ANDRÉS MARCO

miércoles, 28 de noviembre de 2012

TODOS SOMOS BUSCADORES

Todos somos buscadores de miradas:
tiernas, cómplices , directas, solapadas,
unas de aquiescencia, otras aterciopeladas
que acarician nuestras miradas necesitadas
porque necesitamos que me mires si yo te miro
como tú necesitas al mirarme que yo te mire
y es que si no nos miramos el suelo no está firme
con tus ojos en mis ojos, mis tus ojos y un guiño.
Ojos y ojos, ojos que miran con cariño,
miradas y más miradas adobadas con el aliño
de un ligero roce: tus manos en con mis manos:
todos buscamos miradas : somos humanos.

martes, 27 de noviembre de 2012

ESTRELLA DE MI COTIDIANA MAÑANA

Estrella de mi cotidiana mañana
con qué vigor tu luz emana
y modifica el semblante de mi cara,
no puedo sustraerme a tu mirada.
Estrella de mi cotidiana noche
señalas con precisión mi sendero
para que no vaya a trote y moche
y me pierda en fútiles derroteros.
No penes, amor mío, por tu derroche:
todos precisamos, perdidos, un lucero.

QUÉ NEGRO FUTURO

Qué negro futuro nos aguarda
me digo a mí mismo con rabia
toda una vida de trabajo y sudor
y que me lo roben sin ningún pudor
para que no decaiga su algarabía.
¿Cómo quieren ahora que me sienta
viendo como uno poco a poco revienta
y encima me exigen tener mente fría?
¿qué no más de nosotros querrán
cuando tanta gente pasa hambre
convencidos que demasiado nos dan?
Nada. Que se lleven también mi sangre.

lunes, 19 de noviembre de 2012

NO ME MIRES

No me mires, no me mires con esos ojos,
no me mires, que en tu mirar me derrito,
no me mires así, mira que ya tiene delito
sólo de ver mi reflejo en ellos yo ya gozo.
No me mires así, no me mires amor mío
no me mires así , no me mires de ese modo
que al verme en ellos yo pierdo el sentido
y sólo en tus brazos encuentro el acomodo.
Cómo quieres que no te mire yo, amor
si sólo de mirarte me entra el temblor
de saber que todo lo demás ha oscurecido.
Mírame, mírame con esos ojos mi vida,
mírame, mírame siempre, que a fe mía
sé que sin tu mirada para mí todo termina.

martes, 13 de noviembre de 2012

SE ACABÓ NUESTRA PRIMAVERA

Se acabó nuestra plácida primavera
al rebasar la invisible frontera,
esclavos somos de nuestra era
al no querer ver esas cadenas
que nos llevan de la alegría al dolor;
ya nada es ni será como antes era
lo humano ha dejado de tener valor.
Pararía el devenir del mundo si pudiera
para que cada uno de nosotros viera
el fatuo sin sentido de tanto color
de farándula y opereta, puro fulgor:
creemos que somos como el de al lado
cuando, esclavos, somos sólo eso: esclavos.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Dana (continuación)



21

Una vez más la parada del autobús para bajar al centro de la ciudad. Tristán se ha ido por su cuenta, solo, sin contar con nosotros. La verdad es que comienza a aclararse con las calles de Barcelona, únicamente hay que dejarle una guía en las manos y es todo; ya no le hace falta nuestro tutelaje. De todos modos algún día tendré que ir con él, acompañarlo a donde él quiera para que, al menos, de este modo no se sienta tan desamparado. No dudo de que esta muy acostumbrado a esta andadura, la soledad del corredor de fondo; lleva demasiados años en esa espera inútil y borde, estéril, sin recompensa, sin embargo a veces me paro a pensar en su situación, en su inquebrantable voluntad, en su tesón ante la adversidad, su intuición de que el hallazgo es inminente, y no lo comprendo demasiado. Yo no sería capaz de soportar tanto, habría tirado la toalla mucho antes. Hay cosas para las cuales yo no estoy hecho. Sin embargo él acepta su sino: vagar, deambular, capear por terrenos hollados y terrenos vírgenes en busca de su Belladurmiente, porque todos sabemos que al final la encontrará. Siempre hay un final, un algo que da sentido a las cosas, a nuestras vidas. Siempre, menos este autobús 26 que nunca llega.
La gente se impacienta, como siempre. Son muchas las veces que me acercaría al centro y no lo hago única y exclusivamente por no tener que esperar el autobús. Si al menos funcionara ya el metro. El túnel está acabado desde hace tiempo. Ahí cerca está su boca abierta, boca de un bebé que, babeante, aguarda a que alguien le alimente. Por ahora que siga esperando. Como nosotros, que permanecemos impasibles desgranando ese rosario de minutos que no acaba de consumirse, contando esa procesión de coches que pasan sin que el 26 aparezca por ninguna parte.
Son contadas las veces que prescinda del autobús y utilizo el coche. Entonces es peor, en el centro no hay modo humano de poder aparcar. Tan sólo hay aparcamientos de pago y aún así están en todo momento llenos. Todo está dividido, fragmentado, estructurado, milimetrado, catalogado, incluso las calles y como resultado si no pagas no aparcas. El coche es un engorro, no es él el que te lleva, sino tú a él, y de este modo se transforma en un lastre, dependes totalmente de sus posibilidades reales, no puedes metértelo en el bolsillo, apenas te deja libertad de movimiento, te limite en tu
capacidad de desplazamiento, no puedes abandonarlo en una calle cualquiera, el aparcado está nada más autorizado para una hora, luego has de regresar al vehículo y cambiarlo de sitio, llevártelo a otro lugar, con la consabida pérdida de tiempo; si tienes suerte y no hay ningún agente cerca te limitas a pagar otra hora y poner el papelito en el salpicadero para que se vea, pero corres el riesgo que el guardia se haya percatado de que tu coche no se ha movido de lugar, y la verdad, así no hay quien pueda.
La gente, en la parada del autobús, se impacienta. Si fuesen de otro modo intentaría distraerlos, inventar alga para que la espera no resulte tan larga, mas es mejor no planteárselo, ni siquiera pensarlo, no me entenderían. Y eso que todos nos conocemos las caras, a las mismas horas siempre son los mismos los que esperan.
A lo lejos se divisa la silueta roja de un autobús nuevo, de la serie 7000, seguro, la del accidente, con el cartel verde del 26. Hay nerviosismo, impaciencia, apresuramientos, tomas de posición para poder subir apenas llegue. Premio a nuestro tesón, a nuestra santa y estoica paciencia, llegan hasta la parada en que estamos tres 26 seguidos, juntos, formando una caravana roja, serpiente artificial odiosa. Nunca vienen y cuando lo hacen son tres vehículos a la vez. Organización perfecta de la Compañía. Podemos subir en el último los más tranquilos, los más pacientes, los que tenemos menos prisa, pensando en que como irá todo el trayecto junto con sus hermanos de número que le anteceden, permanecerá semivacío y por tanto nosotros todo el trayecto sentados. Una vez arriba, apenas el autobús arranca, la gente vuelve a demostrar su tedio. Unos hablan con sus acompañantes, otros leen el periódico, los más dejan vagar la vista por la calle, mientras avanzamos penosamente, sin pensar en nada, dejándonos llevar, rumiando nuestros pensamientos, sumidos en nuestra supuesta independencia.
Sin saber cómo ni por qué me levanto y me dirijo hacia el conductor ordenándole que pare el autobús. ¿Qué sucede? La gente me mira perpleja mientras yo me mantengo en la exigencia de que el vehículo se detenga. Finalmente el conductor accede a mi inusitada pretensión. Todas las miradas se fijan en mi persona. Yo permanezco de pie, en la plataforma, desafiante. Hay que hacer algo, he detenido el autobús, ahora no puedo permanecer por más tiempo callado, aguardando a que ocurra algo, soy yo quien ha provocado esta irregularidad, por tanto soy yo quien debe tomar la iniciativa, romper el hielo, salir del impás. Estoy decidido. No me lo pienso demasiado. A ver cómo resulta. Comienzo a hablar en voz alta, templando el tono, sin apresurarme, modulando al máximo para hacerme inteligible:
—"Mis queridos compañeros de trayecto. Hemos tenido que soportar todos juntos la larga e injustificable espera, la imperdonable demora de este autobús para que al final
llegaran tres unidades juntas. Como podéis ver delante nuestro van otros dos vehículos hermanos del nuestro, así que yo os propongo, os sugiero que como represalia secuestremos todos unidos éste".
Hay voces recriminatorias al fondo aunque apenas percibo lo que dicen realmente. En los autobuses ya se sabe, todos hablan cuando no van solos, y lo hacen en voz alta y así es difícil entenderse. Es el problema que tenemos los españoles, siempre levantamos
la voz más de lo debido para que nuestra opinión prevalezca sobre las demás. A medida que el tiempo transcurre por las caras veo que hay más expectación que aprobación que opiniones en contra. El conductor me mira con una sonrisa que no sabría decir si es de odio o de ironía. La verdad es que su cara resulta bastante inexpresiva. Un semblante sonrosado, regordete, de hombre feliz, que se conforma con lo que tiene, con su bigotito cano. Un hombre más bien entrado en años, algo grueso, cabeza cana y semicalva, carácter plácido, incluso alegre, manso para con los demás. Me cae bien este hombre. No sé qué juego podrá dar, pero estoy seguro que
va a ser un buen elemento activo, un buen punto de apoyo para lo que me propongo.
En su mirada creo entender algo así como ¿a qué esperamos? o bien ¿qué he de hacer yo?
—"Yo, mis queridos compañeros de viaje, os propongo que a cambio del tiempo que hemos perdido inútilmente con la espera, inaceptable, de este autobús, nos compensemos de la Compañía de Autobuses divirtiéndonos un poco a su costa. Hace un momento os proponía secuestrarlo. No es exactamente eso lo que yo sugiero que hagamos. únicamente que juguemos, si todos estáis de acuerdo, algo para mí sumamente interesante y divertido. Llevamos todos una vida demasiado ajetreada y reglada en la que lo lúdico no tiene apenas espacio, si es que le damos cabida, por lo tanto yo proclamo que viva la fiesta”.
—"Eso, eso, juguemos con el autobús —corean unos jóvenes que están sentados al fondo de todo. Cinco jóvenes dispuestos a montar la juerga donde y cuando haga falta. Con espíritus así vale la pena organizar cosas
—Brrrrrrr, el autobús todo nuestro, para nosotros solos, sin recorrido, sin paradas. ¡Toque la bocina, señor conductor!" - grita uno de ellos mientras los otros aplauden y silban encantados.
—"Veréis, hay que aceptar que todos cuantos estamos aquí dentro nos conformamos con el asiento que hemos elegido libremente y a partir de ahí podremos dar comienzo al juego. Nadie deberá bajar del autobús hasta que la primera persona, la que está sentada en estos momentos en el primer asiento de la derecha, justo detrás del conductor, no haya llegado a su destino. Mientras, no habremos de recoger a nadie, el autobús seguirá su marcha sin detenerse para nada en ninguna parada. Una vez esta señora tan encantadora que nos acompaña haya bajado podrá subir nada más un pasajero que deberá aceptar sin discusión las normas del juego que estamos estableciendo. Entonces será el turno del segundo pasajero, este señor —y lo señalo con el dedo- que está sentado detrás suyo. Y así sucesivamente iremos deshojando esta inmensa margarita, en una especie de ruleta rusa en la que podemos estar todo el día circulando por las calles de Barcelona, yendo y viniendo, llevados por el imprevisible azar de la persona que le toque el turno. ¿De acuerdo todo el mundo?, ¿hay alguien que no esté dispuesto a iniciar esta experiencia?, ¿hay alguien que se oponga?
Me miran todos asombrados, expectantes. El conductor se frota las manos entusiasmado. "Al menos una novedad en este tedioso recorrido" le oigo decir para si en voz baja, y aún añade: "Luego con decir que ha sido un secuestro, arreglado". Contemplo el panorama que ofrece el vehículo desde mi posición delantera. Nadie se decide a tomar la iniciativa. Veo que hablan entre sí, se consultan, cruzan miradas tentadoras, significativas. Así que decido forzar un poco la situación y repito nuevamente la pregunta: "¿Todo el mundo de acuerdo?".
Me sorprende ese "Siiiiiiiii" tajante, contundente, decidido. Luego podemos comenzar. ¡Adelante con el juego!. Interrogo al conductor sobre si ha comprendido bien las reglas del juego. Me replica que sí, que son muy sencillas, que no me preocupe, que cuando alguien tenga que subir ya se encarga él de explicarle todo. Y dirigiéndome a la señora que va sentada detrás del conductor le pregunto:
—Bueno, veamos, señora, usted ¿hasta dónde va?
-La verdad, joven, tal como se están poniendo las cosas aquí dentro, hasta el final. Va a ser muy interesante todo esto.
-0 sea, que tenemos que llevarla directamente a la Plaza Catalunya ¿no? !Magnífico!. Un trayecto completo sin que baje ni suba nadie.
-No, no, no me ha comprendido bien. Digo que yo cedo el turno a otro y me quedo hasta que todo acabe. No quiero perderme el final.
-Lo siento, señora, así no vale; las normas son las normas. ¿O es que no ha leído usted bien el letrero?_
Me mira con cara de no comprender a qué letrero me refiero, y la verdad es que no hay ninguno.
—Venga, decídase, ¿a dónde va usted?
—Bueno, si hay que respetar el juego, lo respeto, me avengo a las normas. Yo voy hasta la parada de Vallcarca.
—Conductor, ya lo ha oído: Republica Argentina—Puente de Vallcarca.
Y me dirijo hasta mi asiento, el cuarto individual a mano derecha; o sea que aún me queda diversión para rato.
El autobús inicia su lento deslizar. Los que iban delante hace rato que se han perdido de vista. Mejor, así iremos solos, sin comparsas, sin que nadie nos abra camino. Solos en la aventura, como debe ser. Oigo ovaciones al fondo. Me giro y los miro. La gente me aplaude, me vitorea. No me resta otro remedio más que ponerme de pie y saludar agradecido.
Bien mirado el Valle de Hebrón no es tan largo como parece si el autobús no se detiene en ninguna parada. El Paseo de San Gervasio, siempre embotellado, resulta más fatigoso. Craywinchel, República Argentina. La señora del asiento delantero se prepara toda majestuosa. Va a ser la primera en abandonar el juego, la primera víctima. Se levanta y viene hacia mí. "Joven, muy agradecida", y me da un beso en la frente. El agradecido soy yo, todavía queda calor humano, capacidad de comprensión, deseo de realizar gestos colectivamente, entre las personas, sólo hay que buscar un poco.
Se detiene el vehículo. Ella baja ceremoniosamente mientras veo que el conductor baja también él a la calle para explicar las normas de conducta en esta unidad del autobús de la Línea 26. La autoridad máxima dentro es él, eso no lo duda ya nadie. Una joven, rubita, con el pelo corto y rizado, bien vestida, agradable de apariencia, sube toda ilusionada. "Ahora el siguiente" grita el conductor. Nadie le responde. Me levanto y le pregunto al caballero, bastante anciano, que le toca el turno, que a dónde va. Me contesta que a casa de su hija, a comer con sus nietos. Sí, de acuerdo, pero dónde tiene que bajar. Me dice que en la Plaza Lesseps. "!A Lesseps!" grito yo tajante. Y se vuelve a iniciar la marcha. Una chica joven que va sentada al fondo se acerca a mí y mirándome a los ojos me dice: "Muy guapo lo tuyo. Se estaban perdiendo las ideas", y me ofrece un caramelo de una bolsa llena que lleva en la mano. Lo tomo agradecido.
“! Gracias!". "Yo también quiero uno" gritan desde los asientos últimos. "Tranquilos, hay para todos", replica ella. Y se va paseando por el pasillo ofreciendo caramelos a todo el mundo. Esto es maravilloso, encantador, inigualable. Solidaridad humana que sólo es posible en estas circunstancias, dentro de un autobús en marcha. Llegamos a la Plaza Lesseps. El Señor se levanta y baja del autobús. Al poco sube un muchacho joven, no más de l6 años, con una chaqueta de cuero llena de chapas y púas de metal, con el pelo cortado a lo punki, entusiasmado.
"¿El siguiente?", interroga el conductor.
"Hasta el Paseo de Gracia/Aragón". Fabuloso, vamos a tener recorrido sin paradas para rato. Príncipe de Asturias, Plaza Gala Placida, Vía Augusta, la Diagonal, el Paseo de Gracia... Deteniéndonos nada más que en los semáforos. La parte de atrás del vehículo es una verdadera juerga. Me gustaría unirme a ellos, mas no puedo, debo atender a la marcha correcta del autobús, para que el juego sea un éxito mientras ellos se solazan
como nunca lo han hecho en un autobús. Todos cantamos aquello de "para ser conductor de primera, acelera, acelera, acelera señor conductor" mientras batimos palmas acompasadamente. Y el chófer nos hace caso, se siente eatimulado. Bajamos el Paseo de Gracia sin que ningún semáforo nos detenga. Ahora se oye la canción de "Vamos a contar mentiras".
En Aragón baja una chica jovencita, muy mona, que ha ido todo el trayecto mascando chicle, sin integrarse, sin decir nada, nada más ha abierto la boca para indicar a dónde iba. Sube un señor de edad intermedia, trajeado, con un portafolios en la mano. Antes de sentarse pregunta "¿Quién es el responsable de tan magnífica idea? Levanto la mano. "Le felicito". Y se oye una nueva ovación unánime.
Las lágrimas afloran a mis ojos. El siguiente en bajar seré yo. Tendré que abandonarlos, dejarlos solos. "A la Plaza de Catalunya", grito al conductor. Se oye un "Ooooooh..." al fondo muy elocuente. Qué le vamos a hacer, el juego es el juego. Yo tendré que bajarme mientras ellos prosiguen su incierta y divertida marcha. Gran Vía, girar para enfilar Rambla da Catalunya. Al fondo se vislumbra la Plaza de Catalunya. Fin de mi viaje. Me levanto apesadumbrado, me habría gustado tanto seguir con ellos cantando "Carrasclas", para, al menos, ver cómo termina esta juego estrambótico qua yo mismo he iniciado. Todos me abrazan y vitorean antes de bajar. Les digo adiós con la mano, poniendo cara de circunstancias. Los abandono, y lo siento, lo siento como algo que me arrancaran a mí mismo, como un desprendimiento forzoso, obligado, ni querido ni deseado. Sé que se van a divertir durante mucho rato hasta que alguien decida poner fin a este juego y retornar a la normalidad. Mientras seguirán circulando, de momento todo seguido hasta el comienzo da la línea, en el regreso nadie podrá bajar, yendo y viniendo sin contratiempos, pasando un día inolvidable. Lástima que yo me lo pierda. Aunque no importa, todos, especialmente el conductor, conocen a la perfección las reglas del juego.




