ANDRÉS MARCO

jueves, 26 de mayo de 2011

IDENTIDAD

Yo también tengo mí corazoncito. Aunque no lo parezca. Todos lo tenemos. Aunque no lo sepamos. Es fácil de comprobar: si apoyas la cabeza sobre el hombro, o sobre la almohada, te mantienes en silencio, respiras hondamente y, de súbito, comenzarás a oír un ligero blop-blop, blop-blop.blop-blop ..., como un pequeño artilugio mecánico que bombea algo. Yo también lo acabo de hacer y acabo de percatarme de ese blop-blop, blop-blop. Es mí corazoncito, pequeño él, insignificante, como un motorcito apenas perceptible que va marchando, marcando pausadamente el pasar de mi existencia, como un cronógrafo sin agujas , sin numeraciones, sin referencias que permitan tomar nota de su avanzar y por tanto dejar una constancia testimonial para la posteridad. Y todo el mundo lo tiene, al igual que yo. Y todo el mundo puede oír su propio corazón cada vez que quiera, y si no puede ... malo. Así que yo soy, dentro de lo que cabe, una persona normal, como otra cualquiera. A pesar de que mucha gente opine que no lo soy, que no tengo ni corazón ni sentimientos. Y digo yo: ¿qué tiene que ver una cosa con la otra?. Mis sentimientos nada tienen que ver con mi corazón. Son dos cosas heterogéneas, distintas, que funcionen separadamente. Claro que una queda subordinada a la otra. Sin corazón no podría tener sentimientos. O al menos nunca he oído a nadie decir que un muerto los tenga. Mi corazón es una máquina como otra cualquiera, claro está que vital para mi existencia. Mas no deja de ser una máquina que nada tiene que ver con el hecho de que yo tenga o no tenga sentimientos. Además ¿ por qué no he de tener yo sentimientos?. Los tengo, como todo el mundo; serán buenos o malos, mejores o peores que otros, pero no dejan de serio . Si todos fuéramos iguales en todo no tendríamos identidad, seríamos un todo inseparable, indiferenciable y por tanto amorfo. ! Qué asco!, ¿no?. Se imagina alguien un mundo en el que todos sus seres fueran idénticos, monótonos... La vida resultaría imposible. La verdad es que lo que la gente tiene no es más que puñetas y mala leche: ganas de contradecir e incordiar. Se pasan todo el día diciendo que no tengo sentimientos ni corazón simplemente porque ni pienso ni actúo como la mayoría de las personas. Qué de malo hay en que yo no desee integrarme, en que yo sea distinto a la mayoría. Por qué he de llorar cuando todos lloran y reír cuando todos ríen. Yo soy yo y ellos, los de más, son ellos. Qué culpa tengo yo de que a mí me hagan gracia muchas cosas que en otros provocan el llanto. Puede que todo se reduzca a que nos conducimos con una gama distinta de valores. Para mí las cosas son de otra forma. Y eso no tiene nada que ver con que yo tenga o no corazón. Son hechos independientes . Por ejemplo : por qué he de ir yo a la playa en verano, cuando el sol calienta demasiado, cuando todos van a bañarse, cuando
no se puede pasear por la arena a causa de la gente que te impide el paso. Y por qué no he de poder ir en invierno, cuando no hay nadie y se puede apreciar la majestuosidad de las olas rompiéndose en los acantilados, negándose a morir en la arena, sucediéndose las unas a las otras como si siempre fuera la misma, con su rumor constante, sin ruidos que interrumpan su dulce unas veces, desgarrado otras, clamor. No niego que me gustaría poder verlas. Sin embargo, como no puedo, me conformo. Por más que quisiera sé que es imposible. Si soy ciego de nacimiento no es culpa mía. Y este hecho no implica para nada la carencia de sentimientos y de corazón de que se me acusa. De todos modos ya no me importan estas cosas tan interesantes y simples a la vez: como ahora tampoco puedo ir. Antaño cuando era joven y mis fuerzas me lo permitían sí iba. Pero cuando la vejez llega con todo su rigor y te postra en cama sin dejar alternativa alguna de movimientos a tus miembros, únicamente a mi mente que es capaz, eso sí de recordar y reinventar tiempos pasados, lejanos ya pero no olvidados, no puedo ser acusado de falta de sentimientos. No puede reprochárseme, echarme la sociedad en cara, como si fuera un desertor y un marginado, cuando es ella misma la que siempre me mantuvo al margen, la que me alejó sin quererlo desde mi nacimiento, no puede reprocharme nadie que a mi me haga reír todas aquellas cosas que a ellos les hacen llorar, no pueden exigirme que vea las cosas con el mismo patrón que todo el mundo. Y mucho menos decir que yo no tengo corazón. Porque tenerlo lo tengo, aunque me sirva de bien poco. Está ahí, dentro de mí. Y cuando hay silencio en mi habitación y respiro hondo oigo su blop-blop, blop-blop... ligero y sosegado, como un motorcito apenas perceptible que va marchando marcando pausadamente el pasar de mi existencia.

