ANDRÉS MARCO

jueves, 28 de julio de 2011

UN ESPACIO VACÍO Y AZUL

No sé por dónde empezar: es la pura verdad. De un tiempo a esta parte me están ocurriendo cosas bastante poco frecuentes y aunque yo intento por todos los medios encontrar una explicación, no soy capaz de dar con ella.  No es que estos sucesos se hayan presentado así, de pronto. No. Me han venido ocurriendo, según dicen, desde siempre. Sólo  que nunca se habían presentado tan acentuadamente como ahora.  Creo que para explicarlo será mejor comenzar desde el principio.
Sobre mi nacimiento apenas puedo hablar. Nada más las referencias que siempre he oído contar. Sé que mi madre tuvo un parto sencillo y nada doloroso, aunque algo agitado. Me adelanté unos días sobre la fecha prevista.  Según dicen, más que un parto, más que el hecho de tenerme mi madre, fui yo el que salí como una exhalación, sin crear ningún problema.  Parece ser que tenía mucha prisa por conocer el nuevo medio en el que iba a desenvolverme por el resto de los días. Tan apresurada fue        mi venida que no dejé a mi madre ni tan siquiera llegar a una clínica. Puedo afirmar incluso que no di tiempo a salir de casa ya que nací en el propio portal de la finca y sin apenas ayuda, únicamente la portera que estaba en aquellos momentos fregando la escalera y no le cupo más remedio que echar una mano y recibirme en las suyas.  En sí esto no tiene nada de excepcional: no es la primera ni la última vez que sucede.  Sin embargo para mí sí que lo es, al menos como punto de partida.
 Dicen, también, que de pequeño jamás di guerra a nadie. Durante mis primeros meses de existencia no me oyeron ni un lloro ni una protesta. Nada. Permanecía las veinticuatro horas del día en mi cuna, sumido en mi propio mundo, sin demostrar nunca ni alegría ni desencanto, ensimismado, según dicen, en quién sabe qué.  El único comentario, en lo referente a mi persona, es que me desarrollaba como cualquier otro niño de mi edad, sólo que daba la sensación de estar ausente siempre. Ya podían esforzarse los mayores en hacer carantoñas delante mío, intentando atraer mi atención, que no servía de nada.  Nadie fue capaz de lograr que yo abandonara mi actitud seguramente defensiva, aunque nunca sabremos de qué tenía yo que guardarme en aquel entonces. Alguien alguna vez osó comentar que más parecía yo un niño de otro mundo que de éste.  Lo cierto es que no demostraba el mínimo interés por cuanto sucedía a mi alrededor.  Desde luego mi actitud chocaba con la prisa que había demostrado por nacer. “Tanta urgencia - decía mi madre - por venir y para nada.  Es como sí no hubiese nacido."
En cuanto a mi infancia parece ser que las cosas se normalizaron bastante.  Apenas hay nada fuera de lo corriente que merezca ser resecado.  Incluso las murmuraciones respecto a mi persona, muchas veces jocosas, cesaron.  Era como cualquier otro niño que aprendía las cosas sin demasiada dificultad aunque he de reconocer que no me atraían lo más mínimo.  Para mí fueron unos años felices que pasaron sin que me diera cuenta de que se iban para siempre.  Es la etapa de mi vida de la que conservo los mejores y más gratos recuerdos. !Los únicos!. Sentado en un pupitre cualquiera de una vieja escuela mientras el maestro nos hace un dictado y yo me distraigo contemplando cómo el sol se oculta tras las montañas o viendo caer los copos de nieve: uno detrás de otro, despacio quedamente, bolas blancas de algodón que al tocar el suelo se convierten en agua, ¿ por qué es así y no de otro modo?.  Pasaba las horas muertas dando patadas a una pelota hasta que se rompía un cristal, yendo a coger nidos al final de la primavera o a comernos las frutas aún verdes en las huertas durante el verano.  Vacaciones de días interminables pasadas siempre en la calle jugando, inventando otra travesura cada vez más audaz, para no aburrirnos mientras iba creciendo sin dar excesiva importancia a aquellas cosas que me ocurrían y que ahora entiendo como una evolución lógica en mi proceso. No me sucedía con frecuencia pero sí alguna que otra vez.  Sí mi memoria no me falla hasta que no cumplí los doce años no se dio ningún caso.  Después si. Venía sin avisar, de pronto y porque sí, cuando menos era de esperar unas veces mientras,.estaba en la escuela, otras jugando. No había una periodicidad fija, una norma.  Entonces me quedaba parado, cortado, ausente y sin poder reaccionar con los ojos fijos en quién sabe dónde, con la boca abierta, totalmente inmóvil, como alelado. Duraba uno o dos minutos, y luego nada. Volvía en mí como si tal cosa, sin que nadie interviniera. Al principio intentaban volverme a la realidad dan dome bofetadas pero como no daba resultado desistieron y me dejaban tranquilo. Únicamente comentaban:" Le ha vuelto a dar otra vez".  Yo, después, lo único que recordaba de estos momentos era un espacio limpio y vacío, todo azul, lleno de cielo.  Nada más.
