ANDRÉS MARCO

jueves, 24 de febrero de 2011

COMPARTIR

Me hace mucha ilusión el ver que sí hay gente, amigos en especial, que estáis dispuestos a compartir conmigo este placer solitario de escribir y leer. Gracias por hacerlo, siempre es un estímulo y acicate para mí.

También quiero deciros que no tengo ningún problema en que pongáis este blog mío en "compartir" de vuestra página de la red social en la que estéis para que la puedan leer vuestras amistades, si así lo queréis.

Por qué "desdemirinconmzn". Pues para mí es obvio, pero si no explico queda sin que lo comprendáis. Mi rincón hace referencia al rincón en el que tomaba el sol mi abuelo materno en mi pueblo, Manzanera, en la plaza de las escuelas, cuando yo era  niño. Yo pasaba muchos ratos sentado en las rodillas de mi abuelo mientras éste me explicaba cuentos, anécdotas, me recitaba dichos populares, poesías.  Yo era feliz a su lado, sintiéndome un niño privilegiado porque el resto de los chavales no tenían un abuelo como el mío. Yo ahora recuerdo aquel rincón cambiado, pero aun existente y un poco desde el mismo emulo a mi abuelo.  Mzn,  abreviatura de Manzanera, por tanto resulta evidente.

Un abrazo a todos

DON LUIS




Hoy no hay que ir a trabajar.  Lo mismo que ayer. Parte del día quedará libre para mí.  Apenas una pequeña molestia por la mañana y después nada: podré hacer lo que me plazca.  Me levantaré un poco más tarde que de costumbre: nada me apremia, hoy no se ficha, las puertas de las oficinas permanecerán cerradas. Es algo que hay que agradecer, aunque no quiera y me cueste hacerlo, a don Luis. Su último gesto para con nosotros, el único. Gracias, don Luis, por permitirme permanecer un rato más en la cama, a esta hora en que se hace tan difícil vencer el sueño atrasado y saltar con los pies desnudos al frío suelo, vestirse y afeitarse contra reloj y salir corriendo a la calle para hacer cola en la parada del autobús que como siempre llegará tarde y lleno. ¡Gracias, don Luis!.  De todas formas tendré que levantarme y ponerme mi mejor traje: uno que me compré hace varios años y que reservo especialmente para estas ocasiones solemnes.
Todo comenzó ayer mañana a primera hora en el trabajo. Apenas nos había dado tiempo a incorporarnos a nuestros quehaceres diarios cuando fue pasando por los despachos la Sra.  Maruja comunicándonos a todos que don Luis había fallecido la noche pasada.. Corrió la voz de una mesa a otra sin dar tiempo a reaccionar.  Todos habíamos deseado más de una vez y más de dos la llegada de este momento.  Desde luego don Luis no nos era simpático a nadie.  Todos lo odiábamos desde siempre.  Era un ser avaro. uraño, repugnante, capaz de provocar la animadversión personal en todos aquellos que lo habían tratado alguna vez o que tenían que soportarlo a diario como es mi caso.  Poco después se nos informó que durante todo el día de hoy y de mañana la empresa cerraría sus puertas por defunción del director y propietario de la misma. Abandonamos nuestros respectivos puestos en silencio, acomodados a la situación: nuestro jefe acababa de morir.  Aunque todos reflejábamos en nuestros semblantes sin quererlo, sin hacerlo patente, un cierto júbilo y bienestar: por fin nos habíamos librado de él. No tendremos que soportar nunca más sus ataques furibundos, sus gritos y sus amenazas de despido constantes y fuera de tono y sin justificación alguna.  Cualquier nimiedad bastaba para descargar su ira sobre nosotros.  Jamás he conocido persona más irascible y más mal educada.  Al fin la naturaleza había hecho justicia llevándoselo de nosotros para siempre.  Podíamos respirar ya tranquilos sin temor a sus constantes agravios.
Me he levantado una hora más tarde.  Me he puesto mis mejores galas y he salido a continuación a la calle convencido de que hoy era un día muy adecuado para la alegría y felicidad que me inundaba rebosando por todas partes. Lógicamente he tenido que acudir al entierro de don Luis.  Después de todo era mi jefe más inmediato y no podía faltar a tal acontecimiento, aunque sólo fuera para regocijarme y vigilar bien su partida al otro mundo, no fuera que decidiera en último momento quedarse un tiempo más aquí, a nuestro lado, sólo por fastidiarnos a todos un poco más.  En la puerta de su casa me he encontrado con todos mis compañeros de trabajo, incluso con Maruja que pese a ser su secretaria privada era la persona que más motivos tenía para odiarlo.  Al salir el féretro de la casa para llevarlo a la iglesia situada en la misma calle hemos tenido que asumir forzosamente un semblante apropiado a las circunstancias: aquello más asemejaba una fiesta que un duelo; creo que incluso para sus más allegados.
Con paso lento nos hemos encaminado hacia la iglesia integrados en el cortejo fúnebre.  Nadie lo lloraba, ni su esposa siquiera se ha dignado derramar una lágrima por él.  También ella a partir de ahora será libre.  Dentro del recinto santo todo estaba a punto para tan solemne entierro: altar engalanado totalmente, pomposamente; luces por todas partes, e incluso música sacra interpretada especialmente por un organista traído de fuera para esta ocasión: hasta en este detalle él ha tenido que ser distinto a los demás.
El oficio ha sido largo y bien llevado: misa concelebrada por varios curas que se han dedicado en su sermón a arengarnos sobre las Innumerables virtudes de este siervo de Dios recién llamado a su vera; hombre bueno y ejemplar, servicial y caritativo, humilde como nadie, o sea y sin pronunciarlo, un beato meapilas. Vamos que el personaje que nos ha retratado era precisamente lo opuesto de don Luis; como si no lo conociéramos lo suficiente. Acabada la ceremonia litúrgica han comenzado los oradores, eminentes habladores contratados también especialmente con motivo de la ceremonia, a ensalzar al difunto: hombre insigne hijo predilecto de la ciudad, miembro, socio y presidente de innumerables sociedades benéficas de todo el país, poseedor de medallas y distinciones  sin parangón, hombre siempre amable y amigable, en todo momento dispuesto a ayudar a los demás, sobre todo a los más humildes,, presidente de honor de cáritas diocesana, insigne benefactor de la ciudad, en fin, paladín y baluarte inexpugnable de honor, bondad, cortesía y caridad.  Todo un personaje. !Ay si sus siervos habláramos!, cómo íbamos a dejar en evidencia a estos estómagos agradecidos y bien pagados, claro que no por don Luis.  Hombre eminentemente preocupado por el desarrollo de la cultura de su país y de su pueblo, amante de las buenas costumbres, hombre que con su muerte deja un vacío imposible de rellenar. !Eso desde luego es cierto: imposible, imposible, por suerte!.  Se le han concedido varias condecoraciones y medallas más; el ayuntamiento dedicará una calle en memoria de don Luis ! En buena hora aceptaría yo vivir en la misma, antes bajo un puente!.  Se anuncian varios homenajes póstumos para los próximos días.  Sus amigos - ¿acaso tiene alguno?- están dispuestos a dejar constancia del enorme dolor que les ha causado tan irrecuperable pérdida. La perorata ha continuado por más de dos horas, alternándose los oradores en el repetir constante de las mismas palabras dichas en distinto orden, pero siempre las mismas. Los más acalorados y enfervorizados en el calor de las mentiras y lisonjas oídas hoy han dicho con aire solemne: “Luis, tus amigos nunca te olvidaremos" y se han  quedado tan tranquilos. Se ve que no lo conocían. Por fin nadie más ha osado largarnos otra sarta de memeces y tonterías y el coche ha iniciado el camino hacía su morada definitiva.  Los Pésames se han hecho interminables.  Había acudido tanta gente a asegurarse de que efectivamente era don Luis el muerto para poder respirar tranquilos.
Al cementerio no hemos ido ninguno de los compañeros de trabajo, no hubiera estado bien.  El último adiós siempre se reserva para sus más cercanos familiares, ese placer único les corresponde a ellos por derecho. Nosotros nos hemos limitado a irnos dispersando cada uno por su lado, conscientes de que tal fecha había que celebrarla de algún modo.  Yo he preferido comprar una botella de champaña para la comida, nada de banquetes ni restaurantes.  Sólo para brindar a la salud de mi amado jefe, para que alcance su merecido descanso eterno, prometiéndole una visita especial al cementerio antes de que haya tenido tiempo de corromperse lo único incorrupto que había en su persona.
 La noche es cálida y tranquila.  Una suave brisa y la falta de luna en el cielo la hacen propicia para llevar a buen término mi prometida visita.  No me ha resultado nada difícil pasar inadvertido en el camino del cementerio y mucho menos saltar la tapia del mismo.  Tampoco me ha costado lo más mínimo dar con su lápida recién puesta en tierra.  Apenas levantada  un poco sobre el suelo a modo de túmulo funerario.  Nada de nichos para don Luis, en el suelo, como los grandes.  Era fácilmente identificable. Dos Luis en los últimos tiempos se había jactado más de una vez de que su tumba sería la única del cementerio adornada por dos paree de ángeles, tallados en mármol blanco, uno a cada lado de la losa, con una espada levantada en alto para proteger su reposo. Y su busto en bronce presidiendo la misma en la cabecera sobre una plataforma ligeramente más elevada que el resto. Con tantos signos de referencia resulta imposible errar en la búsqueda.  Apenas unos minutos para dar con ella; además era visible desde todas partes una vez acostumbrada la vista a la oscuridad casi total.  He llegado hasta ella emocionado. Y sin más contemplaciones me he atrevido, he osado por primera vez en mi vida, a decirle: “Don Luis, aquí me tiene sin que usted me haya llamado. Vengo a traerle un pequeño obsequio para que le acompañe en su viaje al más allá".  Y dicho esto, subiéndome encima de la lápida me he bajado los pantalones y allí, justo en el centro, le he dejado una parte entrañable de mí mismo como testimonio de gratitud para con don Luis.


