ANDRÉS MARCO

jueves, 28 de julio de 2011

EL GLOBO ROJO

Se prohíbe la realidad por subversiva


EL GLOBO ROJO  (Corto mudo)

La cámara nos muestra un paseo largo y algo estrecho; es el camino, uno de  tantos de cualquier parque público que desemboca en una pequeña plaza o glorieta con bancos de madera. Hay  árboles a los lados. La luz se filtra desde lo alto a través de las hojas de los árboles. Eso indica que debe  ser una hora cercana al mediodía.  Desde lejos se observa una silueta que se acerca, poco a poco, caminando. Se trata de un hombre de edad media, unos 35 a 40 años, vestido con unos pantalones normales, pueden ser perfectamente unos chinos y un suéter y una camisa debajo. También podría ir vestido con traje  y corbata, siempre que el traje no sea de diseño. Su aspecto es el de una persona normal, una de esas que tanto abundan en cualquier barrio obrero de cualquier ciudad.

Avanza hacia la cámara que de momento no se mueve, por tanto la imagen se va haciendo cada vez más grande. Pasea muy despacio, con las manos en los bolsillos y la mirada un poco ausente, como ensimismado en sus pensamientos y problemas, por lo demás nada interesantes. Da la sensación de aburrimiento, es como si estuviera paseando por el parque nada más por matar el tiempo, por relajarse y, tal vez, olvidar los trasuntos cotidianos, alejar el cansancio mental o ,lo más simple, dejar que el tiempo pase porque sí. Tampoco da la sensación de que sea infeliz, todo lo contrario, es un ser normal, trabajador, empleado en cualquier despacho que colma su vida con pequeñas cosas  cotidianas, que se conforma con la vida que le ha tocado vivir y que no busca más complicaciones.

Ya está cerca y la cámara lo encuadra perfectamente dejando que  en plano nos rebase. La cámara gira y lo sigue hasta que el hombre se detiene. Acaba de rebasar una papelera y por lo visto dentro hay algo que le ha llamado la atención. Se trata de una papelera de esas viejas con barrotes de madera verdes. Se detiene, gira la cabeza un poco para ver dentro y retrocede hasta la misma. Si dentro hay algo que le ha llamado la atención, algo que no acaba de identificar pero que le suena de antaño, algo que tal vez le trae recuerdos vagos de una época pasada para él, algo lejana, que ha olvidado cerrando la puerta a la misma y  que ahora… no sabe por qué, pero le resulta familiar. No sabe qué es pero él recuerda haberla vista mucho antes.

Introduce la mano, coge lo que le ha llamado la atención: se trata de un globo de color rojo deshinchado. Él no acaba de saber qué es  eso arrugado y casi sin forma que tiene entre sus dedos. Lo mira bien, lo levanta en el aire, suspendido entre dos dedos. Sí, le suena, pero no sabe qué es ni de cuándo. Haberlo visto sí, en algún momento pasado, pero ahora, así, qué le recuerda. No acaba de relacionarlo con nada. Medita y su expresión refleja todo lo que está pasando por su  cabeza. ¿Es un juguete? Y si lo es, ¿cómo se juega con él? Mira a su alrededor, más bien escruta con detenimiento para saber si es observado o no. No, no hay nadie cerca, nadie lo contempla. Extiende esa cosa arrugada que ha sacado de la papelera sobre la palma de su mano. No tiene nada escrito.
La cámara se acerca con zoom al globo mientras él lo contempla sorprendido. Luego se aleja hasta quedar en un plano medio mientras el hombre lo coge con ambas manos y  lo estira todo lo que puede. La cosa en principio cede bastante, pero luego se suelta de golpe de uno de los lados y vuelve a su imagen inicial. Con dos dedos lo iza hasta la altura de sus ojos. Pone cara de extrañeza, de no entender nada. La cámara recoge esta perplejidad). Se queda contemplándolo. Sí, no cabe duda de que le recuerda algo pero en estos momentos no acierta con saber qué es. Lo aprieta dentro de la mano, lo estruja entre ambas. Nada, es indestructible. Sigue recuperando cada vez su forma.

