy interesantes y divertidas. Casi tanto como el toro embolao. Lo raro era que nadie salía nunca herido, por lo menos en nuestro bando, en aquellos enfrentamientos a pedrada limpia. Solíamos celebrarlos en el monte o en las eras, jamás en el pueblo: se habrían enterado los mayores y habrían dicho que no nos podíamos ver y que nos odiábamos y eso no era cierto. Sólo que nosotros éramos los del pueblo y ellos no. Cuando llegaba el verano venían un día en la Saguntina y enseguida se creían los amos de todo y nosotros no podíamos permitirles esa apropiación indebida. La verdad es que les teníamos un poco de envidia porque aquel autocar azul, viejo y destartalado según ellos, era mucho más nuevo, más rápido y mejor que el nuestro, el del pueblo. Desde su llegada las calles se llenaban de gentes y gritos en valenciano, y ya
no podíamos ir a bañarnos tranquilamente en el río porque tomaban posesión de los mejores sitios no dejándonos ninguno para nosotros. Por las noches salían a las puertas de las casas a tomar la fresqueta y explicarse todas sus aventuras y avatares acontecidos durante el año pasado sin verse y  que nosotros escuchábamos atentos, extasiados, atónitos, sin comprender demasiado bien lo que decían en su idioma, que no era el nuestro, hasta el punto de que cuando marchaban a mediados de septiembre también nosotros teníamos constantemente a flor de boca su característico " che". Después teníamos que ir a buscar el petróleo a casa de Laura. Ella era nuestra cómplice a pesar de que algunas veces, demasiadas, le tirábamos piedras y la llamábamos bruja. Sabía que éramos niños con muchas ganas de pasarlo bien aunque fuera a costa de los demás, especialmente de ella. Le gustaba que fastidiáramos un poco a la gente. Disfrutaba con nosotros a su manera, eso sí. Nos daba lo que necesitábamos haciéndose de rogar un rato. Ella era de la opinión de que las cosas fáciles de conseguir no complacen a nadie. Al principio decía que no y se mantenía tozuda, persistía en su decisión de no hacernos el menor caso y de no ayudarnos, mas al final, nosotros lo sabíamos por experiencia, siempre acababa cediendo y complaciéndonos en nuestras peticiones, que por lo demás no eran excesivas: un poco de petróleo para que la bola prenda enseguida. Una vez lo habíamos logrado debíamos irnos a otra parte del pueblo, normalmente en la plaza del rincón o en la plaza del castillo para encenderla, pues de este modo la gente no podría acusar a Laura de ayudarnos, aunque los mayores sabían que ella era uno de los nuestros. Y a continuación ya podíamos iniciar nuestra diversión. Uno se encargaba de hacer de toro, es decir, de llevar la bola encendida en alto, el palo bien sujeto entre las manos y todos los demás, inclusive los veraneantes, correremos, a los veraneantes siempre les dejamos participar en estas diversiones, para que el toro no nos coja y nos socarre  los pantalones y el culo. Y vamos por todas las calles corriendo y el que lleva la bola va el último no permitiendo que nadie se escape de la carrera. ¡ Ea, toro!,  ¡Ea, ea, ea! ¡Toroooo! ¡Eh,  venga toroooo, que a mí no me cogerás!. Y él nos persigue, nos acosa con su fuego, trata de darnos con la bola en el culo, dejarnos las piernas con quemaduras pero nadie se acerca lo suficiente como para que lo logre y todos seguimos corriendo como locos y la noche se ilumina con el resplandor del fuego por donde nosotros pasamos y la gente sale a la calle a vernos pasar y todo se impregna de ese olor a estopa y goma quemada y los mayores protestan y nos gritan: "¡ Críos, apagad eso!". Y nosotros nos reímos de ellos  y de sus imprecaciones, en grupo las risas y las bravuconadas y las osadías son más fáciles,  estamos dispuestos a no hacerles caso nunca. Les provocamos haciendo que el que hace de toro pase la bola muy cerca de sus caras. Y los del pueblo nos comprenden, aunque nunca lo digan, ahora son adultos, porque cuando ellos eran chicos también hacían lo mismo. Esta noche es nuestra, ¡ sólo nuestra!, que se enteren todos. Por nada del mundo pondríamos fin a nuestro juego y menos porque la bola haga mal olor al arder y no les guste a los mayores. Y así seguiremos por largo rato, mientras el fuego dure, todos sudando, acalorados, embriagados por la acción en sí, deseando que dure un poco mas y pensando que la próxima que haremos la semana que viene será más grande y estará mejor hecha, sin fallos para que los mayores, creyéndose graciosos, no se rían de nuestra bola.
Se ríen, sí, y hacen comentarios jocosos, pero nosotros les fastidiamos bien bien, pero que muy bien requetebién, con el mal olor de las suelas de zapatilla que les obliga esta noche a desistir de su pretensión de tomar la fresca en la puerta de la casa y contemplar los mosquitos que pululan arriba, alrededor de la luz de las farolas, mientras charlan. ¡Para que aprendan a no burlarse de los menores!. Somos críos pero algún día también seremos mayores y entonces no se atreverán a mofarse de nuestros juegos porque nos tendrán miedo.
Y Laura, la siempre vieja bruja Laura, saldrá al balcón para vernos pasar y nos animará con sus gritos de aliento: ¡Duro, chicos, duro!. !Así se hacen las bolas!. !No os acobardéis... y que dure!. ! Bien , chicos, bien!". ! Viva!, la bola sigue ardiendo y nada la detendrá hasta que por sí sola se apague cuando ya no quede nada por arder.¡ Fabuloso, realmente fabuloso!. Nosotros, los críos fastidiando a los mayores. Ellos que se creen los amos de todo. Y los veraneantes unidos a nosotros como si también fueran del pueblo. Ahora no nos importa que hayan nacido y vivan en otro lugar distinto al nuestro. Nos juntamos para pasarlo bien y las desavenencias y las cosas que contra ellos podamos tener ya no cuentan. Después, cuando ya no quede bola seguiremos por las calles, en compacto grupo, cantando, como la rondalla de los mayores en las noches de fiesta , las coplas que ellos no se atreven a cantar:
" En tu puerta me cagué
pensando que me querías,
pero ahora que no me quieres
dame la mierda que es mía"
“Las chicas de Sueca
tienen las piernas de alambre
y un poquico más arriba
el coño muerto de hambre”

y cosas por el estilo, procurando desafinar y gritando mucho para no dejar dormir a nadie. ¡Es divertido!. Durante el resto del año no lo hacemos: nada más cuando llega el verano y la fresca de la noche se agradece y tenemos vacaciones. Y pasará este día y la semana que viene volveremos a ir al barranco a buscar cuerda vieja de estopa y goma y tela metálica para hacer una nueva bola sin contar con los veraneantes y nos tiraremos piedras y continuará nuestro secreto, el de los del pueblo, el de los de siempre, el de los amigos que nunca nos separaremos, y cuando la bola ya esté hecha la esconderemos, iremos a nuestras casas a buscar la cena: tortilla entre pan y naranja y todos juntos después iremos a las eras a buscarla, fumar nuestro habitual pitillo de  Ideales, después a casa de Laura a por el petróleo y nuevamente daremos comienzo a otro nuevo toro embolao con nuestras carreras y griteríos, con las protestas de los mayores quejándose del ruido y del mal olor de la goma quemada y esta vez el alguacil, el tío Miguel, querrá quitárnosla para apagarla en la plaza de la fuente y nosotros no nos la dejaremos arrebatar y él nos amenazará, como siempre hace aún sabiendo que nunca lo haría, con ponernos una multa y encerrarnos una noche en el calabozo del ayuntamiento, y nosotros seguiremos con nuestra diversión sin hacerle el menor caso hasta que la bola se apague y entonces nuevamente cantaremos nuestras viejas coplas que alguien un día nos enseñó y pensaremos en una nueva bola que tendremos que preparar para un día de la semana que viene sin contar con los veraneantes.
 Pero  la nueva bola ya se hizo sin contar conmigo. Me negué a participar en ese juego previo  y nunca más tomé parte de esas diversiones porque ya no iban a ser lo mismo. Faltaría el petróleo, habría que ir a buscarlo a otra parte porque Laura, mi querida y vieja Laura, ya no estaba. El alcalde había hecho venir a una ambulancia del manicomio de Teruel para que se la llevara. Decían que estaba loca. El único loco era él. A partir de ahora todo iba a ser ya distinto. Sin Laura, sin sus caricias, sin sus comprensiones, sin sus salidas tono para con los mayores, sin sus voces de aliento, se había perdido el aliciente. No volvimos en mucho tiempo a hacer otra. Nos juntábamos para conspirar contra las autoridades por lo que le habían hecho a Laura. Teníamos claro los chavales que ella les molestaba porque era diferente al resto y nos quería y apoyaba, por eso nos la habían secuestrado. Ella no merecía tal cosa. Era buena, y aunque a veces le habíamos  tirado piedras todos la queríamos, especialmente yo. Era la única persona del pueblo que nos comprendía y se interesaba por nuestras cosas, porque en el fondo ella también era una niña, como nosotros, aunque  con muchos  más años, y ese hecho los adultos no lo podían tolerar: quien no sigue a la manada, quien no se comporta como borrego o como buey manso, la manada lo rechaza y aparta, lo deja solo para que solo  se muera. Es la ley de vida que a los niños, en nuestra corta edad y falta de madurez, nos costaba entender, asimilar y acatar

















































Amanece ya. Y con el alba ella saldrá, como todas las mañanas, a pasear un rato por las calles desiertas antes de ir a la facultad. Se levantará muy temprano y sin que nadie se dé cuenta, solamente yo, y se vestirá deprisa, siempre suele hacerlo, y con sumo sigilo abrirá la puerta del piso, la cerrará y lentamente, muy lentamente, irá bajando,  muy despacio, sosegadamente, cuidando de no hacer ruido, contando sus pesos: uno, dos, tres, cuatro, cinco ... y así sucesivamente hasta terminar la escalera y alcanzar, al fin, la puerta de la calle sin despertar a ningún vecino.
Y yo me quedaré solo en el lecho aguardando a que ella regrese por la tarde.
Ella saldrá a la calle, dará su matinal y cotidiano paseo, con el amanecer, por el campus de la universidad y al fin llegará al edificio de su facultad y reunida con todos sus compañeros de curse pasará toda la mañana hasta la hora de comer, después hará las compras del día y a media tarde regresará a casa.
Y mientras yo permaneceré tendido en la cama temiendo que ella no vuelva nunca más. Pasarán las horas quedamente: tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac ... recordándome sus pasos al bajar la escalera todas las mañanas, sintiendo el palpitar de su corazón cuando yo pongo mi cabeza sobre su pecho y me duermo así, dulcemente, oyendo el leve murmullo de su latir: toptop... toptop... toptop... toptop...                    
Estaba seguro de que no sería capaz de dormirme nunca más sin ella, apoyándome en su cuerpo, sintiendo el vibrar de su cuerpo, oliendo la fragancia húmeda de su cuerpo, saboreando su cuerpo, besando su cuerpo, acariciando con suma delicadeza su cuerpo, tenuemente, sin hacer apenas fuerza, deslizando mi mano por ella y aguardando a que  ella se estremeciera, como siempre lo hace, de felicidad, jugara con mi pelo y con mi cabeza  y me besuqueara insistentemente en la frente diciéndome: “ Buenas noches, mi chiquitín" .
Amaneceré nuevamente, sin prisas. Despuntará el día y hará ya tiempo que yo la noto inquieta y  despierta, nerviosa,  presta a levantarse con los primeros albores del clarear del nuevo día y sabré que se va a ir de mi lado por un largo tiempo, demasiado, demasiado para mí y también para ella. Intentará no despertarme al salir de la cama, se pondrá sus prendas íntimas  al volver del lavabo y después esa blusa que tanto me gusta, sus pantalones de pana marrón y el tabardo azul con capucha. No me dirá nada y yo haré ver que no me entero de su marcha, de su huida de mi lado, y permaneceré con los ojos cerrados, siguiendo y adivinando todos sus movimientos, como todas las mañanas, y ella antes de irse vendrá a despedirse de mi dándome el usual y anhelado beso cotidiano en la frente, con mucho cuidado para que yo no sepa que ella se marcha.
Y yo soñaré todo el día su presencia, sus besos, el calor de su cuerpo junto al mío, la delicadeza de su figura y de sus miembros entre mis brazos, cuando ambos nos sentamos en ese sillón viejo que hay junto a la ventana para ver la puesta de sol y la llegada de la noche mientras yo la estrecho muy fuertemente contra mi cuerpo. Y temo que no regrese nunca a pecar de que es obvio que vo1verá a media tarde porque estamos en su casa y porque sabe que yo la aguardo como el preso ansía la libertad.
Y sigo temiendo por su regreso cuando ya la oigo subir las escaleras presurosa y cansada. Y le abro la puerta para que ella entre y me bese y no diga nada, ni un solo comentario, nada, tan sólo nosotros dos con nuestro diálogo mutuo, compartido, interior, en nuestros silencios. Y pasará el día y llegará el nuevo amanecer para que ella tenga que irse de mi lado sin despertarme mientras yo sigo mentalmente sus movimientos y aguardo el último beso en la frente.
Y yo me quedaré solo en el lecho aguardando a que ella regrese por la tarde.











































— ¡ Hola!, Alejandro, ya veo que te encuentras mucho mejor. Me alegro de veras. Apenas unos pocos meses y ya vuelves a estar casi como antes. !Tienes que animarte!. Pronto, muy pronto, antes de lo que tú te imagines volverás a estar de nuevo actuando subido en un escenario tal como a ti te gusta  y entonces podrás volver a sentir los aplausos y el calor de tu público que te quiere, te sigue y te adora hasta profanarte. Pasando a otro tema: ¿necesitas algo?. Sólo tienes que decírmelo. Tu sabes muy bien que yo te lo conseguiré cueste lo que cueste. Aquí supongo que no te faltará nada: te he buscado la mejor clínica y los mejores médicos.

(!Cretino!, claro que no me falta nada, como que soy yo quien paga. Mejor dicho: es él quien paga, pero con mi dinero. Cuando llegue el fin no le dejaré nada en herencia. Por otra parte es natural que quiera que me cure rápidamente: así volveré a actuar por última vez -porque entonces será el fin- y con ello se asegurará una buena parte de mis honorarios. Su trabajo es mucho más fácil que el mío: es mi agente —simpático ¿no?—, mi representante en la tierra. Él me busca las actuaciones — podría hacerlo yo solo, mas es lo mismo: somos amigos- y después se lleva un tanto por ciento - por cierto que no sé
a cuánto asciende - y no tiene que trabajar y sufrir como yo lo hago. Todo lo que gana es a mi costa, el tío mierda).
- ¡ Hola!, Guadalupe, ¿la has encontrado?.
— No.
— Sabía que no la encontrarías. Te conviene no encontrarla. Pero debes hacerlo. Has de dar con ella sea como sea. La necesito ahora. Quiero hacerlos herederos únicos de mi cuantiosa fortuna. No habrás pensado quedarte con todo ¿verdad?. No pienso dejarte nada porque tú te vendrás conmigo en mi último momento, caerás a mi lado, será mi acompañante y mi guía, mi embajador y representante, el  que presentará mis cartas credenciales en el más allá.  ¡No te rías!, te lo estoy diciendo en serio, demasiado en serio. Te he hecho rico, no pensarás que voy a dejarte solo en este mundo disfrutando de lo que yo he ganado para ti. Me ha costado   demasiados dolores y sufrimientos. Sería grotesco permitirte vivir. No te rías de mí. Lo tengo todo muy bien planificado: acabaremos juntos, casi a la vez. Va en serio, si no me quieres creer... Ahora, por favor, vete, estoy cansado y necesito estar solo. Búscala por todas partes, has de dar con ella, la necesito. No me preguntes su nombre. Ya te dije que no recuerdo como se llamaba. Creo que nunca llegué a saberlo. Es lo que menos importa: ella y nada más. Para mí no tiene nombre: Ella y basta. Tráemela. Si no, no volverás a verme en un escenario. ¡Adiós!, Goldeman.
- Sabe, señorita Raquel, ese que se va es Goldeman, mi representante: un asqueroso judío norteamericano. Está tan loco como  yo  y es un mierda. A veces me da lástima. Su propio nombre dice lo que él es: golden—man. El hombre de oro. Gracioso, verdad. Es un impotente. Perdóneme si desvarío. El dolor me volverá loco si aún no lo ha hecho. Es lo mismo. Goldeman es un perro viejo. Lo conocí en San Francisco. Todo empezó allí. Yo había estudiado mi carrera en la Universidad. Dese cuenta, quién se lo iba a imaginar, yo, es un secreto, doctor en ciencias económicas y políticas por la universidad de Barcelona. Hasta hice una tesis doctoral que me fue aprobada cum laudem sobre la inutilidad de la Sociedad opulenta, de la sociedad del ocio, sobre sus contradicciones: demostraba matemáticamente que la sociedad del superbienestar, con todo su tinglado de anuncios, marketing, publicidad, agresión, superventas, grandes ejecutivos, supercorporaciones, multinacionales que quieren hacernos la vida más agradable y llevadera.... lleva irremediablemente a la humanidad hacia su destrucción total. Una tesis muy larga y poco trabajada. Disfruté mucho mientras perdía inútilmente el tiempo con ella. Fue la época en la que yo aun creía en las cosas y en los hombres. Pensaba que con mi doctorado bajo el brazo se me iban a abrir las puertas de la Administración y conseguiría un cargo público y que mi situación y mi vida iban a quedar resueltas. No fue así. Entonces intenté ser escritor. Siempre me ha gustado. Hice algunos intentos, tengo bastante imaginación pero eran demasiado políticos, descargaba en ellos todo mi odio y toda mi repulsa hacia la Sociedad considerándola como una mesa amorfa de borregos. Sigo aun juzgándola así. No eran comerciales, no se iban a vender, y no triunfé nunca. No me los publicaron jamás. Entonces fue cuando me decidí a marchar, emigrar  como un aventurero más, a los Estados Unidos. Me alentaba la idea de que allí son muchos los extranjeros que trabajan en sus universidades, se especializan en su tema de estudio y hasta se labran un porvenir brillante. Para mí resultaba sumamente atrayente: los Estados Unidos, los yankees, el centro  neurálgico de mi tesis doctoral. Antes había estudiado la sociedad de la opulencia desde lejos, tomando como referencia la europea porque la conocía y trabajos sobre los americanos; ahora iba a ser distinto: los iba a conocer directamente, material de primera mano, sin interferencias ni opiniones ajenas. Podría seguir profundizando en este mundo del usar y tirar y del "money's God" hasta convertirme en un auténtico especialista. La verdad fue muy distinta: ya éramos demasiados. En un principio la cosa fue bien: tenía lo que quería. Un puesto de profesor de economía política en la Universidad de Columbia, en New York. Estaba eufórico era demasiado. Mi sueño era ya realidad. No ganaría demasiado pero para comenzar era más que suficiente. Al decano le interesaba el programa de la asignatura que yo iba a impartir como prueba durante un periodo no determinado y si resultaba formalizaríamos un contrato en regla con un aumento considerable de mis honorarios a percibir. Me advirtió que tuviese cuidado con lo que hacía y decía, me metía — según él— en un terreno muy peligroso en el  que era necesario pisar fuerte pero con sumo cuidado. No le comprendí o quizás no me convino oírle. Mi espíritu estaba en exceso contento. Empecé mi curso, bueno, digo curso, pero en realidad no era más que un seminario para licenciados que se preparaban para doctorarse, con muchas ganas de triunfar, de llegar a ser parte de la plantilla de aquella prestigiosa universidad.
El primer día de clase me desilusioné un poco: había soñado con un aula llena y sólo éramos una docena alrededor de una mesa en una sala demasiado pequeña. Mi proyecto era dar un curso de economía marxista, soy un especialista en ella. Comencé el primer día hablando de Marx, de Engels, de Lenin, de los análisis marxistas de la señora Robinson, de Marta Harneker, de P. Baran, de P. Swezzy, de las innovaciones estudiadas por Piero Sraffa, de la economía del desarrollo y de la planificación según Bettelheim, y de otras muchas cosas más. Intenté introducirlos en los problemas básicos de la producción  y distribución siguiendo un modelo económico simple en el que no hay reproducción. Les hablé de la plusvalía, del capital fijo y del capital variable  ¡ Qué decepción me llevé!. No habían oído hablar apenas de todas estas cosas. Con lo importantes y esenciales que eran para mí. Me miraron con ojos perplejos. Vamos, no era para tanto: comprendía que mi inglés no fuera demasiado bueno y eso no podía mejorarse, pero con un poco de buena voluntad por parte de todos podíamos incluso llegar a ser buenos amigos. Más adelante los introduje en la lectura del Capital — era imprescindible hacerlo- siguiendo a Althusser: no me entendían en absoluto, no me seguía nadie, sin embargo no me desalentaba por ello: me había propuesto triunfar e iba a conseguirlo. Mis clases duraron justamente una semana. Me llamó el decano a su despacho y me explicó cosas que yo ya sabía: mis clases no interesaban a nadie y que  los alumnos no asistían a mi seminario porque en los Estados Unidos no interesa oír hablar de economía marxista, a nadie le interesa la planificación y el desarrollo siguiendo el esquema marxista porque eso es malo, peor que el mismo demonio, ¡ es comunista!. Debía haberme dado cuenta antes. Todos los yankees pertenecen al ejército permanente que lucha por su país en la guerra fría. Y todavía es mejor en la guerra caliente. Él había intentado que mis clases fueran posibles, pero los resultados eran demasiado patentes. Me prometió darme una carta de recomendación para alguna otra universidad que fuese más pequeña o con menos prestigio. Tal vez en San Francisco o en Los Ángeles, al otro lado del país, piensen distinto y acepten este tipo de clases. Lo mejor sería que regresara a su país, allí al menos estaría en su casa — me recomendó. Le prometí pasar al día siguiente a recoger la carta y el salario que me correspondía. No volví nunca a pasar por su despacho para  cobrarlo.  ¿Para qué?. Había orientado mal mi carrera desde el principio. Debería haber estudiado economía de empresa o inversión y financiación, vamos, algo más tangible, más útil y que diera más dinero. A mí siempre me gustó la economía marxista: fue mi error, el fallo de toda mi vida: no querer ser uno con el sistema capitalista, renegar de sus dioses en su propio caldo de cultivo. Pero ya estaba hecho y no quedaba remedio alguno. Aquella noche estaba desolado, de desecho, roto. Sólo faltaba que alguien  vinera y se molestara en recoger mis trozos dispersos en el suelo y echarlos a la basura. Pero no había esa persona, al menos allí y en aquellos momentos no. 
No recuerdo bien lo que hice. Tal vez cogí un avión. Tengo una sensación vaga del vuelo, pero no puedo estar nada seguro. Me encontré con Ella. También estaba triste, abatida, como yo. Sólo dos almas que en un momento se sienten gemelas son capaces de ayudarse  a su manera o bien de recorrer ese largo camino descendente hasta la nada. No sé si fue en un bar, o en la calle, o en un parque, o en el aeropuerto o en algún otro sitio. No lo sé. Por más que lo intento no consigo recordarlo. Creo que nos emborrachamos los dos con su dinero. En los Estados Unidos era lo único que podíamos hacer si queríamos ser unos buenos americanos. Las nauseas evitan que pienses en demasiadas cosas contraproducentes para tu estado anímico en esos momentos. No piensas absolutamente nada sobre ti, sobre tu resentimiento, sobre tu inutilidad. Eres un letargo en estado puro. Te dolerá luego la cabeza, pero no será por tus preocupaciones no que no eres  capaz de resolver y mucho menos por tu acuciante perspectiva de futuro, será tan sólo un dolor físico, agudo, penetrante que te invalidará, pero sólo físico. Nos fuimos juntos a algún sitio desconocido para mi dispuestos a sucumbir. Nos faltaba todo, incluso moral, para seguir adelante. Al menos esa era la vaga sensación que rondaba por nuestras mutuas cabezas realimentándose a medida que el tiempo pasaba. En nuestro estado en aquellos momentos no era posible  mañana. Tampoco nos importaba.










































Sueña tú, Laura,
sueña tú,
sueña, sueña, sueña.
Sueña tú, Laura,
sueña tú que puedes.
Sueña tú
que eres doncella,
tú que eres pura,
tú que eres mujer,
tú que esperas a alguien que te desvirgue,
tú que deseas,
sueña tú, Laura.
Tú que anhelas ese momento sublime,
ese instante sencillo y grandioso
en el que el amor se santifica,
sueña tú, Laura,
sueña, sueña, ¡sueña!
tú que aún puedes.
Sueña, Laura, sueña. Tal vez un trozo de vela
de mango de escoba
de cuchillo
de nabo
de tallo de cardo
de caña
de tubería de plomo
de tus propios dedos
de cuerno de choto
de tenedor
de rama de pino seca
de mango de pico
de atizador
de tejo
de cualquier otra cosa
pueda servirte, tú sabrás hacerlo.
Piensa en algo que sea muy duro,
que para algo te vendrá bien. No lo dudes.
Y mientras, ayúdame en este largo sueño.
Olvida todo lo demás, piensa en eso coronado
por pelo rizado de panocha de maíz.
¿Quién sabe?, su troncho
también puede serte útil.
Sueña, Laura, sueña ahora que eres vieja.
Sueña ahora que has desperdiciado tu vida
sueña, tú Laura, sueña tú que puedes.
Piensa en tus senos flácidos y caídos,
sin leche,
sin néctar delicioso,
 miel que fueron,
algo que ya no sirve,
alimento que se echó a perder hace tiempo,
que ya no existen,
Sé pura, Laura, tú que puedes, y piensa en la muerte.
Porque dentro de muy poco tiempo
! Olvídalo! ...
Yo soy uno más que pasa por ahí,
uno que viene y va.
Después será sólo la muerte.
Ya falta poco, cada vez menos, cada día que pasa
y el último que se avecina presuroso.
Total : Nada.
Dinero y más dinero.
Y dolor... Y sufrimiento.
Inutilidad y mentiras.
Una mentira absoluta armada dentro de un entramado de mentiras.
Un espectáculo creado para que la gente se divierta.
Todos creen que también él es mentira.
Y ... mi muerte es segura.
Piensa, Laura, piensa tu que puedes.
¡Sueña!, tú sabes hacerlo.
Y no olvides lo de sublime que hay en todo ello.
¡Qué puedo importar yo a los demás!: será Alex el que se ha ido.
Debía saberlo desde el inicio. Era algo inevitable en mi vida que se originó
con la puesta en marcha primera  del espectáculo.
¿Qué representará mi muerte?: Nada: uno más que se va.
Otro.
 ¡Goldeman, te he hecho rico!.
No te importe haber muerto virgen, Laura, tú ya eras vieja.
Tu también morirás. Me agrada que te tengas que morir, que deban
morir a largo plazo todos, que al final no quede nadie.
Al menos es un consuelo.
Lo único que he conseguido ha sido adelantar un poco mi óbito.
 ¿Qué suponen unos días menos comparados con toda la eternidad que se avecina?.
 Tú, ¿acaso lo sabes bien?.
Afronto mi muerte tranquilo, preparándome para que llegue,
 no quiero aferrarme a la vida.
Ahora ya siento que me sobra.
Tal como yo estoy  en estos momentos ¿para qué puedo quererla?.
Sueña,tú, sueña.
Pudiste ser madre,
pudiste sufrir los dolores de la parturienta,
recuerda, Laura, recuerda:
 ¡lo que pudiste haber sido!.
Ahora no sirves para nada.
No llores, no es necesario, no derrames tus lágrimas
Porque nadie las va a recoger.
Te pasa como a mí, pero con una diferencia: no me importa en absoluto.
 Me he divertido y he sufrido,
he sentido el miedo en mi cuerpo, he dicho miles de veces
 hasta saciarme y quedar ronco: ¡No lo volveré a hacer, no seré capaz, no puedo más, voy a abandonarlo todo. Y después... he seguido,
 he actuado una y otra vez hasta arribar a ese extremo
en el que nada me interesa ni me importa.
Hasta ahora...
Sueña,Laura, sueña,
sueña que no eres virgen,
sueña con el hijo que pudiste haber tenido:
ahora sería poco mayor que yo, tal vez como mi padre:
no habría valido la pena.
Sueña, Laura, sueña
que eres la abuela de todo el pueblo,
divertido  ¿verdad?:
la abuela de todo el pueblo siendo soltera,
doncella de toda la vida.
Todos te llamábamos siempre abuela y te tirábamos piedras y tú corrías detrás nuestro  para cogernos y castigarnos. De eso sí que me acuerdo: de lo mucho que nos hacías correr, vieja puñetera. En el fondo eras buena, cualidad que no he vuelto a encontrar nunca en nadie más. Después íbamos todos a tu casa y nos dabas caramelos, y petróleo, y nos aplaudías. Siempre tenías algo para tus queridos chiquillos
que te tiraban piedras porque olvidabas con facilidad  el pasado.
Sueña, Laura, sueña
en esa mano añorada que te iba a palpar las piernas y te acariciaría el sexo,
sueña, ahora que estás muerta,
como lo estaré yo dentro de poco,
como lo estaremos, después, todos.
Me hubiese gustado ser de verdad nieto tuyo. No sé por qué. Es una idea bonita como otra cualquiera. Siempre me han gustado mucho este tipo de pensamientos absurdos e inútiles. También ahora me acuerdo de muchas cosas más  de mi niñez, de mi pueblo: yo tenía — puede que aún lo tenga — un hermano más pequeño que yo y que tú querías mucho porque de chiquitín te llamaba "yaya". Y tú, Laura , te sentías orgullosa y feliz con tu pequeño nieto adoptivo. No sé qué ha podido ser de él. Recuerdo que vivía. ¿Qué más da?. Lo había olvidado por completo. No sé cuándo era, más  bien tarde, no sé, ahora me viene así de pronto a la cabeza, nos pasamos varias horas buscándolo por todas las calles del pueblo porque íbamos a hacer una sesión de cine en la entrada de las escuelas viejas y no podíamos, no  debíamos, empezar sin él. Nos pasamos toda la tarde entera. Me hubiese gustado que tú hubieses estado allí con nosotros, mas ya no estabas. Nada más éramos cuatro. Alguien empezó con voz aguda, no sé, no lo recuerdo bien — me cansa el tener que pensar en cosas que sucedieron una vez,  ¡maldito el momento en que fueron! — tal vez lo cantó alguien.  Sí, cantó primero una musiquilla horrible y después dijo: " Cifesa presenta". Del título sí que no, eso sería demasiado recordar.  Y volvió a cantar lo mismo de antes. Era impresionante, incluso divertido,  asistir a una sesión de cine sin cámara, ni película, ni nada, solamente imaginación pura, con cuatro personas de público. Y era lo de memos. Lo que importaba era nuestra capacidad de improvisación. Cada uno de los que allí estábamos íbamos narrando — sería más exacto decir inventábamos— las distintas secuencias y trama de la película tal come queríamos que fuera: "mira, ahora sale Laura cuando era joven, sí, cuando era joven y bonita, porque tú alunas vez tuviste que ser guapa y deseada por alguien, seguro, sí, sí, la vieja bruja de Laura, y un hombre — el chico bueno: todas las películas tienen siempre un chico bueno - muy guapo la besaba en los labios. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once y... CCO. Pobre Laura, se va a quedar sin respiración. ¡Qué morreo!. Seguro que a Laura nunca nadie la besó así, de esa forma. Hombre, si fuera así de joven y bonita también la besaría yo y ... la jodería. Sí, pero Laura ya era vieja, y no estaba. Alguien te tiró unos besos a la pantalla.  ¿Los sentiste en tus mejillas, Laura?.
Sueña tú, Laura, sueña
con el sexo joven y dorado que te desvirgará,
sueña, Laura, sueña
con mi hermano que no sé dónde está.
Sueña, Laura, sueña
con lo que pudo ser y nunca fue.
Piensa ahora que ya estás muerta,
piensa ahora que sólo queda de ti lo que los gusanos no se dignaron comer.
Así acabaremos todos: exquisito manjar para los gusanos, y más tarde:
... nada : la eternidad.
Cosas que se confunden,
cosas que no sucedieron,
cosas que alguna vez llegamos a desear,
cosas, cosas, y más cosas.
¿Quién sabe?. Tal vez la próxima vez que vuelvas a nacer tengas ese hijo que nunca existió y que tu por las noches arrullabas en tus viejos y huesudos brazos
cantándole una nana muda
que únicamente tu conocías, en silencio. Y todo por vergüenza:
 ¿qué te podía importar a ti que los demás te vieran?:
tú querías tener, deseabas, querías, querías, querías tener, hasta volverte loca, un hijo.
 ¿Y qué?. No era nada malo.
Nadie te quiso por esposa.
 Tampoco quisiste ser mujer de nadie.
No tuviste ese hijo tan llorado porque nadie se dignó hacerte,
ni tan siquiera a cambio de nada.
Tal vez nunca exististe y estés sólo confusa en mi mente,
sobre todo ahora que debo pensar en mi muerte cercana.
No sabría decirte por qué me he acordado ahora de mi niñez.
Tal vez siempre he sido un niño que no ha sabido hacerse hombre.
Puede que porque me gustaría volver a empezar de nuevo  parar probar suerte
 en esa mierda que es la vida. No, todo sucedería de la misma forma,
 tal como ha sido siempre hasta ahora.
O quizás porque fue la única época de mi vida en la que alguien, tú,
me quiso de verdad.
Sueña, corre, sueña, sueña, ¡ sueña!.
Las cosas corren,
los hombres corren,
sueña, corre, sueña, sueña,
piénsalo sólo une vez.
Y no más.
Pensar cansa.
Cuesta menos soñar.
Y es más agradable.
Sueña, Laura, sueña,
tú que puedes,
el ideal es lo que importa.
No lo dudes: es lo que importa.
Todo lo demás no nos interesa.
Un día también estaré muerto, muerto.
Sueña, corre, corre, ¡ muerto!.
También las ideas se mueren en algún momento,
pero eso no importa:
tu existes,
yo existo.
Sueña tú, Laura, sueña tú,
porque sólo tú puedes hacerlo.























Desde pequeño, mamá procuraste  hacerme extraño y raro. Pretendías que yo fuese un ser apático, doblegado por tu forma de pensar y actuar. Normas  atípicas  sin fundamento alguno, basadas en ideas obsoletas. Laura no era así: ella quería que fuese alegre, divertido, feliz, y, sobre todo, normal. Lo mismo que tú anhelabas, pero al revés. Tú siempre me repetías:" no toques nunca, y mucho menos se te pase por la cabeza pegar, a las chicas; tú eres un chico y un chico no puede tocar a las chicas porque es pecado. Y mucho menos se te ocurra levantarle a una las faldas para verles el culo, bueno, las bragas y ni dejes jamás que te lo vean a ti, sobre todo nunca enseñes a una chica la pilila, porque eso es también pecado mortal". Y yo procuré siempre que no me la viera nadie porque era pecado muy grave y Dios, tu dios, me castigaría mandándome para la eternidad a las llamas del infierno. Un día vinieron unos médicos de la capital para vacunarnos  a todos los críos de la viruela y otras posibles enfermedades infantiles y en esta circunstancias nuestras madres nos llevaron al salón del ayuntamiento para que a todos los niños y niñas nos pusieran la vacuna. A todos se las inyectaron en el brazo. Pero conmigo  fue diferente. Yo no quería, de verdad que no quería y debías haberlo comprendido al instante. Me daba mucha, demasiada, vergüenza. Iba a cometer un pecado mortal que me condenaba de forma irremisible a arder en las llamas del averno. Te saliste con la tuya. Como siempre. Me cogiste en brazos a pesar de mi resistencia y mis lloros y me bajaste los pantalones y los calzoncillos delante de todo el mundo, delante de todas las chicas para que me pincharan en el culo. Y yo ya tenía cinco años, era responsable ante tu dios pese a no haber hecho la comunión, me habías bautizado y por tanto era un  miembro de la Santa Iglesia. Y yo lloraba porque todos me habían visto lo que tú me habías recalcado que tu dios castigaba si te lo veían. De verdad que yo no quería, no quería que nadie me viera el culo y estaba asustado ante tamaña afrenta a tu dios y seguro castigo que en la eternidad me tocaría padecer. Pero no, tú tenías que salirte con la tuya: ¡ qué te importaba a ti la vergüenza y el seguro castigo de tu hijo! Lo único fundamental en aquella ocasión era que siendo tú la maestra tu hijo debía obedecerte y dar ejemplo a los demás niños. Tenía que dar ejemplo, de qué, ¿de ser pecador a la fuerza porque su madre así lo había decidido?. Claro, era el hijo de la maestra y para ti era más importante salirte con la tuya dando ese ejemplo a las demás madres que el pecado que tu hijo cargaba en su cuenta ante Dios.  ¿Por qué aquel bochornoso espectáculo? ¿Acaso era yo distinto  a los demás? ¿ Por eso tenías que bajarme los pantalones delante de todo el pueblo? ¿ Por qué a mí en el culo si a todos los demás se les habían  puesto en el brazo? ¿ Por qué? ¿por qué?.
Unos meses después, cuando yo tenía a mi entender todo  derecho a replicar y le dije a una mujer :“ Mierda, no me da la gana". "¡ Oh!, habrase visto  ¡qué mal educado! y nada menos que  el hijo de la maestra!. Sí, mamá, tu sabes que aquella dichosa y oportuna mierda me costó muchas mierdas más y los dos meses de castigo que tú me hiciste pasar en la cárcel de casa de la tía de Barcelona. Cada vez que me provocaba y me ordenaba comportamientos absurdos de niño de la capital le replicaba mandándola a la mierda y, sabes mamá, la tía me encerraba en el wáter para que estuviese a gusto con mi mierda. Y cuando al fin, al menos una hora después, me iba a dejar salir lo primero que hacía era preguntarme ¿qué, te ha gustado?. Y yo le respondía que no. Lo volverás a decir?, un niño bien educado, como tú deberías de ser, nunca, nunca jamás, debe decir palabrotas tan sucias. Has de ser un caballero  del Niño Jesús y saber que esas palabrotas  que salen de tu boca te las dicta el demonio y que  por tanto son un pecado que ofende a los oídos de Dios. Tú las dices porque eres una pequeña bestia de pueblo sin educación. Pero ten bien seguro que cuando te vayas de aquí ya no las dirás,           que para eso estoy yo. Y seguía así con su perorata hasta que yo me cabreaba y no pudiendo más le gritaba. "¡Mierda, váyase a la mierda!". Y volvía encerrarme de nuevo en el wáter amorrándome primero a la taza para que la oliera bien y la tuviera más presente. ¿ Me entiendes, mamá?. No, tú  nunca pudiste entenderlo. A ti nunca te preocupó comprenderme. Después regresé  al pueblo a medio domar. Era invierno y tú te empeñaste  en que debía ir siempre con una bufanda en el cuello para que no me constipara, cuando ningún otro chico la llevaba. Y  delantal, una bata con rayas blancas y azules que yo no quería llevar porque con él parecía una chica. Sí, mamá, parecía una chica. Era el hazme reír de todos mis amigos
con mi delantalito a rayas. Mas tú tozuda. Nada mío te importaba. En la capital, en Barcelona, los chicos los llevan y no tienes que hacer caso a los chavales del pueblo. Un día nos iremos de aquí y entonces serás un jovencito de capital. Y yo no quería el delantal. No, mamá, el delantal no. Igual que una chica. Y yo era un chico. Sí, el hijo de la maestra, el hijo que debe ser bueno y dar ejemplo. El hijo que no puede jugar ni decir las mismas cosas que los demás compañeros de la escuela porque yo era diferente. Yo no era, según tú, para el pueblo, sino para Barcelona. Un señorito de capital. Y yo no quería ser un señoritingo cursi. Yo no quería ser de Barcelona. He nacido aquí, en este pueblo, y de aquí quiero ser siempre. No quiero llevar el delantal,
ni la bufanda y mucho menos el traje de marinero que tú me hiciste, como los chicos de la capital. No, mamá, no quería, pero tú me obligabas siempre a llevarlo. Debes llevar el delantal porque si no te ensucias mucho la ropa y el hijo de la maestra debe dar siempre ejemplo yendo limpio. ¿Por qué, mamá? ¿ por qué el hijo de la maestra tiene que ser diferente y llevar el delantal, la bufanda y el trajecito de marinero?. Nadie los llevaba. Yo quería, soñaba con ello, ser un niño normal. No, yo no miraba a las chicas  ni hablaba con ellas cuando lo que yo quería era jugar con ellas, pegarme con ellas y tocarles el culo. Y no, no podía, era el hijo de la maestra. Recuerdas que una vez le pegué a una al salir del rosario y le rompí el velo porque antes ella le había pegado a mi hermano pequeño abusando de que ras bastante más mayor. Tú a la mañana siguiente me obligaste a comprar otro velo e ir a su casa a pedirle perdón y darle el nuevo. ¿ Por qué?¿era necesaria esa humillación?. Lo que había sucedido era una cosa normal, entre críos, no revestía  mayor importancia. ¿ Por qué tuviste que humillarme así? ¿ Por qué una nueva humillación? ¿ Por qué?
Tú crees que todas estas cosas las he olvidado. Tú sí . Pero te equivocas una vez más respecto a mí. No las he olvidado en absoluto. Me dejaron demasiada marca.  Es lo único de mi infancia a tu lado que recuerdo. Me gustaría tenerte ahora aquí junto a mí para que pudieras oír lo que nunca te he dicho. Eras una tirana, siempre lo fuiste, no te importó nunca humillarme y avergonzarme para dar ejemplo sin darte cuenta de que yo era un niño muy sensible al que todas esas coas le quedaban muy grabadas en su
mente causándole enorme daño. Por eso nunca pude quererte como a una madre. Recuerdo como si fuese ahora  cada una de las humillaciones que me hiciste pasar siendo yo orgulloso, como todos los de mi familia. Mas tú no lo comprendiste nunca. Yo era tu hijo y tú mi madre, una persona mayor que podía jugar con los sentimientos más profundos y arraigados de su hijo sin darse cuenta de que éste también tenía su personalidad, una personalidad que se iba fraguando, tomando consistencia hasta ser al final una persona adulta hecha y derecha, irrepetible y que no podía soportar la vergüenza de verse humillado ante los demás por cosas que no tienen ninguna transcendencia.
Cuando las hogueras de San Antonio todos los chavales buscábamos un nabo para ponerlo  incrustado en la punta de un palo y por la noche, cuando ardían las hogueras lo calentábamos mucho y corríamos detrás de las chicas para metérselo por debajo de las faldas pretendiendo quemarles el culo. Era muy divertido, seguro de que lo era. Aunque todos jugaban a hacer que  se lo metían y en verdad era mentira, nada más consistía en un juego provocativo sin maledicencia alguna. Pero yo nunca lo supe porque no me dejaste hacerlo jamás. ¡ Era el hijo de la maestra!. Yo quería hacerlo también, lo deseaba más que nadie. Ni siquiera me permitías ir a tirar piedras y sal a los otros fuegos para que hicieran ruido y saltaran al calentarse en exceso. No, yo no podía hacerlo , ¡ me habría ensuciado el delantal!, ese babi asqueroso que yo hubiese echado muy gusto  a la hoguera en aquellas noches me lo impedía. Y sin embargo  yo lo deseaba. Como siempre, era el hijo de la maestra.
Después, siendo yo más mayor una chica te sopló que yo le había visto el culo, bueno las bragas, valiéndome de un truco, que entonces estaba de moda entre todos nosotros. Todos los usaban porque no hacía mal a nadie. Era otro juego inocente sin ninguna intención perversa. Tú no lo entendiste así. Cogíamos trozos de espejos rotos y los sosteníamos bien cogidos al zapato,  nos acercábamos a las chicas y mientras charlábamos con ellas de cualquier tontería aprovechábamos para ponerles el pie con el vidrio debajo de sus piernas para verles todo lo que jamás nos enseñaban. Me castigaste y me pegaste en público, para que aprendiera. ! Qué horrible fechoría!. El hijo de la maestra mirándole el culo a las chicas. Todos lo hacían. Debería haberte hecho gracia nuestra pícara ocurrencia. Laura lo encontró muy divertido .
Hice mi primera comunión en Montserrat con mi primer pantalón largo. Parecía un señorito de capital, aunque en aquella ocasión no me importó lo más mínimo. Me sentía un niño grande, casi hombre a pesar de mis siete años con aquel pantalón largo negro. Y cuando yo ya me sentía plenamente feliz se te ocurrió cogerme para quitármelos y ponerme delante de todos los  que por allí pasaban unos cortos. Yo no quería, era feliz con ellos, pero un par de bofetadas bastó para que te salieras con la tuya. Como siempre. Me los quitaste sin contemplaciones, a la fuerza, a pesar de mis lloros y gimoteos y me pusiste unos cortos allí delante de  todo el mundo, allí cuando todos los turistas nos miraban y nos hacían fotos. Sí, mamá, cuando todos nos contemplaban, cuando todos estaban pendientes del  typical spanish show que les estábamos brindando dentro de aquella España negra de  dictadura y pandereta clerical retrógrada que tanta gracia les hacía a ellos. Deberías haberlo comprendido: les ofrecíamos otra imagen más de España profunda y yo me moría nuevamente de vergüenza. ¿Lo recuerdas, verdad? ¿Verdad que lo recuerdas?. No, no puedes recordarlo, pero yo sí. Ahora comprenderás por qué yo soy así, por qué he llegado a este extremo y por qué he hecho lo que he hecho. Soy tu consecuencia, tu obra maestra perfilada, modelada tal como tú deseabas. Me cagaste en vez de parirme para utilizarme, para demostrar en mi toda tu autoridad y todo tu odio. Más hubiese valido que jamás me engendraras. Fue para ti, estoy  convencido, un descanso el echarme al mundo, debió costarte lo tuyo, pero no debiste hacerlo nunca. No te lo perdonaré mientras viva. ¡Jamás!. Puedes estar segura. Por eso no deseo verte ni saber nada de ti. Si has muerto, mejor. Así seré completamente libre. Siempre creyéndote con autoridad sobre mí para hacer conmigo lo que te viniera en gana. Nunca pensaste seriamente en que yo era tu hijo. Tal vez un mal engendro que no debió haber nacido nunca, Un arrepentimiento, una osadía, un monstruo. ¡Quién sabe?. Me alegra de que no hayas venido nunca a verme. No te habría recibido. Prefiero creer que nunca has existido. Mejor para los dos. Ahora estoy por encima tuyo, soy rico, soy famoso, mas no confíes ni sueñes, qué te piensas, el día que yo me muera, que será muy pronto, no te dejaré nada, ya puedes hacerte  a la idea. Nunca me diste nada: la leche que te mamé estaba agria. No iba a hacer yo ahora algo distinto contigo. Nadie sabe que existes: es lo único que me preocupa: quiero que todos sepan que eres la progenitora, la madre, de esta mierda que es tu hijo, que eres el origen de esta cosa deshumanizada, de esta porquería, de esto, de ese monstruo llamado Alejandro. Quiero que todos te odien por ello. Que te sientas detestada por todos. Debe ser algo maravilloso para ti el sentirse así, rechazada, tachada de infame, de loca. No, mejor que no lo sepan. Es la única concesión que te hago y no me lo agradezcas, no es necesario. Así continuarás permaneciendo en esa anónima mierda en que vives.





