LA SILUETA



La noche es oscura a pesar da esa luna llena, grande, redonda, que  pretende emerger tímidamente, como si se supiera no invitada a la fiesta, por detrás de la casa. El edificio es alto, con una torre que sobresale a cada lado de la estructura compacta del centro. Queda recortado por la luz dela noche, tan sólo unos contorno imprecisos que no impiden detectar su presencia en la plaza. Una silueta negra y algo pequeña avanza protegida por las sombras de las restantes construcciones que rodean al grande. Lo hace lentamente, midiendo, calculando sus pasos, procurando no dar uno en falso: primero un pie hasta que queda firmemente aposentado en el suelo, luego, sólo entonces, luego, el otro, y así cada vez. Se detiene y mira hacia atrás, hacia los lados, hacia delante, no hay nadie más. Está solo. Bueno, solo, solo, no. Nada más yo que lo observo desde lejos. Pero él no sabe de mi presencia. Y mucho menos de mi mirada escrutadora que se ha cebado en su caminar a falta de otra distracción mejor. No tengo sueño, sé demasiado bien que si me acostara inmediatamente pasaría toda lo noche dando vueltas entre las sábanas sin poder conciliar el sueño. Desde mi ventana nada más veo la plaza. Al principio estaba solitaria y silenciosa, sumida en la penumbra de la noche. De pronto y sin saber cómo ha aparecido él. Antes no me había percatado de su presencia. Posiblemente ya estaba desde el comienzo de mi banal observación, sólo que no lo había detectado. Me he sentido atraído por su raro proceder, sobre todo teniendo en cuenta que no confiaba encontrar a nadie. Sigue avanzando pausadamente. Desde luego no tiene prisa, seguramente le pasa como a mí: nadie le aguarda para compartir su calor. Creo que únicamente él y yo permanecemos despiertos en esta fría noche. Un paso. otro paso... otro paso... leva demasiado tiempo asó. No me cabe la menor  duda de que se dirige a las gran casona que destaca en medio de la plaza, entre todas las demás, una especie de palacio neocolonial que me ha atraído desde siempre pero del que no sé absolutamente nada. Encendería un cigarrillo, mas soy consciente de que distraería mi atención, y tal vez ese farolillo rojo en mis manos o en mi boca sea suficiente para que él sede cuenta de mi presencia detrás de los vidrios de esta ventana.
Creo que por fin ha alcanzado su meta. Me he distraído ligeramente con mis pensamientos y apenas si me he dado cuenta de que llegaba a la casa. No sé si será su propietario o no, pero mora en ella, o al menos tiene una llave que abre la puerta y por tanto le está permitido entrar dentro. Se ha acabado mi distracción. Debería acostarme, aunque aún no... no vale la pena, no me dormiré enseguida. Es mejor esperar y fumarme el último cigarrillo mientras las estrellas siguen llenando la noche y la luna avanza aún más lentamente. Se ha encendido una luz en el primer piso, aunque ya no me atrae tanto. Está en su derecho a hacer en su casa lo que le venga en gana. Una luz encendida no significa apenas nada, tan sólo que alguien la ha encendido. Inmediatamente se apaga, solo ha estado unos breves instantes, no llega aun minuto. ¡Cuesta tanto de pasar el tiempo en estas ocasiones en las que el aburrimiento te domina y no tienes sueño!. De nuevo veo al personaje de antes al fondo, frente a mí. Está en el balcón, un gran balcón que abarca toda la fachada del edificio. Permanece parado, estático, mirando hacia la plaza, sin hacer nada. No, sin hacer nada no, simplemente lo parece. Está orinando a la calle. Este hecho me choca, pero si quiere orinar a la plaza y no hay nadie que le impida el hacerlo... Todos tenemos nuestras manías. Si obrando así se siente mejor, por mí que lo haga. Noto, a pesar de la distancia, que ríe contento, satisfecho. Pues mejor. No estoy seguro pero he notado un ligero ruido, como si la tierra se hubiese movido. Y sin embargo no ha pasado nada. No... hay algo en la plaza, junto a la casa, que antes no estaba. Sí, es como un pequeño árbol que nunca había estado allí. Precisamente donde él ha orinado. Y crece constantemente, pronto será tan alto como el edificio... Ya no crece más. Apago el cigarrillo dispuesto a no perderme detalle. Es un abeto muy grande, muco más alto que cualquier otro. Mientras, él ríe contemplando el árbol. Presiento que voy a tener distracción para rato. Es igual de alto que la casa. La silueta da saltos de alegría a lo largo de la balconada. Del árbol se descuelga una figura- Es, me parece a mí, una mujer muy vieja vestida de negro con un pañuelo del mismo color en la cabeza. Mira por un momento al árbol, luego al balcón y a la casa. Se arrodilla en el suelo, permanece un rato así, se levanta... se dirige hacia el árbol, besa su tronco, se vuelve hacia el balcón, se levanta las faldas riendo y a continuación sale corriendo. Demasiada veloz para su edad: ha sido un verla y no verla. Más bien ha desaparecido, se ha esfumado. La luna llena se recorta sobre la copa del abeto. Está detenida en esa posición: parece como si se hubiese quedado atrapada allí. Desde los flancos de la plaza manan unas siluetas de jóvenes mujeres, todas ellas vestidas de blanco, moda de principios del siglo XX, con largas faldas , pamela en la cabeza y una sombrilla abierta también  blanca que hacen girar entre sus manos sobre la cabeza. Son aproximadamente una veintena. Es imposible contarlas a todas, no se están quietas, se entrecruzan entre ellas, no dejan de moverse, así es imposible seguir a una de ellas en concreto. Todas me parecen iguales. Han formado una especie de corro alrededor del abeto y giran, le dan vueltas, primero muy despacio, después van acelerando, cada vez con mayor rapidez hasta dar la impresión de que en realidad no se mueven en el vértigo del girar, es como si lo adoraran o qué se yo.... Oigo como un silbido agudo, penetrante, de alta frecuencia y de súbito todas ellas son absorbidas por el árbol, desaparecen entre sus ramas. únicamente queda en escena una figura que antes me había pasado desapercibida. Es él, la silueta del comienzo que mira hacia arriba del árbol intrigado. Lleva algo en las manos. Parece un hacha o algo así. Comienza a dar golpes contra el tronco, aunque no hace ningún ruido. Lo está cortando con extrema presteza. Como un experto. El árbol cae al suelo sin ningún estrépito en su caída, ni tan siquiera un leve crujido, sin levantar polvo ni aire. Coge el tronco con ambas manos y tira de él hacia la casa. Lo mueve como si fuera una pluma. En el otro extremo, en la copa del abeto está la silueta de la luna adherida al mismo. Lo mete dentro y cierra la puerta. Me quedo extrañado y perplejo por cuanto he visto. Sé que no podré dormirme ya. Miro al cielo. No hay luna por ninguna parte. Permanezco toda la noche en vela junto a la ventana aguardando nuevos acontecimientos que no se producen.
Apenas comienza a clarear el alba bajo corriendo a la plaza para observar los restos del abeto talado la noche anterior, la huella de su presencia plantado en la plaza. No hay nada, ni tan siquiera la más leve sospecha de que allí haya podido haber antes un árbol, nada. El asfalto no presenta brecha alguna por ninguna parte. Observo el edificio con detenimiento. Sólo al fondo, al final y a un lado de la puerta, casi oculta, una placa llama mi atención porque nunca me había fijado en la mismo. “Biblioteca Municipal”, reza la misma. Me quedo ensimismado contemplándola durante varias horas. Luego la plaza comienza a llenarse de personas con la actividad diaria. A un anciano que pasa le pregunto si aquello es la Biblioteca, y me responde que sí, que siempre lo ha sido, que él recuerde, pero que nunca entra nadie en ella, que si yo quiero entrar que deberé aguardar hasta las diez que antes no abre. Pienso que es mejor que me vaya a dormir, comienzo a sentir sueño.  

E L S U E Ñ O




Me desperté bañado en sudor. Todo mi lecho estaba mojado. Sentía a lo largo de mi cuerpo una mojazón glacial y maloliente que me resultaba francamente molesta. Si, aún ahora, me preguntaran el por qué de todo esto no sabría ni qué decir ni cómo explicarlo. Creo que la causa estaba en lo que había soñado en aquella larga e interminable noche. No obstante, concretar el sueño de forma escueta no me es posible. Me había ocurrido algo, inaudito seguramente, que me había obligado a despertar gritando furiosamente, como un poseso, fuera de mí, con todo mi cuerpo encharcado de ese sudor frío que he reseñado anteriormente, el pecho ­lleno de arañazos, con señales de uñas clavadas por todas par­tes, y mi cara con una expresión que me hizo huir aterrado del espejo al ver reflejado mi rostro en él. Sin embargo, y a pesar de todo lo sucedido, calificar aquel sueño de pesadilla sería ir demasiado lejos: hay que llamar a cada cosa por su nombre. Yo me había acostado más temprano de lo que suelo hacer normalmen­te, aunque en mí también es un hábito normal: estaba cansado de no hacer nada  en todo el día y necesitaba por todos los medios descansar un poco. Todo comenzó cuando me encontré sin sa­ber cómo caminando, vagando, por un sendero que estaba seguro de que no conducía a ninguna parte, entre matorrales y yerbajos de poca monta calcinados por el calor de un verano extremado, pese a que el cielo, para mí, estaba cubierto por unas enormes y algodonosos nubarrones. El sol resplandeciente y el calor inu­sitado de aquel día me hacían sudar y me obligaban a cada instante  a detenerme para secarme con la manga de mi camisa la frente. No sabía a dónde me dirigía aunque en mi mente rondaba un ex­traño presentimiento de que llegaría aquel mismo día a alguna parte en un valle rodeado de altas y rocosas montañas desconocidas para mí, pero con la seguridad de que yo antes había estado alguna vez remota allí. Sin saber cómo de pronto apareció ante mí, sin que lo hubiese divisado con anterioridad una casa en ruinas. Sí, ciertamente podía ser muy bien este lugar mi destino desconocido pese a qua no tenía ninguna seguridad al respecto. Sus­ paredes destartaladas me brindaban al menos la posibilidad de descansar durante un cierto tiempo sentado en la sombra y recapa­citar y discernir sobre la conveniencia de aceptar aquel lugar y aquella casona como punto final de mi camino por estar desti­nado a ella. Algunos cuervos sobrevolaban mi cabeza proyectando sus figuras negrura en el suelo: bonito espectáculo, danza maca­bra con sus graznidos y acometimientos en su ir y venir a quién sabe qué. Y no le­jos de allí donde yo estaba se apreciaba ostensiblemente la si­lueta recortada a contraluz por los rayos de aquel sol tan alu­cinante de unos buitres saciándose sobre el cuerpo de algún animal muerto hacía poco. En resumen: nada fuera de lo corriente.
No llevaba apenas tiempo sentado cuando oí detrás de mí un leve ruido, como si alguien estuviera moviendo piedras a la vez que sollozando. Me giré con parsimonia, algo asustado, para ver de qué se trataba, aunque en aquellos momentos poco podía importarme dado mi cansancio, y... sin saber cómo me encontré con una niña peque­ña, de unos siete u ocho años de edad, semidesnuda, sucia, desgreñada, llorosa, y con cara de como extraviada. Estaba muy cerca  de mí jugando, entre sollozos, a entrechocando dos piedras que lleva­ba en las manos mientras  su mirada se perdía en algún punto fijo  de la lejanía más inmediata .Al principio quedé un poco estu­pefacto ante esa visión que ciertamente allí no me esperaba. Fro­té con ambas manos mis ojos para asegurarme de que estaba des­pierto, y al volver a mirar hacia el mismo lugar la niña ya no estaba allí: había desaparecido. Su visita había resultado tan fugaz que pensé que no había sido  más que una alucinación mía, hasta cierto punto lógica y admisible, originada por mi estado de cansancio y anonadamiento. Pensándolo bien no había ocurrido nada fuera
de lo normal: había creído ver, me había imaginado una niña pe­queña jugando con unas piedras. No tenía porqué preocuparme: a veces las situaciones extrañas suelen gastarte estas bromas: todo se reduce a un simple juego de la imaginación mal inter­pretado.  Mas aquella niña me pareció lo suficiente real como para aceptar su falsedad. Su mentira no me convencía: al menos tenía como asidero, estaba claro, el sonido que producen dos piedras al entrechocarse y eso sí que lo había oído bien, estaba seguro. Y ahora volvía a oírlo. Perplejo miré a un lado y a otro y allí, junto a mí, estaba de nuevo aquella niña y esta vez si que no era una imagen etérea y fugaz, sino una realidad viva y palpable. Quise levantarme para saludarla sin que se atemorizara mientras ella lan­zaba lejos de sí ambas piedras, pero mis fuerzas me  flaquearon y no pude incorporarme antes de que ella me hiciera un gesto vago a su vez demasiado significativo de que me quedara tal como estaba, sentado a la sombra de aquella pared ruinosa y desvencijada. Le pregunté cómo se llamaba y que qué hacía ella sola por aquellos andurriales tan solitarios, tan  poco comunes, y  no me contes­tó. Se limitó a ofrecerme un líquido que llevaba en una cantimplora  herrumbrosa y vieja. Bebí y al entrar aquel vino o lo que fue­se en mi boca sentí un extraño sabor que me hizo sentir nauseas: era demasiado agrio, aunque no se parecía en nada al vinagre: al­go nuevo y desconocido para mi paladar. Lo escupí inmediatamente y la niña, al ver mi reacción salió corriendo temerosa tal vez de que yo llegara a enfadarme con ella a causa de este pequeño incidente sin importancia. Nada más le oí decir antes de mar­char, mientras yo bebía, señalando con el dedo hacia donde estaban los buitres: "es mi padre, lo ahorcaron anoche".Eso era todo. Meditándolo detenidamente la niña con toda seguridad tenía por una parte motivos más que suficientes para andar merodeando por aquellos parajes y también, a su vez, los tenía para salir co­rriendo, espantada, al ver cómo aquellos asquerosos y repugnantes pajarracos se alimentaban con las entrañas de su progenitor, al que con toda seguridad, como buena hija, querría entrañablemente. Sin embargo, yo no tenía ninguna razón para interrumpir mi descanso: yo no lo conocía ni me importaba su ahorcamiento, así que decidí desentenderme ­ de la niña, del ahorcado alimento de buitres  dormir un rato confiando que mientras tanto la niña si no se había ido demasiado lejos, regresaría.