¿Cómo no lo había intuido antes? La cosa que tiene entre las manos es alargada, con una boquilla en uno de los extremos. ¿Acaso será una trompetilla? Forma tiene y… por qué no, qué cuesta probarlo. Nadie le observa, está solo. Qué pierde con intentarlo. Si no se intenta nunca se logra nada. Por un momento piensa que el éxito sólo es de aquellos intrépidos que no se detienen ante nada. Es el mensaje que cada vez se repite con más insistencia. Levanta la boquilla hasta los ojos. Sí, es una boquilla. Así que la suerte está echada. La introduce entre los labios, hincha ambos carrillos y sopla con fuerza. Sí, el aire entre dentro pero no se produce ningún sonido. Nada más se infla adquiriendo la forma de un balón. Sigue soplando con algo de cuidado confiando en que al final será capaz de sacar un sonido. El globo sigue aumentando de volumen. Sí, parece una pelota. ¿Y si lo fuera?. Sujeta la boquilla entre los dedos con fuerza para que el aire no salga. Ahora presenta una cara de enorme satisfacción: tiene una pelota de color rojo en sus manos, como cuando era niño, claro que eso queda tan lejano que resulta difícil recordar. Entonces solía lanzarla al aire, la  dejaba subir y luego, al descender, la recuperaba. Eso, la tiraré con fuerza. Resuelto la lanza y el globo por el efecto de reacción del aire que sale del mismo sale despedido hacia atrás con energía perdiéndose a lo lejos hasta caer en el suelo. Contempla la trayectoria con extrañeza y algo de mala uva. No, no es una pelota ni nada similar. Pero no importa, tendré que ir a buscarlo, agacharme y recogerlo; seguro que algo lo he hecho mal. El aire no debe de salir del mismo. Ya está. Va a buscarlo con suma decisión, lo recoge, lo limpia de la tierra que se ha prendido al mismo y vuelve a soplar con fuerza hasta inflarlo del todo. Retuerce con fuerza la boquilla y hace un nudo. El aire ya no se escapa. Ahora sí puede lanzarlo al aire.

No sabe exactamente qué es lo que tiene entre las manos, con toda seguridad no se trata de una pelota pero no importa, es posible jugar con eso y divertirse un rato, sentirse niño, lleno de gozo y vitalidad. Hay que dejar de lado las inhibiciones que siempre nos auto impone el modo de comportarse en cada momento y más ahora que está solo y por tanto no ha de tener miedo a hacer el ridículo. Lo acaricia con suavidad y su superficie emite un sonido agudo y quejumbroso. Lo aproxima hasta su mejilla, lo aprisiona un poquito con los labios pero sin morderlo. Sí, la sensación es maravillosa, extraña pero maravillosa. Juega  con él, lo besa como si fuera el rostro de una mujer que se deja hacer entre sus manos. Lo acaricia, lo mordisquea, lo mesa, vuelve a deslizarlo por sus mejillas. Resulta tan agradable que se estremece de placer. Lo lanza al aire y contempla admirado como baja despacio. Lo recoge y vuelve a alanzarlo de nuevo admirado viéndolo subir y bajar. Lo recoge. Y sigue jugando con él. Se siente feliz. Es feliz. Feliz por primera vez desde hace mucho tiempo. Se siente como un niño con un juguete nuevo, uno de esos que pocos niños tienen aún. Vuelve a ser un niño. Qué maravilloso es recuperar aquellos tiempos olvidados y perdidos en un recodo de la memoria que nunca se repara en él cuando volvemos a pasar.
Corre con el globo entre las manos, gira y baila. Lo lanza y lo arrebata al aire lentamente, dejando que flote hasta llegar. Puede hacer con él lo que le de la gana. Es suyo, lo ha encontrado en una papelera, lo ha recuperado sacándolo de la basura y ahora le pertenece para siempre. Por primera vez en su vida se siente libre, él fluye con el globo, se eleva con él, se mece… Nadie le va a privar de esta dicha. Ya no contempla la posibilidad del ridículo a ser contemplado. Es maravilloso dejarse llevar por un globo rojo subiendo y bajando, abrazándolo, dar saltos, danzar con él. (La cámara debe recrearse al máximo en estas escenas alternando planos de todo tipo).