Que no me pregunte nadie cómo era. No sería capaz de explicarlo. Sencillamente : no sabría hacerlo. Su pelo, su rostro, los perfiles de su cara, sus labios : tersos, suaves, sesedosos, ni finos ni gruesos: oportunos, apetecibles y necesarios; sus ojos grandes y negros, su mentón prominente  aunque no tanto como para que se notara a simple vista: toda ella era así. No puedo recordar nada más que la defina. Ni siquiera recuerdo dónde me topé por primera vez con ella. La miré a la cara y se  detuvo y siguió mirándome fijamente, se fue aproximando hasta tocarme, no dijo nada, me cogió de la mano y me llevó, sin soltarme en ningún momento, con ella, arrastrándome prácticamente.
Creo que era de noche. Tal vez iba yo borracho. No estoy completamente seguro. Me dejé conducir: mi voluntad no estaba en condiciones de oponerse, de obrar de otra manera. Qué me importaba en aquel momento que la deriva   fuese en una dirección u otra. Me llevó hasta un apartamento, tal vez el suyo. Sí, debía ser el suyo, pues de otra forma no habríamos ido allí. Subimos muchas escaleras: no había ascensor en aquel edificio. Resultaría inútil intentar detallar ahora todo cuanto componía aquella habitación: había una cama, un sofá, algunos cuadros... También, creo, una diminuta mesa y una cocina pequeña y ... muchos libros. Y un poster de alguien famoso que yo ya había visto en alguna parte con anterioridad: era la figura de un hombre más bien joven. Me hubiese gustado hablar con ella, explicarle toda mi vida de un tirón, decirle que yo era español y que me llamaba Alejandro, preguntarle cuál era su nombre, qué hacía, a qué se dedicaba. Parecía estudiante o algo por el estilo: !qué ilusa!, estudiante: perder el tiempo inútilmente para no aprender nunca nada nuevo. Pero en aquellos momentos eran demasiadas cosas las que se apiñaban a la vez en mi cabeza y me resultaba totalmente imposible comenzar por una de ellas: olvidaría al instante todas las demás. No dije demasiadas cosas:
- Sí.
-  No.
- Tal vez.
- Sí, gracias.
-  Puede.
-  No le sé.
- Quizás.
-  No, gracias.
-  No importa.
-  Gracias, así está bien.
Palabras y más palabras sin significado propio. Habría necesitado añadir predicados,  trozos de frases que les dieran un significado lógico. Lógico, bonita cosa: no existe: todo es incoherente, absurdo y sobre todo  demencial. Yo estaba bien allí, ¿por qué tenía que complicar las cosas con sentidos vagos e imbéciles si en aquellos momentos yo ya estaba bien como estaba, si su compañía me estaba resultando fructífera?. Si algo está bien no hagas nada nunca para cambiarlo, siempre será peor. Me bastaba con tenerla a ella a mi lado en medio de aquel enorme caos. También me preocupaba el no tener nada de dinero. Debía regresar a  New York a fin de ver al decano, cobrar mi liquidación laboral y recoger su carta de recomendación, tal como habíamos acordado. No obstante, ¿qué interés pueden tener una carta y unos pocos billetes?: ¿pueden remediarme algo?: ¡no!. Si se lo que tenía que recoger era una mierda, mejor que se quedara el decano con ella. Tomé una decisión poco importante, o tal vez demasiado transcendente, qué más daba: decidí no ir: era lo mejor. Después de todo: ¿para qué malgastar mi tiempo en ese desplazamiento en el que con toda seguridad iba a gastarme más o menos lo que iba a cobrar?. Debía pensar en otras cosas, centrarme en mi futuro: sólo eso iba a contar a partir de estos momentos para mí.  El futuro: lo más importante a tener en cuenta: no existe, es un impostor: sólo perdura  el presente: vil paradoja cotidiana que se nos presenta a todos en el momento más inoportuno, cuando menos deseamos su presencia. La cochina realidad presente que siempre se ha de malmeter para mandarlo todo a la mierda.
Me sirvió algo de beber y me miró fijamente a los ojos al darme el vaso: quería acariciar mi cabeza, pasar su pequeña y delicada mano por mi suave pelo, largo, negro y limpio, apetecible por lo que estaba viendo.  No se atrevía, había algo que le molestaba, algo que de momento  le impedía hacerlo.  Le cogí la mano y tiré fuerte de ella hacia mí. Cayó  asuntada sobre mis rodillas y quedó paralizada. No se lo esperaba. La tenía cogida, atrapada, todo iba a resultar más sencillo a partir de aquel momento, había roto y traspasado  su barrera de timidez: acaricié su larga cabellera lacia y negra - era morena- y sin que apenas nos diéramos cuenta la estaba besando. Besos y más besos. Me gustó el sabor de aquella boca: me recordaba algo pasado de mi vida. Continué dándole más besos, y más y más, no me saciaba.... Mis manos habían desabrochado los botones de su blusa, despasado el cierre de su sostén, dejando en libertad, al fin la libertad, sus senos. Y yo  acariciándolos, besándolos, violentando el botón de su pantalón ajustado, descorriendo la cremallera de su bragueta, tirando hacia abajo su minúscula braguita pasando febrilmente mis dedos por los contornos abultados de los labios  de su sexo. Me agradaba a mí y , por lo que sentía, disfrutaba ella:  gozábamos los dos. Éramos, sin darnos cuenta, una misma cosa, enroscados el uno en la otra, comiéndonos ambos a la vez, besándonos en todas las partes de nuestro cuerpo como si jamás lo hubiésemos hecho, como si ésta fuese la primera vez y existiese la posibilidad de ninguna otra. Desnudos en el sofá, desnudos por el suelo, desnudos el uno sobre el otro. Besándonos, palpándonos, manoseándonos, lamiéndonos,  acariciándolo todo, pasando mi sexo entre sus pechos, llenos ambos de saliva, mojados ambos en sudor y saliva. Babas de ambos confundidas en una sola baba. La gran baba de un mundo babeante. Algo mágico que no puede ser explicado con palabras.  Éramos en aquellos instantes compartidos  felices, entregados los dos a esa práctica amorosa:  la más antigua que hay desde los remotos orígenes de los tiempos, entregados a algo que ha perdurado en todas las civilizaciones, entregados a lo que todos han hecho siempre: Amor. Desnudos toda la noche, haciendo compulsivamente el amor, con mi miembro dentro de ella, al calor y abrigo, el seguro resguardo,  de su cuerpo, en lo más recóndito y valioso de ella, en lo que perdura, con la pasión propia de nuestra  juventud. Pasión y goce de dos personas que han encontrado lo que tanto han buscado en vano por otros derroteros. Y una jauría de perros ladrando fuera, pero cerca, furiosos, hambrientos, acicateados por sus amos, buscándonos, persiguiéndonos, paralizados ante nuestro exclusivo acto de amor. Despiertos, deseando más, prosiguiendo con el juego a penas interrumpido. El decano delante nuestro, todo el claustro de profesores secundado por todos mis alumnos armados de palos y de porras, con túnicas blancas y alto capirote, esgrimiendo cadenas, todos señalándonos con el dedo: "Ahí están esos pecadores, esos indefensos amantes envilecidos por nefasta  obra, cogidos con las manos en la masa, entregados a la más horrenda práctica: entregados al pecado, sin ocultarlo a nadie, que sean declarados anatemas". Ante  los ojos de nuestros propios jueces, sin avergonzarnos , sin ocultar nada, al descubierto, entrelazados, desnudos, cuerpo con cuerpo, jadeantes, tal como somos, disfrutando, gozando, ensimismados, entrelazados, confundidos en nosotros mismos. ¡Asqueroso!. ¡Repugnante!, una vergüenza. Todos cantan a coro una tonadilla cargante, repetitiva, pesada, con gran desconcierto y desafino: me evocan una vieja balada que oí no recuerdo en que parte. Tal vez sea un vals o una mazurca, no llego a precisarlo. Y nuestros cuerpos desentonar en medio de ese concierto disonante coa la pureza de nuestros cuerpos desnudos al desnudo entre toda aquella chusma de mierda.
Y siguen con su yo acuso, yo acuso, YO ACUSO: todos acusan pero nadie se mueve. Y yo grito: " El que esté libre de pecado que tire le primera piedra". No pueden acusar, no pueden ejecutar la sentencia, ¡tampoco están ellos limpios! ¡ Qué puede alegar  el decano en contra de la pureza de nuestro acto?: NADA.
Nada, no puede hacernos nada,
déjalos solos, ¡que se pudran!
Te quiero, te quiero, te quiero ....
necesito de ti y de tu cuerpo...
necesito más y más amor.
Déjalos a ellos en su propia podredumbre...
están llenos de envidia...
son basura: los gusanos ya los han tomado al asalto.
Pronto serán materia putrefacta:
simple porquería humana: Nada más.
Los que ahora importan somos tú y yo
y nadie más.
Olvídate de que alguna vez existieron,
son huesos carcomidos. Roídos hasta la saciedad.
Pura carroña.
 Sabor de saliva.
Sabor de tus muslos, de tus glúteos,
de tu boca, de tus piernas,
olor de semen por todas partes.
Deja que los perros sigan ladrando,
deja que todos canten lo que quieran,
nosotros no les oiremos,
seguiremos amándonos tiernamente
hasta que llegue el fin del mundo.
Será el amor que al fin triunfa:
! Qué nos puede importar todo si estamos juntos!







— Señorita Raquel, ¿ me escucha? Usted me recuerda a veces cosas de ella, ya sabe a quién me refiero. Su forma de mirar, su manera de mover las manos, algunos gestos muy sutiles, como entona algunas frases, incluso el contenido de las  mismas, como las dice... Son muchas las cosas suyas que me traen gratos recuerdos - sus senos cuando usted se inclina sobre mí para tomarme la temperatura o limpiarme, dejándolos usted ¿inintencionadamente? insinuantes casi al descubierto; sus piernas cuando se sienta en la silla, como está ahora, ¿esforzándose? en que yo vea al color de sus braguitas e intuya, y ¿por qué no?, desee lo que se intuye tan sugerente - Estoy pensando ... no, mejor que no se lo diga. Se pondría con toda seguridad colorada, o al menos se le encenderían las mejillas. Me gusta su sonrisa irónica. Desafiante, provocativa... ¿qué pretende?.... Estuve varios meses con ella. Después, un día cualquiera me marché, abandonándola para siempre. No me interrogue sobre Ella, no sabría qué decirle, ya no - qué  puedo decirle, cómo explicárselo: toda ella a la  vez dulce, tierna y en ocasiones algo dura, muy femenina, cariñosa como usted, afable, morena, de grandes ojos  negros sumamente expresivos, con vida propia, pelo también negro, largo, muy pargo. Como ve no recuerdo demasiado de ella, es cono si en la mente ella se moviera arropada por una espesa niebla dentro de la que sólo vislumbro contornos.  Me han pasado tantas cosas desde aquel entonces. Todo da vueltas en mí, todo pugna por salir al mismo tiempo: es imposible: entonces me duele en exceso la cabeza y aunque no lo quiera me veo obligado a dejarlo aparcado. Pienso, sueño más bien, en lo que podría haber sido. Es lo mismo: qué puede importar ahora cuando la vuelta atrás no es ya posible.  Si ella viniera y me viera así: mutilado, maltrecho, la piltrafa humana que soy: sin piernas, apenas con un brazo, medio abandonado en esta cama que se semeja en exceso a una mortaja... Me comprende, ¿verdad? . Sí, usted entiende de sobras todo lo que yo le digo...y no que callo,  así me resulta más fácil hablar con usted, seguir con esta especie de monólogo hasta cierto punto liberador para mí, sólo uno se desprende de sus fantasmas cuando los trae a escena, los saca fuera y los comparte. Fui muy feliz aquellos meses, olvidado de todo y de todos, también fuera de curso legal, aislado, nada más ella - de todo no, qué va a saber esta desgraciada, si yo le explicara tal vez saldría corriendo, puede que se muriera, y eso no puede suceder. Ahora más que una mujer lo que me hace falta es una enfermera y ella lo es… no estoy en condiciones de exigir demasiado… me conformo con que sea nada más enfermera. Soy rico, tengo puede que demasiado dinero: no sé con exactitud cuánto, pero es demasiado y no me sirve de nada… necesito más de ella que no de mi fortuna, y sobre todo necesito la morfina que me suministra- Cuando  la dejé iba a tener un hijo mío. Al menos estaba embarazada. No la abandoné por eso, no me asustó el saberlo. Simplemente me marché porque debía irme, porque tenía que proseguir mi camino, retomar mi destino. Allí, con ella, tenía ya la sensación de haber perdido excesivo tiempo. No podía detenerme más.  Era ya la hora de alejarse, de marchar de su protección y poco podía ya retenerme a su lado. Un futuro hijo, promesa de futuro, sujeción  a un lugar para verlo crecer. Era una posibilidad. Lo más normal para cualquiera pero no para mí. Recuerdo que Charles Fort decía que somos libres de hacer lo que debemos hacer. Creo que también fue así en mi caso. Estaba obligado a marcharme, era lo que debía hacer. Nuestra libertad consiste en la obligación  de cumplir con nuestra misión… y mi misión, me gustase o no, consistía  en abandonarla cuando con todo seguridad más me necesitaba. Con toda seguridad ahora debo de ser padre de un hermoso y rollizo hijo, ya adolescente, que tal vez preguntará constantemente  por su padre. Lástima que no esté yo allí con él. Siguiendo su hacerse hombre. Me hubiese gustado oírle decir por primera vez, inseguro y balbuceante "papá". Es la primera palabra que todos los bebés proclaman a los cuatro vientos.  Habría sido dichoso para el resto de mi vida. Habría sido lo mejor para todos. Sí, tal vez lo mejor, aunque no puedo asegurarlo. Siempre tengo dudas con respecto a las respuestas que la gente da a preguntas que nunca se formula. De haber permanecido a su lado puede que no estuviera yo ahora en una situación tan penosa. Digo que estoy y sin embargo  no es del todo cierto: no estoy, o al menos no estoy totalmente, sólo una parte de mí, falta demasiada parte de mi cuerpo, no la vital pero sí la esencial. Será mejor que diga que la parte que resta de mí no estaría en esta situación. No, no me arrepiento de ello...
Era necesario que marchara, que la dejara. Era muy joven, apenas unos veinte años, quizás menos, cuando yo la abandoné. Era una muchacha estupenda. Sí, magnífica y digna de ser llamada mujer. Hay otra cosa que también me angustia algo, o al menos que me da vueltas: su nombre. Nunca llegué a saber cómo se llamaba con exactitud. Era ella. Con “ella” bastaba. Nunca me dirigí a ella por su nombre, no me hacía falta, hablábamos muy poco y sin embargo nos entendíamos perfectamente. Para comprenderse muchas veces  el lenguaje, las palabras, sobra y si no al menos se reduce a una simplificación máxima, a una casi total abstracción del habla para alcanzar el  sentido puro de las palabras y de las frases, purificando así, de este modo tan vago, todo aquello que realmente importa. ¿Por qué las palabras cuando es posible entenderse y comprenderse sin abrir la boca?. De este modo, obrando con suma imprudencia, es como viví largos -cortos para mí — meses con ella. Es por todo ello que quiero que Goldeman le encuentre sea como sea, y que  la traiga, para pedirle perdón por todo cuanto le hice. No, perdón no. No tiene nada que perdonarme. Cualquier reproche sería absurdo en estos momentos cuando ya he perdido tanto tiempo y tantas oportunidades de resarcirla del posible daño por mí causado. Simplemente, me gustaría tenerla aquí, a mi lado, al igual que usted, cuando mi vida se acaba. Le explicaría detalladamente los motivos que me impulsaron a abandonarla con un hijo mío en su vientre y lloraría en su regazo esperando sus palabras y sus caricias de consuelo. También deseo hacerla heredera de todos mis bienes. Son muchos. Sabe, si quiere puedo dejarle también a usted algo de mi fortuna a cambio de muy poco...¿eh?, como recompensa e sus gratos servicios: ¿le irían bien medio millón de dólares?... ¿le parece poco? ¿quiere más?... sólo tiene que decírmelo.
— No, no quiero nada suyo. No quiero ensuciarme las manos con su dinero, y menos  ganado de esa forma. Yo trabajo aquí y es de esta clínica de donde percibo mi salario. Me repugna su modo de obtener el dinero, no quiero ni puedo aceptar  nada que venga de usted. Le atiendo porque es mi obligación. No soy altruista, mi trabajo es éste y trato de hacerlo siempre lo mejor que sé y lo mejor que puedo. Dependo de un salario, realizo mi trabajo y nadie tiene derecho a pedirme  más. No me cuestiono a quién atiendo, tampoco puedo elegir a mis pacientes; es la clínica quien lo hace, yo me limito a realizar mi trabajo.
— Ya sabía que me odiaba porque no le gusta mi trabajo. Le confieso que a mí tampoco me agrada. Pero el dinero que gano es dinero ganado honradamente. Cada uno se lo gana como puede y como mejor sabe. Tampoco he tenido más opciones, era así o nada.  Usted cree que soy un hombre detestable, un monstruo...
— Usted lo ha dicho: un monstruo, un monstruo despreciable. Lo que usted hace no tiene nombre, es un crimen contra la naturaleza misma del hombre, nadie que lo imite, si hay alguien capaz de hacerlo, merecerá ser identificado como hombre, como miembro de la especie humana. Al menos yo lo veo y entiendo así.  No, no me pregunte nada. Le voy a contestar, no me importa que lo sepa: le detesto, detesto todo aquello que usted represente. Sí, le cuido, estoy siempre a su lado velando su dolor, pero me alegro de que usted sufra, es el tributo que debe pagar por su deleznable crimen. Soy enfermera, usted lo ha dicho antes, y domino muy bien mi profesión. Por eso permanezco a su lado. Cumplo con mi oficio lo mejor que puedo, Pero de eso a que me agrade atender a según qué tipo de pacientes, y  en esta categoría usted entra con pleno derecho, hay mucha distancia...
-  Le comprendo, señorita Raquel. Sabe, yo también me desprecio, también yo siento asco de mí mismo. Y a la vez siento compasión. Soy grande, poderoso, importante: son consecuencias, secuelas, de la fama. No sabe bien cuánto he llegado a odiar. Todo yo soy odio. No puede llegar a comprender mi desprecio hacia ese público que me adora, que me vitorea, que me sigue como un atajo de borregos. Ellos son los culpables de todo. Ellos vienen a verme cada vez que actúo, seguramente hay individuos que repiten. Ellos disfrutan con mi espectáculo, es algo que se sale de lo común, que rompe esquemas y en ese romper  con todo incluye sus rutinas. Les hace sentirse importantes, estar por encima mío, al menos durante unas horas. Así también ellos internamente tienen su inolvidable instante de gloria. Olvidan de este modo tan burdo  su condición de masa asquerosa, de masa sucia y pestilente: ¡ son todos una mierda!. No les importa que un hombre sufra, que un hombre muera. A ellos  qué más les da: es uno entre muchos. Todos los días  mueren "hombres" en todos los sitios. Unos de muerte natural, otros son asesinados, y todos los días hay otros que mueren colectivamente víctimas de “nuestros juegos de guerra” Qué más da. Uno más simplemente es un número que se añade a una larga lista de defunciones, como le decía no siempre voluntarias, bueno, normalmente todas comparten esta premisa: no voluntarias. Al menos la mía será diferente. Lo importante para ellos es seguir viviendo. Viendo que son superiores, que mi vejación es superior a la suya, eso es lo que les da fuerzas para seguir vegetando. Ellos piensan: uno que muere, así, de esa forma, y yo no soy capaz, yo vivo, luego existo. Es lo mismo que si dijeran:“ yo cago, echo mierda, él no, luego soy yo quien existe". Usted dirá que todo esto no justifica mis hechos, mi espectáculo. Y tiene razón: no lo legitima. Nada justifica nada. Pero es una forma como otra cualquiera de acabar con uno mismo. No pretendo nada, ya nada. Simplemente quiero que la gente se horrorice al verme, que conozca los límites a los que un hombre puede llegar cuando ya nada le importa, cuando siente que ya no es nadie. Me exime la pretensión única de estar, de algún modo, por encima de ellos, demostrándoles que al menos yo tengo valor, que al menos yo soy capaz de hacer algo que ellos no harán jamás. Les confronto con  la vileza de su condición humana.
— Sí, todo esto está muy bien pero no justifica los medios que usted emplea para conseguirlo. Se puede demostrar que todavía se es hombre, cuando ya el hombre es una especie extinguida al ser sustituida por esa masa amorfa de borregos que, según usted y yo estoy ahí de acuerdo con usted,  todos somos, de otra forma. Usted ha recurrido a la más sencilla, a la más cómoda, aniquilándose a la vez. No se sienta importante: no merece la pena, usted también es, así, un gusano que se arrastra, como todos, por la superficie de este planeta .
- Me siento, la verdad, alagado por sus palabras. Al  menos veo que es usted, señorita Raquel, lo suficientemente inteligente como para llegar a comprenderme. Y eso es muy importante, muy importante que se establezcan canales de comunicación entre ambos, que fortalezcamos vínculos mutuos que favorezcan mi pronto recuperación. Tal vez si la hubiese conocido años antes no habría ido nunca a los Estados Unidos y no habría prendido la mecha que hará explotar mi condición de hombre. Entiéndame: he pasado por tragos muy amargos. Siempre tuve mala suerte porque mi nombre y mi apellido no eran importantes. Un problema de cuna, de linaje, que demasiados, la mayoría de los nacidos tenemos y que resulta sumamente complicado ponerle solución. Sólo ahora puedo gozar un poco de la vida aunque sea así, de esta forma, sufriendo mucho,  tal vez pago demasiado coste para estas migajas de éxito y reconocimiento. A veces lo pienso y no llego a entender cómo fui capaz de empezar y llevar a cabo todo lo que he hecho hasta el momento. Estoy seguro de que si tuviera que empezar de nuevo  con toda seguridad que no sería capaz. Lo más difícil  siempre es la primera vez.  Una vez ésta se supera luego todo eso  cuesta menos y al final incluso llegas a acostumbrarte. Bueno, a acostumbrarte no: simplemente, no lo encuentras tan horrible. Te habitúas un poco: tan solo eso. Te cuesta menos hacerlo. Se crea en tu mente una psiquis favorable que te permite seguir adelante; de otra forma sería completamente imposible... ¿Se marcha?... Ya, no le interesan mis cosas, mis problemas, mis divagaciones le aburren  y además usted me odia. Intente al menos comprenderme, es Io único que le pido  ¿de acuerdo?...  Perdóneme, no me había dado cuenta de que ya es hora de que usted se marche. Menos mal, había llegado a creer que se iba por razones de otra índole.  Bueno, pues nada, hasta mañana.








Corre, hombre, corre. ¡Venga!. Más deprisa. No te detengas ni tan siquiera a recuperar el aliento. Has de llegar antes de que cierren.
¡ Cuidado!, puedes caerte. No te apures por eso. Levántate y sigue corriendo. Quien cae y se regodea en el fango de su caída y no se levanta, si siente que le abandonan las fuerzas, será siempre un fracasado.
Tienes que estar allí.
Corre, corre, corre.
No lo olvides: ¡has de llegar antes de que cierren!
No te preocupe la gente. ¿A quién le importa la gente cuando…
Olvídalo todo. Y corre. Así será mejor. Tendrás menos carga sobre ti, tus  piernas pesarán menos y serán mucho más ligeras.
¡Eres como el viento!.
No tienes piernas,
¡Qué más da!.
¡Tómalas prestadas!.
Mejor aún: ¡ olvídalas también!.
Es una buena forma de salvar el impedimento.
Corre, corre, corre. Has de llegar antes de que cierren.
Tus piernas no son ligeras....
porque no tienes,
pero  no pesan nada :
mejor así,  ¿no te parece?.
No, es preferible que no te parezca nada.
Puede hacerte perder tiempo.
Un tiempo que es vital.
Corre, sigue corriendo, sigue, sigue.
!Eh, no te detengas por nada!.
has de llegar a tiempo:
es lo único que cuenta:
llegar, llegar, llegar ...
Una vez lo hayas conseguido podrás descansar y meditar  todo lo que quieras sobre el problema de tus piernas.
Ya estás cerca, cerca ... apresúrate ... falta  muy  poco.
No tienes piernas y tu cuerpo vuela sobre el asfalto.
No pienses mientras en nada. ¡Es malo!.
Sería improcedente encontrar la puerta cerrada y el cartel diciendo :"Ha llegado tarde, no vuelva nunca, no le abriremos”.
Date prisa, corre, corre, venga, corre.
Un poco más y ...
Vale. Ya estás. Has conseguido llegar y no han cerrado aún: eso es bueno .
Podrás conseguir todo aquello que te propongas si pones toda tu voluntad y empeño en ello y actúas con presteza:  ¡Retenlo en tu mente!, debe guiar toda tu vida. Tu vida ... bueno , lo que te queda de ella: es poco, muy poco, sin embargo, aún es algo: una llama que poco a poco se extingue. Mas eso no te va a impedir renunciar a tu propósito.
La oficina está abierta y tu dentro.
Hay gente en las mesas con la atención puesta en sus respectivos asuntos: uno lee el periódico, el otro quizás esté escribiendo alguna carta a algún amigo o a algún familiar que reside en algún punto lejano, otro hace lo que siempre se hace en este tipo de oficinas : es decir : nada, otro duerme poniendo esa cara de feliz imbécil que siempre se pone cuando se duerme, el otro, el otro, el otro. No hay nadie más.
Tú dices: ¡Buenas tardes! Levantan algunos la cabeza poniendo semblante de idiota: sus miradas, todas las miradas, se dirigen hacia tí. Nadie te contesta. No importa: puedes esperar: siempre esperar: así descansarás de tu larga carrera: ¿No te hacen caso?: no te preocupes: ellos saben que estás: no ha llegado aún el momento .
Espera. No te apresures.
Una acción precipitada e incontrolada puede acabar rápidamente con todo:
has de saber aguardar hasta el momento preciso en el que te toque turno.
Todo lleva un orden riguroso
por eso nadie se aclara nunca :
es el control:
siempre necesario para que todo funcione correctamente. Tenlo en cuenta siempre: si no hay orden impera el caos,
es el orden riguroso de control. Todo debe funcionar bien.
No eres ningún intruso: puedes esperar pacientemente toda la tarde. Y cuando la tarde haya pasado tú permanecerás aquí de pie hasta que alguien te pregunte inesperadamente:
— ¿Qué desea usted?. No ve que ya hemos cerrado. Tendrá que volver mañana .
— Ustedes perdonen. No importa, esperaré aquí hasta mañana. Así seré el primero.
— Bueno. Si es breve diga lo que tiene que decir y nos podremos ir todos. Aunque ha de ser consciente de que con toda seguridad le diremos que no a todo lo que diga.
— I Oh!, no se tomen la molestia, no tiene importancia, puedo aguardarles hasta que regresen mañana.
— Bueno, como quiera.
— Esta es la Oficina de Patentes, ¿verdad?.
- Sí, lo es.
- Es que yo tengo algo que quiero patentar.
— ¿Qué es?.
- Algo verdaderamente nuevo.
— ¿Si?. ¿Puede haber algo realmente nuevo?.
- Sí, yo .
- ¡Y qué más!
- Yo. Mi persona.
- ¡Ah!. Y ¿por qué su persona?
- Porque no quiero que nadie me copie. Si alguien necesita ser un duplicado mío tendrá que pedirme permiso y pagarme mis correspondientes derechos.
— Nadie quiere ser el duplicado de nadie.
— No, si sólo  lo quiero patentar por si acaso.
  ¡Ah!, bueno. Y  ¿ qué más?.
— Eso es todo. ¿Le parece poco?
— Pues no se puede.
-  ¿Cómo?
- Que las personas no se patentan.
— Y ¿por qué no?
— Porque no. Patente, si quiere, algún invento suyo. Usted no es ningún invento. Si todas las personas se tuvieran que patentar para evitar duplicados, no acabaríamos nunca.
— La Oficina General de Patentes es aquí ¿no?
- Ya le he dicho antes que sí.
— Pues ¿entonces? .
— No se puede. Lo que usted quiere hay que hacerlo en el Registro Civil o bien en una comisaría de policía.
— Ustedes perdonen. No lo sabía. Yo creí que ...
— ¿ Alguna cosa más?, porque estamos ya cerrados y no puedo estar toda la noche con usted.
— Bueno, sí.
— ¿Qué?
— Como ya he venido hasta aquí no me deseo  irme  sin haber patentado nada  ¿qué les sirve?.
— Una oficina de patentes nueva. Nos hace mucha falta.
— Ese no es mi problema. Déjeme pensar. Sí. Ya sé: voy a revolucionar el mundo de la televisión. Verá: es algo sumamente interesante: un nuevo modelo
general de anuncios. Saldrán ganando las casas comerciales, las empresas anunciantes, las publicitarias  y sobre todo el público.
- Dese prisa. No voy a estar toda la noche con usted perdiendo el tiempo.
— Yo he pensado que en vez de hacer tantos y tantos anuncios diferentes podrían hacerse bajo un mismo patrón para cada grupo de artículos. Así, por ejemplo, para lavadoras podría servir uno como:"La mejor lavadora superautomática del mundo: Tal nombre. Un modelo ideado para usted, ama de casa. Con trescientoe programas distintos de lavado, lavado en frío, programa biológico, lavado ecológico y respetuoso con el medio ambiente,  cuarenta aclarados a ducha, centrifugado y secado sin arrugas de la ropa. Un resultado de la técnica del futuro puesto a su alcance hoy". O algo por el estilo. Y mientras se vería por la pantalla el artículo en cuestión. Todos los fabricantes de lavadoras harían el mismo anuncio cambiando cada vez solo el nombre de la marca. De este modo la competencia sería casi perfecta y las señoras amas de casa no verían alteradas sus preferencias por factores puramente psicológicos ajenos al rendimiento y calidad del producto. Además, piénselo bien,  bajo un mismo patrón no se gastaría tanto dinero en publicidad ya que en el spot sólo habría que cambiar una mínima parte,. Resultaría menos laborioso y todos saldríamos ganando.
— La idea ciertamente es bastante buena. Debería ponerse en práctica en todas las cadenas de televisión, en los cines, en la prensa y en la radio.
— Entonces ¿qué número de patente me corresponde?.
— Ninguno.
— ¿No ha dicho que ... ?
— Que la idea es buena, pero no puede patentarse. Se patentan hechos, inventos, realidades. Las buenas voluntades sólo son eso: voluntades y nada más y no tiene patente. En todo caso patente de corso, pero este no es el caso.
- ! Ah!, bueno...
— Patente una nueva marca de lavadoras automática. Como hay tantas una más no se notará.
— No, gracias.
— No se sienta contrariado. A todos nos gusta patentar cosas que mejoraran la vida de las personas, que las hiciera más llevaderas y agradables.
— No, no , no era ese mi propósito.
- Como usted quiera. Perdone, es hora de cerrar. Se ha hecho demasiado tarde.
— Perdonen ustedes las molestias que les he causado. Les he robado parte de su tiempo.
— No ha sido ninguna molestia. Para eso estamos aquí. Vuelva algún día. Podremos charlar un rato. Como ve aquí no hacemos nunca nada. Ahora, eso sí, venga a otra hora, más pronto.
— De acuerdo. Han sido ustedes muy amables. Buenas tardes.







Laura, ¿me oyes?, ¿me oyes, Laura?. Sí, sé que puedes oírme. Sé que a pesar de que estás muerta, tú estás ahí, más bien aquí, cerca de mí, velando para que a tu niño no le ocurra nada malo. No, no me reproches mis faltas, bastante lo han hecho los demás. Tú me enseñaste que no se debe reprochar nada de cuanto se ha hecho a nadie. Se puede decir lo que se piensa antes, pero una vez el hecho está consumado  ¿de qué sirve?. Lo ves: he asimilado muy bien todo lo que tú me enseñaste cuando era pequeño y podías ejercer tu influencia sobre mí. Recuerdas cuando me escapé la primera vez de la escuela. aún no había cumplido los cinco años. Fui corriendo a tu casa, a tu lado. Te conté todo lo que me había sucedido y tú respondiste: " Está bien. Si no quieres ir a la escuela no vayas. Cuando seas grande no sabrás nada. Serás un inútil y nadie te querrá". Y tú, Laura, ¿me querrás entonces?. "No, no te querré". No me dejaste otra solución. Yo deseaba que aprobaras mi fuga. Sin embargo no fue así: no me regañaste por haberme ido, pero me obligaste, por las buenas, tan sólo con palabras, a volver a la mañana siguiente, cogido de tu mano, a clase. Y fuiste tú quien le pidió al maestro que no me castigara: siendo yo tan pequeño no podía saber, y seguir, lo que mis compañeros estudiaban: ellos tenían más años que yo. No me dijiste nada, ni siquiera se lo contaste a mi madre. Si ella llega a enterarse me habría dado una paliza o al menos unos buenos azotes, su especialidad eran los cachetes que te dejaban la cara ardiendo. Tú sabías que me pegarían en casa, por eso no se lo dijiste. Y a pesar de eso muchas veces te hice correr detrás mío. Aquello era cosa de niños: te llamábamos vieja bruja, y  todos sabíamos que no lo eras. Tenías tus manías, pequeñas, quién no las tiene,  pero eran cosas que entonces no comprendíamos. Por eso te lo decíamos y te tirábamos piedras, y te gastábamos bromas en las noches de verano cantando en tu ventana hasta muy tarde para que no pudieses dormir, picábamos a tu puerta y salíamos corriendo para que al abrir no encontraras a nadie. Y mira por dónde tú eras más lista que nosotros: nos esperabas en la ventana con un cubo lleno de agua y cuando llamábamos a tu puerta, entre risas y murmullos, nos echabas el agua. Y al día siguiente íbamos todos a verte y tan amigos: nunca protestabas por lo que te hacíamos, a cambio nos regalabas caramelos. Tú conocías nuestra forma de ser, sabías qua íbamos a ver a la " vieja Laura" para que nos diera dulces. Y la vieja Laura nos los daba, y nos cogía en sus brazos, y nos besaba y nos hacía fiestas y carantoñas. Y tú eras feliz con todos tus "nietos“ reunidos en tu casa mientras preparabas la comida. Siempre que tenía algún problema en casa me marchaba corriendo para ir a tu lado, para que me mandaras a la tienda a comprarte algo y para que después me dieras la merienda: una holgada rebanada de pan con vino y azúcar. En mi casa nunca me la daban: siempre pan con chocolate. Y yo prefería lo tuyo, me gustaba más: me lo daba Laura, y eso era, para mí, muy importante. Tú me enseñaste que debía aprender muchas cosas, que debía ser
muy sabio y así llegaría a ser un hombre importante, un hombre de pro tal como tú decías. Entonces, me decías, no me acordaría de la vieja abuela:  te equivocaste, Laura. Lo único que no me agradaba era ir en tu compañía  todas las tardes a la iglesia a rezar el rosario. Sabes, todos decíamos que eras la beata del pueblo, y era verdad. Siempre estabas rezando, siendo buena. No sé para que te ha servido todo eso: ahora estás muerta, y bien muerta. En fin, tú lo sabrás mejor que nadie. No me reproches nada de cuanto he hecho, sólo he seguido tus consejos: “debes hacer siempre lo que creas mejor, lo que te guste, aunque te cueste, aunque te pongan obstáculos; si tú crees que debes hacerlo, debes cumplirlo, así estarás siempre de acuerdo contigo mismo“. Y siempre me he sometido a lo que me enseñaste. Ahora estoy aquí, de esta forma tan deplorable, sencillamente por tu culpa, bueno culpa tal vez sea demasiado, a causa de tus consejos: siempre te he hecho caso. Y no me importa. No te culpo a ti. Tampoco te pido que me perdones por todo lo que te hicimos da pequeños ya que siempre lo hiciste en el mismo momento en que sufrías por causa nuestra, porque sabías que no había mala intención: todo se reducía a un juego y a ti no te importaba jugar con nosotros, aunque con ello te convirtieras en la víctima de nuestras picardías infantiles. Sabes, Laura, que eras la única persona que siempre he querido de verdad, que nunca te he olvidado. Todavía te recuerdo: vieja, vestida de negro, con tu pañuelo en la cabeza, con tus grandes sayas, un poco loca, eso sí: algo loca: por eso siempre decías la verdad de todo cuanto pensabas: no se puede decir a todas horas lo que se piensa, puedes hacer mucho daño innecesario a determinadas personas, te decían. Y tú tozuda. No les hacías caso y continuabas diciendo siempre la verdad, costara lo que costara y cayera quien cayese. Esto también lo aprendí de ti. ¡ Ay! si todos dijeran siempre la verdad ! Menudo lío se iba a armar. No se entenderían. Seguro, también, que yo no estaría ahora aquí. Sabes que el momento peor que pasé en mi vida fue cuando vinieron a buscarte con el coche blanco y te llevaron al manicomio. Me afectó mucho. Estuve varios días sin comer y sin apenas decir nada: únicamente repetía que no era justo, que tú estabas bien, que se llevaran al alcalde, que el malo era él, que yo y todos los chiquillos te queríamos, que no pedían separarte de tus chicos, que te ibas a morir allí, toda  sola. Y acerté: te separaron de tus pequeños " nietos" y te moriste allí, conformada, loca per culpa de ellos, los mayores, y nos dejaste para siempre. Te marchaste, mas aún ahora permaneces viva en la mente de todos aquellos que te queríamos, de todos aquellos que te tirábamos piedras tantas veces, en todos aquellos que te quitábamos las macetas de tu balcón para romperlas luego en las eras, de todos aquellos que íbamos a tu casa porque nos dejabas fumar a escondidas, sin decir nunca a nuestros padres lo que hacíamos. Nunca fuiste madre, nunca te casaste, un coño que se malogró permaneciendo siempre virgen, no tuviste jamás ese hijo que tanto deseaste: te faltó el hombre que te lo hiciese; pero estás viva aún en la mente y en las conversaciones de todos, la vieja Laura, la querida y adorable Laura.
Estoy seguro que tú eras la única, bueno, tú sola no, está también ella, que me comprende, que entiende el por qué  de todo  cuanto he sido capaz de hacer. Para vosotras no es ningún crimen contra mi condición de hombre; lo sabéis muy bien porque me conocéis y podéis juzgar libremente, con conocimiento  de causa, sin ningún tipo de condicionante humano, por eso es que vosotras no lo aprobáis pero tampoco  me lo echáis en cara, sé que lo aceptas y que te resignas a ello: no puede ser de otro modo, por eso sucedió así, por eso lo comencé y por lo tanto debo acabarlo yo solo cueste lo que cueste. Pronto estaré muerto y entonces me reuniré  contigo, estaré siempre a tu lado para que compruebes así como tu pequeño niño, al que siempre quisiste más que a todos, se ha hecho un hombre auténtico, cómo ha preferido renunciar al mundo antes que convertirse en uno más de esa masa asquerosa y deshumanizada que ahora vegeta por la tierra. Tú sabes que siempre intenté ser yo aunque con ello se genere enemigos y discordias. Tu siempre me apoyaste: " Debes ser tú quien lo haga". "Sólo tú debes decidirlo, nadie debe influir en tu decisión”. " Procura ser siempre un hombre pero no olvides que eres tú, que tú eres el hombre”. " No imites a nadie, obra en todo momento según tu parecer haciendo siempre el bien, sin perjudicar a nadie y Dios te lo recompensará". " Recuerda que Dios siempre te está viendo y Él quiere que seas tú, y sólo tú, porque Él te pedir cuentas de lo tuyo y no de lo que hayan hecho los demás". Laura, ¿crees que tu Dios me perdonará?. Si Él existe debe comprenderme perfectamente - también Él lo hizo - no he obrado en contra de Él sino en contra de la muchedumbre, en contra de los no-hombres, en contra de los que profesan el culto al anticristo, en contra de los hombres de la guerra, en contra de los hombres-mercaderes del Templo. Por eso estoy ahora aquí sufriendo las consecuencias. No me he dejado doblegar nunca y tú lo sabes, No podrán jamás conmigo. ¡Ya basta!, es suficiente. Dios, si existe de verdad, sabe que lo único que he intentado y he conseguido, en parte al menos, ha sido causar asco y repudio en el espíritu, si es que todavía les queda algo de él, de los hombres. He procurado hacerles comprender la verdad y la necesidad de paz para solucionar todos los problemas de hoy. He querido que todos conocieran y aprendieran lo que tú me enseñaste cuando yo era pequeño: debemos razonar y obrar como hombres que somos y no como borregos. No obstante no me han hecho caso: hablan de paz y buscan la guerra, la agresividad impera por encima de todas las cosas, ¡es su único dios!. Y ellos mismos se aplauden y dan ánimos, ellos mismos se destruyen y nos arrastran hacia el mal. No los entiendo, Laura, no los entiendo. Sabes, ahora estoy seguro de que los únicos no locos que he conocido somos tú y yo. Ella también empezaba, sin apenas darse cuenta, a ser como ellos, creo que por eso la dejé. Ya no tienen remedio. Se destruirán a sí mismos, Laura, se destruirán a sí mismos. Van contra la obra de  tu Dios: tú y yo lo sabemos, pero no han querido hacernos caso. Por eso estoy contento con lo que he hecho y no me arrepiento de haberlo comenzado, pronto pondré fin a todo y entonces seré feliz a tu lado y tú me ayudarás tal como lo hiciste siempre. sé que no eres una vieja bruja, aquello quedó en cosa de niños; tampoco estabas loca, los locos éramos todos los demás: por eso te llevaron al manicomio, porque no podían permitir que viviera una persona sana entre todos ellos, por nada más. Los odio a causa de lo que te hicieron: te llevaron a una muerte segura y no les importó: la necesitaban: por eso mismo reclaman ahora mi sangre, es necesario y justo que mi sangre sea derramada por ellos, porque sólo así se sentirán como lo que nunca llegarán a ser: hombres. No me importa que vean como sufro, tengo más voluntad y más valor que todos los que vienen a verme juntos. Si ellos llegan algún día a comprenderme, si es que son capaces, que lo dudo, entonces me odiarán, pero yo ya no estaré con ellos, me habré ido para siempre y su odio recaerá sobre un nombre que no existe y nada más. Ahora es precisamente cuando estoy mejor: separado, alejado, rechazado por el mundo, despreciado por las gentes que siguen y admiran mi obra. Me siguen, ven mi espectáculo y disfrutan, creen que en el fondo me hacen un favor:  ¡pobres desgraciados!: no entienden ni comprenden nada. Son amorfos, tal como su madre los parió: desnudos de toda capacidad de pensar por sí mismos. A partir del momento en que inicié todo esto he ido paso a paso alejándome de ellos, separándome hasta llegar a no depender del mundo: !estoy fuera!. Ellos piensan, !son unos cretinos!, siempre le han sido y siempre lo serán, que sufro. Y no, no tengo ningún dolor, ya no padezco en absoluto. Al principio sí, mas ahora ya me he habituado a estar así y es como mejor estoy: libre, separado, fuera de toda condición inhumana, es el precio de mi libertad. Por suerte ya no soy humano del todo dentro de la concepción de " lo humano" que ellos tienen. No soy hombre, sólo un despojo que ni siquiera las alimañas osarían tocar y profanar: comer, utilizarme como alimento. Es mejor esto. No estoy muerto, pero falta ya muy poco, pronto lo estaré y entonces acontecerá la suprema separación: el despegue total para no volver. Desde hace mucho tiempo estoy solo, ensimismado en mi mismo, pendiente de la nada , llenando el vacío que ellos me regalaron, dejando que éste se sacie hasta rebosar: ¡no importa!, tengo material de sobra para ir añadiendo a cada momento. Laura, a partir de este instante ya soy uno de los tuyos: degradado, exiliado, desmembrado; ¡loco!. Sí, ¡loco!. Que piensen lo que les venga en gana, después de todo no llegarán demasiado lejos: loco. Y ¿qué?. Creen en mi locura, tal como te pasó a ti. Es la única y absoluta posibilidad que le queda al hombre para llegar a ser feliz: la locura que todo lo tapa: nos desfigura y transfigura, la locura a la que todo le está permitido. Pobres imbéciles: tienen la solución delante de sus ojos y no quieren verla. Les da miedo, les produce nauseas: prefieren el dinero. ¡El gran dios dinero!. Hasta puede ser que algunos se hayan dado cuenta: no tienen el valor suficiente: ¡cobardes!, ¡miserables!. Prefieren seguir arrastrándose por la mierda, seguir con la lengua fuera: saboreando sus delicias: no merecen otra cosa, ¡os la dejo toda para vosotros!, así os tocará más parte, ¡os la regalo!. ! Será mi herencia!, ¡el legado mío para la posteridad!. Y no me deis las gracias. Yo prefiero estar así, cerca de la nada, donde sólo la verdad existe, en compañía de Laura. ¡Me falta ella!.  No os atreváis a tocarla: tampoco es de este mundo: ¡me pertenece!. Ella no, no podéis profanarla, es un templo. Un templo mío, únicamente mío. Y del hijo que yo engendré en sus entrañas. Ellos son sagrados. Me consuela saber que no los conocéis, así no les haréis nunca nada. Son míos y no pertenecen a este mundo, algún día se reunirán conmigo, vendrán hasta donde yo esté y entonces seremos los cuatro felices: todos formaremos una pequeña gran familia. Todos los muertos nos envidiaran: ellos no conocen nuestros antecedentes, por eso no llegarán nunca a comprender nuestra dicha. Entonces seré alguien y no necesitaré patentar nada, no me hará falta. Goldeman y la señorita Raquel  - a ésta la perdono: es buena y en el fondo me comprende- podrán descansar en paz, no dependerán ya de mí. No volveré a ningún escenario, no sufriré como sufro ahora, no habrán ni más tormentos ni más pesadillas. Todo es y ha sido un sueño del que no puedo despertar. Cuando muera se habrá terminado. Será el nacer a la vida, a la dicha y, sobre todo y en especial, a la libertad. Dejaré atrás mi existencia placentaria de este mundo que no me pertenece y que a nada me obliga. No es una obsesión mía: es la realidad pura: producto de un razonamiento lógico y formal, fuera de todo proceso ilógico y cartesiano, permanente, que perdura y que no puede  cesar porque es coherente y necesariamente - como consecuencia de una causa justa y lógica, imperturbable, por tanto, y existente - normal y verdadero. No obstante a todos vosotros no os interesa, son cosas que me corresponden. Son tabú, tabú, ¡he dicho que son un tabú!. Prefiero seguir solo, que me dejéis estar, que no os preocupéis de mí. A nadie puedo interesarle, total: para qué: para qué, Laura, ¿para qué?.







- ! Eh!. Oiga, usted .
- ¿Sí?. ¿Yo?. ¿Qué?.
 ¿Tiene fuego?.
- No .
´- Entonces ...
Sí, tiene razón, llevo mi pipa. En la boca, apagada, pero la llevo. Eso quiere decir que fumo, o por lo memos que alguna vez he fumado, cosa bastante normal y probable en mí. Sí, eso es bastante correcto y convincente, aunque el hecho de que yo lleve una pipa en la boca no significa que ahora esté fumando. No tiene, al menos, por qué entenderse de esa manera. Y si alguna vez he fumado quiere decir que debo tener cerillas,  cuando menos, en alguna parte de mis bolsillos. Pero no puedo saber en cuál, puede ser en uno cualquiera ... Se ha ido, no ha sabido esperar, bueno ... siempre ha sido así.
- ¡Eh!. Oiga, usted.
- ¿Sí?. ¿Yo?. ¿Qué?.
- ¿Tiene fuego?.
Espere, no se vaya, lo encontraré muy pronto, debe de estar en alguna parte. La probabilidad de encontrarlo es muy alta, casi uno. Tengo pocos bolsillos... No aparecen ... Quizás me las haya comido. ¡No!. Seguro que no. Hace bastantes  días que no como. Ni tan siquiera sé cómo se hace. No recuerdo haber comido nunca. ¡No!. Alguna vez tuve que comer. Puede que fuera la caja de cerillas, pero de eso debe hacer mucho. No como, luego existo.
¡Eh!. Oiga, usted.
¿Sí?, ¿yo?, ¿qué?.
No, espere, no se vaya, debe estar en alguna parte recóndita. Sea paciente y sepa aguardar, sólo va ser un momento. Es casi seguro que al final daré  con ella. Digo final y no sé ni siquiera si hubo un principio. Si no ha tenido principio el final es inmediato. Consecuente, ¿no?. No lo es. No existe. No existe. No hay final... ni  hay nada. ¡No hay nada!. Estamos como al principio. No, tampoco. No hay principio. Ni principio ni final. No hay nada.
- ¡Eh!. Oiga, usted.
- ¿Sí?. ¿Yo?. ¿Qué?.
 Cuidado, son demasiadas veces que lo oyes. No te atolondres, puedes caerte. Te caes. Lo ves. No, no te caes. Me caigo, lo veo. No, mejor: nos caemos y lo
vemos. ¡Me caigo!. Puedo romperme algo. Pero también puedo levantarme ileso.
- ¡Eh!. Oiga, usted.
- ¿Sí?. ¿Yo?. ¿Qué?.
Otra vez el mismo individuo. No, cada vez es uno distinto, pero parecido en algo al anterior, una repetición del anterior. Es una multiplicidad de identidades. Es la misma persona cada vez en una de sus facetas.
- ¡Eh!. Oiga, usted.
- ¿Sí?. ¿Yo?. ¿Qué?.
- ¿Tiene fuego?.
- No. Pero no se vaya. ¿Quién es usted?.
—- ¿Yo?, soy Goldeman.
- Alejandro .
- Español, ¿no?.
- ¿Cómo lo ha sabido?. Por el nombre no ha podido ser. Podría ser ruso, ¿no le parece?.
- ¿Es usted ruso?.
- No.
- Entonces es español.
- Sí, ciertamente lo soy.
Hacemos unos breves instantes de silencio. No, unos instantes no, más bien un largo período de tiempo difícil de ponderar. Tal vez  fue demasiado, o tal vez sólo fueron unos segundos. No diré que ha sido una eternidad porque mentiría, la eternidad es inmedible y además la realidad demuestra siempre que ha sido mucho menos de lo que nos creemos. Acordemos, decidamos si os parece,  sólo para poder entendernos alguna vez, ya que si no lo hiciéramos todo diálogo y toda posible explicación, a partir de aquí, resultarían totalmente inútiles, que fueron unos, aproximadamente, breves instantes. Mientras, yo tuve tiempo más que suficiente para centrarme todo lo acontecido, procesarlo en mi cabeza para poder seguir la conversación con aquel señor que me había pedido varias veces fuego, aunque quizás sólo fuera una: primera y única vez. Tuve tiempo, como decía, suficiente como para que mi cerebro fuese capaz de plantear una pregunta concreta y bien hecha a aquel individuo viejo, algo calvo, algo pequeñajo, con algo de cara de pocos amigos, en fin, en él todo era algo de algo. No; él no era algo, él era una persona, o al menos tenía rasgos que lo hacían muy semejante, aunque en él todo era inacabado, incompleto, algo de un todo que en alguna ocasión tuvo que existir.
- Y usted es judío ¿no? .
- Sí, ¿como ... ?.
- No, si ha sido muy fácil. Su nariz le delata.
La verdad es que su nariz de judío a mí no me decía nada. Dije judío como podía haber dicho polaco o chino. No, chino ni hablar. Sé de sobras que los chinos tienen otro tipo de cara y además sus ojos son algo oblicuos, grandes por lo general y achinados. Y además no tienen el pelo ni rojizo ni rizado. También, pensándolo más detenidamente, podía haber resultado escocés o irlandés. Encajaba muy bien. Y por qué no norteamericano de origen escocés o
irlandés, o polaco, o de otro sitio cualquiera. Sería lo de menos. Dije judío por decir algo .
-  ¿Lleva mucho tiempo aquí?
-  No, acabo de llegar.
- Se le nota. De dónde.
- De otra parte.
- Su inglés es bastante malo.
- Sí, pero me hago entender.
- Bonito lugar  ¿no le parece?
- No.
- Y   ¿en qué trabaja?.
- Soy ... era economista. Profesor. Pero no tengo trabajo.
- Y cómo es que se ha venido hasta aquí.
- Dinero no tengo. He llegado en auto-stop, como todos los que no pueden hacerlo de otro modo, a pie me habría resultado muy difícil por no decir imposible. Me ha traído un señor muy simpático, que se ha quedado con mi gabardina como pago del trayecto, con su camión. Ahora tengo algo de frío. Ha resultado sencillo, después de todo, una vez ha pasado, no ha estado mal.
- Así que está sin dinero.
- Sí.
De esta forma es como conocí  a Goldeman. Yo sin dinero y él con algo. No mucho, pero sí lo suficiente como para invitarme a comer. Allí comenzó todo. Me refiero a nuestras relaciones profesionales. Estuvimos mucho rato hablando y hablando, y hablando sin parar hasta que se nos hizo la hora de cenar. Me explicó muchas ojosas. Yo me referí a toda mi vida: mi nacimiento, mis estudios, mis buenas notas, mis sueños que nunca se realizaron, mis fracasos: uno detrás de otro, hasta llegar a este maldito país que yo creía una utopía. Le detallé todo lo que me había sucedido en la facultad: mi intento de ser  profesor de un colegio universitario. Todo menos lo más significativo e importante para mí: de ella ni una palabra. Eso es cosa únicamente mía. A él no le importaba nada. Mis cosas, cosas mías son y de nadie más. Se puede tener un amigo, pero no debe conocerlo todo, por lo menos no debe conocer mi único triunfo, triunfo no, mi único no fracaso, habría estado mal vanagloriarme de ello con él. No me lo habría perdonado yo nunca. ¡Nunca!. Habría sido como echar agua caliente a mucha presión sobre sus pies de barro. Y eso siempre habría estado mal. Hay cosas que por más que se quiera no se pueden contar a nadie. Si uno conoce todo sobre ti al final llegará a identificarse con tu persona y yo llegaría a perder mi ego en beneficio de él. Y esto sería peor que estar muerto. No quiero ni pensar en lo que hubiera podido pasar si él hubiese llegado a conocerlo todo sobre mí, sobre mi persona y mis sentimientos. Menos mal que supe callarme a tiempo y no le expliqué cómo era ella, cómo la conocí, cómo había estado viviendo parasitariamente con ella basándome en algo, tal vez amor, que quizás no existió  nunca.





















