ANDRÉS MARCO

jueves, 26 de mayo de 2011

IDENTIDAD

Yo también tengo mí corazoncito. Aunque no lo parezca. Todos lo tenemos. Aunque no lo sepamos. Es fácil de comprobar: si apoyas la cabeza sobre el hombro, o sobre la almohada, te mantienes en silencio, respiras hondamente y, de súbito, comenzarás a oír un ligero blop-blop, blop-blop.blop-blop ..., como un pequeño artilugio mecánico que bombea algo. Yo también lo acabo de hacer y acabo de percatarme de ese blop-blop, blop-blop. Es mí corazoncito, pequeño él, insignificante, como un motorcito apenas perceptible que va marchando, marcando pausadamente el pasar de mi existencia, como un cronógrafo sin agujas , sin numeraciones, sin referencias que permitan tomar nota de su avanzar y por tanto dejar una constancia testimonial para la posteridad. Y todo el mundo lo tiene, al igual que yo. Y todo el mundo puede oír su propio corazón cada vez que quiera, y si no puede ... malo. Así que yo soy, dentro de lo que cabe, una persona normal, como otra cualquiera. A pesar de que mucha gente opine que no lo soy, que no tengo ni corazón ni sentimientos. Y digo yo: ¿qué tiene que ver una cosa con la otra?. Mis sentimientos nada tienen que ver con mi corazón. Son dos cosas heterogéneas, distintas, que funcionen separadamente. Claro que una queda subordinada a la otra. Sin corazón no podría tener sentimientos. O al menos nunca he oído a nadie decir que un muerto los tenga. Mi corazón es una máquina como otra cualquiera, claro está que vital para mi existencia. Mas no deja de ser una máquina que nada tiene que ver con el hecho de que yo tenga o no tenga sentimientos. Además ¿ por qué no he de tener yo sentimientos?. Los tengo, como todo el mundo; serán buenos o malos, mejores o peores que otros, pero no dejan de serio . Si todos fuéramos iguales en todo no tendríamos identidad, seríamos un todo inseparable, indiferenciable y por tanto amorfo. ! Qué asco!, ¿no?. Se imagina alguien un mundo en el que todos sus seres fueran idénticos, monótonos... La vida resultaría imposible. La verdad es que lo que la gente tiene no es más que puñetas y mala leche: ganas de contradecir e incordiar. Se pasan todo el día diciendo que no tengo sentimientos ni corazón simplemente porque ni pienso ni actúo como la mayoría de las personas. Qué de malo hay en que yo no desee integrarme, en que yo sea distinto a la mayoría. Por qué he de llorar cuando todos lloran y reír cuando todos ríen. Yo soy yo y ellos, los de más, son ellos. Qué culpa tengo yo de que a mí me hagan gracia muchas cosas que en otros provocan el llanto. Puede que todo se reduzca a que nos conducimos con una gama distinta de valores. Para mí las cosas son de otra forma. Y eso no tiene nada que ver con que yo tenga o no corazón. Son hechos independientes . Por ejemplo : por qué he de ir yo a la playa en verano, cuando el sol calienta demasiado, cuando todos van a bañarse, cuando
no se puede pasear por la arena a causa de la gente que te impide el paso. Y por qué no he de poder ir en invierno, cuando no hay nadie y se puede apreciar la majestuosidad de las olas rompiéndose en los acantilados, negándose a morir en la arena, sucediéndose las unas a las otras como si siempre fuera la misma, con su rumor constante, sin ruidos que interrumpan su dulce unas veces, desgarrado otras, clamor. No niego que me gustaría poder verlas. Sin embargo, como no puedo, me conformo. Por más que quisiera sé que es imposible. Si soy ciego de nacimiento no es culpa mía. Y este hecho no implica para nada la carencia de sentimientos y de corazón de que se me acusa. De todos modos ya no me importan estas cosas tan interesantes y simples a la vez: como ahora tampoco puedo ir. Antaño cuando era joven y mis fuerzas me lo permitían sí iba. Pero cuando la vejez llega con todo su rigor y te postra en cama sin dejar alternativa alguna de movimientos a tus miembros, únicamente a mi mente que es capaz, eso sí de recordar y reinventar tiempos pasados, lejanos ya pero no olvidados, no puedo ser acusado de falta de sentimientos. No puede reprochárseme, echarme la sociedad en cara, como si fuera un desertor y un marginado, cuando es ella misma la que siempre me mantuvo al margen, la que me alejó sin quererlo desde mi nacimiento, no puede reprocharme nadie que a mi me haga reír todas aquellas cosas que a ellos les hacen llorar, no pueden exigirme que vea las cosas con el mismo patrón que todo el mundo. Y mucho menos decir que yo no tengo corazón. Porque tenerlo lo tengo, aunque me sirva de bien poco. Está ahí, dentro de mí. Y cuando hay silencio en mi habitación y respiro hondo oigo su blop-blop, blop-blop... ligero y sosegado, como un motorcito apenas perceptible que va marchando marcando pausadamente el pasar de mi existencia.

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