22


Salimos temprano de casa. Andrés me está aguardando dentro de su coche. Al verme, pone en marcha el motor. Sé que a él esta visita no le complace demasiado, pero debemos ir. No podemos continuar dando tumbos. Merlín me aconsejó que viniera a Barcelona. Y aquí estoy. Toda la ayuda posterior que podamos conseguir bienvenida sea. Entro dentro del coche. Hace menos frío en el interior que fuera. Estas mañanas de marzo son siempre gélidas, luego el sol se adueñará de la luz y quedará un día plácido y agradable. Partimos de inmediato. Sé que vamos por el Valle de Hebrón, pero en dirección contraria a la usual. Enseguida nos desviamos hacia la derecha, abandonando el Paseo. Gira el coche de pronto y pasamos por encima de la calzada
Por la que veníamos. Andrés lleva la pipa en la boca. Tan temprano y ya está fumando. No dice nada, tan solo se limita a conducir en silencio. Tan solo, en un momento dado, me ha comentado: "Ponte el cinturón, vamos a hacer carretera".
Y la carretera se empina, zigzagueando por la montaña precipitadamente. A la izquierda quedan los depósitos de gas que se ven desde la casa de Carlos. Hay muchas curvas. No quiero fijarme en el trazado. Es feo, desolado. El camino es sumamente estrecho, angosto. Además, solitario. Cierro los ojos y me dejo llevar por la música que suena dentro del coche, una música muy alegre, que fluye a poco volumen. "Andrés, ¿puedes subir un poco el volumen?", le sugiero yo, "estas tonadillas me encantan". No las conozco, pero son estupendas, me sustraen a otra época. Y Andrés gira el botón del volumen. Los tamborines, los rabeles, los laudes, las flautas, las cornamusas, instrumentos que reconozco demasiado bien, surgen con más brío, más entonados, más alegres. También las voces. "¿Te gusta?", me pregunta Andrés. "Si, me encanta. Pero no las conozco. ¿Qué es?". "Son temas de Carmina Burana", me explica mi acompañante. No los conozco, no los había oído nunca, pero me agradan. Me complace esta música.
Y proseguimos la marcha ascendente, volteando sin parar, sinuosamente, hasta llegar arriba. A continuación, sin intervalo, comienza el descenso que se me asemeja peor. Todavía hay más curvas si cabe. Quiero hablar, distraerme, comentar algunos aspectos de nuestra visita con Andrés. Que, al menos, me diga cómo debo comportarme con la dama. No quiero causarle una mala impresión. El negocio que nos trae es de vital importancia para mí. No obstante Andrés permanece callado, con la mirada fija en la carretera, fumando y conduciendo. No desea dialogar, no le hace demasiada gracia
que Dana lo haya metido en esta empresa. No digo nada, me abstengo de hacer cualquier comentario. Bastante hace con acompañarme. Esta espiral de asfalto no tiene término. Prosigue serpenteando, avanzando por la montaña, descendiendo siempre. De súbito aparecen casas, torres pequeñas al lado de la carretera. Intuyo que estamos arribando. Aminoramos la velocidad, pasamos un pequeño puente y Andrés vira hacia la derecha abandonando así la carretera que nos traía. Hay más torres, todas semejantes ante mis ojos. "Hemos llegado", me dice Andrés sin ganas de añadir nada más. Normalmente no es tan parco de palabra, hoy ahorra los comentarios con avaricia. Detiene el coche, quita la llave de contacto, saca el aparato reproductor de música y lo guarda en una bolsa. "Vamos", me anima. Sí, vamos y que la suerte sea nuestra fiel compañera, la vamos a necesitar.
Apenas unos pasos y nos paramos frente a una casa con jardín. No me agrada su apariencia. No sé, pero la verdad es que esperaba otra cosa. Andrés llama al timbre. Aguardamos impacientes. "Andrés, por favor, habla tu. Estoy sumamente nervioso, no quiero cometer ninguna incorrección", le suplico cuando un hombre bajito, gordo y entrado en años, calvo, se dirige desde dentro hacia nosotros. Tampoco me satisface su aspecto. Por un momento pasa por mi cabeza la descabellada idea de salir corriendo, de abandonarlo todo. Me da miedo lo que vamos a hacer. Pero sólo es un momento. Pienso en la Belladurmiente que me aguarda, mi bella Iseo, como dice Andrés, y tomo bríos renovados. Hemos venido hasta aquí para que la dama nos de algún indicio, algo que me permita hallarla. Una señal, tan sólo una sugerencia, aunque resulte liviana. No podemos abandonar esta mansión con las manos vacías.
—Buenos días, ¿la señora Neus? —pregunta Andrés con educación.
—Sin duda son ustedes los que tienen la visita concertada con la santa por teléfono a las diez -dice el ser bajito y gordinflón. Más que una pregunta es una afirmación aclaratoria.
—Sí, somos nosotros —balbuceo yo a modo de confirmación.
—Pasen, por favor —nos solicita el señor atentamente, con un cierto tono servil. No, no me gusta este tipo. Comenzamos mal. ¡Suerte, acompáñanos al menos hoy!
Y entramos dentro del jardín. Andrés va delante, abriendo camino, Yo no sé qué hacer, cómo comportarme.
Una vez dentro de la casa nos encontramos delante nuestro, como de golpe, una habitación grande, demasiado grande, mucho más larga que ancha, con las paredes pintadas de un color azul claro raro, amueblada con no demasiado gusto: una mesa redonda en un rincón, cuatro sillas que no hacen juego con la mesa, una vitrina de madera llena de vasos y copas, un aparador con una televisión enorme, y al fondo dos butacas y un sofá raído y vetusto. Todas las paredes están llenas de imágenes de la Virgen y de santos. Imágenes de calendario, según me aclarará más tarde Andrés. Y muchas estampas por doquier. En la butaca del fondo, al lado de una gran ventana, junto a una estufa de butano, está sentada una señora cuyo aspecto me parece siniestro. Gruesa y tetuda. De pelo •cano y con cara de pocos amigos. Mofletuda, de labios, gruesos, ojos claros pequeños y hundidos, huidizos. Pómulos prominentes, sonrosados, llenos de colorete y afeites. Un ligero y negro bigotillo motea su labio superior. Más parece una mujer de vida alegre venida a menos que una santa, dirá a modo de definición Andrés ya en casa de Carlos. Vestida con una bata floreada de color rosa, una bata de esas de estar por casa, también raída y como si le viniese grande. Aunque no se levanta me percato de que no es demasiado alta, más bien bajita, diría yo. Piernas regordetas, algo varicosas, con unos calcetines de lana gris que apenas le suben desde el pie. Para completar la imagen grotesca calza unas botas de paño negro que se cierran por arriba con una cremallera.
—Buenos días: la señora Neus, supongo —dice Andrés a modo de introducción.
Nadie se hace eco de nuestra pregunta. La mujer permanece callada, abstraída, mirando fijamente a un manojo de estampas que lleva en la mano. Mueve los labios con presteza. Murmura con fluidez extrema cosas que nosotros únicamente entendemos como un viseo, sin que comprendamos qué es lo que trata de decir. Enseguida nos percatamos que la conversación no va con nosotros. Permanecemos de pie, casi firmes, aguardando a que nos sugieran algo. De pronto, cuando ya llevamos varios minutos parados, la mujer suspira profundamente, deja escapar un ¡ay, Señor! y nos mira de arriba abajo, como si nos estuviera midiendo, tasando. Después, sólo después, nos hace un ademán con la mano para que tomemos asiento en el sofá que queda enfrente de ella. Nos sentamos con apremio.
—Ustedes son los señores que llamaron ayer por teléfono ¿verdad? —nos interroga con un acento indudablemente andaluz, según me aclararía más tarde Andrés.
Menos mal, ha roto su silencio. Asiento con la cabeza. No quiero romper el hilo de su voz ahora que ha comenzado a hablar.
—Y bien, ¿qué desean de mí?
Cómo explicarle todo lo que yo pretendo de ella. Cómo narrarle mi trajinar incierto, mi deambular por las montañas, acompañado de mi caballo, cómo decirle que Merlín me hizo venir a Barcelona, cómo hablarle de mi Belladurmiente, mi Princesa, mi amor que me aguarda, quién sabe si dormida o despierta, que yo debo besarla en los labios, fruta madura que de seguro me sabrán a miel, como contarle mis cuitas, mis anhelos, mis divagaciones, mi locura de amor, mis desvaríos, mi destino que nunca elegí yo pero que acepto con sumo grado.
Andrés, con delicadeza y brevedad, la pone en antecedentes sobre mi persona y mi larga búsqueda sin resultados por el momento. Lo hace con precisión, sin suministrar
le más información que la necesaria, con magistral concisión. No se desvía, va directamente al negocio de nuestras pretensiones.
—Y ustedes desean de mi colaboración para dar con la Belladurmiente —añade ella a modo de colofón al terminar Andrés su disertación explicativa.
—Exactamente - aclaro yo.
—Bien, bien, bien. Veamos qué puedo hacer yo -sigue ella- El asunto no es nada fácil. Yo no suelo dedicarme a estas cosas, pero ya que ustedes me lo piden lo intentaré. Lo mío son las curaciones de enfermos. Bueno, la verdad es que yo, pobre de mí, la más humilde de las servidoras de la Virgen, la más indigna e insignificante de las mujeres pecadoras, no hago nada, únicamente medio. Es Ella la que obra por mí, a través mío, porque yo se lo imploro, yo tan sólo me limito a hacer llegar las peticiones de los devotos que vienen hasta mí a Ella. ¡Hay que tener fe! , perseverar, nunca perder la esperanza, confiar en que La Virgen María todo lo va a solucionar. Ella un día vendrá hasta nosotros al frente de los ejércitos del Señor, con la espada desenvainada en la mano, someterá a Rusia y a nosotros, nos limpiará de tantos herejes como hay hoy sueltos. Sí, hay que tener confianza y mucha fe, esperar que la Virgen nos ilumine, todo lo demás nos será dado por añadidura. Hay que tener fe, tener fe.
-La tengo, señora —corto yo por un breve instante; tanta cháchara me estaba aburriendo. Miro a Andrés apesadumbrado, lo siento, él tenía razón, no debimos venir nunca aquí. Leyendo en su mirada adivino que también él está pensando: ¡Vámonos de aquí!, esta vieja es una majadera que pretende embaucar a los incautos. Pero, sinceramente, quién se levanta ahora que ya nos hemos sumergido de lleno en esta locura.
—Bien, bien, bien. Me agrada muchísimo ver a un apuesto muchacho que tiene fe en La Virgen Santa. La juventud hoy está tan corrompida.. Todos son unos drogadictos y delincuentes, habría que meterlos a todos en la cárcel, pero claro, hoy todo se les permite mientras la policía y el gobierno miran hacia otro lado. Antes esto no pasaba. Hoy todos son unos degenerados que no quieren trabajar. Sólo piensan en divertirse y en pasárselo bien, y que trabajen otros por ellos. Y, Además, son unos amorales, con esas greñas y pantalones tan ajustados y las chicas con esas casi faldas que enseñan el culo y provocan con las tetas. Bueno, mejor dejémoslo, que me pone mala sólo de pensarlo. Volviendo al tema que a ustedes les interesa, verán, la cosa no es nada fácil, no, no lo es. No sé qué voy a poder hacer por ustedes. Pero, en fin, intentándolo no perdemos nada. Santa Virgen, ayúdame en mi viaje, que pueda ver a la chica desaparecida. San Anastasio y Santa Domitila, Santos Pedro y Pablo, vosotros que vivisteis con Jesús Nuestro Señor, vosotros que erais sus discípulos predilectos, los más queridos hijos de la Virgen, sédeme propicios en mi visión.. Que eso haya claridad, Santa Clara, dispersa las brumas de mis ojos... Sí, ya veo, Virgen María, está viva, de eso no cabe duda, la veo joven y bonita, muy agraciada, esplendorosa, radiante. ¡Qué joya! Es rubia, de larga cabellera ¿verdad?... Sí, lo es, y muy joven, apenas una niña en edad de jugar con muñecas. Está en una habitación. Yo diría quo se trata de un despacho. No estoy segura, pero parecerlo lo parece. Sí, una oficina. Hay una mesa y una máquina de escribir delante de ella. Hay otras chicas con ella; están trabajando...
—Sí, pero ¿dónde se trova?, ¿en qué dirección?, ¿cómo llegar hasta ella? —interrumpo yo, dejado llevar por la tensión de mis nervios, por la necesidad de saber algo concreto y preciso, algo que nos la sitúe en alguna parte. Para que me describa cómo es físicamente mi Princesa no hacía falta haber venido.
—Eso sí que no lo sé. Nada más la veo, majestuosa, como una princesa de cuento, podría acariciar su preciosa cabellera, si tez suave y sonrosada, su mejilla luminosa. Santa Virgen Maria, Santa Rita, San Francisco y San Antonio, haced que este joven encuentre a su amada perdida. Roguemos por el feliz encuentro. Que el amor de estos jóvenes colme sus corazones. Santa Rita, abogada de los imposibles, intercede, intercede.
Y se santigua reiteradamente, con avidez, mecánicamente. Andrés me mira con un semblante sumamente expresivo. La señora Neus comienza a sacar estampas del manojo que lleva a modo de baraja en las manos. Las extiende sobre su regazo ceremoniosamente, con delicadeza. Y va trazando signos encima que a mí se me antoja cabalísticos. Entorna los ojos, como si pretendiera entrar en extraño trance y murmura, sisea, y sigue con su larga e interminable letanía de la que no entendemos
ni media palabra. Se olvida totalmente de nuestra presencia. Nos miramos atónitos, no comprendemos nada de nada. Y sin embargo seguimos sentados enfrente de ella, en silencio, dejándola hacer.
—Santa María, ¡haz que aparezca! Santa Rita, San Francisco, lque prevalezca el amorl, San Antonio, rogad por nosotros, por nuestros pecados, rogad por nosotros.
Y retorna a su mutismo mientras gesticula y mueve velozmente los labios. No entiendo ya nada. Sería mejor marcharse, sin embargo permanecemos como pegados al sofá.
- Santa María, Santa Madre de Dios, ven en nuestro auxilio en estos momentos. ¿Dónde está la niña? San Antonio dime ¿dónde está la niña? Santa María ¿dónde está?, también Tú perdiste a tu hijo en el Templo, cuando era un santo infante, que encuentre a su prometida cuanto antes. Santa Rita, tú que estás en los cielos, dime dónde está la niña. San Francisco y San Antonio, por la devoción que os tengo, venid en mi auxilio y permitidme ver dónde se encuentra la niña. Por Nuestro Señor Glorioso, por su Santa Madre la Virgen, que este caballero encuentre a su querida.
Y vuelve a sumergirse en su larga procesión de palabras sin sentido. Yo diría que ha entrado nuevamente en trance. Miro a Andrés interrogativo. Sonríe con bastante malicia, como si la situación le regocijara, con irónica intención malévola. Se lleva el dedo a la frente y me hace ostentosos signos dándome a tender que la señora Neus desvaría, que está loca de remate.
—!Salve!, !Salve!, Virgen María, tú la más Bella, la más Hermosa, tu humilde servidora, tu más devota e insignificante, la más pecadora de las mujeres, la más vil, te lo pide. intercede por nosotros, Santa María. No nos abandones, Santa Señora de Dios, Gran Dama de los Cielos, en este mundo de pecado y de miseria, apiádate de nosotros, Santa Madre de Dios, los más humildes de entre los humildes de tus servidores te lo suplican. Santa, Santa, Santa ...... •
Y dirigiéndose a nosotros hace un gesto como bendiciéndonos y nos comenta: "Es cuanto puede hacer por ustedes. Confío, y ustedes deben confiar también, que buena falta nos hace hoy en este mundo, en que la encontrarán muy pronto... Aguarden un momento... voy a buscar algo que deseo se lleven consigo".
Y la señora Neus se levanta de su butaca y se dirige hacia una puerta que hay detrás suyo dejándonos solos. Inmediatamente aparece ante nosotros el señor que nos recibió en la puerta y dirigiéndose a ambos nos dice: "Perdonen, pero son cinco mil pesetas". Nos miramos estupefactos, encima cobra. Dándose cuenta de lo que estamos pensando, añade: "No es que la santa cobre, ella no puede hacerlo... ni quiere, es sólo para sufragar el culto, saben: una limosna simplemente". Y nos tiende
la mano explícita. O sea, qua hay que darle el dinero, y se lo doy yo, aunque me duela el tener que hacerlo. Lo recoge con avidez, con gesto huraño, lo cuenta y desaparece de inmediato por donde ha llegado. Al momento aparece la señora Neus portando en la mano una estatuilla de un fraile.
—Es una imagen santa de San Antonio. Que él les acompañe y les guíe en su larga búsqueda.
Y me da la figurita de yeso, de color blanco, basta toda ella, de molde barato. Ella misma nos acompaña hasta la calle. Abre la puerta y de súbito se oye un griterío inmenso para la poca gente que allí hay. "Ya sale, ya sale, ya viene la santa". Todos corren presurosos, como llevados por el diablo, no entiendo nada de cuanto acontece.
"Santa, santa, santa, que tu santa bendición caiga sobre nosotros", gritan todos postrándose de rodillas. Y la señora Neus sonríe complacida. "Son mis seguidores, mis fieles —nos explica— que vienen a recibir la bendición diaria de la Virgen que yo les imparto”. Y hace con las manos unos signos grotescos que recuerdan muy malamente la bendición papal. Personalmente a mi me parece todo cuanto contemplo una aberración, una blasfemia constante. Enorme, descomunal. Hasta en esto hay imitación, ánimo de mezclar las cosas, de liar los cultos y liturgias. Lo cierto es que no resulta divertido el contemplarlo
Andrés y yo nos escabullimos de forma apresurada ante el bochorno que la situación nos provoca, cuidando de no pisar ni tropezar a sus seguidores fanáticos, que arrodillados unos y postrados en el suelo los menos, gritan enfebrecidamente:”Santa, santa, santa, la bendición, virgencita, tu santa bendición”. Nos introducimos lo más rápido que podemos en el coche y salimos a toda velocidad de allí. Luego, una vez calmados, me miro la figurita de yeso: ni es San Antonio ni se le parece ni por asomo. Abro la ventanilla y la tiro a la cuneta. Más tranquilos, cuando la música ya ha serenado lo suficiente nuestros espíritus, le digo, a modo de disculpa a Andrés: “Tenías razón, no debimos venir nunca. Lo siento". "No importa, es mejor olvidarlo", me responde él mientras sigue conduciendo, mirando al frente, sin darle demasiada importancia a lo que nos ha ocurrido, al menos no más de la que podamos darle. Sí, lo siento, Andrés, lo siento, es mejor olvidarlo, hemos perdido la mañana del modo más tonto. Nos han tomado el pelo. Miro a Andrés compungido. Y él dándome una palmada cariñosa en la pierna me susurra "No tiene importancia, hombre, es mejor olvidarlo. Lo que nos ha ocurrido puede pasarle a cualquiera”