Cuando desperté ya  había desaparecido el sol del cielo y comenzaba a anochecer. Llevaba todo el día sin comer y ahora.  Me propuse sacar algo de alimento de mi bolsa de costado: precisaba reponer fuerzas para  continuar mi camino. A penas había comenzado a comer cuando observé en la lejanía una silueta vaga que se iba aproximando hasta donde yo estaba. Pesé, convencido, que era la niña que de nuevo regresaba, tal vez inducida por el hambre, mas al irse aproximando me percaté de que no era la niña sino una mujer joven, hermosa, completamente desnuda, de pequeños senos redondos y levantados, atrayente, y con unos muslos…¡qué maravilla de muslos bien contorneados!: exquisita, apetecible, capaz de hacer perder la cabeza a cualquier hombre en el deseo de la noche.

Ella llegó hasta mí, comió de lo mío y a continuación se me ofreció sin musitar palabra. No relataré los momentos inolvidables que pasé con ella en esa noche porque son tantos y tantos los que se acumulan en mi mente que me resultaría imposible describirlos uno a uno. Después, pasada la media noche se despertó sobresaltada y llorando, la miré fijamente a los ojos y ella a mí y sólo pudo balbucear entre los sollozos: " Anoche ahorcaron a mi marido, su cuerpo debe de estar por ahí ", Y levantándose se marchó tal como había llegado, lentamente, por el mismo sendero, con la cabeza baja, paso a paso, perdiéndose en la oscuridad de la lejanía del momento. Tras aquel suceso tan agradable en su inicio y tan mal concluso, no pude con­ciliar el sueño así que me preparé  para aguardar despierto a que amaneciera, después iría a buscarla. Sabía que no faltaba mucho porque comenzaba  a clarear y en esa luz diáfana era posible distinguir el contorno de muchas cosas y accidentes del paisaje. Creí ver cabezas  y troncos separados que corrían  y se perseguían  no lejos de mí, íncubos y súcubos practicando aberraciones que sexuales sería demasiado llamar, y un sinfín de seres informes y aterradores, monstruosos, que se paseaban cogidos del brazo, emitiendo unos sonidos frenéticos, gritos guturales y cantos jamás oídos por mí, danzas y más danzas incomprensibles e insultantes, jue­gos que nunca llegaré a comprender. Poco a poco fue amaneciendo y con la claridad del nuevo día todas aquellas formas que reían y gritaban, que reían en mi cara, gemían, se reían obscenamente, lloraban, aquellas procesiones de fétido olor, silenciosas, de troncos sin cabeza con   féretros destapados sobre los hom­bros, aquellos esqueletos odiosos e insultantes que jugaban y se reían escandalosamente, mientras yo escondido, acurrucado para que no me vieran aunque tenía la certeza de que ellos sabían que yo los estaba viendo, se desvanecieron hasta desaparecer total­mente. Era un nuevo día y yo asustado aún debía proseguir mi cami­no alejándome lo antes posible de aquel lugar infestado de aquellas formas insultantes, apócrifas, detestables, aberrantes, inconcebibles y sobre todo ridículas. Sin prisa de ninguna clase decidí levantarme, ahora que todos que se habían ido, para emprender la marcha. Iba a incorporarme ya cuando noté que una mano se posaba sobre mi hombro  impidiéndome con su  fuerza el hacerlo. Me habían atrapado, estaba seguro, ahora pertenecería para siempre a aquellos seres informes y descabezados. Giré la cabeza, temeroso, hacia ese lado y ahí estaba una anciana, vestida toda ella de negro, con grandes arrugas surcando toda su cara, con una falta tal de dientes en su boca que ofrecía una visión aterradora a pesar de lo que ya había visto aquella madrugada, con unas greñas canas a semejanza de pelo mal colocado, en fin .. .Me quedé mirándola por unos instantes, sin comprender nada porque ante la idea que rondaba por mi cabeza era preferible reaccionar así.  Ella me dijo sin más “Márchense de aquí lo antes que puedan, usted no debe de andar por estos parajes malditos, váyase o si no, morirá” y señalando hacia aquel cuerpo en el que se habían saciado los  buitres el día anterior prosiguió: “Era mi hijo, ellos lo ahorcaron anteanoche a causa de esto”. Y me mostró algo que había llevado en todo momento escondido en la mano.

No puedo recordar qué era lo que vi, pero sí se que aquella visión fue la que me hizo estremecer de pavor en el lecho, arañar todo mi cuerpo y  gritar fuera de mí hasta despertar de aquella locura.

NUNCA CAMINARÁS SOLO



Nunca caminarás solo
siempre habrá a tu lado otro
que avanza tu mismo sendero,
no pretendas nunca ser el primero
lo importante es ser quien llega
a la pretendida y ansiada meta
aunque nunca sepas dónde se halla,
seguro que al final, nunca falla.
Solo o en compañía,  si avanzas
tus pasos son los que tú andas,
tú trazas  al caminar tu camino
y la meta, al final, sólo es un destino
que te guste o no, habrás  vivido.
La vida, en suma, sólo es eso: camino
y en el camino todo  lo  que has  sentido.


                       Barcelona a 19 de febrero de 2011

viernes, 18 de febrero de 2011

UN DIA DE CAMPO


No sabría precisar si todo aquello ocurrió durante las veinticuatro horas de un día de verano como otro cualquiera a causa del calor sofocante, sin nada más de singular, fue un mero sueño. O más bien una pesadilla, algo  que yo he construido en mi cerebro inventando en su totalidad la historia de lo  que aconteció paso a paso y que, luego, tal vez a causa de mi mente algo enfermiza, aunque yo me atrevo a poner esta aseveración que los demás dicen en tela de juicio, me he ido creyendo en su totalidad sin llegar a discernir ahora, cuando ya hace bastante tiempo que todo ello pasó. Lo que en realidad fue historia verídica de lo que no lo fue, o si todo fue así, tal como yo lo recuerdo y atesoro en mi mente.
En principio, pensar que toro se redujo a un sueño sin más sería  dejar algo sentado de antemano, como base simplemente de trabajo, pero nada más. Cuando intento convencerme a mí mismo de que se trata de un seceso soñado hay ciertos resortes de mi inconsciente que se disparan de forma automática como catapultados por un muelle, accionados por quién sabe qué fuerza ajena o motivo externo a mí, para hacerme desistir de esa peregrina idea.       Por tanto, tengo la certeza plena, y aún a riesgo de equivocarme, de que no fue un sueño y mucho menos una pesadilla urdida en los entresijos de mi cerebro. Todos conocemos qué sucesos se esconden bajo ese concepto, tan ambiguo  la mayoría de las veces, de pesadilla. Para mí todo lo que recuerdo, todo lo que me ocurrió es algo que almaceno en mi memoria y lo conservo con suma delicadeza porque me resultó muy grato y  por tanto no es posible catalogarlo en el apartado de pesadilla. Aceptar por otro lado la posibilidad de que yo he inventado y construido la trama en mi mente también supone una presunción que carece de fiabilidad. En roda la historia se dan esos detalles, al menos a mí me lo parece así aunque quizás otras personas puedan opinar lo contrario, que te obligan a pensar que todo ello no ha podido ser inventado: la mente cuando discurre lo hace de otro modo, sigue un proceso  que convierte lo narrado en ficticio, en inverosímil, y aunque mi relato tiene visos de inverosimilitud muy acusados, yo los rechazo enérgicamente porque dispongo de argumentos mucho más contundentes, poderosos y sin género de dudas en contra de ese razonamiento y esa deleznable posibilidad. Toda historia, tanto real como inventada, en su trama y en su conjunto nos reserva unas ciertas lagunas imposibles de rellenar porque son vacíos, huecos lógicos, casi biológicos diría yo. Pero siguiendo el hilo de la historia punto por punto cualquier persona mínimamente  entendida y sagaz, con algo de inteligencia, es capaz de percatarse de que en uno y en el otro de los casos estas imprecisiones, estas áreas inconexas son de una categoría totalmente distinta y hasta dispar. No son lo mismo. En el un tipo se producen porque la mente al inventarlas  las pasa por alto creyendo que no son importantes o bien porque no alcanza a todo el conjunto. Y en el otro caso porque es la mente quien no recuerda todo lo sucedido: las cosas pasan y pasan,  se suceden y a nivel consciente es imposible gravarlas todas a la vez y por separado; se entremezclan y muchas veces, la mayoría, llegan a confundirnos, o al menos a dejarnos, perplejos y nos inducen a dudar do la veracidad de lo sucedido, en su totalidad o bien en  una parte del todo. Así pues a mí no me queda otra alternativa más que aceptar que  todo ocurrió, tal vez distinto a como yo lo recuerdo. Sería una posibilidad éticamente buena , pues atribuirme todo lo que me pasó tal como yo ahora lo atesoro en mi recuerdo, cuando ha pasado ya un cierto tiempo y muchos detalles se me escapan y toda y cada una de las partes de mi historia han sido escrutadas, analizadas, contrapesadas y he intentado de algún  modo encontrarles una explicación lógica, me hacen presuponer que en estos momentos la historia tal como yo la conservo en mi mente no es completamente la auténtica y la realmente sucedida. Acepto de entrada que muchos, o tal vez no tantos, de los pasajes yo mismo sin querer y sin proponérmelo los he modificado y los he modificado y los he adaptado en alguna  forma para establecer un hilo lógico para mí.  Todo no su-cedió, con toda seguridad, tal como yo voy a explicarlo a continuación pero yo se, tengo la certeza plena, de que ocurrió porque aunque  aceptarlo llanamente, con la crudeza propia de estas situaciones, hay puntos inequívocos y parajes y partes del paisaje al que después he retornado para convencerme y me he dado cuenta de que todo está tal como yo lo recuerdo, aunque falte lo principal, y por lo tanto si parte del escenario lo he vuelto a ver pasado el tiempo sólo me cabe la pregunta: ¿ por qué no ha de ser real y cierto también el resto?.