A partir de mi catorceavo cumpleaños estas paralizaciones mentales, si es que pueden ser llamadas así, fueron más frecuentes, aunque siempre lo mismo-. ese infinito azul que aparecía ante mi y que yo no era capaz de identificar, o por lo menos encontrar en él algún signo concreto de referencia.  Era un espacio abierto, sin diferencias de tonalidad, sin límites: todo él igual a sí mismo.
El tiempo pasaba y cada vez era más frecuente.  Puedo asegurar que una parte importante, cada vez más, de mi existencia transcurría en ese mundo vacío que yo veía y no comprendía.  Ya no eran un minuto o dos, sino horas enteras las qua pasaba sumido en ese suelo tan poco corriente.  También por entonces comenzaron a ocurrirme otras rarezas que agravaron más mí infortunio.  Realmente era algo muy extraño y lógicamente a la gente le dio por murmurar.  Decían que yo no caminaba por el suelo que mis pies no tocaban tierra.  Y lo cierto es que no les faltaba razón. Más que andar me deslizaba sobre una alfombra de aire que impedía que mis zapatos tomaran contacto con la superficie de la calle.  Además, a mí esto no me suponía ningún esfuerzo, incluso sin proponérmelo: iba por entre la gente, normal, como tantos otros, y de pronto notaba que me elevaba al mismo tiempo que experimentaba en mi interior una enorme sensación de felicidad.  Estas gravitaciones llegaron a preocuparme bastante al principio.  No era normal, o por lo menos no era como en los demás: nadie va por ahí dejando de contactar con el suelo sin proponérselo.  Me daba hasta vergüenza salir y ser señalado con el dedo. En especial cuando algún niño pequeño dejado llevar de su sorpresa y falta de malicia comentaba: “Mira, mamá, no toca con los pies en el suelo .!Yo también quiero andar así!”. Entonces me veía obligado a reprimir la ira que me asaltaba de la mejor forma posible confiando que alguna vez llegaría a su fin esta pesadilla. Después lo acepté como algo habitual en mí, aunque finalmente resolví no dejarme ver por entre la gente más que lo imprescindible.
Tuve que acostumbrarme a la fuerza  a vivir en la compañía de mí mismo. No es que estuviera realmente solo: tenía a mi familia. Pero la verdad es que su ayuda apenas me servía de nada. Aceptaban mi presencia y mis rarezas como algo inevitable y molesto, limitándose a no comentar nunca nada al respecto delante mío.  No obstante, lo que ellos pensaban de mí lo supe desde el principio: yo les resultaba molesto, la familia estaba marcada para siempre por mi culpa.  Sí me aguantaban era gracias a que mi madre se mantenía firme en su postura de que un hijo siempre es un hijo, incluso en la peor de las desgracias. Me hubiese gustado poner término a esta tirantez marchándome a otra parte en donde nadie pudiera relacionarme con ellos. Pero esto no era viable. No podía emanciparme de su tutela por falta de medios económicos.  Intenté buscar un empleo que me permitiera una cierta autonomía pero quién ¡ha a darle trabajo a una persona objeto de todo tipo de comentarios muchas veces malintencionados. Yo ya no era un adolescente , y, sin embargo, mi situación personal era exactamente la misma.  Vivir con los míos, dejar que ellos me mantuvieran sin poder evitarlo y confiar en que algún día llegaría la solución, aunque no fuera definitiva era la única alternativa que tenía y la acepté con resignación. Cuando nada más se tiene una, no hay dudas sobre cual tomar, hay la que hay y punto.
