ANDRÉS MARCO

jueves, 28 de julio de 2011

EL GLOBO ROJO

Se prohíbe la realidad por subversiva


EL GLOBO ROJO  (Corto mudo)

La cámara nos muestra un paseo largo y algo estrecho; es el camino, uno de  tantos de cualquier parque público que desemboca en una pequeña plaza o glorieta con bancos de madera. Hay  árboles a los lados. La luz se filtra desde lo alto a través de las hojas de los árboles. Eso indica que debe  ser una hora cercana al mediodía.  Desde lejos se observa una silueta que se acerca, poco a poco, caminando. Se trata de un hombre de edad media, unos 35 a 40 años, vestido con unos pantalones normales, pueden ser perfectamente unos chinos y un suéter y una camisa debajo. También podría ir vestido con traje  y corbata, siempre que el traje no sea de diseño. Su aspecto es el de una persona normal, una de esas que tanto abundan en cualquier barrio obrero de cualquier ciudad.

Avanza hacia la cámara que de momento no se mueve, por tanto la imagen se va haciendo cada vez más grande. Pasea muy despacio, con las manos en los bolsillos y la mirada un poco ausente, como ensimismado en sus pensamientos y problemas, por lo demás nada interesantes. Da la sensación de aburrimiento, es como si estuviera paseando por el parque nada más por matar el tiempo, por relajarse y, tal vez, olvidar los trasuntos cotidianos, alejar el cansancio mental o ,lo más simple, dejar que el tiempo pase porque sí. Tampoco da la sensación de que sea infeliz, todo lo contrario, es un ser normal, trabajador, empleado en cualquier despacho que colma su vida con pequeñas cosas  cotidianas, que se conforma con la vida que le ha tocado vivir y que no busca más complicaciones.

Ya está cerca y la cámara lo encuadra perfectamente dejando que  en plano nos rebase. La cámara gira y lo sigue hasta que el hombre se detiene. Acaba de rebasar una papelera y por lo visto dentro hay algo que le ha llamado la atención. Se trata de una papelera de esas viejas con barrotes de madera verdes. Se detiene, gira la cabeza un poco para ver dentro y retrocede hasta la misma. Si dentro hay algo que le ha llamado la atención, algo que no acaba de identificar pero que le suena de antaño, algo que tal vez le trae recuerdos vagos de una época pasada para él, algo lejana, que ha olvidado cerrando la puerta a la misma y  que ahora… no sabe por qué, pero le resulta familiar. No sabe qué es pero él recuerda haberla vista mucho antes.

Introduce la mano, coge lo que le ha llamado la atención: se trata de un globo de color rojo deshinchado. Él no acaba de saber qué es  eso arrugado y casi sin forma que tiene entre sus dedos. Lo mira bien, lo levanta en el aire, suspendido entre dos dedos. Sí, le suena, pero no sabe qué es ni de cuándo. Haberlo visto sí, en algún momento pasado, pero ahora, así, qué le recuerda. No acaba de relacionarlo con nada. Medita y su expresión refleja todo lo que está pasando por su  cabeza. ¿Es un juguete? Y si lo es, ¿cómo se juega con él? Mira a su alrededor, más bien escruta con detenimiento para saber si es observado o no. No, no hay nadie cerca, nadie lo contempla. Extiende esa cosa arrugada que ha sacado de la papelera sobre la palma de su mano. No tiene nada escrito.
La cámara se acerca con zoom al globo mientras él lo contempla sorprendido. Luego se aleja hasta quedar en un plano medio mientras el hombre lo coge con ambas manos y  lo estira todo lo que puede. La cosa en principio cede bastante, pero luego se suelta de golpe de uno de los lados y vuelve a su imagen inicial. Con dos dedos lo iza hasta la altura de sus ojos. Pone cara de extrañeza, de no entender nada. La cámara recoge esta perplejidad). Se queda contemplándolo. Sí, no cabe duda de que le recuerda algo pero en estos momentos no acierta con saber qué es. Lo aprieta dentro de la mano, lo estruja entre ambas. Nada, es indestructible. Sigue recuperando cada vez su forma.

¿Cómo no lo había intuido antes? La cosa que tiene entre las manos es alargada, con una boquilla en uno de los extremos. ¿Acaso será una trompetilla? Forma tiene y… por qué no, qué cuesta probarlo. Nadie le observa, está solo. Qué pierde con intentarlo. Si no se intenta nunca se logra nada. Por un momento piensa que el éxito sólo es de aquellos intrépidos que no se detienen ante nada. Es el mensaje que cada vez se repite con más insistencia. Levanta la boquilla hasta los ojos. Sí, es una boquilla. Así que la suerte está echada. La introduce entre los labios, hincha ambos carrillos y sopla con fuerza. Sí, el aire entre dentro pero no se produce ningún sonido. Nada más se infla adquiriendo la forma de un balón. Sigue soplando con algo de cuidado confiando en que al final será capaz de sacar un sonido. El globo sigue aumentando de volumen. Sí, parece una pelota. ¿Y si lo fuera?. Sujeta la boquilla entre los dedos con fuerza para que el aire no salga. Ahora presenta una cara de enorme satisfacción: tiene una pelota de color rojo en sus manos, como cuando era niño, claro que eso queda tan lejano que resulta difícil recordar. Entonces solía lanzarla al aire, la  dejaba subir y luego, al descender, la recuperaba. Eso, la tiraré con fuerza. Resuelto la lanza y el globo por el efecto de reacción del aire que sale del mismo sale despedido hacia atrás con energía perdiéndose a lo lejos hasta caer en el suelo. Contempla la trayectoria con extrañeza y algo de mala uva. No, no es una pelota ni nada similar. Pero no importa, tendré que ir a buscarlo, agacharme y recogerlo; seguro que algo lo he hecho mal. El aire no debe de salir del mismo. Ya está. Va a buscarlo con suma decisión, lo recoge, lo limpia de la tierra que se ha prendido al mismo y vuelve a soplar con fuerza hasta inflarlo del todo. Retuerce con fuerza la boquilla y hace un nudo. El aire ya no se escapa. Ahora sí puede lanzarlo al aire.