Yo había salido de casa de buena mañana con mi pequeña mochila al hombro dispuesto a  pasar una de esas jornadas veraniegas que tanto me encantan. Andar por caminos, veredas y sendas  poco transitadas, casi olvidadas, de la montaña, caminando muchas veces sin rumbo fijo, dejando que el azar y la  elección del momento te conduzcan a parajes únicos, inhóspitos e  inhollados, desconocidos la mayoría de las veces para la gente de hoy en día, o bien retornar a manantiales ya vistos e incluso, en alguna ocasión, descubiertos por mí. Conocer todos esos lugares que nada más hoy algún pastor conoce de su existencia y de su belleza. Un pequeño murmullo, un rumor entre la frondosidad de los matorrales, el silencio roto por el salir volando de un pájaro escondido entre la maleza, adentrarte un poco por la senda inexistente y encontrar allí un pequeño hilillo de agua fresca que mana y corre libre, cantarina, entre rocas para saciar tu sed. Nunca que salgo a la montaña llevo una cantimplora con agua entre mis enseres porque se que en cualquier momento encontraré una pequeña fuente o un manantial o bien una pequeña poceta excavada en el suelo sencilla y primitiva, en donde surge el agua de las entrañas del monte canalizada por unas hojas o por algún trozo de teja o de  caña, colocado hábilmente por algún pastor de esta tierras tan mías, para que aquellos que por allí pasen alguna vez, pocas en realidad, e incluso ellos mismos, puedan descansar unos instantes en ese alto obligado en el camino que todo manantial siempre te exige e impone.
Sin saber por qué casi siempre suele atraerme el mismo macizo a varios kilómetros al sureste del pueblo. Al principio se puede marchar durante varios kilómetros por la carretera, mas yo prefiero seguir el camino que avanza contra corriente al lado del curso del río: un riachuelo pequeño y hermoso en el que sus frías aguas corren y chocan constantemente contra las piedras, con sus pequeños remansos en los que abundan el limo y alguna que otra culebra de agua, y todo por evitar el ruido de los coches por la carretera.  La idea de escuchar el murmullo del agua entremezclado con el canto libre e improvisado de los pájaros me seduce siempre. Me gusta pararme a observar las pequeñas piedras, los pájaros, las flores y todo aquello que para mí tiene un cierto atractivo, y deleitarme con sus encantadoras y seductoras formas. Muchas veces me maravillo hasta extasiarme y doy gracias por poder apreciar tanta belleza, por poder saborear ese enorme desorden  dentro del orden de la naturaleza y que yo pienso que soy capaz de apreciar. Después, cuando el río se abre en dos, cojo el lado de la derecha, el más pequeño, y prosigo  mi marcha que sigue su andar  a la inversa, por el lado de la montaña viendo al otro lado, a lo lejos, la con sus coches, pero sin que su ruido llegue hasta mí. Al poco de andar encuentro una parte del río en que los desniveles del terreno juegan alegremente con el agua formando preciosas cascadas de una grácil y atractiva belleza encandiladora entro las rocas. Poco  después aparece un puentecillo de madera vieja, y yo me desvío  hacia la izquierda por una senda que asciende por entre los pinos de forma muy pronunciada. Encuentro varias mesas en forma de merendero y un manantial que brota con su agua helada en el verano y casi tibia en el invierno. Pienso que es el momento oportuno para detenerme en ese alto en el camino obligado para descansar un poco, reponer fuerzas y comer un poco antes de reiniciar de nuevo la andadura que me obligará a ir siempre monte arriba.
Y la continúas sin apresuramientos tras la demora, siempre en ascenso, entre pinos, oyendo el rumor de las hojas mecidas por la suave brisa, el gorgojeo de los pájaros, pequeños fregar de hojas de la maleza apenas perceptible en el silencio. En suma, unos momentos incomparable de felicidad y belleza que sólo quines aman la montaña son capaces de percibir y saborear. Los rayos del sol filtrándose entre las ramas, los juegos continuos de luz y de sombras, los contraluces al azar, los reflejos dorados en las cortezas de los pinos que resaltan  sus estratificaciones, de nuevo luces y más sombras creyendo adivinar siluetas raras y extravagantes en las alturas, entre las copas, como si anduvieran siguiéndote. Y cuando te sientes cansado, te reclinas contra el tronco, que eliges arbitrariamente en cada momento: un tronco sencillo, limpio de asperezas, con la única pretensión de ser eso: un tronco y un árbol, que te arropará durante esos breves instantes en que tú te entregas enteramente a él. Y te distraes contemplando la silueta de un águila que de súbito, sin saber cómo ni por dónde, ha aparecido por el entrecortado de las copas. Y admiras su vuelo allá en lo lato, siempre majestuoso, sus idas y venidas pausadas, acechando quién sabe qué, reiterativas, su planear en círculos buscando con toda seguridad comida para sus polluelos que la aguardan hambrientos en el nido escondido en lo alto de los roquedales inaccesibles de Peñaquebrada, no lejos de allí, lugar a donde, en principio, me dirijo una vez repuestas las fuerzas.
Dejo de subir la loma y desciendo un poco para proseguir ahora fuera de la protección de los pinos, entre piedras y rocas sueltas, sintiendo el furor del sol estival sobre mi cabeza a pesar del sombrero. Siempre hacia la izquierda para internarme después de haber bordeado Peñaquebrada de nuevo arropado por las sombras de mis benefactores árboles amigos. Y así durante poco más de dos horas. Ya es al mediodía: en primer lugar lo noto porque el sol está en su cenit y sus rayos hieren totalmente verticales y en consecuencia no hay apenas sombras, y si las encuentro son demasiado cortas. Y en segundo porque física y biológicamente lo sé: mi estómago me exige lo que en justicia le corresponde.  Así pues, se esta haciendo hora de buscar un manantial y una sombra que permita un nuevo alto para comer y sestear plácidamente durante un par de horas.  Sé que cerca de este paraje en que me encuentro  debe haber una fuente. No hace mucho rato que he atravesado un pequeño riachuelo, así que sólo me bastará con buscar un poco siguiendo el lecho del mismo en sentido ascendente a pesar de que obrando de esta forma me alejo un poco del que hasta entonces había sido mi camino. Pero no importa demasiado: de todas formas no voy a ninguna parte concreta, me limito a andar, a dejarme llevar por la improvisación, y este giro, este cambio en mi trayectoria quizás valga la pena. No es que con ello vaya a romper un plan o bien una monotonía porque no es ninguno de ambos casos: puede acontecer que encuentre  algún que otro paisaje insólito, uno de esos que tanto me satisfacen y que son el motivo principal y la justificación de mis inmensas y frecuentes salidas en solitario por la montaña. Siempre con mi cámara fotográfica al hombro buscando la oportunidad de conservar para la posteridad y para el recuerdo un lugar exótico e inhollado o bien la fotografía de un detalle nimio que me haya llamado la atención: un simple tronco, una flor, una piedra o un remanso, o tal vez un acantilado, o puede ser un contraluz: todo puede servir para impresionar un negativo aún virgen.

No lo dudo ni tan siquiera un instante y busco el curso del riachuelo. Me adentro por una especie de barranco bastante enzarzado penetrando en un paraje verdaderamente extraño, inusual, desacostumbrado e incluso en desarmonía con el resto del paisaje habitual de estas latitudes. No me costó mucho encontrar lo que iba buscando: apartarse un poco del camino, si es que aquello podía ser llamado así, hacia la izquierda y enseguida una pequeña fuente que nacía entre dos piedras al pie de un gran pino. Las condiciones eran perfectas: agua a mi lado y una buena sombra para comer y dormir un rato.  Liberé mis hombros del peso de la mochila, aunque nunca la sobrecargo; me refresqué a mis anchas y antes y ponerme a comer decidí dar una pequeña vuelta de reconocimiento por aquel barranco que ascendía por la montaña y que nunca antes había visto. Empecé a ascender entre piedras y matorrales de escasa altura. Tras caminar un poco, encontré algo que llegó a impresionarme de forma notable: un pequeño espacio. Como un hueco dentro del paisaje, oculto a la vista hasta que se accede al mismo, tapado por las zarzas con una pequeña y diminuta charca de agua pura y cristalina, helada, con una transparencia que nunca antes había observado con unas pequeñas plantas que se criaban en su fondo y que nunca antes había visto: con toda seguridad, pensé, algún tipo de helechos y líquenes jamás encontrados en estas zonas de alta montaña, no tan altas como para que crezcan estas plantas.        A mi entender se trataban de plantas propias de latitudes y climas no propios a estas tierras. Plantas con flores que producían  preciosas transparencias en el agua de color rojo, amarillo y azul. Quedé maravillado, debo reconocerlo, con aquella especie de lago exótico en miniatura, a escala, pero con todos sus componentes en el sitio adecuado. Era como si una mano gigante lo hubiera arrancado con suma delicadeza de su entorno y lo hubiese depositado con la misma delicadeza aquí para poder ser contemplado nada más por alguien superior. Por un momento creí que todo se reducía a una pura visión producida  por el deseo de ver algo diametralmente distinto y nuevo, la altura, el cansancio. Todo unido y sazonado por un día de calor extremo. Después, a medida que el tiempo iba pasando, me fui convenciendo de que todo aquello era real: por qué no, en la montaña todo es posible; sin lugar a dudas el agua salía de alguna parte y buscando un poco encontré que llegaba un pequeño hilillo entre las zarzas sin hacer ruido. Lo único realmente raro es que no había ningún desagüe: llegué a la conclusión de que en alguna parte del lago el agua se filtraba y que, con toda seguridad, luego, más abajo, emergía de nuevo en el manantial junto al que había dejado mi mochil. Me quedé parado contemplando aquella belleza agreste e insólita, nunca vista con anterioridad. La zona me era algo conocida porque no era la primera vez que transitaba por aquellos parajes; más de una vez me había dejado perder por
esos andurriales, entonces ¿cómo es que jamás, con anterioridad, había dado con este lugar tan maravilloso ni nunca había oído a los pastores comentar su existencia? Tal vez se tratara de una mera coincidencia: nunca me había internado por aquel barranco en busca de agua, y ellos, los pastores, igual que yo, porque había el manantial más abajo y porque todos seguimos camino en busca de Las Navas, en donde la hierba crece abundante y que constituye en sí un objetivo. A demás, allí también hay agua. No sé, pero siempre que se la busca, se encuentra una respuesta más o menos razonable que llega a satisfacernos, y si no, al menos nos deja conformes por el momento.
De todos modos, la existencia de aquel pequeño lago y la naturaleza de aquellas diminutas plantas que crecían en su interior, incluso su localización misma, me llenaban de incertidumbre, no eran lógicas: cualquier explicación resultaba en demasía incomprensible.
Observé que entre las ramas de  aquel pino que producía la sombra  inquietante y seductora en el agua se filtraba un rayo de sol que reflejado en la superficie del agua jugaba con ella hasta incidir, no sé si alevosamente,  en mi cara.  Puede ser que la ligera    brisa que soplaba apenas imperceptible en  aquellas alturas contribuyera también un poco en aquellos juegos  de cabriolas lumínicas. Ya he dicho con anterioridad que siempre  me han gustado los contraluces y los reflejos del sol en el agua y los contraluces filtrados a través de las ramas de los árboles, así que con mi cámara fotográfica en las manos busqué la posición óptima que me permitiera obtener el mejor resultado posible.  De haber dispuesto de un gran angular habría resultado, con toda seguridad,  magnífica, pero no ora éste mi caso: no me gusta ir cargado con todo el equipo fotográfico cuando pienso caminar bastante, así que intenté  por todos los medios sacar el máximo partido a aquella oportunidad única e irrepetible. Me disponía a apretar el obturador ya con una rodilla en tierra para no perder el más mínimo detalle y reflejo en el momento más idóneo cuando sin saber de dónde provenían comencé a escuchar aquellas voces que me llamaban.  Desde un principio tenía la seguridad de que estaba solo y que yo era  el único que había visto hasta entonces aquella maravilla, y todo por pura casualidad. Y de pronto, y sin esperarlo, aparecían aquellas voces humanas, algo infantiles, eso sí me lo parecieron, con lo que me hicieron dudar aún más de la situación, que intentaban  captar mi atención.

- Psssissst, psssissst, !eh, usted!,!usted!,!usted!
- Psssissst, psssissst.
- !Eh,!, !usted!, psssissst, psssissst.
- !Eh!, oiga, sí, usted, psssissst, psssissst.