Quisiera que me comprendieras aunque nada más fuera un poco. Sé que va a resultar demasiado difícil. La culpa será de todos y así no habrá un culpable. Nos desprenderemos de todo aquello que a unos y a otros nos sobra desde que nacemos. Volveremos a recordar lo que nunca nos atrevimos a pensar cuando estábamos juntos. Nos divertiremos en ese juego absurdo y tonto que llega a complacer a la mayoría, !siempre a los más imbéciles!. ¿qué quieres que haga?. ¡Ah, si supiéramos qué día es hoy!. Nos levantaríamos temprano, como siempre hacías tú, con el alba, cuando el sol todavía no se ha desprendido de su último bostezo somnoliento y nos iríamos a pasar el día  a fuera. Sería un día de campo maravilloso. Tú, yo y todos los demás. No debemos olvidarlos a ellos. Mas ¿qué pasaría después?.¿No lo adivinas?. ¡Piensa un poco!. Lo comprenderás fácilmente: tu nunca fuiste tonta, por eso permanecí tanto tiempo a tu lado, de otro modo no te habría aceptado jamás como compañera. Verás: ora una cosa y ora otra. Todo dejará de ser lo que es para transfigurarse en lo que deberá nacer cuando el momento haya llegado. No podrán culpar a nadie. Ni siquiera a mí. No hay oculto ningún causante malintencionado. Y si lo hubiera, ¿qué?. El mundo está lleno de ellos y a nadie le importa lo  más mínimo. Tu y yo nunca fuimos a pasear aunque sólo fueran  unas horas por el campo ¿verdad?. Ocasiones no nos faltaron. Todo se debió a una mera cuestión práctica de que no llegamos jamás a decidirnos. ¿A dónde íbamos a ir?. Era más divertido y más fácil permanecer ambos juntos en la cama haciendo el amor. Nos gustaba más que la posibilidad de salir todo un día fuera de la ciudad. Podríamos recordar un día cómo lo pasábamos de bien, cómo disfrutábamos, cómo nos entregábamos cotidianamente el uno al otro. Sería excelente y hasta apoteósico. Como entonces, sin olvidar nada, tal cual, sin tener en cuenta el tiempo pasado, sin acordarnos de que un día yo te abandoné, a pesar de que nunca deseé hacerte ningún daño, ¿te lo hice?. Sí, estoy seguro de que así fue. Me largué sin decirte nada porque sentía la imperiosa necesidad de marchar. Debía irme y eso era todo, ante la imposición interior que nos obliga a actuar de un modo y no de otro no caben consideraciones. Los imperativos son sólo eso, imperativos que debes de acatar sin poner peros. Aguardé a que tú te marcharas como todas las mañanas, apenas amanecía, con la luz penumbrosa del alba entrando por la ventana y tu último beso en mi frente fue, sin que tú lo supieras, nuestra despedida, y después, a penas cerraste la puerta del piso, preparé mis bártulos, es decir: nada, pues nada tenía y a continuación abandoné  tu casa para no regresar jamás, sin dejarte  una nota siquiera para que tú al regresar por la tarde no me encontraras como todos los días esperándote, deseándote, dispuesto a hacerte feliz nuevamente. Sabía que no era necesario justificar mi huida. Tú lo ibas a comprender mejor que yo. Salí presuroso, sin volver nunca la vista atrás, como todos sabemos que se debe actuar cuando se actúa así, cuando se huye sin motivo de alguien y de forma furtiva, sin pensar en nada porque sabía que tú recuerdo me obligaría a regresar a tu lado. Y tú te quedaste sola con nuestro futuro hijo en tu vientre y unos recuerdos maravillosos de una época que quedaba atrás, como una etapa más quemada de nuestra existencia vulgar y desdichada de la que nada más quedan al final las cenizas que juntos algún día contribuiremos a esparcirlas en el aire y por los campos que jamás visitamos juntos para que el viento se las lleve libremente a donde deban ir y allí sirvan para fecundar la tierra como abono preñado de ilusiones, y fortalecer nuestra vieja unión, loca en demasía, atiborrado de pequeñas cosas sencillas y simples pero no por ello menos bellas. Y después de ese día maravilloso de campo volveremos a estar juntos para no separarnos ya nunca y dejaré mis actuaciones para otro día y nos dedicaremos, nos consagraremos, ambos a la educación de nuestro hijo. Porque estoy seguro de que fue un niño, Siempre lo deseé así. Una niña también me habría satisfecho ¿por qué no?. Después de todo es mía. Es mi perpetuación de cara a la continuación de nuestra vida una vez hayamos muerto los dos. Te das cuenta, nuestro hijo, sólo nuestro, tuyo y mío, el nuevo  germen de vida, el futuro hombre libre que será el testimonio perpetuo de nuestro amos y de nuestra dicha. Él es el lazo que  no podrá separarnos. Y nosotros le enseñaremos poco a poco, con suma  delicadeza, con ternura extrema, y con todo lo que haga falta si no hay otro remedio, aquellas cosas que son necesarias para comprender la verdad de la verdadera existencia. Y los tres juntos viviremos unos días dichosos porque estaremos unidos hasta que la necesidad nos obligue a dejarlo ir solo y entonces quedaremos nosotros dos felices viendo como nuestro hijo se desenvuelve bien gracias a las enseñanzas que le hemos dado. Y volveremos a salir nuevamente al campo para comprender el por qué de las cosas y recordar lo que nunca nos atrevimos a pensar juntos.


























! Laura, Laura!. ¿Me oyes, Laura?. Por qué no me explicas una vez más aquella historia que tanto me gustaba oír de tus labios cuando era pequeño y que escuchaba admirado, sentado junto al fuego mientras preparabas tu perol de sopas de pan. Sí, aquel cuento que demuestra el por qué los negros tienen las palmas de las manos blancas. ¿Que no sabes a cuál me refiero?. ! Venga, no digas que no lo tienes presente!. ¿Necesitas que te refresque la memoria?, Quieres que comience yo?. Ya sé que ahora eres demasiado vieja y que tu memoria no tiene la misma frescura de entonces, pero no importa. Te lo narraré yo. ¡Recuerda!: ha nacido en una cueva, ¡en un pesebre nada menos!, junio a un buey y una mula , en la ciudad de Belem, allá lejos, muy muy muy lejos, en la Palestina, el Niño Dios, el futuro redentor de la humanidad aunque seguro que tan chico aún no lo sabe, él que vino al mundo para abrirnos con su muerte las puertas del cielo y así todos podamos sentarnos a la diestra del Padre, Nuestro Señor. No obstante, antes debemos ser muy buenos y obedecer siempre a nuestros padres. Y cumplir con los Mandamientos que una vez Dios dejó escritos en una piedra a un santo varón, un patriarca,  llamado Moisés en la cima de una montaña, en el Sinaí, cuando su pueblo vagaba por  el desierto antes de llegar a la tierra prometida. Y también, ¡eso no lo olvides nunca! -me decías- rezar muchos rosarios a la Virgen por la salvación de todos los pecadores que hay en el mundo, que somos demasiados, ¿lo recuerdas, Laura?. Debíamos orar constantemente, hacer novenas, comulgar todos los primeros viernes de mes, asistir con fervor a los Setenarios durante la cuaresma para preparar el viernes de pasión en que morirá en la cruz Jesucristo mientras siete espadas atravesarán el corazón de la Santísima Virgen, Madre de Dios y  Madre nuestra. ¡Aquello sí que era divertido!. Nada menos que los Setenarios: íbamos todos los chavales y nos sentábamos en la parte más atrás de la iglesia, en el coro, con los hombres y la banda de música para cantar y desgañitarnos hasta quedar afónicos aquello de "Por tus siete dolores, ampáranos Madre mía" que cada uno entonaba a su manera sin saber demasiado bien lo que decía entre los desafinos constantes de los músicos, especialmente la tuba que de cuando en cuando hacía booooo, booooooooo, booooo a su manera, sin preocuparse del resto de los instrumentos. Yo nada más estaba atento a adivinar en qué momento colocaría su boooooo entre aquella especie de melodía que pretendía ser algo.
También saber comportarse y no jugar en la iglesia los días en que íbamos todos los alumnos de la escuela al Viacrucis rememorando así que Jesús, Nuestro Señor Hecho Hombre, murió voluntariamente en el Monte Calvario para salvarnos y abrirnos las puertas de la eternidad   -en donde el tiempo no cuenta- para que allí podamos todos juntarnos después de la resurrección del último día y vivir con todos los santos, con San José y con la Virgen María que aceptaron el encargo de Nuestro Señor de cuidar del Niño Jesús, su Único Hijo hecho hombre. Precisamente es aquí en donde realmente se sitúa el comienzo de tu cuento de por qué los negros tienen las palmas de las manos blancas. Lo demás  no es otra cosa sino puro rollo que tú todos los días me soltabas y que yo soportaba de buena gana porque entonces creía en esas cosas. Y sobre todo porque eras tú quien me las explicaba.
Un día los Santos Reyes Magos vieron en el cielo una estrella y consultando sus libros conocieron la nueva de que Jesús había nacido. Nada menos que el Mesías esperado desde hacía tanto tiempo. Sin pérdida de tiempo iniciaron el gran peregrinaje para llevar oro, incienso y mirra a Nuestro Niño Dios que acababa de nacer y postrarse ante Él para adorarlo y rendirle pleitesía. Y los tres Reyes Magos llegaron con sus camellos y  sus respectivos séquitos abundantes de riqueza, fastuosidad y oropel ante el Niño Jesús pera hacerle sus ofrendas en el Portal de Belem. Primero fue el Rey Melchor el que le dio el oro, después se postró Gaspar para tributarle el incienso y finalmente el Rey Baltasar, el rey negro del pesebre que todos los años montamos en casa al llegar la navidad, para ofrecerle la mirra. Y es aquí donde surgió el problema: el rey era negro y al verlo el Niño, chiquitín Él y aún nada conocedor del mundo, se asustó el ver aquellas manotas tan grandes y tan negras. No, no era normal, nunca había visto unas manos así. Seguramente el Niño Jesús creyó que estaban sucias y que todos los jabones y estropajos del mundo no iban a bastar para limpiarlas. Nada menos que un rey con las manos negras. Dónde se había visto algo semejante. No era normal, un rey no puede tener las manos negras de suciedad. Y sí, al Niño Dios aquellas manos primero le asustaron, pero después le atrajeron y quiso tocarlas y dejarlas limpias para siempre. Y así fue como se produjo el primer milagro. Jesús, el "chiquitín bonico“, tocó con sus ”dedicas " las palmas de las manos del rey Baltasar y les cambió el color para que fueran blancas, como las de todo el mundo. Es por esto que a partir de entonces todos los negros tienen las palmas de las manos blancas, o al menos más  claras que el resto de su piel. Jesucristo, siendo todavía un bebé que no sabía hablar aún, había realizado su primer milagro. Él, precisamente el niño que había nacido humilde  para morir un día en la Cruz y así salvarnos a todos nosotros, aunque seamos algo malos, porque lo somos, incluso a los negritos infieles que no creen en Él, porque el infierno sólo está reservado para los realmente malvados, para los ateos que reniegan de Él, para los que blasfeman y no van los domingos a misa ni cumplen con los Mandamientos, que son diez, Leyes que  Dios a San Moisés para que todos los católicos, y los no católicos también, si queremos salvarnos, cumplamos. ¿Lo recuerdas, Laura?. Sí, sé que en tu memoria ahora está fresca la imagen de aquellos días de invierno en que yo me sentaba en una silla pequeña, aquella que tanto me gustaba, toda blanca y que era como mía, junto al fuego, viendo jugar las llamas, soñando, mientras tú preparabas tu cena y yo escuchaba atónito tus historias porque entonces sí creía en ellas. Era Laura quien me las explicaba y Laura jamás mentía. iQué distintas son las cosas ahora!. Cuántas son las mentiras sobre las que nos sustentamos. ¿Sobre cuántas mentiras nos apoyamos, sobre cuántas mentiras nos escondemos, sobre cuántas mentiras nos parapetamos, sobre cuántas, Laura, sobre cuántas?.
En aquellos días iba contigo a la iglesia por las tardes a rezar el rosario y permanecíamos ambos todo el rato con garbanzos bajo las rodillas, mortificándonos, padeciendo, haciendo sacrificios para que Dios perdonara a los pecadores y sacara las más posibles almas del purgatorio. Y ahorraba todo el dinero que podía, privándome de comer caramelos, porque con un duro podía comprar un sello de la Santa Infancia que garantizaba el bautizo de un chinito o de un negrito infiel que de este modo entraba a formar parte de la gran familia de los cristianos a los que Dios nos reservaba un lugar muy especial en el cielo. ¿Cuántos sellos compramos, Laura, cuántos?. Muchos. Puede que incluso fuesen para nuestras reducidas posibilidades demasiados, pero no importaba, sustraíamos a un infiel de las garras del demonio, no iría ya seguro al infierno, no se quemaría ni padecería los inimaginables horrores y tormentos que Dios tenía reservados en las calderas de Pedro Botero para los que no creían en Él. Yo quería que a todos ellos les pusieran el nombre de Alejandro, como yo, si eran niños y Laura si eran niñas. Y tú no estabas de acuerdo y me contrariabas y regañabas porque según tu parecer eso era acto de orgullo ante Dios y por tanto un pecado.
Ahora, Laura, ya ves, soy como soy, como me han hecho. Muy distinto a aquel niño de entonces, aquel niño que pasaba  los días a tu lado, amparándose  en tu protección, adorándote y queriéndote como jamás he querido a nadie porque tu lo eras todo para mí y me permitías hacer cosas que en casa no me dejaban. Hasta que un día te llevaron, te arrancaron del pueblo a la fuerza, pero separarte de mí no pudieron. Siempre te he conservado en mi memoria tal como eras entonces. Cómo ha pasado el tiempo, Laura. Y sin embargo aquellas cosas que me explicabas y me obligabas a hacer permanecen en mí como si el tiempo no hubiese pasado y tú estuvieras viva y el niño que yo era entonces no hubiese crecido. Y ya ves, no soy el mismo, muchas cosas en mí han cambiado, no sé si para mal, pero no soy ni tan siquiera una sombra, un reflejo de aquel niño que tú adorabas y llamabas “mi niño hermoso”, y me llenabas de besos. Mi querida Laura, mi vieja y entrañable Laura, qué he hecho mal, qué me ha sucedido, Laura, qué, dime tú  en dónde he fallado, dímelo tú, Laura, dímelo tú que todo lo sabes.






















Nunca había cenado hasta ahora en Las Vegas. Tendrá toda la fama que quieran darle, pero la verdad es que a mí me ha sabido más bien a poco. Cada día que pasa me convenzo un poco más de que estos yankees, a pesar de sus dólares, no saben vivir. Creen que todo consiste en comprar lo más caro  que  anuncian por la tele. Muy pocos  tienen paladar, mezclan los alimentos más dispares resultando un pastiche difícil de digerir: es la civilización de “hot dog”. Las camareras serán muy monas e irán casi desnudas, de acuerdo, mucha vajilla deslumbrante, mucho renombre francés a los platos que componen la carta y después resulta que has comido un mero bistec con patatas disfrazado en una salsa de nombre raro y eso es todo. Tampoco debo exigir demasiado: no tengo dinero, es Goldeman quien paga y no conozco sus posibilidades económicas reales. Las calles sí, por la noche,  resultan deslumbrantes, las grandes avenidas llenas de coches enormes que se desplazan lentamente, culebreando, uno detrás de otro hasta que un semáforo, otra luz más en la noche, los detiene. Cruzamos al otro lado. Hay también mucha gente, cada uno viste como quiere, armonizando, al  menos parece que tratan de hacerlo así, los colores más raros y chillones que jamás armonizarán entre sí porque no se relacionen ni complementan. Ni New York ni San Francisco o Los Ángeles tienen comparación con esto, aunque borrachos durmiendo junto a los cubos de basura en los callejones los hay en todas partes. La iluminación de los anuncios publicitarios es alucinante, produce escalofríos; luces multicolores, todas las gamas posibles se entremezclan en un arco iris  cambiante y sumamente exótico, único, imposible de definir y mucho menos de imaginar. Hay gentes que te paran por las buenas y te piden dinero para invertirlo en negocios inviables.
Vamos a ir a  ver un espectáculo nuevo y portentoso que está causando furor en esta ciudad en la que  ya no queda capacidad para el asombro. No debíamos haber asistido nunca. Goldeman apunta la posibilidad de alquilar dos chicas que nos hagan compañía y nos alegren la noche luego. Rehuso su sugerencia. No puedo aceptar el ofrecimiento. El recuerdo de ella está demasiado fresco, su presencia es insustituible. Seguimos caminando entre gente que no sabe demasiado bien a dónde va, aunque su fin último esté claro: gastar una cierta cantidad de dólares en las salas de juego con la esperanza de hacerse ricos: la vieja quimera del oro ha sido desplazada por esta nueva fiebre tan semejante a la anterior: hacerse rico y poder salir de la mediocridad y anonimato en que se vive: cambia la forma, el móvil, el objetivo, pero el fondo permanece.
Entramos en una sala repleta de mesas de juego y máquinas tragaperras. Al fondo hay una pista de baile muy pequeña con un grupo de músicos que amenizan la velada aunque nadie les hace caso La gente corre de una mesa a otra, empujándose, sin preocuparse lo más mínimo de los demás, cada uno va a lo suyo, hay que probar fortuna, es emocionante esperar que la bola se detenga en el número elegido. No es así: la casa gana, " Hagan juego, señores" A mí me incomoda bastante este carnaval de los animales. Nunca he entendido demasiado bien las razones que mueven a las personas normales a comportarse así. Le sugiero a Goldeman que salgamos del local. Me parece que tampoco a él le agrada demasiado este  espectáculo tan deprimente. El ambienta agobia. Sin embargo no nos vamos, hay que hacer tiempo mientras llega la hora de pasar a una sala contigua en donde tendrá lugar el espectáculo nuevo y singular que causa furor en la ciudad, cosa bastante infrecuente en Las Vegas, acostumbrada a que todo está ya visto e inventado. Desde luego no me atrae lo más mínimo presenciar el show de Sinatra a cambio. Deambulamos de un lado a otro mientras el gin tonic permanece inmutable en nuestras manos. Una sonrisa de una rubia entrada en años que se insinúa sin que apenas le hagamos caso: no más que una soslayada mirada. Para ella, me temo, ya no hay esperanza. Parece como si el tiempo se hubiera detenido en medio de este caos de locos que te hace sentir verdaderamente solo, desoladamente solo, en medio de la multitud.
Después de ver fornicar a tres parejas en el escenario y luego  cómo mueven convulsivamente el esqueleto los miembros de un ballet de esos que a Europa todavía no han llegado, dio comienzo el gran y esperado espectáculo, único en el mundo. Tremenda novedad apabullante que nadie osará criticar porque nadie se atreverá a decir nada en su contra. La sala estaba realmente llena. Un negocio seguro y bastante duradero. Nadie osa respirar, y mucho menos moverse o suspirar, ni tan siquiera una tos o un carraspeo de garganta. Todos aguardamos  la novedad como si fueran a mostrarnos en el escenario una serie de personajes recién llegados de otra galaxia. Mas no es así. Se levanta el telón mientras suena una música de fondo para mi gusto excesivamente acaramelada, de swing. Unas muchachas, en mi opinión, aún demasiado jóvenes , pasean ante nuestros ojos por lo que asemeja ser un jardín rebosante de flores, arbustos y un encantador lago intuido al fondo. Es un escenario perfecto, no le falta detalle, todo está cuidado al máximo. Sería ideal para representar una escena bucólica o algún entremés pastoril de nuestros clásicos castellanos o bien alguna pieza menor de ballet.  Aguardo impaciente la  aparición en escena de algún pastor con su rebaño, al menos es la única imagen que mi mente es capaz de asociar con el decorado. Sin embargo.... por el lado derecho, al fondo casi, aparece un joven alto, fornido, bien parecido. Viste pantalón negro de cuero, botas hasta las rodillas del mismo color, camisa de seda también negra y un chaleco blanco lleno de inscripciones que ya he visto en otras partes: " Don't make war, make love", " Peace, please", e insignias adquiridas en cualquier mercadillo seudohippy de San Francisco o de Los Ángeles. Lleva el rostro mirando hacia al suelo, parece abatido, contrariado, lleno de problemas con toda seguridad. Se pase cabizbajo de un lado a otro del escenario hasta que choca bruscamente con una de las jóvenes que también deambulan. La mira con fijeza y su rostro se ilumina. Ha debido de ver en ella algo que de momento a mí se me escapa por completo. La ase del brazo con fuerza, la atrae hacia sí y la besa en la boca. Ella lo rechaza . Él con ambas manos y sin mediar palabra le rasga el vestido y acaricia todo su cuerpo con vehemencia. Eso parece ser que a ambos les agrada. Las otras muchachas mientras tanto se desnudan y se arrojan de forma precipitada sobre él. En mi mente se hace añicos el posible encanto primero, este espectáculo va a ser uno más de los tantos pornos que se exhiben en todas partes. Me siento defraudado. No esperaba esto. No era necesario desplazarse hasta Las Vegas, en cualquier otra ciudad los hay iguales e incluso mejores. Le hago saber a Goldeman esta observación mientras él mira el escenario muy interesado. Me hace un gesto para que calle. Luego me susurra al oído que le han hablado muy bien del mismo y que no es lo que yo ,e imagino. Y efectivamente es así. No sé cómo pero el joven se ha librado de las cinco muchachas que tenía encima y ahora exhibe en la mano un látigo que hace resonar en el aire. Ellas permanecen en el suelo, tendidas unas encima de las otras, besándose, acariciándose, entregadas totalmente y sin reservas al placer orgiástico que han iniciado. Sigue sin interesarme lo que pueda acontecer en el escenario, me reafirmo en mi opinión de que el gran espectáculo no lo es tanto. Dejo de mirar hacia delante. Prefiero contemplar los rostros del público, iluminados, ansiosos, babeantes, imaginando, deseando, soñando con ser partícipes de la orgía. Hombres y mujeres que hacen gala bajo una luz mortecina de sus frustraciones sexuales. Goldeman me hace volver a la escena. El hombre las está azotando sin que ellas reaccionen, hay sangre en sus espaldas y tiras de piel arrancada en el suelo y prendidas al látigo. La gente ahora sí que goza, hasta el frenesí. Alguno se muerde el puño de puro placer. Es una bestialidad, una salvajada, sadismo del más vil y repugnante.
Tras muchos golpes logra que ellas se separen y corran de un lado a otro del escenario para zafarse del castigo mientras el látigo danza y describe filigranas en el aire antes de alcanzar a cualquiera de los cuerpos ensangrentados y maltrechos que intentan lo imposible por eludir el castigo. Piden, ruegan suplican, lloran, rezan, para que cese la flagelación, pero él , al igual que los espectadores, está entusiasmado con su acto, emborrachado de sangre, y nada parece indicar que se arrepienta y modifique su actitud. No lo aguanto más, es bochornoso y horrible, inhumano, el presenciar estas cosas. Siento náuseas así que me levanto para abandonar la sala. En el pasillo, súbitamente y sin saber por qué, siento mi cuerpo lacerado, maltrecho, roto. Maltratado y castigado por ese hombre que actúa y decido que he de actuar, hacer algo para que cese el espectáculo. Entro de nuevo en la sala y corro hacia el escenario. Subo al mismo de un salto, me dirijo directamente al joven con el látigo cuidando que no me alcance y sin mediar palabra le propino un directo de derecha en la mandíbula que lo derriba. Cojo el látigo y lo arrojo al público. Todos se han puesto de pie y me silban, me abuchean, las muchachas se preguntan por qué e intentar pegarme, me golpean con sus puños, nadie entiende qué es lo que ha pasado,  tan sólo yo que no comprendo la reacción de todos ante mi acto. Pienso que es mejor dejarlos estar y corro por el pasillo sin mirar a nadie hasta alcanzar la salida. Deja de oírse el griterío del público enfervorizado que hasta   hace muy poco me amenazaba  con matarme a golpes. Poco después llega hasta mí Goldeman. También él parece fuera de sí. No dice nada, tan solo comenta “vámonos, están todos locos”.











Querida madre:
Te escribo ahora, cuando ya todo está tocando a su fin, para que veas que aún hoy te recuerdo con cariño. Eres mi madre y, aunque quiera, eso no puedo pasarlo por alto. Desde siempre estuvimos en común desacuerdo: tú porque tenías unas ideas preconcebidas sobre mí y también quizás porque no llegaste nunca a olvidar lo mucho que te hice sufrir cuando yo nací; y yo porque era, como muy bien sabes, aunque nunca lo tuviste en cuenta,  y por tanto nunca actuaste en consecuencia, una persona bastante, con toda seguridad demasiado, sensible para la escasa edad que yo tenía entonces. Me daba perfecta cuenta de las cosas que sucedían: llegaba a observar en tu mirada reticente el odio que siempre me profesaste  y cuando nuestras miradas  se cruzaban jugando, inconscientemente en mi infantil diversión – a todos los niños nos gusta jugar con nuestras madres y sentir su proximidad, su contacto y su calor - te aguantaba la mirada fijamente y sin pestañear provocándote hasta que tú, sintiéndote desnuda en tus sentimientos ante mí, desviabas rápidamente tu mirada fría y ausente de toda muestra de cariño. Yo sabía que no me podías soportar, que hubieses preferido el no darme a luz, y por ello me vengaba de tío haciéndote sufrir a mi manera, dentro de mis limitadas posibilidades, haciéndote conocedora, con toda la evidencia posible de que yo disponía, de yo lo sabía. Después ya todo fue más difícil y nunca más llegamos a entendernos. Mas ahora no importa en demasía, lo pasado dejémoslo como y donde está y no lo removamos más, no hay que revolcarse en la mierda, porque no conseguiríamos nada positivo con hacerlo.
Tú te estarás  preguntando desde que has comenzado a leer estas líneas cuál es el secreto y retorcido motivo que me ha inducido a escribirte. Creo que está claro y su evidencia salta a la vista hasta para quien desconoce nuestra mutua relación: lo quieras o no soy tu hijo y ahora cuando debo  morir con orgullo porque ya no me es posible vivir con él, porque nadie vive ya con orgullo y yo no puedo permitírmelo, siento la imperiosa necesidad de volver mi rostro hacia ti. Tú me conoces a pesar de nuestras permanentes desavenencias, no en vano somos la misma sangre y casi la carne porque tú, aunque no te guste, tú eres el origen de mi vida. Espero mamá que al menos esta vez estarás de acuerdo conmigo. Tú siempre decías  que lo que justifica al  hombre es su realidad y la mía, mi realidad, se apaga, esté trucada y manipulada por no sé qué hados según unas reglas de juego y connivencias que me resulta imposible detectar y conocer. Mas mi realidad, mis actos y mi obra me justifican como hombre, al menos yo estoy convencido de que así es. Tú también eres parte de mi realidad. La libertad yo la entiendo, al igual que Laura — te acuerdas mamá de Laura: ella sí que me quería — como algo que se tiene y no se tiene a la vez, como algo que se quiere y por lo mismo que se quiere se conquista. Y yo la voy a conquistar en mi última fase de realidad como hombre. Lo necesito de veras. No soy como los demás. Tú siempre lo dijiste así. Y yo me siento lleno de esa necesidad, sana para mí, de buscar por todos los medios mi realización como hombre y como bestia.
Comprenderás, mamá, que no te escribo únicamente para justificarme ante ti. No necesito hacerlo. Ni ante ti ni ante nadie. Como te he dicho antes eres mi madre y es lógico que un hijo vuelva hacia ella. Aunque nunca me hayas brindado ese amor y cuidado, delicadeza en suma, que toda madre brinda a su hijo durante el embarazo, feliz y consciente de la vida que lleva gestándose poco a poco en ella  y después a largo de toda su vida. Cuando se pare a un vástago se es madre para el resto de tus días.  A pesar de todo yo te quiero y sé que tú me correspondes a tu manera. Una madre siempre está al lado de su hijo -o al menos debe de  estar-  aunque éste sea un criminal. Y yo no lo soy. Siento siempre cerca de mí de una manera muy difusa, todo hay que  decirlo, la presencia de tu cariño. Es lo único que espero y deseo: tu cariño y tu comprensión en estos momentos tan difíciles que ahora atravieso. Mamá, siento la obligación de pedirte desde aquí que me perdones por todo lo que te hice porque siempre somos los hijos quienes debemos pedir a nuestros progenitores el perdón. Y su bendición. Quisiera tenerte a mi lado para poder apoyar mi cabeza en tu regazo y llorar como hijo con su madre. A pesar  de que tú fuiste una de las principales instigadoras para que se llevaran a Laura al manicomio porque tenías celos de que yo la quisiera más a ella que a ti. Por qué no iba a ser así si Laura me mimaba y no me daba los bofetones que tú me propinabas por nada. Me duelen aún tus caricias pero a pesar de eso siente que te quiero más que a nadie. Siempre fue así, aunque tú nunca te percataras de ello.
Sé que vas a romper esta carta apenas la hayas leído y que con el tiempo me olvidarás y llegarás convencerte de que yo jamás he existido, o al menos no eres tú quien me parió. Te lo suplico: no lo hagas. Me arrepiento de lo mucho que te hice sufrir y llorar y.... perdóname, perdóname. Porque yo se que en todas y cada una de las madres del mundo siempre cabe un pequeño hueco, siempre está dispuesta, para el perdón de sus hijos. Y por favor, ¡ ven, mamá, ven a despedirte de mí!, responde a mi llamada y ven. Te necesito ahora más que nunca. Y si obras tal como yo espero y creo, al menos, antes de que rasgues estas hojas y las lances muy lejos de ti, recibe mi último abrazo de hijo.
Siempre tuyo
Alejandro, tu Alejandro.

















Un día más que pasa y no hago nada. No tengo trabajo en absoluto: debería tenerlo, buscar algo, pero tú me impides hacerlo. Necesito moverme y no estar así parado, realizar cualquier cosa que no seas tú. Siempre he deseado ser alguien importante: trabajador infatigable, admirado, contemplado y envidiado por todos precisamente por mi labor como hombre imprescindible para solucionar los destinos del mundo. Y sin embargo, la amarga realidad es difícil de aceptar ahora, en este preciso instante, cuando estoy a tu lado, cuando te tengo entre las sábanas esperando a no sé qué para realizarme como hombre, esperando a que seas tú quien tome la iniciativa de la entrega. Entonces me olvido de todos mis sueños y me creo el rey, el imprescindible de verdad. Y es que soy imprescindible para ti: eres mía, nadie puede ponerlo en duda: tomé posesión de tu cuerpo y de tu espíritu,  no, de tu espíritu no; nunca se pueden conseguir estas cosas aunque se quiera y por más que se intente, el día que tú me cogiste de la mano y me trajiste, me arrastraste, hasta aquí tu casa. Y en ella vivo desde entonces vegetando como una marmota que no sabe cuál es su misión, entregado al placer diario del cuerpo que tú me ofreces y que yo tomo sin rechistar, sin apenas decir nada. Total: de qué me serviría hablar y decir que no cuando yo sé muy bien que he de decir que sí porque yo quiero sí, porque yo te deseo, porque cuando tú me faltas imagino cosas que no podría confesar a nadie. Sabes, me gustaría conocer lo que tú piensas como si tu mente fuese un libro abierto en donde yo pudiese leer tranquilamente, despacio, deteniéndome,  buscando sentidos entre líneas, que tus intenciones y tus pensamientos inconfesables pudiesen ser vistos a través de mi ventana. Las mujeres sois más perversas en lo que al sexo se refiere, más refinadas diría yo. Hacéis ver que no, pero cuando os dejan en libertad, sin tabúes, parecéis fieras. Sabéis atraer a la víctima hacia vuestro lecho y cuando ya la tenéis a punto entonces nos entregamos a estas interminables y agradables, inolvidables, orgías en las que al final ambos quedamos deshechos, extenuados, cansados, fatigados, rendidos, reventados, agotados, molidos por decirlo de otro modo. Cuando te tengo entre mis brazos, cuando mis piernas se entrecruzan y estrechan, aprisionan, a las tuyas, cuando mis manos buscan y encuentran tus pechos, cuando mi boca choca contra la tuya y los dos sentimos el sabor de lo último comido durante la cena, es entonces cuando siento que pronto tendré que irme y dejarte nuevamente sola y desamparada hasta que algún otro día encuentres a otro hombre que tome posesión de lo que un día, tal vez lejano ya, fue nuestro lecho de amor y de tormento. ¡Ah!, profanador de camas ajenas, ese día regresaré para lavar mi honor mancillado. No, no vendré por eso, mi honor ya  no cuenta, qué más da: vendré a buscar y a reclamar lo que un día fue y es mío, porque tú te entregaste y te entregas a mí sin objetarme nada. No, no me preguntes por qué, no llegarías a entenderlo, pertenecemos a dos mundos y a dos culturas muy dispares, pero ahora me perteneces más que nunca y son estos instantes los que importan, lo demás no vale apenas nada. Merece la pena aguardar cada día a que tú vengas para realizarme, para demostrarme que aún soy hombre, que aún valgo algo, que mi sexo todavía tiene un sentido claro entre tus piernas, entre tus manos, cuando lo acaricias y lo besas como si fuese tu pequeño nene: tu bebé, tu talismán codiciado y apetecido: fruto maduro que se corta antes de que se pudra en el árbol para ser guardado en una urna de cristal cerrada herméticamente. Es así como me siento cuando llegas y comienzas a quitarte la ropa sudada de todo el día  muy despacio, jugando con mi deseo, dejando que yo también participe en el ritual, en esa función que a ambos nos complace tanto; después viene la ducha y al final, sólo al final, cuando ya todo está a punto, la cama: lo principal. Sólo por ella, por esos ratos que estamos juntos como ahora en esta cama soy  capaz de permanecer todavía aquí. Pronto me marcharé, algún día regresarás  y comenzaras el rito como de costumbre y ese día encontrarás a faltar mis manos y mis besos, mis caricias por todo tu cuerpo, será ese día  cuando yo me habré ido para proseguir mi andadura: esto nada más es un  alto en mi vida, un detener el tiempo y la existencia, una razón para seguir viviendo por algo. Y sin embargo cuando te tengo pienso que no te dejaré jamás: te necesito como tú a mí. Derramaste tu sangre de virgen en mi compañía. No olvidaré aquel día en el que la virgen niña dejó de serlo porque yo profané el templo sagrado de su cuerpo. Tus pechos, su aureola oscura, alrededor, orlando, destacando los gruesos pezones que mi boca añorarán alguna vez. El olor a semen, a sangre, el ambiente orgiástico que cada noche recordamos y renovamos como si fuera algo que no podrá desprenderse jamás de nosotros y de nuestra  condición. Es el lazo que nos une y que nos retiene juntos. El lazo que nos ata como si fuésemos un regalo caro al  que sólo  con quitarle el envoltorio te das cuenta de que en realidad el contenido no te sirve absolutamente para nada. El deseo da saciar nuestro apetito,  la necesidad de completar la  perfección erótica, la necesidad de que tus piernas y tus brazos me opriman contra ti. La necesidad de que tú, la estrecha de piernas, cumplas con tu deber y mi exigencia  abriendo tus extremidades inferiores para que yo goce de esa máxima suprema que sólo las mujeres sois capaces de ofrecer y compartir. El refrendo de lo que hace que la humanidad se perpetúe y el hombre siga siendo hombre. La niña que una noche yo convertí en mujer para siempre. Decana de lo prohibido y de lo perfecto, reina y musa del amor, libre de todo condicionamiento eterno y perpetuo. Seguiría arguyendo muchas razones más, pero necesito la acción, el ligero vaivén acompasado de mi cuerpo sobre el tuyo cuando nuestros miembros forman un todo armónico y unánime. Si tú quieres practicaré todas las reglas y leyes que son necesarias para endurecer todavía más mi miembro: eso hará que nuestra conjunción, el orgasmo divino y sagrado dure y dure sin que nos escaseen las fuerzas para alcanzar el deleite máximo de la entrega amorosa. Pero no pensemos ahora en estas cosas, tengo necesidad de ti, de tu arquetípico cuerpo. Como perro rabioso morderé en tus prietos y exuberantes senos hasta que la sangre, maravilloso líquido, mane de ellos. Es necesario no hablar más y concentrarse en lo que juntos hacemos: la abstracción de la mente ayuda muchas veces a conseguir lo que nadie alcanza jamás: el culmen del coito  llega cuando los otros, los más la sacan, abandonan y os dejan sin saborear lo que es más importante, la comunión última de los santos en el éxtasis final en el que te abandonas sabiendo que en ese momento sólo existe el placer, el frenesí y que tú y tu pareja no existen, fundidos en un todo. No nos importe  lo que digan o hagan los demás. Finjamos  que no existen, que el mundo se ha volatizado y dejado de existir, que nos han abandonado dejándonos solos y que somos nosotros quienes debemos perpetuar nuestra especie para que la humanidad se regenere vitalizada por el vigor de nuestra unión afrodisiaca. Es bello pensarlo así: las voces de los muertos claman en el más allá para que nos unamos y así el mundo no deje de ser mundo.






Señorita Raquel, hoy debe de hacer un día soleado, estupendo, un día de esos en los que hasta  da un poco de gusto vegetar, vivir sin que sea una incomodidad el hacerlo. Estoy convencido, tengo la absoluta seguridad, de que hoy el sol brilla como no ha lucido desde hace tal vez demasiado tiempo. Lo noto en usted, en su cara, en sus mejillas, en su sonrisa, en el hecho constatado de que hoy está usted todavía si cabe más guapa que los otros días, percibo  que esta  mañana se muestra especial ... Vamos, no ponga esa cara que no es para ponerse así de colorada. Siendo como es usted, más de una vez se lo habrán dicho, supondría una injusticia no percatarse de su extraordinaria y desbordante belleza. Usted sabe de sobras que está pero que muy bien, que usted se basta con su presencia para iluminar el espacio en el que usted se mueve. Su sola presencia es capaz de incitar al hombre más frío y racional a perder la cabeza por el deseo de pasar unos momentos de placer compartido en su compañía. No, no se enfade conmigo, yo ya... como supone, poco puedo hacer. Pero no importa. ¿Quiere hacerme un favor?: levante la persiana y deje que los rayos del sol me iluminen, permítame disfrutar un rato de ellos, los añoro demasiado desde hace tiempo y tal vez, no sé, quizás sea ésta la última oportunidad de que disponga de disfrutar de la naturaleza.... Gracias. Sabe, hoy me siento con ánimos para explicarle toda mi vida tal como un día le prometí si es que usted llega a ser capaz de soportarme tanto rato hablando. Si no quiere, no se preocupe, hágamelo saber y no pasa nada. Cuando se canse de oír mi voz adviértamelo y yo cesaré y no la importunaré más con mi historia.
Venga, siéntese aquí a xi lado y aprovéchese, que el desterrado, el proscrito, va a hablar de sus coas. Sabe, nunca lo había hecho antes con nadie, usted va a ser la primera en tener esta primicia informativa. Lo que darían muchos buitres de la prensa por tener acceso aunque nada más fuese a retazos de nuestra charla. Pero mire, alguna vez tenía que contarla. Me conocen muchos, pero saben muy pocas cosas sobre mi persona, sobre mi vida anterior, sobre mi infancia. No les interesa y si no es así, tampoco nadie ha pretendido, que yo sepa, indagar en ella y eso que es la gran noticia para comprenderlo todo.  Bueno, yo nací en un pequeño pueblo, muy bonito y encantador, bucólico, para mí idílico, rodeado de montañas por todas partes, abajo del valle, regado por un pequeño riachuelo, con sus casas, con sus gentes y con sus problemas de siempre no resueltos. Para mí mi valle era maravilloso, serpenteado por el río que en verano casi nunca llevaba agua, entre las altas montañas que nos circundaban. Todos nacemos y en algún  lugar debemos de hacerlo, nadie elige dónde nacer pero todos tenemos un lugar que normalmente hacemos nuestro y que conforma nuestro existir. A mí me tocó en suerte ése como podría haber sido en otra parte cualquiera: el hecho en sí habría resultado el mismo. Pero ése es mi pueblo y yo siempre me sentido identificado con él, con sus habitantes, mis paisanos, con su naturaleza, mi entorno, con sus pinos, con sus fuentes, con sus pequeñas cosas hermosas, con sus  viejas casas y plazas, que todos tienen pero que no son iguales porque éstas son de mi  pueblo, con su castillo medieval, derruido prácticamente, donde de pequeño tantas veces me sentí héroe de mis infantiles fantasías guerreras en las que el bueno siempre salía victorioso, como Amadís de Gaula, y se casaba con la chica guapa y protagonista de la película.
Recuerdo muy pocas cosas de cuando era más pequeño: mis padres: mi madre siempre nerviosa y autoritaria y excesivamente cerebral: la señora maestra que descargaba toda su represión e ira contenida de las clases sobre sus hijos, y mi padre con su bigote. De él apenas recuerdo nada: murió hace bastante tiempo, es como una sombra que me quería mucho y que siempre reía conmigo: le gustaba llevarme en brazos, a la espalda, a chinchín como él decía, siempre haciendo excursiones juntos, porque me llevaba con él, por la montaña. De él guardo mejores recuerdos. Una vez, en Barcelona ya, me llevó toda la tarde sobre sus hombros corriendo por las calles para que yo pudiese ver bien la cabalgata de los reyes magos: era el hombre más feliz del mundo si tenía a sus hijos cerca. No sé nada más de él, siempre lo he querido mucho, como le decía: el que más, pero su persona está demasiado distante, pertenece a una época pasada a la que es imposible retornar aunque solamente sea con la mente, con el recuerdo de los felices años pasados de mi infancia en que todo el mundo me quería mucho y  eran muy condescendientes –salvo mi madre- conmigo. Después ya todo se vuelve monotonía: nos fuimos a Barcelona, mi segunda patria chica con la que también me siento identificado, para que yo pudiese estudiar en un colegio de curas, los padres salesianos, y hacerme un hombre de provecho: creo que no lo lograron ¿no le parece?.
Fueron los mejores años de mi vida consciente: me lo tomé con mucho interés, nunca llegué a estudiar demasiado y sin embargo casi siempre fui el primero de la clase. Mis compañeros me querían, me admiraban, a todas  horas estaban pendientes de mí. Mis profesores me consentían. Era maravilloso. Era el niño ejemplar, el modélico, como Domingo Sabio, hasta el punto de que los curas pretendieron hacerme uno de ellos. Me negué con rotundidad: yo no estaba hecho para embaucar a gente tonta. Sería incapaz de manipular a nadie y mucho menos amenazarlo con el castigo del infierno. No se ría, es cierto lo que digo: no soy capaz de engañar a nadie. Podría haber dicho que sí, creo que en aquellos años era lo suficientemente testarudo como para lograr todo aquello que me propusiera: estaba integrado completamente en el sistema aberrante y absurdo del mundo. Fíjese que quise ser economista porque decían que yo servía para los negocios, aunque después resultó que no, y eso que me licencié siendo el número dos de la promoción. Qué  le parece: casi una eminencia. Recuerdo aquellos años de sopa salesiana con nostalgia y, a la vez, todo hay que reconocerlo, con cariño: nunca me trataron mal: fueron ellos, mis profesores, los que me hicieron tal como soy ahora, ellos me formaron y me conformaron: si llegan a comprenderme alguna vez se sentirán orgullosos de mí. Cuando salí del colegio, la cárcel para la inmensa mayoría, conseguí una beca para entrar en la universidad y poder estudiar una carrera. Allí sí que pasé mis mejores años tontos: estudiando, perdiendo el tiempo en aprender conocimientos inútiles que nunca servirían ni servirán para nada. Todo respondía al inadecuado sistema de educación vigente. Asignaturas imbéciles con absurdos programas: demasiada teoría y abstracción con una aplicación práctica imposible. Los profesores disfrutaban torturándonos con sus rollos macabeos semánticos aprendidos en una noche de insomnio a causa de los fuertes retorcijones de barriga y repetidos como un loro en su jaula de oro todos los años igual a sus condescendientes alumnos que estábamos dispuestos a doctorarnos al precio que fuera. Todo por un título ridículo que no sirve más que para sentirte y hacer, que es lo peor, el idiota. Así fue mi carrera universitaria: aprendí y aprendí todas las cosas inimaginables que a nada conducen. Bueno, eso no es del todo cierto: allí conocí lo que era la masturbación económica: “producir para consumir y consumir para que se puedan seguir produciendo unos bienes que deberán ser irremediablemente consumidos para que el sistema pueda seguir produciendo más bienes consumibles, obteniendo, eso sí, siempre importantes beneficios, per omnia secula seculorum” para que el sistema se mantenga tal como está: el modo de producción capitalista: ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres vendiendo su fuerza de trabajo, la prostitución del trabajador para poder comer y seguir vendiéndose al mejor postor: la movilidad de la inmovilidad. No obstante, fue allí donde conseguí construir mi curriculum vitae  de buenas amistades, todos personajes ejemplares y arquetípicos, que después me olvidaron y cuyos nombres  quedaron perdidos más allá de mi escasa memoria para estas insulseces cotidianas, tirando a astracanadas paradójicas y sofisticadas. Fuimos siempre muy buenos compañeros mientras la cosa duró: nos ayudábamos en todos los exámenes y pruebas valorativas de nuestra memez y tortura, y también en las clases, dentro de las aulas: colaboración fraternal de compañeros que cuando llegó el momento de la licenciatura nos separamos siguiendo cada cual su camino y su rara vocación para no volvernos a encontrar jamás: quizás alguno se haya acercado a mí cuando actúo por ahí y me haya reconocido y juzgado indigno de su amistad y camaradería y prefiriendo seguir con la cabeza baja, y lleno de vergüenza, haya confesado que hubo una época en la que fuimos compañeros de penas y sufrimientos, que estudiamos juntos nuestra gloriosa carrera, gloriosa carrera de burros, que yo, indigno, he osado profanar. A mí, la verdad, todas estas sutilezas  paradigmáticas, poco me importan: ¡ que se vayan todos a la mierda!.
Después, con mi licenciatura y posterior doctorado, con mi título de economista bajo al brazo, colegiado y todo, intenté hacerme con un trabajo digno, respetable y bien remunerado, que me diera un cierto prestigio y raigambre y la verdad es que no pasé de dar clases particulares a gente amorfa que soportaban mis rollos cargados de buenos propósitos, como mejor podían, dejando que las paredes oyeran yodo aquello que yo tenía que decir y aportar para la mejora de la humanidad y que por lo visto parecía que era capaz de transmitir aunque luego no sirviera de nada. Fue precisamente por este motivo que decidí marchar un día de mi país, poner tierra de por medio, hacer las Américas, como siempre mis compatriotas con expectativas y ganas de medrar habían hecho, y me fui al país más grande del mundo, en donde la libertad y la democracia, según aducían, eran una seudoutopía. Me habían asegurado que allí lograría fácilmente un contrato de trabajo por varios años en alguna escuela superior de economía y ciencias políticas y sociales para dar clases como profesor y de este modo transmitir todos mis conocimientos sobre economía a alumnos hábidos de aprender el camino correcto de ese especulativo laberinto que es la economía pura. Resumiendo para no cansarla excesivamente: todo resultó ser una mera ficción, otra mentira más. No conseguí nada y entonces fue cuando me determiné a hacer todo lo que luego he hecho y todo lo que con posterioridad ha sido mi vida: allí conocí a mi único amigo: Goldeman, él me comprende: debía demostrarme a mí mismo que no era un fracasado. Y mire por donde, he fracasado, constituyo una desgracia viviente. 'Soy un  fracaso absoluto!. Tengo dinero, mucho dinero, demasiado dinero que nunca llegaré a gastar, y algunos buenos amigos que Goldeman me ha comprado, pero no, no es esto lo que yo pretendía, he fracasado, me comprende ¿verdad?. No. No puede  entenderme porque soy un fracaso que no sirve para nada, ni tan siquiera para hacerse comprender, sólo sirvo para dar asco, para repugnar a los idiotas que vienen a verme en mi espectáculo. Soy un fracasado. También con mi espectáculo, aunque parezca que es magnífico, he fracasado. Toda mi vida ha sido un fracaso, es y será un fracaso, un fracaso, soy un fracasado, ¡UN FRACASADO!.... Sí, un fracasado, un …fra…ca…sa…do, sí. ¡Síííííííí!, un… será mejor que no siga, será mejor que fracase de nuevo pretendiendo… intentando descansar. Siempre la inyección de morfina, mi morfina, morfina….no hay otro remedio para mi dolor, ella es mi única y fiel acompañante, mi amante sumisa, mi morfina, morfina….MORFINA.















































PARTE II: LOS PERSONAJES



" La esencia humana no es una abstracción
residente en el individuo tomado aisladamente.
En su realidad es un conjunto
de relaciones sociales"
(K. Marx: "6ª tesis sobre Feuerbach)

