EN EL CUBO DE BASURA

Aunque desconozco cuanto tiempo llevo aquí, tengo el convencimiento que es desde siempre. No recuerdo haber salido nunca fuera. Si lo hubiera hecho, lo sabría, o al menos tendría un recuerdo, por vago que éste fuera, del mundo exterior. Yo soy uno de esos, como la inmensa mayoría de los que aquí estamos, que puedo preguntarme, dentro de una perplejidad no absoluta, mas no por ello todo lo contrario: relativa, no, nada más en un grado intermedio: ni una cosa ni la otra, ¿acaso es que existe un mundo fuera de éste en el que yo vivo?. Hay quienes cuentan, e incluso afirman, que sí, porque ellos han salido fuera del cubo y dicen que lo han visto. Yo no pertenezco a ese grupo. Yo no soy uno de ellos. Tampoco los envidio. Me conformo con mi situación, bastante precaria por cierto. Nací aquí, aunque no puedo recordar cuando, estoy seguro que hace mucho mucho tiempo: soy desde hace bastante una persona adulta y, a más a más, ya ha transcurrido lo suficiente como para que de mis padres, que murieron siendo yo mayor, de su podredumbre y hedor, ya no quede nada. Los enterraron ente varias pieles de plátano para que así estuviesen más cómodos. A mí no me importó en su momento demasiado y todavía menos ahora que ha pasado no sé cuánto tiempo. Tal vez sea demasiado: no puedo acordarme bien, desde hace un rato a esta parte he perdido ostensiblemente la memoria. Recuerdo que fue un funeral sencillo. A mí me hubiese gustado mucho que los dejaran donde ocurrió el accidente, pero quisieron moverlos de allí alegando, aquí todos tienen siempre algo que alegar, que sus cuerpos putrefactos entorpecerían el paso de los que por allí iban a transitar. Por lo demás debo dejar claro que se trataba de un lugar alejado y poco frecuentado. Nunca vi a nadie por allí y eso que yo solía pasear por aquellos parajes bastante a menudo. El horror de la tragedia familiar, y puede que la querencia o el saberse sólo, haga que uno busque a sus seres queridos o al menos retorne al lugar en donde desaparecieron, Venían, como era su costumbre, a traerme y a traerme algo para comer. Yo solía vagar siempre por zonas alejadas, solitarias, fuera del bullicio y griterío que produce, en cualquier momento y lugar, la muchedumbre. Ahora ya no soy así, me he integrado en lo que se llama el «espíritu gregario de la masa». Sin embargo, yo sé que ellos se equivocan. He logrado engañarles. La única forma de vivir tranquilo y que te dejen en paz es dejar que los otros crean que eres como ellos. Pero no, en mí las cosas son diferentes, yo difiero de sus opiniones aunque no lo exprese nunca. Si no saben, te dejan. Así es mejor. A mí también me gustaría salir alguna vez de aquí. Este cubo de basura ya esta demasiado lleno de inmundicias y desechos, y gente, en consecuencia, se apiña, se aglutina en determinados y contados focos que resultan demasiado congestionados y en consecuencia todos malvivimos. Puede que sea por este motivo que yo desee tanto salir fuera, respirar del aire fresco y puro, ver el otro mundo si es que existe, como dicen lo que el él han estado alguna vez, conocer las verdaderas dimensiones de este cubo en el que habito. Y esto no es posible desde dentro del mismo. Sé que es grande porque se necesitan varios días para ir desde un extremo al otro. Claro que para ello se necesita seguir las rutas trazadas de antemano y detenerse en todos los cruces de caminos que se encuentran para conceder la prioridad a quien le corresponda en ese instante, lugar y circunstancia. Incluso puede suceder que alguna vez sea yo el agraciado con esa suerte y, por tanto, no deba aguardar a que pasen todos los que les correspondería el hacerlo delante de mí. Todo depende de llegar en el momento oportuno y no dejar tu vez y hacer valer tus derechos de ciudadano que paga sus impuestos y transita por parajes poco o muy conocidos: según los casos y conveniencias. Estoy convencido de que si fuera posible marchar en línea recta sin tener que detenerse a cada momento siguiendo las normas ya establecidas por la comunidad resultaría mucho más breve el camino. No obstante, creo que no resultaría tan cómodo y entretenido. Pues a veces, aunque no siempre, claro está, te encuentras en los cruces de los caminos con personas de toda clase de pareceres y de opiniones, y si alguna vez llegas a confraternizar con una o varias de esas personas, según el caso, puedes encontrar un verdadero deleite en la conversación consiguiente. También es cierto que a veces, las más, se pasa sin apenas detenerse a saludar a los compañeros de viaje. Y hay otras ocasiones en las que te ves obligado a luchas o pelear de palabra o de hecho con tu adversario para hacer prevalecer tus derechos. Además, se corre el peligro de ser atacado cuando pernoctas en campo