La aparición súbita de las voces me dejó atónito. He de reconocer que miedo no sentí, en la montaña no se tiene miedo, en todo caso se está expectante porque todo lo que puedes encontrar es siempre manifestaciones de la naturaleza. En otro lugar de esta misma montaña y en otro momento no me habrían resultado extrañas pero por estas alturas tan alejadas de la vida común humana no eran normales. Por estos andurriales no pasa nunca nadie dado, que yo sepa, no conducen a ninguna parte. Podía haber aseverado, antes de estos sucesos, sin riesgo a equivocarme que estos barrancos son, desde hace demasiado tiempo, vírgenes y quizás en muchos años  sea esta la primera vez que sus piedras y sus laderas registran  el sonido del caminar de una persona. Al mismo tiempo por mi cabeza las ideas comenzaban a no funcionar correctamente. Veía una contradicción manifiesta que me inquietaba sobremanera y que comenzaba a ponerme nervioso: cuando más seguro estaba yo de que mi soledad era absoluta y me disponía a saborearla con toda plenitud, sin saber cómo, de pronto, aparecía aquella perturbación que alteraba de pleno la esplendidez que yo me había augurado de un día de campo en solitario, tal como siempre a mí me gusta. Por otro lado estaba ilusionado con la idea de que sólo yo conocía aquel diminuto lago. Era un descubrimiento nada más mío y que no pensaba revelar a nadie. La idea me halagaba y seducía: mi lago. Y sin contar con nadie, así, sin más, hacia acto de presencia aquel desagradable “Psssissst, ¡eh, usted!, sí, usted...” que,  lo confieso, me cogió de improviso, no me lo esperaba. Puede que en otro lugar, tal vez sí alguien pasara por allí o me hubiera seguido con ánimo de gastarme una broma de mal gusto, pero allí, tan alejado del pueblo y del trajinar humano.
Mi perplejidad aumentó cuando al volverme hacia donde provenían las voces que me llamaban no vi a nadie y eso que miré con detenimiento. Así que yo no había oído a nadie ni nada, sin lugar a dudas todo era producto de mi imaginación, tal vez alucinaciones provocadas por la altura y por el cansancio de toda una mañana de caminar subiendo sin cesar por la montaña a buen ritmo. También, creí, por la plenitud maravillosa y la dicha del hallazgo recién hecho.
- Psssissst, psssissst, ¡eh, usted, usted!
- ¡Hola!.
- ¡Hola!.
- ¡Hola!.
- ¡Hola!, ¡hola!, ¡holaholaholaholahola...!.
Era como un murmullo suave que todo lo         inundaba con una vehemencia inusitada. Salía de todas partes, muy cerca de mí y sin embargo yo no veía a nadie. Intuía presencias, tenía la certeza de que estaban jugando conmigo, pero no  capaz de reconocer las voces y mucho menos intuir quienes podían ser. Mira a donde mirara sólo veía montaña por todas partes: piedras y más piedras, roquedales, retama y maleza, arbustos pequeños, tomillo, aliagas y al fondo pinos, muchos pinos, nada más que pinos y más pinos. Cualquier atisbo de la existencia de un ser humano a parte de mí mismo  lo habría detectado inmediatamente. Y por aquellos andurriales no había nadie, excepto aquellas voces que me tosigaban e inquietaban porque no identificaba ni su procedencia ni a sus autores y mucho menos el motivo de su extraño juego. Cabía la posibilidad de que fueran algunos amigos míos que, conocedores de mi afición a la montaña, habían decidido seguirme y gastarme una broma de mal gusto ya porque la situación, para mí, estaba desbordada y mi paciencia había llegado a su límite. Ahora que pensándolo bien era prácticamente imposible. En algún momento anterior los habría visto o sentido, resultaba imposible que hubiesen llegado a pasar tantísimo tiempo desapercibidos cuando yo estoy acostumbrado a moverme por la montaña y a detectar el más mínimo movimiento de pequeñas alimañas que huyen de mi presencia. Es más, al salir de casa por la mañana no tenía pensado venir por estos parajes y por tanto nadie podía estar previamente al caso de mi intención. Yo siempre salgo sin saber muy bien a dónde voy, me encanta dejar que sean mis propios pasos quienes me encaminen en función de las circunstancias del momento: a mí lo que realmente me vuelve loco es caminar por la montaña, subir y bajar laderas sin apenas caminos o sendas que me guíen a alguna parte, perderme sin saber muy bien en muchas ocasiones dónde estoy, dejarme llevar por mera intuición, sin prisas, sabiendo que el final de mi andadura, a dónde llegue al final del recorrido me es indiferente, lo que me interesa de verdad de verdad y me seduce sobremanera es el mientras. También cabía la posibilidad de que fuera una mera coincidencia, otro grupo de personas con mis mismas motivaciones e intereses que, graciosos ellos, habían decidido jugar conmigo de aquella manera tan poco divertida ya, por no decir abierta y deliberadamente cruel. Si se trataba de una broma estaba claro que su objetivo ya lo habían logrado hacía rato. Y por tanto ya estaba fuera de lugar su pretensión de proseguir con aquella pantomima nada graciosa. Porque seguía igual que al principio.
- Psssissst, psssissst, ¡eh, usted, usted!
- ¡Hola!.
- ¡Hola!.
- ¡Hola!.
- ¡Hola!, ¡hola!, ¡holaholaholaholahola...!.
La situación para mí era ya del todo insostenible. Mis nervios  no aguantaban más así que me decidí a cortar por lo sano y poner fin a aquella situación.
-Bueno, ya os habéis divertido bastante. Ahora salid de donde os escondéis y dejemos este juego absurdo y tonto. Yo ya no juego.
Esperaba una reacción, que alguien hiciera acto de presencia. Tal vez un enfado, una reacción contrariada, pero no, no pasó nada que no fuera una mera reiteración ya sabida.

- Psssissst, psssissst, ¡eh, usted, usted!
- ¡Hola!.
- ¡Hola!.
- ¡Hola!.
- ¡Hola!, ¡hola!, ¡holaholaholaholahola...!.
- Venga, ya me he cansado de jugar. ¡Salid de donde estéis!. No le veo la gracia al jueguecito.
- No, no puedo hacerlo. No puedo salir de ninguna parte – fue la respuesta que obtuve.
Al menos la retahíla había cambiado. Mi posible interlocutor bromista había movido ficha y yo decidí seguir insistiendo en mi obsesión porque se hiciera visible y por tanto saber quién era. O al menos que al entablar una conversación más normal conmigo se distrajera, perdiera concentración y por algún indicio yo dedujera dónde se ocultaba.
- Ya está bien por ahora, dejemos este juego que a nada conduce, se está haciendo tarde y estamos perdiendo el tiempo. Sal de donde estás y compartamos la comida. Yo tengo hambre. ¡Va, sal! Soy algo tonto y no soy capaz de saber dónde te ocultas. Va, dime: ¿dónde te escondes?
Esta última pregunta la formulé con la presunción de que reaccionara se hiciera visible a mis ojos. El solicitarle  que me dijera dónde se escondía  podía hacerle presuponer que había adivinado quien era y por lo tanto la broma de mal gusto había acabado. No fue así. Sin esperármelo varias voces al unísono corearon:
-Estamos delante  tuyo, pero tú no puedes vernos. Aunque alargaras la mano no podrías tocarnos y sin embargo prácticamente te estamos tocando.

 Y sí, las voces sonaban casi al lado de mis oídos. Por primera vez sentí demasiadas cosas. En primer lugar estaba claro que eran varios y que estaban a mi lado, muy próximos a mí y yo no era capaz de verlos cuando resultaba que cerca de mí no había nada en donde ocultarse. En segundo lugar estaba claro que mis interlocutores, o lo que fueran, estaban dispuestos a continuar con el jueguecito que por lo visto sólo a ellos divertía aunque yo no estuviera dispuesto a participar ya más en el mismo. Y en tercer lugar sentí inquietud, y ¿por qué no confesarlo?, miedo.

- Va, acabemos de una vez. Sé quienes sois así que ya basta.
- No, no, ¡ no lo sabes!   
- No puedes saberlo.  No puedes saberlo porque no nos ves.
- Tú no nos conoces, no nos conoces porque nunca nos has visto, por lo tanto...
- Jijijijijijiji, no nos conoce.
- Si, y a demás no nos conoce ni puede vernos.
- Jijijijijijijijiji. Jijijijijijijiji.
Sabes, somos  invisibles y por eso estamos delante de ti y tú no puedes vernos. ¿comprendes?.
- Es muy sencillo, somos invisibles.
- Jijijijijiji. Invisibles, sabes, invisibles. Jijijijijijijiji, invisibles.
- Si tú fueras también invisible como nosotros podrías vernos, pero como eres humano y no eres invisible, pues no puedes vernos.

Realmente era demasiado para mí. Resultaba exasperante. Colmaba mi paciencia y mi capacidad de aguante y yo ya no era capaz de reaccionar. Soy una persona normal capaz de aceptar una broma aunque resulte algo pesada, e incluso siempre soy capaz de reírme de ellas luego, pero entre la broma y lo que me estaba ocurriendo había una distancia insalvable. En esta ocasión yo no era capaz de acertar en cómo salir airoso de la situación, me percaté de que ellos tenían la idea y el firme propósito de proseguir hasta cuando quisieran y que a mí  no me         quedaba más remedio que dos opciones: o bien continuar con aquella   farsa absurda  o no hacerles caso y proseguir mi camino y con mis propósitos, si es que tenía en aquel momento alguno, como si ellos no estuvieran y todo lo que me estaba sucediendo nunca hubiese ocurrido.
Sus intenciones denotaban que no estaban dispuestos a dejarme en paz, al menos durante algún tiempo, así que la segunda opción en aquellos instantes no me pareció la más adecuada y por tanto elegí la primera como mal menos confiado en que al final se cansarían ellos mismos por agotamiento viendo que yo estaba dispuesto a seguir con el juego hasta donde ellos quisieran llegar. Muchas veces este hecho resulta pues ya no tiene gracia para la otra parte. Si realmente lo que pretenden es fastidiarte, el no lograrlo puede hacer que la broma cese.

- De acuerdo, acepto que sois unos seres invisibles y que en consecuencia yo no puedo veos ni saber dónde estáis.

- Sí, sí, sí. Eso, somos invisibles y no puedes vernos.
- Veo que al fin vas comprendiendo: somos invisibles y tú no puedes vernos.
- Eso, no puedo veos. Y ahora, decidme: ¿qué queréis de mí?
- ¿Que qué queremos de ti?
- ¿Que qué queremos de él?
- ¿Alguien lo sabe?
- Jijijiijijijijijijijijijijiji...
- ¡Que qué queremos de él.
- Yo no lo sé.
- Yo tampoco lo sé.
- Ni yo.
- Ni yo, ni yo, ni yo. ni yo, ni yo niyoniyoniyoniyo...........
-No sabemos lo que queremos de ti.
- ¿Alguien sabe qué es  lo que queremos de él?.
- Que nos acompañe. Y así mientras lo iremos pensando.
-¡Eso!, que nos acompañe y juegue con nosotros.
- Es simpático. A mí me gusta como compañero de juego.
- Ya has oído. Queremos que nos acompañes, que vengas con nosotros  y participes de nuestros juegos.
- A ti también te gusta jugar, ¿verdad?.
- Nosotros siempre estamos jugando, nos divierte mucho. Tú también te lo pasarás en grande con nosotros, puedes estar seguro. Ven con nosotros.
- Sí, eso, ven con nosotros, acompáñanos. Jijijijijijiji...

¿Qué significaba todo aquello?. Lo analizara como lo analizara era evidente que parecía una alucinación. Estaba claro: la altura, el sol y el calor, la fatiga y el hambre, lo inesperado y seductor de aquel paraje, puede que hubiera en el ambiente algún polen con efectos alucinatorios....¡No!, había que dejarse de explicaciones absurdas, aquello era real, me estaba aconteciendo y debía enfrentarme a ello y resolverlo. Otra explicación no tenía sentido: yo estaba allí y ellos también, pasándose por invisibles, jugando conmigo de forma descarada, con una conversación totalmente deshilvanada y con un cierto eco reiterativo que me resultaba, por qué no, hasta divertido. La situación no era cómoda, pero una vez iniciado el juego me atraía saber cómo iba a acabar y quiénes se ocultaban detrás de aquellas voces que no reconocía pero que una vez identificados los elementos que se divertían a mi costa seguro que eran todos ellos de mi entorno, seguro.
Me suplicaban que jugara con ellos con la garantía intrínseca de que me iba a divertir. Y no lo ponía en duda, pero mi intención estaba bien lejos de sus pretensiones: yo estaba dispuesto a continuar mientras no los identificara, luego no le veía atractivo alguno. Yo deseaba proseguir mi camino. Y antes que nada comer. Tenía hambre y a lo mejor...
- No, ahora no quiero seguir jugando con vosotros. Tengo hambre, es hora de comer y necesito llenar mi estómago vacío desde esta mañana. Creo que ya es hora de hacerlo. Si no os importa, lo dejamos por un rato, como y luego seguimos.