La habitación es grande, cerrada, hermética; mas al mismo tiempo da la impresión de que no tiene fin: no se ven las paredes, únicamente unas insignificantes líneas allá en la lejanía del horizonte. Aunque se quiera no se puede ver el techo: una potente luz impide lograrlo con la vista: deslumbra, no deja que se vea y eso hace suponer a cualquiera, aunque no quiere decir que en la realidad sea así, que también debe estar muy lejano y distante, allá en el infinito aproximadamente, aunque en un entorno con un extremo poco definido, pero a su vez cerrado, no es fácil de precisar. Sus límites, todos excepto uno: el suelo, tienden, se aproximan, y no llegan a alcanzarlo, a identificarse con, al infinito. Y así están las cosas por el momento y nada ni nadie nos va a inducir a suponer que variarán, pues no hay ningún indicio que nos obligue a dudar de que no se va a producir cambio alguno.  Puede ser que estén todos dentro de una gran botella de vidrio opaco y de boca estrecha: entonces tendría explicación el hecho de que no se encuentren los límites: las paredes. Indudablemente debe ser así: una gran botella y ellos en el culo de la misma, pues no pueden estar en otro sitio, forzosamente ha de ser en el culo: es el  lugar más lógico. Aunque nada de cuanto pueda acontecer, no es que suceda o vaya a suceder, no tiene por qué pasar, tiene que ser lógicamente lógico. Todo ello supondría abusar de una suerte de posibilidades que nos han sido dadas pero que no podemos utilizar siguiendo nuestro libre albedrío. Sería cometer una infamia imperdonable. Hasta todo puede resultar que sea no más que una falacia. Quién puede saberlo y llegar por tanto a determinar hasta qué punto no nos equivocamos. Podría suceder que ciertamente cometiésemos un error imperdonable de apreciación. Mas todo esto tampoco contaría demasiado, podría resultar camelo, truco: no sería más que aceptar como lógico, y por lo tanto transcendente, algo que en sí no deja de ser más que erróneo. A pesar de ello no deja de ser importante el que ahora no seamos capaces de determinar la realidad a la que nuestros protagonistas están sujetos con toda claridad. De esta forma estamos dispuestos a aceptar todo posible riesgo de equivocación que pueda ser cometida al apreciar lo circundante y superfluo, y por lo tanto inconmensurable, de lo que a ellos les acontece en la realidad. Pues declinar toda posible responsabilidad que ello pueda acarrearnos sería, cómo diría yo para expresarlo del mejor modo comprensible a todos, como dudar de la existencia de dichos personajes y abandonarlos allí, en su medio, en su mundo, que no por eso deja de ser incierto y, hasta cierto punto apreciable por nosotros, claro está, asqueroso y por consiguiente real, a toda posible suerte del azar, a sabiendas de que ellos serían y son totalmente incapaces, y plenamente conscientes de su situación, de salir por sus propios medios de allí.
Así pues, aprovechando este lapsus de tiempo en el que Alejandro duerme. Bueno, decir que duerme sería tanto como aseverar algo que para nosotros se nos escapa y no podemos retenerlo: es incierto y, siendo consecuentes con nosotros mismos, correríamos el riesgo innecesario de equivocarnos. Nada más sabemos que Alejandro descansa y por lo tanto suponemos que lo más factible es que está dormido, es decir, que duerme. Y pensamos que aprovechando la ocasión es el momento de hacer balance, un breve recorrido por la vida y obra de nuestros protagonistas para así poder cerrar un poco mejor todo aquello que en el curso de esta historia él mismo, Alejandro, nos ha ido contando con un relato de su historia la verdad que demasiado incoherente. Discordancia que en él es perdonable si consideramos - y estamos obligados a admitirlo y hacerlo así- que está convaleciente de una operación quirúrgica necesaria e imprescindible para capacitarlo en su regreso a los escenario, ante su público que cada vez le aclama y le vitorea como a un caudillo. Él hasta el momento se  limitado a irnos suministrando algunas notas, como gotas de agua en el océano, pero piezas clave de  su rompecabezas, pero no por eso dejan de ser más que someramente unos breves rasgos, de lo que él y de lo que su vida han sido.  Nos ha hablado de su infancia, nos ha hablado de su familia, cuyo recuerdo le atrae, y que lógicamente hubo una vez en que la tuvo; nos ha señalado sus comienzos como profesional dispuesto  a ejercer los frutos de sus ejemplares estudios. Con poco detalle también se ha detenido en su vida amorosa y así mismo en sus amistades. En algún momento ha hecho referencia a ese personaje entrañablemente  querido por él que es Laura: su más agradable recuerdo de la infancia. Mas todo no está claro, faltan unas leves e insignificantes conexiones que yo me voy a permitir - pido disculpas y perdón por mi osadía si es que son capaces de concederme ambas cosas- referirles antes de que él despierte y retome su tortuoso y atormentado narrar, suponiendo que Alejandro sea capaz y esté en condiciones de hacer tal cosa.
Hay una persona que durante toda la historia no ha tenido demasiada relevancia a pesar de que desempeña sin ningún género de dudas un papel preponderante en la vida actual de este hombre que es Alejandro. Sí: es usted bastante sagaz: apúntese un tanto a su favor porque creo que ciertamente ha dado en el clavo. De no ser así, si no está de acuerdo conmigo, pues no tenga en cuenta estas líneas y pase con mi ayuda, llevado de mi mano - molesta y totalmente innecesaria para usted — a enterarse de quién es esta protagonista que ahora tanto nos interesa - más pistas no puedo darle, compréndame — dada la función que desempeña. Me estoy refiriendo, como usted bien suponía, a la señorita Raquel. Todos creerán que se trata nada más que de la enfermera que atiende a Alejandro. Y efectivamente hasta este punto tienen razón, pues así es: Raquel es la enfermera que está al cuidado de un paciente muy especial dada la particularidad del caso en cuestión. No obstante me veo obligado a hacer algunas puntualizaciones obvias que se nos escaparían si yo no las señalase aquí y ahora, en este preciso momento. Las observaciones, por orden de aparición — ya es hora  de que observemos un riguroso orden en esta obra — son como sigue:
1. — Raquel es la enfermera de Alejandro y por lo tanto es la persona que, estando a su entero cuidado, pasa mayor tiempo con él y en consecuencia es, con toda probabilidad, la persona hacia  quien Alejandro dirige todas sus conversaciones, insinuaciones, desvaríos, protestas, quejas, lamentos, desmadres, ruegos y peticiones. Podría no suceder así, claro está, pero...
2.- Se ha convertido en muy poco tiempo en la amiga fiel que está dispuesta a escuchar en cualquier instante todo cuanto Alejandro desee  contarle. No es que él esté predispuesto a hacer concesiones hablando más de la cuenta, pero no olvidemos que su principal placer es hablar y pensar constantemente consigo mismo, Aunque no está de más que pongamos especial atención y énfasis a todo cuanto  Alejandro le va contando de vez en cuando a su enfermera por ser el personaje  más allegado en estas circunstancias tan especiales para él, es quien mejor puede recoger para la posteridad algunos retazos de la vida de nuestro héroe.  Y si no es así, al menos es un punto más de referencia para completar toda la síntesis.
3.— Es la compañera infatigable que conoce, dada su experiencia, la actual situación en que se encuentra nuestro personaje protagonista principal y que está dispuesta a desempeñar a la perfección - dentro de sus posibilidades y limitaciones: todos tenemos siempre, aunque no lo queramos, las nuestras. su cometido y su misión: hacer agradable y llevadera la recuperación clínica del paciente.
4.— La señorita Raquel también es una persona y así deducimos que no está exenta de todo condicionamiento humano. Acepta a Alejandro porque le corresponde hacerlo dada su profesión, acata sus órdenes hasta cierto punto, siempre dentro de las estrictas obligaciones y normativas propias de toda buena enfermera, pero no por ello puede aceptar la triste realidad de nuestro protagonista. Ha llegado a comprenderlo, conoce bien los hechos que motivaron el desenlace final, mas piensa y sin duda tiene algo de razón, que no es ésta la forma más correcta de alcanzar lo que Alejandro un día, junto con su único amigo: Goldeman, se propuso. Para ella el fin de Alejandro es bueno y necesario, pero no justifica los medios que han sido empleados para alcanzarlo. Todo se reduce a un problemas de adecuación de  medios y fines, como casi todo en la vida. Puede que ella tenga razón, pero seguramente Alejandro cuando se planteó el problema de su fin propuesto no encontró a  mano más que unos medios muy reducidos, simples  y concretos. Ciertamente podía hablar y hablar pero nunca hubiera conseguido su meta: se hacía necesario e imprescindible pasar a la acción, ser consecuente con ella, y llegar hasta el final, apetecido o no, para llegar a alcanzar con plenitud el fin propuesto. Es decir, ser radical y contundente en sus actos, para resolver el problema por  él planteado, aunque dudo de que aún así, a pesar de su gran sacrificio, lo haya conseguido.
5.- Es una mujer joven  y por lo tanto es una romántica. No es que yo diga que todas las mujeres son unas románticas, no; pero están más predispuestas para serlo. Y Raquel ciertamente lo es. Su vida hasta ahora ha sido siempre de " color de rosa". Y en el fondo también es una idealista, como Alejandro, mas su condición femenina la convierte en cobarde ante los ojos de su paciente. A ella esto no le importa demasiado: prefiere eso: aceptar la realidad tal como es sin pretender cambiarla con los escasos medios que una persona normal cuenta para obtener su propósito antes que convertirse en una cómplice más del desastre de Alejandro muy a pesar de que sabe sobradamente que por el mero hecho de estar a su cuidado ya se ha convertido en una más del grupo. Ha caído en la trampa sin proponérselo, sin intencionalidad por su parte, pero lo importante es que está con ellos y muy difícilmente podrá salir airosa de esta especie de emboscada funesta.
6.- En lo más profundo de sí misma se alegra de la situación en que se encuentra Alejandro. "Él se lo ha buscado y debe ser consecuente consigo mismo " . Y tiene la razón de su parte. Ahora bien, no dudemos de que quizás ella sería la única capaz de continuar con la obra comenzada por Goldeman y  Alejandro si la situación la obligara a hacerlo. Aunque no es éste el case. Ella, de entrada, desaprueba la acción en sí porque debe de ser de esa forma para poder  estar de acuerdo con sus principios éticos y morales adquiridos en el seno de una familia normal española. Mas sin saberlo acepta y se guarda muy bien de censurar a Alejandro: comprende su situación de víctima acosada y se percata de que no había otra posibilidad más que aquella por la que optó  Alejandro cuando le llegó el momento. Conscientemente lo repudia: es lo más lógico, pero inconscientemente  no  sólo está de acuerdo sino que se siente una más dentro de la  gran obra.
7.- Conoce bien su condición de protagonista en esta tragedia y está dispuesta a lograr, sea al precio que sea, cueste lo que cueste, poniendo en juego y arriesgando todo aquello que tenga que poner y arriesgar salvo su persona, salir victoriosa de su cometido. Hasta ahora no ha sido más que un personaje secundario y auxiliar, pero, y ella lo sabe necesario y estará dispuesta a hacer cuantas concesiones sean necesarias ante Alejandro si fuese preciso para adquirir la posición, la relevancia y hasta cierto punto encumbramiento, que por derecho, en función del papel que desempeña en esta función, le  corresponde.
8.— Raquel es joven y guapa y todas las mujeres atrayentes están condicionadas, predispuestas desde siempre, a representar este papel  de "vedette", gustosa de jugar con el amor y los sentimientos de las personas del sexo contrario. Sin embargo, no olvidemos que es una mujer española por los custro costados y esto le hace ser reservada y precavida: provoca e incita pero luego no acepta el juego por ella iniciado porque no conoce las verdaderas dimensiones de lo que ella inicia y arriesga. Su generosidad    tendrá siempre un límite fijado de antemano por ella misma según sus propios valores morales. Comenzará el juego ella misma, será la incitadora e  iniciadora del encantamiento al que va a someter a sus víctimas. Es decir, Raquel será la provocadora y se dejará llevar por las circunstancias, por los acontecimientos que vayan sucediendo hasta un punto en el que será ella misma, su pudor, quien dirá ya basta.
9.-  Va lo que se dice literal y coloquialmente quemada en lo que al sexo se refiere. Tiene ganas de poder acostarse con un hombre: no desea otra cosa. Pasa los días pensando en ello, pensando en él, soñando en cómo quiere que sea este hombre, su hombre, el hombre que sea  su marido para siempre y al que todavía no ha encontrado. Pero  a pesar de todo en lo más profundo de su conciencia siente que tiene miedo: quiere dejar de ser virgen y se complace con la idea en sí, con el hecho y su motivación, mas esto nada más sucede en un primer estadio, en un grado preponderante pero no por eso deja de ser aparente, teórico; es un deseo libidinoso pero que ella misma se preocupa de controlar, contener y hasta cierto punto anular. Lo que le obliga a guardarse son las posibles consecuencias derivadas. Conoce sobradamente que la pérdida de la virginidad evita grandes condicionantes humanos, al menos en parte; libera por así decirlo, a la mujer y la transforma en un ser especial, más independiente, más calculadora, más abierta, en una palabra: la transforma en lo que realmente es: en una mujer. Sin embargo siempre ronda por su cabeza el temor, adquirido en el colegio de monjas en el que estudió desde muy pequeña hasta luego ir a la universidad, de que perdería su más codiciado fruto: su virginidad, la pureza original de su espíritu, y si alguien alguna vez llegara conocer este hecho, siendo ella todavía soltera, quedaría marcada para el resto de su vida como quedan marcadas las reses:  se vería constantemente señalada con el dedo, se transformaría en comidilla de todos los círculos viciosos de chismosas y cotorras solteronas o malcasadas que precisan señalar a otras y expandirse en sus verborreas para no ser las señaladas ellas por otros motivos, y con toda seguridad se vería obligadas, no por propia voluntad sino por la discriminación sexual existente en nuestra retrógrada sociedad, que sigue siendo una lacra social todavía hoy, a la que se vería sometida, una sociedad que le impondría el castigo de permanecer soltera para siempre y, lo que es peor, marcada.   Y suponiendo   que perdiendo su  virgo el sujeto de la dicha la abandonara, a pesar de nadie se enterara jamás, ella no podría casarse y mirar cara a cara a su marido pues él lo descubriría la primera noche y ella se moriría de vergüenza. Y ¡eso si que no!, sería lo último a la que una mujer como ella estaría dispuesta a llegar: solterona y vieja, cargada de  manías y de prejuicios, de lacras de las que no podría desprenderse nunca por mucho y grande que fuera el esfuerzo de su voluntad puesta de su parte para evitarlo. En el fondo es una mujer española con un leve, pero marcado, aire de aperturismo, de liberalidad, de deseo de que las cosas y as condiciones sociales que hasta el momento imperan, y por lo tanto nos vemos involucrados una vez más en el sistema contra el que combate Alejandro, cambien. Una vez, cuando todavía era una muchacha que estudiaba en la escuela de enfermeras, tuvo un romance y aún vive pendiente de aquel recuerdo. Siempre el primer amor perdura y nos acompaña hasta la tumba,  Entonces sí que podía haberse salido con la suya. Ambos se querían y si entonces ella no hubiese desperdiciado la ocasión que se le presentaba, siempre el temor a la novedad desconocida que nos atenaza e impide el movimiento, ahora ya estaría casada y con hijos, tal  como siempre ha deseado: ama por encima de todas las cosas a los niños: esos pequeños inocentes. Pero ya entonces era una idealista: no aceptaba ni acepta nunca nada  de nadie - como nunca aceptará la herencia que Alejandro está dispuesta a legarle su ella accede a sus deseos, deshonestos, eso sí, pero sólo hasta un cierto punto: depende todo de cómo se mire. Nada es en realidad como es, siempre hay matices, sombras que no vemos o que se nos escapan y que poco o nada nos ayudan a ver la realidad tal como en realidad es.  Mas como íbamos diciendo no se puede aseverar que sea una mujer totalmente inexperta. Ha tenido sus pinitos que han estado limitados a un currículum vicioso fijado de antemano y controlado hasta ahora por ella. No pasaron nunca de hacer manitas o de dejarle a él que le acariciara sus prietos senos o que estimulara su clítoris. Ambos querían llegar más lejos pero ninguno de los dos fue capaz de atreverse a más.  Ahora se percata de que fue una lástima: malogró su tiempo y sus mejores años. Él era estudiante de arquitectura con un brillante porvenir que ella tota y absurdamente desperdició. A pesar de todo sigue siendo aún joven, bonita y muy atractiva, y pretendientes no le faltan: hasta en el mismo hospital, dentro de la categoría de los médicos, los tiene. Pero por el momento ha desistido de casarse, antes quiere adquirir mayor experiencia aunque ello le cueste seguir siendo virgen e incorrupta; algún día es posible que se case y entonces pondrá fin a toda esta polémica insignificante e intranscendente para muchos pero no para todos. Tampoco es que ella le conceda demasiada importancia, menos incluso de la que nosotros le otorgamos aquí. Una vez fue así y ya está, eso es todo. La próxima no sucederá de la misma forma, podemos estar seguros: ya es mayor y no volverá a desperdiciar la ocasión de asegurarse la carrera de todas las mujeres hoy por hoy: el matrimonio. Ella alega que esto no debería ser así, que hoy la mujer ya ha adquirido una posición igual a la del hombre y que por lo tanto deben respetarse sus derechos; y sin embargo aspira, como todas, por eso es mujer, a casarse y formar un hogar con hijos y marido y poder abandonar lo que hasta el momento es su vida: su profesión y el inmenso amor que siente por su trabajo.














































¿Desde cuándo? Yo diría  que no lo sé, desconozco totalmente el terreno. Vivimos enfrascados en pequeños recipientes  con una etiqueta pegada en la parte más visible del cristal para que todos conozcan de nuestro apodo y de nuestras miserias, y también, aunque poco puedan interesar, de nuestras características. Sería contradictorio aducir que todo se debe al hecho casual de una ofuscación mal entendida y por interpretada. ¡No!. No puede ser que todo resulte cierto, mas, no obstante, me resisto a creer en lo que a todas luces parece dudable e inverosímil. Vil artilugio de los más que siempre están preparados para poder estar decididos a presentar su batalla postrera y sobre todo rastrera. Y yo me apremia a colocar todas mis piezas sobre el tablero. Sería una pérdida irreparable hacer caso omiso de la oportunidad que en cualquier momento puede presentársenos. Sin embargo no todo lo desconozco  completamente. Yo diría que únicamente sé  una parte del mismo. Aquella que todos poseen por el simple hecho de que es poseída por la masa angustiada en su cubículo rectangular y sumamente angosto. La verdad es que además huele a podredumbre. No es culpa mía. Ellos  siempre lo han querido así y no se puede contrariar su opinión y deseo último. Es más, debemos ser en todo momento democráticos y de este modo estaremos dispuestos a aguardar que acontezca lo peor. ¿Desde cuándo?, ya he declarado que no lo sé, ni me interesa demasiado, la verdad siempre por delante. Llevamos todos demasiado tiempo dando vueltas y más vueltas a la misma manzana de casas, a la misma cosa, al mismo hecho. Pero no importa. He intentado muchas veces salir, variar, sumergirme y emerger, renovar las cosas ya vistas y resulta completamente imposible. Una fiel y bien guardada barrera nos lo impide, nuestros intentos siempre resultan fallidos y vanos. ¿hasta cuándo?. Es una pregunta cuya respuesta se hace y resulta a todas luces imprevisible de tener una respuesta aunque sólo sea algo lógica. Siento dentro de mí que todo va a terminar como siempre ha terminado: justa y precisamente en el caos. Pero puede acontecer que la próxima vez todo resulte diferente, distinto, modificado en su sustancia primera y, no existe otra vez posible,  sea lo que nunca ha sido hasta el momento, incierto hasta el momento más no por eso menos probable que todos los demás resultados probables o improbables. Es detestable desde el principio, lo sabemos de sobras. Y es por lo que nos apresuramos a precipitarnos  como moscas en el pastel: dulce y apetitoso, delicioso con toda seguridad, que constituye en sí mismo una trampa mortal de necesidad de que no podremos salir bien parados. Lo intentaremos y en este intento perderemos todas nuestras capacidades y fuerzas hasta desfallecer agotados y quedar arrinconados en el pasado, a un lado del camino principal como si fuésemos un desecho: basura y nada más. Un despojo que no merece ser tenido en cuenta en el momento en que se haga el reparto de premios entre todos aquellos que han logrado salir ilesos de tamaña  prueba, gesta ideada nada más para unos pocos, todos ellos selectos. Y será entonces cuando diremos, como siempre hemos dicho, en eso no tenemos remedio, somos así porque nos han parido de ese modo y no de otro, como hubiese sido de desear por todos, la cosa ya no tiene remedio, que había truco, cuando tenemos en la  mente la certidumbre de que todo esto es completamente falso, volutas en el aire que apenas son consistentes y que de modo rápido se esfuman, pero no importa, nadie lo ve así. No sé si consigo que se me entienda. Pero no te preocupes demasiado por mí, yo ya sé lo que digo, sino no lo diría: el mal está en todas partes aunque esté poco visible o bien oculto. Tú me alegarás, como siempre me has replicado, que también se pueden ver las situaciones desde otro punto de vista: en todas partes hay bien, al final es éste el que prevalece. ¡Iluso!. Ya lo sabía, pero no es eso que a la hora de la verdad cuenta, sino que su contrario: es el mal del mundo. Es una frase y un pensamiento puro, tópico, vale, está a la vista, pero no por eso deja de ser en su globalidad correcto, y por lo tanto mensurable y, hasta cierto punto, dentro de una serie de categorías básicas, exigibles de antemano, ponderable y cuantificable. Y de este modo pretendemos conocer y desprender de la historia hechos y sucesos que seguramente fueron, aunque siempre nos cabrá la duda admisible de si fueron reales o no. Y de este modo llegamos hasta Laura que, desde hace más de veinte años, no se puede precisar exactamente el período: todo lo que pertenece y concierne a la época de la infancia de Alejandro es así: impreciso, borroso, difuminado, sumido en la bruma. Es como si una nube impidiera verlo con claridad. Únicamente él recuerda  de una forma harto imprecisa unos rasgos diáfanos de siluetas  que se movieron en su entorno lejano, y, además, se trata de un personaje que ya no está, que murió. Alejandro  siempre la ha recordado bajo el apodo de la vieja Laura. De aquí, de algún modo, pero sin base firme, deducimos que él siempre la conoció así: como vieja, como persona mayor, como persona ya entrada en años. Solterona y beta. Muy religiosa pero a su modo, como todas las beatas viejas y solteronas de los pueblos: con sus manías, con sus fervores, con sus convicciones religiosas propias: mitad tradición oral, mitad fe católica, mitad superstición y todo lo demás no deja de ser más que puro folclore. Sin embargo, y a pesar de lo poco que conocemos de su existencia, no cabe duda de que influyó notablemente, en la tierna infancia de Alejandro, en el modo de comportarse y ser de éste. Él siempre la recuerda, siempre recurre a ella, sobre todo emocionalmente: no puede olvidarla porque está ligado, atado, a ella y conserva para ella, como tesoro valioso, la única forma de amor verdadero, exento de todo interés sexual o materno filial: el rincón más precioso de sí mismo. La quiere bajo el concepto de madre sustitutiva, abuela  también de repuesto y, en especial, como amiga: ella lo es todo para él: daría su vida por Laura si pudiera y le fuese requerida.
Continuar insistiendo sobre lo que ella significó y significa aún hoy parea Alejandro sería dar vueltas y más vueltas en torno a un círculo vicioso, tiovivo sin caballitos, pues todos, a través de lo que él no ha ido narrando sobre ella, conocemos de sobras la historia. A  pesar de todo, no obstante, creo que sabemos, como ya he precisado con anterioridad, muy poco sobre esta mujer excepcional. ¿Cómo era en la realidad la vieja Laura?, porque debemos tener en cuenta que las declaraciones de Alejandro al respecto forzosamente son partidistas. Así pues no nos queda otra salida más que limitarnos, una vez más, a hacer ilusorias y banales conjeturas desprendidas todas ellas de lo que se ha ido relatando hasta el momento. No dudamos de que se trataba de una vieja, con el pelo blanco y con la cara llena de arrugas, piel curtida por el sol del verano y el trabajo en el campo, y por las heladas del invierno, que también contribuyen en lo suyo, y por las inclemencias climatológicas adversas que siempre reinaron en su pueblo. Pero su cara debió ser muy agradable, o cuando menos algo agradable y llevadera, no en vano Alejandro una vez la comparó con una actriz de cine y deseó haber sido joven cuando ella también lo era para haber hecho el amor con ella. De aquí  se desprende una enseñanza que tal vez a muchos se les haya escapado hasta el momento: lógicamente él siendo pequeño como era en aquel entonces debió oír hablar más de una vez a los más viejos del lugar de la legendaria y popular tradición de Laura: su belleza sin igual. Y son estas historias las que con toda seguridad indujeron a que Alejandro la comparara con una artista de la pequeña pantalla. Yo, no en vano soy oriundo del mismo pueblo que Alejandro y por tanto paisano suyo, así mismo he oído contar en algunas ocasiones a los más ancianos la historia de Laura: se enamoró siendo aún demasiado niña de un primo suyo, el hijo del molino de abajo, y siempre deseó casarse con él. Él  chico por lo visto también le correspondía. El noviazgo fue comentado por todos en el pueblo cuando ya fue un hecho fehaciente, en especial por la buena pareja que ambos formaban. Ella era morena  de largo pelo muy negro algo rizado que ella sabía picaronamente recoger en un bien situado moño en los días de fiesta. Y dicen que tenía los ojos negro azabache, como los de Platero, y que estos tenían vida propia, y que eran capaces de dejar boquiabierto a cualquier osado que pretendiera aguantar más de tres segundos su mirada penetrante y encantadora.
Mas parece ser que la cosa fue para largo, ya que el primo  decidió seguir la carrera militar y no deseaba casarse antes de haber conseguido un puesto que le resultara digno para ambos, en especial para la hermosa joven que un día sería su fiel esposa. Hay quien dice que el primo marchó huyendo de ella alertado por alguien de algo que no cuadraba bien en la vida de ella. Poco a poco aquel hermoso cuerpo de niña ya hecha mujer se fue marchitando -lástima del coño que quedó mustio siendo aún virgen y que no pudo saborear las mieles dulces  que la madre naturaleza tenía predestinadas para él de haber sido Laura de otra manera- y adquiriendo una expresión lánguida y pesada. Cuando estalló la guerra civil todavía seguía soltera  y doncella, y el único amor de toda su vida tuvo la desgracia de ser uno de los muchos que sucumbieron, o al menos desaparecieron, en plena contienda. Y ella decidió dedicar todas las horas que le restaban de su triste existencia a aguardar la llegada de su amado, que para ella seguía vivo, que un día retornaría en un largo automóvil de fuego a buscarla para casarse con ella. Y todo a pesar de que las malas lenguas, personas siempre codiciosas y de mente perversa y retorcida, viperinas por excelencia, aseguraban que alguien del pueblo lo había visto una vez en Valencia del brazo de la entonces con toda seguridad era su esposa.
Laura nunca creyó en estas palabrerías infundadas, insidiosas, maledicentes  y llenas de mala sangre. Lo más probable, y quizás lo más cierto, es que él muriera en el campo de batalla con el nombre de Laura a flor de boca. Cuando  menos sería lo más bonito. Aunque no podemos desdeñar la otra alternativa: se casó acabada la guerra con otra mujer, reside en Valencia y se ha olvidado por completo de su querida y amada prima que todavía le espera. Así pues, y como podemos ver en estas líneas, la vieja Laura vivió una vida bastante alegre al principio, triste después, y nunca exenta de un romanticismo impropio de su época y de su condición, hasta que un día se conformó con su suerte. Después,  todo el resto de sus horas no fue más que una esperanza, más un sueño que otra cosa, vana de que él vivía y que un día regresaría a por ella. Y de este modo se fue convirtiendo  en lo que Alejandro siendo niño conoció.
Por otro lado podemos suponer que Laura debió pertenecer a una bien aposentada familia, pues sabía leer y escribir y parece ser que tenía una buena educación no exenta de, hasta cierto punto y dentro de los límites propios de un pueblo pequeño, cultura. Este último supuesto lo deduzco de las ideas y filosofía que Laura profesaba y que tanto llegaron a influir  sobre nuestro protagonista. También afirmo que Laura era hija de una familia rica por el hecho de que nunca tuvo que trabajar ya que tenía varias casas que alquilaba en la época estival a los veraneantes que iban a tomar el agua al pueblo, y además, disfrutaba de una pequeña renta que sus tierras arrendadas le producían. Todo esto lo puedo asegurar  como cierto, además, por el simple hecho de que yo también la conocí, aunque no de una forma tan directa como Alejandro, dado que yo era algo más pequeño cuando ella murió. También puedo afirmar que aún hoy  se recuerda a esta singular mujer con cierto cariño en el pueblo. Y cuando algo malo ocurre allá no faltan las malas lenguas, abundantes en mi pueblo, no va a ser diferente mi pueblo a cualquier otro de la geografía hispana,  que dicen, o al memos insinúan: " Seguro que detrás de todo esto está la loca Laura que quiere vengarse de nosotros por todo lo que le hicimos“. Pero yo sé que esto no es cierto: cualquier estudio, por somero que sea, sobre la personalidad de Laura nos conduce y obliga  a refutar todo aquello que se cuenta de ella en la tradición oral y escrita de nuestro pueblo natal.
Ella no era de esa calaña. Estoy convencido de que en aquellos tiempos los que le atribuyeron dichos hechos sí serían capaces de intervenir, de poder hacerlo, para vengarse de sus convecinos. Laura no, no era capaz de tal cosa. Más  bien aceptaba los hechos y sus consecuencias de buena gana, aunque ella no tenía ninguna culpa de todo ello, sabiendo que aquello significaba la opinión de la mayoría y por tanto tomaba carácter de ley. Todo esto nos hace ver hasta qué puno era abierta, liberal y demócrata la vieja Laura.
Otro dato, no  relevante en cuanto a la historia de Alejandro pero sí significativo para comprender un poco más la forma de ser de esta mujer, es el hecho de que Laura menstruó por vez primera al cumplir los diecisiete años de edad y que lo hizo de una forma bastante anormal y rara que valió la exclamación de su padre “Es la primera y viene tardía, pero vale a cuenta de todas las otras atrasadas” Y ciertamente que su padre tuvo toda la razón en su dicho. Todavía hoy se recuerda y comenta la sangre que derramó Laura cundo se hizo  mujer. Se despertó aquella mañana temblorosa, algo mareada y llena de frío sudor, palpó con ambas manos las sábanas y exclamó asustada: ¡Madre, venga!, ¡corra, que ya soy mujer! Y la niña que acababa de convertirse en mujer, es un decir, estaba en lo cierto. Sin embargo la cosa no acabó aquí. ¡La niña había menstruado por primera vez! Y el suceso en sí no constituía nada fuera de lo normal y corriente en la vida del pueblo e incluso en la familia de Laura. Y debía haber sido así de no ser por algo que aconteció después y que alteró e hizo cundir la alarma entre las vecinas, creyendo que la niña se desangraba totalmente y se moría. Dentro de la algarabía y goce lógicos con aquella mañana, cuando Laura intentó incorporarse para levantarse como todos los días, después de un rato de espera, comenzó a sentirse de nuevo mal y notó un flujo caliente que le bajaba entre las piernas. ¡Ay, madre, que me estoy desangrando!. Y sí, era cierto, la niña volvía a menstruar. Lo había hecho la primera vez durante la madrugada anterior, apenas unas horas antes, pero no lo había sacado todo, volvía a sangrar más: dos veces seguidas con esa intensidad, dijeron las vecinas no  es normal, es todo lo contrario, sumamente alarmante. Pero, en fin…. volvía y se hacía  necesario poner rápidamente remedio.   Le quitaron el pijama y sí: la niña muy poco a poco pero a grandes borbotones, con grandes burbujas de aire entremezcladas, continuaba manando sangre, como un manantial de agua en la montaña pero con una diferencia clara era por la vulva de Laura y brotaba sangre. Como la coda tomaba caracteres alarmantes de larga duración, se decidió llamar al médico para que examinara a la niña no fuese a ser algo realmente malo y peligroso que hiciera peligrar la vida de Laura. Y así la niña Laura permaneció tres horas sufriendo ese pequeño y gracioso hervir, según palabras posteriores de ella, de sangre de su sexo ante las miradas expectantes de todos los vecinos que habían acudido allí, unos por la novedad, otros per lo inusual preocupados por ayudar y otros, los más, por verle las piernas y el peludo coño a Laura, que entonces ya estaba muy bien parida y a la sazón y que esta ocasión no podía desaprovecharse, aunque  la situación no era en sí la más oportuna y la niña se moría de vergüenza, permaneciendo allí, larga y tendida con las piernas abiertas mientras los hombres hacían bromas y comentarios jocosos y admirativos sobre su majestuoso y bien dotado, apetecible para todos, sexo.
Desde entonces Laura no tuvo nunca sus reglas demasiado exactas, más o menos menstruaba tres veces cada siete meses. Ciclo que se repitió a lo largo de su vida, fecunda en teoría, hasta que le llegó como a todas la menopausia a sus cuarenta y cinco años –demasiado temprana, todo hay que decirlo. Es decir, que menstruaba treinta y seis veces cada siete años; o sea, un total de ciento cuarenta y cuatro veces a lo largo de su paso por la historia. Aunque hay quien afirma y mantiene de forma exacerbada que fueron ciento cuarenta y cinco veces ya que, según ellos, Laura se equivocó en la cuenta al no contabilizar el  primer sangrado. Sin embargo, esto no puede ser cierto: ¿cómo iba Laura a olvidar aquella primera vez que tan mal rato le hizo pasar?. También los hay que atribuyen a este número esotérico, según el decir de ellos, y con poderes mágicos y siempre dudosos, la supuesta brujería y pacto con el diablo de la vieja Laura. Ciento cuarenta y cuatro es un número que tiene bastante simbología como vamos a poder ver a continuación detalladamente (estos datos están extraídos literalmente de las habladurías e historias que en nuestro pueblo se refieren – y por tanto no sean tal vez demasiado fiables- y por eso los detallo seguidamente):
  • Ciento cuarenta y cuatro es doce veces doce, es decir, una gruesa
  • Ciento cuarenta y cuatro es el número de pecados mortales que cometió la samaritana antes de encontrarse con Jesucristo en el pozo.
  • Ciento cuarenta y cuatro es el número de vueltas que tuvo que dar al mundo el judío errante entes de encontrarse con su destino y reposo definitivo.
  • Son doce los meses del año, doce los signos del zodiaco, doce las tribus de Jacob, doce los apóstoles de Jesús, doce los lingams de Siva, doce los reveladores del Djainismo o de la Bhatki, doce las iglesias  de Gregorio el Grande, doce las piedras preciosas de Marbodeo y de Flora, doce los caballeros de la Tabla Redonda y doce las categorías de Kant: todo ellos elevados al cuadrado -12 x 12-  dan ciento cuarenta y cuatro.
  • Desde el punto de vista cabalístico nos encontramos con el hecho de que ciento cuarenta y cuatro corresponde al nueve ( 1 + 4 + 4 = 9) que corresponde a la novena letra del alfabeto sagrado cabalístico: TETH (letras I y T). Significa serpiente y sabiduría e indica así mismo misterio. Es identificable al bien, al horror del mal, a la moralidad y a la luz de la razón. Es la imagen más completa de los tres mundos (procede de multiplicar el guimel por el guimel) y es, a su vez, el número que corresponde al iniciado. Esto hace suponer a los vecinos de Laura, posiblemente, que ella también era una iniciada (el vau más el guimel). La teth expresa la razón de ser de todas las cosas y de todas las formas, porque contiene en sí a todos los números simples. Es la síntesis del bien y del mal, la suma y la resta de todo aquello que ha sucedido. Teth es espíritu y materia. Es asimilable a la comprensión en su faceta positiva – Laura siempre lo fue para con todos- y al rencor en su faceta negativa –ciertamente todo el pueblo lo fue para con ella-. Tiene sus correspondientes en las letras I y T, su número es el nueve, su planeta Marte, su nota musical el Sol, su color el rojo y los del fuego, el principio alquímico de la propia infusión, y en la mente de identificarse con la cosa pensada. Su arcano mayor en la cosmogonía del Tarot es el Ermitaño-Laura siempre lo fue, siempre se comportó y actuó como una persona solitaria- y sus signos del zodiaco son Aries y Escorpión –Laura era Escorpión-. Como signo gramatical denota resistencia y abrigo. Su significado esotérico es el de una muralla escondida y erigida para salvaguardar un anhelado tesoro o custodiar un objeto preciado rodeado de peligrosa pureza y virginidad de Laura- Para la Cábala es una de las doce letras simples y asimilado al noveno sefirá: Yesod.
  • Los ciento cuarenta y cuatro mil justos del Antiguo Testamento que aguardan la llegada del Mesías para entrar en el Reino del Padre.
  • En el Apocalipsis se puede leer :”Por fin nace la nueva Jerusalén, la Ciudad de las Doce Puertas, donde nace el Árbol de la Vida que da doce veces al año sus frutos y cuyo follaje cura a las naciones: la ciudad del Señor que torna vanas las luces de las lámparas y del sol, el Alfa y el Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin. En la Ciudad de Dios reinarán los hombres revestidos con la túnica blanca, que habrán esperado este despertar durante doce mil años. (12x12=144).
  • Ciento cuarenta y cuatro es el número de los gatos que todos los años en la noche de difuntos suben a los tejados de las casas en espera de que pasen las ánimas errantes que penan sus culpas para atraparlas de un zarpazo y zampárselas. Es la noche del Gran Banquete de los Gatos en el pueblo.
  • Doce son las piedras preciosas del Apocalipsis: jaspe zafiro, calcedonia, esmeralda, ónice, coralina, crisolita, berilio, topacio, ágata, Jacinto y amatista.
  • Las doce estructuras míticas del Lamaísmo establecidas a partir de las flechas del tiempo, los tres campos de visión y los cuatro planos de la realidad.
  • El cisma duodécimo (de nuevo el doce) de los siglos VIII y IX del Islam, que tuvo doce imanes sucesivos, cuyo undécimo fue el último visible personificado en Hassan’ Askari (muerto en Samarra en 873); luego sucedió un periodo de setenta años (la ocultación menor) en que el doce Imán nombró sucesivamente a cuatro representantes, ordenándole al cuarto que no eligiese sucesor. Esto ocurrió en el año 940, fecha de la entrada del islam en la Gran Ocultación. Míticamente se reconocen doce imanes, los protectores de los grandes profetas de la Humanidad: Adán, Noé, Abraham, Moisés, Jesús, Mahoma, el séptimo que está por nacer, tres escondidos, Hassan’Askari y el duodécimo  que fue Al-Mahdi, fundador de la dinastía de los fatimidas en Egipto en el año 909. Es la rama del Cisma que se escindió en dos, dando origen a los Ismaelitas orientales, regidos hoy por el Aga Khan, y la de los Ismaelitas occidentales dueños de Egipto y del Yemen. La doble fecha de la Ocultación Duodécima (940) y la muerte del XII imán ismaelita (933) pueden tomarse como el final de la segunda parte de la historia del Islam.
  • El texto del Salmo 144 del rey David que laura siempre tenía presente y que, según ella aducía, le daba fuerzas y coraje para seguir en el camino hacia Dios. Recordemos dicho salmo:
¡Bendito seas,
mi Dios y protector!
¡Tú me enseñas a luchar
y a defenderme!
¡Tú me amas y me cuidas!
Eres mi escondite más alto,
el escudo que me protege,
¡el Dios que me permite reinar
sobre mi propio pueblo!
Dios mío,
¿qué somos nosotros
para que nos tomes en cuenta?
¿Qué somos los humanos
para que nos prestes atención?
Somos como las ilusiones;
¡desaparecemos como las sombras!
 Dios mío,
baja del cielo,
toca los cerros con tu dedo
y hazlos echar humo.
Lanza tus relámpagos,
y pon al enemigo en retirada.
¡Tiéndeme la mano desde lo alto
y sálvame de las muchas aguas!
¡No me dejes caer en manos
de gente malvada de otros pueblos!
Esa gente abre la boca
y dice mentiras;
levanta la mano derecha
y hace juramentos falsos.
Dios mío,
voy a cantarte un nuevo canto;
voy a cantarte himnos
al son de música de arpas.
A los reyes les das la victoria,
y al rey David lo libras
de morir a filo de espada.
¡Sálvame también!
¡Líbrame de caer en manos
de gente malvada de otros pueblos!
Esa gente abre la boca
y dice mentiras;
levanta la mano derecha
y hace juramentos falsos.
 Permite que nuestros hijos
 crezcan en su juventud
 fuertes y llenos de vida,
 como plantas en un jardín.
 Permite que nuestras hijas sean hermosas
 como las columnas de un palacio.
 Haz que en nuestros graneros
haya abundancia de alimentos.
Haz que nuestros rebaños
aumenten en nuestros campos
hasta que sea imposible contarlos.
 Permite que nuestros bueyes
lleven carretas bien cargadas.
No dejes que nuestras murallas
vuelvan a ser derribadas,
ni que volvamos a ser llevados
fuera de nuestro país,
ni que en nuestras calles
vuelvan a oírse gritos de angustia.
¡Tú bendices al pueblo
donde todo esto se cumple!
¡Tú bendices al pueblo
que te reconoce como su Dios!

Como vemos son muchos los puntos que se señalan, entremezclando el número ciento cuarenta y cuatro y el doce, su raíz cuadrada, mas nosotros dudamos de la palabrería de la gente mundana e inculta. Nuestra misión, a pesar de todo y pensando que tampoco son tan  incultos, consiste en referir los sucesos tal como en realidad fueron y por lo mismo, nos vemos obligados a señalar todos aquellos datos que puedan servir de referencia para el lector, para que así, y de este modo tan burdo, pueda hacerse una idea clara de la realidad siempre ambigua que a todos nos concierne. Porque todos estos datos señalan y marcan el carácter taciturno y maniático de Laura: se hizo vieja permaneciendo virgen, esperando a su ser amado que jamás regresó a por ella, no menstruaba de forma regular, la señalaban con el dedo y murmuraban que era una bruja, le atribuían pactos con Satanás y con Asmodeo, por citar alguno de los nombrados, los niños le lanzaban piedras y sin embargo la querían como a una abuela de verdad, no tuvo al hijo que tanto deseó porque no hubo ningún hombre con arrestos que quisiera tener relaciones sexuales con ella a cambio de nada, tan sólo de un rato de placer en su lecho amoroso.  Si recapacitamos un poco sobre todo lo expuesto hasta el momento nos daremos cuenta de que psicológicamente Laura debía ser así, a la fuerza, una persona tarada, no por culpa suya, sino por todas las circunstancias que desgraciadamente confluyeron en ella. La verdad siempre por delante: no pretendo ocultar nada: no quiero hacer un mito donde no lo hay, pero debo de afirmas que si Laura era así y no de otro modo los motivos eran más que suficientes. Incluso podían haber hecho de ella una persona vengativa, conspiradora y amargada y lo comprenderíamos todos perfectamente, y sin embargo, y por suerte, supo aceptar todo como consecuencia de su destino sin tener nunca la más remota idea de la verdad y sin importarle quién era el causante de tantos sinsabores y tanto entredichos que sobre su cabeza pesaban constantemente. Aceptó siempre la realidad tal cual era con la cabeza bien levantada, desafiando su destino adverso. Y su gran amor hacia todos los suyos le permitió sufrir y salir airosa de las vejaciones que precisamente los suyos y no otros le iban inflingiendo de forma constante a lo largo de su vida. Otra persona habría reaccionado de cualquier otra forma, incluso habría intentado comenzar una nueva vida en otro lugar en el que nadie la conociese ni supiese de las murmuraciones de su gente para con ella. Laura era diferente: prefirió permanecer en su casa y en su pueblo, con los suyos, a pesar de todo, porque eran eso, los suyos y ella los amaba, Quizás el amor de sus “nietos”, de sus queridos niños, le compensaba de tanto desastre inconsecuente e inhumano. Así podemos comprender el por qué siempre Alejandro la recuerda y la quiere, y el por qué la vida de nuestro héroe está tan influenciada por el recuerdo de la vieja y loca Laura.