No sabe exactamente qué es lo que tiene entre las manos, con toda seguridad no se trata de una pelota pero no importa, es posible jugar con eso y divertirse un rato, sentirse niño, lleno de gozo y vitalidad. Hay que dejar de lado las inhibiciones que siempre nos auto impone el modo de comportarse en cada momento y más ahora que está solo y por tanto no ha de tener miedo a hacer el ridículo. Lo acaricia con suavidad y su superficie emite un sonido agudo y quejumbroso. Lo aproxima hasta su mejilla, lo aprisiona un poquito con los labios pero sin morderlo. Sí, la sensación es maravillosa, extraña pero maravillosa. Juega  con él, lo besa como si fuera el rostro de una mujer que se deja hacer entre sus manos. Lo acaricia, lo mordisquea, lo mesa, vuelve a deslizarlo por sus mejillas. Resulta tan agradable que se estremece de placer. Lo lanza al aire y contempla admirado como baja despacio. Lo recoge y vuelve a alanzarlo de nuevo admirado viéndolo subir y bajar. Lo recoge. Y sigue jugando con él. Se siente feliz. Es feliz. Feliz por primera vez desde hace mucho tiempo. Se siente como un niño con un juguete nuevo, uno de esos que pocos niños tienen aún. Vuelve a ser un niño. Qué maravilloso es recuperar aquellos tiempos olvidados y perdidos en un recodo de la memoria que nunca se repara en él cuando volvemos a pasar.
Corre con el globo entre las manos, gira y baila. Lo lanza y lo arrebata al aire lentamente, dejando que flote hasta llegar. Puede hacer con él lo que le de la gana. Es suyo, lo ha encontrado en una papelera, lo ha recuperado sacándolo de la basura y ahora le pertenece para siempre. Por primera vez en su vida se siente libre, él fluye con el globo, se eleva con él, se mece… Nadie le va a privar de esta dicha. Ya no contempla la posibilidad del ridículo a ser contemplado. Es maravilloso dejarse llevar por un globo rojo subiendo y bajando, abrazándolo, dar saltos, danzar con él. (La cámara debe recrearse al máximo en estas escenas alternando planos de todo tipo).

Por fin no puede más. Exhausto se detiene. Jadea, le falta el oxígeno. Debe de recuperarse. Le encanta jugar con el globo, quisiera seguir con él pero su cuerpo tiene un límite. La falta de ejercicio también es un imperativo que le obliga a detenerse para recuperar. Tras unos segundos siente la necesidad de fumar a pesar del sofoco. Ya se sabe que un cigarrillo entre los dedos, el aspirar fuerte y sacar la bocanada primera de humo mentalmente relaja. Sí, un cigarrillo, recuperarse y luego volver a jugar con el globo.

Saca un cigarrillo del bolsillo y lo enciende con una sola mano mientras en la otra sujeta el objeto de su diversión. Da una primera chupada, larga, dejándose llevar. Luego, al quitar el cigarrillo de entre los labios se percata de que el extremo final, el encendido del mismo, coincide en color con el del globo. No es exactamente igual, pero  sí muy parecido. ¿Y si los confundiera para ver si de los dos sale nada más uno? No lo piensa, actúa de forma instintiva. Toca la superficie del globo con el cigarrillo y éste explota. Asustado por el ruido lo deja caer al suelo. El cigarrillo es el culpable de la pérdida. Sin pensarlo  lo arroja al suelo y lo pisa con fuerza y rabia. Lo restriega hasta deshacerlo en el suelo. Luego se agacha y recupera el globo desinflado y roto. No importa, sólo habrá que volver a soplar con fuerza y lo tendrá otra vez como antes.

Se pone la boquilla en la boca y sopla primero con fuerza, luego, a medida que ve que no obtiene resultado alguno, que el aire se escapa, con cuidado, delicadamente, tal vez ahora deba ser así. Nada, no hay nada que hacer, no hay forma  de lograrlo. Está nervioso y actúa con precipitación, instintivamente. Prueba a bufar sobre la goma misma, lo intenta varias veces sin obtener ningún resultado. Nada, no es posible. Sin embargo en la ac­ción misma de bufar, al tomar aire la goma se le introduce en la boca y siente dentro de la misma una como un pequeño globo. ¡Idea!. ¿Y si ahora fuese al revés?. Repite la acción de tomar aire con la boca manteniendo la goma un poco estirada, cierra los labios y aprieta con fuerza a la vez que gira retorciéndola la parte del globo que ha queda­do fuera. Vuelve a abrir la boca y saca fuera el pequeño globo que ahora ha conseguido. Lo mira bien, lo besa, por un momento se siente ilusionado, lo pasa por su cara, lo acaricia con suavidad… vuelve a ser feliz. Por unos breves instantes su rostro refleja este sentimiento. Vuelve a tener un globo, aunque éste sea bastante más pequeño. Juega un poco con el mismo pasándolo por su cara y haciéndolo chillar sobre su mano mirándolo complacido. !Qué satisfacción¡. Pero… pronto se percata de ­que no es lo mismo. Se lo acerca a la boca y sin más lo muerde con fuerza. Explota, mas ahora no se asusta: era eso lo que quería: eliminarlo de una vez. Contempla bien el roto producido en la goma, acaba de romperlo del todo con las manos. No vale ya para nada. Busca con la vista la papelera. (Primer plano de la misma). Se dirige lentamente hacia ella y arroja dentro ­los restos del globo. Se encoge de hombros, mete las manos en ­los bolsillos y se marcha por el mismo sitio por donde ha venido.

(La cámara aprovecha para a medida que el hombre se va para ir subiendo poco a  poco la altura del plano hasta perderlo totalmente en la lejanía enfocando hacia el cielo. A continuación saca ­un plano largo del camino totalmente desierto con la papelera en el primer término, aunque sin resaltarla demasiado, y a un lado).

