abierto por algún malhechor o algún asaltante de caminos y verte, así, de pronto de ese moda tan poco cortés y sin buscarlo, privado de tus vestimentas, bienes si los llevas contigo e incluso, que puede darse el caso, aunque es mejor que nunca me ocurra, de tu propia vida. Por eso las autoridades suelen recomendar, ya que ellas nada pueden hacer en contra de los asaltantes de caminos, que aguardes la partida de alguna caravana de emigrantes o de mercaderes, aunque si son estos últimos tampoco es muy recomendable ya que si no vas solo corres el peligro de ser atacado con mayor frecuencia debido a lo que estos mercaderes suelen transportar, y te unas a ellos hasta el final del trayecto. De todos modos, yo preferiría hacer una vez la excursión solo y en línea recta, sin tener que dar tantos rodeos para llegar a alguna parte ya que yo no pretendo tal cosa sino tan sólo llegar a conocer las verdaderas dimensiones del cubo de basura en el que una vez nací y en el que siempre he vivido, al menos hasta ahora. Para ello debo de aguardar el momento propicio, cuando las estaciones de los fríos y el mal tiempo ya hayan pasado. Entonces cogeré las cosas que me son más imprescindibles, que son bastante pocas, por no decir ninguna, ya que llegado el momento uno puede deshacerse de todo menos de lo que realmente te sirve, y marcharé campo a través hasta encontrar uno de los extremos y a partir de ese día comenzaré a marchar en línea recta sin detenerme ni desviarme hasta que llegue al otro extremo. Contando los días que he tardado en ir de una parte a otra, sabré, sin miedo a equivocarme, pues yo no admito el error siempre posible y , por lo demás, evidente, cuánto mide mi cubo de basura. Es posible, también, que yo encuentre en mi camino un lugar apacible y tranquilo, hermoso y de exuberante naturaleza, y yo lo considere idóneo para vivir allí y decida permanecer en el mismo para siempre, con lo que mi proyecto se convertiría de este modo en un proyecto frustrado por una realidad consecuente consigo misma. Todo es posible, incluso que yo muera en el intento de alcanzar el otro extremo y nunca llegue hasta el final de mi mundo. No me hago ilusiones vagas. Desde donde estoy ahora, antes de haber comenzado incluso a hacer los preparativos previos del viaje, todo resulta, y parece, muy sencillo. Mas yo sé que luego no lo será, porque siempre puedes encontrarte barreras e impedimentos insalvables y cuando topas con una de esas contrariedades no te queda más remedio que dar media vuelta y volverte por donde has venido sin hacerte notar para que así nadie se percate de tu fracaso. No es bueno que, llegado el momento, esto ocurra. Sería desastroso y repulsivo. Por otra parte, también es posible que decida estarme quieto donde siempre he estado: aquí, sin moverme, evitando a las mayorías importantes que te buscan para incordiarte y comprometerte. Todo es cuestión de aguardar pacientemente, aunque no en demasía, tu turno y confiar, sin desesperarse, de que todo llegará a su debido tiempo. Aquí, precisamente, es eso lo que más sobra: el tiempo para hacer algo. También puedes permanecer toda tu vida oculto, quieto, sin moverte, sin hacer nada de provecho. Aunque para ello sea preciso solicitar el correspondiente permiso a la Administración. Para todo siempre hace falta una autorización específica. Yo, por ejemplo, tengo mi certificado firmado, sellado y en regla mediante el cual se me permite dedicarme a explorar y abrir caminos y túneles en donde no los haya, entre cantidades descomunales de basura acumulada aquí en el transcurso del tiempo sin que nadie, excepto yo, se haya ocupado de moverla y llevarla de un lado a otro, de donde estorba a donde ya no sea un obstáculo feo, ridículo y maloliente. Aquí somos muy pocos, creo que nada más yo, los que nos preocupamos de todos estos detalles que la inmensa mayoría considera fútiles e innecesarios, incluso improcedentes. Pero yo disfruto haciendo mi tarea. Comienzo siempre por las cosas más pesadas. Generalmente no son redondas y en este caso cuesta bastante el moverlas. Otras veces son botellas vacías, o rotas, o frascos y latas de conservas: entonces resulta mucho más cómodo y aprovecho la oportunidad para descansar y recrearme leyendo las etiquetas que por lo general llevan pegadas. Se puede aprender cantidad de cosas muy interesantes, aunque no siempre, todo es según: hay etiquetas nuevas para mí de las que soco bastante jugo y existen otras que se repiten hasta la saciedad y que una vez detectadas paso por alto, si bien en ocasiones leo igualmente, más que nada para distraerme, porque si yo me tomara mi misión como mera rutina llegaría a aborrecerla. Después hay cosas pequeñas que, aunque pesan lo suyo, son más fáciles de ir colocando. De esta manera