ANDRÉS MARCO

jueves, 28 de julio de 2011

EN EL CREPÚSCULO

Está oscureciendo. Poco a poco la luz solar se va apagando, amortiguando la claridad del ambiente. Los contornos de los muebles se difuminan cada vez un poco más. Me resisto a levantarme y encender la lámpara que tengo justo a mi lado, a mi derecha.  Son estos momentos tan difusos los que más me llenan, los que más me gustan.
Ni es de noche ni es de día.  Es un medias tintas, un claroscuro indefinido que ayuda a meditar, en especial cuando estas solo en casa tras una larga jornada plaga­da de horas de arduo trabajo.  Está anocheciendo, lentamente, sin descanso. Dentro de apenas nada será imposible distinguir algo, apenas podré intuir estos objetos queridos y cotidianos que me rodear, y que, de algún modo, configuran mi existencia dándole un sentido.  Son parte de mi vida.  La decoración de un espacio, en especial interior, es el fiel reflejo del carácter de quien lo habita.
En breve me veré obligado a levantarme para diluir estas sombras, eliminándolas definitivamente con un torrente de luz artificial.  Sin embargo me resisto a tomar la iniciativa.  Prefiero dejar que esa oscuridad también se adueñe de mí, me vaya poseyendo hasta anularme.  Es ella y no yo.  Yo en ella, confundidos. Me dejo llevar en la embriaguez de su caricia con luctuosa languidez, con placer morboso.  Siempre me han atraído sobremanera las situacio­nes apagadas y confusas. Me relajo en el sofá intentando que mi mente no se desvíe de lo esencial: la erótica del anochecer otoñal que llama al calor.  Prácticamente es de noche, los edificios colindantes apenas se distinguen. No son más que unas líneas negras trazadas en el propio ne­gror del espacio. Y mientras dura este relajamiento mío de súbito oigo que alguien abre la puerta de casa.  Sien­to que una corriente de angustia me paraliza por dentro, anulándome; viene de abajo y sube por todos mis huesos hasta llegar a la garganta formando un nudo que me impide respirar.
Vivo solo desde hace bastantes años. Nadie tiene otro ejemplar de la llave del piso.  Y sin embargo ha entrado con toda comodidad. No ha tenido ningún problema al abrir. He oído perfectamente cómo entraba la llave en la cerradura y giraba a sus anchas.  He saltado de mi asiento como ca­tapultado por un resorte desconocido en mí hasta el momento.  Sin pensarlo dos veces he accionado el interruptor de la luz eléctrica.  Y de pronto no sé cómo reaccionar.  Un hombre de estatura media, de aproximadamente mi edad, quizás un poco más viejo, moreno, con barba y unas gafas muy iguales a las mías está frente a mí.  Lo conozco, lo he visto muchas veces y sin embargo no sé dónde. Lo observo con detenimiento mientras él me mide con perplejidad en su rostro.  Los dos nos miramos sin saber qué decir. Ahora nos damos cuenta: es como si me estuviera contem­plando en un espejo.  Mi misma imagen está frente a mí. Quizás un poco más bajo de estatura... No hay duda: es mi doble, como un hermano gemelo que jamás he tenido.
- Perdone, pero esta es mi casa - me dice él sin mediar más palabra.
- No, se equivoca, ésta es mi casa - le replico yo sin alterarme.  Faltaría que ahora me vayan a sacar de mi ho­gar.
- De eso nada.  Puedo enseñarle la Escritura Pública de Propiedad a mi nombre.  Está guardada en ese cajón - y señala efectivamente el mueble y cajón en el que yo guardo todos los documentos y recibos del piso, dentro de una caja metálica para que en caso de incendio fortuito no se pierdan.
- También puedo enseñársela yo.  Y además, está a mi nombre: Andrés Marco - le respondo un poco alterado ya dada su osadía.
- Exacto, a nombre de Andrés Marco, luego es mi casa - me replica algo alterado - Así que haga el favor de abandonar inmediatamente  mi hogar.  No gusta llegar por la noche y encontrar extraños en mi comedor.
- Es que hay un problema: Andrés Marco soy yo.
- ¡No!, se equivoca.  Andrés Marco soy yo, vamos, desde que nací. -Y saco mi cartera para mostrarle mi Carnet de Identidad como aval de que no miento. Al mismo tiempo simultáneamente, él está realizando la misma acción que yo. De pronto nos encontramos ambos con el Carnet de I­dentidad del otro en la mano y sin saber qué decir. Su carnet es exactamente idéntico al mío, una copia perfecta. Incluso el mismo número y la misma  huella dactilar con esa pequeña mancha de tinta negra debido a que la marca del dedo se extiende hacia abajo. Nos miramos ambos sin saber qué decir.                                         