— Señorita Raquel, no puede imaginarse usted bien lo que es y representa este hombre. ¡Mírelo ahora!. Dormido, como un niño. No. Como un niño no, más bien como medio niño nada más. Soñador y valiente, incluso intrépido, desafiador como ninguno:¡un idealista!. Para algunos otro tonto más. Pero sea lo que sea y sea como sea, como él hay muy pocos, tal vez nada más él. Y yo también como un tonto, siempre a su lado, como un perro de compañía, o tal vez como un perro guardián, impidiendo que haga cosas peores,¡ qué ironía!. Sabe, soy el único amigo que tiene. Me odia, dice en todo momento a todos quienes quieren escucharle que me ha hecho rico. Y tiene razón. Pero en el fondo  constituyo la única amistad que él posee, el único que se sienta a su lado y le susurra que le comprende. Porque, mire usted, yo comprendo y comparto sus ideales. No estoy completamente de acuerdo con él porque yo no tengo las suficientes agallas -¡Ah!, la furia y el arrojo de los españoles- para continuar con su obra cuando él se destruya definitivamente. Sí, cuando el pongo fin conscientemente a todo su acto. Será una actuación más, por suerte para él la última, mas para mí no dejará de ser un homicidio consentido. No, él no se matará nunca, ama demasiado la vida, se aferra a ella con uñas y dientes, no quiere dejarla escapar. Y sin embargo, ya ve usted… será más bien un asesinato colectivo que quedará impune, y con toda seguridad, olvidado aunque Alejandro se esfuerce por  que no sea así. La gente siempre, al final, acaba olvidando. Siempre hay acontecimientos, novedades, que se suceden de forma rápida y que hacen que la mente humana nada más retenga lo último. Si no fuese así no se podría seguir viviendo. Todos tendemos a olvidar por olvidar, a destruir todo aquello que impide, o al menos frustra nuestra felicidad. Lo habremos asesinado entre todos. Y yo el primero. Soy, en el fondo y también desde el inicio sin ningún género de duda, el culpable de todo. Sí, porque fui yo quien le facilitó las cosas y quien le ayudó a dar sus primeros pasos en este difícil arte…No, no me arrepiento de haberlo hecho porque él lo quería así: no deseaba otra suerte en este mundo en el que nos ha tocado vivir. Anhelaba ser importante, inmortal y, la verdad sea dicha, lo está logrando poco a poco, a pesar de todo. Tal vez no lo olviden jamás aunque estará siempre compartiendo la lista negra de los humanos. Ya hay hoy incluso quienes dicen que cuando actúa no sufre porque ha hecho un pacto con no sé quién… seguramente con algún diablo. Y no es cierto, el único demonio es eso y nada más: un pobre fracasado que se ha resistido a su fracaso y a su vergüenza. Do you understand that what I mean?. Okey, veo que es usted una mujer, a demás de bonita y agraciada, sumamente inteligente. You're a lovely girl, como decimos en mi país. Ah, perdóneme, no me daba cuenta de que estoy en un país extraño en el que se habla otro idioma. Cuando era pequeño mi madre me hablaba siempre en español, es por eso que lo hablo un poco, después las cosas y las palabras quedan relegadas a un segundo plano…Bueno, pues como le iba diciendo con anterioridad fui yo quien introdujo a Alejandro en todo este bagaje: yo le busqué su primera actuación. Recuerdo que comenzamos de una forma muy sencilla. Habíamos ido los dos juntos a ver un espectáculo en Las Vegas. Él no tenía ni tan siquiera un dólar en el bolsillo. Le invité yo. La actuación nos pareció horrible: un joven bien formado, sumamente agraciado, con una cara llena de ira que no le correspondía, la verdad: daba grima por no decir risa, era para que nos mofáramos todos cuantos estábamos asistiendo en la sala, esgrimiendo un largo látigo nuevo de color azul oscuro en la mano, azotando de la forma más atroz e inhumana a unas jóvenes, casi todas ellas niñas aún, también con cara de risa y placer, desnudas, que corrían de un lado a otro del escenario intentando deshacerse, taparse, esconderse, sustraerse de tan inmerecido castigo. Y aunque pueda parecer mentira la gente que había pagado para ver aquello, ¡pagado para ver aquello!, disfrutaba ante un hecho reprobable que jamás de los jamases puede tener nombre. En la escena las pobres niñas tenían el cuerpo maltrecho, la piel sangrante hecha girones, trizas, cuerpos y látigo teñidos de rojo sangre, y así mismo el suelo, trozos de piel estampados en el decorado, y lo peor: sus gritos… Cuanto más fuerte gritaban más se cebaba la furia del látigo sobre sus indefensos cuerpos. ¡Frenesí para muchos!, es lo más seguro. Y nadie se atrevía a liberarlas de aquel infierno. ¡Goce y deseo!. Alejandro se emocionó mucho con aquello. No puedo resistirlo demasiado tiempo. Me dijo "vámonos de aquí, yo no puedo soportarlo: es un crimen". Le respondí que aguardara un poco más. No me hizo caso. Saltó al escenario y pegó un puñetazo al verdugo. Se miraron cara a cara durante una mínima fracción de segundo, hubo un forcejeo y hombre y látigo rodaron a la vez por el suelo ensangrentado como consecuencia del uñetazo que Alejandro descerrajó en la mandíbula que se interpuso en su camino. Había estropeado el espectáculo. Le abuchearon, en especial las niñas desnudas que parecían no comprender nada, se podía esfumar su salario de aquella noche. Alejandro también parecía no comprender nada, si tan siquiera la reacción. Nos marchamos apresuradamente de aquella siniestra sala y nos fuimos directamente a casa, a mi casa. Aquella noche no pudo conciliar el sueño. Le oí dar vueltas y más vueltas en su cama, levantarse y caminar de un lado a otro de la habitación sin descanso. La  verdad, se afectó demasiado. Yo, en el poco tiempo que llevaba en su compañía me había dado perfecta cuenta de que se trataba de un espíritu posiblemente demasiado sensible, pero no había llegado a calibrarlo bien, no hasta este extremo. Lo cierto es que yo tampoco pude dormir en toda la noche. A la mañana siguiente, bueno, es un decir, apenas había despuntado el día, se presentó en mi habitación y sin mediar palabra previa exclamó, con voz muy alterada:" yo soy capaz de hacerlo mucho mejor que ellos. Si quieren diversión, la tendrán". Llegó precisamente en el momento oportuno en el que yo comenzaba a conciliar el sueño y no entendí nada de lo que me estaba diciendo."I beg perdon. Could you repeat that, please?" Se enfadó un poco y contrariado dijo nuevamente."Yo soy capaz de hacerlo mucho mejor que ellos". "What did you say?, What do you mean exactly?". Sí, le había oído perfectamente, mas no me atrevía a llegar al verdadero alcance de sus palabras, era como un griterío bullicioso que intentaba llegar hasta donde el entendimiento se negaba a aceptar como válido y posible. Se sentó al pie de mi cama y me detalló punto por punto todo lo que su cabeza había sido capaz de maquinar en aquella larga y tortuosa noche de insomnio. Ahora sé que no debí haberlo llevado a contemplar aquel espectáculo. Me confundió bastante. En un principio creí que estaba bromeando o bien que, tras una noche acabada sin poder conciliar el sueño, deliraba. Sin embargo, y desgraciadamente, hablaba completamente en serio. Había concebido un espectáculo mejor que aquel de las jóvenes niñas azotadas, mucho más sádico, y nada ni nadie se iba a interponer en su camino para ponerlo en escena. Estaba absolutamente decidido a llevarlo a la práctica. Mi opinión no contaba, fue por eso que al preguntarme mi parecer sobre todo aquello, dentro de la obvia confusión y perplejidad en que me había sumido, le repliqué sin medir la importancia y las consecuencias de mis palabras."All right, I prefer not to give my opinion on that". Ahora es cuando estoy convencido de que mi respuesta fue la cerilla que prendió la mecha que hizo explotar el polvorín que dentro de Alejandro habitaba, parasitariamente, en una simbiosis perfecta,  desde hacia tal vez demasiado tiempo, seguramente desde que nació. Es por esto que sé que soy el único culpable, el único responsable, de que él muera. No fui capaz de valorar la dimensión de sus intenciones y no supe darle una respuesta acorde a tiempo. Do you understand me?. Sí, yo sé que usted me comprende. Cargo desde entonces con esta pena en mi interior y hasta hoy, ahora que se lo cuenta a usted, no he podido compartirla con nadie, ni tan siquiera con él que es mi mejor y único amigo. No le quepa duda, señorita Raquel, de que el día en que Alejandro ponga fin a su espectáculo yo lo pondré también a mi vida disparándome sobre mi sien. Será la única forma de redimir todo el mal que le he hecho y a la vez marcharé con él, junto a él, junto a Laura, para que así seamos los tres felices. Él solo sería incapaz de moverse por el más allá, Me necesita siempre a su lado. Yo también soy responsable y sé que es mi obligación no ser, al final, menos que Alejandro. Le defraudaría si no me condujera así. Él espera y supone que yo le seguiré en su muerte, no me lo ha dicho jamás, pero lo sé. Mire, le explico todas estas cosas para que usted intente, de este modo, comprender un poco mejor el infierno que lleva, el pobre, dentro de sí. Yo sé que es usted una mujer, aunque joven, y por tanto está más capacitada para entender muchas cosas que los hombres comenzamos como bravuconada, sin saber por qué y después resulta completamente imposible volver sobre nuestros pasos y dejarlo, olvidarlo todo.
Lo que se  comienza en un momento dado debe acabarse siempre. Es nuestra condición de hombres y de humanos  aunque lo que hagamos nos parezca monstruoso. Aunque a pesar de todo no lo es tanto. Por favor, atiéndalo bien y cuídelo como si se tratase de un niño pequeño, de algún modo lo es. Sepa que muy pronto nos dejará para siempre y usted será recompensada como se merece. Perdóneme, ya sé que es su obligación y que usted no quiere ningún dinero de gratificación complementaria. Le será recompensada de otro modo porque dicha gratitud está en usted misma. Es por eso que le explico todas estas cosas tan monstruosas y desagradables. Porque sé que, en el fondo, usted  a pesar de su juventud es uno más de los nuestros. No, No que diga que me equivoco porque sé sobradamente que estoy en lo cierto. Lo percibo en sus ojos, en esos preciosos ojos españoles que algo se asemejan a los de mi madre…

Esta conversación sostenida entre la enfermera que cuida a Alejandro y Goldeman, diálogo que yo me he permitido transcribir al pie de la letra por considerar que es interesante para poder conocer algo a este personaje, nos sirve de introducción a una vida rara y muy compleja, ambigua, toda esa amalgama que es Goldeman. Resulta difícil intentar explicar su vida y sus comienzos. Pero vayamos sin más demora a su origen. En este judío algo viejo, algo calvo, algo pequeñajo, con algo de nariz judía, con algo de cara de pocos amigos, algo bondadoso, con algo aún de pelo rizado y como teñido de rubio rojizo, todo en él es algo inacabado, incompleto. De todo un poco a pesar de que le faltan muchas cosas. Cuesta tiempo, y no importa este tiempo que dedicamos a indagar sobre su verdad si el resultado es fructífero. Mas con él resulta del todo imposible. Hay siempre algo que nos detiene en alguna parte y no logro saber cuál es ciertamente.
Proseguiremos dando vueltas y vueltas y más vueltas, volveremos a girar una y otra vez, y otra más sobre él y no sacaremos nada en limpio. Nos remitiremos a lo que ya tenemos, intentando exprimir ese poco que conocemos por Alejandro y alagunas otras informaciones más y a pesar de todo no lograremos salir de esa aleatoriedad esporádica que nada nos conduce salvo a una incompleta serie de datos y sucesos más o menos congruentes y con sentido, esporádicos otra vez más y sin correlación mínimamente lógica. A veces he pensado que sería bueno intentar encontrar una hilazón, no importa que tenga poca consistencia, sobre la vida de Goldeman para poder comprender de este modo mejor a un personaje que fue decisivo, tal como él mismo nos confiesa, en los inicios de la historia del Gran Alejandro. Y no nos queda otro remedio, dado los escasos medios con los que contamos, más que ir dando uno por uno, desposeídos de toda raigambre consustancial, los datos tal como los conocemos, permitiéndonos en ocasiones contadas hacer especulaciones y meras  conjeturas lógicas sobre lo que en realidad pudo ser y acontecer. Sin más, ahí va el contenido averiguado hasta el momento de escribir estas líneas:
1.      Goldeman nació probablemente en California o en algún lugar de Nuevo Méjico. No sabemos ni cuándo ni cómo ni prácticamente dónde. Nada más que su padre era judío alemán emigrado a principios de este siglo o bien a finales del anterior a los Estados Unidos, y su madre mejicana emigrada también. Esto lo sabemos por el mismo Goldeman se lo explicó así a la señorita Raquel, la enfermera que cuida ahora de Alejandro. También es por esto que habla bastante bien el castellano: con toda seguridad su madre se preocupó de que él lo aprendiera y hablara siendo niño. Era hijo único. Mimado y enfermizo. Su verdadero nombre, el legal, el que consta en su pasaporte es Guadalupe Schmidt. Nombre proveniente de la devoción que su madre profesaba a dicha virgen. Parece ser que al nacer el niño hubo una seria disputa entre ambos cónyuges al respecto. La madre quería que su hijo se llamara Guadalupe, como la virgencita de Guadalupe, y su padre -Aaron Schmidt- sostenía que ese nombre no era adecuado para un varón y que debía llamarse Aaron, como su padre. La tradición judía debía ser lo primero. Al final prevaleció, como sabemos, la opinión sostenida por doña Manuela Girón ya que, según ella alegaba, si su hijo iba a llevar el apellido propio de los judíos, también debía llevar un nombre que reflejara su sangre mejicana y ninguno mejor que Guadalupe.
2.      A Goldeman nunca le gustó ni su nombre ni su apellido. De pequeño tuvo una infancia llena de percances por culpa de este motivo. Niño enclenque y enfermizo, mal visto por los demás compañeros de la escuela pública y del barrio  por ser medio judío y medio chicano, pero ni lo uno ni lo otro. Incompleto: no cuadraba ni con los de ascendencia judía ni con los mejicanos. Y además: con nombre de mujer: Guadalupe. Él recuerda que cuando era pequeño e iba a la escuela siempre se estaba pegando con los otros niños porque le cantaban, especialmente los chicanos, los que él consideraba suyos, con aire de sorna y cachondeo a modo de corrido la siguiente letrilla:
                    ¿Ay!, Guadalupe, Guadalupita
                    enséñanos tu linda pililita.
                    ¡No!, ¡No!, que no tiene
                    no veis que es una linda niñita.
Y él se echaba a llorar allí en el patio o bien en la calle, delante de todos, y les enseñaba su linda y pequeñita pilila. Y el maestro, y su compañeros, y la gente, y hasta su padre se reían viendo aquella cosita que Guadalupe les mostraba para que vieran que él también tenía eso que tienen los hombres. Es por esta razón, y no por otra, que una vez adquirió su mayoría de edad decidió conservar su verdadero nombre de pila pero hacerse llamar por todos de otro modo. Buscó un sobrenombre, un apodo, algo que le fuera bien y que nada tuviera que ver con su apellido, y así encontró el sobrenombre de Goldeman. Apodo que eligió no por lo que más o menos pudiera significar, sino porque le pareció sonoro y muy apropiado para la profesión que iba a desempeñar a lo largo de su existencia como adulto. Además, Goldeman por un lado sugería una vago recuerdo de Guadalupe y la terminación -man era propia de su condición judía.
3.      Muy joven marchó a la gran ciudad en donde al principio le resultó un poco difícil encontrar un trabajo. Estuvo empleado en muchos sitios, y muy diversos, pero poco a poco se fue labrando el poder que anidaba desde su más temprana infancia en su cabeza: el  mundo del espectáculo. Ya había, sin desearlo, al mismo desde su más tierna infancia sólo que ahora iba a ser diferente. Comenzó desde abajo: buscando actuaciones y más actuaciones malas para artistas de poco tiraje en cabarets de poco prestigio. Como representante artístico no ganaba demasiado, pero podía ir subsistiendo si le exigía poco a la vida y, lo principal, no tenía que enseñar su pililita a  nadie. Con el tiempo logró alquilar un pequeño local para variedades varias en Los Ángeles con que sus años de tournées y desplazamientos incómodos y constantes a lo largo y ancho del país se terminaron. Ya era un hombre establecido en un lugar fijo y cómodo, por fin se había afincado, como él decía. No había triunfado aún del todo. Sin embargo el negoció podía prosperar y con el tiempo ¿quién sabe?... tal vez pudiera llegar a Las Vegas. Así vemos que Goldeman es y será siempre un soñador. Desde pequeño demostró ser una persona sensible y especial, un artista tal vez, apto para todo menos para una cosa: el mundo de los negocios.
4.      Aprovechando su racha de aciertos se casó, ya siendo algo maduro, con una de las vedettes de su espectáculo. No fue un noviazgo largo: hombre práctico como el que más, lleno de ideales. Goldeman siempre ha sido una persona que se ha dejado llevar más por los presentimientos sacados de una primera inspección somera y rápida, a primera vista, de los posibles acontecimientos que por las cosas pensadas fríamente, trabajadas intelectualmente a lo largo del tiempo. Un día pensó que tal vez sería conveniente para él casarse y formar una familia para que así su triunfo fura total. Y no debía aguardar demasiado: las esperar siempre resultan pesadas e interminables, llenan de angustia y desesperación. Dicho y hecho. La boda fue sencilla e íntima. Al principio todo marchó sobre ruedas, mas las cosas no salieron como debían salir y como él mismo esperaba que salieran. Ella también era una chicana y como sus compañeros de la infancia comenzó a hacer mofa del nombre de su marido diciendo, entre risas, que se llamaba Guadalupe, como una mujer. Así como también le divertía mucho el verlo desnudo. El pene de Goldeman jamás llegó adquirir el desarrollo normal. Las peleas entre ambos comenzaron a ser demasiado frecuentes, cotidianas,  debido a este tema tan escabroso y poco corriente. Ella siempre alegaba que él  no le cumplía como era debido, que no la llegaba al fondo, y por este motivo, habiendo transcurrido  unos años bastante duros para ambos, se divorciaron. Goldeman nunca le perdonó a la que un día fue su mujer y compañera que alegara insatisfacción en el acto marital como motivo del divorcio.
5.      Todo esto compungió mucho a Goldeman hundiéndole en un bache moral del que ya nunca llegará reponerse completamente. Su primera medida drástica después del divorcio consistió en cerrar el espectáculo y dedicarse a viajar sin hacer nada como remedio a sus males. Es en este período cuando pasando unos días en San Francisco encuentra a Alejandro en la forma que el mismo Alex nos ha relatado ya una vez y que por lo tanto yo no voy a volver a hacer porque ya es de dominio público y estaría haciendo el primo se volviera a hacerlo. También, todos saben que ambos marcharon de San Francisco a Las Vegas en donde tuvo lugar la revelación, el desdichado incidente que anteriormente nos ha sido dado a conocer y que fue el origen de lo que ahora Alejandro es y hace. Indudablemente debieron existir innumerables controversias entre ambos personajes al respecto. Por un lado Alejandro se afanaría constantemente en intentar arrastrar a Goldeman en su caída mientras Goldeman, a pesar de su desengaño del mundo y de las personas, intentaría por todos los medios a su alcance encontrar los motivos íntimos y esenciales que obligaban a Alejandro a reaccionar de ese modo y no de otro. Con toda seguridad debió prevalecer el hecho de que ambos estaban en esos momentos destrozados moralmente y así resulta más fácil y obvio admitir lo que nunca debió de ser admitido: la preparación del horrible espectáculo, marejada que a todos cuantos han intervenido y participado en el mismo precipita en un caos del que resulta imposible salir ilesos.
6.      Así Goldeman se convirtió en el representante artístico de Alejandro ya que era el único entendido en estas lides. Y ha resultado ser excelente, magnífico, supremo: hoy ambos son multimillonarios. No en vano han recorrido y actuado en los mejores escenarios de las capitales más importantes y prestigiosas del mundo.  Alejandro ha sido aclamado, vitoreado, felicitado, agasajado y condecorado por numerosos reyes, príncipes, dictadores, presidentes de gobierno y primeros ministros, jeques de los emiratos árabes le han enviado embajadas con suculentos y envolventes regalos  a modo de agasajo y un sinfín de personalidades representantes de importantes y significativos organismos internacionales han asistido a su espectáculo y se han dirigido a él para consultarle sobre problemas políticos y económicos. Y todo se debe a la inmejorable labor como representante artístico desempeñada sin la menor tacha por Goldeman.
7.      Existen fuertes y estrechos lazos de amistad y de gratitud entre Alejandro y Goldeman. Son amigos únicos e inseparables. Las circunstancias les han obligado a unirse y comprenderse perfectamente, como matrimonio forzoso en el que el entendimiento y comprensión son obligados porque no cabe el divorcio ni pasando por el Tribunal de La Rota. La verdad es que ambos se necesitan. No puede pasar el uno sin el otro. Son como dos partes de un mismo cuerpo a pesar de que a Alejandro le ha correspondido representar la parte más difícil y peligrosa de esa vida vivida en común para el bien  de ninguno. Es el mismo Goldeman quien nos confiesa con lágrimas en los ojos que en realidad Alejandro es, así mismo, para Goldeman el hijo que éste siempre deseó tener y que jamás nació. Entre ambos hay unos lazos de unión y de amor paterno-filial, y no fraternal como muchos sectores de la prensa y del público han llegado a suponer y hasta a creer. Y esto se debe a que Goldeman ve así resuelto el problema que siempre le afligió: su falta de vitalidad sexual, ahora ya es padre de un hijo, adoptivo eso sí, mayor y colocado ya en la vida. Mientras que Alejandro ve en Goldeman el reflejo y el cariño       que sus verdaderos progenitores nunca le tributaron, o que por lo menos él no recuerda que ocurriera de otra manera.
Cabría añadir muchas cosas más sobre este personaje tan esencial pero nos encontramos ante la insalvable situación de que todo lo demás no nos es conocido. Como ya advertía al inicio todo cuanto sabemos sobre Goldeman se reduce a esto y a nada más. No nos queda otro remedio más que aceptar lo que buenamente nos ha sido confiado, someter nuestros juicios y criterios a cuando el momento sea llegado y de momento olvidar todo lo demás porque no nos ha sido revelado.


























Si el intentar encontrar los rasgos históricos más característicos de Goldeman para describirlo mínimamente me ha supuesto bastantes problemas lo mismo, pero mucho más acentuado, me ha ocurrido con ese personaje tan esencial, raro y enigmático para muchos, que es su madre. Sabemos algo porque nos lo ha ido descubriendo paulatinamente, en pequeñas dosis, migajas de un banquete apenas, el propio protagonista de esta heroica tragedia. Mas la opinión del hijo, por el mismo hecho de ser hijo, no puede contar demasiado, siempre será sesgada, condicionada por la interpretación que el propio Alejandro hace, y no olvidemos que también es parte. Estoy seguro, algo he podido investigar por propia iniciativa, de que se trata de una visión partidista y bastante, en lo esencial, condicionada por las circunstancias anormales que de no haber ocurrido todas ellas juntas nos daría una interpretación al respecto bastante distinta. Según Alejandro su madre es una imbécil, siempre lo ha sido y siempre lo será. No debió haber existido nunca porque era un ser repelente. Sin embargo, si no hubiese existido ella tampoco habría Alejandro llegado a ver la luz un día. Es algo consustancial. Aquí pesa más el desmoronamiento, lógico en nuestro protagonista, y el desamparo al que se ha visto sometido, que la realidad de los acontecimientos. Alejandro ha preferido creer que ella nunca ha existido, y sin embargo, y aunque pueda parecer una paradoja, al final le ha escrito una carta de despedida antes de morir porque después de todo, y a pesar de todo,  ella  es su madre, su origen y su teología todo esto no puede olvidarse por más que se pretenda.
Alejandro nace en un momento muy difícil de nuestra historia. Estamos en el período de posguerra española en que el movimiento nacional impera a sus anchas, hace y deshace con el beneplácito del dictador, y su madre ha tenido que dejar el pueblo en donde ejercía como maestra nacional por cuestiones para nosotros nada claras, posiblemente de índole política, y ha debido — se he visto obligada en realidad- refugiarse, exiliarse a un pequeño pueblo muy alejado  del anterior, en otra provincia, en el que  nadie la conociera. Ella vive en un momento sumamente difícil política, económica y socialmente, agravado, por si fuera poco, con embarazo no deseado, inoportuno y perturbador, un embarazo que llega en el peor momento. Cuando más necesidad tenía de utilizar íntegramente sus fuerzas físicas y morales para hacer frente a lo que le deparaba el destino se ve obligada a recluirse para consagrarse a la preparación del nacimiento de su primer vástago. Podemos asegurar de que su actitud puede considerarse como razonable y obligada. El nacimiento del hijo y todas las consecuencias que este hecho lleva consigo la obligan a abandonar su rehabilitación moral y psíquica para enfrentarse con una realidad incordiadora y nueva y por ello a tener que permanecer impasible, alejada, fuera de la lucha aunque jamás la va a olvidar, más años de los meramente necesarios en un pueblo que no es de su agrado. Todo se alía contra ella. Certificamos que a pesar de las apariencias que pudieran conducirnos a creer otra cosa ella jamás odió a Alejandro. Ninguna madre sería capaz de tal gesto. Su hijo era para esta mujer lo primero y por eso, por él, se sacrificó y se arrastró más allá de lo permitido por su modo de pensar ético. Lo que sucede es que ella era una mujer excesivamente sensible, como su hijo: de tal palo tal astilla, y de constitución demasiado débil, enclenque. Cuando debía haber atacado con todas sus fuerzas, ira y constancia para superar el bache y la barrera que el nuevo régimen le estaba construyendo artificiosamente delante de ella se vio obligada a abdicar a favor de su primer vástago y después ya fue demasiado tarde. Había dejado escapar, sin proponérselo, sin querer, la ocasión. De ahí su resentimiento contra todo aquello que acompaña como una aureola hostil a Alejandro. No es a él sino a su circunstancia, su entorno, contra quien se dirige su rencor. Ella, a partir de entonces no volvió a levantar cabeza. Odia a todo sin detenerse en nada en concreto. Odiaba porque sentía que debía odiar como medida redentora, purificadora, de su vida, como si se tratara de un tratamiento de prescripción médica. Era una mujer amargada a causa de una serie de acontecimientos y sucesos de los que ella no tenía en absoluto culpa. Es así que Alejandro también tiene algo de razón al afirmar que su madre lo parió a disgusto, con excesivo dolor. Y es verdad, con exceso de dolor, pero no sólo físico sino con un dolor más allá de las propias entrañas que es el que realmente duele y contra el que no hay medicina reparadora o al menos atenuadora. Ella era primeriza y todo lo acontecido con anterioridad en su casi efímera carrera contribuyó a que ella no preparara como debía el nacimiento de este hijo poco deseado. Sin embargo me atrevo a poner en tela de juicio la aseveración rotunda que hace Alejandro al afirmar que ella siempre se vengó en él por este hecho. Alejandro nos dice que su madre era una maestra conservadora, autoritaria y demasiado moralista, un poco facha. “Su hijo siempre debió dar ejemplo a los demás por ser el hijo de la maestra". Es cierto. Pero todo tiene siempre una explicación: ella se había visto obligada y relegada a refugiarse como una exiliada en su vida profesional sin poder defenderse a tiempo y en aquellos momentos no le quedaba otro remedio más que este: reaccionar así, salvar todo lo que pudiese de la quema, dar ejemplo incluso con moralina, para una vez rehecha profesionalmente, una vez rehabilitada, regresar a la ciudad, de donde nunca debió de salir.
Se trata de una maestra apasionada, excepcional en su trabajo, enamorada de su profesión, y sobre todo eficaz. De una mujer que lleva dentro el arte de enseñar y educar; una mujer que siente de veras la escuela y en aquel pueblo no puede desarrollarse con plenitud porque nadie valorará ni le agradecerá jamás su labor y mucho meno reconocerá su meritorio trabajo dejando al final tras de sí toda una generación irrepetible en cuanto a formación y conocimiento. Humilló muchas veces a su hijo en público, es cierto, pero no por el hecho en sí de humillarlo sino porque era la única forma -algo extraña tal vez, eso sí-  de vengarse de todos y en especial de aquellos que la habían doblegado y relegado a aquel mísero lugar. Era una manera de hacerles frente, una forma de decirles:" no me olvidéis tan pronto, todavía no me he muerto, aún me quedan fuerzas, y sobre todo, ganas de regresar para daros batalla". Llevó este tipo de lucha desorganizada, a  trompicones, como una guerrillera de barricada sin jefe ni cuartel, pero feroz contra sus enemigos como algo imprescindible para su supervivencia. Era el único recurso de defensa que le habían dejado a su alcance y ella se vio forzada a recurrir a  él sin tener en cuenta que así dañaba muy seriamente a su hijo Alejandro.
 Se trata, por lo demás, y apuntando a otros detalles también importantes, de una mujer  inteligente, sumamente inteligente y sobre todo íntegra. Emprendedora y entusiasta, capaz de transmitir a cuantas personas se mueven a su alrededor ese entusiasmo y deleite por su trabajo. Muy concienzuda. Su único defecto siempre ha consistido en que no ha sabido ser una mujer gris y a su vez transparente, maleable y femenina en sentido que el Movimiento deseaba y proponía para todo tipo de mujer. Ella se escapa a este dictado. Formada como maestra en la Institución Libre de Enseñanza era muy difícil que acatase, y mucho más que se sometiese. Además, como mujer avanzada a su tiempo le gustaba ser la protagonista ante las timoratas y encorsetadas féminas del sistema y , a su vez, admirada por el entorno que la rodea. Le ha gustado siempre ser complacida y reconocida por los demás en su papel, por un lado de víctima del sistema, y por otro, dado su carácter y trayectoria, heroína en la sombra expectante. Y poco más podemos añadir sobre este personaje tan lleno de sombras y de colores infrecuentes en las mujeres de su época. Suponemos que fue una madre normal y corriente que además de llevar las tareas cotidianas de su hogar, sin que con toda seguridad fuesen totalmente de su agrado, tenía que acudir cada día a su trabajo y dar lo mejor de sí, intentando superarse en el día a día y esta circunstancia le impidió –como suele suceder a la mayoría de las madres que trabajan fuera de casa sin tener ayuda por parte de su marido- dedicar todo el tiempo preciso a sus hijos. Por otra parte debemos tener en cuenta que como maestra pasaba todo el día en contacto con niñas traviesas a las que no podía apenas reñir y mucho menos tocar y que por tanto debía sacar en su hogar, con sus hijos, todo lo que en contra de esas pequeñas fieras que pretendía domar llevaba acumulada lo largo de su jornada laboral.
























Yo sigo, tú sigues, él sigue... Todo sigue. El inmovilismo en estos momentos es lo peor que podría acontecernos.  Así pues,  ya que no queda otro remedio, debemos continuar respetando el " Todo sigue porque debe seguir" y pasar a otro personaje aún a riesgo de resultar demasiado  cansinos. Y de verdad que lo siento pero l obligación en estos momentos es la que manda y si hay que acometer sin demora la descripción de otro de los protagonistas de esta obra, pues nada, se hace  y ahora pez y después gloria. Que resulta que ya son demasiados… ¿qué quieren que haga yo?. Hasta ahora me he limitado a ir narrando como es mi deber al ser el narrador de esta historia. Y así, en este no detenerse y continuar narrando lo poco o mucho que sabemos de los personajes, llegamos aunque no lo queramos a este protagonista simplemente porque le ha tocado en turno. Y menos mal, porque desde el principio es este sujeto el que más me atrajo y gustó. Qué le vamos a hacer, cada uno tiene sus gustos. Y esto es así y no de otra forma por varias razones obvias, a saber : en primer lugar porque es la protagonista, la chica buena de la película, la víctima y la joven a la que hay que enamorar y casar después con el chico de la película. En segundo lugar porque es la única persona que hizo feliz durante un período más o memos largo, o breve, según se
mire: hay para el gusto de todos, a Alejandro. Y en tercer lugar porque es el personaje incógnita per derecho propio. En realidad sabemos muy poco de ella, nada más lo que el propio Alejandro nos ha dejado entrever en algunas escasas  ocasiones. Por lo tanto nos vemos sometidos  de nuevo a vagar un poco por las ramas sin poder acometer el tronco del árbol como desearíamos poder hacerlo. Pero que le vamos a hacer, el árbol se reconoce por sus ramas y hojas dado que los troncos son siempre más semejantes. Una primera aproximación a ella a modo de fotografía con muy poco de profundidad de campo - objetivo muy abierto - nos revela que se trata de una mujer muy joven que cuando Alejandro la conoció no tenía todavía los veinte años, aunque ya ha pasado bastante tiempo desde entonces. Es alta, morena, de pelo largo y liso, de ojos negros muy grandes y brillantes, de labios tersos y suaves, normales, con unos rasgos algo  extraños pero que provocan en quien los ve un cierto erotismo, de cara alargada aunque no en demasía y con un mentón largo y prominente, muy apto para ser deseado, apetecible, que demanda ser mordisqueado por Alejandro en sus momentos más acaramelados. En cuanto a sus características no físicas este atanor que es Alejandro nos indica que se trata de una mujer en todos los sentidos: femenina, dulce, cariñosa, agradable, deseable, celosa aunque poco, algo tímida, algo introvertida, sumamente inteligente, comprensiva, y que sabe comportarse muy bien el lecho. En el fondo es una mujer ideal que se entregó siempre a Alejandro sin esperar nada a cambio desde un punto de vista más materialista o crematístico. Alejandro fue el primero que pasó por su lecho  porque en contra de lo que algunos hayan podido suponer, mentes pacatas y maliciosas, incluso Alajandro alguna vez, ella es una mujer que nunca buscó el dinero  o la seguridad confortable a cambio de amor. Alejandro nunca lo tuvo durante aquella época. Únicamente se conformó, porque era lo que anhelaba en esos momentos, el amor y el compartir su vida en el ahora , porque era una mujer muy joven y femenina, moderna, y liberada a pesar de todo, con el hombre del que se había enamorado. Ella es fiel representante de una casta de mujer –norteamericana, eso desde luego- libre de condicionantes inhibidores, capaz de enarbolar en cualquier momento la bandera feminista del Women’s lib porque está convencida de que hasta cierto punto la mujer no tiene los mismos derechos legales e incluso sociales, reales en suma, que el hombre. Precisamente es en este tema, aunque Alejandro jamás haya hecho hincapié en él, en el que tuvieron más de un motivo y momento de pelea. Alejandro se tomaba muy a broma algunas veces su fanatismo liberador de la condición femenina, de su defensa  exacerbada de los derechos de la mujer, diciéndole: “Si, todo está muy bien, pero al final la que se pone debajo es ella y si se pone encima, es la que se mueve” Y aunque se lo decía en broma y sólo para llevarle la contraria, ella se ponía histérica y fuera de sí gritaba:”Sí, pero tú también gozas, lástima que dures tan poco” Y es que ella era una mujer muy concienciada, y activista militante, de todos cuantos problemas exigían que alguien se abocara a la lucha y a la protesta  real en la calle o bien delante de las administraciones. En cambio, Alejandro era un hombre de mayor edad que ella, curado de espanto y más bien escéptico en todo y al que le hacía mucha gracia verla así: tan efusiva beligerante cuando precisamente él también había pasado por esta etapa de la vida hasta llegar a convencerse de que toda lucha en este campo es inútil, totalmente estéril. A Alejandro lo que no dejaba  de hacerle gracia era el hecho de que ella luchase para obtener unos derechos que como mujer los tenía reconocidos en su casa y en sus medios sociales normales de desenvolvimiento cotidiano. Nunca la habían tratado de forma irreverente por ser mujer. La mujer para Alejandro no es ni la esclava ni el consuelo  del guerrero, esto sería una mera prostitución del  amor a cambio de confort, seguridad en la vida y el dinero que supone un buen matrimonio. Ella era su compañera, su no yo, su complemento, su media naranja, su Yan o su Yin, y los dos juntos formaban, basándose en el amor, comprensión, respeto y mutuo acuerdo, en su
aceptación del otro tal como es: con sus limitaciones como persona y humano, una sola persona, un yo único y superior, más perfecto, una misma carne separada en dos mitades pero unida por el acto del amor en un solo e indisoluble cuerpo con dos espíritus que son uno, en suma: el Tao. Y todo lo demás, para él, sobraba pensando que toda lucha al final siempre resulta vana y que contra el Poder nada se puede, resulta  inútil enfrentarse. Todo lo que dices está muy bien - replicaba ella - y debería ser así pero tú no eres todos los hombres en este mundo de hombres, tú eres un ser distinto: un idiota, diferente a los hombres que han estructurado el mundo así para controlarlo, para manipularlo, para enriquecerse,  y por eso te quiero tanto, porque eres especial: eres tú, por eso me enamoré de ti, tú ves las cosas bajo el punto de vista correcto, pero eres nada más tú, estas sólo tú, nadie más piensa así y mientras todo siga como está es preciso que las mujeres sigamos luchando por nuestra causa, por nuestros derechos, por nuestra definitiva liberación. Después ambos, agotados en esta dialéctica que tanto gustaba y hacía sonreír a Alejandro, se entregaban al amor y era después, sólo después, cuando el irónico y cínico de Alejandro sentenciaba con voz concisa y socarrona " Sí, todo está muy bien, pero la que se pone debajo del hombre para realizarse es la mujer..." ¡Lo ves!, !eres un cochino machista!. Nada de eso, lo que sucede es que la mujer debería comprender que es una mujer y orientar su lucha por otros derroteros. Buscar la igualdad con el hombre supone convertirse un poco en hombre, masculinizarse, cosa que me horroriza y que ha sucedido ya a algunas mujeres que para conseguir su reconocimiento han adoptado formas, hábitos e incluso el tono de voz, utilizando el lenguaje propio de los hombres, al ejercer la misma profesión que éstos. Además, piensa que más derechos suponen más deberes. Las mujeres debéis ser siempre y ante todo mujeres en un mundo en el que legalmente todos seamos iguales. No se trata de un problema de sexo, de un problema de mujeres, de la condición de  mujer, sino una cuestión individual y social, integral en su
totalidad; no se trata de la igualdad de la mujer en derechos con el hombre sino de la igualdad de derechos de todos los individuos que componen la sociedad. Al fin ella aceptaba que él tenía razón y los dos se dormían plácidamente, como dos niños pequeños.
¿Cuándo conoció a Alejandro? No lo sabemos seguro, incluso no queda claro en qué ciudad, posiblemente fue en San Francisco. Parece ser que se conocieron en la calle pero él no recuerda bien en qué condiciones fue ni en dónde. Posiblemente sea cierto que Alejandro iba borracho, no a causa del alcohol, claro, es abstemio, sino borracho de desesperación  y frustración, de falta de rumbo, por decirlo de alguna forma que resulte comprensible para los demás. Borracho en cuanto a la forma, en cuanto a ese estado anodino, aletargado,  de pérdida transitoria de las facultades mentales, y quizás ella se compadeciera al verlo de ese modo tan  poco usual. Sabemos que estuvieron varios meses viviendo juntos, posiblemente fueron seis o ocho meses los que pasaron en el apartamento de ella. Allí Alejandro no hacía absolutamente nada. No tenía ningún trabajo. Estaba todo el día en casa pasando por una etapa de vida contemplativa. Vegetando, que aducirían algunos, y tal vez no estén exentos de razón, estaba aguardando, amagado, la llegada de una “nueva primavera” para él que le hiciera renacer como brote verde y nuevo, renovado, anuncio de algo nuevo aún no entrevisto.  Seguramente fue ésta la época en que tuvo más sosiego y tiempo para repasar toda su vida hasta aquel entonces, para meditar largamente y para pensar en su futuro que ya se presentaba nada halagüeño. Y así fue pasando el tiempo hasta que un día Alejandro, decidido a no sabemos qué, se marchó porque debía proseguir su camino. Aquello sólo había sido un alto en el camino, un intento suave de detener el tiempo, y ella, parece ser, lo comprendió muy bien a pesar de que quedaba desamparada precisamente cuando más iba a necesitar de él. Sabemos que Alejandro la dejó embarazada y el nacimiento de aquel hijo, de haber estado ambos juntos, habría contribuido a unirlos para siempre. Es posible que Alejandro marchara previendo este suceso, aunque, también hay que decirlo, me atrevo a ponerlo en tela de juicio. Desde entonces nunca hemos sabido nada más de ella, quedó postergada al olvido, posiblemente no intencionado, del que ahora, en los últimos momentos de esta historia, Alejandro intenta salir a flote para encontrarla y recuperarla, y así poder situarla en el pedestal que por derecho propio y por sus méritos le corresponde. Mas dudo que esto se consiga antes de que todo termine como debe de terminar. Existe una posibilidad que  es mínima: ella no podrá ser, por más que Alejandro lo quiera, la heredera única de la inmensa fortuna amasada por este hombre tan singular que es el
padre de su hijo.
Otro problema que se nos plantea es cómo se llamaba ella, cuál es su verdadero nombre. Y debo confesar que me resulta imposible resolverlo por la sencilla razón de que no lo sé. Lo desconozco. Alejandro siempre que se refiere a ella dice " Ella”, es decir, habla siempre refiriéndose a ella en tercera persona: para él era Ella, así con mayúscula y todo porque confiesa no recordar su verdadero nombre, y este Ella deja, en este caso, de ser un mero pronombre para sustantivizándose convertir se en esta historia tan compleja en nombre propio. Resultaría difícil aceptar que Alejandro nunca conoció el verdadero nombre de la mujer que vivió a su lado durante algo más de medio año. No obstante, pensemos en las cosas y situaciones que nos ocurren a la mayoría de las personas diariamente. Nos dirigimos a muchos semejantes normalmente y hasta llegamos a hablar y establecer ciertos lazos de unión y amistad con ellos y en la mayoría de los casos desconocemos el nombre de nuestros interlocutores o seudoamigos. ¿Por qué no tuvo que ocurrirle así a Alejandro? Situémonos en el seno de una familia normal y corriente, una familia cualquiera, ¿cuántas veces a lo largo del día los cónyuges se dirigen la palabra sin citar para nada el nombre del otro? Innumerables. Y es lógico. Seguramente con Alejandro debió acontecer lo mismo: desde el principio le dijo tú y a partir de este momento primero, cada vez que se dirigía a ella lo haría con algunas palabras cariñosas y hasta zalameras –muy propias de un español y Alejandro lo es — diferentes cada vez, o por lo menos no repetidas cada una de ellas en demasía, con  lo que en su mente no entró la posibilidad de recordar, o quizás, si se quiere, conocer, el nombre de ella. También debemos tener en cuenta que se conocieron y vivieron juntos en Estados Unidos y en unas circunstancias harto especiales, y hay que dejar constancia de que en esa sociedad- suciedad más bien, en palabras de Alejandro- tan desarrollada y libre se ha perdido el espíritu individual de la persona para pasar a ser y convertirse mediante una metamorfosis demasiado compleja en meros individuos-máquina en cuya colectividad, dirigida desde arriba, un nombre, lo personal, no indica nada: estamos todos acostumbrados a oír a los cónyuges americanos llamar a su pareja  por el nombre y apellido, como si fuera un ser extraño y distante de uno mismo... Es decir, viven y actúan siguiendo una escala de valores distinta a la europea, una escala que para nosotros resulta ajena e inaudita. Existe la posibilidad, aunque es desechable hasta cierto punto, de que Alejandro conociera el nombre verdadero de Ella y haya olvidado éste, pero es poco viable debido a que a Alejandro, a pesar de ser una persona con muy poca memoria para los nombres y a pesar también de lo que ha tocado pasar, hay cosas y personas que le quedan demasiado gravadas en su mente y por nada se le olvidan: permanecen inalterables en el cerebro, y esto no sucede así con ella. Debemos tener en cuenta además que Alejandro, desde que se separó de Ella, ha vivido ese calvario antes mencionado y esto, para muchos, justificaría el olvido. Pero como digo, en muchos, en la inmensa mayoría sería así, pero en Alejandro no, él no es
como la mayoría. Una última tesis a apuntar también como factible en lo que hace referencia a este tema tan escabroso y nada claro es la posibilidad bastante alta de que Ella se llame ciertamente Ella, pues es un nombre propio que existe ciertamente en los Estados Unidos aunque es poco frecuente. Entonces, de ser así, lo lógico sería aceptar que se llama Ella y que Alejandro como buen español partidario de pronunciar en España los nombres extranjeros según los cánones de pronunciación española ha dicho siempre Ella, así tal cual suena, y esto nos haya inducido a suponer todo lo que hasta el momento hemos dado como supuesto cuando en realidad muy bien puede ser Ella en inglés, nombre propio femenino y no Ella pronombre personal femenino tercera persona singular en castellano. Aún con todo creo que el problema sigue existiendo y que nunca quedará aclarado y en consecuencia lo mejor, a mi parecer, será que cada uno acepte la hipótesis que le parezca más concluyente y olvide todas las demás. Incluso puede formular alguna otra posibilidad: siempre puede serle de gran utilidad como una medida sana de pasar el tiempo ejercitando además la mente, costumbre poco arraigada hoy en día en el folklore social de todos los países. Me permito, para terminar, recordar aunque sólo sea de pasada que Alejandro, al respecto, en un momento de lucidez mental dice: " que nadie me pregunte cómo se llamaba, no lo recuerdo, para mí era ella y basta". Aunque literalmente no son éstas las palabras, cito simplemente de memoria, más  o menos sí que corresponden a la idea y a la frase de nuestro héroe. Tal vez Alejandro se esté refiriendo a su nombre completo, con apellido incluido, cuando dice que no recuerda cómo se llamaba y entonces resulte cierto que su nombre de pila  era Ella.
Qué más se puede decir sobre esta joven mujer que como buena samaritana un día se apiadó de Alejandro y le dio de beber de su profundo pozo toda el "agua" que Alejandro precisó para saciar completamente su "sed". Qué podemos decir sobre esta mujer capaz de apiadarse de ese modo tan singular, en pleno siglo veinte, de un hombre maltrecho moral y físicamente, de una mujer que fue capaz de abrir la puerta de su casa a Alejandro y darle además de cobijo y alimento todo lo que ella tenía como propio: su lecho, su cuerpo y su amor, su espíritu, su aliento, sin reclamarle nada a cambio. Algo sí que está claro: pertenecía a una familia bastante bien acomodada, pues disponía de un apartamento para ella  sola y además sabemos que no trabajaba, y de algún sitio tenía que sacar el dinero ¿no? Y lo más normal es que fuera de su familia. Y dejémonos ya de resultar, o cuando menos parecer,  tan rastreros. También sabemos que estudiaba en la universidad, pero no conocemos qué: igual podría ser biología que física, o literatura, filosofía, arte o bien derecho: el resultado sería exactamente el mismo. Estudiaba en la universidad y eso es todo. Y no poco precisamente. Es una mujer culta e inteligente, al menos así se lo  demostró a Alejandro, pues si no éste nunca habría permanecido a su lado el tiempo que estuvo,
y lo demuestra el mero hecho de que se trate de una persona universitaria. También suponemos que es una mujer culta por el mismo motivo: Alejandro no pudo soportar nunca a su lado a personas ignorantes, cretinas e incultas. Por otra parte, y siguiendo con lo nuestro, con lo que nos pertenece, diremos que se trata de una mujer que ha preferido olvidar a Alejandro, permanecer separada de él, para consagrarse plenamente a su hijo: ella se basta para educarlo y sacarlo adelante, no precisa que nadie acuda en su ayuda, pues de haber sido así habría corrido indudablemente hacia Alejandro. Lo que sí es seguro es que ella  sabe de él, es imposible que no conozca la realidad y la fama de Alejandro. Y entonces me pregunto: ¿por qué se mantiene en un discreto, intrigante, y oculto margen?  Debo confesar lo mismo de siempre: no lo sé. Porque aborrece lo que Alejandro  ha hecho desde luego no. Estoy seguro. Ella es muy comprensiva y lo  conoció demasiado bien, y además Alejandro está convencido de que ella está rotundamente de acuerdo con él en lo del espectáculo, en lo de su finalidad y en lo de los medios empleados. Entonces, ¿por qué se mantiene en el anonimato?, ¿por qué no se sitúa y goza del justo puesto que le corresponde? Puede
que sea por prudencia, o bien por timidez. Quizás esté convencida de que Alejandro no la necesita, de que ahora ella ya no puede ser admitida a su lado, cosa que es errónea totalmente. Alejandro nunca la echaría de su lado, sabemos que la está buscando por todos los sitios empleando todos los medios a su alcance. Cabría la posibilidad de apuntar de que ella no sepa de Alejandro, pero creo que carece de fundamento: todo el mundo conoce y sabe de Alejandro y ella no puede ser una, ¡la única!, la  excepción. ¿Entonces....?. Es posible que haya intentado llegar hasta él en algún momento anterior y haya sido  rechazada por el personal que protege a nuestro héroe sin conocer los verdaderos y puros propósitos de Alejandro, y en consecuencia ella haya desistido de su empeño de llegar hasta él. Otra alternativa sería suponer que no se ha preocupado en absoluto de buscarlo prefiriendo ser feliz ella sola con el hijo  de ambos sin necesidad de buscar para nada a un hombre que la  proteja ahora: su hijo le es suficiente, no precisa nada más  y por eso no se ha preocupado de llegar hasta Alejandro. Tal  vez intenta proteger a su hijo. Incluso es posible que esté coleccionando todos los recortes y críticas de prensa que hablan sobre Alejandro como algo importante para que algún día  el retoño de ambos sepa quién fue su padre y cómo murió éste y pueda sentirse orgulloso de él. Mas dejémonos de meras especulaciones y centrémonos en la realidad de ella. ¿Qué hace ahora? Imposible saberlo. Habrá terminado sus estudios y con toda seguridad estará trabajando en alguna ciudad importante en lo que a ella le guste hacer. Por otro lado suponer que ella ha podido casarse sería una tremenda tontería. No es de las que necesitan casarse. Por lo menos no lo necesitó con Alejandro. También creer que permanece soltera pensando y queriendo a Alejandro, dedicada únicamente a la contemplación del vástago común, resulta muy bonito y romántico pero como que no, que  desde el punto de vista más realista nos damos cuenta enseguida de su inconsistencia. Ella vivirá  con toda seguridad  feliz con una vida propia al lado de un hombre, al que ama, sin olvidar a Alejandro pero sin preocuparse demasiado de él: pertenece a un pasado en el que los
dos fueron felices y del que tuvieron como recuerdo y fruto de su amor un descendiente, pero reencontrarlo ahora, ir hasta él, supondría romper una realidad encantadora y maravillosa para revolver en  la vida anterior aferrándose al pasado y esto no es viable, por lo menos no para su mente. Todo aquello pasó: sucedió: fue bonito mientras duró y guarda un entrañable recuerdo, y un hijo, pero ya está enterrado y no se deben profanar las tumbas. En fin, lo que es seguro es que Alejandro la está buscando y mucho me temo que nunca la encontrará. Ella es una mujer que vive su vida y nadie, porque ella no dejará que esto suceda, va a introducirse en ella porque su vida debe de continuar, es un camino sin retorno.