voy formando grandes montones de basura que voy configurando según me place y al final con las cosas menos pesadas como son los restos de las frutas y verduras que nadie quiere y tira al cubo de basura sello los resquicios para que así el montón tenga consistencia. A veces, y resulta bastante frecuente, incluso llego a encontrar socas de valor: cucharillas de plata, cosas nuevas que no llego muy bien a explicarme por qué las tiran, en fin: hay siempre cosas para todos los gustos. Y yo cuando ya he terminado de hacer el montón, me divierto tirándole cosas hasta que consigo romper su apariencia de compacto y una ver semiderruído, por lo general nunca logro deshacerlo del todo, la mayoría de las veces porque me canso y no encuentro ningún placer el ello, comienzo a separar las cosas y a ir agrupándolas según se me antoja para a continuación reiniciar otro montón nuevo siguiendo las mismas directrices y esquemas de los montones anteriores, aunque algunas veces, no siempre, para divertirme más, los estructuro de otra forma y se desmoronan antes de que yo acabe de colocar cada cosa en su sitio, y entonces, incluso llego a reírme de mi torpeza y comienzo de nuevo a formar mi pila en otra parte distinta. Cuando estoy verdaderamente fatigado, al anochecer de cada día por ejemplo, descanso echándome encima de mi familia. Porque aunque no lo he dicho antes, muertos mis padres sólo quedo yo, de los míos, si bien no estoy solo, ya que aquí somos muchos. Y es esa soledad la que muchas veces me hace dudar de lo que estoy haciendo y es, en estos momentos, cuando decido no tomarme las ocupaciones mías a la ligera y emprender acciones nuevas, como es mi intento de averiguar cuánto mide, de lado a lado, el cubo. También deseo saber, nunca estoy lo suficientemente contento con lo que ya conozco, soy insaciable, lo acepto sin discusión, mas no puedo evitarlo: soy así, siempre lo he sido, cuánto mide de alto dicho cubo, pero esa tarea es bastante ardua, por no decir imposible. Lo he intentado muchísimas veces., Para ello suelo levantar mi brazo con el dedo índice mirando hacia arriba y empujo y empujo con todas mis fuerzas, mas no consigo nada. Tan sólo provocar un alud de arena y escombros en descomposición de color azul y verdoso oscuro que cae sobre mí y sobre lo que a mi vera está. Siempre debemos tener mucho cuidado con las cosas que hacemos porque como la basura que constantemente echan sobre nosotros no está aún consolidada, al movernos la hacemos resbalar sobre sí misma y caer y caer hasta aplastarnos contra otros restos de basura que hay debajo de nosotros. De todos modos, yo he pensado algunas veces, porque también pienso, que podríamos lograr llegar hasta la superficie teniendo mucho cuidado y apuntalando muy bien todo el túnel que vayamos abriendo. Sería como hacer una chimenea hasta arriba y entonces entraría a través de la misma la luz y el aire, que dicen que existe, y veríamos muchas cosas que hasta el momento nos son desconocidas, porque por el momento, como no tenemos ninguna de ambas cosas, la vida se nos hace bastante monótona y difícil. Aunque también pienso que nosotros no estamos habituados y podría provocar situaciones y conflictos que es preferible no pensar en ellos. Cundiría el pánico entre todos. Pese a todo, creo que lo he pensado bien, y en vez de averiguar las verdaderas dimensiones de mi mundo, un día de estos voy a decidirme y comenzaré a escalar sobre la inmensa mole de basura y arena que nos sepulta y aunque caiga, que caiga, yo intentaré por todos los medios a mi alcance, y estoy seguro de que si me lo propongo lo lograré, salir al exterior para ver las cosas que allí dicen que hay. Es una posibilidad que me permito apuntar como a tener en cuenta cuando sea llegado el momento. Y no me importará ser cada vez sepultado por las basuras y la arena azul que los que están en las capas superiores nos echan constantemente para impedir que yo consiga salir a la superficie. Por el momento he de pensármelo más y decidirme cuando menos lo piense, porque estoy convencido de que si lo pienso demasiado me pasaré todo el tiempo sin hacer nada, moviendo y componiendo montones de basura apilada en todas partes, sin obtener nada positivo a cambio. Ahora estoy decidido a esperar un poco, aun, creo, no es el momento. Y eso es algo que puede acarrearme consecuencias gratas y que no voy a dejar pasar. Las ocasiones que pueden presentarse en un cubo de basura son muy pocas, casi nulas, y hay que hacerlas rendir al máximo, aunque desconozca cuánto tiempo van a durar, aunque desconozca las verdaderas dimensiones y sus verdaderas consecuencias posteriores. Porque las ocasiones que pueden presentarse en un cubo de basura son muy pocas, realmente muy pocas y hay que saber cuál es la ideal.