LA ESCULTURA

Hoy  es un día distinto. ¡Ya lo creo que lo es!. Al fin me he decidido a salir a la calle para dar un paseo porque siento en mí la imperiosa necesidad  de caminar por las calles, despacio, entro la gente, sin apresuramientos, rompiendo  la monotonía cotidiana, mirando y admirando todo aquello que en los escaparates se expone para que los transeúntes nos paremos a verlos, sorteando a la gente que marchará apresuradamente sin saber muchas  veces el por qué, dejándome llevar por el instinto y el azar, sin un plan previsto y trazado de antemano, como debe de hacerse en estos casos: dejarlo todo a la improvisación. y a la suerte del momento, y quizás mis ojos tengan la oportunidad de admirar hoy algo maravilloso y poco corriente: tal vez una bella silueta femenina que mis ojos prestos siempre en estas ocasiones desnudarán con avidez, sin dejarle ni la más íntima prenda que pueda permitirle taparse púdicamente ante mí, ¡ah, bello cuerpo de mujer joven al desnudo!, el deseo de mujer, la necesidad de  mujer,  la imperiosa necesidad de compartir algo con alguien, algo que realmente valga la pena: esas pequeñas cosas que nos configuran y definen y que  pueden conllevarse con. una bella mujer inteligente que sea capaz de admirarlas, de contemplarlas, de maravillarse de su pequeñez, compartidas con su cuerpo y su espíritu, y así, de este modo tan normal, mi paseo tendrá una finalidad no propuesta de antemano, pero quién puede saber hasta qué punto fructífera. Mujer de mis sueños y cavilaciones, de mis desvelos, imagen que te configuras en mi cerebro, mujer que compartes mis vueltas y más vueltas en el lecho amplio y casi vacío cuando extiendo el brazo  creyendo , y esperando, encontrarte ahí, a mi vera, dispuesta y sedienta de compartir conmigo y me doy cuenta de que tú no estas, mujer de mis imaginarias, mujer de mis horas muertas, tal vez hoy te encuentre en la calle, o tal vez no aparezcas nunca ante mí porque alguien, cruel él, ha decidido jugar con nosotros como si de muñecos se tratara, o tal vez hoy te encuentre expuesta en algún  recóndito escaparate, alejado del fluir de la muchedumbre, en cualquier tenducha  miserable      de algún remoto callejón olvidado que yo sabré encontrar, y tendrás una etiqueta a tus pies con un precio y yo no miraré la cifra: todo guarismo pierde en estos instantes su sentido numérico y su valor para mí, y entraré medio enfebrecido dentro de la tienda para balbucear entrecortadamente, con el sofoco y el júbilo propios del instante tan decisivo para mí: ¡envuélvamela, me la llevo!, porque a partir de este momento siempre serás mía; y tú, ¡tú!, te vendrás conmigo, sin que nadie te demande tu opinión creyendo que tú no cuentas, sin saber que tu decisión es la que de verdad importa para mí: eres tú quien me ha elegido, y yo ya sabía de antemano tu decisión: tú te sabes y eres mía como yo me sé y soy tuyo, y nunca nadie ni nada podrá arrebatarte de mi lado ni sustraerme del tuyo porque tú y yo nos encerraremos en nuestro hogar para no volver a salir nunca más a la calle, bueno sí, saldremos a pasear para recordar todas aquellas cosas tan poco importantes entonces, tan  insignificantes para la mayoría de la gente, pero que esos momentos tendrán un significado propio para ambos, y juntos, cogidos del brazo, cuando ya seamos viejos, con el pelo cano, con arrugas en nuestro rostro intentando desfigurar sin lograrlo nuestro feliz semblante, reflejo de una vida vivida con amor compartido, paseando por estas mismas calles nos miraremos a los ojos y nos sonreiremos con una sonrisa cómplice, complacidos, alegrándonos de saber que todas estas cosas no son más que nuestro secreto compartido; y volveremos a pasear por paseos desconocidos entre  gentes cuya existencia  nunca nos importará, pensando y creyendo que estamos volviendo a viejos sitios en donde una vez nos cruzamos sin conocernos, como dos anónimos cuyos destinos están compartidos y ellos no lo saben, buscándose hasta desfallecer sin percatarse de que a penas hace un momento acaban de cruzarse con su otra media parte, con tu complemento; y, sin embargo, un día ocurrirá lo inevitable: volveremos a entrecruzarnos y entonces puede que alguien sin saber el por qué, nos detenga a los dos y entonces, sólo entonces, nos presentará el uno al otro, sin pronunciar palabras, nada más dejando que nuestras mente se atrevan a adivinar lo que de verdad ocurre, y todos se pararán a nuestro lado y haciendo corro alrededor nuestro nos señalarán con el dedo coreando:”estos son los elegidos, estos son” y sus voces serán oídas en todas partes y nosotros nos veremos impelidos a taparnos con las manos los oídos para que no nos estallen los tímpanos y después, asiéndonos de la mano  saldremos corriendo,  a trompicones, huyendo de la multitud que nos señala y aclama, para no volvernos locos. Y seguiremos corriendo, de la mano, sin separarnos, sabiendo que aunque quisiéramos no podríamos hacerlo, por las calles, por las grandes avenidas con sus luces de las farolas y escaparates, ¡ ah, los escaparates, qué hermoso recuerdo tienen  para mí!; coches y personas que con focos y linternas iluminan todos los rincones de la calzada buscándonos sin cesar, intentando encontrarnos en alguna parte porque se ha corrido la voz de que hemos huido a algún país remoto y lejano, exótico, en donde siempre es primavera, en el que aún quedan flores y pájaros que crecen en libertad sin que nadie los pise o los mate, y todo porque según ellos nos hemos propuesto  construir allí nuestro nido de amor, entre las hojas lujuriosas de  grandes plantas que nos ocultarán de las insidiosas miradas, expectantes y envidiosas. No habrá función ni exhibición hoy para el gran público, pondremos un cartel avisando de que esta noche no hay actuación porque los protagonistas han decidido huir y refugiarse en una isla remota en los océanos perdidos, un pequeño punto apenas, como una mota de polvo en el suelo del salón visto desde el aire, olvidado, en su pequeñez, en los mapas y planos; y aprovechando el anonimato que el mezclarse entre la muchedumbre te confiere, iremos caminando poco a poco, amparándonos en las sombras de la noche, hasta llegar a casa, en donde encenderemos el fuego y juntos viviremos una historia  que sólo tú y yo somos capaces de imaginar y escribir. Y  después, cuando ya seamos viejos y las canas y las arrugas hayan aflorado en nosotros, marcándonos para el resto de nuestros días,  saldremos a la calle juntos, cogidos del brazo para recordar todo aquello que una vez tuvimos que pasar sin tener culpa alguna, y la gente nos mirará y nosotros tal como una vez fuimos, tal como nos recordamos el uno al otro, esa imagen que el tiempo  tratará de destrozar y que tú y yo nos hemos ido formando a medida que nos hemos ido conociendo, compartiéndonos, compenetrándonos hasta formar una bella escultura única, de corte clásico, en donde dos figuras se entremezclan resultando imposible separarlas o identificarlas individualmente.