Mi proceso evolutivo seguía su curso hasta el punto de desalentar totalmente a todos, incluso a mí.  No se trataba de caminar sobre una especie de alfombra de aire sino que, en mis desplazamientos, ya era capaz de levitarme incluso más de un metro, permaneciendo todo el día, si me lo proponía, de pie, suspendido en el aire y sin apoyarme en ninguna parte.  Al principio era algo espontáneo: sentía la necesidad de elevarme y lo hacía, era algo superior a mí voluntad.  Después, poco a poco, fui adquiriendo práctica y lo lograba cada vez que me venía en gana. !Era tan estimulante!.  Permanecía largos periodos así, en lo alto, contemplando maravillado aquel espacio vacío y azul que tanto me atraía.  Deseaba poder llegar a él, alcanzarlo y poseerlo, que fuera para siempre mío.  La vida corriente me aburría, mientras que en este nuevo mundo todavía desconocido, estaba seguro, todo sería diferente.  Allí no veía nada concreto, sin embargo había algo que me reclamaba con fuerza. Yo pertenecía a ese mundo, era una parte integran te de él y estaba claro que un día regresaría.  Aun desconocía la fecha exacta, pero debía prepararme y ejercitarme para emprender el camino de retorno.  Desde entonces dediqué todo mi tiempo a familiarizarme aún más con estas prácticas, esforzándome al máximo, consciente de que muy pronto oiría la llamada y que a partir de ese momento comenzaría mi verdadera vida y que todo lo anterior no suponía más que un mero y simple tránsito.
Hace días que escucho la llamada.  Paso todo el tiempo contemplando ese infinito azul hasta extasiarme, y siento que debo abandonar a los que hasta el momento han sido los míos y marchar.  Todas las voces me reclaman.  Mi partida es inminente, aunque  lo que me queda de aquí lucha con fuerza y se resiste  a partir.  Lo desconocido siempre asusta.  Sé que no hay nada que me ate a este mundo, soy consciente de ello, pero ¿qué es lo que me aguarda en ese mundo todo azul?. No puedo contestarme, nunca he estado allí. Así que no me decido aún, no veo claro mi destino.  No sé a dónde voy y, como es lógico, supongo, eso me aterra.  Soy consciente de que no debo demorar más mí partida.  Allí me reclaman. Pero es tan difícil tomar una decisión que sea para siempre, resulta tan duro dejar todo lo que se tiene y quiere aquí, aunque no sea propiamente tuyo.
Esta noche no he podido dormir.  La he pasado dando vueltas, preso de una gran agitación presintiendo que el gran día ha llegado.  Me he levantado con el alba e inmediatamente he comenzado mis ejercicios sabiendo que eran los últimos y definitivos. Siento que la llamada es más intensa que nunca y sé que hoy no podré resistirme a ella.  Me duele tener que abandonar tantas cosas, y tan queridas, aquí, en este mundo de los demás que durante estos años me ha permitido desarrollarme como persona y prepararme para este futuro que ahora sé que me aguarda más allá del azul infinito que siempre he tenido presente ante mí y que aún desconozco.  No es que mi preparación hoy haya sido distinta a la de los demás días, es algo rutinario que ejercito como si tal cosa.  Sin embargo, hoy presiento que no va a tener un final, es mi último entrenamiento antes de superar la gran prueba.
Son las ocho de la mañana. Es un día muy claro y soleado.  Para mí nunca lo ha sido tanto.  No sé hasta qué punto mi nerviosismo es capaz de influir en mi apreciación.  Tal vez sea un día como tantos otros, como todos. He realizado mi entrenamiento cotidiano sin problemas. Estoy habituado a esta rutina que vengo practicando desde hace tanto tiempo.  Oigo la llamada y me resisto como puedo a seguirla.  Sé que no podré aguantar así por mucho tiempo. Sé que al final ella vencerá y me iré para siempre a no sé dónde. No cesa su insistencia, puede más su insistencia que mis resistencias.  Estoy resuelto a seguirla.  Es ya mi presente. Sin saber cómo abro la ventana consciente de que el inmenso vacío me aguarda.  Me elevo en el aire y comienzo a caminar hacia mi destino, ese espacio vacío y azul al que a partir de ahora pertenezco.  No me ha resultado nada difícil abandonar tantas cosas queridas para siempre y comenzar a caminar por el aire, siempre hacia arriba, dirigiéndome hacia una meta toda azul, sin límites. Sólo me resta decir adiós porque mi partida es sin retorno.  Ahora sí sé a dónde voy.

















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