23



Bien, chavales, vamos a proseguir hoy hablando del tema que dejamos colgado hace algunos días. Bastantes, creo yo, pero ya sabéis que nuestra obligación es dar la clase normalmente, sin incidentes, adaptándonos al cumplimiento del programa absurdo que el Ministerio en su día dictó Si retrocedemos un poco recordaréis que os estaba yo hablando de la gran granja humana a la que todos pertenecemos. Me había referido a Barcelona de pasada, justificándola como una parte concreta e ínfima de la granja. Si retrocedemos aún un poco más, remontándonos a mis expoliaciones anteriores, estoy convencido de que mi teoría de la granja ha sido expuesta con bastante claridad; luego, ahora, si os parece oportuno, podríamos dedicarnos todos juntos, sobre todo vosotros que aún mantenéis la mente virgen y sin contaminación, a buscar alternativas, salidas, soluciones a este síndrome. ¿De acuerdo todos?... Bien, de acuerdo. Entre todos tenemos la obligación de apuntar ideas, de divagar cuanto haga falta, de meternos en caminos sin salida si es necesario porque no olvidéis que inventar es poseer el futuro, y éste ha de ser sólo vuestro. Vale que nuestra meditación, nuestro apuntar salidas, no va a servir de nada, sin embargo no importa, habrá que aceptar que nos va a resultar sumamente provechoso a nosotros. Bien, ¿por dónde comenzamos a razonar?
—Sí, Carlos, vale. Yo comenzaría introduciendo una pregunta, para mí vital —inicia Isa-¿Para qué estamos aquí?
—!Buuuuuuuuuuuh! - exclama Luis- eso no hay quien lo conteste. Te imaginas. Una respuesta aceptable y ya podemos todos pegarnos un tiro. No veas, jo, qué preguntita se saca la niña.
—Yo pregunto -vuelve a la carga Isa- sobre cuál es la finalidad, el objetivo último de nuestra vida.
—Yo iría más a otra pregunta previa. O si queréis a otra respuesta —mete baza Lidia—. Vivimos, eso es evidente. Y también lo es el hecho de que lo hacemos respondiendo realmente al modelo de la granja, tal como con mucho acierto, explicó Carlos. Más que plantearnos para qué vivimos, yo comenzaría analizando la vida de las personas, el sentido último que nosotros le damos, y a partir de ahí, sólo entonces, me formularía la pregunta transcendental que Isa propone.
-Pero mira —corta Rosa Mari— Lidia, todos conocemos sobradamente cuál es el sentido que damos a las vidas. Trabajar como esclavos, sufrir, ser felices si nos dejan, ganar mucho dinero porque sólo así podemos tener todo aquello que nos hace falta. A mí me parece que la respuesta está clara, es evidente que lo está.
-Vale, está clara —ahora es Ana quien habla—y todos la conocemos. Sin embargo no es malo contestarla, porque todos aceptamos muchas cosas; cuando nos ponemos a dialogar sobre el tema todos decimos que la vida no debería ser así. Hacemos propósitos de enmienda. Todos aceptamos que nos tienen comido el coco, que deberíamos pasar, y de hecho todos pasamos de boquilla, todos somos muy majos en boca propia, pero a la hora de la verdad todos aceptamos el pienso que nos dan en la granja. Luego nos disculpamos a nosotros mismos diciéndonos: bueno, después de todo yo también soy un ser humano, y nos convencemos, nos quitamos el sentimiento de culpa, nosotros mismos nos absolvemos de nuestras faltas. Es divertido nuestra capacidad de compasión personal, no perdonamos a los demás, pero con nosotros mismos es distinto.
-Bueno, vamos a ver si nos aclaramos un poco -tercia Alex-. A mi todo lo que se está diciendo me parece muy bien. Maravilloso, acojonante. Una cosa es lo que decimos, nuestros propósitos de enmienda, y otra lo que hacemos; porque todos vamos a las discotecas y bebemos cubatas. Y aquí, vamos, todos esperamos que llegue el sábado noche para ir a la discoteca y darnos el lote con nuestra chica, y beber un güisqui si se tercia, y muchas cosas más que luego no aceptamos, que negamos que a nosotros nos atraigan. No, yo no voy a la discoteca, es un comecocos, eso para los tontos, para los asimilados al sistema, cuando en realidad vamos todos.
- Es que a mí —comenta Erenia— no me parece tan mal todo eso que dices, Alex. Todos tenemos derecho a ir a la discoteca, y al teatro, y a beber agua Fontbella, por qué no. Están ahí, son cosas que están a nuestra disposición, y puesto que vivimos tenemos derecho a disfrutar de todas ellas. La vida también está hecha de pequeñas satisfacciones concretas, reales, de bienes que están a nuestro alcance y que podemos disfrutar. Porque nosotros también tenemos derecho a gozarlas.

—Yo, siguiendo el planteamiento de Alex –dice Laura- contestaría de un modo muy explicito a la pregunta de para qué vivimos con algo tan sencillo como es decir que estamos aquí para vivir nuestra vida, que no es poco.
—Yo creo -sigue Montse- que Erenia ha puesto el dedo en la llaga. Estamos aquí, como dice Laura, para vivir la vida, y que cada uno haga con ella lo que quiera. Vivir la vida significa disfrutar de todas esas cosas que están a nuestra mano para eso, para disfrutarlas, para gozarlas. Tenemos derecho a ellas. Por qué no, están ahí, a nuestro alcance, para nosotros, para que las utilicemos.
-De acuerdo -apuntala Alex- pero qué es vivir la vida, como se vive una vida, porque es muy sencillo decirlo, pero como antes decía Ana, una cosa es decirlo y otra muy distinta el hacerlo. Qué es la vida, cómo se vive la vida.
-Muy sencillo -contesta Teresa- gozándola, disfrutando en todo momento de cuanto nos rodea. Haciendo que la vida nos resulte algo atractivo, interesante, divertido, necesario. La vida tiene que ser algo alegre, gozoso, feliz.
-Yo —señala Paqui- lo diría con otras palabras, un poco recordando lo que tú, Carlos, tantas veces nos has apuntado hasta convencernos. Vivimos para ser felices. El fin último del hombre es ser feliz. Yo no olvido que tú, Carlos siempre nos recuerdas que la economía puede definirse como la ciencia que busca hacer al hombre un poco más feliz cada día. Yo estoy de acuerdo contigo, sin embargo creo que no sólo la economía debería de ocuparse de hacernos felices, sino todas las ciencias.
—Eso, eso —corta efusivamente Luis- porque las ciencias, la investigación, todo está orientado para obtener más bienes, más armas, más tecnología, mejores coches, pero no se preocupan lo más mínimo de hacernos más felices.
—Tú crees —pregunta Lidia— que las multinacionales se han planteado alguna vez en sus consejos de administración este tema. Yo no me los imagino diciendo: "Vamos a preocuparnos de que el hombre sea más feliz, vamos a producir y vender felicidad", así, sin más. La verdad, no me los imagino. Ellos buscan sucedáneos, productos, servicios que les reporten mayores beneficios, sin entrar en ningún momento en planteamientos de índole ético sobre lo que están haciendo.
—Pero es que tú crees — señala Isa- que las multinacionales tienen ética.
—Las multinacionales, no —complementa Laura- pero nosotros sí podemos tenerla. Es cuestión de proponérselo.
—Dicho de otro modo —teoriza Alex- somos nosotros los que debemos buscar esa felicidad enfrentándonos al sistema.
Sí —dice Lidia— pero la contaminación de la sociedad de consumo con todos sus imperativos, con todas sus implicaciones no hay quien se las salte.
-Cómo que no —añade Teresa-. No si nos dejamos atrapar por el consumismo, no si aceptamos las reglas de convivencia de la granja humana, por citar el modelo de Carlos.
—Mirad -vuelve a la carga Luis- no se trata de rechazar de plano la sociedad de consumo que tenemos, pero sí disponemos de la posibilidad de enfrentamiento, como francotiradores, a lo que se nos ofrece desde arriba. Podemos boicotear muchas cosas, todo depende de nosotros mismos, es nuestro planteamiento ético personal frente al sistema.
-Yo no sé si viene al caso —interrumpe Alex- pero os voy a explicar algo que me ocurrió el otro día. Es tan sólo una idea, una propuesta. Es cuestión de dignidad humana frente al sistema, frente al bombardeo reiterado del que somos víctimas. Veréis, me mandaron a casa una carta y una tarjeta personal para poder utilizar en cualquier momento mi cuenta en una caja de ahorros que todos conocemos y cuyo nombre es mejor no mencionar. Así que con la tarjeta a mi disposición el domingo pasado decidí utilizarla para sacar algo de pasta. Cogí mi tarjeta y me fui a la oficina más cercana con "caixa oberta". Tuve que utilizarla para abrir la puerta. Una vez dentro la introduje por la ranura. Aquellos labios, aquella vulva, se la tragó toda con avidez.
!Qué gusto!, toda dentro. Tecleé mi número secreto personal y a continuación el botón de petición de saldo, despacio, dejándola toda dentro, saboreando la acción. Con el comprobante del saldo en la mano volví a meterla con fuerza, violentamente, toda dentro otra vez Iqué gustazo!, ¡qué de sensaciones corrieron por mi cuerpo! Toda dentro, en aquella raja ávida de tragar, marqué de nuevo mi número personal y a continuación la tecla para sacar 5000 pelas. Volvió a salir, recogí el dinero y como todavía no estaba completamente satisfecho volví a meterla, dejándome llevar en aquel frenesí, marqué otra vez mi número personal secreto y pulsé la tecla de retirar dinero en cantidad variable, y a continuación 100O pelas, dejándome llevar en aquel nuevo orgasmo nuevo. Nunca había tenido uno similar. Y me corrí allí dentro, y de qué forma, caliente, abundante, dejándome llevar, sin reprimirme, iqué gustazo!. Volvió a salir el dinero, el comprobante y la tarjeta. Aquello era demasié para el cuerpo, así que me la saqué y terminé de correrme en la ranura, en el borde de la vulva sedienta, llenándolo todo, permitiendo que fluyera y entrara dentro. Fue maravilloso. Al final no sabía si dejarle las 5000 pelas como pago del servicio o llevármelas. La verdad, dudé.
-¡Tío, qué pasada -dice Ana-. Qué virguería, tío! Pero díme una cosa, ¿cómo me lo monto yo?, porque tú me dirás.
—Mira, tía, no se trata de correrse, pero al menos si echar dentro una larga y cándida meada. Es rápido, apenas cuesta nada. Sólo hay que empinarse un poco —aclara Luis.
—Eso tu, tío —sigue Ana- que te llega, pero cómo lo hago yo, no querrás que...
_ —Siempre puedes llenar el orificio con algo útil -corta tajante Lidia-: tomate frito, mostaza...
—Bueno —prosigue Alex- ésta es una medida tan buena como cualquier otra de enfrentarse, de boicotear, pero no la única. Hay que inventar formas nuevas de contestar, de enfrentarse y tratar de contener todo aquello que nos agrede. Cuando se puede se hace y si no, pues nada, lo dejas y otro día tendrás la ocasión.
—También —añade Isa— se puede hacer frente a la publicidad mediante pintadas en las calles que obliguen a la gente a enfrentarse, a pensar sobre el tema, a darse cuenta de que no es tan bonito todo lo que reluce.
Suena el timbre. Es una lástima la clase estaba yendo por unos derroteros bastante interesentes. Estos chavales son maravillosos cuando les dejas la oportunidad de expresarse libremente. A penas comenzaban a plantearse cosas y ya se ha terminado la hora, qué le vamos a hacer, por lo menos están demostrando que la juventud es capaz de pensar, no esta tan hueca como parece y mucho menos como dicen los gerifaltes del sistema. En fin, habrá que dejarlo para otro día. "Chavales, lo siento, otro día seguiremos con el tema".