EL CÍRCULO

 El círculo no es nada más que eso: un círculo. Su tamaño depende de  cómo se quiera: mirar: para unos  parece demasiado grande, para  otros todo lo contrario: pequeño, tal vez incluso demasiado diminuto, siempre hay determinadas personas que siempre tienen algo que objetar a todas estas cosas: nunca estarán de acuerdo. Mas no nos vamos a pelear por eso. El círculo es y está ahí y no hay nada más a añadir en lo que respecta a esta cuestión. Cualquier persona aunque lo quiera y busque por doquier no puede pertenecer al círculo. En este aspecto sí que es estrecho y restringido. Pero también quiero decir, ahora y antes de proseguir, para evitar confusiones y comentarios fútiles, que somos muchos los miembros que pertenecemos al mismo; lo que significa que es grande, amplio y numeroso. Es decir, que existe una enorme ambigüedad en todo lo referente  al mismo. En especial si nos dedicamos, que lo vamos a hacer, a indagar sobre sus orígenes. Lo cierto es que data de  tiempos inmemoriales. Es ancestral por antonomasia. Su fundación se pierde en los orígenes más remotos de la protohistoria: cualquier investigación en este sentido resultará siempre vana. Y no es que no queden vestigios, y hasta documentos litógrafos, de aquellos tiempos hablando del círculo. Los hay, pero pertenecen al círculo y nadie que no pertenezca al círculo puede llegar hasta ellos.. La prohibición es muy dura y estricta en este sentido. Hay quienes han intentado investigar por cuenta y riesgo propio al respecto, pero por suerte para el círculo hay una ingente cantidad de tierra sobre ellos que siempre impide que puedan proseguir con sus pesquisas, ustedes ya me entienden.. Sin embargo, todos los miembros del círculo, en especial los que somos más antiguos, lo sabemos todo sobre el mismo. Es nuestra obligación, pues no se pertenece al círculo sin haber cursado antes un cierto período de iniciación en el que se estudian muchas cosas referentes al mismo, y no sólo sobre su origen y fundadores, sino todo, incluso aquello que luego queda vedado para el neófito: los ritos y prácticas mágicas que un día se abogó, y se logró, desterrar , aunque no se han olvidado, por lo cruento de las mismas.
Son muchos los que se preguntan el por qué del árbol, el círculo dorado a modo de sol, la campana y la serpiente en nuestros emblemas, así como el por qué de nuestro rito de las doncellas, que no voy a desvelar ahora, dado que nos pertenece por completo y tengo prohibido desentrañar. Entiéndanme: no es que no desee hacerlo o que no quiera, nada más lejos de mi voluntad, pero las normas sobre este punto soy muy concisas y duras. Podría hacerlo, pero como miembro del círculo me niego a hacerlo dado que podría poner en peligro la continuidad del mismo. Y no es que yo sea radical del todo al respecto, quizás no sucedería nada y el círculo seguiría su camino sin trabas de ninguna índole. Pero , tal vez, sólo tal vez, supondría un riesgo inútil que no estoy dispuesto a correr aunque, de querer, sé que podríamos exponernos al mismo sin ninguna reticencia ni miedo. No creo que haya nadie hoy capaz de hacer tambalear sus cimientos, ni tan siquiera hacer una pequeña mella, nuestra cohesión siempre ha sido demasiado consistente, no en vano llevamos tantos y tantos siglos existiendo sin sufrir apenas percances. Haberlos, los ha  habido, y algunos de  ellos nos han obligado a replantearnos nuestra misión y el modo de llevarla a cabo.  Esto en el fondo ha sido bueno y nos ha ido muy bien, pues así el círculo ha ido  evolucionando y  se ha adaptado a nuevos modos y nuevas épocas y puede que aquí estribe la razón de su  larga longevidad inmaculada. Mas no hablemos más este tema tan escabroso y, también hay que reconocerlo aunque me duela, peligroso. Es preferible que me expanda en  otros aspectos más sutiles y fundamentales que también competen y atañen al círculo. Así por ejemplo, y por citar algo de pasada nada más, voy a hacer hincapié en la periodicidad de nuestras reuniones.
 En primer lugar, no puedo indicar la cadencia de nuestras reuniones porque también pesa sobre este particular la prohibición que hace que el círculo sea tan desconocido  para los profanos en el tema  y , así mismo, para todos aquellos que no pertenecen al mismo. De todos modos sí puedo señalar que las fechas de reunión no siguen  un calendario fijo sino un encadenamiento lógico según unas normas que datan de la remota época en que se fundó y que hacen que los espaciamientos sean más o menos largos en función de toda una serie de sucesos y leyes que nos rigen y que me está vedado el revelar. Me limitaré, eso sí puedo hacerlo,  a especificar que antes de que nos reunamos en asamblea todos los miembros, o bien una parte de los hermanos del círculo, es necesario que la campana haya sido colocada en las ramas del árbol seleccionado para esa ocasión, árbol cuya especie y emplazamiento me guardaré muy mucho de aclarar, y que haya transcurrido  el tiempo prudencial antes de que el viento que sopla y las fuerzas cósmicas hagan tañer a la campana llamándonos a asamblea. Nosotros, estemos donde estemos, los  más veteranos y mejor colocados dentro de nuestra inamovible  jerarquía interna, al oír el anuncio de que va a haber una nueva sesión y que somos convocados a la misma, debemos apresurarnos a preparar todas nuestras cosas para poder estar presentes en el día escogido por quien ha sido designado para ello  en el lugar señalado para el cónclave. Iremos llegando poco a poco, cada uno desde un lugar distinto, distante y muchas veces remoto y siguiendo un rito del cual no puedo hablar, nos iremos saludando y dando los parabienes de bienvenida de rigor y seguidamente, tras unos trámites lentos, imprescindibles y laboriosos vamos ocupando nuestros lugares correspondientes según la estricta jerarquía establecida en tiempos inmemoriales, asientos que nos corresponden por derecho propio, unos en la gran mesa, en la gran tabla de los elegidos y otros aparte, cada uno en su sitio, dejando y respetando los vacíos que deberán ir ocupando  los hermanos que faltan cuando estos lleguen, Y cuando la campana vuelva a sonar todos sabremos que el momento de iniciar el verdadero rito ha llegado puntualmente. Hay veces en que se demora un poco y ' nos obliga a aguardar varios días, o semanas, sin que el gran rito pueda llevarse a cabo. Pero esto sucede en contadas ocasiones, simplemente  lo nombro porque alguna vez ha sido así y por tanto no puedo olvidarlo si quiero explicar todo aquello que hace referencia al círculo.
Una vez ha sido llevado a cabo el rito de inicio, el supremo ritual conservado desde los orígenes mismos de nuestra hermandad pasamos a lo que de verdad es trascendente y nos importa y es  causa de que nos hayamos reunido todos juntos una vez más en torno a eso cuyo nombre me está vedado nombrar. Una vez superada esta fase se prosigue con las prácticas que nos rigen a obligan para después de varios días regresar cada uno a su lugar  de procedencia y esperar a que los sones de la campana sagrada, esos sones que sólo los elegidos son capaces de oír, y ya estoy revelando más de lo que me ha sido permitido, vuelva a convocarnos, con la satisfacción de que se ha quemado una nueva etapa, otra más en nuestra casi eterna andadura, y que ha resultado realmente fructífera y elogiable.
  Por más que le  demos vueltas poco podría añadir  ya sobre el círculo, nuestro círculo, pues todo intento de descubrir nuevas cosas y conocimientos que atañan a él está  prohibido y penado por las normas y leyes que nos que nos rigen. Así que debemos conformarnos y esperar a que la campana vuelva a sonar. Y entonces sí,  presto dispondré mis bártulos y correré sigilosamente por caminos y veredas desconocidas que permitan mi anonimato dentro delo posible, a reunirme una vez más con mis hermanos y todos juntos constituiremos en hermandad de  nuevo el círculo, nuestro círculo.