Y ahora sí. Después de pasar páginas y más páginas dando vueltas y más vueltas a una misma manzana de casas, girando sin parar, unas veces a pie, despacio, y otras corriendo atolondradamente, tropezando y cayendo para levantarnos inmediatamente porque debemos seguir con nuestro trabajo de narradores, quedando agotados al final de esta carrera, en ese girar y girar, en ese dar vueltas sin parar como si se tratara de una máquina y no de una persona, alrededor de una misma manzana, esa manzana que nos obsesiona a todos, sin ser capaces de cruzar la calle, sugiriendo, inventando, suministrando sin cesar suposiciones, probabilidades y sucesos que en sí mismos son alto infrecuentes, muy alejados de la moda pero que entran  dentro del entorno posible de la media para una distribución más o menos normal. Hipótesis y más hipótesis poco verificables dada nuestra condición, pero aceptables en cuanto que posibles. Páginas y más páginas en las que el yo creo, yo supongo, me atrevo a dudar, quizás fuese así, etc. son constantes, bastante frecuentes y que forman de un modo más o menos consistente esta distribución a lo largo de unos personajes reales, desde
luego, pero en la mayoría de los casos muy alejados de nuestras posibilidades, muy desconocidos, borrosos en algunos rasgos de sus vidas, y ante esa barrera infranqueable de cúmulos y de brumas todo es aceptable en cuanto tal y supuestamente valido. Y después de toda esta marejada imprecisa y extraña entramos
por la puerta grande, la que sólo se abre para los grandes acontecimientos, la de las grandes tardes de gloria, tras una gran faena con el capote y la muleta,  la solemne, en la gran sala en la que todo es real. No más dar vueltas, no más supuestos no verificables, no ms aceptar porque posiblemente fue así,  ahora ya no. Se acabó todo este embrollo. Hemos pasado juntos páginas y más páginas aguantadas por hilos de araña, basándonos únicamente en conversaciones oídas ora aquí y ora allá, muchas veces a través de intermediarios aunque no haya sido señalado en su momento, hasta llegar al último de los personajes: Alejandro.
A partir de estas líneas no habrá más supuestos, no habrá más titubeos ni recelos. Una nueva zozobra resultaría altamente perniciosa a partir de este momento. Hay que andar sobre seguro sin las indecisiones tan frecuentes cometidas hasta el momento. Alejandro es nuestro protagonista primordial, nuestro más firme apoyo en esta obra que sin  que nadie se lo haya propuesto de antemano está adquiriendo visos de tragedia. También hay que decirlo desde el principio para que nadie quede confundido al final, existen algunos puntos que son poco conocidos, pero en general es éste el personaje del que dispongo de más datos.
Lo conocí en mi tierna infancia hasta que llegó una época en la que nuestras vidas adquirieron rumbos distintos; después, sin saber exactamente cómo ni por qué, nuevamente tuve noticias de aquel niño que una vez había sido compañero de mis juegos. ¿Cómo era entonces?. Era en todo normal. Un niño alegre y juguetón, inteligente y con dotes de mando: fácilmente se erguía en cabecilla de nuestros juegos y trastadas, claro que era  un poco mayor que nosotros. También hay que dejar constancia de que en aquel entonces era muy divertido debido a su enorme fantasía: era capaz de inventar historias y cuentos sobre los habitantes  del pueblo de lo más extrañas e increíbles, claro que había uno o dos niños con más dotes aún que él, pero su credibilidad era mayor debido a que casi siempre el protagonista de sus chismes era Laura, la vieja Laura, aquella mujer algo loca que todos los niños queríamos un poco pese a todo. El más vinculado a ella era Alejandro y en consecuencia lo que él inventaba sobre Laura nosotros nos lo creíamos a pies juntillas,  como si se tratara de
un dogma de fe, aunque indudablemente si no nos hubiéramos dejado llevar por nuestra inocente fantasía de niños no habríamos aceptado toda aquella sarta de mentiras y patrañas contadas de una forma bastante ingeniosa  pero sin credibilidad posible. Alejandro de pequeño era así.  Es más, era el hijo la maestra y este hecho le otorgaba ante nuestros ojos mayor credibilidad.
Sin embargo es preciso que comience la historia por el principio. ¿Cuándo nació Alejandro?  No voy a decir el año  de su nacimiento, sería tonto por mi parte. Tampoco voy a referirme al lugar exacto de su nacimiento. ¿Por qué actúo de esta forma tan poco racional?, te estarás preguntando. Estás en tu derecho. Debería andar por estas páginas sin tapujos, sería lo más normal, pero ... únicamente te diré algo al respecto: las auténticas historias sólo ocurren al margen de las categorías del espacio y del tiempo. Y Alejandro ha vivido una historia que merece ser catalogada de auténtica, única e irrepetible. No pidas, por favor, que rompa el hechizo. ¡No quiero hacerlo!. La vida de Alejandro es un encanto demasiado maravilloso como para destruirlo inconscientemente ahora así de golpe y porrazo. Alejandro se ha convertido actualmente para muchos, para la inmensa mayoría de personas, en un mito y yo estoy aquí para contarlo y no para pulverizarlo en un momento basándome en unas pretensiones poco convincentes y justificadas, cuya intención es bastante sospechosa. Nada más diré al respecto que nació en un hermoso y pintoresco pueblo del sistema Ibérico, muy montañoso, lleno su término municipal de pinos y manantiales, con muchos paisajes muy pintorescos: un auténtico paraíso para mi gusto. Y que en  edad era no demasiado mayor que yo: fuimos compañeros de escuela durante algunos años. En cuanto a la infancia de este personaje dar más datos sería imposible, ya hay demasiados a lo largo del libro. Era un buen amigo y muy buen muchacho: el hijo de la maestra: todos le envidiábamos por eso, además este hecho le permitía acompañar a su madre en los numerosos viajes que ésta hacía, y estaba bastante mimado y considerado por todo el mundo: ¡el hijo de la maestra!. Aunque lo cierto es que él nunca intentó aprovecharse de su situación ventajosa respecto a los otros  niños. Se comportaba como uno más de la pandilla y si muchas veces se imponía sobre nosotros era debido a su valía propia y no a causa de su origen. Cuando iba a cumplir los diez años recuerdo que dejó de asistir normalmente a la escuela: lo estaba preparando personalmente su madre para que pudiera examinarse de ingreso en el instituto de la capital. Sin saber por qué nuestro maestro no confiaba en que éste aprobara, sus compañeros por contra sí: lo considerábamos el alumno más inteligente de todos. Y le dio la sorpresa al maestro: aprobó y además con sobresaliente. Todos, en nuestro regocijo, le felicitamos aunque sabíamos qua iba a ser así. Fue precisamente en este mismo año cuando se marchó con su familia: padres y hermano a Barcelona. Su madre había solicitado el traslado a una escuela de allí y se le habían concedido; además, en Barcelona Alejandro podría estudiar más fácilmente el bachillerato. Todos en el pueblo sentimos mucho su marcha: era simpático, hablador y zalamero con todo el mundo. Ahora me viene a la memoria precisamente la imagen de aquel niño que fue nuestro Alejandro: no demasiado alto, aunque de complexión bastante corpulenta para su edad, con su pantalón siempre corto, incluso en invierno a pesar del frío y de la nieve, con su delantal a rayas azules y blancas y con su bufanda granate al cuello. Con el pelo siempre más largo que nosotros, aunque no exagerado, negro y algo rizado, con unas ondas muy marcadas. De ojos castaño claro, cara alargada, de tez muy fina y rojiza: buenos colores de beber mucho vino decíamos siempre sus amigos. Pero no era así, toda su familia tenía las mejillas muy sonrosadas: buena circulación de la sangre, seguramente. Otro punto que ahora, al conocerlo, me divierte es el complejo que tenía Alejandro debido a que parecía una niña con su delantal y también a causa de la vergüenza que siempre le hizo pasar en público su madre. Que yo recuerde lo primero nunca fue cierto: jamás nos reímos de él por este motivo: nos parecía a todos normal que lo llevara: él, aunque nacido aquí, en el fondo era de Barcelona, todos lo sabíamos y estábamos seguros de que algún día nos abandonaría para marcharse a esa gran ciudad, y en Barcelona todos los niños lo llevaban y, además, su madre se los compraba siempre allí. Por lo tanto era comprensible que lo llevara siempre: así no ensuciaba su ropa, que era de mejor calidad que la nuestra, la que llevábamos los otros niños a menudo sucia y con algún que otro remiendo con tela de distinto color en los pantalones o en la camisa. Para nosotros Alejandro era un señorito de la capital, pero diferente, sin que se le notase y mucho menos que el luciera de este hecho. Él lo  sabía y punto: no quería que se le considerara de esta forma: se sentía uno más del pueblo; y le acomplejaba, tal vez, el conocer que nuestra opinión fuera esa: ¿se sentía marginado?. Sin embargo para nosotros la cosa era distinta: le envidiábamos por eso, porque era de capital en su comportamiento, en sus modales, en su forma de expresarse: nos daba constantemente lecciones de educación y conducta: sabía comportarse con los demás: para todos los  niños era un perfecto caballero al que debíamos imitar. No obstante, el segundo punto era cierto: su madre siempre lo vejaba delante de la gente, tenía ella un aire de protagonista demasiado acusado, algo histriónico: parecía que quería que todo el mundo supiera que era su hijo y que por lo tanto con él podía hacer lo que le diera la gana: intentaba, castigando así a sus hijos,
dar ejemplo y sembrar un modelo para que nuestros padres la imitaran educándonos de la misma manera que ella lo hacía con sus hijos. Al menos así nos parecía a todos en aquel entonces. Su madre era una mujer a la que todos los niños le temíamos un poco, debido a que siempre nos estaba regañando. Sin embargo, e incomprensiblemente, las niñas que pasaban por su clase la querían con locura, la adoraban, y le hacían muchos regalos cuando llegaba el día de su santo: cosa que nunca llegamos a hacer los chics con nuestro maestro.
Leyendo ahora en sus memorias los recuerdos que guarda de nuestra tierna infancia quedo verdaderamente perplejo. Incondicionalmente era uno de los nuestros. Se acuerda de todo, incluso de muchos detalles olvidados por mí, claro que como yo era algo más pequeño... También recuerdo aunque vagamente lo que sucedió con Laura. Es lógico que él quedara sumamente afectado: era quien más la quería. Sin embargo todo aquello no revistió, por lo menos exteriormente, nunca demasiada transcendencia: era un niño, y entonces lo sucedido no motivó ninguna reacción notable en su conducta, pero parece ser, por lo que le ha sucedido posteriormente, que aquella desgracia quedó muy gravada en su memoria, hasta el punto de influir decisivamente en él. Pero no nos extenderemos más en este hecho, ya que ha  sido tratado anteriormente por el propio Alejandro.
Y llegamos de este modo al momento en que nuestro compañero de juegos, de escuela  y vecino nos abandonó marchándose con los suyos a Barcelona para no regresar jamás. ¿Por qué no regresó nunca más a su pueblo?. No puedo decir nada al respecto. Él siempre ha guardado un entrañable, por lo que he podido saber, recuerdo de su pueblo y de los que allí compartimos nuestros primeros años con él. Puede que fuera por motivos de familia que nos compete analizar ahora aquí. Tal vez su madre no lo pasó todo lo bien que deseaba confinada aquí a una existencia impropia para ella que, tal vez, apuntaba al inicio de su carrera mucho más alto. Y  así nos encontramos en los umbrales de la segunda etapa de la vida de nuestro personaje protagonista. De entrada y antes  abordar el tema de lleno he de confesar que estos años son los más obscuros, opacos  y desconocidos debido a que Alejandro nunca se refiere explícitamente a ellos. Estudió el bachillerato -seis años según confiesa él interminables pero maravillosos — en un colegio de padres salesianos del que parece ser conserva inmejorables  recuerdos . Allí fue considerado como un muchacho modelo: cosa muy normal: un  muy buen estudiante con resultados sobresalientes a pesar de todo. Pero es esto lo único que sabemos, aparte de que en esta época se desarrolló en él una condición de su carácter que ya había apuntado, esbozado como un mero boceto, anteriormente: su condición de  rebelde a todo lo establecido. Él mismo confiesa que en estos años colegiales tuvo más de un enfrentamiento con sus profesores debido a su rebeldía. Exigía ser respetado y considerado como una persona libre y en un colegio de curas ya se sabe que .... Saltaba ante las innumerables injusticias cometidas en sus compañeros y en él mismo por sus profesores. También en estos años comenzó a desarrollarse en él un enorme sentido del cinismo. Por lo demás hemos podido constatar que sacaba muy buenas notas, aunque era un desastre en deportes y gimnasia, y que siempre tuvo unas relaciones muy amistosas con sus compañeros. Parece ser que se llevaban siempre como hermanos: iban todos a una compartiendo las consecuencias de sus decisiones, protestando y riéndose muchas veces de los castigos que les imponían y del origen de los mismos. Pero en estas lides nunca se destacaba demasiado: prefería llevar el asunto a su terreno para que todo el mundo se diera cuenta del error cometido sin tener que tomar decisiones drásticas aunque sí en ocasiones bastante radicales. Después aparece una nueva laguna en su vida: la universidad. Sabemos que habiendo superado el nefasto preuniversitario se matriculó en la facultad de económicas para estudiar estas materias que tanto le atraían e interesaban. Y por lo visto fue allí en donde se fue desarrollando en él ese proceso de radicalización para con todas las injusticias que suceden en el mundo que lo ha llevado irremisiblemente a sus consecuencias últimas hasta llegar a ese final que todos conocemos demasiado bien. Parece ser que en esta época es cuando Alejandro se aficiona a la literatura y comienza a escribir cuentos con un estilo muy realista en los
que saca a la luz toda la bilis que atesoraba dentro de sí contra la sociedad, aunque quizás peca un poco de romanticismo: rememora el tiempo perdido como algo esencial para la vida de la humanidad. Después, según se ha dicho alguna que otra vez,
muy esporádicamente ha vuelto a escribir alguna que otra crítica social con un estilo más periodístico que literario. Él mismo confiesa que este intento de ser escritor al terminar la carrera fracasó rotundamente por no ser comercial en sus escritos. Pero según dicen los más allegados a él está mintiendo: eran buenos y no fue al terminar su carrera universitaria, a continuación de su fracaso como profesional de la economía, cuando decidió ser escritor sino que fue durante sus estudios, especialmente al principio, reflejando en sus escritos todos sus pensamientos, como fondo, que le sugerían los temas que estudiaba. Y él mismo arguyendo que no era comercial y que en realidad no sabía escribir fue quien frustró esta posible alternativa: un día quemó todos sus manuscritos sin dejar que casi nadie leyera su obra literaria. De toda ella únicamente ha quedado una corta poesía que seguramente tuvo que escribir hacia el final de su época de estudios  universitarios, en la que muestra muy claramente el estado de su espíritu y de sus convicciones. La poesía en cuestión él la tituló  " Je dis merde" y está escrita toda ella en francés , costumbre ésta de escribir en este idioma todas sus poesías bastante habitual en él. Dicho texto, que he podido rescatar sin que Alejandro lo sepa, es el siguiente:
Merde, merde ... merde
merdemerdemerdemerde
Merde?... Merde?: Merde!
merdemerdemerdemerde
merdemerdemerdemerde
Merde!. Merde!.Merde!. Merde?
merde?: herde ... Merde!
merdemerdemerdemerde
merdemerdemerdemerde
Merde?: Oui!: ... Merde.
Merde!. Je dis merde,
Toujour merde: merde!.

poesía que no me atrevo a comentar porque creo que en ella está  todo dicho. No seamos demasiado suspicaces... está muy, pero que muy feo.
En la universidad supongo que su vida tuvo que ser muy parecida a la que tuvo de colegial: muy buenas notas, mucha camaradería y su incondicional rebeldía. Máxime cuando ya en primer curso realizó una trabajo sobre la obra de Ortega y Gasset :" La
rebelión de las masas" en la que vertía una vez más todo su odio  contra las masas tildándolas de amorfas y corrompidas. "Las masas jamás se rebelarán porque son eso, masas, amorfas, insustanciales, conformistas, dispuestas a aceptar lo que el jefe de cada momento les diga y actuarán conforme a los dictados de éste, que por eso son masas", escribía en este trabajo. Sabemos que posteriormente se dedicó con afán a la lectura de Nietzsche y especialmente a esa obra tan fundamental que es " Así habló Zaratustra". Fue este filósofo quien a partir de ese momento más influyó en Alejandro hasta el punto de que aún hoy en sus ideas y en sus conversaciones quedan muchas reminiscencias de su pensamiento. A partir de estas fechas Alejandro consigue correlacionar e integrar en un todo sus hasta ahora dispersas ideas sobre la sociedad. autores como Stuart Mill, J.J. Rousseau, Marx, Engels, Lenin, Trosky, Mao Tse Tung, Che Guevara y Fidel Castro son ávidamente leídos por él. Todo ello influye en su mente dejando su poso. El hombre desde que nace es desigual a sus semejantes: no hay dos iguales porque serían la misma persona. Únicamente al principio, en un estado de primitivismo casi animal: el comunismo inicial de nuestra especie, los hombres fueron iguales. Mas el hombre comenzó a desarrollarse y a evolucionar e inventa el dinero como  instrumento primero de trueque y luego de riqueza y por tanto de poder cometiendo así el pecado original. Aquí residen todos los males: ya no valemos por lo que somos sino por lo que poseemos. Se origina en la mente humana una nefasta inclinación hacia la posesión y atesoramiento de las cosas que son apreciadas por sus semejantes. Aquella época de la que habla Aristóteles en la que no existía la compraventa con posesión sobre las cosas sino que únicamente se cedía, bajo un precio acordado mutuamente como signo de cortesía, su uso y disfrute deja de existir. Se da más importancia al valor de cambio de los bienes que a su valor de uso. Existe plenamente el sentido de propiedad convirtiendo al hombre en un ser repugnante y mezquino sujeto a las reglas que rigen el valor de cambio de los bienes. Ha perdido su ancestral inocencia, ya no es recuperable; se ha convertido en un ser esclavo de unos valores supuestos y ficticios, artificiales,  creados por su propia mente. A partir de ahora la historia del hombre no es más que ha historia de la degeneración de la naturaleza humana. Y para que estas reglas de juego sean aceptadas es necesario crear unos estatutos, leyes de obligado cumplimiento,  a los que todos se sometan: se institucionaliza el contrato social. El hombre necesita vivir en sociedad porque es un animal social: nace en el seno de una familia cuya protección  de los hombres depredadores  necesita para poder crecer y hacerse mayor e integrarse, al alcanzar su "mayoría", como animal adulto, de pleno en la sociedad para que así, en todos los casos poder ser depredado mejor. Es como engordar al cerdo para que cuando lo matemos nos dé más carne. Sociedad que con sus reglas y sus leyes no es más que una farsa hábilmente montada por los débiles, por los mezquinos y estafadores para preservar sus estatus quo privilegiado. Los débiles han triunfado, como depredadores,
siempre sobre los fuertes porque su debilidad ha contagiado a los sanos. Los débiles crean todo un tinglado de comedia para poder defenderse de los fuertes y bajo esta apariencia instituyen los conceptos de sociedad, democracia, participación, sufragio universal, derechos humanos, libertad, etc.: palabras huecas y sin sentido, absurdas, insultos en sus bocas, hasta llegar a la implantación de un organismo que les proteja, justifique y reprima a sus detractores : el estado. Pero el estado no es más que una confusión de las lenguas del bien y del mal. Amparándose en su legalidad conferida por la democracia de la mayoría  -la más vulgar y horrenda forma de dictadura del hombre
sobre el hombre - el estado rige a la sociedad para que nadie intente evadirse de ella: así están todos atrapados y pueden ser depredados. Se cambian los conceptos que hasta entonces habían dirigido las costumbres de la humanidad. El estado, el nuevo estado democrático hace desaparecer la antigua idea de pueblo. El hombre vil y malsano puede cometer ahora libremente todos sus crímenes y fechorías amparándose en la legalidad que le confiere las leyes del estado. El hombre se convierte en el lobo para el nombre. Existen más peligros entre los hombres que entre los animales más fieros. E individuo se convierte en un ser hipócrita, adulador, pendenciero, mentiroso, avaro, envidioso, codicioso, repugnante: en resumen: pierde su condición de individuo, muere su alma para siempre realzando el valor de su propio cuerpo. Pierde su grandeza de ser puente y tránsito para ser, eternamente, fin. Amparándose en el enorme y burocrático aparato de represión creado por el estado: el séptimo de caballería, y a partir de la aplicación de los grandes inventos técnicos, se llega, en el devenir de los siglos, a una forma de sociedad nueva en la que predomina más que nunca la idea del poder. Paralelamente a todo este estado de cosas y  "filosofías" ha ido desarrollándose la producción de los bienes que son necesarios para que el hombre pueda vivir sin contar para nada con la naturaleza. La Revolución Industrial ha desencadenado esta situación llegando a la verdadera explotación del hombre por el hombre. El débil no se conforma sólo con estar por encima del fuerte, necesita además someterlo y poseerlo, y para ello inventa el salario y como consecuencia el proletariado: la forma más vergonzante que encuentra para imponerse. Pero su debilidad desde hace mucho tiempo ha contagiado a los fuertes con lo que se inicia un proceso que no tiene posible retorno: la lucha por la posesión y el acaparamiento del valor de los bienes ¡y de las personas!. Inventa cada día que pasa nuevas formas para atrapar y sujetar  mejor al fuerte, para engañarlo y en esta situación se desencadena el caos: la sociedad de la opulencia: cada día aparecen cosas nuevas en el mercado para acaramelar, atontar aún más,  y atenazar más y mejor al pobre: le hablan de ocio, de bienestar, de confort, crean una sociedad nueva basada en estos supuestos en la que por encima de todos estará él: el débil, como emperador y dios de todas las cosas protegido por el derecho que le confiere el ostentar la posesión del vil metal. Y el fuerte cada día se somete más para poder emular al débil contagiado por su brillo embriagador de fantasía y en este querer y no poder se percata de que la distancia que le separa del grande cada día es mayor. Por otra parte y parejo a todo este acontecer se desencadena lo que podría denominarse el espíritu gregario de masas. Ante una cultura y un conocimiento que se le niega sistemáticamente por los de arriba, el hombre fuerte es incapaz de reaccionar enérgicamente como individuo  y, no tiene otro remedio,  se somete al espíritu de la masa. Se asocia, ante su falta  de decisión, con los suyos, se aborrega, se hace rebaño y es, a partir de este hecho y de este momento,  incapaz de pensar y obrar por sí mismo. Más antiguo que el placer del individuo es el placer del rebaño. De este modo el hombre vuelve a ser gregario y se deja manipular y guiar económica, social y espiritualmente por los medios de acción y dirección de masas en manos de los "poderosos". Ciertamente podría rebelarse a esta condición de animal que necesita un guía, un líder y un dogma, sublevarse, pero por su propia condición de animal que necesita claudicar es dominado y dirigido sistemáticamente hacia otros fines. Actúa y reacciona en bloque porque ya no es capaz de hacerlo de otro modo. Piensa y dice lo
que le dicen que piense y diga. Lo que dicen y hacen los demás: los esbirros que se han vendido a los poderosos: es la moda: es distinto, en este calvario todos somos compañeros y debemos soportar conjuntamente y en partes iguales el suplicio. Ha llegado incluso a convertirse en un manso cordero manipulado y agradecido de serlo: él solo sería incapaz de hacer algo, de actuar, no sabría cómo comenzar. Si los de arriba, los poderosos, dicen que una cosa es buena y que todo esto está bien , así debe ser porque ellos saben y tienen la cultura, y por lo tanto son ellos los que deben decidir por mí lo que más me conviene. ¡Qué sería de mi si ellos no existieran o no se preocuparan de mi futuro!. El hombre se convierte de este modo en pura marioneta en manos del propio hombre, del sistema, de lo establecido: es la sociedad del bienestar y el ocio: la sociedad perfecta: la sociedad de la superabundancia: yo produzco y ellos me pagan para que yo con su dinero compre lo que yo mismo he producido y ellos obtengan un beneficio; de este modo yo necesito cada vez trabajar más y ser más eficiente para poder comprar un mismo bien:  ellos cada vez retiran de la circulación una parte del valor en concepto de ganancia, de plusvalía. Nos engañan con vulgares espejos viejos y desgastados incapaces de reflejar apenas la luz. Existe una contradicción en la propia base. Es necesario romper toda trama nefasta para el hombre y volver a sus principios originales: no hay otra salida. Algunos hombres fuertes se han dado cuenta de este estado de cosas y luchan por salir del atolladero. Hay  que derribar el poder del estado, destruirlo, para instaurar sobre él una nueva forma de vida en la que nadie se vea sometido por nadie, en la que todos seamos iguales con nuestras diferencias  propias como individuos, y en la que todos luchemos
conjuntamente por el bien de la humanidad, tal como en los albores de la misma ocurrió.
Con la brevedad que estas páginas nos imponen ésta es en síntesis la ideología de Alejandro. Ideología que aprovecha para desarrollarla más plenamente y con amplias fuentes de documentación y estudio en su tesis de doctorado en la universidad. Ha estudiado una carrera universitaria y ahora nos encontramos con que nuestro personaje es ya doctor en economía política: es el doctor Alejandro. Ha presentado su tesis y ha sido aprobada por el tribunal con la calificación de sobresaliente cum laudem. Es el culmen de la carrera de Alejandro: ha llegado a la meta que él se había impuesto con plenitud. A sus veinticuatro años ha logrado los máximos honores académicos. Ante sí se abren todas las puertas, va a emprender un camino de gloria, un camino triunfal con musas que cantarán en los recodos del mismo canciones de júbilo. Y se propuso conseguir una cátedra de economía política. Aquí vino el desastre: no la obtuvo y no porque fuera inepto o no la mereciese, sino por toda una suerte de cosas y rarezas que impidieron su nombramiento: tuvo que enfrentarse con un tribunal que se sentía atacado no sólo en la tesis de Alejandro sino en cuanto a su teoría económica y  pedagógica, y ante las ideas que Alejandro profesaba le negaron
el puesto. Qué sería de nuestra sociedad y de nuestra juventud si locos revolucionarios ejercieran la docencia. Más vale no pensarlo. Fue un duro golpe para él: era su primera y más seria contrariedad. La vía universitaria con la que siempre había soñado se le cerraba automáticamente sin unas razones demasiado claras que justificaran este apartamiento de un hombre que podía haber hecho mucho en una facultad de economía. Buscó otra salida: la administración hasta que las cosas y los aires corrieran en otra dirección más propicia para él. Hizo una oposición, parece ser, aunque no está demasiado claro, para entrar en Aduanas. Sin embargo su expediente académico y lo ocurrido con la oposición a cátedra decantaron también al tribunal que lo examinó para no concederle el puesto: era un hombre que podía resultar explosivo e incorruptible. No interesaba en absoluto. No había nada que hacer, se le negaba sistemáticamente un puesto en nuestra sociedad. Era ya un marginado. Alejandro se convenció fácilmente de que aquí no encontraría nunca un trabajo digno. Fue entonces cuando se decidió a probar suerte en los Estados Unidos.
Y ahora detengámonos un poco para recapacitar y añadir algunas cosas más sobre esta etapa bastante decisiva en la vida de Alejandro. ¿ Cómo era entonces?  Según dicen no demasiado alto, delgado aunque de complexión fuerte, con el pelo bastante largo y menos rizado que de pequeño. En su rostro había desaparecido aquella infantil sonrisa de su primera época que reflejaba alegría, candidez, dulzura y sobre todo felicidad. No es que fuera ahora taciturno, pero sí demostraba ya una honda preocupación a causa de los reveses que le iban surgiendo incomprensiblemente, sin merecerlos. En estos años había demostrado ser un joven rebelde y lo que se ha dado en llamar contestatario. Toda la problemática generacional que se acusaba en la juventud actual en su caso se daba también aunque no demasiado agudizada. La hostilidad hacia sus padres es clara pero hay algo en el ambiente que le hace permanecer al lado de ellos, manteniendo las formas de un hogar unido. Y no es que Alejandro contrastara mentalmente con los suyos. Todo lo contrario, era algo más de índole general que generacional. Particularmente sus progenitores no aceptaban la postura de rebeldía y de claro enfrentamiento que sus hijos les imponían. Y Alejandro replicaba con la consabida frase de " Muchas de las actitudes de las jóvenes generaciones con sus posturas de rebeldía son una bocanada de aire fresco en una atmósfera demasiado contaminada de los adultos" leída en algún libro. Por otra parte él tenía que aceptar su obligada dependencia económica de los padres a causa de sus estudios. Y esto siempre lo tuvo  en cuenta: sus padres, pese a todas sus diferencias, trabajaban y se esforzaban, padecían constantemente llegando a límites insospechados para que él pudiera tener una cultura y unos estudios universitarios. Por lo tanto se les debía, tenía que reconocer este hecho como algo que le ataba a ellos. Lo tenían comprado: conformismo en apariencia a cambio del dinero necesario para sus estudios. Qué le vamos a hacer ... así es nuestra sociedad actual. Y él pensaba que todo este estado de cosas debía cambiar: la culpa está en la Administración, luego hay que hacer algo para que no sea siempre de este modo. Mas esta lucha social contra lo establecido, para Alejandro: idealista como el que más, debía llevarse en el terreno de las negociaciones: puede más una conversación amigable en una mesa de trabajo que todas las presiones que podamos ejercer desde fuera. Creía todavía en las posibilidades del diálogo cabal y del mutuo entendimiento entre las partes. Estaba convencido de la eficacia de la lucha pacífica para obtener cambios significativos dentro de la sociedad. Toda revolución y todo cambio turbulento no acarrea más que consecuencias nefastas: hay que derribar pero no destruir porque siempre quedarán cosas que son aprovechables .
Por otra parte Alejandro se convierte en una persona solitaria y hasta cierto punto mística. Comienza a encontrar un extraño placer en la meditación: siempre estaba pensando, le dirigían la palabra y no contestaba, absorto en lo suyo no escuchaba nunca a nadie. Un problema esencial le preocupaba: ¿para qué estamos aquí?, ¿cuál es la misión del hombre sobre la tierra? ,¿quién nos ha puesto aquí? ,¿quién soy yo?.  ¿por qué soy yo?... Y dentro de este existencialismo llega a obtener conclusiones drásticas y precisas: no somos más que unas vulgares marionetas movidas artificiosamente, burdamente medio en broma medio en serio, por otros seres. Somos un experimento humano, un cultivo de laboratorio, una granja experimental de algún organismo desconocido para nosotros de seres superiores. Todo cuanto hagamos o digamos no sirve para nada. Estamos predestinados y condenados desde el principio. La más pequeña acción sin importancia puede desencadenar las más horribles consecuencias para el hombre. El decir una vez no a algo sin pensarlo puede amargar a un ser humano todo el resto de su vida. El simple hecho de saltar desde lo alto de un edificio, algo tan sencillo y sin transcendencia como es un simple salto provoca la muerte del que lo realiza: ¡no es justo!. Un pequeño accidente, una vulgar tontería y de ser una persona alegre, ilusionada y normal te transforma sin saber por qué en cojo, ciego, y amargado para el resto de tus días. ¡No hay justicia para los humanos!. Estamos sobre la tierra pululando sin comprender nada, sin que sirvamos para nada, sin que seamos un  fin en nosotros mismos,. Y como consecuencia de todo esto se desprende que tiene que existir algo que nos impida suicidarnos para terminar de una vez con tanta inutilidad, algo que nos justifique qué hacemos y para qué estamos aún vivos. En Alejandro todavía queda un rayo de esperanza,; aún cree en algo. Comienza a volverse nihilista pero todavía le queda un largo recorrido por andar en ese abrupto terreno del pensamiento. La influencia de las enseñanzas de Laura está plenamente en su filosofía. Sin embargo comienza a sospechar que el dios de Laura y su madre no existe. Es un dios tremendo, artificial e injusto que se rige por unos cánones que pueden ser aplicables al dios que se quiera pero nunca al ser humano. El dios de ellas
no justifica nada: no puede ser real, no puede ser tan cruel, no es más que una reminiscencia de las costumbres de los pueblos  más primitivos que no eran capaces de explicarse las cosas que acontecían y que escapaban a su corto entender. Todo aquello que no podía ser comprendido era dios, allí estaba la mano, la desdichada mano de su dios. Y Lógicamente Alejandro tiene que ser solitario e individualista, su costumbre de pensar constantemente le obliga. Prácticamente no tiene ningún amigo. Se lleva bien con todos los compañeros de clase pero en verdad no es amigo de ninguno. En casa se lo reprochan constantemente: "no seas tan solitario, no tienes ningún amigo, ¡sal y diviértete!". Pero él tiene contestación para todo:" más vale estar solo que bien acompañado”. También algunos de sus profesores, los que están más allegados a él y mejor le conocen, le hacen la misma sugerencia :"no malgastes los mejores años de tu vida de esta forma, ¡diviértete ahora que eres joven y puedes, después te arrepentirás por no haberlo hecho!". Y nuevamente Alejandro tiene palabras para replicarles convenientemente: "no me gustan sus fiestas y sus diversiones: hay demasiados comediantes en ellas".
Con todo este estado de cosas y de pensamiento Alejandro emprende la marcha hacia los Estados Unidos, agravados todos ellos y radicalizados como consecuencia de sus más recientes experiencias. Su llegada a Nueva York y su intento de ser profesor allí lo conocemos. Ahora bien, hay una cosa que nunca ha podido ser aclarada: ¿Dónde impartió sus clases Alejandro?. Que lo hizo no hay duda pero parece ser que en la Universidad de Columbia no, por los menos no existen pruebas fehacientes que así lo testifiquen. Posiblemente fuera en alguna escuela universitaria privada y a Alejandro le de vergüenza confesarlo y por lo tanto miente un poco. Sería un supuesto razonable:  él siempre dijo que nunca trabajaría en empresas y organismos privados con fines de lucro: "no quiero que nadie se haga rico a mi costa". Pero la necesidad obliga y es muy posible que aceptara esas clases. Lo cierto es que impartió un seminario para pos licenciados que iban a doctorarse sobre economía marxista. Y teniendo en cuenta la ideología que Alejandro sostenía es muy normal que en una semana no le quedara ningún alumno. Los americanos están convencidos de que no hay nada mejor que su teoría y modelo capitalista así como su modo de vivirla. Y todo aquel intruso que quiera romper el encanto de su hermoso y onanista paraíso es un ser  monstruoso que no merece ser escuchado y se le repudia sistemáticamente. Es un antiamericano y como fruta podrida hay que separarlo del cesto de las manzanas sanas. Éste fue el ultimo revés sufrido por Alejandro en su carrera. Si llegó con muy poca esperanza, aquí, con este suceso, se le terminó toda. Desolado marchó de Nueva York sin preocuparse, tras el despido, de ir a recoger el cheque que le correspondía como retribución de sus honorarios ni la carta de recomendación que le habían prometido ya
que él no tenía la culpa de lo que acababa de suceder en esta universidad con su seminario. Inmediatamente marchó hacia el oeste procurando alejarse lo más posible de esta odiosa ciudad que es Nueva York y de esta nefasta experiencia. ¿Cómo marchó de allí?. Posiblemente le quedara algún dinero para ir en avión o en tren aunque él una vez sugiere quo fue en avión  y en otro momento  confiesa a Goldeman que había ido haciendo auto-stop. Cosa que también entraría dentro de lo posible aunque lo normal sería aceptar que lo hizo en avión. Especialmente si tenemos en cuenta que declara que aquella misma noche encontró a ella y esto sólo es posible si tomó aquel mismo día por la mañana el avión. Podría ser a su vez, que aquella noche de  la que él habla no fuera la que corresponde al día del despido sino a otro posterior: en el estado mental en el que se encontraba Alejandro sería muy normal que no tuviera en cuenta el paso del tiempo.
Así aceptemos que marchó en avión a San Francisco y que allí una noche, no sabemos cuánto tiempo después: posiblemente unos pocos días, tal vez aquella misma noche, encontró a ella, fue cuando se cruzó con ella en el mismo camino. Y ahora retrocedamos un poco: ¿Qué pasó al llegar a San Francisco?. Tampoco lo sabemos, hay una gran laguna en todo este asunto. ¿Intentó encontrar una nueva plaza como profesor?. Seguramente no. Quizás buscó algún que otro trabajo sencillo y sin complicaciones que le permitiera ir tirando hasta tomar una resolución decisiva para su futuro. Y dentro de este marco de tremendo caos es cuando nos aparece ella. Alejandro es ahora un ser deforme mentalmente, desfigurado, desmoralizado y sin voluntad propia. Ella  lo recogió y lo llevó a su casa y allí Alejandro vivió los mejores   momentos de su existencia. Encontró en esta mujer todo aquello que le había faltado siempre: paz, tiempo ... y sobre todo amor. Además, al estar con ella no tuvo que preocuparse de su futuro más inmediato: así podía y pudo respirar tranquilidad  en grandes dosis y encontrar una solución definitiva para su vida.
 En este tiempo Alejandro llega a  unas conclusiones muy claras: el hecho de tener un título universitario bajo el brazo no abre ninguna puerta, no sirve para nada, excepto para colgarlo en el lavabo y verlo cada vez que vayas a cagar, admirarlo y pensar con una amplia sonrisa: pues sí, hasta es bonito y todo. Poco a poco va fraguándose en él una resolución simple para su vida: hay que pasar a la acción. Y la acción bien entendida comienza por uno mismo. Decide ser alguien importante. No tendrá que volver a pensar nunca más en la Oficina de Patentes para que le reconozcan ante el mundo como una persona importante. Sabemos que Alejandro tuvo durante un tiempo la voluntad de patentar algún invento útil para la sociedad y que hizo algún intento que fracasó. Y estando con ella es cuando un día tuvo la iluminación definitiva: debía marcharse y abandonarla porque ya se había detenido bastante, quizás demasiado y estaba obligado a proseguir su camino y su larga búsqueda. Sabemos así que en un momento dado la abandonó pese a que la dejaba embarazada y que muy poco después fue cuando se encontró  con Goldeman. O tal vez, que también es muy posible haya un largo tiempo oscuro y prácticamente olvidado por Alejandro y desconocido por nosotros en el que no sabemos dónde estuvo ni que hizo. ¿Se enroló como soldado  mercenario en la guerra del Vietnam?. No lo sabemos, pero bien pudiera ser. El encuentro seguramente fue fortuito aunque deberíamos especular sobre si los encuentros fortuitos en realidad son así, fortuitos o bien se encontraron porque estaba prescrito que debía ser de este modo en los intereses y dictámenes de quién sabe quién. Sea como fuere, el hecho es que ambos personajes se cruzaron en sus veredas y que a partir de este momento se estableció entre los dos unos lazos de unión, amistad y camaradería poco comunes; lo que nos hace volver a pensar en que seguramente estaban predestinados y que esta unión era necesaria y obligada. En fin... que cada cual crea lo que le apetezca, no nos vamos a pelear por una cosa tan insignificante en estos momentos tan graves... Sigamos... Para Alejandro todo le era igual: nada le importaba ni le interesaba. Había incluso abandonado sin decir nada, ni tan siquiera unas letras a modo de explicación, a su ser más querido, a la persona que había compartido su vida, su amor y su lecho durante un cierto tiempo. Y no volvamos otra vez a divagar sobre  los motivos y las  razones que le indujeron a abandonarla porque cabrían demasiadas suposiciones, todas ellas ciertas hasta cierto punto; nos embrollaríamos demasiado, y no es el momento de liarse sino de todo lo contrario: aclarar, clarificar, aseverar lo que es cierto, lo que es seguro y todo lo demás dejarlo en el saco abandonado del olvido para no removerlo nunca más, vamos que ya está bien de irse constantemente por la ramas como si de un juego se tratara olvidando siempre lo más importante y consistente: el tronco.  ¿Y de su posible etapa como combatiente con los marines norteamericanos?, ni idea, nada sabemos así que guardemos un razonable interrogante sin resolver. Y  siguiendo con nuestro tema he dejar constancia de que un día Goldeman llevó a Alejandro a un espectáculo, en Las Vegas, para que se distrajera y olvidara un poco las ideas y preocupaciones que tanto le obsesionaban y que seguramente acabaron volviéndole un demente sin remedio. El propio Goldeman ha confesado en más de una ocasión que fue un error táctico el llevarlo a Las Vegas para que viera aquel famoso espectáculo del que todo el mundo hablaba, ya conocido sobradamente por todos debido a la generosidad de Alejandro que en un momento dado se ha dignado hacernos a todos partícipes del mismo. Para la mente de nuestro protagonista aquello resultó algo imposible de aceptar; pero una vez pasado el mal trago sí vio definitivamente la luz que tanto anhelaba y que le iba a orientar, iluminar,
encauzar y sobre todo dirigir en lo que le quedaba de vida. Aquella noche de la que nos habla Goldeman fue terrible y decisiva para Alejandro. El macabro espectáculo,             espeluznante, que acababa de ver le abrió definitivamente la puerta que durante tanto tiempo había permanecido cerrada para él y por fin Alejandro abrió los ojos y vio la luz. La sociedad es asquerosa y mezquina... y únicamente merece ser odiada. Disfruta viendo rituales de esta índole que cualquier persona en su sano juicio no puede permitir.... luego si todos gozan admirándolos es porque no queda, desgraciadamente, ya nadie cuerdo... estamos todos locos... la tierra no es más que un amplio hospital para neuróticos, sádicos y masoquistas... Todos somos psicópatas aunque no nos atrevamos a reconocerlo ... y sobre todo a aceptarlo. Ya no tenemos remedio. Estamos perdidos... Entonces, ¿qué se puede hacer contra esta situación irreversible?. Seguramente nada, tan sólo intentar como último recurso la destrucción total de la tierra, con sus miserias y sus desidias, con nuestras fantasías e iniquidades, con los estertores humanos, con todos los hombres que pululan en ella, con todas las tragedias y con todas nuestras cretineces, con todo... incluso con las innumerables cosas maravillosas que hay en la naturaleza...una destrucción atómica en toda regla que reduzca nuestro planeta a puro polvo para que no pueda regenerarse aleatoriamente la vida en un momento dado de un futuro lejanos… hay que evitar  toda posible espontaneidad: se repetiría el mismo ciclo: no hay salvación posible. Y en consecuencia  ¿qué hacer?:¡Nada!. Dejar que la humanidad se destruya a sí misma, no es necesario mover ni un dedo ni tomar cartas en el asunto... no es necesario precipitar los acontecimientos... para qué ... llegarán ellos solos antes de lo que muchos se imaginan. Queda, claro está, una mínima esperanza que no se puede desaprovechar. Hay que hacerles ver, obligarles, este inminente genocidio que van a cometer los grandes cabestros que nos gobiernan y dirigen nuestra vida sino nos decidimos a evitarlo sea como sea. Alejandro aquella noche vio entre tanta oscuridad una ligera y tenue luz de esperanza y dispuso, aceptó como posible solución, su sacrificio en aras de esta última posibilidad de salvación para la humanidad, porque a pesar de todo Alejandro ama sobre todas las cosas al mundo y a sus hombres y este amor le obliga a darse, a sacrificarse por ellos. El pueblo pide, la sociedad reclama, y su voluntad es ley. Quieren sangre, fiesta y regocijo... como  en el circo romano… pues nada... que la tengan: ¡Adelante!. Y de este modo, por este raro y extraño vericueto de ideas y pensamientos, Alejandro llegó a lo que es su suprema creación: su espectáculo: su magnánima obra: la Obra.
¿Cómo es Alejandro ahora?. Resulta muy sencillo contestar a esta pregunta: no es más que una cabeza con tronco y un brazo, el derecho. Y tres muñones aún no cicatrizados del todo donde deberían estar el brazo y las piernas que le faltan. Y todo ello como consecuencia de ese espectáculo único que sólo él sabe y es capaz de realizar y de crear porque cada vez que sale al escenario su obra y su arte se convierte en una auténtica creación sublime, insuperable, superior a la que le antecedió. Ahí reside el triunfo y la categoría de Alejandro: su arte y su permanente crear, el que su actuación sea cada vez distinta y nueva a pesar de que el fondo permanece invariable. Públicos tan exigentes como son los de San Francisco, Tokio, París, New York, Moscú y Londres le han aclamado como nunca habían hecho con ninguna otra estrella. Alejandro ha sido el culmen apoteósico de un realizarse en el escenario. Podría demostrar sus triunfos copiando las innumerables críticas favorables que los periódicos más prestigiosos y serios  de todos los países del mundo le han dedicado, pero sería el cuento de nunca acabar. Únicamente como resumen de todos ellos reseñaré algunas frases de lo que un periódico tan poco acostumbrado a sensacionalismos de esta índole como es Pradva de Moscú - creo que fue el único artículo que comprendió plenamente la acción y la intención de Alejandro- dijo de la actuación en esta ciudad:
" ¡ Apoteósico!... ¡Maravilloso!... ¡ único!... ! Es admirable el valor y el temple de este auténtico hombre ¡...! Su espectáculo es una lección de humildad para todos los que pudimos verle... ¡ Ojalá seamos capaces de entender y de recoger su mensaje de paz y de esperanza! ".
En cuanto a su carácter es preciso señalar que lógicamente ha evolucionado. El pesar y el desaliento que su cara reflejaba ha desaparecido. Ahora nuevamente parece aquel niño que conocí y que fue un poco amigo mío. Hay, indudablemente,  en su rostro, en sus ojos, una expresión poco frecuente de alegría si tenemos en cuenta su estado actual. Se está recuperando, en estos momentos, de su última actuación. Todo él debería ser dolor y agonía que la cocaína no llega a calmar plenamente, pero dentro de ese sufrimiento desmesurado Alejandro está repleto de júbilo. Es un hombre nuevo, transformado, irreconocible. La lectura de las páginas de la primera parte nos podrían inducir a pensar que cree que todo lo que le está pasando es una  pesadilla y que acabará cuando él despierte. Y es cierto, aunque con una salvedad: no es como todos podríamos suponer: para él es un sueño pero no real porque lo sufre en su propio cuerpo; la vida para él no es más que un soñar despierto, y lo que él busca es el verdadero despertar. Un despertar glorioso en el que quedará liberado de su padecimiento terrenal. Aspira a la elevación máxima y sabe que sólo la podrá lograr sufriendo porque es necesario haber soportado los mayores dolores para gozar después de los mayores placeres: no existe un punto intermedio, el máximo dolor se confunde con el máximo goce, no es posible separarlos. Claro que aquella antigua forma de expresarse tan dulce y serena ha cambiado un poco: ahora fácilmente le vienen arrebatos incontrolados de ira y de furor, de mal genio. Un cambio que es muy fácil de explicar. En el fondo, en su inconsciente, hay un vago desprecio por su persona. Mentalmente es incomprensible que acepte todo lo que le está sucediendo. Siente asco de sí mismo y a su vez compasión por lo que ha hecho. Espera que su final llegue pronto como medida redentora de su calvario. Además odia. Y este odio se dirige contra toda la humanidad porque fueron los hombres quienes le indujeron, le obligaron materialmente, a tomar la sublime resolución de su autoexterminio.
¿Dónde está ahora?. Se encuentra en Barcelona. Actuó por última vez en Londres quedando, como siempre ocurre, inconsciente después de su actuación. Desde el mismo teatro, el Albert Hall, fue trasladado rápidamente a una clínica en la que fue atendido debidamente para que una vez superados los primeros momentos de gravedad y de peligro, en un avión privado convenientemente equipado , fuese trasladado a Barcelona, lugar que el propio Alejandro eligió para descansar, restablecerse y poder preparar adecuadamente su última y definitiva actuación. Reposa ahora en una habitación muy confortable de una clínica privada situada cerca de la gran urbe, entre pinos, en plena montaña, y atendido por esa maravillosa y perfecta enfermera que es la señorita Raquel y por un nutrido equipo médico que cuida constantemente de él para que pueda volver lo antes posible al escenario y así un nuevo público sediento de verle pueda contemplar y admirar la Obra. En esta clínica Alejandro ha tenido tiempo de meditar muchas veces sobre su persona, recordando los pasajes más sobresalientes para él de su vida, y gracias a esta su estancia en este paraje tan acogedor ha sido posible conocer verdaderamente a Alejandro, bien a través de sus propios recuerdos o bien a través de las pocas conversaciones tenidas con la señorita Raquel. Y alegrémonos porque esto es muy poco corriente en él. Las otras veces que ha actuado lógicamente ha ido a parar también  a una clínica privada para su restablecimiento y en ningún caso Alejandro se ha asincerado como lo ha hecho aquí con Raquel. Quizás haya sido posible debido al lugar en que se encuentran: Barcelona tiene que evocar en él forzosamente múltiples  recuerdos. Según nuestros informes mantuvo siempre una cierta distancia con el personal clínico que le atendió sin dejar entrever en ningún momento algo que no fuera dolor y sufrimiento. Por otra parte sabemos que cada vez que ha actuado Alejandro se ha dicho una y mil veces: " ¡No!, ¡ No lo volveré a hacer!. ¡ No seré capaz, me faltará el valor necesario!. ¡ Voy a dejarlo estar todo!. ¡ Todo!. ¡ Que se vayan a la mierda los que quieren verme!". Pero siempre ha retornado a la escena. Se debe a su público y lo sabe. Estas fases depresivas en Alejandro son normales y frecuentes, y desde luego lógicas. Cualquier persona normal se negaría rotundamente incluso a pensar en el inicio de la obra que Alejandro está llevando a cabo... claro que ir a verla es distinto. También hay que tener en cuenta el pasado de Alejandro y el hecho de que después de algunos años los suyos se hayan negado a ir a verle. No quieren saber nada de él porque lo consideran despreciable y repelente, tanto su madre como su padre y hermano de los que nunca ha dicho él nada. Sabe dónde viven pero él no quiere  rebajarse y volver a ellos y ellos tampoco están dispuestos a rescatar al hijo pródigo y aceptar cualquier cosa, incluso el dinero, que pueda proceder de Alejandro. Y en consecuencia es muy posible que en su inconsciente habite un germen nocivo de destrucción masoquista, como algunos periodistas avispados han señalado alguna vez, que le obliga a volver al escenario. También debemos tener en cuenta la lógica de Alejandro: una vez iniciado el espectáculo, detenerlo en un momento dado no es posible, sería una descomunal tontería: la mecha ha sido encendida y el polvorín debe explotar, hay que llegar al final y no sólo para completar la Obra sino porque es mejor, y lo más fácil para él, acabarla de una vez que quedar los años que puedan restarle de vida inútil y amargado, lleno de dolor y de recuerdos macabros: es un tronco sin posibilidades y sin esperanza. En consecuencia la solución más sencilla y más obvia es llegar al final cuanto antes dando la gran lección al mundo y esperando que alguien sea capaz de recoger y entender el mensaje de Alejandro. Cuando se decidió a iniciar todo lo que ha hecho aquella noche en casa de Goldeman tuvo una visión muy clara de todo: vio una luz en el horizonte que le llamaba y le repetía sin cesar: demuestra al mundo que eras capaz de intentar su redención, demuéstrales que todo lo que vas a hacer y lo que serás no es más que una consecuencia de sus formas sociales de vida y de su cultura: desenfreno y opresión.  ¡Hazles ver que eres un fenómeno social, que eres un pequeño gran monstruo creado por ellos y que tú eres capaz de hacer lo que ninguno de ellos osa siquiera pensar!. Que tu actuación provoque en todos asco y repugnancia hacia sí mismos, hacia la humanidad que ellos han modelado y de la que se sienten tan orgullosos.  ¡Adelante, Alejandro, adelante!. ¡El futuro te aguarda! . ¡Tú eres el futuro!.
Yo no soy quién para juzgar la historia de este personaje tan singular y extraño. Nos atrevemos a decir muchas veces que somos, como especie animal, racionales y que dentro  de la historia de la humanidad hemos alcanzado nuestra mayoría  de edad. Tenemos voluntad propia y los conocimientos suficientes para creer lo que nos parezca. Así pues,  ¡ Adelante, Alejandro!. Juzga como mejor te parezca, ¡Eres libre! , a este  personaje , sólo te voy a recordar, amigo lector, antes de terminar, una frase muy corta por todos conocida: "El que esté libre de pecado que tire la primera piedra" ...






















































PARTE III: FIN DE LA  BÚSQUEDA










”Los dolores de la parturienta santifican
al dolor en cuanto tal, todo devenir y
crecer, todo lo que es una garantía del
futuro implicador... Para que exista el
placer de crear, para que la voluntad de
vida se afirme eternamente a sí misma, tiene
que existir también eternamente el tormento
 de la parturienta" .
[F; Nietzsche: El crepúsculo de los ídolos)

















¡Despierta, Alejandro, despierta! ! Venga, hombre, despierta!. Tú nunca tuviste el sueño pesado. Un suave sonido, una leve variación en el estado de silencio reinante ha bastado normalmente para despertarte.  ¡Alejandro, despierta!, es presiso que lo hagas. Has dormido demasiado tiempo seguido y no está bien que ahora , al final de tu vida, te conviertas en un ser perezoso y remolón. Debes concentrarte en la preparación de la última parte de tu espectáculo. Te faltan muy pocos días: si no te apresuras, si no te das prisa y comienzas ya, el tiempo se te echará encima y tu postrera transfiguración será un rotundo fracaso y a ti nunca te han gustado los resultados improvisados, siempre has pensado que si no controlas todos los hilos del entramado lo más probable es que todo acabe en un fiasco.
¡Alto ahí!,  ¿quién osa llamarme de este modo tan altanero perturbando mi bien merecido descanso?. Soy yo, Alejandro. Y ¿quién es yo?. Yo también soy Alejandro. ¡Venga, hombre!, que de un tiempo a esta parte te has tornado excesivamente  holgazán y flojo. Antes siempre te levantabas apenas abrías los ojos, nunca esperabas hasta que ya no había otro remedio, remoloneando como si la cosa no fuera contigo. Claro que ahora no puedes dejar la cama, pero al menos sal de ese estado de sopor y somnolencia , de semiinconsciencia, de pesadumbre mental y aturdimiento, en que te encuentras porque es necesario que te apresures a preparar tu próxima actuación. ¿Mi próxima actuación?: ¡Ja!, lo mejor será mandarla al carajo, olvidarme de ella y preocuparme únicamente de mí, de mi estado, de mi vida y que se vaya a la mierda todo lo demás: lo inútil y lo superfluo, lo intranscendente. Y así podré tener todo el tiempo para dedicarme a construir pequeños tiovivos mentales en el aire con muchos niños en ellos. Y mi hijo entre esos niños. Niños y más niños porque ellos son los únicos inocentes. Todos los demás somos pura carroña. Yo cuando era pequeño también era inocente y mira ahora... Se debería inventar algún sistema para matar a todos los niños antes de que los adultos los convirtamos en "hombres de provecho". El decreto  de Herodes no iba tan desencaminado: habría sido la gran solución. Resulta horrible sólo pensarlo: se coge un niño pequeño, simpático y encantador, travieso, juguetón, cándido, y de golpe, sin que él lo quiera, se le obliga a ir a una escuela para que estudie y aprenda esas cosas que obligatoriamente debemos saber, puros formalismos que a nada conducen y así se va convirtiendo, aunque yo diría pervirtiendo, poco a poco en un pequeño gran monstruo. ¡Con lo maravilloso que tiene que ser el permanecer durante toda la vida siendo un niño!. ¡No!.Es mejor no haber nacido nunca. Así le evitaríamos al pequeñín, que al principio todos contemplan y adoran, al que todos le hacen imbéciles carantoñas,  esos sufrimientos provocados por la inutilidad del sistema que lo deforma en un hombre. ¡Monstruoso, mil veces monstruoso, un millón de veces monstruoso, infinitamente monstruoso!. Sin embargo todo resulta imposible: el mal ya está hecho y no se puede impedir que sigan cometiendo nuevos crímenes contra la naturaleza.  ¡La naturaleza!, ! eso sí que es hermoso y puro!, ¡lo único que cuenta!, todo lo demás es sobrante, desecho, inmundicia que el fuego debería purificar.
















