CONTRATIEMPO



El sol se va ocultando lentamente allá al frente, en el fondo, arriba de la montaña: resulta incómodo conducir en estas condiciones. Sus rayos incidiendo en mi cara, cegándome con tiranía algunas veces, en esta carretera solitaria que he tomado seguramente por equivocación, aunque si me atengo a lo indicado en la Guía Michelín, hace poco me detenido un momento para consultarla, dentro de muy poco me retornará a la general habiéndome ahorrado así más de cuarenta kilómetros. Ahora cuando ya llevo no sé cuánto tiempo transitando por ella me convenzo que no ha valido la pena: es un atajo importante, pero supone una demora, a mi entender, aún más importante: sus curvas tan mal trazadas, el asfalto que brilla por su ausencia, y ese sol castigador que no acaba de marcharse nunca fastidiando, aunque cada ve menos, ahora ya no es tan intenso. Pienso que quizás sean mis ojos cansados de todo un día de carretera los que se resienten. Sin embargo ahora puedo reposar, tomármelo con más calma, no va de minuto ni de dos, puedo dibujar lentamente el trazado sinuoso y ascendente, demorándome en las rectas, saboreando el frescor que entra por la ventanilla bajada, dejando que el silencio de estos parajes se imponga a la monotonía del motor del coche, dejando que el aroma puro a pinos y a romero se impregne por doquier. Avanzar, seguir adelante, tragando sosegadamente el espacio que siempre se repite pese a que siempre va quedando atrás, mientras la luz va menguando y pronto tendré que encender las luces de posición. Enciendo otro cigarrillo. ¿ Otro?. ¿ No seré siempre el mismo que no acaba nunca de consumirse?. A parte del coche la carretera por delante y por detrás y los árboles a los lados no hay nada más: yo y el coche. De algún modo he de matar el tiempo: consumir tabaco y gasolina, no me queda otra opción. Si al menos llegara pronto a la general sería otra cosa: el tráfico tiene, a pesar de los pesares, su atractivo, te obliga a estar pendiente de lo que haces, adelantas, te adelantan,, al final también resulta monótono, pero es distinto, es otra cosa, no se parece en nada a lo de ahora mismo, a este conducir sin sentido, como dejándose llevar a la deriva mientras va anocheciendo y una tímida luna preside insegura el horizonte. No importa, me he metido en esta carretera de montaña y no voy a volver hacia atrás, antes o después llegará a su fin, entre tanto encender otro cigarrillo, ¿ otro más?, para que se vaya consumiendo lentamente entre mis labios resecos tras todo un día de fumar de forma ininterrumpida como única forma de pasar el rato mientras el coche devora asfalto y más asfalto y yo pienso que dentro de muy poco me veré obligado a encender los faros. Sí, será mejor girar ya la palanca, accionar el interruptor, apenas se ve nada... ¡Lo que faltaba! : no se encienden, algo debe fallar: no se funden ambas bombillas al mismo tiempo, no han podido ponerse de acuerdo. Será mejor parar el coche, así al mismo tiempo descansará el motor un poco, y mirar qué es lo que ocurre. Seguramente algún fusible o alguna conexión que falla. En un momento todo estará arreglado, seguro.
Imposible solucionar la avería: la batería está bien, los bornes limpios, los fusibles en su sitio, ninguno fundido y todas las conexiones de los cables en perfecto estado. Aborrecido de tocar aquí y allí sin resultado lo mejor será seguir avanzando con precaución hasta llegar a la general. Allí, con toda seguridad resultará más sencillo encontrar la ayuda necesaria. Doy vuelta a la llave de contacto, el motor no arranca. Lo intento repetidamente, muy alterado y nervioso. Nada. Otra vez giro la llave. No. No llega corriente al a motor de arranque. Puede que se trate de algo más serio. Intento poner en marcha el motor en marcha aprovechando la inercia de una pequeña bajada dejando ir el coche y soltando de golpe el pedal del embrague con el coche en segunda. Nada, tampoco en tercera... ni tan siquiera en directa. No hay nada que hacer. ¿ Quién me mandaría a mí hacer caso de las recomendaciones de una guía de carreteras?. Y para acabar de completar el panorama trágico estos parajes están totalmente deshabitados. No me queda otro remedio más que abandonar e1 coche al lado de la carretera, junto a la cuneta y caminar hasta que pueda llegar a un lugar transitado, con toda seguridad en la general, y puedan auxiliarme. Debo estar muy cerca, apenas tres o cuatro kilómetros, seguro.