UN ESPACIO VACÍO Y AZUL

No sé por dónde empezar: es la pura verdad. De un tiempo a esta parte me están ocurriendo cosas bastante poco frecuentes y aunque yo intento por todos los medios encontrar una explicación, no soy capaz de dar con ella.  No es que estos sucesos se hayan presentado así, de pronto. No. Me han venido ocurriendo, según dicen, desde siempre. Sólo  que nunca se habían presentado tan acentuadamente como ahora.  Creo que para explicarlo será mejor comenzar desde el principio.
Sobre mi nacimiento apenas puedo hablar. Nada más las referencias que siempre he oído contar. Sé que mi madre tuvo un parto sencillo y nada doloroso, aunque algo agitado. Me adelanté unos días sobre la fecha prevista.  Según dicen, más que un parto, más que el hecho de tenerme mi madre, fui yo el que salí como una exhalación, sin crear ningún problema.  Parece ser que tenía mucha prisa por conocer el nuevo medio en el que iba a desenvolverme por el resto de los días. Tan apresurada fue        mi venida que no dejé a mi madre ni tan siquiera llegar a una clínica. Puedo afirmar incluso que no di tiempo a salir de casa ya que nací en el propio portal de la finca y sin apenas ayuda, únicamente la portera que estaba en aquellos momentos fregando la escalera y no le cupo más remedio que echar una mano y recibirme en las suyas.  En sí esto no tiene nada de excepcional: no es la primera ni la última vez que sucede.  Sin embargo para mí sí que lo es, al menos como punto de partida.
 Dicen, también, que de pequeño jamás di guerra a nadie. Durante mis primeros meses de existencia no me oyeron ni un lloro ni una protesta. Nada. Permanecía las veinticuatro horas del día en mi cuna, sumido en mi propio mundo, sin demostrar nunca ni alegría ni desencanto, ensimismado, según dicen, en quién sabe qué.  El único comentario, en lo referente a mi persona, es que me desarrollaba como cualquier otro niño de mi edad, sólo que daba la sensación de estar ausente siempre. Ya podían esforzarse los mayores en hacer carantoñas delante mío, intentando atraer mi atención, que no servía de nada.  Nadie fue capaz de lograr que yo abandonara mi actitud seguramente defensiva, aunque nunca sabremos de qué tenía yo que guardarme en aquel entonces. Alguien alguna vez osó comentar que más parecía yo un niño de otro mundo que de éste.  Lo cierto es que no demostraba el mínimo interés por cuanto sucedía a mi alrededor.  Desde luego mi actitud chocaba con la prisa que había demostrado por nacer. “Tanta urgencia - decía mi madre - por venir y para nada.  Es como sí no hubiese nacido."
En cuanto a mi infancia parece ser que las cosas se normalizaron bastante.  Apenas hay nada fuera de lo corriente que merezca ser resecado.  Incluso las murmuraciones respecto a mi persona, muchas veces jocosas, cesaron.  Era como cualquier otro niño que aprendía las cosas sin demasiada dificultad aunque he de reconocer que no me atraían lo más mínimo.  Para mí fueron unos años felices que pasaron sin que me diera cuenta de que se iban para siempre.  Es la etapa de mi vida de la que conservo los mejores y más gratos recuerdos. !Los únicos!. Sentado en un pupitre cualquiera de una vieja escuela mientras el maestro nos hace un dictado y yo me distraigo contemplando cómo el sol se oculta tras las montañas o viendo caer los copos de nieve: uno detrás de otro, despacio quedamente, bolas blancas de algodón que al tocar el suelo se convierten en agua, ¿ por qué es así y no de otro modo?.  Pasaba las horas muertas dando patadas a una pelota hasta que se rompía un cristal, yendo a coger nidos al final de la primavera o a comernos las frutas aún verdes en las huertas durante el verano.  Vacaciones de días interminables pasadas siempre en la calle jugando, inventando otra travesura cada vez más audaz, para no aburrirnos mientras iba creciendo sin dar excesiva importancia a aquellas cosas que me ocurrían y que ahora entiendo como una evolución lógica en mi proceso. No me sucedía con frecuencia pero sí alguna que otra vez.  Sí mi memoria no me falla hasta que no cumplí los doce años no se dio ningún caso.  Después si. Venía sin avisar, de pronto y porque sí, cuando menos era de esperar unas veces mientras,.estaba en la escuela, otras jugando. No había una periodicidad fija, una norma.  Entonces me quedaba parado, cortado, ausente y sin poder reaccionar con los ojos fijos en quién sabe dónde, con la boca abierta, totalmente inmóvil, como alelado. Duraba uno o dos minutos, y luego nada. Volvía en mí como si tal cosa, sin que nadie interviniera. Al principio intentaban volverme a la realidad dan dome bofetadas pero como no daba resultado desistieron y me dejaban tranquilo. Únicamente comentaban:" Le ha vuelto a dar otra vez".  Yo, después, lo único que recordaba de estos momentos era un espacio limpio y vacío, todo azul, lleno de cielo.  Nada más.
A partir de mi catorceavo cumpleaños estas paralizaciones mentales, si es que pueden ser llamadas así, fueron más frecuentes, aunque siempre lo mismo-. ese infinito azul que aparecía ante mi y que yo no era capaz de identificar, o por lo menos encontrar en él algún signo concreto de referencia.  Era un espacio abierto, sin diferencias de tonalidad, sin límites: todo él igual a sí mismo.
El tiempo pasaba y cada vez era más frecuente.  Puedo asegurar que una parte importante, cada vez más, de mi existencia transcurría en ese mundo vacío que yo veía y no comprendía.  Ya no eran un minuto o dos, sino horas enteras las qua pasaba sumido en ese suelo tan poco corriente.  También por entonces comenzaron a ocurrirme otras rarezas que agravaron más mí infortunio.  Realmente era algo muy extraño y lógicamente a la gente le dio por murmurar.  Decían que yo no caminaba por el suelo que mis pies no tocaban tierra.  Y lo cierto es que no les faltaba razón. Más que andar me deslizaba sobre una alfombra de aire que impedía que mis zapatos tomaran contacto con la superficie de la calle.  Además, a mí esto no me suponía ningún esfuerzo, incluso sin proponérmelo: iba por entre la gente, normal, como tantos otros, y de pronto notaba que me elevaba al mismo tiempo que experimentaba en mi interior una enorme sensación de felicidad.  Estas gravitaciones llegaron a preocuparme bastante al principio.  No era normal, o por lo menos no era como en los demás: nadie va por ahí dejando de contactar con el suelo sin proponérselo.  Me daba hasta vergüenza salir y ser señalado con el dedo. En especial cuando algún niño pequeño dejado llevar de su sorpresa y falta de malicia comentaba: “Mira, mamá, no toca con los pies en el suelo .!Yo también quiero andar así!”. Entonces me veía obligado a reprimir la ira que me asaltaba de la mejor forma posible confiando que alguna vez llegaría a su fin esta pesadilla. Después lo acepté como algo habitual en mí, aunque finalmente resolví no dejarme ver por entre la gente más que lo imprescindible.