24


Tamizar Barcelona es empresa sobrehumana, más allá de las posibilidades reales de nuestros protagonistas. Se les escapa de las manos, les huye, no se deja doblegar. Se podrían dar múltiples referencias de este tiovivo de locura que arrastra a Tristán, Dana y, a veces, también a mí. Triste andadura la que ellos han acometido. Baile incesante que les llevará a conocer una Barcelona inusual: sus calles, sus tiendas, sus mujeres, su latir cotidiano que pasa normalmente inadvertido ante nuestros ojos. Es un coger la calle a diario, un partir cada mañana que no tiene una meta al final de la etapa, al menos no se vislumbra por el momento. Escarabajear sus aceras, su asfalto en un enfebrecido y delirante deambular.
Tristán está abocado a este incesante peregrinar, un día sí y otro también. Guiarse por corazonadas, por presentimientos, la mayoría de las veces sin que surja el efecto apetecido. La esperanza siempre a flor de piel, confiando en que la danza, en algún momento, se detendrá para siempre. Y sin embargo todo queda en nada, en un desfile cotidiano por el circo barcelonina. Detenerse, tomar el aliento necesario y reanudar el camino con la certidumbre de que en alguna parte la Belladurmiente aparecerá. Proseguir la marcha tortuosa, callejear, vagabundear, patearse literalmente todos y cada uno de los recovecos de la gran ciudad en esa labor ingrata de criba que ellos han emprendido y que no pueden abandonar.
Hoy los vemos cansados, abatidos, deslizándose por el Paseo de Gracia y la zona del ensanche barcelonés, inventando excusas, tramando ardides para poder entrar en los despachos, en las oficinas, escrutar al personal, reconocerlo, y darse cuenta de que no está allí la Princesa. Mañana será un día errante por el barrio de la Ribera y por la Barceloneta, un dar vueltas de peonza, un circular a la expectativa, sus calles, sus plazas, el ambiente húmedo, el olor típico del mar cercano. Pasado mañana el barrio de Gracia, nuevamente sus casas, sus fachadas, sus plazas famosas y típicas, sus tiendas encantadoras, entrando y saliendo en ese rular alucinante, obligado, no querido pero sí necesario. Callejear Gracia tiene sus atractivos, mas ellos no están para este paseo que en otra ocasión podria resultarles atrayente. únicamente pasan, errantes, culebrean como meros vagabundos en la búsqueda de quién sabe qué. Como dos animas errantes, Tristán y Dana reemprenden cada mañana el camino, con la incertidumbre de no saber qué de nuevo les deparará el vagar de las horas, trasladándose casi siempre a pie, acudiendo en las horas punta a los metros y paradas de autobús céntrlcas, acechando con la mirada todos los rostros femeninos con los que se cruzan. Eterno errar, divagación de dementes que aúun esperan. Desfile variopinto y multicolor el domingo en el Parque de Atracciones de Montjuich, otro día tocará deslizarse furtivamente en las discotecas, en los lugares que comunmente frecuenta la juventud, sin que se logre el objetivo último. La Belladurmiente duerme el sueño de los justos para ellos. No aparece, está amagada, maquiavélicamente escondida, retirada del escrutar voraz de sus miradas. Por la noche regresarán a casa transidos de cansancio, pero con la voluntad renovada para volver al día siguiente a las calles de Barcelona.
Me duele verlos a los dos solos, sin ayuda, sin que nadie más partícipe en ese discurrir de remolinos en el vaoío. Andar y andar, baile incesante, un día y otro día, toda la semana, mes a mes, sin abatimientos, con el tesón de quien inicia la empresa, de quien acometa una nueva actividad convencido de que es su gran momento, con los ánimos inquebrantables. Transitar las huellas ya holladas, las huellas ya dejadas en la senda, repetir caminos, revoltear la ciudad, ponerla para arriba, con el deseo de encontrar la aguja en este enorme pajar, provistos como única arma de su fe en que sigue viva y que al final darán con ella. Discurrir en el devenir, siempre discurrir sin conocer el descanso, el remanso de paz, sin que llegue la alegría del deber cumplido. Vagabundear sin desfallecer, sin destino posible.
Sants, las Corts, Sarrià, Besós, San Adrián, Horta, la Guinagüeta, el Carmelo, Torre Baró, Canyelles, nada se les escapa, hoy aquí, mañana será otra zona. Con el plano a todas horas en la mano, cuadriculando, presuponiendo, apuntando posibilidades, ideas que no llegarán a materializarse en su campear. Trasladarse de un lugar a otro, trotar, callejear en todo momento, intentando abarcarlo todo, no dejar nada sin remover. Rodar por las calles, reptando si es necesario, dejarse llevar en este baile de los malditos que se ha cebado en ellos, buscar nuevos senderos, nuevas alternativas, nuevos planteamientos. Lo quieren roturar todo, la Bonanova, Pedralbes, los Penitentes, Pueblo Seco, Pueblo Nuevo, y tan solo son dos, dos en el camino sin más ayudas ni colaboraciones. Y la verdad, requerirían la ayuda de mucha más gente que estuviese dispuesta a pasar Barcelona por el microscopio. Sin embargo los síntomas son otros, la realidad es muy distinta, no hay colaboración posible, nadie más participa, tan solo ellos, y, a veces, sólo en contadas ocasiones también yo.
Y ellos retoman el rumbo, anda que te andarás, cada vez que se sienten desfallecer. Un breve descanso, concedido como medida de gracia nada más para reponer fuerzas, para recuperar la dirección correcta, la ruta señalada.
En otras ocasiones Tristán va solo, con su dignidad, llevando su cruz en este viacrucis autopimpuesto. No habla con nadie apenas, no se detiene más de lo necesario, sólo mira y remira, sus ojos se encienden vivamente cuando cree que un rostro lejano puede corresponder a su Princesa. Luego resulta que no lo es, pero no importa, no por eso va a sentirse hundido, le sobra el tesón necesario y suficiente para acometer su
empresa y llevarla a buen término. Tristán no se pasea, Tristán se mueve con agilidad, con presteza. En el fondo Dana es una buena compañía pero también constituye un lastre. El solo abarca más en este vaguear Barcelona; nada le distrae, nada le retiene más de la cuenta, una única idea colma hasta rebosar su mente. Y así es siempre, así de un sitio a otro, de una calle a una plaza, de una plaza a una avenida, de una avenida a otra calle, el tiempo perdido ante un seméforo en rojo, golfear entre los automóviles que pasan velozmente mirando en su interior por si acaso va ella dentro. Aguardar la salida de un cine, dejarse empujar por esa serpiente presurosa que huye, que fluye hacia afuera, hacia la calle. No, n hay suerte, la Belledurmiente no aparece.
Y así seguirán Tristán y Dana muchos días hasta que alguna vez, por mera casualidad, los vientos les seaen favorables y la danza se termine. Entonces sí podrían dejarse llevar por la alegría, entonces sí podrán dar vítores de júbilo y celebrar le gran fiesta, mientras habrá que esperar: el carrusel todavía está rodando, aún no se ha detenido.
Puede ocurrir perfectamente que Tristán y Dana estén un día filtrando el Guinardó mientras la Belladurmiente se mueve a sus anchas, ajena a ellos, por Roquetes por Sant Andreu, y otro día accntecer exactamente al revés, quién puede saberlo con seguridad. Así en esta carrera con tantos obstáculos se cruzarán repetidas veces por caminos distintos, mientras los unos van la otra viene, de aquí a allá, de un lado a otro, sin ponerse de auerdo, sin confluir en ningún momento. Así es realmente imposible hallarla. Deberían disponer de una infraestructura que les permitiera trenzar una red sobre toda Barcelona, que abarcara toda la ciudad puntualmente y a su vez observara con precisión, en un cerco estrecho y cerrado, sin dejar ningún resquicio fuera del acoso. Sólo así sería posible. Sin embargo, únicamente con dos voluntades inflexibles enfrentadas al gigantismo de la macrourbe, a la apatía de sus gentes para estos menesteres, no se puede. Y no es que sus habitantes sean así, no lo son, todo lo contrario, suelen resultar solicitos y complacientes cuando se les requiere, pero quién osaría pedirles ayuda para los menesteres de Tristán. Cada uno tiene sus prioridades y su varemación de los mismos, nadie va adejar de hacer lo que tiene entre manos para echarnos una. A veces pienso que sí, que habrían personas muy dispuestas a entrar en este juego. Entonces es Tristán quien se opone. Cómo explicarles los rasgos que permitirían identificarla, cómo describir su fisionomia. Es impensable, no puede hacerlo. Es él quien debe encontrarla y darle el beso para despertarla a la auténtica vida, al menos así está escrito. Y así podemos verlo pasear entre la gente, detener a una joven, mirarla fijamente a los ojos y besarla para asegurarse de que no se trata de su Princesa, aunque podría serlo, pedirle disculpas si ella se enfada y proseguir su andadura, su mariposear de flor en flor sin hallar el néctar deseado, convencido de que Merlin no puede equivocarse, la Belladurmiente habita aquí, en Barcelona, tan solo resta dar con ella.
También Tristán y Dana utilizan muy amenudo los transportes publicos. Suben a un autobús y sentados frente a la ventanilla acechan, escrutan todo el recorrido, de pronto Tristán sale corriendo, Dana va tras él, bajan en la primera parada y corren tras un rostro que podría resultar el apetecido, luego resultará que no, simplemente se le parecía vagamente, entonces habrá que regresar hasta la parada y volver a subir a un autobús hasta haber realizado todo el trayecto completo, sin dejar ninguna línea sin utilizsa, volviendo intermitentemente a los números que efectúan recorridos de circunvalación a la espera de poder evizorarla en algún momento, intuirla, presagiarla, presentirla, identificarla de entre esa masa informe y anónima que también se mueve, tembién repte, tembién evenze, come hecen Tristen y Dene, que un die si y 0tr0 también repiten las acciones encaminadas a la consecución del objetivo que Tristán un día se fijó y que desde entonces no ha abandonado.
Hay esperanza, hay deseo de encontrar a la Belladurmiente porque existe en ellos la certeza de que vive y que un día no muy lejano Tristán dará con ella y besándola en los labios la desperterá para siempre, se casarán y serán felices el resto de sus días. Hay que seguir buscándola, mientras tanto pulverizanda Barcelona, sin dejer nada sin mirar, apisonando sus calles, sus lugares más ocultos, vagando siempre a la deriva, dejándose llevar, con la fundada esperanza de que un día aparecerá ante ellos.