Bueno, después de todo ahora tengo ocasión de estirar las piernas tras toda una jornada de ir siempre en la misma incómoda posición, embragando y desembragando, acelerador, freno, acelerador. Repitiendo a cada momento los mismos gestos como un autómata, de forma mecánica, sin pensar en nada. Vuelvo a sentirme un individuo, una persona que después de mucho tiempo tiene conciencia de sí mismo. Al fin se ha roto ese uno y trino hombre-coche-carretera que me veo obligado a asumir por cuestiones de trabajo. Son muchas las veces que me he quejado de mi condición de viajante de comercio que corre de un lado a otro para intentar aumentar en cada viaje los pedidos, y por tanto mi magro sueldo, integrado como lo estoy en este mundo tan vertiginoso que jamás se detiene. ¿ Cuántos años hace que no caminaba por un paraje solitario, en compañía de mis pensamientos, descubriendo que soy capaz de respirar hondo y que no me asusta el silencio ni la oscuridad de la noche a pesar de que estoy fuera de mi mundo, de esos dominios en los que me desenvuelvo como pez en e1 agua. Es majestuosa la noche. Hacía años que no la contemplaba de esta manera, llena de estrellas. Nunca me había detenido a observar un cielo tan maravilloso. Resulta hasta gracioso. Si contemplas el firmamento con detenimiento hasta es posible entrever dibujos, figuras, constelaciones, guiños de estrellas muy lejanas. ¿ Cuál de todas ellas será la estrella polar?. Antes era capaz de encontrarla sin ningún tipo de titubeos, ahora... Ahora es distinto, no tengo ni idea. ¿Para qué iba yo a preocuparme de las estrellas sí no son negocio?. No se pueden vender. Aunque, ¿quién sabe?. Hay tantos locos sueltos... Algún día he de intentarlo: vender estrellas al precio de un sueño por cada una. Sería divertido... No. Mejor volver a la realidad, no estamos para soñar, los sueños no producen dinero. Mi realidad es que tengo el coche averiado y me he visto obligado a abandonarlo junto a una cuneta de una carretera secundaria y ahora estoy caminando en busca de ayuda. A 1o lejos parece que riela una luz. Y por suerte muy distinta a la de las estrellas. Es más cercana, más real.
Me encamino hacia la casa por un sendero que parte de la misma carretera. No es muy lejos, se oyen ladridos de perros muy cerca.. Seguro que tienen teléfono: podré avisar al taller más próximo para que vengan a socorrerme. Es posible que a estas horas de la noche no quieran acercarse, pero al menos tendré la certidumbre de que mañana a primera hora algún mecánico solucionará el problema del coche. Al aproximarme distingo una casona grande y antigua. Llamo a la puerta y apenas pasados unos segundos oigo una voz femenina que grita al otro lado de la puerta: “¿ Quién va?". “ Soy yo, he tenido una avería en el coche que no puedo solucionar por mí mismo”, respondo. Se abre la puerta y veo una figura de mujer con una linterna en una mano que me enfoca mientras que en la otra sujeta la cadena de un perro de enorme tamaño que aunque parezca extraño no ladra. Por un momento pasa por mi mente el recuerdo del refrán “perro ladrador...”