Tuve que acostumbrarme a la fuerza  a vivir en la compañía de mí mismo. No es que estuviera realmente solo: tenía a mi familia. Pero la verdad es que su ayuda apenas me servía de nada. Aceptaban mi presencia y mis rarezas como algo inevitable y molesto, limitándose a no comentar nunca nada al respecto delante mío.  No obstante, lo que ellos pensaban de mí lo supe desde el principio: yo les resultaba molesto, la familia estaba marcada para siempre por mi culpa.  Sí me aguantaban era gracias a que mi madre se mantenía firme en su postura de que un hijo siempre es un hijo, incluso en la peor de las desgracias. Me hubiese gustado poner término a esta tirantez marchándome a otra parte en donde nadie pudiera relacionarme con ellos. Pero esto no era viable. No podía emanciparme de su tutela por falta de medios económicos.  Intenté buscar un empleo que me permitiera una cierta autonomía pero quién ¡ha a darle trabajo a una persona objeto de todo tipo de comentarios muchas veces malintencionados. Yo ya no era un adolescente , y, sin embargo, mi situación personal era exactamente la misma.  Vivir con los míos, dejar que ellos me mantuvieran sin poder evitarlo y confiar en que algún día llegaría la solución, aunque no fuera definitiva era la única alternativa que tenía y la acepté con resignación. Cuando nada más se tiene una, no hay dudas sobre cual tomar, hay la que hay y punto.
Mi proceso evolutivo seguía su curso hasta el punto de desalentar totalmente a todos, incluso a mí.  No se trataba de caminar sobre una especie de alfombra de aire sino que, en mis desplazamientos, ya era capaz de levitarme incluso más de un metro, permaneciendo todo el día, si me lo proponía, de pie, suspendido en el aire y sin apoyarme en ninguna parte.  Al principio era algo espontáneo: sentía la necesidad de elevarme y lo hacía, era algo superior a mí voluntad.  Después, poco a poco, fui adquiriendo práctica y lo lograba cada vez que me venía en gana. !Era tan estimulante!.  Permanecía largos periodos así, en lo alto, contemplando maravillado aquel espacio vacío y azul que tanto me atraía.  Deseaba poder llegar a él, alcanzarlo y poseerlo, que fuera para siempre mío.  La vida corriente me aburría, mientras que en este nuevo mundo todavía desconocido, estaba seguro, todo sería diferente.  Allí no veía nada concreto, sin embargo había algo que me reclamaba con fuerza. Yo pertenecía a ese mundo, era una parte integran te de él y estaba claro que un día regresaría.  Aun desconocía la fecha exacta, pero debía prepararme y ejercitarme para emprender el camino de retorno.  Desde entonces dediqué todo mi tiempo a familiarizarme aún más con estas prácticas, esforzándome al máximo, consciente de que muy pronto oiría la llamada y que a partir de ese momento comenzaría mi verdadera vida y que todo lo anterior no suponía más que un mero y simple tránsito.
Hace días que escucho la llamada.  Paso todo el tiempo contemplando ese infinito azul hasta extasiarme, y siento que debo abandonar a los que hasta el momento han sido los míos y marchar.  Todas las voces me reclaman.  Mi partida es inminente, aunque  lo que me queda de aquí lucha con fuerza y se resiste  a partir.  Lo desconocido siempre asusta.  Sé que no hay nada que me ate a este mundo, soy consciente de ello, pero ¿qué es lo que me aguarda en ese mundo todo azul?. No puedo contestarme, nunca he estado allí. Así que no me decido aún, no veo claro mi destino.  No sé a dónde voy y, como es lógico, supongo, eso me aterra.  Soy consciente de que no debo demorar más mí partida.  Allí me reclaman. Pero es tan difícil tomar una decisión que sea para siempre, resulta tan duro dejar todo lo que se tiene y quiere aquí, aunque no sea propiamente tuyo.
Esta noche no he podido dormir.  La he pasado dando vueltas, preso de una gran agitación presintiendo que el gran día ha llegado.  Me he levantado con el alba e inmediatamente he comenzado mis ejercicios sabiendo que eran los últimos y definitivos. Siento que la llamada es más intensa que nunca y sé que hoy no podré resistirme a ella.  Me duele tener que abandonar tantas cosas, y tan queridas, aquí, en este mundo de los demás que durante estos años me ha permitido desarrollarme como persona y prepararme para este futuro que ahora sé que me aguarda más allá del azul infinito que siempre he tenido presente ante mí y que aún desconozco.  No es que mi preparación hoy haya sido distinta a la de los demás días, es algo rutinario que ejercito como si tal cosa.  Sin embargo, hoy presiento que no va a tener un final, es mi último entrenamiento antes de superar la gran prueba.
Son las ocho de la mañana. Es un día muy claro y soleado.  Para mí nunca lo ha sido tanto.  No sé hasta qué punto mi nerviosismo es capaz de influir en mi apreciación.  Tal vez sea un día como tantos otros, como todos. He realizado mi entrenamiento cotidiano sin problemas. Estoy habituado a esta rutina que vengo practicando desde hace tanto tiempo.  Oigo la llamada y me resisto como puedo a seguirla.  Sé que no podré aguantar así por mucho tiempo. Sé que al final ella vencerá y me iré para siempre a no sé dónde. No cesa su insistencia, puede más su insistencia que mis resistencias.  Estoy resuelto a seguirla.  Es ya mi presente. Sin saber cómo abro la ventana consciente de que el inmenso vacío me aguarda.  Me elevo en el aire y comienzo a caminar hacia mi destino, ese espacio vacío y azul al que a partir de ahora pertenezco.  No me ha resultado nada difícil abandonar tantas cosas queridas para siempre y comenzar a caminar por el aire, siempre hacia arriba, dirigiéndome hacia una meta toda azul, sin límites. Sólo me resta decir adiós porque mi partida es sin retorno.  Ahora sí sé a dónde voy.

