25



Esta es una historia cuyo final no vislumbro. Nuevamente he vuelto a solicitar una entrevista, fuera del libro, con Carlos, mi protagonista, y también, en esta ocasión con Dana. Quiero que ella asista a nuestro dialogo, necesito de su presencia para lo que tengo que  exponerles. Tristán no puede comparecer, no podría yo hablar abiertamente si él asiste. No comprendería absolutamente nada de nada. Y no puedo liar aún más a este   chico, curtido sin duda para la mayoría de las situaciones que tiene que afrontar, pero al que el tema de nuestra charla se le escaparía. Sería preciso narrarle muchas cosas previas, muchos acontecimientos, situaciones, planteamientos que Carlos y yo de algún modo hemos ido discutiendo hasta aquí. Seguramente tendríamos que remontarnos hasta el principio, las primeras páginas de este relato, y, seguramente, no dispondríamos de respuestas acertadas a todos sus porqués.
No, no debemos inmiscuirlo en los problemas con los que se enfrenta un autor poco avezado en estas lides de narrar sin un guión previo, en una trama que ocurre a medida que se va produciendo, que únicamente se limita a reflejar sobre un papel en blanco, inmaculado, sin tacha, que no voy ensuciando como mejor me place, el moverse libremente de unos personajes que un día ya lejano inventé para mi entretenimiento y solaz privado, para recrearme en ellos. No, no podemos mezclar a Tristán en esta historia, él pertenece a otro mundo, a otra gesta; bastante tiene con preocuparse de su peregrinar laberíntico tras el sueño de una Belladurmiente que nunca se materializa.
Así, pues, nuevamente siento la imperiosa necesidad de detener el narrar, el fluir de los acontecimientos, para recapacitar los derroteros que esta novela está tomando. Me hallo a mi mismo confundido, sin  expectativa, metido de lleno en un  lío que yo no he buscado, que no es el mío y hay que darle una solución favorable, o por lo menos no ignomiosa para Tristán que me ha sido colado, sin desearlo, sin preverlo, en esta historia. Complicación que me ha arrastrado, gracias a la seductora y embaucadora intervención de esa especie de bruja llamada Dana, a tener que colaborar sin proponérmelo, a ser parte activa en el largo deambular  de Tristán por las calles de Barcelona. Debo confesar, ahora que he detenido el hilo de la narración, en el remanso que estas páginas que yo mismo me concedo, que no tenía previsto participar en esta locura entre dos  del Príncipe y Dana. Me vi obligado a ello por el entremetimiento de Dana que un día me llamó y me pidió que los acompañara con el coche. Desde entonces he tenido que ponerme a disposición de Tristán  y de Dana cuantas veces me han requerido para llevarlos a donde quieran ir. La verdad es que tampoco podía resistirme. Carlos trajo a estas páginas a Tristán y de pronto yo me encontré con él. Aparecía sigilosamente, sin ruido, pero estaba aquí y yo ya no podía hacer nada en contra. Se había metido en mi narración y la única forma de poder seguirla adecuadamente, si no quería extraviarlo  entre el torbellino de mis palabras, era acompañarlo siempre que pudiera a donde sus pasos me llevaran, y de este modo tener una relación fidedigna de sus peripecias.
Y así, pues, me encuentro en estos momentos sentado una vez más en esta butaca que tanto me encanta –la butaca de Andrés según palabras de Carlos- con un vaso en la mano mientras Carlos y Dana, en el sofá que queda a mi izquierda me miran expectantes, en silencio. Ayer, cuando les llamé por teléfono para proponerles esta entrevista, dejé muy claro que era necesario alejar por unas horas a Tristán, porque quería hablar de un tema extremadamente importante para mí, y también para él, con ellos dos. 
Hoy no quiero música de fondo que pueda distraer mis pensamientos, Carlos así lo ha
comprendido cuando le he sugerido que no pusiese nada en el tocadiscos. Nada más se ha limitado a comentar para sí  "algo gordo se cuece, seguro". Y tiene razón, algo gordo que no puede esperar por más tiempo. Me abruma y he de darle salida. No puedo permanecer parado, con todo eso que me abruma y que parece que puede acogotarme, impedirme proseguir como yo tenía previsto y deseo que ocurra,   dentro. Cierto que hay situaciones en las que es el autor, el novelista, en este caso yo, quien debe enfrentarse con ellas y resolverlas, darles un cauce determinado, aquel que le parezca mejor, o por lo menos el que  le resulte más cómodo. No obstante yo tengo abierta la  puerta de poder consultar con mis personajes, haciendo un alto en el camino, cuantas veces me parezca aconsejable sobre lo que estoy escribiendo. Y lógicamente resultaría de necios no aprovechar esta paradoja que se me ofrece. Podría muy bien tirar hacia adelante en los sucesivos capítulos dejándome llevar por mi expeditiva  voluntad, haciendo que ellos, mis personajes, acepten  resignadamente y en silencio, lo que yo les prepare, por la sencilla razón de que no pueden hablar. Mas yo, desde el inicio, he dejado que ellos puedan venir a mí,  y yo a ellos para cuantas consultas nos parezcan a ambas partes pertinentes. Qué sería de esta novela que llevo entre manos sin el concurso de ellos. Reconozco que soy yo quien la inventa, quien  la escribe; cuanto llevo narrado en estas páginas que nos preceden, es todo pura imaginación mía, salvo el caso de Tristán. Mis protagonistas no tienen vida propia, no existen en la realidad, únicamente viven y se desarrollan, se mueven, en la dimensión de este libro por libre designio mío, es una acción puramente volitiva de su autor. Sin embargo están aquí, tienen una consistencia no demasiado real porque yo lo he querido,  les he intuido, diseñado  y los he creado en etéreo, con unos márgenes y contornos no excesivamente definidos para poder participar, como mero espectador, de su pequeña aventura, mínima expresión de una pareja que intenta vivir  su amor a su modo, en medio de esta ciudad, que queda de fondo, como decorado, escenario de su quehacer, que  es Barcelona. Y ellos tienen voz y voto en esta trama puramente lúdica, yo dejo que ellos se inventen, se recreen, se intuyan y se concreticen a su modo y libre  elección, sin cortapisas, enfrentándose a una realidad que no es del todo suya, una realidad que les trasciende y supera, la realidad de cada día. Por tanto es preferible que ahora yo silencie el discurrir de mi meditación que a nada lleva para dejar paso a lo que Dana  y Carlos puedan sugerirme en este concierto, fuera del contexto de la novela propiamente dicha, que yo he concertado.
Y de  nuevo así pues nos hallamos en casa de Carlos, yo sentado en la butaca de siempre y mis protagonistas en el sofá, a mi izquierda esperando que se levante el telón y comience el dialogo.
-Y bien, qué de nuevo te ha traído por aquí, porque ayer cuando llamaste pusiste mucho énfasis en tu necesidad imperiosa de hablar con nosotros hoy mismo, sin dilación  posible, y sin Tristán. Lo cual me lleva a la conclusión de que se trata de algo grave —inicia Carlos la conversación con un cierto grado de preocupación. Está claro  que a él el tema le preocupa, aunque intuyo que sabe perfectamente que no vamos a hablar tan sólo de Tristán y sus hazañas, que sería lo lógico tras nuestra última charla sostenida aquí mismo.
—    Sí, ¿por dónde abordamos los temas?, os dejo •elegir, porque no vamos a hablar tan sólo de Tristán, hay otra cuestión de fondo que también me preocupa.  Les he echado un jarro de agua fría. Ambos se quedan sorprendidos, mirándome en silencio, saben que pretendo poner sobre la mesa un tema que les atañe a ellos dos.
—Oye, Andrés —rompe el silencio Dana poniendo cara de circunstancias, con esos ojos tan preciosos que ella tiene, unos ojos que por un momento se han encendido, como si quisieran tener vida propia— ¿te molesta si te hago una pregunta personal?
—No, de verdad, no me molesta. Tu sabes perfectamente que puedes preguntarme lo que desees cuando te  plazca. 
—De acuerdo, luego no protestes. Y, por favor, no te salgas por la tangente, como sueles hacer, que tú eres un especialista en estas tretas. Quiero una respuesta tuya sincera, con el corazón, vamos, que no me mientas. 
—Vale.
—Pues ahí va: ¿cómo se siente un autor cuando sus personajes lo meten a él, de pronto, sin consultarle, en su novela como un personaje más?
- Muy mal, la verdad, y enfadado con la causante. 
—No, de verdad,  ¿cómo ves tú el hecho de que  yo te llamara para pedirte ayuda y por tanto hacerte participar de nuestra búsqueda?
—Siento que mis personajes me han jugado una mala pasada. Una jugarreta que no sé si alguna vez podré perdonarte. 
—Venga, no mientas -me señala Carlos sonriendo él también— que a ti también te gusta aparecer en estas páginas nuestras como protagonista. En el fondo lo estabas deseando, y has aprovechado la primera ocasión que te han brindado para colarte en el libro y así poder aparecer no sólo como autor.
—No, de verdad, créeme, Carlos. Puede que pretenda ser público, que busque la fama, como cualquier otro escritor. No lo niego, Todos confesamos que  no pretendemos ser reconocidos por lo que estamos escribiendo, sin embargo cuando lo hacemos en nuestro interior soñamos con el éxito, con la inmortalidad reconocida de nuestra obra, y quien diga que esto no es cierto miente y se está engañando a sí mismo. Cuando cogemos la pluma para escribir para sí mismo a partir de unos planteamientos puramente literarios, todos lo hacemos pensando en un público que posiblemente un día nos leerá.
-Sin embargo tú siempre dices que lo que más te encanta del hecho literario es que te lo pasas pipa mientras nos inventas, mientras ensucias páginas en blanco —me comenta Carlos con cierto interés.
-Bueno, no era de esto precisamente de lo que yo quería hablaros, Pero ya que surge, nada, vamos a  meternos en ello, así luego no podréis decir que me evado cuando el tema no es de mi agrado. Es cierto que me encanta escribir, mover los hilos de la trama, jugar con los destinos de unos personajes que yo creo precisamente para esto. Pero también es cierto que lo hago  para decir cosas, que están latentes en mí y que debo exponer, sacar fuera, manifestarlas en mi obra. Y sobre  todo porque únicamente así me siento auténticamente libre, feliz. Lo que siento mientras escribo no puedo decirlo con palabras. Me realizo a través vuestro. No os vivo tal como vosotros pensáis que ocurre, no obstante vosotros vivís en mí mientras duráis como personajes, y mucho después. No creáis que los personajes dejen de habitar en el interior del autor cuando pone fin a la última página de la novela. Sería un grave error. Continuaréis conmigo durante toda mi vida. No conozco ningún  caso en el que el novelista haya podido desprenderse  de sus personajes. Todos, por suerte, nos acompañan  por el resto de nuestras vidas.
- 0 sea, que nos transformamos en una carga, en un lastre para el autor -asevera Dana.
—No, una carga nunca. Todo lo contrario. Constituís nuestro legado y, al mismo tiempo, nuestra referencia. Y muchas cosas más.
—Cómo qué.
—Como el recuerdo, Dana, como el recuerdo.
Nuevamente los he dejado callados, meditando, nuevamente mirándose y mirándome. No sé si la última  respuesta han llegado a comprenderla bien. Claro que haría falta que ellos se convirtieran en escritores, que sintieran, al menos en una ocasión, el enorme placer que se siente al enfrentarte con una trama, mientras narras, mientras te das cuenta que todo va tomando forma, mientras  juegas a ser dios por un rato y te permites el lujo de forjar un mundo distinto, unas vidas nuevas que tú infundes, alientas, haces vivir como quieres. No, no puedo decirles todo esto, resultaría  excesivamente inhumano para ellos, no me está permitido llevar al juego más allá de sus posibilidades. Carlos y Dana son una novela, pero nunca podrán escribir una distinta a la suya propia por la sencilla razón de que constituyen una pura fantasía mía, tendría que escribirla, inventarla, yo por ellos, como ahora mismo estoy haciendo, y, la verdad, no puedo burlarme de mis personajes de un modo tan cruel. Es mejor romper el  silencio, volver al tema, no darles demasiadas oportunidades de pensar por sí mismos. Con los personajes que  inventas ya se sabe, al principio haces con ellos lo que
deseas, luego, poco a poco, van tomando cuerpo y se revelan, viéndote sometido, como autor, siempre a la dictadura que ellos te imponen. Se transforman en unos tiranos que viven su propia vida, facilitándote la mayoría de las veces, el trabajo, pero a su vez te obligan a ir por derroteros no previstos ni deseados, ajenos a tu planteamiento primero. No, no quiero que en estos  momentos se me escapan de las manos, necesito centrar la conversación por la que les he hecho participar de estas líneas,  centrar de nuevo el tema del  diálogo con ellos, no apartarme más del planteamiento de mis dos grandes problemas y mis dos grandes líneas de alternativa para los mismos. Más que una  solución proveniente de ellos lo que yo busco es su aprobación, su beneplácito, que asientan, que estén  de acuerdo conmigo; luego es preciso abandonar las divagaciones a las que ellos siempre me someten con tal de no abordar lo que yo pretendo. Y es lógico que ellos intenten evadirse, mis problemas posibles les son ajenos.
— ¡Ha pasado un ángel! — comenta Dana rompiendo una vez más el silencio que nos invadía. Esta chica es un cielo, siempre resulta oportuna para todo, tiene ese don indiscutible de hacer siempre lo necesario en el momento más adecuado.
—Sí, ha pasado un ángel. Y mientras pasaba lentamente estaba pensando que no he venido aquí para hablar de mí, sino de vosotros dos.
Dana frunce el ceño. Está visto que le va a gustar el tema, sin embargo debo tratarlo sin más dilaciones, es preciso que sea hoy, mañana será tarde. 
— ¿De nosotros? — interroga Dana preocupada—  Yo creía que íbamos a habar del problema Tristán.
—De Tristán trataremos luego, ahora hay un tema más fundamental que requiere nuestra atención. Vosotros y vuestro final en este libro. —Si les dejo hablar, meter baza, cortarme, no me van a permitir plantearlo, ponerlo sobre el tapete, es mejor soltarlo de golpe, como dejándolo caer—. Llevamos demasiado tiempo viviendo una aventura en común, y no me refiero a la ayuda, a la colaboración, que le estamos suministrando los tres a Tristán, sino a nuestra aventura propia, vuestra y mía nada más, la que nos concierne, la que os hace  ir llenando las hojas de este libro, como personajes de ficción,  y la mía como escritor que os inventa, que os fantasea. Por tanto ha llegado el momento de que acordemos entre los tres un final, no inmediato, claro, pero si próximo a esta historia. No os voy a abandonar, lo sabéis perfectamente, seguiréis viviendo en mí, me acompañaréis a donde quiera que vaya, pero sin más páginas, sin más espacio propiamente vuestro limitado  por la tapas de esta novela que entre los tres estamos  haciendo posible. Será otra aventura, muy distinta, más íntima, si queréis, entre nosotros tres, pero no tendrá nunca lugar como novela. Todo lo que se empieza un día, otro día hay que terminarlo, ponerle un final, cuando algo se abre es para que pueda cerrarse. No podemos estar interminablemente llenando páginas y páginas de un libro imaginario con infinitas hojas en blanco aguardándonos para que nosotros las mancillemos. Luego hay que acabar de algún modo, y confío en que vosotros estaréis  a la altura de las circunstancias, resignándoos a un ocaso necesario que os desencarcelará de esta prisión  de papel.
—Y ¿qué has pensado para nosotros? -me interroga con preocupación Carlos.
- No me creáis si no queréis, pero lo cierto es que nada concreto. Tenía un proyecto,
al principio, cuando os intuí por vez primera, era un guión de novela que he ido desarrollando como he podido, a medida que las páginas escritas iban en aumento. No sé hasta qué punto estáis vosotros satisfechos, como personajes, de mi labor hasta aquí, pero estad seguros de que lo he  hecho como mejor he sabido. Os confieso que me ha  resultado bastante fácil gracias a vuestra ayuda. Sin embargo, no tenía pensado ningún final concreto para vuestra historia. Confiaba en que a medida que íbamos
llenando, juntos, páginas un día surgiría una idea adecuada y que a partir de entonces llevaría la narración hacia ese final previsto. Luego me he encontrado con Tristán y todo su embrollo, y esto me ha distraído, no me ha permitido prestar la atención necesaria, a la vez que me ha confundido enormemente. Ahora no tengo un problema, 
sino dos. He de poner término a dos historias paralelas, que se entrecruzan en un determinado momento, pero que no pueden ir unidas eternamente. ¡Bonito panorama
el que se me presenta ahora!.
-Tienes razón, Andrés, -me dice comprensivamente Carlos- entiendo la situación. Por mucho que lo pretendamos no puedes terminar con Tristán y con nosotros a un mismo tiempo. Tristán ni tan siquiera es personaje tuyo. Pertenece a otra dimensión que, únicamente por accidente, se ha entrometido y participa, como en  un cruce de caminos, de la nuestra, de la que debería haber sido desde un principio. 
—Y ¿qué piensas hacer? -me pregunta Dana.
—No lo sé. De momento habrá que intentar solucionar el primer problema, el más acuciante, luego ya veremos.
-Mira -me sugiere Carlos- yo, si quieres no me hagas caso, pero yo en tu lugar trataría de encontrar una alternativa para Tristán, y, mientras, deja  que nosotros mismos intentemos dar con la nuestra propia.
—De acuerdo, de algún modo es lo que yo quería oír de vosotros.
-O sea, que vienes aquí a plantearnos dos problemas acuciantes según tú y ahora resulta que los  tienes solucionados desde el principio  -me reprocha  Carlos. 
-No, resueltos no, pero sí apuntados, como simple bosquejo. Hay que dar una alternativa viable a Tristán, que no sé cuál puede ser, y dejar que vosotros por vuestra cuenta encontréis un día no muy lejano la  vuestra.
-Vale —dice Dana- y ¿qué piensas hacer para sacar a Tristán de nuestra historia?.
—No lo sé, Dana, de veras, no lo sé. De momento voy a iniciar un viaje. Os voy a abandonar por unos días, mientras sea necesario. E inventad cualquier excusa conveniente ante Tristán, que justifique mi ausencia, no puedo decirle a donde voy, a él menos que a  nadie, y, sobre todo, cuidarlo, ayudarle en su odisea, tu también Carlos, y estad convencidos de que a mi regreso tendré una solución válida para él.
-Y a dónde vas, si puede saberse —me inquiere Dana.
—A dónde va a ser. Al sitio más lógico. Me he fijado seguir un poco los pasos previos de Tristán.  Él, un día,  se cansó de la montaña, de vagar por parajes inhóspitos, y marchó a consultar con Merlín. Luego lo más coherente es que yo también peregrine a Mondoñedo  y me entreviste, para pedirle ayuda, con el Mago. Necesito saber por qué Merlín lo encaminó a Barcelona,  por qué lo ha colado, de algún modo, en nuestra historia sin ser llamado, conocer dónde intuye, aproximadamente, Merlín que pueda hallarse la Belladurmiente, porque así no vamos a ninguna parte. Merlín tiene que  darme una solución. O al menos pretendo que me apunte una alternativa para esta situación tan ajena a nosotros. Él, Merlín, lo trajo aquí, a este libro, luego que sea él quien se lo lleve. Creo que es lo mejor para todos. 
- Y ¿cuándo te vas? -me pregunta Carlos.
—Mañana mismo salgo en tren. Precisamente por eso necesitaba hablar con vosotros sin falta. Hay que encontrar una solución lo antes posible, por tanto es necesario que no demore más mi partida.  ¿De acuerdo?
-Sí, nos parece bien,  de acuerdo -me responden los dos  al unísono.
Ahora veo que ambos están satisfechos con mis  previsiones y planteamientos. Me han quitado un enorme peso de encima. Ahora sí podemos tomarnos esa taza de  café que Dana me ofrece sugerentemente y ese güisqui  que Carlos automáticamente pone en mi mano siempre que vengo a su casa. También, ahora, distendido el ambiente podemos hablar de todos esos temas habituales e intrascendentes, banales siempre, conversación que surge  entre amigos mientras la trompeta de Clifford Brown nos pone la nota justa para que esta tertulia que ahora iniciamos resulte más agradable.
Y así proseguiremos durante un rato, divirtiéndonos, comentando jocosamente las situaciones en que hasta el momento les he hecho vivir, mientras la tarde se consume placenteramente, pensando, así mismo, que  Tristán sigue su camino por las calles de Barcelona, él solo, sin nuestra participación. Sí,  está claro que hay que ocuparse un poco más de este chico.