. Es una mujer que, aunque bastante desarreglada, parece joven. Tampoco me interesa ahora fijarme demasiado en ella, lo único que pretendo es ponerme en comunicación con la civilización utilizando para ello el teléfono. Contratiempo: no tiene. La interrogo sobre cómo podría solucionar lo de mi coche. Me responde que va a resultar bastante difícil. Hasta mañana por la mañana no podrá acercarme hasta el pueblo. Estamos muy alejados del mismo y si ahora decido ir yo caminando me llevará toda la noche como mínimo. Ella vive sola y no tiene automóvil ni ningún medio de transporte. Pero una vez a la semana desde el pueblo le acercan cuanto necesita, que es bien poco. Se gana la vida en el campo, le encanta esta vida tan sana y sin preocupaciones. No le importa la soledad ni el silencio. Sabe vivir y disfrutar de la vida, no como las gentes de las ciudades. Me siento a traído por esa mujer de voz suave y acariciadora. Por esta mujer morena y joven, tremendamente hermosa cuando la miras con detenimiento, con esa tierna mirada que te envuelve y arropa. No comprendo como puede vivir sola una persona de su talante. Me parece que incluso debe tener pensamientos bastante profundos, tanto como que si se empeña en explicármelos seguro que yo nunca llegaría a tocar su fondo. Estoy perplejo y desarmado ante esta mujer después de haber conversado un rato con ella. A su lado no te das cuenta de que el tiempo pasa, únicamente bebes de ella, lo otro no importa, se detiene, queda fuera, aparcado, detenido, como si no existiera. Realmente es distinta a todas las que he conocido a lo largo de mi vida. He entrado dentro de la casa para descansar un rato, comer algo y sobre todo saciar mi sed, y creo que ahora llevo varias horas charlando animadamente con Teresa, sobre todo escuchándola con avidez, sabiendo que el tiempo poco importa a su lado, dejando que sus palabras me seduzcan y vayan adormeciendo hasta que mis ojos no pueden más y caigo en un largo sueño.
Por la mañana, al despertarme me sorprende no encontrarla a mi lado. Tampoco estoy en el sofá en que me quedé dormido. Estoy en una habitación amplia y bien iluminada, entre las sábanas de una cama. Me visto rápidamente y bajo a la cocina. Teresa está más hermosa que nunca, radiante, preparando el desayuno. Me saluda con un buenos días muy dulce, recordándome que debo apremiarme sí quiero ir al pueblo para requerir ayuda. Noto un cierto acento en sus palabras, como de ironía. “No, hoy no iré al pueblo, cuando vengan a traer el pedido de la semana ya mandaremos recado, por ahora no urge, el coche puede esperar”. No sé por qué he pronunciado estas palabras, pero hay algo diferente en mi que me obliga a razonar de un modo totalmente nuevo. Me atrae Teresa, su dulzura, su candor, sus pensamientos profundos, su sencillez, su todo.
Llevo varios días viviendo junto a Teresa, siempre a su lado, sabiendo que tal vez nunca salga de aquí. Jamás pensé que la vida en el campo, al aire libre, pudiendo hacer lo que te place en todo momento sin tener que dar explicaciones a nadie, pudiese ser tan maravillosa. Sueño con el futuro que me aguarda y deseo que quien tenga que venir desde el pueblo no llegue nunca. Ayer fui a ver mi coche. Sigue en el mismo sitio en que lo dejé. Es lógico, por aquí nunca pasa nadie. Nada más fui a echar un vistazo y aprovechar para mirar la guía Michelin y así hacerme una idea aproximada de dónde me encuentro. La carretea que yo tomé para atajar unos cuarenta kilómetros no aparece en el mapa por ninguna parte, simplemente no existe. Según el plano esta zona montañosa no existe como tal, es todo lo contrario: un pantano. Regresé a casa un poco perplejo: si mis ojos no me engañan esto que veo y por donde transito es una montaña. Comento con Teresa el incidente. “No importa", me dice mientras sonríe maliciosamente y añade “siempre supe que vendrías a mí, ahora estás aquí'‘.
Hoy he vuelto al coche para asegurarme bien de que el mapa está equivocado. No lo he encontrado por ninguna parte. El coche además estaba como abandonado desde hace años, totalmente oxidado, sin rastro de pintura. Seguramente será eso: lo abandoné hacer ya muchos años. No importa, nunca dejaré el lugar en el que ahora me encuentro. No quiero hacerlo. Me encanta la vida que llevo junto a Teresa. es excitante y embriagadora, quiero a Teresa y no me importa saber que este lugar tan majestuoso no consta en los mapas de la Guía Michelin ni en los de ninguna otra. Es más: ni tan siquiera existe.
En el cielo hay muchas estrellas
a nuestros ojos todas iguales,
en la tierra también hay algunas,
pero es muy difícil encontrar una.