EN EL CREPÚSCULO

Está oscureciendo. Poco a poco la luz solar se va apagando, amortiguando la claridad del ambiente. Los contornos de los muebles se difuminan cada vez un poco más. Me resisto a levantarme y encender la lámpara que tengo justo a mi lado, a mi derecha.  Son estos momentos tan difusos los que más me llenan, los que más me gustan.
Ni es de noche ni es de día.  Es un medias tintas, un claroscuro indefinido que ayuda a meditar, en especial cuando estas solo en casa tras una larga jornada plaga­da de horas de arduo trabajo.  Está anocheciendo, lentamente, sin descanso. Dentro de apenas nada será imposible distinguir algo, apenas podré intuir estos objetos queridos y cotidianos que me rodear, y que, de algún modo, configuran mi existencia dándole un sentido.  Son parte de mi vida.  La decoración de un espacio, en especial interior, es el fiel reflejo del carácter de quien lo habita.
En breve me veré obligado a levantarme para diluir estas sombras, eliminándolas definitivamente con un torrente de luz artificial.  Sin embargo me resisto a tomar la iniciativa.  Prefiero dejar que esa oscuridad también se adueñe de mí, me vaya poseyendo hasta anularme.  Es ella y no yo.  Yo en ella, confundidos. Me dejo llevar en la embriaguez de su caricia con luctuosa languidez, con placer morboso.  Siempre me han atraído sobremanera las situacio­nes apagadas y confusas. Me relajo en el sofá intentando que mi mente no se desvíe de lo esencial: la erótica del anochecer otoñal que llama al calor.  Prácticamente es de noche, los edificios colindantes apenas se distinguen. No son más que unas líneas negras trazadas en el propio ne­gror del espacio. Y mientras dura este relajamiento mío de súbito oigo que alguien abre la puerta de casa.  Sien­to que una corriente de angustia me paraliza por dentro, anulándome; viene de abajo y sube por todos mis huesos hasta llegar a la garganta formando un nudo que me impide respirar.
Vivo solo desde hace bastantes años. Nadie tiene otro ejemplar de la llave del piso.  Y sin embargo ha entrado con toda comodidad. No ha tenido ningún problema al abrir. He oído perfectamente cómo entraba la llave en la cerradura y giraba a sus anchas.  He saltado de mi asiento como ca­tapultado por un resorte desconocido en mí hasta el momento.  Sin pensarlo dos veces he accionado el interruptor de la luz eléctrica.  Y de pronto no sé cómo reaccionar.  Un hombre de estatura media, de aproximadamente mi edad, quizás un poco más viejo, moreno, con barba y unas gafas muy iguales a las mías está frente a mí.  Lo conozco, lo he visto muchas veces y sin embargo no sé dónde. Lo observo con detenimiento mientras él me mide con perplejidad en su rostro.  Los dos nos miramos sin saber qué decir. Ahora nos damos cuenta: es como si me estuviera contem­plando en un espejo.  Mi misma imagen está frente a mí. Quizás un poco más bajo de estatura... No hay duda: es mi doble, como un hermano gemelo que jamás he tenido.
- Perdone, pero esta es mi casa - me dice él sin mediar más palabra.
- No, se equivoca, ésta es mi casa - le replico yo sin alterarme.  Faltaría que ahora me vayan a sacar de mi ho­gar.
- De eso nada.  Puedo enseñarle la Escritura Pública de Propiedad a mi nombre.  Está guardada en ese cajón - y señala efectivamente el mueble y cajón en el que yo guardo todos los documentos y recibos del piso, dentro de una caja metálica para que en caso de incendio fortuito no se pierdan.
- También puedo enseñársela yo.  Y además, está a mi nombre: Andrés Marco - le respondo un poco alterado ya dada su osadía.
- Exacto, a nombre de Andrés Marco, luego es mi casa - me replica algo alterado - Así que haga el favor de abandonar inmediatamente  mi hogar.  No gusta llegar por la noche y encontrar extraños en mi comedor.
- Es que hay un problema: Andrés Marco soy yo.
- ¡No!, se equivoca.  Andrés Marco soy yo, vamos, desde que nací. -Y saco mi cartera para mostrarle mi Carnet de Identidad como aval de que no miento. Al mismo tiempo simultáneamente, él está realizando la misma acción que yo. De pronto nos encontramos ambos con el Carnet de I­dentidad del otro en la mano y sin saber qué decir. Su carnet es exactamente idéntico al mío, una copia perfecta. Incluso el mismo número y la misma  huella dactilar con esa pequeña mancha de tinta negra debido a que la marca del dedo se extiende hacia abajo. Nos miramos ambos sin saber qué decir.                                         
No sé cuánto tiempo ha pasado hasta que uno de nosotros  dos nos decidimos a romper la tirantez del ambiente, puede que haya sido una eternidad. No quién ha sido el que ha comenzado a hablar. A estas alturas no logro establecer una identificación de mi persona.¿ Yo soy yo, o soy el otro, mí doble?.