.— Buenos días, señorita Raquel, usted como siempre tan bonita. Sabe una cosa: después de tanto tiempo juntos compartiendo esta misma habitación no estaría mal que nos tuteáramos   ¿no le parece?. Yo con que me llame Alejandro me conformo, tampoco soy tan viejo y resulta mucho más cómodo, y agradable,  llamarse por el nombre dejando de lado todos los protocolos sociales que ni a tí ni a mi nos van, esto de entrada. Después podemos jugar a ser un poco amigos. Sería más bonito que no esa forzada distancia entre paciente y enfermera que hasta el momento hemos mantenido.
.- Sí, por qué no. No me importa demasiado que un enfermo me llame por mi nombre, en especial si hemos pasado tanto tiempo juntos, compartiendo el sufrimiento y calvario que estás pasando desde que llegaste... Yo también soy del parecer de que las fórmulas sociales establecidas muchas veces, en la mayoría de las ocasiones, sobran. Por qué has de llamarme continuamente señorita Raquel si me conoces ya sobradamente. Mi nombre es Raquel, es así como me llaman y no con ese apósito de señorita delante, como en una tarjeta de visita. Por lo demás prefiero incluso el tú, sin
sustantivos accesorios que a nada conducen. Raquel o Alejandro son dos nombres que en sí no indican nada: nos designan durante toda la vida con estos apelativos diferenciadores, distintivos forzados, que nunca elegimos nosotros. Prefiero el tú, el pronombre personal, porque en él hay implicitamente un contenido mayor: la persona a la que nos dirigimos. Sí, es mejor que me llames por mi nombre o simplemente tú y que esto sirva para hacernos un poco más amigos, aunque estoy convencida de que ya lo somos.
.— Eso... que sirva para estrechar un poco más los lazos de amistad que nos han unido hasta el momento. Se puede ser amigo de un usted pero no como de un tú. De este modo hay más sinceridad y más confianza con nuestro interlocutor. Así pues, a partir de este instante yo soy únicamente Alejandro y tú Raquel, dos buenos amigos que van a llevarse bien a pesar de todas las circunstancias a que estamos sometidos, nos entenderemos y nos comprenderemos. Quizás a tí te cueste un poco aceptarme por todo lo que he hecho, tal vez en tu interior haya algún asomo de odio hacia mi persona, pero no importa, todos somos muy libres de pensar como mejor nos parezca. No te reprocho nada. Tú haces tu trabajo a la perfección y yo…
.— Más bien diría yo que me costaba aceptarte,   era antes, al principio, cuando llegaste. Me asignaron a tu servicio como enfermera en la dirección, no te elegí yo y tus antecedentes no eran demasiado alentadores. Venías aquí con una aureola especial de gloria, como si fueses un ser raro, mal carado, de mucho genio, cruel, que todo lo hacía por dinero, de verdad, lo parecías,es lo que decían todos. La prensa ha creado una imagen excesivamente falsa de tí. Un divo, un mito, una estrella mundial inaccesible. Y conociéndote, y sobre todo viéndote sufrir, una se da cuenta de que en realidad no eres ese señor que aparece bastante a menudo en las revistas y periódicos. En el fondo, como persona, mereces compasión, comprensión y no odio, estima y no adulación. Es verdad que conociendo a una persona se puede cambiar el modo de pensar sobre ella. Al principio cuando llegaste aquí maltrecho, destrozado, me alegré, lo confieso, viéndote padecer; estaba convencida de que te lo merecías como castigo a tu pecado contra la propia , naturaleza. Pero después, poco a poco, he ido sabiendo algunas cosas sobre tí, porque me las has contado tú, conozco tus pensamientos y tus ideas, tua angustias, tus frustaciones, las contradicciones que obligan a hacer lo que has hecho y no me queda otro remedio más que aplaudirte y decirte:  ¡Bravo, Alejandro, bravo; adelante!.
.— ! Vaya!, la rígida señorita Raquel me comprenden y me aplaude. No me lo esperaba, la verdad, al menos que lo reconocieras de esa forma tan sencilla y llana.
.— Y ¿por qué no iba a hacerlo?. No soy una mujer fría, sin pensamiento propio y mucho menos  sin sentimientos; soy enfermera, no lo olvides, y yo yambién tengo mi conciencia y mi posicionamiento en la sociedad y ante las cosas quew suceden en el mundo. Si nos hubiésemos conocido en otro sitio y en otras circunstancias tal vez las cosas habrían sido distintas. Son palabras tuyas ... recuerda. Ten en cuenta que como enfermera estoy obligada a guardar una cierta distancia afectiva, o como quieras llamarla, con respecto a los pacientes. Sólo que contigo es distinto. Estoy harta de formalismos y normas de conducta que presuponen que cada enfermo es un caso y que luego todos son iguales. Me niego a aceptar que me digan cómo he de comportarme y qué debo sentir con cada enfermo. Es muy posible que cuando deje de estar a tu servicio abandone este centro, e incluso mi trabajo como enfermera. Tú has cambiado mi forma de pensar y mi manera de ser. Sé que nunca podré hacer lo mismo que tú porque soy demasiado cobarde, pero nadie podrá impedirme el intentar algo por el bien de la humanidad. Me has convertido, soy tu discípula más fiel. Alejandro y Goldeman nunca más estarán solos, Raquel se une a ellos, si es que ellos la aceptan como una más.
.- ! Bienvenida al círculo!, te aceptamos como miembro, no hay limitación de número. ¡Ojalá fuéramos muchos  más!. Sin embargo, comprendo que es sumamente difícil mantenerse fiel a las ideas que nosotros profesamos. No obstante quiero pedirte algo: no abandones nunca tu puesto de enfermera en este centro, debes ayudar a los enfermos, te gusta hacerlo y realmente eres necesaria. En todo caso, si dejas esta clínica privada, incorpórate a cualquier centro público,estatal,  en donde la medicina sea  gratuíta, será tu mejor forma de pertenecer al círculo y de  continuar con su objetivo. O tal vez vete a un país subdesarrollado en el que tus cuidados médicos serán mucho más necesarios. Creéme, es la mejor forma de servir a nuestra causa. No te pido que hagas lo que Goldeman y yo vamos a hacer: en la sociedad  en que vivimos es preciso trabajar y ganar dinero, el suficiente para poder vivir: no demasiado, únicamente el necesario para obtener una cierta independencia y comodidad. Yo te haría la heredera universal de todos mis bienes, que son muchos, para que no volvieras a trabajar, pero yo sé que no quieres nada . De todos modes dentro de unos días podrás ver aquí toda mi fortuna amasada ya sabes cómo, y si quieres, podrás quedarte con lo que desees. Ahora bien, si tú no aceptas, pues nada, cumpliremos entre los tres con el fin que me había propuesto en un principio. Cuento con tu ayuda. Será maravilloso,  alentador, creativo y surrealista, ya lo verás.
.— Es necesario que todo ocurra tal como debe de ser yo no soy nadie para interferir en ese destino que ambos, tú y Goldeman,  habéis preparado tan concienzudamente. Espero poder participar en él y cumplir como esperáis segun vuestros planes.















































 Cuando mi última actuación llegue a su fin,
cuando yo haya dejado de existir,
cuando no sea posible el volverse atrás
no llores, Laura, no llores.
Me oyes bien, Laura: no llores,
no se te ocurra derramar ni una lágrima.
Son demasiado valiosas para ser malgastadas por tan poca cosa.
Es preferible que llores por los que se quedan,
por los borregos que seguirán sufriendo contentos,
entonces sí, llora, Laura, llora,
sólo tú puedes hacerlo,
ellos sí necesitan de tu llanto,
llora, Laura, llora, llora por ellos
y no olvides que yo iré a reunirme contigo.
Llora tú que ni siquiera afloró una lágrima a tus ojos
cuando te separaron de tus niños para siempre
y te llevaron a la fuerza en aquel coche blanco.
Llora ahora, Laura, llora, llora
hasta que tus cuencas se sequen,
hasta que no quede ni una gota de tu savia,
llora hasta que estés cansada de tanto derramar lágrimas,
llora, Laura, llora, llora
hasta que todos nos enteremos de tu llanto,
llora hasta que vean mi actuación abominable y monstruosa,
llora mientras te queden fuerzas para hacerlo,
llora tú, Laura, llora, llora,
llora ahora que se asesina impúnemente
amparándose en unas leyes de Estado,
llora ahora que los cabestros de la manada tienen miedo
y matan cuando sienten tambalear su orden
porque hay que acabar con el terrorismo,
llora tú que eres virgen,
llora, Laura, llora, llora
ahora que se predica y se hace apología de la guerra:
es beneficiosa para unos pocos
llora porque no me comprenden,
llora tú que eres pura y no estás contaminada,
llora tú, mi querida y vieja Laura,
llora ahora que la vida ya no vale nada,
pronto se saldará en unos grandes almacenes a precio de risa
y se ingresarán los dividendos en la Chaise Manhatan Bank,
llora por ellos Laura, llora, llora,
pero no derrames ni una sola lágrima por mí
mientras en las mentes de los hombrecitos de cartón
se rinda culto a la violencia y al dios dinero.
A veces, Laura, pienso que no deberíamos oponernos a su voluntad,
ellos quieren vivir así, como borregos,
necesitan el estímulo de la sangre fresca,
no les importa la degradación y la tortura,
ya se han acostumbrado a todo,
ahora ni siquiera tienen miedo,
ya no son capaces de sentirlo,
les resulta mucho más cómodo cerrar los ojos,
ser ciegos y dejar a los que mandan con sus cosas,
simplemente hay que obedecer a cambio de un poco de felicidad.
¿Quiénes somos nosotros para abrirles los ojos?
¡Qué derecho tenemos para obligarles a ver?.
Dejémosles estar en su fango, están tan encariñados con él,
No llores tampoco por ellos, Laura, no llores,
consérvate pura e intacta, no lo merecen,
no dejes que tus lágrimas se prostituyan.
¡Ríete de todos nosotros, Laura, ríete!,
tal como yo lo hago. ¡Ríe! .
Deja que nuestras carcajadas se escuchen
en el mundo entero... aunque no sirvan para nada.
La nueva Inquisición ampliará al negocio,
se continuará persiguiendo a los hombres,
y nos hablarán da libertad, con engaños,
riámonos juntos, Laura, riámonos.
Y si un día nos callan, y nos matan,
riámonos de ellos, Laura, riámonos.
Que no oigan nuestro llanto, aunque nos duela,
sumerjámonos en su mundo feliz da juguete y fantasía,
y no llores, Laura, no llores, no llores,
míralos bien, olvídate de ellos, y haz como yo:
Ríe, ríe, Laura, ríe, ríe,
Ríe, ríe, ríe, Laura, me oyes,
ríe, Laura, ríe, ríe, no te canses
de reír, aunque yo ya no exista,
ríe, ríe, hasta que ya no puedas más,
ríe, Laura, ríe, ríe, ríe
ríe, ríe, ríe, ríe, ríe, ríe ...







De todos modos los hombrecitos y mujercitas piensan ¿Piensan?
¿De verdad?, ¿está usted seguro? Y ¿qué piensan?
Sus deberes, lo cotidiano, lo que vale la pena. ¡Qué paisaje!
Paisanaje y Servidumbre. ¡Nulidad mental! ¡Pura mierda!
El oro es amarillo pálido, no brilla, es una lástima.
¡Qué le vamos a hacer!
Dime tú, oro, padre de nuestras conciencias, ¿por qué no brillas?
¿Es que acaso alguien te molesta?, ¿no te encuentras bien tal vez?
Dime, ¿acaso son los mojigatos de siempre?
No, ellos no son, lo sé muy  bien, ellos no pueden tocarte porque no les perteneces. Jamás serás de ellos, sólo faltaría. Imagina por un momento que...
No, tú aspiras a cosas más importantes.
Tus miras van por otros derroteros. Tú eres importante,
sublime, tú eres ... el oro.
Y  ¿por qué no con ellos?
Sí, sí, yo quiero que ellos también participen de ti.
¿Acaso no eres su dios y señor?
¡Ah, si supieran! Pero no saben,
sus atrofiadas mentes no entran en este juego,
no pueden entender cosas tan complejas.
¡Tú eres el importante, el gran Señor, el amo Supremo!
Lo digo yo, Alejandro. Mi resplandor es como el tuyo:
yo también sé decir ¡Viva la mierda!
A veces también es amarilla, aunque no tanto. Esos pequeños tintes marronáceos la diferencian un poco de ti.
¡Qué  lástima!
Tampoco brilla, en algo os parecéis,
no todo el monte es orégano.
¡Qué le vamos a hacer! ¿No te parece?
Peor que peor, sí, no hay remedio, tus siervos te aclaman.
¡Mírales!. Mírales bien, que no se escape ninguno, sería desastroso. Es una masa de espectros informes que porfía por pertenecerte en cuerpo y alma, por entero y para siempre.
Y tú ¿qué haces?
Olvídalos, deja que se pudran y que pululen toda su vida en la miseria en que viven. Mas puedes estar seguro de que cuando tú levantes un dedo, ellos, dándose cuenta de que lo has hecho, pensarán que quieres integrarlos en tu corte celestial y acudirán a ti.
Y te nombrarán una vez más su caudillo.
Te aclamarán y rendirán pleitesía.
¡El hombre es así!
Y entonces tendrás tu oportunidad.
Podrás succionar toda su sangre mientras ellos babean colmados de gozo. Están a tu lado, a tu vera, te han visto, aunque disfrazado: es el traje de los actos protocolarios, de las grandes solemnidades, y soñarán por mucho tiempo cosas fantásticas y maravillosas porque tu encanto les ha seducido en lo más íntimo.
¡Hipócrita!  ¿Por qué no les quitas la venda para que puedan ver?
No, mejor que no lo hagas.
No perturbes su ensueño, son incapaces de agradecértelo,
te odiarán eternamente.
¡Tirarían piedras contra ti!  Sería divertido, sumamente excitante ver a los hombrecitos y mujercitas tirándote piedras, lapidando a su sol oro, a su dios.
Sabes, a mí no me pareces tan hermoso.
Después de todo no eres más que un simple mineral,
cumples tu misión lo mejor que puedes,
tú también, en el fondo, eres un mandado, como las piedras,
como todas las cosas:
estamos ahí para representar nuestro papel en una comedia absurda, y lo hacemos. Es todo.
¿Cuál sería tu dicha si no tuvieras quienes te adoraran?
Tú no tienes la culpa de que esos mojigatos de hombrecitos y mujercitas te adoren y den sus vidas por ti.
Ellos son los intrusos, los que se atreven a interrumpir  nuestra paz con sus tonterías, con sus aires de grandeza.
¡Me rio de ellos, ¡pobres cretinos!
No saben lo que quieren.
Ni lo sabrán nunca, es su condición: permanecer en ese estrecho cauce sin percatarse de que muy cerca está la orilla salvadora.
Son incapaces de traspasar el límite impuesto.
Y mientras permanecerán en ese letargo aborregado i esperando que tú te muevas por ellos.
Adorándote, besándote el culo.
Maravillados por tu resplandor inventarán atributos que tú nunca has tenido.
Osarán poseerte, o por lo menos acercarse hasta ti para que tu sombra los cubra y los fecunde: ¡ilusosl.
Y en ella se sentirán felices, porque tu penumbra oculta muchas cosas y así no les ven, pueden pasar desapercibidos.
¡Qué le vamos a hacer!
Que sea siempre así si así ellos lo quieren.














Muchacha vietnamita de ojos claros y penetrantes. Siempre te imagino en mis pesadillas así. Muchacha vietnamita, protagonista de la tragedia, qué te han hecho después de desnudarte totalmente y atarte al suelo. No sientas vergüenza de explicar al mundo entero lo que hicieron los hijos del Tío Sam contigo. Tú fuiste una de sus tantas víctimas. No los compadezcas. No merecen más que odio...o tal vez ni tan siquiera eso. Seguramente tienes razón: ellos no tienen la culpa de ser así, los han hecho a todos iguales, iguales a sí mismos, copias de una fábrica de la que es mejor no explicar nada, ellos siempre mascando chicle. Muchacha vietnamita, inocente e inmolada inútilmente, me acuerdo muchas veces de ti. Te detuvieron los del Ejército Real Coreano en tu propia tierra. ¿Qué hacían ellos allí, que derecho tenían? Y tú te negaste a hablar. No tenías nada que decir. Y te entregaron a los yankees. Tampoco lo logramos. Mantuviste tu entereza. Eras toda una mujer. Ellos se dieron cuenta y quisieron saborearte. Tú no tenías la culpa de ser hermosa y vietnamita. Y ellos se dieron cuenta. Podían por una vez dejar de masturbarse. Te desnudaron completamente y te ataron al suelo. Sentiste vergüenza de tu desnudez contemplada por todos. Aquellos ojos, aquellas caras... Tu cuerpo se integró con la hermosura de la naturaleza de la selva, y ellos nos convertimos en fieras que te acosaban. Estábamos drogados, como siempre, y tú lo sabías. Esperaste resignada lo peor. Intuías lo que te iban a hacer y estabas inquieta. Mentalmente no puedes aceptar el que te obliguen a entregarte a un hombre a la fuerza. Y todos los soldados del batallón te violaron. Los ves con su intento de sexo al aire, colgándoles flácido, inerte, como inútil y sin sentido. Y te ríes de ellos. Y te penetran, se esfuerzan en lograrlo, y te hacen daño, te penetran, uno detrás de otro, se esfuerzan, queremos intentarlo todos a la vez, y te penetran, y te penetran, y tú no sientes  absolutamente nada, ni tan siquiera dolor. Seguramente ellos tampoco ningún placer. Únicamente les emociona la muerte. Tampoco los odias, es tu destino como mujer vietnamita. Y te penetran, y te penetran. Si pudieras cerrar por un momento las piernas. Te duelen, no puedes resistir más y pides clemencia. No más penetraciones, no más sexos. Hablarás, sí, la muchacha vietnamita hablará. No te sueltan, quieren que les digas cosas que tú nunca has sabido. Están ebrios. Esperas lo peor y pides a Dios  que llegue cuanto antes. Estás insensibilizada por el dolor.  Tienes el sexo destrozado, sangra  en abundancia y eso nos excita. No te importa, sabes que muy pronto te matarán. Ellos son así, Hijos del Tío Sam. Un soldado se acerca a ti riendo. Lleva un alambre en las manos, y ríe... ríe. Y te cose salvajemente las partes genitales, quiere hacer un dibujo bonito. No sientes como el hierro desgarra tu cuerpo, eras insensible a todo cuanto aún puedan hacerte. Todos gozan con el espectáculo. Perdónalos, Señor, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y no es suficiente. Aparta de mí este cáliz, Señor, si es esa tu voluntad. La muchacha vietnamita no comprende por qué se ensañan de ese modo con ella. No es de los charlis, ella no sabe nada. Compasión, Señor, compasión, que el fin llegue pronto. Le rodean el cuello con
una varilla de cobre y la cuelgan. Todos ríen, queda bonito. El teniente se acerca a ti con un sable y abre eufórico tu cuerpo desde la cabeza. Tus vísceras caen al suelo y ellos las besan, las besan, se revuelcan en ellas, las... Sí, muchacha vietnamita, muchas veces pienso en ti desde que leí en un libro tu historia, lo que te habíamos hecho. Y me acuerdo de tu compañera, aunque tú nunca la conociste. También a ella. Era hija de un jefe vietnamita. También a ella la desnudaron, la ataron y la violaron todos los hijos... del Tío Sam. Y clavaron una bayoneta incandescente en su vagina para cauterizar las heridas que le habían hecho en el sexo. Y como no moría le ataron un cordón de cuero mojado al cuello y la dejaron al sol... Perdónalos, Señor, porque no sabían lo que hacían. Ellos no  son responsables de su obras, les han enseñado a hacerlas, los han entrenado concienzudamente para que obren así. Es la guerra. Y cuando hay guerra ya se sabe... se mata en defensa propia, o al menos se utiliza como excusa, se defiende ...
no se defiende nada, únicamente se mata, se mata... se mata porque quien más mata es el mejor... y así mueren inútilmente los veintidós niños, ancianos y mujeres de Song My. Igual que los de My Lai, y ahora el teniente responsable del genocidio es un héroe. Iba a decir su nombre, pero no lo diré, tal vez esté ya olvidado y hay que perdonarlo a él también. Debemos concederle el derecho del olvido. Él estaba obligado a cumplir con el deber  debido. Fue la propia guerra quien le enseñó a asesinar inocentes. Daños colaterales. Cumplía con su deber: hay que matar, matar, matar, asesinar, apalear, torturar, amputar, vigilar, matar, matar, bombardear y arrasar objetivos civiles, matar, matar, otro genocidio más no importa... es la guerra. Y ahora es un héroe nacional, le harán con el tiempo un monumento en los jardines del Capitolio tan alto como la Estatua de la Libertad, o tal vez más que también se lo merece más, él luchó por la libertad. También me lo podían hacer a mí, me lo merezco más que él, yo no he matado a nadie... Pero yo no soy como él, no me lo levantarán nunca, él luchaba para ... a saber para qué luchaba. Seguramente no tenía nada mejor que hacer. Le habían enseñado a matar, a cuantos más matara más medallas llenarían su guerrera de soldado. Y el mundo permanece mientras inmutable. Es la guerra. Marx decía que la tragedia, a fuerza de repetirse, lo hace en forma de comedia. Sí, de comedia macabra. Es divertida una guerra, hay tema para hablar y comentar en los periódicos. Ahora dicen que te harán un monumento, soldadito yanqui de plomo, porque conoces demasiado bien tu oficio, te lo has ganado por ser tan eficiente, sabes matar más y mejor que los demás, eres un logro de los avances de la tecnología moderna puesta al servicio del hombre. Mi obra comparada con la vuestra no es más que una burda imitación, una comedia bufa interpretada por un aficionado que nunca ha subido a un escenario. Qué ha sido de ti, muchacha vietnamita, únicamente yo te recuerdo, a ellos les han hecho un monumento. Busca a Laura y quédate con ella, muy pronto me reuniré con vosotras.













¿Por qué me acosáis constantemente, espíritus?
¡Aguardad!. Muy pronto estaré a vuestro lado para  compartir el gozo eterno.
¡Aguardad!. ¡Sed pacientes! La espera no puede prolongarse  demasiado. Todo está a punto, dispuesto desde hace mucho. Únicamente falta que ocurra lo sublime.
¡Estad preparados!  Muy pronto, amados míos, me reuniré con vosotros. Es la hora del deseo, sabed esperar. Mis trompetas y clarines están sonando. Hace días que las oigo. ¡Escuchadlas! En esta hora en que todos conseguimos ver el fin más inmediato mi espíritu rebosa de júbilo.
¡Tú, Laura, prepara convenientemente mi camino!
No es necesario que sea de rosas: me conformo con que no haya demasiadas piedras.
Y si las hubiese  ¿qué?  Mientras que a través del mismo pueda llegar hasta vosotros es suficiente. Todo lo demás son tonterías y pamplinas. No obstante, antes de acabar con las cosas terrenales he de terminar mi purificación para ser digno merecedor de vuestra compañía.
No puedo presentarme ante vosotros sin desprenderme antes de los vínculos que me atan aquí, que me atenazan bárbaramente para no dejarme marchar.
Sin embargo, yo sé que lograré romperlos porque me he preparado muy bien para poder hacerlo y conozco todas sus tretas y artimañas.
Y muy pronto, cuando lo haya conseguido, nos reuniremos en la morada eterna y todos juntos entonaremos cantos de alegría, celebraremos el ritual de nuestros antepasados, tal como debe hacerse en estas ocasiones, sin olvidar absolutamente nada, y en esta fiesta esplendorosa nos reiremos del mundo. Aunque ellos no podrán oírnos nos regocijaremos porque ya habremos logrado desprendernos de sus iniquidades y fantasías locas: ¡No más locos!, todos juntos instituiremos un pueblo de cuerdos en donde el dolor y el sufrimiento, en donde el sacrificio y la tortura serán desterrados para siempre.
Deseo con toda mi alma que lo que queda a mi persona de estancia en este mundo terrenal sea lo más breve posible.
Vosotros, y en especial tú, Laura, podríais intervenir para que así sea.
Mas... no, no lo hagáis, dejad que todo ocurra tal como debe de ser: todos y cada uno de mis pasos hasta alcanzar la suprema dicha han de ser andados: si no, no sería  digno de vuestra estima. Sé que debo continuar aquí donde estoy padeciendo dolores terribles para obtener la suprema dignidad que el destino me confiere. No os defraudaré, estad seguros y pensad mientras que la espera no resultará  excesivamente larga. Terminaré mi obra y entonces sí, me reuniré con todos vosotros en vuestra morada. Mi misión estará cumplida y de este modo seré digno de sentarme a vuestro lado, a vuestra derecha. ¡Hasta entonces!








ALEJANDRO.- Cuánto tiempo y cuántas cosas han ocurrido desde entonces. Demasiadas, aunque seguramente no todas. Quién iba a pensar cuando me decidí a comenzar esta obra que ahora, después de tres años, hay que ponerle fin: un fin necesario para mí, un fin que me libere del suplicio al que estoy sometido desde que empecé y del que quiero liberarme ya. Entonces, estando en casa de Goldeman, parecía mucho más sencillo y a la vez una meta inalcanzable. Pensé más de una vez que no sería capaz de llegar a poner término a mi osadía, que no tendría el valor suficiente para llegar hasta donde he llegado. Ahora, mirando hacia atrás y ver todo lo que he hecho y todo cuanto me ha acontecido no me parece tan complicado. He sufrido mucho desde entonces, desde luego. He de reconocer, y aceptar, que soy una llaga viviente, todo mi cuerpo, mejor dicho, lo que me queda de él, es una herida abierta al mundo y a la especie, pero ha valido la pena. ¿ De verdad, ha valido la pena? A veces dudo. No podría asegurarlo... creo que sí, o al menos debo creer que sí. Si pierdo la esperanza, si no encuentro un sentido a todo lo que he realizado hasta ahora, entonces ¿qué opción me queda, cuál es camino que debo  tomar? ¿Acaso sólo me cabe el suicidio? No, no sería lo correcto, suicidarse en mi estado resultaría demasiado sencillo. Demasiado fácil. Es más, habría con toda seguridad mucha gente que me lo echaría en cara. Entonces, ¿el abandono?. No es posible. Ya no es viable. Debo eliminar esta idea de mi mente, es absurda e inútil, no resolvería nada. Yo inicié esto para obtener algo. Y repasando y meditando sobre mi pasado más inmediato encuentro una duda razonable:  ¿qué he conseguido?, ¿ ha valido realmente la pena?
RAQUEL.- ¡ Vaya si has conseguido!. Te lo diría, pero sé que no  me vas a creer. Veo hasta dónde quieres llegar: concluir aseverando que nada, que no ha servido tu obra y tu gesto para nada, que la gente es tan borrega e imbécil que no han comprendido absolutamente nada. Quieres martirizarte con esta idea, llegar hasta tu derrumbe total como explicación y justificación última.  Buscas encontrar una razón que te sirva y no.
¡No!, no puedes desmoronarte en estos momentos: lo peor  ya ha pasado. Sólo te resta el final.
ALEJANDRO.- Sí, pero me cuesta trabajo aceptar que voy a dejar muchas cosas queridas y maravillosas en el mundo, no puedo desprenderme así como así de todas ellas. Lo peor quizás comience ahora, no lo sé con certeza, pero puede que sea así. Constantemente me pregunto: ¿para qué ha servido mi martirio?
RAQUEL.- Para mucho. Más de lo que tú crees. Te han aceptado los borregos, no te han repudiado, asisten a tu espectáculo  y  eso tú sabes que ...
ALEJANDRO.— Vienen, de acuerdo, pero para ver algo insólito. Y  porque en la hora en que nos ha tocado vivir ni siquiera la carrera espacial o las guerras les interesan: se han acostumbrado, es algo normal en sus vidas, están predispuestos para aceptar la novedad como algo que hoy es nuevo y mañana está pasado de moda, superado. Mi espectáculo ha supuesto una auténtica  revolución en su forma de pensar, rompe con todos los cánones y normas establecidas, se sale de lo corriente y por este motivo lo aceptan. Asisten a mi espectáculo porque soy el primero al que se le ha ocurrido, pero tengo la certeza de que si alguien se decide alguna vez a repetirlo, atraído por quién sabe qué, no tendrá ni la mitad de aceptación pública que yo he tenido porque está repitiendo algo ya visto. Además, yo he tenido demasiada suerte. Goldeman ha estado desde el comienzo a mi lado garantizándome el éxito. Antes de comenzar todo este lío supuse que fracasaría, estaba seguro de que no habría una aceptación mayoritaria y de que me convertiría en una atracción circense. Es Goldeman el verdadero artífice de nuestra situación actual. Él fue capaz de conseguir la suficiente promoción publicitaria para que lo que parecía un intento burdo y alocado fuera un auténtico triunfo. Supo montar a nuestro alrededor una trama sensacionalista que ha dado sus frutos. Gastó una fortuna en anunciar mi lanzamiento en el mundo del espectáculo. Tenía razón. Me costó mucho convencerlo de que debía apoyar mi obra, él se oponía, pero una vez lo logré ha sido él quien me ha llevado en volandas  hasta este momento culminante. Se ha cuidado siempre de prepararlo todo sin descuidar el más mínimo detalle, yo sólo he tenido  que salir al escenario para completar, como un muñeco, lo que  él me había preparado. Soy su obra. Y a pesar de la cosecha de triunfos que hemos logrado continuo pensando lo mismo: ¿para  qué ha servido todo ello? Sigo teniendo una familia que no quiere saber nada de mí, no tengo ninguna noticia de ellos, es como si no existiesen. Me han repudiado como miembro perteneciente a la misma. Claro que nunca me consideraron demasiado. Me duele mi familia. Siento que el culpable soy yo y no ellos porque fui yo quien los abandonó dejándolos en la estacada y negándoles desde el  principio una noticia mía ...
RAQUEL.- Alejandro, no es conveniente que sigas por ese camino. No lleva a ninguna parte positiva. Acabarás desmoralizándote del todo y no va a servir absolutamente  de nada, ni siquiera para perjudicarte dentro de tu aparente  masoquismo.
ALEJANDRO.— ¿Hablas de desmoralización? No, nunca. Ahora me  importa un bledo todas estas cosas. Me preocupan porque en mí  todavía quedan reminiscencias de mi contacto con los demás hombres. Es como la ceniza del rescoldo. En el fondo, a pesar de que paso muy a menudo por estas cotas depresivas, me río de todos. Valoro mi sufrimiento y mi sacrificio, y sabiendo que no ha servido para nada, porque ya no hay salvación posible para el hombre, me río de su idiotez. Me suena a burda chufla. Me río porque es lo único cuerdo que puede hacerse. Mi actuación es un claro y efusivo desprecio hacia todos, un insulto; me mofo de que acudan a verme salpicándoles con mi sangre, manchando su inmaculada fisionomía y su vestimenta, seguramente estrenada para la ocasión. Los miro antes de salir al escenario y no veo más que animales que están amaestrados para guardar la compostura del momento. Pero dentro de sí, salvaguardados por unos ropajes asquerosos se esconde el más cruel de los animales que hay sobre la faz de la tierra. Son todos unas bestias desgraciadas, unos depravados que nunca se han sentido tan felices como cuando han asistido a tragedias, corridas de toros,  luchas a muerte entre animales, ejecuciones, linchamientos y crucifixiones. No me arrepiento de nada de cuanto he hecho. Y a mi familia puedo decirles tranquilamente que se vayan todos  a la mierda: ni me importan ni me interesan sus cosas. He conseguido marcharme de la sociedad, situarme al otro lado de ella, entre los malditos y proscritos, entre los detestables, entre el desperdicio  humano, allá  en donde sus garras no puedan llegar.  ¿Qué pueden hacerme ya?
RAQUEL.- Y sin embargo dependes de ellos, no lo olvides. Has triunfado. Ellos te han colocado en el pedestal en que te encuentras: les debes  la fama. Sin ellos no serías nada.
ALEJANDRO.- No me lo recuerdes, me entran nauseas. Precisamente por eso me mofo de ellos: son tan cretinos que ni siquiera se han dado cuenta del truco. Es la estupidez humana revestida de falsa sensatez. Me hacen reír a mandíbula batiente. Imagínate a embajadores, altos cargos y grandes personajes de la vida pública y política con ínfulas de  prepotentes de los países más ricos y poderosos del mundo viéndome actuar, adulándome, aplaudiéndome babeantes complacidos, con la boca abierta esperando que yo me mee dentro, deseosos de que yo haga algo especial, fuera de serie: una cabriola descabellada y audaz para aplaudirme de nuevo, cada vez con mayor intensidad.  ¡Y pensar que ellos son los que dirigen al rebaño...!.
RAQUEL.— No hables así, no digas esas cosas, o por le menos  no seas tan claro, recuerda que yo pertenezco de alguna forma a ese rebaño. Hacen lo que saben hacer, lo que pueden, ponen su voluntad, al menos yo quiero pensar que es así. Y tú te ríes de de ellos, de los hombres, de ti y de nosotros, de todo el mundo, porque es la única solución que te queda viendo el panorama. Tú dilema está entre llorar o reír y tú has elegido la última porque es la más fácil, salirse del juego, abandonar la partida a mitad: comenzaste como si de un juego se tratase y después no supiste zafarte a su influencia. Te ríes de la gracia que has hecho: fuiste y eres un niño con un juguete en las manos que o le venía demasiado grande o que no disponía de las instrucciones para jugar.
ALEJANDRO.- Un niño entonces no, soy niño ahora, empiezo a serlo. Yo era antes de comenzar esta burrada absurda  como un camello que se dio  cuenta un día  de que podía ser un león y quiso serlo. Comprendí el camino, supe ver las etapas de la metamorfosis y ahora como niño puedo jugar: todo me está permitido. Soy el "Gran Alex", el magnífico, el hombre al que todos admiran por lo que ha sido capaz de realizar en un escenario. Si yo estuviera entre ellos, entonces sí, lloraría lágrimas de sangre, lloraría amargamente como nunca nadie lo ha hecho en la historia, entonces sí estaría desolado por el futuro que nos aguarda, pero ya no es éste mi caso.
RAQUEL.- Te regocijas en tu lecho de muerte, te sientes grande dentro de tu mortaja a pesar de todo, el mundo y el hombre te asquean  ¿quieres, acaso, que te traiga un espejo para que puedas verte bien y admires tu obra?
ALEJANDRO.- ¡No!, guárdalo: al final me va a hacer falta. Pero aún no: ni mi día ni mi hora han llegado todavía. Cuando sea el momento ya te lo pediré.
RAQUEL.- Tú, el importante, el hombre más agasajado del mundo, ni siquiera... No, iba a decir una tontería, perdóname.
ALEJANDRO.— ¿Quieres que la diga yo en tu nombre para que así no se manche tu conciencia?  Ni siquiera soy un hombre: estoy incompleto por todas partes. ¡Y no me avergüenzo de estarlo!. Todos hemos contribuido para que nada sea gratis: es el precio
estipulado ...
RAQUEL.- Por favor, cálmate. Estás excesivamente excitado. Entiendo lo que quieres decir, sé cuál es el estado de tu alma. El dolor te atormenta y necesitas abstraerte de tu agonía y de tu circunstancia, olvidarte de tu situación y de este modo calmar un poco el enorme sufrimiento que padeces. Estás en tu derecho de pensar como piensas, incluso creo que me estás convenciendo poco a poco de que tienes razón. Pero cuando me detengo a pensar en ti, en tu persona,  en tu estado actual, mis nervios también se alteran. En el fondo te compadezco porque eres una auténtica víctima del hombre, la más desdichada. En ti se han ensañado todos con su ira y su malicia: la tortura que te han infligido no tiene nombre. Es el crimen más horrible de todos cuantos se han cometido en la historia y mira que se han cometido, y de todo tipo.
ALEJANDRO.— No me compadezcas, no lo merezco. Yo soy el culpable de cuanto me sucede. Y aún con todo, pues sí, padezco, pero al final te acostumbras. Cuando se vive plácidamente el más leve padecimiento te altera, sientes un agudo dolor, pero cuando vives en un mar de dolor un poco más no importa demasiado, apenas notas la diferencia, incluso llegas a soportarlo y a aceptarlo como algo lógico en ti, como una condición, como una consecuencia, inevitable de tu existencia. Recuerdo que cuando estaba preparándome para la primera actuación tenía mucho miedo, demasiado, sabía que iba a padecer lo indecible, lo meramente insoportable incluso y no me veía capaz de poder hacerlo. Necesité mucho tiempo de preparación para mentalizarme y habituarme con mi nuevo estado, pero por suerte el dolor también tiene un límite. Temía por el fracaso, luego pensé en lo de las tragedias, lapidaciones y crucifixiones. El hombre es capaz de protestar porque alguien maltrata a un animal doméstico y a la vez organiza safaris, orgías de sangre, guerras y genocidios, matanzas en masa cada vez más refinadas y ningún resorte de su mente estalla: lo considera algo normal, se ha acostumbrado demasiado pronto: es un enfermo mental, y lógicamente yo no podía fracasar, ellos me brindaron el triunfo, yo sólo tuve que recogerlo, aunque he de reconocer que hace falta tener sangre fría para hacerlo. La primera vez, en San Francisco, no me resultó demasiado penoso el actuar: se reducía a no pensar mientras estaba en escena, únicamente bastaba con decir ya y asestar los golpes.
RAQUEL.- No puede ser una cosa tan fría. Yo sentiría dentro de mí un escalofrío especial, algo que me impediría hacerlo, algo que me diría no, no lo puedo hacer...
ALEJANDRO.- Sí, tienes razón, siempre lo he sentido, pero es posible vencerlo y erradicarlo de ti. Es como cuando una persona decide suicidarse arrojándose a la vía del tren o saltando desde lo alto de un edificio: si uno se detiene a pensar quedará atrapado por el miedo y no lo hará, no tendrá el valor suficiente. Ahora bien, si este sujeto no se detiene a pensarlo y se lanza, una vez ya ha dado el paso decisivo no puede volverse atrás para recapacitar sobre lo que está haciendo. La primera vez que actué utilicé una pequeña hacha de acero poco pesada y muy bien afilada. Salí a escena nervioso y un poco descompuesto: más que nada inseguro, mi presencia en público, el hecho de que iba a actuar ante una enorme masa de gente, sabiendo que habían reporteros de prensa y de televisión, me imponía un cierto respeto, incluso más que lo que iba a ejecutar. Una vez el telón se levantó, previa presentación de Goldeman, tomé materialmente posesión del momento. Sin saber por qué, inconscientemente y enajenado, me dirigí con un paso no demasiado rápido hasta el pedestal situado en el centro del escenario. No pensaba en nada, no veía a nadie, estaba deslumbrado por la  luz. Me coloqué bien y apoyando la mano izquierda sobre un soporte especial, procurando que el gran espejo que recogía mi  mano y la reflejaba al público no perdiera el más mínimo detalle de mi acción, cogí el hacha con la otra mano y la levanté  en alto. Por un momento creí que la iba a tirar contra la gente que me miraba expectante y que seguro luego me aplaudiría, reconozco que llegué a dudar sobre mi capacidad de hacerlo, pero sin saber cómo, la dejé caer sobre los dedos de  mi mano. Ya no era posible volverse atrás, no podía, aunque  lo deseara con todas mis fuerzas. Sentí un agudo dolor en todo mi cuerpo, mis cinco dedos habían saltado por los aires y caído al suelo, lo mejor hubiese sido recogerlos, pero lleno de furia, corroído por aquel tormento que me destruía, como un loco continué asestando golpes y más golpes sobre mi brazo destrozado, levantando en alto el hacha manchada con mi propia sangre y dejándola  caer como si de un delirio y éxtasis se tratara. Estaba mojado de sudor y era incapaz de pensar sobre lo que estaba realizando. La gente prorrumpió en aplausos y gritos de emoción y cayó el telón. Volvió a Ievantarse mientras la gente me aclamaba y yo continuaba, enfebrecido, igual, encolerizado por la presencia de la sangre, también yo, embravecido por lo aplausos, y descendió de nuevo el telón mientras Goldeman corría hacia mi gritándome no sé qué. Al verlo me detuve y el dolor de mi suplicio, a la vez que un extraño deleite, se apoderaron de mí para salvarme del castigo que me había infligido. Caí al suelo sin sentido. Como antes te he dicho, el sufrimiento, por suerte, tiene un límite y yo había llegado a él rebasándolo. Me llevaron en una ambulancia a un hospital en donde se encargaron de que mis heridas cicatrizaran y repararon los destrozos que yo había hecho en mi cuerpo. De este modo tan sencillo comenzó mi fama y mi viacrucis.
RAQUEL.- Lo recuerdo muy bien. Aquí la televisión pasó un pequeño reportaje de tu actuación presentándolo como un espectáculo nuevo e insólito llevado a cabo por un español en el extranjero. También las revistas y periódicos publicaron una fotografía tuya con el hacha en alto una vez asestado el primer golpe. Te dedicaron muchas páginas, en especial comentando el hecho de que eras un compatriota nuestro que  triunfaba fuera. Te habías convertido en un ser conocido y aclamado universalmente. Después desapareciste, te olvidaron. Sólo por un cierto tiempo, y nuevamente volviste a ocupar la atención pública a raíz de tu segunda actuación en Tokio.
ALEJANDRO.- ¡Ah, aquella actuación! Fue la más penosa para  mi. Había encontrado un medio mucho más sutil para lograr  el fin apetecido. El hacha como instrumento de ejecución ya no me servía, no podía utilizarla nuevamente porque resultaba  demasiado pequeña. Era preciso cuidar el efecto que quería causar en la mente de mis espectadores. Salí al escenario con una pequeña motosierra eléctrica casi de juguete, pero con la suficiente potencia como para cortar mi pie y parte de la pierna. Dediqué bastante tiempo a la elección de esta sierra y al final me decanté por ese modelo que me ha acompañado y ayudado en todas mis actuaciones. Se trata de un instrumento muy apto para la poda y el corte de troncos no demasiado gruesos. Estaba equipada con un motor eléctrico de 220 voltios y 1.000 vatios, con una potencia de 1,25 HP, suficiente para lo que yo precisaba. Su peso además no era demasiado alto :1,20 kgrs. , y la longitud de su barra apenas 20 cms. Toda ella de color blanco para que de este modo la sangre resaltase más. Era el modelo ideal por sus características y por la simplicidad de su utilización. Ha sido mi más fiel compañera desde que me han hecho famoso. Dentro de muy poco, cuando ya haya puesto fin a todo este asunto, ella será expuesta en la vitrina de un importantísimo museo, como la pistola que mató a Billy the Kid y otros tantos instrumentos de muerte que se han hecho famosos. Y estoy seguro de que la gente hará largas colas y se desprenderán de sus bien ganados y amados dólares para verla con detenimiento, abriendo la boca babeante para exclamar: ¡ Oh, tú, gran diosa, loada seas! , porque  fuiste tú la fiel compañera que ayudó en todo momento al Gran Alex, que Dios te bendiga y tenga en su Gloria, a obtener su triunfo y su fama". Y la adorarán como a una diosa. Correrá de museo en museo y todos se disputarán el privilegio de su tenencia y exhibición, y durante mucho tiempo innumerables periodistas le dedicarán, con su poética verborrea tediosa, demasiadas palabras de elogio y alabanza. Hasta es posible que con el tiempo se organice alguna secta engañabobos que la tenga como diosa y le tributen adoración como compañera fiel mía.
RAQUEL.- Es la pura  condición humana. Hablar de ella será rentable, un buen negocio y es normal que así sea. Adolecemos de la personalidad necesaria para oponernos a los ídolos y mitos que los medios de manipulación de masas nos presentan y por lo tanto iremos como borregos a admirarla y tocarla si nos dejan cuando, guiados por la razón, deberíamos destruirla.
ALEJANJRO.- Me alegra ver que al fin eres uno de los míos. Así  es la vida. Yo debería haber sido detenido y procesado la primera vez por atentado contra la salud pública a causa de mi intento fallido de suicidio macabro y encerrado en un manicomio. Otra  absurdidad social: encerrado y recluido en un manicomio perteneciente a un mundo en el que todos estamos locos, y sin embargo me han aplaudido y aclamado los grandes dioses del poder personalmente  y se han entrevistado conmigo, en audiencias sumamente especiales, solicitadas por ellos, porque querían conocerme personalmente y que yo les aconsejara medidas de política económica para luego  no hacerme el más puñetero caso. Me he reído en su cara y no se han dado cuenta. Ellos son los peores de todos. Su posición privilegiada debería obligarles a actuar de otro modo, incluso respecto a mi persona, y ya ves cómo se han comportado, bajándose los pantalones ante mí, rebajándose ante el hombre que se mofa públicamente de sus valores y de sus intereses. Como todo artista verdaderamente creador e innovador me he convertido en un hecho económico y comercial muy rentable, pero a diferencia de muchos mi aceptación del juego sólo ha sido aparente. Si algún día se les ocurre pensar racionalmente sobre todo este fenómeno cuyo protagonista soy yo, se darán cuenta del engaño. Se han hecho ricos con mi triunfo muchos organismos y entidades pero mi fama, conquistada con un gran padecimiento corporal y moral, la constatación histórica de la misma, es la más clara denuncia de su iniquidad y podredumbre. Y ante este desalentador panorama mi espíritu rebosa de alegría. Bueno, ya me he perdido en mis acostumbradas divagaciones sociales. ¿Por dónde iba?
RAQUEL.— Estabas hablando de tu actuación en Tokio y me decías que allí es cuando cambiaste el instrumento de trabajo.
ALEJANDRO.- Bueno, iba a decirte que aquella fue la vez que más me costó actuar. Cortarse con una pequeña hacha los dedos y la mano izquierda por la muñeca es macabro, pero hasta cierto punto aceptable mentalmente. Sin embargo pasar de ahí a cortarse el pie izquierdo y parte de la pierna con una motosierra es muy distinto. ¡Vaya si  lo es!. Esta mutilación para mi suponía perder mi soporte terrenal, la última oportunidad de volverse atrás desperdiciada.  Era condenarme a la inmovilidad permanente de una cama o bien de una silla de ruedas, me convertía automáticamente en un inválido, en un mutilado voluntario y perpetuo. Además, el hecho simple de cortarse de un golpe se transformaba de este modo en una acción mucho más estereotipada. Un golpe con el hacha era suficiente, lo pensabas un momento y zas, no había vuelta atrás pero no con la motosierra: aquí se hacía preciso mantenerla en la mano mientras iba cortando poco a poco el pie, precisamente había elegido un modelo con no excesiva potencia para que la actuación durase un poco más. Salí al escenario convencido de que era imposible hacerlo, me impresionaba incluso el sólo pensarlo. Y no obstante lo hice.  Quizás los aplausos y los gritos del público volvieron a ayudarme, de otra forma no habría podido ser. Entras en el frenesí colectivo, te sientes uno más, ya no eres tú quien ejecuta, te dejas llevar y al final te  sales con tu propósito. Creo que de haberme faltado el aliento que la gente me ha tributado en todas las ocasiones ya habría dejado todo este embrollo, pero ellos te convierten en una máquina, te manipulan y conducen, y tu voluntad se pierde, ya no eres capaz de decidir por ti mismo nada.
Y esta vez efectivamente fue distinto: el éxtasis de la primera actuación no lo logré. Lo hice temblando y sufriendo, sin pensar en que había miles de personas viéndome actuar en directo. No me importaban lo más mínimo, únicamente mi pierna. Después de Tokio la siguiente representación... no, representación precisamente no, en mi actuación nunca interpreto ningún papel, realizo algo nuevo y cada vez más difícil, fue en París. También esta vez había algo que me infundía un cierto temor y sobre todo respeto: iba a actuar en Europa ante una gente que está mucho más civilizada que en los otros dos casos anteriores, mucho  más preparada, con una tradición cultural incomparable. París  podía suponer mi fracaso. Estaba seguro de que en Europa no me aceptarían: sus habitantes no quieren ni precisan de esa emoción tan fuerte y violenta que supone el asistir a mi espectáculo. Y por desgracia me equivoqué: allí repetí la puesta en escena, la continuación de mi obra en  Japón, pero en la otra pierna y fue un rotundo triunfo. Durante semanas la gente comentaba mi valor, toda la prensa occidental habló de mí elogiándome desmesuradamente: aquello rebasó todo lo previsto: me había convertido, al triunfar en el  gran Paris, en la primera figura del espectáculo mundial. Y  de allí, con mis laureles ganados, volví a saltar a los Estados Unidos de América para actuar nuevamente ante este público tan " maravilloso" entre el cual se encuentran mis más incondicionales fans. Es lógico que sean los americanos. Ellos están mucho más acostumbrados a la violencia: asesinan legal e ilegalmente porque sí, montan guerras donde les conviene por simples cuestiones de prestigio, ponen y derrocan dictadores donde les parece cuando quieren, y además son, en su conjunto, un pueblo bastante estúpido. Claro que tienen valores importantes, y personas, pero en su mayoría, por no decir en su totalidad, son adquiridos con sus asquerosos y amados dólares. Toda su cultura procede de fuera y cuando es propia está copiada. Me hace gracia y me río de su libertad y de su democracia de pandereta. Son los mejores borregos, los más fáciles de manipular. Por eso son mis incondicionales y más acérrimos seguidores.
Mi actuación allí no me costó ningún esfuerzo especial, consistió en salir al escenario y ya está. Fue maquinal: me había habituado ya al escenario y al sufrimiento: añadir un poco más de dolor no me suponía ya a estas alturas nada nuevo. Y de este modo New York me supuso pagar lo que me quedaba de brazo izquierdo. Después de mi actuación volví a Europa nuevamente para no dejarla nunca más, lo cual era lógico: mi querida y vieja Europa. Actué en Moscú, en  donde perdí a resto de mi pierna izquierda. Allí esos "comunistas" de pacotilla se portaron muy bien conmigo, me agasajaron en todo momento, querían sentirse una vez más capitalistas pese a su educación distinta: me sorprendió mucho su forma de comportarse. Yo era para ellos un producto capitalista y querían asistir a mi portentoso espectáculo aunque sólo fuera para admirar al fenómeno del mundo occidental formado, según ellos, en los Estados Unidos. Verdaderamente me aceptaron sin tener demasiada  información sobre mí. No podían creer que yo fuera un europeo como ellos. Y Moscú fue mi quinta victoria sobre la estupidez humana. Abandoné la URSS para trasladarme a Londres en donde me desprendí de esa forma tan brutal de mi pierna derecha. Y de Inglaterra me vine aquí, a Barcelona, a mi Barcelona, para culminar mi apoteósica tournée por el mundo. La Ciudad Condal, la ciudad de Congresos y Exposiciones va a asistir a mi gloriosa y fraudulenta exposición Universal con aniquilamiento: algo nuevo y portentoso dentro de ese más difícil todavía cotidiano. Y aquí me aplaudirán y aclamarán como lo han hecho en todos los sitios: soy famoso: ¡El Gran Alex!, ¡El Héroe!, ¡el hombre que no teme a la muerte y la desafía en todas sus actuaciones ante el público!, ¡aún si él!, !el hombre que ha amasado toda una gran fortuna!, y por lo tanto debe der admirado como un ser especial y maravilloso  Un triunfador. Es divertido  ¿no te parece?
RAQUEL.- Monstruoso diría yo. Ésa es la palabra que mejor lo define.
ALEJANDRO.- Yo también lo veo así, pero qué le vamos a hacer. Ya no puedo volverme atrás: no hay otro remedio más que seguir y acabar de una vez por todas.
RAQUEL.— No puedo imaginarte, ahora cuando te conozco un poco en un escenario con una sierra mecánica en la mano rebanándote así por las buenas una parte de ti mismo a cambio de dinero y sobre todo por ganas de provocar asco y repugnancia en el público. Es algo que va en contra de tus principios. No lo entiendo ni lo entenderé nunca. ¡Es imposible!. Tú no eres ningún monstruo.
ALEJANDRO.- Según como se mira. Pensándolo bien es posible que sí que lo sea o que la sociedad me haya obligado a serlo, o por lo menos a aparentarlo. No sabría decirlo con precisión.
RAQUEL.- Me hace gracia que te rías también de ti mismo. Si, ya sé: es necesario saber reírse de uno mismo para poder hacerlo de los demás. Pero no me parece lógico. Tenías otros recursos a tu alcance, podías haber intentado algo distinto. Pero te decantaste por el peor de los males sin remedio. Por qué lo hiciste, por qué comenzaste ese odioso aniquilamiento, por qué, por qué ...
ALEJANDRO.- No sabría cómo responderte. La respuesta fácil y rápida: por un motivo muy sencillo y demasiado complicado a la vez. He pretendido, dentro de mis posibilidades, ser siempre un hombre íntegro y he preferido sacrificar mi vida antes  que perder, salvándola, lo que es para mí la razón misma de vivir, y  para mi ésta es una justificación suficiente y válida. Además,  todo hay que decirlo siempre, había otra razón aunque de menos relevancia: a mi manera yo también soy un terrorista, lo que yo hago es puro terrorismo. Pero no mato a nadie que no sea yo. Subvierto el orden establecido. Y ante mí los conductores de la masa informe de hombres se descubren y vienen a admirar mi obra sin darse cuenta de que lo que realizo es un atentado contra su bonita y perfecta sociedad. Y ellos se dirigen a mi atónitos para contemplar las maravillas que soy capaz de hacer, con sus trajes de etiqueta que más que personas parecen pingüinos, pájaros bobos es lo que son, cuando lo ideal sería que mis espectadores fuesen espontáneos en todo para poder realizar un espectáculo auténtico con una participación más real del público. Pero no es posible, no son capaces, son todos unos enmerdés que tienen el cerebro en el culo.
RAQUEL.— Seguro que debes tener razón nuevamente, está muy bien todo lo que dices, Sería maravilloso un espectáculo concebido así, con la participación real y efectiva del público, pero con una víctima humana... no sé, cuesta de aceptar, y más si se pretende darle un cariz terrorista que yo  no veo. Lo tuyo es distinto.
ALEJANDRO.- Distinto no, es terrorismo puro y duro, y del bueno. Yo llego al final, no como esos cobardes que comienzan sus gestas como si de un juego se tratara y después se arrepienten y entregan a las autoridades para que de todos modos los aniquilen. Desastre por desastre prefiero que se cumplan las amenazas cuando no te hacen caso. Y que nadie me venga con el cuento de que hay personas inocentes involucradas siempre involuntariamente en  todos los casos. Nadie es inocente ya en este mundo: todos  somos culpables, todos, porque todos somos responsables de la injusticia, de las guerras y de los avasallamientos humanos, de las nuevas formas de esclavismo, de las guerras modernas en las que el vencedor está decidido antes de que se declare la contienda. La paz del mundo es un problema y una responsabilidad de todos y cada uno de los individuos que componemos, querámoslo o no, la humanidad. Pero la humanidad tal como debe de ser y no como lo que es ahora. Y cuando algún pueblo sufre, cuando en algún punto la paz se altera por cualquier motivo, todos somos responsables de ello y por lo tanto culpables si no se pone remedio. Claro que en mi caso no hay rehenes, únicamente dos terroristas: Guadalupe y yo, y ambos vamos a cumplir nuestra amenaza: no nos volveremos atrás, lástima que seamos tan sólo dos. La tragedia resuelve muchas cosas cuando no queda otra salida. Los cabestros de la humanidad  ven en esos casos poco estables sus cimientos, se resienten y ceden poco a poco. Aunque a estas alturas no hay ninguna solución posible: la suerte ha sido echada y el destino debe cumplirse irremisiblemente. Me gustaría Raquel, que pudieses venir con nosotros, pero es algo fuera de nuestras posibilidades. Lo siento, de veras que lo siento.





