¡ MUY BIEN!

Estaba en medio de la calle gritando : “Sí señor,¡ muy bien!, ¡muy bien!, sí señor, ¡muy bien!, ¡ muy bien!” y al pasar yo a su lado me asió con fuerza del brazo me dijo de forma imperativa .” Grite usted también conmigo: sí señor ,¡ muy bien!, ¡muy bien!, sí señor, ¡muy bien!, ¡muy bien!. Aquella propuesta me pareció absurda. Yo no tenía ganas de gritar porque sí aquellas frases sin sentido para mí, por completo inoportunas y fuera de lugar. Y sí me manifesté, haciéndole notar lo burdo de la situación para que me dejara en paz.
.- ¿ Por qué he de gritar yo eso si no lo siento?. Vamos a ver ¿ qué es lo que está muy bien?.
.- Usted tiene que ayudarme. No ve que tengo razón. Sí señor ,¡ muy bien!, ¡muy bien!, sí señor, ¡muy bien!, ¡muy bien!.
.- Pero, espere, muy bien ¿qué?. ¿ Qué es lo que está muy bien?.
.- Oiga – me respondió muy irritado- no se trata de responder a eso sino de corear conmigo “Sí señor ,¡ muy bien!, ¡muy bien!, sí señor, ¡muy bien!, ¡muy bien!” por la sencilla razón de que es así: ¡muy bien!.
.- Pues no le veo la gracia.
.- Usted no tiene que ver nada. Sólo ayudarme y repetir conmigo: sí señor ,¡ muy bien!, ¡muy bien!, sí señor, ¡muy bien!, ¡muy bien!.
.- Es inútil. No lo entiendo. ¿ Qué es lo que está muy bien?.
.- Todo y nada. A mí qué me cuenta. Además, no tengo por qué dar explicaciones a nadie. Hay que gritarlo, vocearlo en todas partes para que la gente se entere. Venga, todos conmigo al unísono, que todo el mundo grite: Sí señor ,¡ muy bien!, ¡muy bien!, sí señor, ¡muy bien!, ¡muy bien!
Y todos cuantos pasaban por la calle se fueron deteniendo a nuestro lado para comenzar a corear con nosotros eso de : sí señor ,¡ muy bien!, ¡muy bien!, sí señor, ¡muy bien!, ¡muy bien!. A medida que el tiempo pasaba el griterío fue creciendo por todas partes y cada vez más gente unida a nosotros se desgañitaba gritando lo mismo excepto yo que permanecía asido del brazo por aquel señor que , por lo visto, no pensaba soltarme, cada vez más aturdido y sin saber ya cómo reaccionar para poder proseguir en mi camino. “ Venga, anímese, grite conmigo, ayúdeme, no ve que ya todo el mundo lo dice. Y si lo dice la mayoría será que es verdad – me alentaba él- La mayoría siempre tiene razón. Venga, va, usted conmigo : sí señor, ¡ muy bien!, ¡muy bien!, sí señor, ¡muy bien!, ¡muy bien! .
Y sin saber cómo ni por qué me encontré de pronto gritando con todos ellos eso de sí señor ,¡ muy bien!, ¡muy bien!, sí señor, ¡muy bien!, ¡muy bien!. Sentía dentro de mí nauseas y asco. Me remordía la conciencia pensar que todo aquello estaba con toda seguridad mal, muy mal. Pero si la mayoría opinaba lo contrario será que el equivocado soy yo. Así que seguí allí parado junto a aquel hombre mientras todos a coro gritábamos: “Sí señor, ¡ muy bien!, ¡muy bien!, sí señor, ¡muy bien!, ¡muy bien! .....

martes, 24 de mayo de 2011

NO OIGO LO QUE DICES

No oigo lo que dices
Sólo escucho el silencio
Abstraído en mí pienso
Que todos buscamos ser felices.

El mar habla de viejas tempestades
El viento susurra antañas edades
En la tierra movida huelo humedades,
La historia habla sólo de crueldades.

No pretendo medias verdades
Ni que se voceen las maldades,
Quiero encontrar en mí mismo
El fondo de lo que hemos sido.

Sin ecos ni estridencias, sólo sonido
Semilla de un futuro prometedor
Que ha de fructificar con sigilo
Si la dejamos, crisol de una vida mejor.

CUANDO NO VIENE LA INSPIRACIÓN

Cuando no viene la inspiración
me siento un poco como un melón
escribo y escribo sin ton ni son
buscando rima, que para eso son .

Enlazo palabra con palabra
sin que digan absolutamente nada
en esta triste situación anómala,
no peor que otras, pero sí  mala.

Cuando mi mente está tan vaga
no quiero  hacer poesía  barata
así que con sigilo ahueco el ala
y os pido: dejad que me vaya.