No sé cuánto tiempo ha pasado hasta que uno de nosotros  dos nos decidimos a romper la tirantez del ambiente, puede que haya sido una eternidad. No quién ha sido el que ha comenzado a hablar. A estas alturas no logro establecer una identificación de mi persona.¿ Yo soy yo, o soy el otro, mí doble?.
- Seamos sensatos y tratemos de resolver como personas adultas y civilizadas esta paradoja.
- Bien, de acuerdo.  Ambos somos la misma persona, como una imagen reflejada en un espejo inexistente...
 Nos sentamos a la vez, con los mismos gestos, de­jándonos caer con la misma fuerza.  Nos quedamos mirán­donos a los ojos con una misma perplejidad sin haber a­similado aún nuestro tremendo dilema. ¿ Por dónde comenzar?.
De pronto los dos volvemos nuestra vista hacia la puerta de entrada.  Alguien está girando una llave dentro de la cerradura.  La puerta se abre y ambos nos vemos re­flejados en una tercera persona que se parece a nosotros dos como una gota de agua se asemeja a otra.
Por lo visto ya somos tres Andrés Marco.  El trío nos observamos con detenimiento.  No hay duda. Vamos a repe­tir una situación anacrónica y preñada de comicidad que es mejor evitar como sea.
- Usted se llama Andrés Marco y ésta es su casa, ¿verdad? - decimos los dos a la vez.
- Efectivamente.  Y ahora díganme ¿ qué hacen ustedes en mi casa? .
- Tranquilo, tómatelo con calma - sin saber por qué y sin ponernos de acuerdo hemos decidido tutearnos.  Algo hemos ganado. No deja de ser un avance.
Con calma los dos primeros le vamos explicando al nuevo qué es lo que ocurre mientras nos cuesta aceptar la realidad tal como se nos presenta.  No se trata de que seamos un doble de nosotros mismos.  Conformamos una triada en nosotros mismos.  Y por qué no, voy a decirlo sin complejos: una trinidad.  Tres personas distintas con un solo Andrés Marco ¿ verdadero?.
Ahora sí es cuestión de sentarnos y tomarlo con calma.  No sé hasta qué punto vale la pena que nos pongamos a dialogar y a discutir de nuestro problema.  Creemos que de momento no tiene solución.  Además, ¿ qué nos va­mos a decir?. ¿Nos vamos a relatar uno a uno nuestra propia historia que ya conocemos de antemano porque los tres la hemos vivido simultáneamente?. No, los tres pensamos que es mejor no hacerlo, dejarnos de explicaciones. Somos ahora conscientes de esta realidad mientras fumamos en tres pipas exactamente iguales una picadura de la misma marca y que hemos cargado y encendido de manera idéntica, hasta el punto de que cualquier observador ajeno a nosotros desde su perspectiva no tendría ninguna dificultad en asegurar que nada más era una pipa la que se cargaba y encendía, y en estos momentos está siendo fumada por una única persona, reflejada en sendos espejos enfrentados.
Nos contemplemos con placidez, sin nervios ya, superados los primeros momentos. Yo diría que incluso con ca­riño en nuestras miradas.  No todo el mundo tiene la opor­tunidad de poderse observar por triplicado.  La imagen que uno tiene de sí mismo a través de un espejo es siem­pre sesgada, deformada por el cristal.  No es lo mismo que verte frente a ti mismo de carne y hueso a la vez que sabes que estás también a tu lado.  No sé si me explico. 0 tal vez sea que nadie va a poder entendernos.
Mientras nos relajamos sin decirnos absolutamente nada, porque los tres pensamos exactamente lo mismo y en estas condiciones de total compenetración, dado que somos la misma persona, cualquier palabra sobra, oímos que al­guien desde fuera esta introduciendo una llave en la cerradura de la puerta.  Los tres nos sobresaltamos ins­tintivamente.  Nos miramos a los ojos con perplejidad.  No hay duda.  El sujeto que acaba de entrar y que ahora se encuentra de pie enfrentado a nosotros lleno de azoramiento es también Andrés Marco.  Optamos por hacer que la situación le resulte lo más fácil posible de asimilar mientras percibimos que alguien está abriendo la puerta de la calle con una llave.  Una misma pregunta toma consistencia en nuestra mente sin que de momen­to podamos responderla: ¿ Cuántos Andrés Marco faltan aún por llegar?.

No hay comentarios:

Publicar un comentario