26


Carlos está en lo cierto. Mi Belladurmiente no se exhibe, no se prodiga en absoluto. Al menos no de día, y mucho menos por donde yo la busco. No hay  suerte que quiera aliarse conmigo. No me acompaña. En algún momento vislumbro un atisbo de probabilidad, ahora voy a dar con ella me digo, y me convenzo de  que sí, de que voy a dejar de ser un cenizo, de que mi vagar sin destino se va a trocar para siempre. Sueño
con el encuentro, me dejo arrastrar por la idea, seducir por el deseo de poder besarla, y ese beso que estoy obligado a darle abrirá la puerta, para mí y para   ella, a una nueva vida que cada vez me parece más lejana, más fuera de mi posibilidad. Besar por fin a mi Princesa, romper el hechizo, el maleficio, retornarla a la realidad, iniciar una nueva etapa, abandonar mi viacrucis interminable. Sueños, escenas que constantemente  evoco en mi mente, posibilidades ciertas que algún día tendrán su oportunidad. Sueños que me alimentan, que me permiten seguir bregando, sin que el desaliento, que muchas veces pretende posesionarse de mí, aprisionarme, someterme para siempre, hacerme su fiel servidor, cunda, es tan sólo un breve instante, apenas si  nada, mi voluntad es superior, me siento fuerte por dentro, nunca nada podrá detener mi calvario. Sigo, me  dejo llevar en mi encantamiento, en mi perenne soñar,  en mi divagar con un futuro que estoy seguro será un día cierto...
Entonces cesaré mi voltear de un lado a otro, siempre errante, y podré llevar esa vida tranquila que en todo momento he deseado. Necesito sedenterirzarme, dejar que la tranquilidad, que el sosiego venga y se adueñe de mi espíritu. Sí, tiene razón Carlos, mi Belladurmiente está visto que no es diurna.  Mis presentimientos. Mis sensaciones y, en consecuencia, mis pesquisas,  mis trastornos, mi vagar diario, deambular sin sentido está claro que no dan sus frutos. Está claro, he de cambiar de método. Al menos durante algún tiempo deberé proseguir mis indagaciones por la noche. Barcelona, con sus luces artificiales es distinta, parece otra ciudad, otro mundo completamente distinto a su semblante diurno. No acabo de ver claro la posibilidad de que mi Belladurmiente se dedique a determinadas actividades nocturnas. No, no soy capaz de imaginármela así, trabajando por la noche. Ella  no podría, no, no puedo admitirlo. Mi mente se resiste incluso a pensarlo ni tan siquiera un breve instante. Sin embargo si es posible que trabaje como azafata en algún bingo de los muchos que proliferan en Barcelona, en alguno de esos locales de juego que abren sus  puertas todas los días al atardecer. 
De este modo  me veo ahora abocado a escrutar salones y más salones hasta altas horas de la noche. Mirar y remirar, recorrer con la vista semblantes simpáticos en todo momento que, en el cansancio de tanto ver, mirar y remirar, todos se me asemejan el mismo. Un rostro, una mirada, otro rostro, una sonrisa aquí, un nuevo  rostro aculla, una multiplicidad de caras que se insinúan con simpatía, provocativamente a veces, y no,  yo no puedo detenerme, hacerles caso. Dejarme llevar por sus pretensiones, Por la inercia contagiosa de este juego, no me está permitido malgastar mi tiempo sentado en una mesa mientras voy tachando números en un cartoncito de color rojo, juego cuyo funcionamiento no acabo de comprender bien. Es absurdo jugar, dejarse llevar, durante tantas horas mientras vas eliminando números que se suceden al azar para que al final te des cuenta de que el último, el que podría llenarte de regocijo, no aparece, se resiste a salir, y,  entre tanto, otra persona se adelanta a tu posible bingo que ya estaba cerca. Así una y otra vez, contagiado, emborrachado en el deseo de ganar, de cantar victoria, hasta que te das cuenta de que ya no te queda nada, que ya no puedes seguir jugando, que has perdido tu dinero.
Hay ocasiones en las que se me presentan dificultades para acceder a algún bingo determinado. Entro sigilosamente pero con convicción, resuelto, es lo mejor, no dudar nunca, no dejarse llevar por el miedo a que alguien venga detrás tuyo corriendo invitándote, con buenos modales, eso sí, que la educación no brille por su ausencia, a abandonar el local  porque no dispones de  ese  carnet especial que te permite la entrada.
"¡Eh!, usted, no me ha enseñado el carnet".
Hago ver que no se dirigen a mí, que no va conmigo, y continúo mi avance escaleras arriba. 
"¡Eh!, oiga, el carnet de socio, el carnet".
Una mano se posa en mi hombro impidiéndome   proseguir en mi intento de observar, aunque sólo sea  brevemente, el salón de juego y el bar.
"Por favor, caballero, su carnet".
"Lo siento, no lo llevo conmigo. Lo he olvidado en casa".
Me mira sospechosamente, dudando de la veracidad y sinceridad de  mis palabras.
"Bueno, si usted es socio del bingo no hay ningún problema. En un momento lo solucionaremos, sólo hay que comprobarlo en el libro de registro de socios.
¿Cómo me ha dicho que se llama usted?".
"Perdone, pero es que no soy socio, únicamente buscaba a un amigo que suele venir por aquí".
"Y como se llama ese amigo de usted".
"No lo sé exactamente. Creo que Carlos Royo”
Lo siento, Carlos, sé que a ti no te importará demasiado que utilice tu nombre como escudo. Ya sé  que tú nunca has pisado un bingo, que va contra tus  convicciones más profundas, pero qué quieres que haga, qué otro nombre puedo dar si aquí no conozco a nadie más.
"Aquí no hay ningún socio que responda a  ese nombre. ¿Está usted seguro de que le ha citado en este  bingo?"
Cómo no voy a estar seguro, sé perfectamente que no es socio ni lo será jamás, pero qué  le vamos a hacer, si cuela, cuela. Me encojo de hombros, poniendo cara de sorpresa. 
"Pues Carlos me ha citado en este bingo a las once. No creo que pueda tardar mucho en llegar", comento yo otra vez con cara de tonto sorprendido tratando de convencerle de que tengo buenas intenciones, no soy ningún delincuente, nada más una persona que anda desorientada, que sólo pretende en realidad echar un vistazo a las personas que hay dentro, que busca  su princesa, una persona que le cuesta en demasía adaptarse a la vida actual, una persona a la que vivir en esta sociedad le resulta enormemente penoso y difícil. Qué quieres que haga, Carlos, pertenezco a otra época, este tiempo no es mi tiempo, nunca lo podrá ser, bastante esfuerzo hago ya con intentar no comprender nada, no querer enterarme de nada, resistiéndome siempre a preguntarme sobre los aconteceres diarios que no me atañen. Es mejor no pensar, no interrogarme sobre los sucesos que ocurren en el mundo de hoy, en el mundo real de Carlos y Dana.
"Oiga, por qué no se hace socio de este bingo. Así podrá entrar tranquilamente cuantas veces quiera. Sólo tendremos que cumplimentar unos pequeños trámites".
"Bien, y qué hay que hacer". 
"Usted apenas nada. En un momento le extiendo un carnet de socio a su nombre".
"Y ¿cuánto cuesta hacerse socio?"
"Nada hombre, nada, estese tranquilo. Mire, este bingo pertenece a una sociedad benéficorecreativacultural que se financia con los beneficios de la explotación del bingo. Los socios no pagan nada, únicamente vienen a jugar un rato". 
"Bueno, de acuerdo, hágame socio".
Y poco después me encuentro con un amorfo carnet rojo rellenado a mi nombre, el cual me permite entrar sin que nadie me franquee el paso en esta sala de juego. Y así, con el carnet en la mano traspaso la puerta, tranquilo, soy socio y nadie va a osar detenerme. Subo las escaleras sin prisa. Frente a mí se abre un amplio salón con mesas para que  los jugadores puedan sentarse. En las paredes, junto  con la decoración hay unas enormes pantallas de video  en las que aparecen, en primer plano, las bolas que 
van saliendo de una urna de cristal. Allí las pelotitas saltan, botan, se proyectan constantemente mientras el juego se sucede, mientras van saliendo una a una hasta que alguien cante alborozado y fuera de sí en su alegría: "!Bingo!". Entonces vendrá un tiempo de relax, de esparcimiento, de proyecciones de video-clips en las pantallas que nadie se interesará por ellas, todo el mundo dentro está  concentrado, sumido, en las incidencias del juego, todo lo demás no les importa, no les atrae lo más mínimo. Entre tanto yo me paseo con sumo detenimiento y precaución observando las expresiones de las personas que se sientan en las mesas, contemplando a las azafatas que se afanan por ser serviciales y solícitas, simpáticas, oportunas, para que nadie se quede ninguna partida sin jugar, todo el mundo tiene derecho a adquirir todos los cartoncitos que desee, cada vez de un  color distinto antes de que se reinicie el desgranar de bolas que se repetirán simultáneamente en las pantallas. Al principio el silencio será masivo, contagioso, nadie comenta nada, todos callan, todos quieren oír bien los números que se cantan; con las cabezas  gachas  van tachándolos en sus cartones respectivos, poco a poco irá subiendo un murmullo que no llegará a adueñarse del ambiente. Un comentario aquí, un leve suspiro, un aliento detenido, alguien gritará línea, y se escuchará un !oooooooh! muy largo, muy intenso, que inunda toda la sala, un oooooooh que  todos deseaban poderlo cantar, no obstante sólo una señora ha podido hacerlo. Una azafata recoge el cartón agraciado, lo lleva hasta la mesa para que se compruebe la veracidad de la línea y una vez hecho  se volverán a cantar de nuevo
los números que componen esta línea, y poco después la tarjeta volverá a su dueña para que se pueda proseguir con ese parto no doloroso. Y yo sigo buscando a mi Belladurmiente, tampoco se encuentra aquí. Nada, no hay suerte, por un momento pienso que tal vez aún no ha  llegado, quizás se acerque más tarde. Mas no, ella no está aquí ni estará nunca. Es mejor marcharme, abandonar este local, dirigirme a otro, aún es pronto, aún me queda tiempo.
Cada noche es igual, tengo una hermosa colección de tarjetas a mi nombre. Carlos afirma que seguramente soy el ciudadano de Barcelona afiliado a más bingos. Si alguien hiciera una estadística llegaría a la conclusión de que soy un jugador empedernido, un vicioso del juego. Dentro de poco habré recorrido todos los existentes en este dejarme rodar nocturno. De  continuar así me voy a convertir en todo un personaje, el más conocido de la vida nocturna de la ciudad. Porque no son únicamente los bingos los lugares en donde yo busco. Nunca me había imaginado que Pudiese existir todo un latir tan distinto, que no tiene nada que ver con el cotidiano que yo conocía, el de la luz del día, aunque también éste es corriente, de cada día.  Hay en Barcelona personas que nada más viven de noche. Para ellos la luz natural del sol no existe. Se han habituado a las tinieblas, a la luminosidad artificial del neón, de los escaparates, de los locales nocturnos, de las farolas, como si no hubiese un sol arriba para calentarnos, para darnos vida, esperanza. No, no me gusta, no me convence la actividad nocturna. Te acostumbras a este deambular y poco a poco sientes que ya no eres tú. Tienes el sueño alterado, la vida cambiada. No te encuentras a ti mismo. Unos días puede estar bien, especialmente si se tiene en cuenta el propósito que me mueve a vivirla. De otro modo no lo aceptaría jamás. Vivir sin ver el sol es superior a mis fuerzas, mi mente se resiste a soportarlo por más tiempo. No quiero llegar a casa cuando Carlos ya se levanta, mientras yo estoy cansado, abatido, consciente de que no ha servido de nada, como pájaro de mal agüero. También está Dana, últimamente no la veo, la encuentro a faltar, tampoco a ella le complace la vida trasnochada, al menos determinada actividad noctámbula. Será mejor volver a la luz solar, reaparecer  al día, olvidar la noche para los pájaros nocturnos y las alimañas. Está claro que yo tenía razón y que el equivocado era Carlos. Mi Belladurmiente no frecuenta la vida de "Barcelona la nuit", como la llama Dana. Lo malo es que si nos atenemos a mi experiencia hasta el momento, tampoco la diurna. Ni la una ni la otra, no se deja ver, se mantiene al margen, se sustrae a mis pesquisas, me huye no siendo consciente, seguramente, de mi búsqueda liberadora para ella. No hay modo de que aparezca; ésa es la única realidad tangible, la única que tengo a mano. Yo pongo de mi parte toda la voluntad de que soy capaz. No sé qué más puedo hacer, dónde indagar, dónde encaminar nuevamente mis pasos, para encontrarla. Definitivamente estoy desorientado, nada más me resta mantenerme en la certidumbre, en la más absoluta seguridad de que un día daré con ella, no perder la esperanza, confiar siempre, conservar el aliento necesario para no desfallecer. Y seguir, seguir buscando, seguir buceando, seguir un día sí y otro también, hasta el final, hasta que aparezca.