Ya estoy muy cerco, faltan apenas unos pocos días y después el fin: mi muerte, mi deseada muerte, mi descanso al fin. Llevo tanto tiempo aguardando que este momento llegue que ahora, cuando ya  muy cercano, cuando es ya inminente y nadie ni nada va a poder detenerlo, no sé cómo reaccionar.  Soy consciente de que no tengo remedio: no puedo echarme atrás, sería aún peor. Sin embargo, la muerte, el suceso en sí, no me impone lo más mínimo. Resulta extremadamente sencillo pensar que ahora ella no existe, que estoy vivo y pensante y que cuando ella llegue serán apenas unos breves instantes y después, la nada. No tengo por qué temerla una vez muerto, ya no me será posible: estaré muerto sin retorno a la vida. Viendo las cosas así es fácil pensarlo, pero de esto a hacerlo, a llevarlo a cabo por ti mismo resulta un abismo demasiado ancho. Sí, claro, todos nos morimos alguna vez, nadie se salva: a largo plazo todos muertos, pero no es lo mismo.  Mi muerte supone muchas cosas, demasiadas, y entre ellas, en especial, el poder desprenderse de todo aquello que quieres y admiras, de todo aquello y aquellos que te llevarías contigo a la tumba. También me separaré de mi cuerpo, maltratado por innumerables heridas aún sin cicatrizar, pero después de tantos años acompañado del mismo, viviendo con él como compañero inseparable te cuesta demasiado trabajo desprenderse del mismo, dejarlo a un lado para que se constituya en el festín de los gusanos. Y no digamos nada de todo aquello  que has conocido, de todo aquello que has vivido y saboreado a lo largo de una vida, ¿por qué por el mero hecho de morir has de prescindir de todas aquellas cosas maravillosas que tanto he amado y que tan plenamente han llenado mi vida de breves ratos de felicidad? Me duele el tener que morirme. Dicen que toda la vida no es más que un morirse poco a poco. Puede que tengan algo de razón, pero para mí toda una vida no es más que eso: toda una vida; vida y nada más.
Todos mis pensamientos  son correctos, pero creo que en estas circunstancias no son los más apropiados, debo cambiar y fijarme más en otros puntos positivos de mi muerte: el desenlace final supondrá poner término a demasiadas cosas y sucesos horribles y funestos, en especial a mi espectáculo: confío en que nunca nadie ose emular mis pasos, repetir mi experiencia. Así mismo morir supondrá regresar al origen del que nunca debimos salir, volver a unirnos, para formar parte, con el Supremo Hacedor. Nuestra vida no es más que un reflejo desprendido accidentalmente del inmenso foco de luz que es el Hacedor y que al morir regresa para integrarse al lugar del que emanó. El Todo dividido en infinitas partes que participan de Él vuelven a ser un Todo indivisible y perfecto, eso es el Paraíso al que yo espero llegar.
El único consuelo que me cabe es la certeza  de que mi esencia retorna  a la Esencia con su misión cumplida: una amarga, penosa y complicada  función a realizar que yo he interpretado como mejor he sabido, no disponía de un director de escena que me dirigiera en la interpretación de mi papel. No me asusta el posible castigo: sé que no lo tendré porque no existe tal: todo lo que hacemos como humanos es justificable ante el Supremo Hacedor: el amor es superior al castigo o a la recompensa posible. Y si no fuese así nuestra vida, la equivocación que supone el traernos a este mundo, no valdría la pena, no existiría una razón válida para seguir viviendo, sería en sí una burla demasiado cruel. Morir para mí va a ser un volver a nacer, pero sin condicionantes humanos; ahora sí, perfecto y puro, integrado en el Uno y Múltiple, un renacer glorioso en el Paraíso, colmado de dicha, sin tener que volver a preocuparme por mi maltrecho y desgraciado, mutilado es la palabra, cuerpo ¿qué más puedo esperar y desear? No lo sé. Es posible que mi deambular por este mundo  quede con el tiempo olvidado, lo ideal sería que no, es obligado que quede constancia permanente de mi obra para que mi vida no haya resultado una vez más superflua, y si yo no muero del todo será debido a que sigo estando aquí, en este mundo, en el recuerdo vivo de algunas mentes que fueron capaces de comprender la transcendencia de mi gesto. También debo pensar en que mi vida ha cumplido un fin prefijado de antemano pero que mi persona en cuanto tal no era completamente necesaria: no somos apenas nada comparados con la magnitud del cosmos y de la Obra del Supremo Hacedor. Son los hechos y no las personas, las intenciones y las ideas las que nunca mueren: nosotros no somos más que un medio, una mente, un brazo ejecutor, utilizado quién sabe de qué manera por una voluntad que nos es ajena. Esperamos que esa voluntad de auto conservación de la propia Naturaleza sepa mover los resortes precisos y necesarios para evitar lo irremediable. Yo he puesto mi grano de arena que es bien poco, lo sé, pero menos es nada. Todavía nos cabe la esperanza de que así sea. Si no mi vida y mi sacrificio, una vez más, no habrán servido para  nada, como ha sucedido con tantos otros como yo, mucho mejores que yo, que me han antecedido y cuyos méritos son, no quepa la menor duda, muy superiores a los míos.

























ALEJANDRO.— ¡Raquel!, ¿ lo tienes todo a punto?, ¿seguro de que no te has olvidado de nada? Recuerda: tres encendedores de gas y tres cubos de basura metálicos que nos  harán las veces de papelera.
RAQUEL.- Lo tengo todo preparado, no me ha resultado nada difícil traerlos, aunque ciertamente no sé para qué los quieres. Me imagino que algo relacionado con el propósito por el cual me has hecho traerlos hasta aquí. Intuyo qué puede ser pero  no estoy segura.
ALEJANDRO.- Aguardemos a que llegue Goldeman y entonces ya verás que bien lo vamos a pasar  los tres. A propósito ¿qué hora es?.
RAQUEL.— Van a ser la diez. Hace un día maravilloso ¿te has fijado bien en cómo calienta hoy el sol?.... Perdona, lo siento, no debí comentarlo, nunca más volverás a verlo.
ALEJANDRO.- No importa. Aguarda mientras  yo lo contemplo por última vez. Guadalupe ya no puede demorarse mucho, dijo que llegaría a las diez. Será apoteósico, ya lo verás. Cualquier otra persona pensaría que estamos locos los tres, pero no lo estamos, somos los únicos medio cuerdos y lo suficientemente valientes, intrépidos es la palabra, para acometer nuestra empresa con júbilo. Otros no serían capaces, les temblaría el pulso, no tienen nuestra audacia. Ya verás, ya,  lo que nos vamos a divertir de aquí a muy poco.
GOLDEMAN.—  Salud, Alejandro. Raquel, tú siempre tan bonita, tan radiante. ¿Está todo dispuesto?
ALEJANDRO.- Sí, y tú ¿has podo conseguirlo todo?
GOLDEMAN.— Todo: lo tuyo y lo mío. A propósito, ¿le has explicado a  Raquel qué es lo que vamos a hacer?
ALEJANDRO.- No, quiero que sea una sorpresas para ella. Y ahora vamos al grano, no disponemos de todo el tiempo del mundo: ¿no se puede retrasar la actuación aunque sólo sea un día?, quiero vivir veinticuatro horas  más, tan sólo una concesión, todos los condenados a muerte tienen derecho a una última voluntad.  
GOLDEMAN.— Ha de ser esta noche. No hay otro remedio. Está todo vendido. Como siempre asistirán personalidades de relevancia mundial, la prensa, la televisión. Por vez primera tu actuación va a ser retransmitida a todo el mundo en directo ¿no te parece maravilloso? Es tu triunfo final. No faltará nadie. Todos están deseosos de darte el último adiós, de despedirte como sólo una gran estrella como tú merece. Compréndelo, no podemos aplazar la función, tiene que ser esta noche, no podemos alegar indisposición del protagonista, es imposible, creerían que al final tienes miedo.
ALEJANDRO.- ¿Acaso crees que no lo tengo? ¿estás tú seguro de que en el último momento no te arrepentirás y me dejarás solo?, sería humano.
RAQUEL.— No  os  habléis de este modo ambos, lo único que conseguís es desalentaros mutuamente.  Después de todo lo que habéis pasado juntos esas dudas y reticencias del último momento no resultan demasiado convincentes de vuestro propósito. Jamás os había visto así, consolándose el uno al otro, dudando de forma ofensiva del propósito postrero de cada uno de vosotros. Hasta el momento siempre habíais demostrado la suficiente entereza  para enfrentaos con vuestro sino. Os falta ya muy poco, estáis al final del largo camino, no permitáis que el desaliento, que el desfallecimiento de  vuestro espíritu pueda con vosotros en el último momento. Quedan apenas unas horas, pasarán volando y cuando os deis cuenta estaréis en escena…
GOLDEMAN.— Tienes razón, Raquel. ¡Ánimo!. Alejandro, el futuro es todo nuestro.
ALEJANDRO.- ¿Está todo, absolutamente todo en las maletas, verdad?.
GOLDEMAN.— ( Asiente con un ligero movimiento de cabeza) Sí,  no pienso dejarles nada a nadie.
ALEJANDRO,- Pues  venga, no nos demoremos más. Raquel, por favor, tráenos los  utensilios que te habíamos solicitado para los tres y tú, Goldeman, acerca hasta aquí, para que también yo pueda alcanzarlos las maletas.
GOLDEMAN.— ¡Venga, manos a la obra!.( Coge las maletas y las deposita sobre el lecho do Alejandro).
ALEJANDRO.- (Con gran excitación y nerviosismo abre la primera maleta y contempla atónico el contenido de la misma) ¡Oh, maravilloso!. Perfecto. Mira, Raquel, aquí delante de ti tienes toda nuestra fortuna. La de Guadalupe y la mía. Mírala bien, nunca verás tantos dólares juntos, te lo aseguro. ¿Cuánto debe haber, Guadalupe?.
GOLDEMAN.— Exacto no lo sé, pero ten la seguridad de que, según mis cálculos supera con creces los doscientos millones de dólares.
RAQUEL.— ¿Tanto?. Pues, ¿cuánto habéis ganado entre los dos?. ¿Tan cara es una entrada de vuestro espectáculo?, ¿cuánto os pagas las televisiones?.
GOLDEMAN.— Sí, indudablemente nuestro espectáculo es claramente el más caro del mundo, pero no creas, no es selectivo, únicamente va dirigido a todas aquellas personas que verdaderamente se pueden permitir el lujo de pagar  esa cantidad para ti astronómica por ver actuar a Alejandro. Y por aplaudirle sin percatarse de que el espectáculo en realidad va en contra de ellos. Además, hay que añadir los ingresos  producidos por las entrevistas que yo concedo, Alejandro jamás hemos querido que fuese entrevistado, los reportajes que han realizado,  derechos de publicidad en los Estados Unidos, documentales cinematográficos y, en especial, las cadenas de televisión que retransmiten el evento. También hay una parte importante de impuestos que adeudamos al fisco  y que deberíamos haber pagado ya pero que ambos tenemos claro que no los vamos a abonar, mañana, si quieren, que nos busquen.
ALEJANDRO.- Raquel, míralos bien y coge todo lo que quieras. ¡Todo, no importa, los deudores fiscales seremos nosotros !. ¡Es tuyo!. Goldeman y yo te lo regalamos. Me hubiese gustado dejarlo en herencia a   Ella y a mi hijo, sería la única manera de reparar el mucho daño que les he de debido causar, pero ha resultado imposible dar con ellos, encontrarlos, nadie sabe dónde paran y de verdad que lo siento, me habría gustado tanto tenerlos ahora, en estos precisos momentos, aquí, a mi lado, para convencerlos de que no soy ningún monstruo. Sin embargo, no ha sido posible, han sabido sustraerse a nuestras miradas, es mi destino de desamparado y solitario que se cumple hasta el final de mis días. Siempre he si sido un cenizo, es mi irremediable sino.
RAQUEL.- Nos tienes a nosotros.
ALEJANDRO.— Lo sé y os doy las gracias por vuestra comprensión, compañía y ayuda, pero  me habría producido tanta alegría el tenerlos en estos momentos tan duros también a ellos. Bueno, vale ya. Venga, decídete, Raquel ¿cuánto coges?.
RAQUEL.— Ya sabes que no quiero nada para mí, no es que lo desprecie, pero no sabría qué hacer con este dinero, me transformaría  de nuevo en otra persona y me vería a mí misma odiosa. Me conformo en ser como soy, no quiero más cambios ni más metamorfosis, me gusta sentirme y ser como después de haberos conocido soy. No voy a cambiar nunca más, me conformo con ser para el resto de mis días una devota vuestra desde mi silencio.
GOLDEMAN.- ¡Bravo!, esto sí que es una mujer auténtica. Me enamoraría de ti pero ya es tarde.
ALEJANDRO.— Pues no nos entretengamos más, venga poneos los dos aquí a mi lado. ¿Todo preparado?, ¿sí?. Coged un billete cada uno en una mano y en la otra el encendedor y haced lo mismo que hago yo. Por favor, Raquel, quieres darme fuego, te pedí tres encendedores olvidando que yo nada más dispongo de una mano y por tanto puedo coger billetes pero no encenderlos. Veis, es muy fácil: se le pega fuego por una esquina y poco a poco va ardiendo hasta que cuando sientes el calor en los dedos y crees que vas a quemarte, lo arrojas en el cubo. ¡Es sencillo! Venga,  ahora os toca a vosotros.
RAQUEL.— Resulta bonito ver arder un billete de cien dólares. Jamás lo había hecho. Lo veo hasta edificante.
GOLDEMAN.— Sí, maravilloso. Si sus adoradores nos vieran haciendo esto con sus dioses…
ALEJANDRO.- ¡Magnífico!. ¡Estupendo!, ¡apoteósico!. Al final no tiene que quedar  ninguno. Es la purificación de nuestra obra, su transubstantación. Les hemos quitado su adorado dinerito para poder hacer con él esto.
RAQUEL.— Pero esto en sí mismo constituye un delito que puede acarrearnos serios problemas.
ALEJANDRO.— Me río yo de los delitos, a esta hora ya qué más nos da.
GOLDEMAN.-  Sí, es  cierto, es un  delito y de los graves, pero a los ojos del mundo sólo hemos sido Alejandro y yo quienes lo estamos cometiendo. Nunca sabrán que también tú has colaborado en esta empresa redentora. Cuando se percaten de que nuestra fortuna ha desaparecido purificada por el fuego sí, no te queda duda de que nos culparán, pero como no estaremos ninguno de los dos para responder del delito.  Lo tenemos todo muy bien calculado. Esta noche estaremos  ambos muertos y un cadáver no puede responder anta ningún tribunal de justicia, la Santa Inquisición ya no existe. Es más, no podrían soportar en sus finas narices  el hedor de nuestros cuerpos en descomposición.
ALEJANDRO.- ¡Mirad!, qué color más azulado produce el billete al arder, qué maravilla. Contemplad las cabriolas que hace el humo en el aire.
GOLDEMAN.-  ¡Es estupendo!
RAQUEL.- Ahora otro. Lo siento chico, pero ahora me toca a mí.
ALEJANDRO:_ ¡Maravilloso!
RAQUEL.- Sí, es ¡fantástico!.
ALEJANDRO.-¡Fastuoso!. ¡Magnífico!. ¡Supremo!. ¡Solemne!.
RAQUEL.— Yo ahora voy a probar con dos a la vez.
ALEJANDRO.— Eso. Así podremos ir un poco más rápidos.
GOLDEMAN.- Consustancial, la materia se transforma en energía para  ser absorbida, en forma de calor, por al ambiente que nos circunda.  La materia ni se destruye ni desaparece, simplemente se transforma. Materia que pasa a ser energía. Realmente  alentador.
RAQUEL.- ! Oooooooooh, ¡qué bonito!. ! Mirad como arde éste!
ALEJANDRO.- Nunca me había imaginado este resultado tan alentador. Tienes razón, Guadalupe. Es un gran estimulante espiritual, debería ir a la Oficina de Patentes y patentarlo, seguro que ahora sí me harían caso.
GOLDEMAN.- ¡No!, más procesos de patente no. Ni hablar, sería terrible. Te sacarían de la oficina a patadas.
ALEJANDRO.- Parezco un toro embolado, pero con nada más una bola- Podríamos jugar, los billetes harán de bolas de fuego,
RAQUEL.- Venga chicos, hay que apresurarse. Aún quedan muchos, demasiados y si entre alguien …
ALEJANDRO.- De acuerdo, decidido. A partir de ahora de tres en tres.
GOLDEMAN.- O de cuatro en cuatro.
ALEJANDRO.- Y por qué no de cinco en cinco.
RAQUEL.- Cuantos se quiera cada vez. ¡Es estupendo!. Jamás me lo había pasado tan divertido.
ALEJANDRO.- ¡Santa María!
RAQUEL.- ¡Ora pro nobis!
ALEJANDRO.- ¡Santo fuego!
RAQUEL Y GOLDEMAN.- ( a coro) ¡Ora pro nobis!
ALEJANDRO.- ¡Los hombrecitos y las mujercitas, todos a la mierda!
RAQUEL Y GOLDEMAN.- ( a coro) ¡Ora pro nobis!
ALEJANDRO.- ¡Y los cabestros delante!
RAQUEL Y GOLDEMAN.- ( a coro) ¡Ora pro nobis!
ALEJANDRO.- ¡ Y todos mis espectadores y fans también!
RAQUEL Y GOLDEMAN.- ( a coro) ¡Ora pro nobis!
ALEJANDRO.- ¡En memoria de Laura!
RAQUEL Y GOLDEMAN.- ( a coro) ¡Ora pro nobis!
ALEJANDRO.- ¡ Mi vieja y querida Laura!
RAQUEL Y GOLDEMAN.- ( a coro) ¡Ora pro nobis!
ALEJANDRO.- ¡En recuerdo de Ella y de mi hijo quemo éste!
RAQUEL Y GOLDEMAN.- ( a coro) ¡Ora pro nobis!
ALEJANDRO.- ¡Por nosotros tres!
RAQUEL Y GOLDEMAN.- ( a coro) ¡Ora pro nobis!
GOLDEMAN.- ¡ Para que mi ex mujer se vaya por siempre a la mierda!
RAQUEL, ALEJANDRO YGOLDEMAN.- ( a coro) ¡Ora pro nobis!
ALEJANDRO.- ¡Para que los obreros sepan romper sus cadenas!
RAQUEL Y GOLDEMAN.- ( a coro) ¡Ora pro nobis!
ALEJANDRO.- ¡Por todos los mojigatos del mundo, todos a la mierda!
RAQUEL Y GOLDEMAN.- ( a coro) ¡Ora pro nobis!
RAQUEL.- ¡Por la propia mierda!
ALEJANDRO, GOLDEMAN Y RAQUEL.-  (a coro) ¡Ora pro nobis!
RAQUEL.- ¡Por todos esos niños que son víctimas de los adultos!
ALEJANDRO, GOLDEMAN Y RAQUEL.-  (a coro) ¡Ora pro nobis!
ALEJANDRO.- ¡ Por las ideas, por la libertad de crear, por la auténtica libertad, por la LIBERTAD!
ALEJANDRO, GOLDEMAN Y RAQUEL.-  (a coro) ¡Ora pro nobis!
RAQUEL.- ¡Por la liberación de las mujeres!
ALEJANDRO, GOLDEMAN Y RAQUEL.-  (a coro) ¡Ora pro nobis!
RAQUEL.- ¡Por esas mujeres no capaces de romper las cadenas de sus maridos, para que un día se decidan!
ALEJANDRO, GOLDEMAN Y RAQUEL.-  (a coro) ¡Ora pro nobis!
ALEJANDRO.-  Este acto es nuestra sublimación suprema. El mundo nunca llegará a imaginar nuestra dicho y regocijo en estos momentos!
ALEJANDRO, GOLDEMAN Y RAQUEL.-  (a coro) ¡Ora pro nobis!
ALEJANDRO.- ¡Imbéciles, imbéciles! ¡Aquí reside el camino hacia la Gloria! ¡Éste es su inicio!
ALEJANDRO, GOLDEMAN Y RAQUEL.-  (a coro) ¡Ora pro nobis!
ALEJANDRO.- ¡Porque los imbéciles abran de una puta vez los ojos!
ALEJANDRO, GOLDEMAN Y RAQUEL.-  (a coro) ¡Ora pro nobis!
GOLDEMAN.- ¡Hacia la Gloria unidos por este supremo gesto de redención!
ALEJANDRO, GOLDEMAN Y RAQUEL.-  (a coro) ¡Ora pro nobis!
ALAJANDRO.-¡ Por esa vida eterna que nos aguarda!
ALEJANDRO, GOLDEMAN Y RAQUEL.-  (a coro) ¡Ora pro nobis!
RAQUEL.- ¡Eso, por vuestra eternidad asegurada al lado del Padre!
ALEJANDRO, GOLDEMAN Y RAQUEL.-  (a coro) ¡Ora pro nobis!
GOLDEMAN.- ¡La vida eterna nos aguarda, Alejandro! Ora pro nobis.
ALEJANDRO, GOLDEMAN Y RAQUEL.-  (a coro) ¡Ora pro nobis!
RAQUEL.- ¡Perfecto! ¿ora pro nobis!
ALEJANDRO, GOLDEMAN Y RAQUEL.-  (a coro) ¡Ora pro nobis!
ALEJANDRO.- ¡Adelante, el futuro es sólo nuestro! ¿Acabemos con todos! ¿No cabe el desfallecimiento!
ALEJANDRO, GOLDEMAN Y RAQUEL.-  (a coro) ¡Ora pro nobis!
ALEJANDRO.- ¡Siempre adelante! ¡Es la eternidad a cambio de nada!
ALEJANDRO, GOLDEMAN Y RAQUEL.-  (a coro) ¡Ora pro nobis!
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ALEJANDRO.— Bueno, el hecho está consumado. No queda nada.
GOLDEMAN.— Efectivamente, nuestra fortuna reducida a cenizas. Todo el mundo debería hacer lo mismo, se acabarían todos los problemas que  enfrentan a los hombres.
RAQUEL.- ¡La suerte está echada: no hay posible retorno!
ALEJANDRO.— Cenizas. Y con el tiempo polvo que se mezclará con el aire. Y así llegará, bajo esta forma tan pura, a todos los confines de la tierra. Los animales, las plantas, y en especial la tierra y las piedran tendrán noticia de su historia, y en ella de la nuestra, y darán gracias al Supremo Hacedor de Estrellas.
RAQUEL.- Y entonarán cánticos  de alabanza.
ALEJANDRO.— A propósito, Guadalupe, ¿qué hay de nuestra incineración post mortem, todo solucionado?
GOLDEMAN.- Sí, no te preocupes, he pagado para que te recojan al terminar tu actuación y te lleven directamente al crematorio. No quiero dilaciones al respecto. Si no actúan rápido son capaces de embalsamarte y adorarte erigiéndote un templo. También me he preocupado de dejar toda la documentación preparada, y pagados todos los gastos, para que el día en que yo deje de existir hagan lo mismo conmigo. No se imaginan que va a ser esta misma noche. Y una vez hayamos sido convertidos en cenizas, como nuestro dinero, un hombre, en el cual podemos confiar plenamente, se encargará de ir a recogerlas y arrojarlas al aire desde un helicóptero sobre la montaña de Montserrat. De este modo también nosotros viajaremos por el mundo narrando nuestra historia a los pájaros, a las nubes, a las estrellas, a las gotas de agua del rocío, al mar y a los océanos, a las hojas de los árboles y a las flores, y así, poco a poco nos incorporaremos a la amada tierra para servir de abono a los campos. Será nuestra última aportación, nuestro postrer legado, el final de nuestra obra, la auténtica y definitiva acción importante desde que nacimos: pasar a ser alimento vitalizante de la tierra.
RAQUEL.- Es bonito saber que te aguarda después de la muerte un futuro tan prometedor, tan maravilloso y sobre todo tan digno. ¡Ay!, si todos obráramos de igual manera, qué distintas serían las cosas.
ALEJANDRO.- Y ahora a preparar por última vez mi actuación, punto por punto, paso a paso, sin olvidarme de nada, antes de marcharnos. Esta noche a de salir toso bordado, no quiero tener ni un solo fallo. Ha de resultar grandioso, majestuoso, la apoteosis máxima final. Guadalupe, ¿lo tienes todo preparado, verdad?
GOLDEMAN.— Todo. Ya sabes que siempre superviso personalmente hasta el más ínfimo detalle todo, será una actuación única, no te quepa la menor duda, perfecta.
ALEJANDRO.- En la que el más difícil todavía se supera a sí mismo y de verdad. Esta vez resultará sumamente exquisita. Hemos logrado limar todas las asperezas de las actuaciones anteriores para facilitar el esplendor de ésta y obtener una sutileza, si es que aún cabe más, mayor.
RAQUEL.- ¿Es que, acaso, esta noche va a ser diferente?
GOLDEMAN.- Nueva , diría yo.
RAQUEL.— Entonces, Alejandro, al mismo tiempo que la repasas por qué no la verbalizas en voz alta y así yo me entero. Recuerda que no estaré presente, declino definitivamente tu invitación al mismo. Ahora ya, después de este tiempo sé que no sería capaz de poder permanecer en un palco mientras tú… Pero sí quiero conocer cómo has planeado tu muerte. No todo el mundo puede decidirla así como tú has hecho. En tu  caso tú sí que conoces la hora y el lugar.
ALEJANDRO.- De acuerdo, te voy a ir explicando paso a paso cómo va a ser mi última y definitiva creación, mi gran puesta en escena. Yo lo he planeado así: verás, la gente como siempre asistirá vestida de etiqueta, constituirá una muestra muy variopinta y divertida. No faltará, de los mandamases importante, ninguno. Antes de que la actuación se inicie especularán largo rato sobre cómo va a ser esta vez. Saben, porque así lo hemos anunciado repetidas veces, que esta noche estreno, para culminar la obra, instrumental nuevo mucho más sofisticado. Verán que el telón no es como antes, ha sido realizado expresamente para este evento. Todo él de terciopelo negro brillante, orlado, a modo de marco de cuadro, con bordados hechos con hilo de oro muy fino. En el centro mismo está escrito, también en oro, mi nombre:"ALEX". Mientras yo estaré pasando mis lógicos nervios y sudores, despidiéndome mentalmente de todos aquellos seres a los que alguna vez quise y sigo queriendo, intentando retenerlos a todos en momento para que vuestro recuerdo queda conmigo para siempre.
GOLDEMAN.-  Lo del telón es un gran acierto. Antes de morir pones el obligado traje de luto a tu actuación para que todo quede en orden.
ALEJANDRO.— Cuando sea la hora se apagarán las luces de la sala para dar paso al espectáculo. En el foso la Gran Orquesta del Liceo. Comenzará sonando la obertura  de "Así habló Zaratustra", de Richard Strauss. Al principio es un suave susurro, después entra el metal y en ese momento una luz blanca muy potente, dirigida desde lo alto y al fondo de la sala, iluminará mi nombre sobre el telón. Y al terminar los timbales su introducción: bum, bum, buuuum, empezará a abrirse el telón. Saldrán focos de luz de todas partes, permutando y jugando con todos los clores posibles y enfocando al centro del escenario. Mientras, desde el suelo irá emergiendo una plataforma móvil con la máquina que va a ayudarme en mi realización última, y yo sobre ella. Las luces seguirán cambiando de color continuamente: azul, rojo, blanco, rojo, amarillo, azul….será un frenesí de luz y color. En la televisión se verá magníficamente, retransmiten en color a todo el mundo. Se habrá oído una detonación unos momentos antes a modo de cohete: con ese disparo  nuestro buen amigo Guadalupe habrá dejado de existir. Y con el último susurro de  la música la luz quedará blanca enfocándome a mí. Siempre me han molestado enormemente esos focos  tan potentes, pero son necesarios para que las cámaras puedan trabajar. También, por qué no decirlo, me son de gran ayuda: me impiden ver al público de la sala, me marean y me obsesionan: así todo resulta más fácil. El escenario aparecerá iluminado desde todos los lados por luces indirectas. Va a ser magnífico.
En el centro yo y la máquina: una aserradora corriente de carpintería, toda ella construida con fibra de vidrio transparente y con una sierra redonda que girará a bastante velocidad, lo suficiente para seccionarme lentamente todo mi cuerpo, lo abrirá en canal, sobre el pedestal colocado en diagonal con mi cuerpo hacia dentro y la parte final, en donde estará situada la sierra, hacia afuera. Así todos verán cómo mi cuerpo se va abriendo en dos con lentitud, con parsimonia. El escenario está decorado, repleto, atiborrado, con amplios espejos rectangulares asemejando una gran bóveda y dirigidos para que enfoquen la plataforma y así puedan recoger con todo detalle cuanto allí acontece y reflejándolo sobre el público, debido a la iluminación, sobre otros espejos colocados oblicuamente en el suelo repetirán las imágenes en los restantes espejos para que de este modo todos mis movimientos, incluso los más desapercibidos de mi rostro, se reflejen y loen la magnificencia de mi obra y la multipliquen hasta el infinito.
La música la he elegido yo personalmente, no soy ningún técnico ni especialista en la materia, pero he querido tener música muy especial para adornar aún más si cabe mi actuación y para ello he preparado lo que para mí me ha parecido más oportuno. Puede que a la hora de la verdad no resulte así, pero me empeño en que sean estas piezas y lo serán, no me importa si después algún crítico comenta que la música estaba mal elegida, que no  era acorde con el espectáculo, a mí ya me dará igual. Como te decía, al acabar la  obertura de "Así habló Zaratustra" yo quedo situado ya en escena u en ese preciso instante comienza a sonar el "Concierto de Varsovia" de Richard Addinsell, partitura que yo he seleccionado porque contiene la sencillez necesaria que yo pretendo y porque era la música que a Ella y a mí nos encantaba escuchar en aquella época, por las tardes, mientras contemplábamos la puesta de sol sentados en la butaca. Quiero que sus notas me despidan de este mundo y me evoquen, a su vez, aquellos momentos tan dichosos… En la introducción hay un piano forte, incisivo, vigoroso: Ta, tatatata, tatata, taa, tatatatatataa, tata acompañado de timbales y enseguida entran los violines. En ese preciso instante yo sacaré el estilete oculto de la vista del público hasta entonces y de un golpe seco seccionaré mi pene y lo arrojaré con la mano lejos de mí, hacia el público, para que así si alguien lo necesita lo utilice, o al menos lo guarde como un bonito trofeo, puede que incluso llegue a subastarlo, le darán sus buenos dólares por el mismo.
RAQUEL.- Perdona, pero no comprendo por qué esa mutilación gratuita. No le veo el sentido.
ALEJANDRO.- Es preciso que lo haga. Antes de culminar mi obra he de dejar, forzosamente, de ser hombre.  Es una concesión, no gratuita, que hago a la humanidad. No puedo suicidarme de esa forma tan brutal que he concebido siendo aún un ser humano; estoy obligado a desprenderme de mi condición de hombre y he decidido que sea castrándome. La pérdida de mi atributo sexual me invalida  como individuo, como persona, al menos simbólicamente. Y a partir de ese momento, a partir de esa acción ya todo lo demás me está permitido, al menos yo lo creo así.
Mientras la música seguirá sonando y al entrar de nuevo el piano forte con su tatatatatatata, tatata, tatatatatata, tatatata. acompañado esta vez de violines yo ya estaré colocado dentro de la estructura, a modo de carcasa, hecha a mi medida, en la que mi cuerpo entrará ajustado perfectamente y sujetado por dos abrazaderas que no llegarán a unirse para permitir así el paso de la sierra. Apretaré el botón fatídico y la máquina se pondrá en movimiento. Comenzará el cajón transparente, conmigo dentro, a avanzar y ya nadie podrá volverme atrás. Goldeman estará muerto y yo entrando en la sierra.  Ésta comenzará abrirme, a partirme, lentamente, de abajo hacia arriba. Mi cabeza será lo último que abrirá.
RAQUEL.- Debe de ser horrible morir así, por favor, vuélvete atrás, no lo hagas, no es posible que la gente pague por ver algo así…
ALEJANDRO.- No te preocupes por mi sufrimiento, Raquel. Cuando la hoja llegue incluso antes de la mitad de mi cuerpo yo ya habré dejado de existir. De nuevo el dolor tiene sus límites, por suerte para mí.  Será horrible, lo sé, sufriré nunca lo he hecho, pero durará relativamente poco, tal vez incluso sufra menos, y no tendrá que volver a una cama como ésta de cualquier clínica privada para recuperarme y seguir padeciendo, esta vez no, mi muerte me salva y me redime de todo sufrimiento posterior, no habrá nunca más Alejandro y su viacrucis.
La plataforma irá avanzando lenta e inexorable, mientras la música baja un poco su ritmo y volumen con los violines dominando melódicamente, y al volver a entrar el piano, con mucha energía, evocando de nuevo la melodía del tema: tatatatata, tatataaa, tatatatatatataaa, tatataaa, tatatataaa, tatataa y el violín lo mismo a continuación: tatatatatataaa, tititatáa, titiititi, titititaa mi cuerpo emergerá por  el otro lado de la sierra abriéndose en dos. Y así mientras la actuación dure, con la música abarcándolo todo. Tatatatataaaa, tatataaa, tatatata, taatatataaa, tatatatatataaa, tatatataa y los violines y el resto de la orquesta igual. ¡Apoteósico!. El clímax necesario:  tatatatataaaaa, tatatatatataaa, tatitotaaa y la orquesta también fuerte, logrando el supremo éxtasis requerido para mí y para el público maravillado como nunca. Y la plataforma tatatatataaaaa, tatatatititotaaaa, tatatata, tatatatataaa, tatatataaaaa  avanzando, tatatatataaa,tatataataa y los violines, tititotitititotaaa, tatititotaaa, tatataaaaa, tataaa, borum…. Y la orquesta y la sierra habrán terminado con mi cuerpo, ya no seré Alejandro, habrán dos partes separadas del antiguo Alejandro. La función habrá terminado. La gente comenzará, enfebrecida, a  verter los acostumbrados bravos de rigor, aplaudirán durante varios minutos.
Al otro lado de la plataforma sangrante, hacia el público, permanecerán mis dos mitades. No hay más Alejandro, pero ha valido la pena. Mi cuerpo abierto en canal, sangrando aún. Y el telón sin moverse un ápice hasta que no quede nadie del público aguardando a que éste se hice. No habrá bises. Comenzarán a levantarse y marcharse. En ese momento comenzará a sonar muy fuerte el "Aleluya" de Händel, como himno de despedida, oratorio apoteósico de alabanza. Adiós, hasta siempre, amigos y enemigos si es que alguna vez he tenido alguno. Hasta siempre, fans y detractores, todos me habéis seguido.  ¡Aleluya, aleluya, aleluya. Alejandro ha dejado de perteneceos. Ya sólo es de Alejandro. ¡Aleluya, aleluya!. Alejandro ha iniciado el camino hacia la Eternidad. ¿Adiós, aleluya, adiós. aleluya, adiós, adiós…! Ya sé que a muchos les resultará imposible desprenderse de Alejandro. Que sepan que yo siempre estaré vivo en sus recuerdos, peso a que os dejo presencialmente para siempre. Aleluya, aleluya….
GOLDEMAN.- Vamos, Raquel, no llores. Mira a Alejandro, su entereza. Él está contento, feliz, todo se acaba ya….
ALEJANDRO.- Por favor, no malgaste tus preciadas lágrimas en mí, no lo merezco. Además, no quiero conservarte en mi recuerdo postrero así,  llorando. Ríe, Raquel, por favor, ríe, ríe, ríe, quiero risas y verte contenta al marcharme. A partir de muy poco voy a ser feliz. Piensa en que voy raudo hacia mi salvación, que al fin dejaré de sufrir. Ríe, ríe, tienes que alegrarte por mí.
GOLDEMAN.- Alejandro, es la hora de partir, no podemos demorarnos más ni apartar tu cáliz de ti.
ALEJANDRO.- Sí, el cáliz viene conmigo. Otra vez la silla de ruedas. ¿La última! ¿Llevas el revólver preparado?.... Muy bien, Raquel ¿me permites que te dé un beso de despedida?
RAQUEL.- (haciendo grandes esfuerzos para no llorar) Todos los que quieras.
ALEJANDRO.- Gracias, Raquel, por todos tus cuidados y por todas tus comprensiones. Gracias, me has ayudado más de lo que crees para llegar hasta el final. Gracias. ¿Vamos, Guadalupe?
GOLDEMAN.- Vamos, hace rato que la ambulancia nos aguarda.
ALEJANDRO.- También un futuro prometedor. ¡El futuro, Raquel, el futuro!. Ya nada más nos queda el futuro. Hasta siempre. No llores…













































¡Pasen, señores, pasen!...   ¡Pasen, señores, pasen!
¡Entren y vean: el mayor espectáculo del mundo!
Pasen, señores, pasen… ¡pasen a verlo! Pasen, pasen.
¡No se lo pierdan!... Genuinamente americano.
¡Hoy último día!... ¡Lo nunca visto!... ¡La gran lucha a muerte!
¡No dejen escapar esta gran ocasión! ¡El mayor espectáculo del mundo!
¡Pasen, señores, pasen!...   ¡Ven lo nunca visto!
¡Inaudito!... ¡Aterrador!... ¡Magnífico!... ¡Hoy último día!
¡No dejen escapar la gran ocasión de su vida!
¡Sólo por hoy!... ¡El Gran Alex!
¡Pasen, señores, pasen!...    ¡No lo piensen más y entren!
¡Una experiencia única que jamás se repite!
¡El Gran Alex, Alex el Magnífico actúa hoy!
Vitoreado en los Estados Unidos y  Japón.
Aclamado en la Unión Soviética y en Londres.
¡Pasen, señores, pasen!...   ¡Pasen, señores, pasen!...  
Aclamado en toda Europa.
Aplaudido en todo el mundo.
¡La experiencia irrepetible continuada por el mismo protagonista!
¡Nada ni nadie le detiene!... ¡El único, el irrepetible!
¡Pasen, señores, pasen!...   ¡Pasen, señores, pasen!...  
¡Hoy único día!... ¡Pasen y vean cómo actúa el Gran Alex!
¡ El hombre que osa mirar cara a cara a la muerte!
¡Insólito!... ¡Sorprendente!... ¡Tan real como la vida misma!
¡No se lo pierdan!... ¡Pasen, señores, pasen!...  
¡Pasen y admiren lo nunca hecho por un hombre!
¡Verdaderamente extraordinario!
¡El éxito más arrollador de la historia!
¡El hombre que se enfrenta  sin miedo  con la muerte!
¡Pasen, señores, pasen!...   ¡No se lo pierdan!
¡El Gran Alex, el Superhombre!
¡Pasen y vean al hombre que  tutea a la muerte!
¡Hoy último día de actuación!
¡No pierdan la ocasión de su vida!... ¡No habrá otra igual!
¡El no va más que nunca se repite!
¡Contemplen el gran final del Gran Alex!
¡Pasen, señores, pasen!...   ¡Pasen, señores, pasen!...  
¡Pasen, señores, pasen!...   ¡Pasen, señores, pasen!...  
¡Entren a ver el mayor espectáculo del mundo!
¡Hoy único día!... ¡Pasen, señores, pasen!
¿Inaudito?... Sí, ¡inaudito y aterrador!... ¡Maravilloso!... ¡Excelente!
¡No dejen escapar la gran ocasión de su vida: el Gran Alex!
¡Pasen, señores, pasen!...    Y vean lo nunca visto.
¡El mejor espectáculo del mundo… directamente desde América!
¡Pasen y no se lo pierdan!... ¡Simplemente, el Gran Alex!
¡Vean la lucha de un hombre que se enfrenta con la muerte por última vez!
¡Pasen, señores, pasen!...    ¡Hoy único día!
¡No lo piensen más y entren!... ¡No habrá otra!
¡El mayor desafío a la humanidad!... ¡Pasen, señores, pasen!...  
¡Admiren lo nunca visto: las cicatrices de la muerte a flor de piel!
¡Pasen, señores, pasen!...   ¡El mejor espectáculo made in USA!
¡Admiren por una única vez la realidad de un hombre!
¡Pasen, señores, pasen!...   ¡Pasen, señores, pasen!...  




































Una tarde noche con el sol  de primavera aún iluminando Las Ramblas.  Junto a los puestos de venta de flores, la gente se ha ido concentrando desde la mañana. Nadie quiere perder un puesto de primera fila que le impida no sólo contemplar la llegada de la gran estrella mundial, no llegarán a verla. La ambulancia entrará al edificio por la calle lateral. Pero sí ese público sediento de novedades podrá admirar el gran desfile de coches y más coches de lujo que hacen cola para ir depositando a sus ocupantes, todos ellos importantes, en la puerta principal del Gran Teatro del Liceo. Son horas largas, tediosas en muchos momentos, de espero. Murmullos, sonrisas, comentarios, charlas expectantes, empujones, apreturas, sudores y alientos no deseados pero compartidos porque el momento lo vale. Hay que intentar ver sea como sea al Gran Alex ya que no es posible pagar una entrada para asistir en directo a su espectáculo.
Las Ramblas de las Flores vestidas como en las grandes ocasiones. También ellas, desde su paseo central quieren asistir y despedir a este artista de fama mundial criado en Barcelona. Está en su casa y sus conciudadanos quieren decirle el postrer adiós.
Ya es casi la hora, pero aún quedan vehículos que aguardan en esa gran serpiente que ha sido toda la tarde el carril de bajada desde la Plaza Catalunya.  Deberán darse prisa, descender del coche, pasar la puerta sin girarse para contemplar la expectación adyacente y subir con  presteza la escalinata central. Dirigirse al palco o la butaca asignada y aguardar a que las luces se apaguen, se haga el gran silencio, ese silencio que sólo dentro del patio de butacas del Gran Liceo es posible y aguardar a que el telón se levante. Entonces sí da inicio al espectáculo……





















                                                              
                                                             








E P Í L 0 G O





































Esta es en síntesis la vida y la obra de Alejandro, al menos aquella parte que conocemos. Me gustaría pensar que se trata de la  historia más grande jamás contada. Sin embargo, no es así. Lo sé. La historia aquí narrada, tal como está narrada, no deja de ser nada más que una somera aproximación a la verdadera historia de Alejandro, una aproximación a lo que él realmente  vivió  narrada desde fuera. Debo confesar que la mayoría de los hechos aquí contados han sido en parte inventados, producto de mi imaginación como consecuencia de mi admiración y culto debido a tan insigne artista, porque Alejandro, como ser humano que era, tiene derecho a su propia vida anónima y privada, pesa a que con sus actuaciones se convirtió en un hombre público, tal vez demasiado, la más grande estrella del espectáculo mundial. Fue el Gran Alex. Pero creo con firmeza que nadie tiene el derecho, por mucho que se solicite desde la perspectiva de que ya no existe y que con toda seguridad son informaciones reclamadas por sus seguidores por la transcendencia de tal personaje,  a desvelar la intimidad de otra persona sin su autorización expresa. Yo he querido respetar su memoria. Alejandro murió tal como debía morir, tal como ahora todos sabemos, y al tercer día resucitó en la mente de todos.  Alejandro no ha muerto más que físicamente. Vuelve a estar entre todos nosotros  porque  nos resistimos a olvidarlo, porque permanece para siempre en ese recóndito rincón  que todos los seres humanos reservamos para los grandes hombres. Desde su muerte  demasiados sentimos su presencia y su influjo porque Alejandro dejó algo de sí en nosotros. ¡Ojalá llegue el día en que Alejandro  pueda descansar por siempre en el olvido colectivo de los hombres de buena voluntad! Ese día habremos dado un paso importante como especie porque entonces su recuerdo ya no nos será necesario. ¡Ojalá  llegue el día en que seamos capaces  de olvidarlo!.
Por cierto,  con las prisas por acabar me olvidaba de comentarlo:  Alejandro era mi hermano mayor.

                                                                                                        Barcelona 1973-1975