Por fin no puede más. Exhausto se detiene. Jadea, le falta el oxígeno. Debe de recuperarse. Le encanta jugar con el globo, quisiera seguir con él pero su cuerpo tiene un límite. La falta de ejercicio también es un imperativo que le obliga a detenerse para recuperar. Tras unos segundos siente la necesidad de fumar a pesar del sofoco. Ya se sabe que un cigarrillo entre los dedos, el aspirar fuerte y sacar la bocanada primera de humo mentalmente relaja. Sí, un cigarrillo, recuperarse y luego volver a jugar con el globo.

Saca un cigarrillo del bolsillo y lo enciende con una sola mano mientras en la otra sujeta el objeto de su diversión. Da una primera chupada, larga, dejándose llevar. Luego, al quitar el cigarrillo de entre los labios se percata de que el extremo final, el encendido del mismo, coincide en color con el del globo. No es exactamente igual, pero  sí muy parecido. ¿Y si los confundiera para ver si de los dos sale nada más uno? No lo piensa, actúa de forma instintiva. Toca la superficie del globo con el cigarrillo y éste explota. Asustado por el ruido lo deja caer al suelo. El cigarrillo es el culpable de la pérdida. Sin pensarlo  lo arroja al suelo y lo pisa con fuerza y rabia. Lo restriega hasta deshacerlo en el suelo. Luego se agacha y recupera el globo desinflado y roto. No importa, sólo habrá que volver a soplar con fuerza y lo tendrá otra vez como antes.

Se pone la boquilla en la boca y sopla primero con fuerza, luego, a medida que ve que no obtiene resultado alguno, que el aire se escapa, con cuidado, delicadamente, tal vez ahora deba ser así. Nada, no hay nada que hacer, no hay forma  de lograrlo. Está nervioso y actúa con precipitación, instintivamente. Prueba a bufar sobre la goma misma, lo intenta varias veces sin obtener ningún resultado. Nada, no es posible. Sin embargo en la ac­ción misma de bufar, al tomar aire la goma se le introduce en la boca y siente dentro de la misma una como un pequeño globo. ¡Idea!. ¿Y si ahora fuese al revés?. Repite la acción de tomar aire con la boca manteniendo la goma un poco estirada, cierra los labios y aprieta con fuerza a la vez que gira retorciéndola la parte del globo que ha queda­do fuera. Vuelve a abrir la boca y saca fuera el pequeño globo que ahora ha conseguido. Lo mira bien, lo besa, por un momento se siente ilusionado, lo pasa por su cara, lo acaricia con suavidad… vuelve a ser feliz. Por unos breves instantes su rostro refleja este sentimiento. Vuelve a tener un globo, aunque éste sea bastante más pequeño. Juega un poco con el mismo pasándolo por su cara y haciéndolo chillar sobre su mano mirándolo complacido. !Qué satisfacción¡. Pero… pronto se percata de ­que no es lo mismo. Se lo acerca a la boca y sin más lo muerde con fuerza. Explota, mas ahora no se asusta: era eso lo que quería: eliminarlo de una vez. Contempla bien el roto producido en la goma, acaba de romperlo del todo con las manos. No vale ya para nada. Busca con la vista la papelera. (Primer plano de la misma). Se dirige lentamente hacia ella y arroja dentro ­los restos del globo. Se encoge de hombros, mete las manos en ­los bolsillos y se marcha por el mismo sitio por donde ha venido.

(La cámara aprovecha para a medida que el hombre se va para ir subiendo poco a  poco la altura del plano hasta perderlo totalmente en la lejanía enfocando hacia el cielo. A continuación saca ­un plano largo del camino totalmente desierto con la papelera en el primer término, aunque sin resaltarla demasiado, y a un lado).

















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