27

Ya he llegado a Mondoñedo, villa típica, campesina, encantadora, con sabor a rancio, a gallego del interior pese a que el mar tampoco queda tan distante, pueblo en el que resulta cómodo evocar viejas leyendas con magos, meigas, componendas, encantamientos, apariciones en los puentes y caminos solitarios, en donde lo real se confunde con demasiada facilidad con la heterodoxia, con lo imaginario, con esa parte no racional que aún perdura en todos nosotros. Ha resultado sencillo llegar hasta aquí. Primero en  tren hasta Lugo capital y luego el autobús de línea. Un coche no  demasiado moderno que renqueaba al ascender el puerto ya cerca de Mondoñedo. El paisaje, el ambiente, los bosques de castaños, de robles, de pinos, el verdor que todo lo inunda, que todo lo colma, vegetación cuya presencia da la nota, hace que estemos inconfundiblemente en Galicia.  La atmósfera toda me sorprende  maravillosamente. Es tan distinta a la que estoy acostumbrado. No cabe la menor duda: esto es el corazón   mismo de Galicia. Me encanta su colorido primaveral, sus  tonos suaves, cálidos, gama de verdes y ocres, luz   suave, las brumas, el ambiente de humedad, de lluvia,  es otro mundo.
Ahora, una vez acomodado, llega abordar lo más dificultoso: encontrar el modo de poder entrevistarme con el Mago Merlín. La verdad es que no sé cómo hacerlo, por dónde comenzar mis indagaciones. Si al menos hubiese consultado con Tristán, él me habría indicado el camino correcto. Sin embargo mi propósito de venir casi de incógnito, sin que él sepa de mi viaje, y mucho menos pueda sospechar el motivo que me trae, hace que ahora me halle deambulando, sin rumbo, al igual que sucede con él en Barcelona, sin una perspectiva cierta, visitando la ciudad, su sede episcopal, los monumentos de esta antigua capital de provincia,  la Catedral de la Asunción, que me parece por fuera un poco pastiche con esa mezcla de románico de su portada, ese rosetón precioso y el resto neoclásico, con unas torres que parecen añadidas, como un apósito que trata de curar la herida a la sensibilidad de quien la contempla, vamos que no son del edificio; la plaza mayor, sus locales más concurridos, dejando caer de cuando en cuando mi intención de ver a  un anciano señor de blanca barba que vive aislado en  la montaña, en un gran pazo. Nadie parece conocerlo.  El gallego es retraído, resulta huraño con los forasteros, poco dado a colaborar, al menos a mí me está resultando así. Es mi apreciación personal, lo que yo siento, mi vivencia de la situación.  Nadie me da noticias de Merlín mientras yo sigo inquiriendo por su paradero, por su presencia, por su esencia y existencia real aquí y que no puede desvanecerse de pronto. Ha transcurrido ya una semana y no obtengo nada positivo. Estoy algo cansado y comienzo a convencerme que tal vez sea mejor marcharme, abandonar mi de momento frustrada intentona de consultar con Merlín; está visto que me resulta imposible llegar hasta él. 
Cavilando estas cosas en mi habitación, de pronto aparece mi patrona diciendo, con un acento cerrado que apenas llego a entender,  que abajo hay un hombre que pregunta por mí. "¿Por mí?", le contesto dubitativo, no creyendo que la cosa vaya conmigo. "¿No es usted el catalán?, aquí no hay ningún otro". Bueno, yo no soy catalán, pero comprendo que me asocien como tal dado mi procedencia: Barcelona. Me encojo de hombros. No sé de qué o de quién puede tratarse. Me sorprende que alguien me busque. A no ser que... "Bien, dígale que ahora mismo voy". Bajo inmediatamente, encontrándome ante mí con un hombre de campo, algo bajo de estatura, de complexión fuerte, grueso, con cara más bien grande, redonda y colorada, algo calvo de frente, con dos ojos redondos colocados en medio que no van con aquella faz, ojos que me contemplan con avidez, llenándose de mí. No es una mirada insolente ni provocadora, en todo caso sorprendida, quizás esperaba encontrar otra imagen, otra persona, y  no a mí.
"¿Es usted el señor que desea ver a don Merlo, verdad?". ¿Don Merlo?, no lo sé, pero bien pudiera ser. Es lógico, pienso,  que Merlín haya cambiado de nombre aquí, en estas tierras, adaptándose a las circunstancias, deseando, pretendiendo, buscando pasar desapercibido, que nadie  le reconozca y mucho menos que le relacione con aquel mítico Mago que instruyó al Rey Arturo. "Supongo que sí... vamos, que sí, sí soy yo", le he contestado mientras la agitación y el nerviosismo se adueñaban de mí.
"Bien, entonces recoja su equipaje y acompáñeme. Don  Merlo le aguarda. Tengo órdenes de llevarlo conmigo al Pazo".
Y así, de este modo tan sencillo he podido  dar con el paradero del Mago Merlín. Bueno, he de reconocer que en realidad ha sido él quien ha dada conmigo. No sé muy bien dónde se encuentra, yo no conozco estos parajes, más bien me desorientan en grado sumo. A mi todo se me asemeja igual. Hemos salido de Mondoñedo en un dos caballos bastante destartalado por la  carretera  que lleva en dirección hacia la costa, hacia  el mar Cantábrico, bajando primero un poco y después ha comenzado la subida, el ascenso constante, adentrándonos en la sierra.  Desde arriba se contemplaba la ciudad majestuosamente, tan galleguiña,  envuelta en esa perenne atmósfera que siempre hace presagiar lluvia, a pesar de que siempre que se dice tan gallega venga a nuestra mente el recuerdo de imágenes que se asocian al paisaje marítimo y a los pescadores en las rías. No, Mondoñedo es tierra adentro, montañas y más montañas aunque no altas, no enormes pero sí extensas. Por todas partes nos vemos rodeados de bosques, árboles y más árboles que muy bien pudieran ser castaños y eucaliptos. No puedo asegurarlo con certeza, yo no entiendo de campo, cuando me sustraen de la vida urbana, la que es mi medio natural, me encuentro totalmente perdido. Una vez arriba, tras haber recorrido algunos kilómetros nos hemos desviado a la izquierda por una estrecha carreta local. Lo siento, no puedo dar más referencias ni ser más preciso, tan sólo me he fijado en una señalización de tráfico. Una de esas que indican una dirección, un lugar y una distancia. Viloalle Masma. Es la única que he sido capaz de retener en la memoria. También he de reconocer que el trayecto no está resultando nada agradable con un conductor algo callado, taciturno, que conduce a su manera, no demasiado habituado, con toda seguridad, a hacerlo. No obstante no hemos llegado  hasta ningún pueblo, ni tan siquiera hemos rebasado ningún caserío o pequeña aldea, todo ha sido carretera asfaltada, estrecha, eso sí, pero nada más asfalto y algún que otro, a veces excesivos, parches en el trazado y muchas curvas. Todo ello que hace suponer que no debemos estar demasiado lejos de Mondoñedo.  Después de tomar esta carretera, tras un rato de marcha tranquila, en silencio, a una velocidad más propia de un lento paseo que de otra cosa, nos hemos vuelto a desviar definitivamente, abandonando de esta forma el asfalto, e introduciéndonos bosque adentro por un camino forestal de tierra, no embarrado, pero sí de tierra húmeda que dificulta el avance del vehículo. 
Poco después hemos llegado ante una cadena y un cartel que nos impiden el paso. "Camino particular. Prohibido  el paso", reza dicho cartel. El conductor ha quitado, bajándose del coche, el impedimento, los hemos rebasado y lo ha vuelto a colocar tal como estaba antes, a continuación hemos proseguido nuestro viaje adentrándonos aún más entre árboles, bosque adelante. Sin apenas darme cuenta, iba algo distraído, de pronto ha aparecido ante nosotros una enorme casona de piedra, casa antigua y señorial, noble a decir de algunos. De dos plantas, toda la fachada recubierta de hiedra donde  aparecen como recortadas  unas ventanas amplias, grandes, todas iguales, remarcadas por esta trepadora que embellece notablemente el edificio. Un  gran portalón de medio arco completa la imagen a primera vista.  Una enorme puerta frente a la cual se detiene el coche. Un viejo mastín se nos acerca ladrando sin que resulte amedrentador. Ladridos más bien jubilosos, de recibimiento, de saludo. Ladridos que nada condicen, tal vez lo hace porque tiene que hacerlo, porque es su función: avisar de que alguien ha llegado. De súbito  aparece un hombre anciano, vestido con un batín de gruesa franela de cuadros y pantalón marrón de pana, boina en la cabeza, barba larga y blanca, hermosa como ninguna otra, al igual que sucoabellera que le baja hasta casi acariciarle los hombros. Viene hacia  mi ufano, sonriente, y sin decirme nada me estrecha calurosamente la mano, con fuerza, haciéndome daño. Será un anoiano, o al menos a simple vista lo parece, pero no cabe la menor duda de que aún conserva intacto el vigor, la energía, de su juventud. "Tu eres Andrés Marco, estoy seguro", me dice sin que medie más palabra.
No ha sido una pregunta, simplemente una afirmación,  la certeza del que sabe sobradamente que no yerra.  "Sí, lo soy". "Pasa, hijo, pasa. No te quedes en la  puerta, aquí la primavera siempre es fría y húmeda". Y una vez dentro ha añadido "Hace días que aguardaba tu llegada. No podía s fallarme. Sabía desde hace mucho que tarde o temprano vendrías a visitarme".
No me cabe ningún género de dudas, estoy en casa de Merlín, don Merlo, como a él le gusta que le llamen por estos lares. Es más, ahora sé que él me esperaba, sabía que yo un día vendría a verlo, lo tenía previsto, me lo ha confesado sin ningún ambage, desde el principio, para que no pueda haber confusiones o situaciones no  previstas. Está claro que soy el huésped esperado, el agasajado por este anciano encantador, maravilloso. Y también está claro que desde el inicio debo darme buena  cuenta de que aquí va a ser él quien va a llevar la batuta. Lo cual no me desagrada lo más mínimo. 
La comida me ha cogido por sorpresa. Unas simples patatas con pulpo, gallego lógicamente, tan distinto, tan sabroso, tan tierno, tan meloso, tan bien guisado, acompañado por un albariño blanco, de color amarillento, con sabor afrutado, realmente exquisito. De segundo, capón asado relleno de manzana y castañas con un tinto de Salvatierra. Para el queso, de Cervantes según me ha indicado don Merlo, ha abierto una botella de tinto de Rubiós. Y de postre algo realmente delicioso para el paladar: tarta medieval de Mondoñedo  a   base de almendra y cabello de ángel, con un vino dulce que no me ha dicho de donde era, tal vez lo preparé él mismo. No cabe duda de que me esperaba hoy, la comida así da fe, estaba todo preparado para esta ocasión. He pasado todo el rato contemplando a este hombre, esa cascada de plata espumosa que cae impetuosamente desde su cabeza, escuchando ese torrente de palabras que brotan de su boca para comentarme cosas referentes a la comida, alentándome a comer, a saborear los platos. "Come, hijo, come, que tu eres joven y lo necesitas“. No, no me parece un anciano, nada más lejos de la realidad, mantiene la envergadura y la complexión de un hombre de mucha menos edad intactas. Es alto, algo grueso, robusto, con un rostro que  inspira confianza, con unos hermosos ojos azules, claros, celestiales que te miran acariciándote, infundiéndote cariño, calma y sosiego, así nunca puedes sentirte un extraño. Además están esas ligeras arrugas alrededor de los ojos, en los parpados, esas bolsas que contienen su mirada. Si no fuese por este pequeño detalle apenas te darías cuenta de que es un anciano, podría pasar perfectamente por un hombre maduro, que ha superado ya lo mejor de su vida, pero que aún le quedan muchos años  por vivir. Sin embargo, él te recuerde en toda ocasión que es un anciano, aunque no se comporte de ningún modo como tal. La verdad es que el Mago Merlín no responde a ese estereotipo que nos formamos de él en las novelas y películas en las que sale como personaje. Es totalmente diferente, distinto. Siempre nos lo ha presentado como un viejo venerable, algo achacoso, más  bien bajito y gordinflón, alejado   de las actividades mundanas, entregado completamente  a sus  estudios. Y yo me encuentro con un hombre que  responde a todo lo contrario. Vive alejado del mundo por decisión propia, oculto, deseando terminar sus días en la paz de estas tierras gallegas que tanto le agraden, pero no olvidando el mundo, siguiendo a diario las incidencias de los hombree con sumo interés.
En la sobremesa, mientras tomamos té y yo me  fumo un pipa hemos conversado bastante. No es hombre parco de palabra precisamente. Todo lo contrario, le encanta la conversación,  no calla nunca, sin embargo va de una cosa a otra, saltando temas, dejándose llevar por el hilo de la charla, todo lo inquiere, todo lo quiere saber, todo lo pretende abarcar a la vez, de golpe, impetuosamente, como si le fuese a faltar tiempo. Se nota que hace bastante que por aquí no se ha dejado caer nadie. Comprendo perfectamente que él quiere aprovechar esta ocasión de explayarse, de salir del  del enclaustramiento en que se halla sumido. 
—Y bien, hijo, ¿cómo te sientes ahora?
Noto que no es la primera vez que me llama hijo. Y la verdad, confieso que me llena de orgullo el hecho de que me distinga con este apelativo. Hijo en sus labios tiene una connotación especial, me hace sentir maravillosamente bien a su lado. Tal vez sea el modo como lo pronuncia, ese cariño tan especial, que te arropa, que se desprende de su dicción y que te envuelve y calma. Creo que muy pocos padres serán capaces de poner tanto énfasis, tanto de uno mismo, sacándola de tan adentro, como hace don Merlo.
—Bien, me siento muy contento de poder estar  aquí, en su casa, a su lado, recibiendo tanto cariño. Pensaba que tendría que marcharme sin haberlo encontrado y ya ve, ahora, de pronto, estamos juntos, conversando tranquilamente. Comprendo que Tristán al sentirse fatigado y harto de tanto caminar se  dirigiese aquí en  busca de su calor, su cariño, comprensión y, en especial, su apoyo.
—Me alegra que te encuentres cómodo en mi casa, hijo. Sabes, no estoy habituado a recibir visitas. Nunca nadie viene por aquí. Si me encuentras algo pesado y romo quiero que sepas perdonarme. Yo soy un viejo pocho que hace tiempo que apenas ve a nadie, únicamente a estos  sirvientes que no me han abandonado aún, quién sabe por qué. Sé que es difícil trabajar a mi lado. Si encuentras algo a faltar, si echas algo de  menos o hay algo que no te complace no dudes en hacérmelo notar. Yo aquí apenas tango nada, carezco de comodidades. Como vivo tan alejado del mundanal ruido. Nada más dispongo de  la televisión para distraerme, sobre todo cuando dan futbol. Es un deporte que no acabo de comprender muy bien, pero me gusta verlos correr detrás de una pelota. Gran invento esto de la televisión, pero con ese aparato no se puede entablar ningún tipo de dialogo. A mi edad, bien es verdad, preciso de muy pocas  cosas. Me conformo con lo que me rodea. Recuerdos y  nada más. Es la ocupación de los viejos, estamos abocados a vivir tan solo de nuestros recuerdos de antaño. La vida no es más que eso, un pasar apenas, algo importante que te sucede en una ocasión, y después el eterno recuerdo. Forjamos recuerdos futuros nada más, es la condición humana más esencial, más profunda, más metafísica, no te quepa duda, hijo, no te quepa la menor duda. Recuerdos y más recuerdos que configuran una existencia. Recuerdos que nosotros mismos vamos moldeando y que a medida que los días se suceden van i adueñándose de nuestras vidas.  ¿Y bien? Supongo que  estarás deseando formularme muchas preguntas. Lo adivino en la expresión de tu mirada. Has venido para eso y no te irás mientras no tengas esas respuestas que esperas de mí.
-A decir verdad, sí, don Merlo, tengo demasiados temas sobre los cuales quiero tratar con usted. Mas no sé por dónde comenzar. Me encuentro aturdido,  atónito, anonadado ante usted. El hecho de encontrarme aquí, a su lado, su recibimiento tan acogedor y que no esperaba, su...
-Perdona que te interrumpa, hijo. ¿Por qué no me tuteas? No me gusta el usted castellano que supone, que anticipa siempre una separación, una diferenciación y sobre  todo un modo de marcar una distancia entre los contertulios. Nunca me ha parecido bien. En la Isla tenemos el tú y nada más, más cercano y acogedor, que facilita la confidencia. Por qué no Merlo, así, sin más, o Merlín, que tampoco me importa. Qué más da Merlín, o Merlo, o cualquier otro nombre, de todos modos siempre seré yo.
-Sabe, no podría. No es que yo pretenda imponer esa distancia entre usted y yo. En absoluto. Es otra cosa, no sé si me explico bien, es algo bastante largo de contar. 
—Hazlo, hijo, hazlo tranquilamente. Tenemos  todo el tiempo que queramos a nuestra disposición.
—Verá, desde pequeño he sentido una enorme fascinación por usted. La historia del Rey Arturo, los Caballeros de la Tabla Redonda, la búsqueda del Santo Grial, la espada Escalibur, Camelot, Lancelot du Lac... son todo nombres que yo venero, que tienen un aura muy especial para mí. Son personajes, gestas que  en todo momento he sentido fantásticas, como más allá  de lo puramente humano, hazañas que nos transcendían, irrepetibles hoy, y en medio de todas ellas siempre el mago Merlín, usted, educando a Arturo, dando consejos siempre acertados, velando para que nada de cuanto estos héroes emprendiesen se torciera. No, no puedo, es superior a mí, como voy a tratar de tú al ser que más venero. Sería una profanación que no puedo permitirme ¿me comprende?
—Sí, te comprendo perfectamente —mientras pone cariñosamente su mano sobre la mía por un momento-  Sabes, nunca he entendido muy bien por qué aquella historia tan insignificante, tan intranscendente tomó tanta reputación. Aquello fueron aconteceres que sucedían cada día, hechos irrelevantes y nimios que nunca debieron traspasar los límites de la Bretaña.  ¡Y yo que pensaba que por fin ya habían sido olvidados! De todos modos intenta tutearme, no me digas de usted, nunca he podido sentirme cómodo cuando me lo dicen.  Como te decía,  en mi lengua materna no existe esta palabra, al menos no con esa connotación que aquí muchas veces se le da. Aquí un usted y un señor tienen un sentido, una intención completamente servil por parte de quien las pronuncia. Y eso nunca me ha gustado. Me hablabas hace un momento  de los Caballeros de la Tabla Redonda. Aquello fue  apoteósico, inolvidable mientras duró. Pues bien, eran  caballeros, personajes hoy legendarios, revestidos de una aureola que seguramente no desearon, tenían sus  códigos de honor, sus modos de tratarse entre ellos y de dirigirse al rey Artur, no obstante no recuerdo que nadie se llamara de usted. En todo caso Señor, pero era  un señor que significaba otra cosa, era más intranscendente, simplemente quería decir que era el rey, o el  que nos dirigía, o el más valeroso, o el más intrépido y reconocido de todos, pero siempre resultaba más cercano, más fraternal, más de compadreo que otra  cosa, sin jerarquías, sin diferencias. Era como un título protocolario, de referencia nada más: tú, Señor, yo mago, éste mensajero, aquel criado. Y en el fondo de nuestro ser nos dábamos cuenta, y lo reconocíamos  así,  que todos  éramos más o menos iguales, personas que  cumplen con su misión como mejor saben y nada más. Todos éramos en aquel entonces necesarios, tan solo se enseñorean los inútiles. Sabes, la historia miente demasiadas veces, por  no decir siempre. Y si no mente, tampoco dice toda la verdad. Nuestras misiones, nuestras conductas no resultaban tan transcendentes para nosotros como después se ha intentado hacer creer. En aquel entonces no había tantos rangos, tantas distinciones, tanta mala fe, o por lo menos no éramos conscientes de ellas. En realidad nos sentábamos todos alrededor de la misma mesa sin tener un lugar asignado de antemano. ¿Te aburro con mi prédica, verdad? Seguro que sí, son cosas, recuerdos míos, manías de viejo.
Este hombre es realmente fabuloso, no tiene pérdida. Pasaría el resto de mis días a su lado dedicado simplemente a escucharlo, convencido de no cansarme jamás. Tiene una forma de hablar, un modo de decir las palabras que te envuelve y arrastra, no puedo abstraerme a su divagar siempre agradable, a su charla amena en todo momento. Es realmente extraordinario, absorbente, arrasador, es su palabra y nada más.
-Bueno, ahora te toca a ti, yo ya he hablado bastante. Tengo el imperdonable defecto de no dejar hablar nunca a nadie. Sabes, no siempre tengo ocasión de hacerlo, así que cuando se presenta una me aprovecho explayándome a mis anchas. Antes, cuando te he interrumpido, me estabas diciendo que no sabías por dónde comenzar. Pues nada, inicia por donde te plazca, tenemos muchas cosas de qué hablar tú y yo en estos días  que vas a pasar aquí.
Sí, ahora es mi oportunidad. Quisiera preguntarle desde un principio por el tema que aquí me ha encaminado. Mas la cortesía debida se impone. De sus palabras deduzco que voy a pasar a su lado algunos días, no sé cuántos, a mi no me interesan demasiados, el trabajo me aguarda en Barcelona. Será mejor, en consecuencia, posponer para mañana el asunto fundamental, el gran tema de debate. Esta tarde vamos a dedicarnos, por lo que se entreve, a charlar amigablemente.
—Se está  haciendo tarde, ¿quieres acompañarme en mi paseo vespertino? A mi edad me he impuesto la obligación de caminar todos los días, antes de la cena, un rato. Nada de caminatas largas, simplemente un paseo pausado, sin hacer ningún tipo de esfuerzos, sin cansarnos. A  ti también te conviene, aunque seas  joven, la ciudad ya se sabe. Aprovecha ahora que tienes unos días de descanso y relax en el campo. Tan solo por el mero deleite de contemplar la puesta de sol de cada día, cuando no llueve, para asegurarnos así que seguimos existiendo. Los ocasos aquí son únicos, sorprendentes, te sumergen en un éxtasis inefable, ya lo verás. ¿Vamos?
—Sí, de acuerdo, vamos allá. 
Por el momento ha finalizado nuestra amena charla. Salimos ambos fuera de la casa, al campo. Apenas hay jardín. Caminamos lentamente, sin ningún tipo de apresuramientos, no hay motivo alguno que nos induzca a ello. Nada más caminar por el mero placer de hacerlo, dejarse llevar plácidamente a donde nuestros  pasos quieran conducirnos, por unos senderos desconocidos totalmente para mí en medio de la frondosidad  del bosque, percibiendo de cuando en cuando algún que  otro rayo de sol que se filtra furtivamente entre las  ramas, monte bajo de toxo y brezo entre los robles, trazos luminosos que nos dan de frente, por tanto estamos avanzando en dirección oeste, hacia Finisterre.
Apenas hablamos, sólo don Merlo va soltando pequeñas observaciones, comentarios sobre cuanto vemos y superamos, lugares que le traen recuerdos, pequeñas historias que llenan su vida aquí, retazos de un paisaje que le da forma, que configura su existencia en estas tierras gallegas. Es algo que me atrae, que me seduce el sólo pensarlo.  ¿Por qué un día Merlín abandonó su  querida Bretaña para retirarse por el resto de su existencia a estos parajes?  ¿Por qué se sepultó en vida, alejándose para siempre de ese escenario que le era tan propio, de las referencias de su persona, de sus lugares comunes en que ocurrieron los hitos más fundamentales y significativos de su gran historia?  Es algo sobre lo que le interrogo mientras caminamos sin un rumbo  preciso por estos senderos de su propiedad. Entre tanto el sol se va poniendo, nos fijamos en la majestuosidad del ocaso, en su magnificencia. Tenía razón don Marlo, es sobrecogedor. Sin embargo yo no me sustraigo a la posibilidad de seguir charlando con él.
-Hay algo que me intriga sobremanera, don Merlo, ¿por qué un día abandonaste la Bretaña y te viniste a las montañas de Galicia?, ¿acaso buscabas un refugio aquí?
—Si te dijera que no sé muy bien por qué seguramente te estaría mintiendo. Son muchas las veces que me he formulado yo mismo esta pregunta y la respuesta que me he dado siempre ha sido la misma. Después de toda aquella historia inolvidable de la Tabla Redonda, que tú, parece ser, conoces tan bien, decidí abandonar para siempre aquel decorado de mi esplendor, ya no me resultaba grato, era demasiado avasallador para mí, se imponía con demasiada fuerza anulándome. Deseaba pasar el resto de mi existencia tranquilo, alejado de aquel marasmo que no podía conducirme a nada bueno ya. Todo había acontecido ya, no era posible esperar nada más que resultase fructífero, que te obligase a seguir  permaneciendo allí por  más tiempo. Un día abandoné aquellas tierras tan caras para mí convencido de que nunca más regresaría, y así ha sido, nunca volveré. Me costó una enormidad el decidirme, mas una vez tomada la  resolución había que llevarla a cabo. Salí una mañana solo con una única meta en mi ánimo: alejarme para  siempre de aquellos escenarios. También con el deseo ferviente de buscar y encontrar un pedazo de tierra que recogiese mis huesos cansados y que a su vez  que no me hiciera sentirme eternamente  desarraigado. En suma, que me acogiera con beneplácito. O por lo menos que no resultara inhóspito.  Y
así, con estas pretensiones en mi espíritu, mis pasos se encaminaron hacia el sur, buscando un clima mejor, más favorable, no tan duro, hasta llegar  a Tulusa. Allí conocí a un grupo de peregrinos que hacían la ruta del finis terrae. Me uní a ellos. También yo deseaba acercarme hasta Compostela, sin embargo yo quería encontrar otra cosa, una tradición muy anterior, primigenia, no se trataba de un peregrinar en busca de un Sepulcro  Santo, sino un intento de encontrarme con la tradición arcaica del mítico y ancestral finis terrae. El fin del mundo, donde la tierra, según suponíamos en aquel entonces, acababa. No podía sustraerme a esta seducción tan fuerte que me arrastraba hacia aquí. En un hombre de mi condición, dedicado enteramente al estudio era lógico que así ocurriera. Fueron días plenos de penuria, de incidencias, de contratiempos. Nada estaba en calma, los caminos no resultaban  nada seguros. No obstante nuestra señal de peregrinos nos protegía, nos salvaguardaba, era una protección que en muchas ocasiones nos libró de la muerte. Fue así como un día, 
¡ bendito día!, vi por primera vez esta tierra afortunada. La encontré hermosa en demasía.  Me enamoré de ella perdidamente y decidí quedarme para siempre. Creo que nunca la elegí yo. Fue, más bien, ella quien se fijó en mí y me sedujo. Es lo más parecido que hay a mi Bretaña natal. Aquí no puedo sentirme extrañado. Me quedé para siempre, nunca la he abandonado del todo, nada más me permito pequeñas salidas hasta el mar. Esta tierra es celosa para conmigo, lo sé muy bien, lo percibo en todas en todas sus manifestaciones. Tan sólo me está permitido contemplar el mar, saciarme de mar, es algo superior a mí. Lo siento, no puedo olvidarme de su presencia, pasar sin él, sin 0ir el rumor de sus olas, la bravura de sus aguas golpeando, como macho en celo, los roquedales, las cornisas de la sierra Capelada, tierra imponente. Me
sigue fascinando aún hoy el contemplar el romper de las crestas en el Cabo Ortegal. Cuando no sé qué hacer, cuando me encuentro tremendamente solo, desasistido, cuando me busco y no me encuentro, sacamos el coche y me encamino siempre al mismo lugar, siempre en busca del mismo paisaje. La playa de Ortigueira, el mar suave, la ensenada arenosa. Después nos acercamos hasta Cariño y su playa. Me llena y me siento renacer al divisar al fondo, muy en la lejanía, en el cierre  de la ría de Santa Marta, Estaca de Bares, sobresaliente,  majestuoso, imponente, marcando la entrada al mar. En otras ocasiones nos alargamos hasta el Cabo de Ortegal. Lo siento, me dirás que encontrarte con el mismo paisaje siempre, el recurrir en  todo momento a los mismos lugares, resulta monótono, aburrido, carente de atractivo. La gente hoy nunca regresa al mismo lugar, cambia demasiado aprisa. Yo sigo siendo un romántico. Es algo superior a mis fuerzas. El encanto de estos parajes me tienen hechizado. No puedo olvidar su existencia,  sustraerme a ella. Qué sería de mí sin la posibilidad de poder recurrir a todo esto. Seguramente habría muerto ya. Es mi vieja Bretaña, mi referencia 
constante a Cornualles, tan semejantes, tan repetidas. Tan encantadoramente gemelas. Es mi eterno recurso al recurso. Es lo único que aún conservo y que me mantiene vivo. ¿Conoces estos escenarios?  ¿Has visitado alguna vez el Santuario de San Andrés de Teixido?
—No, no los conozco y,  oyéndole referirse a los mismos, bien que lo lamento.
—No importa. No te preocupes, si quieres un día de estos podemos acercarnos los dos juntos hasta allí, están relativamente cerca, el coche hoy acorta las distancias. Te mostraré recovecos incomparables que pasan desapercibidos a la mirada nada atenta de los turistas de turno. No sé, pero yo las encuentro únicas, tal vez sea a causa de los recuerdos de un pasado muy lejano pero vivo en mí en todo momento. Cuando me hallo allí, cuando me reencuentro con esa tierra tan hermosa, que tanto conozco, es tal el placer  que siento, que eternamente me veo impelido a este  incesante peregrinar, a este volver en busca de lo erótico que únicamente aquí tiene ya un sentido para  mí.
Y así, entretanto, el tiempo va pasando, don Merlo no cesa de hablar, y la noche va adueñándose, cayendo sobre nosotros, sobre nuestro caminar pausado, lento, sin pretensiones. El cielo se llena de estrellas que mientras regresamos al hogar don Merlo me va explicando, indicándome el mapa celeste, suministrándome conocimientos de los que carezco, intuyendo presagios buenos y malos, hasta hacerme comprender que él conserva aún vivo el método de lectura de las estrellas. Estoy fascinado ante tal cúmulo de conocimientos  tan alejados del mío propio. Ante su disertación llego a sentirme un perfecto analfabeto, un profano absoluto en la materia. Me avergüenzo de ser un pagano total ante sus ojos en una ciencia que desgraciadamente hoy   hemos olvidado, y de la que él sigue siendo el Gran  Maestro. 
Y así, de este modo, caminando con esta charla de fondo volvemos hasta arriba, a la casa. Es ya la  hora de cenar. Hemos pasado casi toda la tarde caminando. Se siente fatigado. Lo comprendo. A mí me mueve el interés de estar en todo momento a su lado, saber tantas cosas que sólo él puede enseñarme, y por tanto no me doy cuenta de su realidad, de sus años, de su agotamiento. Su aspecto no es el de un anciano, lo he dicho ya antes, pero ahora me doy cuenta de que sí lo es, la emoción de tenerme a su lado, según él mismo me ha confesado, es superior a sus deseos, pero mina sus  fuerzas ya mermadas. Desea cenar frugalmente en sus aposentos y descansar, reponerse. Se disculpa apesadumbrado, le molesta en verdad el verse obligado a tener
que dejarme solo en la cena. Pero no importa, me hago cargo de las circunstancias, también yo me encuentro en una situación un tanto especial. El cúmulo de vivencias, de las que hoy he gozado sobremanera, hacen sentirme cansado y perplejo. No he podido digerirlas aún. Ahora preciso dejar que el tiempo me permita ir asimilándolas, darme cuenta de todo lo que me está aconteciendo. sé sobradamente que no soy consciente de su relevancia. Es una cena suave, una sopa ligera  de pescado y un poco de robadiza guisada con una salsa realmente sabrosa. Apenas me fijo en lo que estoy comiendo, repaso mentalmente todo lo que don Merlo me ha ido contando a lo largo de la jornada y me siento  eufórico, fuera de mí. Me retiro, pletórico, inmediatamente tras la cena  a mi habitación. También yo necesito reposar, reponerme, mi mente se halla saturada, agotada en exceso. Han sido demasiadas cosas a la vez superponiéndose, llenándome. Ahora es mejor no pensar, dar tiempo al tiempo, dejar que todo se sedimente y adquiera cuerpo, consistencia. Mañana  será otro día.
Duermo hasta bien entrada la mañana. Nadie osa despertarme. Es agradable el permanecer en la cama, entre el calor de las sábanas. Cuando desciendo a la planta baja es ya hora de comer. Don Merlo no está en la casa, ha salido a dar un pequeño paseo mientras llegaba la hora de sentarse a la mesa. Siento en mi fuero interno el haber malgastado de este modo toda la mañana. Seguro que Merlín me habría hecho olvidar inmediatamente el sueño que me ha impedido poder disfrutar de su compañía. Tras la comida hemos pasado parte de la tarde en su biblioteca, conociendo yo sus libros, sus códigos que nada más él conserva. Acopio que nada más un hombre como
Don Merlo es capaz de agrupar. Apenas hemos hablado de temas importantes para mí. Entendámonos, todo lo  referente a don Merlo es importante, fundamental, me refiero a que sean necesarios para la misión que me ha encaminado a hacer este viaje. Referirlos aquí todos es imposible. Hemos saltado de una cosa a otra, sin fijarnos durante demasiado tiempo en nada. Hablar y más hablar, transcendente, como todo en él, pero imposible de narrar, de simplificar, de hacer una sucinta  recesión que los abarque a  todos. 
Fue un día inolvidable. Posteriormente hemos vuelto a pasear por el mismo sendero de ayer,  y sus recuerdos han sido siempre otros, totalmente diferentes, nuevos para mí. 
En todo el día no he querido plantearle ninguna de las preguntas que me apremian. Sé que a su lado todo es posible, cuando las formule no las rehuiré, así que no hay prisa. Mañana, o tal vez pasado mañana podré interrogarlo. Él me suministrará una solución 
precisa para Tristán, estoy convencido. Entretanto permanezco a su lado, aprendiendo de su sapiencia, saboreando, deleitándome en su compañía siempre grata.