- No, no puede ser, ahora no puedes abandonarlo.
- ¿Cómo que no puedo dejarlo?. He perdido, vosotros ganáis y ya está.
- No, no ganamos ni puedes dejarlo aunque quieras, ¡has de acompañarnos!. Recuerda que lo hemos pactado antes.
- Sí, has de acompañarnos porque... porque ...
- Porque nosotros te hemos capturado y ahora nos perteneces.

Bueno, íbamos progresando: algo quedaba claro a partir de esa nueva información: les pertenecía porque me habían capturado. Y ¿quiénes eran ellos?. Seguía sin saberlo. ¿Qué pretendían hacer conmigo dentro de esta interminable jugarreta?. Desde luego yo no me sentía acorralado ni prisionero de nadie. Estaba claro que si me desentendía de aquellas voces infantiles, el campo, la montaña para ser más preciso, estaba totalmente libre para mí. Nada ni nadie me retenía. Podía  pasar de ellos porque era libre y no había nada que pudiera impedirme hacer mi entera voluntad: retornar  al manantial, comer y olvidarme de la presencia de las voces, dejar de jugar a aquel despropósito equívoco. Sí, desde el principio no tenía que haberles hecho caso. Si antes había sentido un cierto interés por averiguar quienes se escondían detrás de aquella representación, ahora, de pronto, me sentía cansado y ya no tenía el más mínimo ánimo de conocer el desenlace final, me daba igual: ya no me hacía gracia, estaba dispuesto a romper cualquier vínculo que me uniese mínimamente a ellos. El juego se había acabado, eso era todo.

- Por tu propio bien has de venir con nosotros .
- No has de sentirte acorralado ni acosado. Nosotros no nos proponemos tal cosa. Puedes estar seguro.
- Pero has de venir con nosotros porque él te aguarda y ni tú ni nosotros podemos defraudarle.
- No seas suspicaz. Nadie pretende hacerte daño ni engañarte. Sólo te decimos que has de venir con nosotros a donde nos han ordenado que te llevemos.

Un nuevo incentivo se introducía que antes no existía. Existía, al menos eso parecía, alguien a parte de las voces que habían nominado baja el genérico de un pronombre, él, que no delataba nada, que me aguardaba en alguna parte y que ellos debían conducirme hasta él. Por primera vez comenzaba a haber un elemento comprensible y significativo en toda aquella confusión plagada de incoherencias. ¿Quién era él, seguía en juego?. ¿Volvía a interesarme la broma?. ¿ Quería, estaba dispuesto yo, a seguir con su baile en aquella especie de cuerda floja?. No lo tenía nada claro. Lo mejor, dado que todo parecía indicar que no estaban dispuestos a dejarme en paz era aguardar acontecimientos, ganar tiempo.
- De acuerdo.  Voy con vosotros a donde queréis llevarme, pero con una condición: antes he de saber quienes sois, dónde os escondéis y cuáles son vuestras pretensiones.
-Nada más fácil: ya te lo hemos dicho al principio de todo cuando te hemos encontrado, estamos a tu lado y podemos tocarte aunque  tú no nos veas, recuerda que somos invisibles

-No. Si volvemos a la misma retahíla  yo no juego, me marcho, os abandono.  Tengo hambre y quiero comer.
- Comerás cuando lleguemos, por eso no te preocupes.
- No. Así no hay juego .
- Nadie pretende jugar contigo.  Simplemente queremos que nos acompañes hasta la casa del viejo.  El te aguarda y no está bien hacerle esperar. ¿ Tanto te cuesta hacerte a la idea de que somos invisibles?.  Invisibles ¿entiendes?.  Invisibles . Sí, sí, invisibles.  Somos invisibles...

Su insistencia en el hecho de que eran invisibles me hacía dudar de sí aquello era posible o no.  La experiencia y el sentido común dicen que no: no hay seres invisibles, pero la evidencia que yo estaba viviendo entonces, una realidad demasiado clara y consistente, aunque sólo fuera como una idea posible, de que tal ves tuvieran razón y fueran unos seres ' mágicos, pertenecientes a otro mundo, invisibles y que un viejo en alguna parte esperaba mi llegada.  De todos modos no perdía nada haciéndoles caso: sí se trataba de una broma, con el pasar del tiempo acabaría delatándose como tal, y si no lo era y todo lo que habían dicho hasta el momento era cierto no podía desaprovechar la ocasión. Lo que me estaba sucediendo ya habla comenzado a intrigarme seriamente y opté por la solución más cómoda para mí y que no era otra más que dejarme llevar por ellos y ver en qué deparaba todo aquello.

- Está bien - dije -. Me tenéis a vuestra disposición.  Cuándo queréis que comencemos la marcha.  ¿Ya?. ¿Por dónde vamos?.
- No te preocupes por el camino - me replicó el que llevaba la voz cantante; dos demás no eran más que una simple comparsa de quien lo dirigía todo - . Tú no lo conoces, sólo tienes que seguir por donde quieras, siempre adelante, es todo.  Y al atardecer habremos llegado...

Y así fue como comencé a andar siguiendo siempre hacia adelante, subiendo la montaña por un camino invisible, seguramente jamás transitado por seres humanos hasta entonces, cuya existencia desconocía y aún hoy sigo sin conocer: nunca he vuelto a dar con él por más que lo he buscado e intentado repetir, tal como en mi memoria quedó grabado, todos y cada uno de los movimientos que entonces hice.  Ahora cuando ha pasado el tiempo necesario para poder analizar las cosas con frialdad y sin condicionantes externos he llegado a la conclusión de que jamás existió un camino, o un sendero, y que yo me limité a ejecutar, a  dejarme llevar por, las órdenes de una mente superior, seguramente la del viejo, que me guiaba en cada instante de duda y titubeo hasta su morada. 
              
El camino en sí resultó algo largo y cansino, pesado, aunque menos de lo que cabría esperar si tenemos en cuenta lo mucho que tuve que andar añadido a la fatiga de la mañana y la falta de alimento.  Reconozco que soy una persona habituada a realizar largas marchas por la montaña y que por lo tanto  mi cuerpo está hecho para soportar muchas más horas de camino que un ser normal, pero en aquella ocasión creo que no me detuve a descansar en ningún momento, es más: estoy convencido, pese al buen ritmo que mantuvimos a lo largo del camino.  Describir los pormenores del trayecto es algo que ahora escapa de mis posibilidades.  Apenas los recuerdo: simplemente me limitaré a dejar constancia de que apenas me fijé en ellos: iba como dormido, anodadado, como si una fuerza exterior a mí me estira se y no me permitiera reposar mi vista y mi atención en los detalles de los parajes por donde cruzábamos. Nada más recuerdo que ellos, los duendes, fueron siempre muy cerca de mí, hecho que queda reflejado en el leve murmullo producido por sus cuerpos al rozar las hojas y las ramas de los matorrales del camino. También recuerdo que en ningún momento dejaron de cantar y jugar entre ellos: su griterío, sus explosiones de júbilo, su algarabía constante, sus voces que a veces se alejaban para retornar después hasta mí, dando constancia de cuanto digo.

Lo que sí que queda claramente definido en mí mente es el último tramo del camino.  Recuerdo que entramos en una especie de túnel producido por la frondosidad de la vegetación que lo llenaba todo, incluso el techo, dejando apenas pasar algún que otro tímido rayo de sol que se arriesgaba a bucear entre la espesura, como queriendo espiar, o al menos controlar, mis movimientos infrecuentes allí.  No sé cuánto tiempo tardé en atravesarlo de punta a punta, tal vez poco más de una hora.  Y a continuación divisé un espléndido y recoleto valle rodeado de altas montañas, coqueto él en su pequeñez, sabedor de su belleza natural incomparable,, con un diminuto lago en su centro, lago de un agua repasada, limpia y transparente, y una vieja casona en la orilla del mismo.

La primera impresión que me causó aquella vista no puedo describirla.  Lo he intentado varias veces pero nunca he llegado a aproximarme mínimamente a la realidad.  Un valle casi de juguete, encantador, como de cuento de hadas, todo verde, como salido de un cuadro, inverosímil y a la vez real.  Imposible definir cómo era.  Soy consciente de que no dispongo de las palabras suficientes para reflejar su majestuosidad.  Por más cosas que diga de él siempre me quedaré corto, no será más que una aproximación grosera y burda.  A medida que me iba acercando a la casa me di cuenta de que una silueta humana que cada vez quedaba más definida, me estaba esperando en el quicio de la puerta.  No dudé de que se trataba del viejo que me llamaba a su lado tal como las voces me habían indicado al principio y me apresuré a llegar hasta él.  Una vez junto a él, me miró fijamente a los ojos y me tendió su mano que yo estreché con afabilidad. Una mano ancha y fuerza que denotaba y daba seguridad.