- Seamos sensatos y tratemos de resolver como personas adultas y civilizadas esta paradoja.
- Bien, de acuerdo.  Ambos somos la misma persona, como una imagen reflejada en un espejo inexistente...
 Nos sentamos a la vez, con los mismos gestos, de­jándonos caer con la misma fuerza.  Nos quedamos mirán­donos a los ojos con una misma perplejidad sin haber a­similado aún nuestro tremendo dilema. ¿ Por dónde comenzar?.
De pronto los dos volvemos nuestra vista hacia la puerta de entrada.  Alguien está girando una llave dentro de la cerradura.  La puerta se abre y ambos nos vemos re­flejados en una tercera persona que se parece a nosotros dos como una gota de agua se asemeja a otra.
Por lo visto ya somos tres Andrés Marco.  El trío nos observamos con detenimiento.  No hay duda. Vamos a repe­tir una situación anacrónica y preñada de comicidad que es mejor evitar como sea.
- Usted se llama Andrés Marco y ésta es su casa, ¿verdad? - decimos los dos a la vez.
- Efectivamente.  Y ahora díganme ¿ qué hacen ustedes en mi casa? .
- Tranquilo, tómatelo con calma - sin saber por qué y sin ponernos de acuerdo hemos decidido tutearnos.  Algo hemos ganado. No deja de ser un avance.
Con calma los dos primeros le vamos explicando al nuevo qué es lo que ocurre mientras nos cuesta aceptar la realidad tal como se nos presenta.  No se trata de que seamos un doble de nosotros mismos.  Conformamos una triada en nosotros mismos.  Y por qué no, voy a decirlo sin complejos: una trinidad.  Tres personas distintas con un solo Andrés Marco ¿ verdadero?.
Ahora sí es cuestión de sentarnos y tomarlo con calma.  No sé hasta qué punto vale la pena que nos pongamos a dialogar y a discutir de nuestro problema.  Creemos que de momento no tiene solución.  Además, ¿ qué nos va­mos a decir?. ¿Nos vamos a relatar uno a uno nuestra propia historia que ya conocemos de antemano porque los tres la hemos vivido simultáneamente?. No, los tres pensamos que es mejor no hacerlo, dejarnos de explicaciones. Somos ahora conscientes de esta realidad mientras fumamos en tres pipas exactamente iguales una picadura de la misma marca y que hemos cargado y encendido de manera idéntica, hasta el punto de que cualquier observador ajeno a nosotros desde su perspectiva no tendría ninguna dificultad en asegurar que nada más era una pipa la que se cargaba y encendía, y en estos momentos está siendo fumada por una única persona, reflejada en sendos espejos enfrentados.
Nos contemplemos con placidez, sin nervios ya, superados los primeros momentos. Yo diría que incluso con ca­riño en nuestras miradas.  No todo el mundo tiene la opor­tunidad de poderse observar por triplicado.  La imagen que uno tiene de sí mismo a través de un espejo es siem­pre sesgada, deformada por el cristal.  No es lo mismo que verte frente a ti mismo de carne y hueso a la vez que sabes que estás también a tu lado.  No sé si me explico. 0 tal vez sea que nadie va a poder entendernos.
Mientras nos relajamos sin decirnos absolutamente nada, porque los tres pensamos exactamente lo mismo y en estas condiciones de total compenetración, dado que somos la misma persona, cualquier palabra sobra, oímos que al­guien desde fuera esta introduciendo una llave en la cerradura de la puerta.  Los tres nos sobresaltamos ins­tintivamente.  Nos miramos a los ojos con perplejidad.  No hay duda.  El sujeto que acaba de entrar y que ahora se encuentra de pie enfrentado a nosotros lleno de azoramiento es también Andrés Marco.  Optamos por hacer que la situación le resulte lo más fácil posible de asimilar mientras percibimos que alguien está abriendo la puerta de la calle con una llave.  Una misma pregunta toma consistencia en nuestra mente sin que de momen­to podamos responderla: ¿ Cuántos Andrés Marco faltan aún por llegar?.

viernes, 15 de julio de 2011

NO PUEDO OLVIDAR MI PASADO

 No puedo ni quiero olvidar mi pasado
ni  renunciar  jamás a mis primeras raíces
cimientos en el juego siempre de aprendices
que son la forja del futuro  anhelado.

Somos y venimos  de donde venimos
en este largo sendero por otros ya hollado
entre unas infinitud de posibles caminos
que avanzamos tanto con brío como cansados.

Muchas veces caigo a tierra y me levanto
otras siento que ando muy equivocado;
aprieto los dientes y en el dolor aguanto
que la vida no es más que eso: rectificar
cuando crees que te has vuelto a equivocar:
dudas que te asaltan, bandazos y mucho que dar
y así, al llegar al final, saber que hay vida a evocar
en ocasiones abatido y otras  desde la altura
aunque la hayas compartido con los demás
porque la vida que has vivido es solamente tuya
y no lo olvides nunca, de nadie, de  nadie más.
La vida es … caminar, caminar y más caminar.

                                     Barcelona a 15 de julio de 2011