A primera vista no me pareció tan viejo como yo me había imaginado al oír a las voces aludir a él diciendo siempre "el viejo".  Físicamente no lo parecía: era un ser más bien alto, o por lo menos algo más que yo.  Aproximadamente mediría un metro setenta y ocho o bien ochenta, alto y delgado como un palo, aunque su cuerpo se vela de complexión fuerte y hasta atlética.  De las conversaciones que después tuve con él he llegado a la conclusión de que se trata de un ser atemporal con una imagen que se materializa según la necesidad de distinta forma y por lo tanto no tiene edad, en ella no hay un paso del tiempo, no se puede decir de él que sea viejo o joven porque su dimensión no es la nuestra. Únicamente una vez le pregunté sobre su edad y obtuve una respuesta evasiva y la  vez contundente: " tengo el mismo tiempo que todas las cosas".  Entonces quedé un poco desorientado con su respuesta, pero ahora que ya comienzo a ver las cosas más claras sí comprendo perfectamente esta contestación además: es lógica.  En cuanto a lo que hace referencia a sus rasgos físicos recuerdo los de talles siguientes: su cabeza era proporcionalmente al resto del cuerpo puede que demasiado grande, especialmente en lo referente a capacidad craneal.  Cara fina y algo puntiaguda en la barbilla, de suave cutis, sin una arruga que hiciera mella en ella, de frente ancha y despejada, ojos achinados, de color azul, labios finos: apenas una insinuación de sí mismos, barba blanco de chivo y pelo del mismo color, largo y lacio, cayéndole en suave ondulación sobre los hombros.  Aunque en cuanto al color de su pelo quiero dejar constancia que no era propiamente blanco, o sea: canoso, sino rubio muy claro, casi albino, es decir: una tonalidad de blanco distinta, poco usual . Puede que esta descripción del viejo, con el paso del tiempo y tras los innumerables intentos que mucha gente ha realizado para lograr que yo lo olvidara, no sea demasiado exacta y esté bastante deteriorada.  Sí pretendiera definirlo apenas con unas simples palabras diría que era un ser de raza china o bien vietnamita, parecido a Ho Chi Minh, por ejemplo, pero más delgado.
Vestía un traje pantalón y jersey todo en una misma pieza de seda azul celestes con botas de cuero marrón. totalmente tapadas por el pantalón. Ningún cinturón ni botones, ni tipo alguno de ornamentación exterior.  Iba vestido con lo imprescindible y al mismo tiempo necesario, sin concesiones de ninguna especie a la estética y a la moda, nada superfluo.  Y si no olvido algún detalle marginal, que también es posible, yo soy humano, esto es todo cuanto se puede decir respecto a la apariencia externa del viejo.
Referirme a su aspecto interno, es decir, a su carácter y a su personalidad, va a ser más difícil precisar los conceptos, quizás porque son harto sencillos, demasiado concretos y poco dados a excesivas matizaciones.  De una persona cualquiera se puede decir que es un poco así, con un poco de esto y de esto otro, que en determinadas circunstancias su comportamiento es detal manera o de tal otra, etc.  Normalmente somos un poco de muchas cosas, mas con el viejo - yo siempre me referiré a él diciendo el viejo pese a que su mente era juvenil y vigorosa, al igual que su capacidad y fuerza física- las cosas no son así.  En breves trazos podría decir que era un ser profunda y acusadamente humano.  Desde luego no era un ser como nosotros como tú que me estás leyendo ahora o como yo que intento hacerme entender.  Su capacidad de comprensión, de asimilación y de  raciocinio eran muy superiores a las de un hombre normal por inteligente que éste sea.  Lo demostró en todo momento sin caer en la petulancia, sino todo lo contrario.  Lo era y lo sabía mas no pretendía demostrarlo; actuaba y procedía como si fuese algo normal, y muchas veces dándose cuenta de su superioridad respecto a mí, intentó, y lo consiguió, llegar a extremos de gran simplicidad para hacerse entender.
Su rostro, y en especial sus ojos, radiaba cariño y bondad.  Permaneciendo junto a él llegué a sentirme arropado, como envuelto, por esa aureola de amor hacia el prójimo que él prodigaba y tenia como algo normal, incluso nimio e insignificante.  Podría deducirse de cuanto estoy diciendo que el viejo era más bien un ser paternalista, contemplativo y condescendiente para conmigo.  Y es posible que sea cierto, mas en el tiempo que permanecía su lado se comportó tratándome como a un igual, intentando que yo no llegara a notar este enorme abismo que entre ambos existía.  El y yo nos dedicamos a dialogar entre amigos, y si alguien alguna vez estuvo incorrecto y fuera de lugar desentonando con el conjunto armónico que él había establecido, ése fui yo.
Estrechamos nuestras manos y entré en su casa sin mediar palabra.  Se limitó a esbozar una sonrisa y a indicarme con un ademán muy significativo que pasara dentro.  Estuvo un buen rato, o al menos a mí me pareció eterno aunque seguramente no fueron más que unos pocos segundos, observándome bien, contemplándome, analizándome hasta el punto de que yo llegué a sentirme incómodo y molesto con esta revista que no estaba muy dispuesto a pasar.
.- Perdona que te mire así - me dijo el viejo rompiendo finalmente el campo de fuerzas de silencio establecido desde el principio entre ambos-.  No estoy acostumbrado a recibir invitados.  Muy de cuando en cuando se acerca alguien hasta aquí, pero desgraciadamente pasan muchos años, demasiados, entre visita y visita.  De todas formas se bienvenido a mi casa.  Supongo que estarás hambriento... Te he preparado algo de comer cosa. No  tengo excesiva variedad de alimentos, aquí en la montaña, aislado del mundo, ya se  sabe... pero espero que te gustará. De otro modo nunca habrías venido  hasta mí.
Me hizo sentar en una mesa de madera no demasiado grande en la que había preparado pan, queso de oveja en aceite, leche de cabra, fruta y nueces.  Yo no había comido en todo el día y estaba anocheciendo, la caminata hasta allí había sido larga y lógicamente tenía un apetito desbordante.  Al final no pude terminar con todo lo que el viejo me había preparado.  Mientras estuve comiendo apenas mediamos palabra.  Tan sólo comentó en un momento dado a modo de observación: "Comes muy poco... ¿no te  gusta mi queso?".  Y la verdad es que estaba muy bueno, como pocos; jamás había probado un manjar tan excelente de sabor y aroma, quizás con un buen vino de la tierra habría resultado algo mejor, aun que mejorarlo resultaría más bien difícil.  Comí hasta saciarme,
sólo que él me había preparado demasiada cantidad.  "Estarás cansado... Si quieres puedes retirarte al aposento que te hemos preparado y descansar, ya conversaremos mañana: disponemos de todo el tiempo que queramos".  Si, yo estaba bastante cansado pero la oportunidad de poder charlar aunque nada  más fuera un breve rato aquella noche con él era suficiente para olvidarme de mi larga caminata.  En especial estaba el problema de las voces y            su identidad que quería aclarar cuanto antes.  No es que me      inquietara como para quitarme el sueño pero estaba dispuesto a preguntar por ellas en la primera ocasión que se me presentara y como  todo daba a entender que el viejo tenía ganas de pasar una velada agradable le planteé este problema sin más. Su respuesta me dejó perplejo al principio: "Ah, sí, las voces que oíste y te acompañaron a lo largo del camino ... viven conmigo. Son mis compañeros, me ayudan en las labores mecánicas, yo no puedo con todo; aunque a veces no son de gran utilidad me conformo: me hacen compañía.  De todas  formas, como yo no preciso excesivas atenciones me resultan suficiente."
Sus palabras me aclaraban más bien poco y yo necesitaba aclarar muchas cosas para comprender al menos algo, así que insistí : "Pero ¿ quienes son?, ¿dónde están ahora?".
.- Que ¿ quines son?.  Me sorprende que no lo sepas aún.  Tenía entendido que te lo habían aclarado al pedirte que vinieras a verme... Son  duendes del bosque, naturalmente.
.- Naturalmente no... "¿Duendes?" -  exclamé yo.
.- Bueno, duendes únicamente no. Hay duendes, entre ellos mí gran amigo Io que es quien te ha hecho venir, enanos - que ciertamente son los más juguetones de todos    - y gnomos. Todos son como niños. Nunca acaban de crecer y madurar del todo.  Seguramente ahora estarán haciendo travesuras por ahí.  Son la alegría de esta casa.  Sin ellos no podría estar aquí cumpliendo con mi deber. Espero que no se hayan comporta do en algún momento incorrectos contigo.  Se les advertí encarecidamente cuando los mandé en tu busca.
.- Pero eso es absurdo - le corté yo-.  Los duendes no existen.  Pertenecen a la fantasía, a los cuentos...
.- Sí. puedes creer lo que quieras.  Sin embargo tú has venido con ellos.  Si pertenecen al mundo de la fantasía tal como tu dices, entonces es muy posible que no sean reales en tu mundo, en el mundo que vosotros los humanos os habéis empeñado en creer, pero eso no es óbice para que ellos sigan divirtiéndose y jugando malas pasadas, a veces, a las personas que se adentran en los bosques. Especialmente por la noche.
.- No puedo creer sus p abras.  Como broma está bien pero hablando ya en serio, eso es totalmente imposible.
.- En ese caso, incluso deberás, en consecuencia, dudar de mi existencia.  En tu mundo soy totalmente irreal, inconsistente.  No puedo tener una existencia, y no obstante estás aquí, a mí lado, planteando tus dudas y tus incredulidades conmigo.  No podrás aceptarme como un ser real, como tú lo eres si es que lo eres, si no aceptas antes a los duendes Tal vez todos, incluyéndote a ti, no seamos mas que un posible en cuanto que posible.  Pertenecemos todos, nos cueste aceptar lo a no, al mundo de lo fantástico real en cuanto que pensable, como fantasía si quieres, pero tan real como tu mundo o como cualquier otro, sólo que estamos en un orden distinto. ¿Has oído hablar alguna vez de los mundos paralelos?, ¿sí ?, lo sabía... por algo te he hecho venir y estás ahora aquí Acéptanos tal como somos, en nuestra dimensión, que no tiene por qué ser la tuya, y no intentes encontrar respuestas a preguntas que son imposibles de responder.
.- Entonces, ¿ usted también es como ellos?...
.- Debo pedirte perdón porque he cometido contigo una falta imperdonable. Te he hecho venir, llevas varias horas aquí, en mi casa, y todavía no me he presentado. He cometido el error de considerar que tú me conocías y  que  precisamente has venido para eso: para saber de mí. No sé por dónde empezar.  Verás... es algo difícil de expresar con simples palabras... Déjame que hable sin ningún tipo de interrupción. aunque no entiendas lo que te digo aunque te parezca inverosímil, aunque te cueste seguir el hilo de lo que te voy a ir diciendo.  Al final, cuando ya hayas podido atar todos los cabos, te resultará bastante más sencillo.
Podría comenzar diciendo que soy un viejo , algo loco, de vuelta de todo, algo bastante solitario, algo cascarrabias, que un día decidió aislarse del mundo y vivir contemplativamente en un paraje como éste, un ermitaño, un anacoreta o algo por el estilo.  Sin embargo estoy seguro de que aunque al principio mi explicación te dejaría satisfecho, poco después comenzarían a asaltarte las dudas . Hay demasiadas cosas en mí que no encajan en lo que sería una caracterización típica del personaje. Y no se acomodarían por la sencilla razón de que te estaría mintiendo desde el principio.  No pretendo sumergirte en una falacia.  Si eres buen observador, y me consta que tú lo eres, te habrás dado cuenta de que no actúo como un ser humano simplemente porque no lo soy... No pongas esa cara de extrañeza: lo sospechaste al acudir a mí llamada y tuviste la confirmación al verme por primera vez... Es lógico que no sea un hombre.  No tendría sentido: una persona autosuficiente rodeada de duendes que vive en la montaña sin que nadie la haya visto nunca, o al menos sin que nadie tenga referencia expresa de mi existencia, y en pleno siglo XX... coincidirás conmigo que no tiene sentido. Parodiando al Hacedor de Estrellas, para definirme, podría decir que yo soy el que soy, pero no estaría bien que yo, infinitamente inferior a Él le robara su definición como Ente.  De todos modos encajaría un algo dentro del contexto en el cual yo me defino como un ente inferior a El.  Yo, en realidad, no existo, simplemente soy y a veces me es permitido manifestarme como forma corpórea.  No sé si me sigues en todo esto que te estoy contando.  Seguramente es bastante difícil... Verás, yo a la vez no soy nadie y soy algo.  No tengo una existencia tan real y tan tangible como la tuya, aunque ahora me estés viendo así, esto no es más que una apariencia más, como un traje que yo me he puesto para poder estar mínimamente presentable ante ti. Será absurdo en mí, te parecerá, que yo precise de estas artimañas para manifestarme. Lo cierto es que la soledad, yo también la siento, a veces puede más que yo y entonces, muy de cuando en cuando, siento la necesidad de entrar en contacto con vosotros los humanos, que tanto tenéis que ver con mi trabajo pese a que os es desconocido. Es en esos momentos cuando encomiendo a mi amigo Io que busque por ahí y me seleccione a una persona capaz de compartir conmigo algunas de sus horas de existencia.  Y para que todo esto sea posible me veo obligado a recurrir a pequeños trucos sin importancia que me permitan estar a vuestro lado... ¿ comprendes?.
Creo que sí - respondí yo sin saber por qué, dado que no entendía nada de cuanto me había dicho, o al menos no era razonable -. Según veo, lo que usted intenta decirme es que pertenece como ser a otro grado de existencia, está situado en un orden intermedio entre nosotros los humanos y Dios, es un ser extraterrestre que cumple una misión desconocida por nosotros pero que nos atañe considerablemente
.- No es exacto en todo, pero se ajusta bastante a la realidad.  Veo que asimilas rápido y bien.  En el fondo, y dicho de otra forma, soy más o menos algo así.
Esta conversación quedó cortada aquí.  No me hubiese importado lo más mínimo seguir toda la noche hablando con el viejo, máxime teniendo en cuenta que estaba muy locuaz e interesante.  Yo tenía ganas de llegar al final cuanto antes.  Conocer qué era lo que hacía, ahora que tenía una idea vaga sobre su origen no terrenal.  No obstante él insistió en que debíamos acabar nuestra plática así dado que yo estaría sumamente fatigado y deseoso de pasar unas horas de descanso. “Ya proseguiremos mañana" apostilló a modo de sentencia.  Yo me resigné a  tener que  hacerle caso confiando en que unas horas de reposo me irían bien y me permitirían recapacitar y analizar todo cuanto había dicho el viejo en tan poco rato.  El tenía, desde el principio, eso estaba claro, escrito su guión así y yo, que en el fondo no era más que un instrumento en sus manos, no debía apartarme de él ni un ápice rompiéndolo por un simple antojo de querer conocerlo todo de golpe.  Si prefería dar por acabada la sesión así... sus razones tendría.  No puse ninguna objeción a su modo de plantear las cosas y me retiré a la habitación que me habían preparado.  El viejo había dicho cosas muy importantes sobre su realidad en muy poco rato.  Cosas que yo acepté como ciertas sin dudar, y mucho menos indagar en ningún momento sobre la posibilidad de que fueran así, tal como él  lo había narrado.  Estaba cansado y mi mente aquella noche estaba dispuesta para aceptarlo todo sin someterlo en ningún momento a un razonamiento razonable de duda que pusiera en tela de juicio cuanto me había explicado y que difícilmente podían aceptarse como creíbles en una situación normal. Me acosté inmediatamente y con un poco de esfuerzo mental logré dormirme sin pensar antes en todo lo que me estaba ocurriendo.  Sabía que si lo hacía me sorprendería el alba dando vueltas a cada una de las frases y palabra pronunciadas por el viejo, intentando encontrar su significado más hondo y preciso, intentando convencerme a mí mismo de que nuestra conversación no había sido tal, que las palabras más importantes nunca habían sido pronunciadas. Mas por suerte par mí no fue así y quedé casi inmediatamente dormido.  Cuando desperté hacia mucho rato que el sol ya estaba muy alto.
No voy a transcribir todas y cada una de las conversaciones que mantuvimos ambos No las conservo en mi memoria tal como se produjeron y me vería obligado, ahora, cuando ha pasado tanto tiempo, a inventar términos y palabras que nunca fueron nombrados.  Y yo no pretendo tal cosa. Nada más relatar del modo más sencillo cuanto me aconteció y cuanto hablamos durante los dos días que permanecí al lado del viejo.
Aquella mañana nos limitamos a hablar sobre temas muy genéricos y variados, aunque desde el principio observé que él ponía especial interés en todo aquello referente a la historia de nuestra especie. No sobre los hechos concretos, sino sobre el método que nosotros seguimos para analizarla. Recuerdo como sí fuera entonces que me echó en cara nuestra mala costumbre de interpretar el mundo de muy distintas maneras, dando sentidos e interpretaciones nuevas a los hechos ya acontecidos, cuando, según él, nadie hace nada para transformarlo.  Y cuando algún iluso lo intenta toda la sociedad se pone en guardia para hacerle desistir, e incluso eliminarlo si es necesario. Para él nuestro error reside ahí: nos hemos dedicado siempre a estudiar la sociedad partiendo de lo que los hombre dicen, imaginan, piensan, hacen, quieren... cuando deberíamos partir de un estudio serio y formal- hay quien lo ha hecho aunque no la servido de momento, ni seguramente servirá para nada- de las formas en que producimos los bienes más necesarios para la vida, relacionando estas condiciones económicas con las demás estancias sociales (política, instituciones, pensamiento e ideología, cultura, religión y creencias, etc.) para a partir de ahí comenzar todos a trabajar con ahínco aunando esfuerzos, para transformarlas y adaptarlas, doblegándolas, hasta lograr cada vez mayores grados de libertad y bienestar: la gran meta del hombre, la ley que debe regir la marcha  de la historia, de todas las luchas, dentro de un proceso cíclico en el que todo vuelve a ocurrir aunque las formas exteriores difieran dentro del desarrollo lógico, no son más que una expresión muy clara de lucha entre clases, porque ésta existen y se establece entre ellas una eterna rivalidad por ostentar el poder y el dominio sobre las otras.  Y una vez una clase logra auparse arriba impone sus leyes y sus normas, con venciendo a las demás de que éstas son las mejores posibles, haciendo imposible que otra logre desbancarse.  Y cuando esto ha ocurrido no ha sido tal, sino simplemente una readaptación del sistema dominante para continuar en su sitio.  Según él, este círculo vicioso en que nos hallamos sumergidos los seres humanos nos llevará inevitablemente a la destrucción. Es necesario que todos nos demos cuenta de que esta lacra - la lucha de clases- debe ser suprimida mediante la eliminación de las clases sociales.  Sólo de este modo nuestra supervivencia  puede quedar asegurada. “Debéis tener en cuenta - me recomendó con gran seriedad, que como especie no sois eternos y que vuestra continuidad depende de lo que seáis capaces de hacer. Desde el principio está en vuestras manos la clave de vuestra existencia.  No destruyáis tan tontamente la Gran Obra del Supremo Hacedor.  No pienses que te lo digo por puro egoísmo. A mí poco me importa: proseguiría mi trabajo en otra parte. Siempre se producen vacantes en las estrellas”.
Desde luego no fue ésta la única vez que hablamos de historia. En un principio creí que era su tema favorito.  Después comprendí por qué.  Siempre que tenía ocasión aprovechaba para llevar la charla a este terreno insistiendo mucho en lo mismo: vuestra continuidad sobre la tierra como especie depende de vosotros. No seáis tan orgullosos como para aniquilaros. Él no lo merece. Vuestra libertad está en vosotros mismos, sólo que no sois capaces de verla, os encerráis demasiado en egoísmos absurdos y así os limitáis. Si no cometierais tantas estupideces vuestro futuro podría ser infinito.
Así pasamos todo el día, hablando siempre sobre lo mismo.  Sus recomendaciones eran constantes y del mismo cariz hasta el punto de que llegué a pensar que para el viejo este tema era una obsesión, máxime cuando me aseguraba que nos habla tomado, después de trabajar con nosotros tanto tiempo, mucho cariño y que sí de él dependía nuestra existencia estaba asegurada, claro que esto no era posible, o al menos no tan sencillo.  Él era un trabajador responsable y eficiente que si en un momento dado se veía obligado no tendría otro remedio más que poner fin a su obra y retornar al lado del Supremo Hacedor para que le encomendase otra misión no tan desagradable.  Por la noche cuando me retiré a descansar mi cabeza era un hervidero de preguntas sin respuesta posible, al menos de momento.  Ciertamente el viejo sabía ser desconcertante cada vez que se lo proponía. Cuando comenzaba sus razonamientos era lógico y yo podía seguir su divagar.  Después, cuando menos lo esperaba, saltaba a otros terrenos cuyo entendimiento me estaba vedado.  Ahora únicamente me limito a narrar lo que recuerdo como asequible a mi conocimiento. Todo lo otro con toda seguridad, debe estar almacenado en alguna parte de mi inconsciente porque mi mente, no me cabe la menor duda,  se negó desde el principio a intentar comprenderlo al no disponer de recursos suficientes. Le pregunté varias veces por cuál era en concreto su cometido, ese trabajo tan importante que el Hacedor le había encomendado y que a menudo sacaba a relucir sin que hasta el momento me lo hubiese aclarado.  En todo momento esquivó hábilmente mi  pretensión de conocer más sobre él prometiéndome finalmente que mañana lo conocerás con todo exactitud, hoy no está aún presentable.  Me acosté aquella noche con la esperanza de que el viejo cumpliría su palabra.
Y efectivamente así fue.  Por la mañana me desperté  temprano convencido de que iba a ser el último día que pasaba en compañía del viejo. Iba a desvelarme el gran secreto: su trabajo.  Charlamos durante bastante tiempo sobre cosas no demasiado importantes, después me pidió que le acompañara a sus aposentos. Nunca me los había mostrado. Me introdujo en una enorme sala llena de libros enormes, ordenadas según unas inscripciones en el lomo cuyo significado me era desconocido.  Había así mismo una especie de mesa con otro libro igual a los anteriores, abierto en una pagina a mitad de escribir. Señalándome todo aquello dijo:  “Este es mi trabajo.  Aquí está condensada toda la historia vuestra, los seres humanos, desde el principio".  Quedé perplejo ante la posibilidad de que alguien hubiese estudiado y recopilado toda nuestra historia desde sus albores. Y le hice el comentario oportuno admirado de que alguien dedicara toda su existencia a este cometido tan importante. Sin embargo,...  Mi sorpresa fue mayor cuando el viejo se sorprendió asegurándome de que no se trataba de un mero compendio de nuestra historia, sino que en aquellos tomos estaba escrito parte de nuestro futuro más inmediato. Dijo muchas más cosas, hasta lograr que yo comprendiera cuál era el papel que él desempeñaba en esta historia, pese a que la conclusión resultaba desde todos los puntos claramente  increíble: el viejo era, por decirlo de al modo, la propia historia, nuestra historia, así sin más.
No exactamente la historia en sí sino el ser que escribía, antes de ocurrir, todos los sucesos de todos los que vivieron, vivimos y vivirán en la tierra. Charlamos largo y tendido sobre su responsabilidad, según mi parecer, en todas las injusticias, contiendas y guerras, matanzas y exterminios, y todo cuanto ha pasado a lo largo de nuestro devenir durante tantos siglos.  Yo partía de la premisa de que él era quien escribía todo cuanto iba a acontecer, el que inventaba, el culpable de que ocurriera así y no de otro modo, pudiendo evitarlo.  Sin embargo supo zafarse de mis acusaciones: él no inventa nunca nada, escribe, estudia, contempla nuestro largo y lento caminar limitándose a recopilar lo que lógicamente sucederá en el tiempo, pero que fuera del mismo es una evidencia que está ahí y que no se puede saltar porque es así y no de otro modo.  El no manipula la historia porque es algo que escapa a sus atribuciones.  Todo suceso, por extraño que parezca tiene su lógica: una causa que lo origina y una consecuencia, pura lógica aristotélica. Es la lógica del movimiento aunque la humanidad parezcamos cada vez más parada.
Intenté por todos los medios saber más sobre el tema.  Hacerle hablar de su trabajo,  pero se negó en rotundo.  Dijo que todo lo que quería decirme ya lo había dicho, que no tenía nada más que agregar. Eso sí, me suplicaba que  yo fuera, pobre de mí, el transmisor que obligara a los humanos a  recapacitar todos sobre lo que estábamos haciendo tan mal, que era a nosotros a quienes nos competía, que en el fondo a él poco le importaba.  Por la noche, muy temprano, ante el hecho de que su comunicación ya había tenido lugar, me retiré a descansar confiado de que con el nuevo día tal vez cabría  la posibilidad de saber muchas cosas.
Desperté a la mañana siguiente en mi propia cama.  La primera idea que vino a mi cabeza fue que todo se había reducido a un sueño.  Nada había sido real.  Sentí un gran alivio. El viejo era un engendro de mi mente.  Todo lo sucedido era producto de mi cerebro . Menos mal: una pesadilla mas sin excesiva importancia.  Sólo tenía que levantarme y todo quedaría olvidado.
Sin embargo al intentar hacerlo noté que me faltaban las energías necesarias.  Era como si algo me retuviera en el lecho sin dejarme mover.  Qué  contrariedad: nunca me había sucedido tal cosa hasta el momento.  No era normal.  Decidí permanecer un rato más acostado hasta que todo se calmase.  Pero no fue así. Permanecí en cama durante varios días más sometido a un estricto cuidado médico porque según todos tenía muy alterados los nervios. Una vez reestablecido tuve acceso a la información que me faltaba y que me llenó de enorme tranquilidad.
Efectivamente había marchado una mañana con mi mochila al hombro.  Sin embargo no retorné por la noche ni al día siguiente. Pensaron que posiblemente me había sucedido algún tipo de accidente y  decidieron a salir en mi búsqueda.  Según dicen, me encontraron dormido bajo un árbol en un paraje muy alejado y desconocido para todos, y por cómo lo describen también para mí.  Allí no había ningún lago ni nada que se le pareciera.  Intentaron despertarme sin conseguirlo.  Una vez en casa volví en mí pero no hice otra cosa más que decir incongruencias totalmente increíbles sobre un viejo que habitaba en las montañas y que nadie conocía ni sabía de él.  Pensaron que me estaba volviendo loco.  Creo que todos aún siguen con la misma idea.  Debió ocurrirme algo que alteró, tal vez para siempre, mis facultades mentales.  Ahora tengo la certeza de que todo cuanto me sucedió es cierto y que nada fue soñado.  El viejo vive y yo hable con él durante dos días.  He intentado convencer a todos de esta realidad mas nadie me cree, me miran y me tratan como a un ser que ya no pertenece a este mundo.  Quise demostrarles a todos que no mentía, que no había inventado ni soñado nada.  Pensé, más bien recordé, que las fotografías que había tomado el primer día me ayudarían, pero no ha sido así. Las mandé revelar confiando que al menos el lago me sería de gran ayuda.  No ha sido posible.  El laboratorio certifica que el carrete jamás fue expuesto y que reveló un material virgen. Qué puedo más puedo hacer yo ahora si nadie me quiere escuchar.