28

—Carlos, mira, todo lo que nos explicas está  muy bien. Ya hemos visto las rentas en su totalidad, nos hemos examinado de ellas y ha salido bastante  bien, ahora estamos con los cuadros de amortización, que son todos iguales, es magnífico - comienza diciéndome Alex apenas he franqueado la puerta de entrada del aula— pero sabes una cosa: no nos interesan, todo eso es un rollo que no hay quien lo digiera. Porque mira, para qué sirve. Yo este año termino, como todos mis compañeros, luego tengo que irme a la mili y después trabajaré en lo que me salga, en lo que me dejen si es que puedo encontrar un puesto de trabajo, que seguramente no tendrá nada que ver con administrativo, la especialidad que estamos estudiando,  ¿de acuerdo?, entonces dime una cosa  ¿todo esto que estamos viendo, todo lo que nos estás explicando nos va a ser útil para  algo?. Y contéstame de verdad, por favor.
-Si, eso, eso, —añade Inma toda interesada   en la contestación que yo pueda dar a la pregunta de Alex— porque yo llevo más de un año en una empresa  distribuidora de cine, como secretaria administrativa  y de todo lo que hemos estudiado en estos cinco años lo único que ha servido ha sido el inglés, así que tú  me dirás...
—Pues veréis —digo yo- aquí no venís solamente para adquirir unos conocimientos prácticos que posteriormente vayáis a aplicar en vuestra profesión, en vuestro trabajo. Hay muchas más cosas que son imprescindibles, esenciales para complementar una educación mínimamente aceptable. No se trata sólo de obtener unos conocimientos que produzcan unos buenos profesionales para las empresas, ante todo hay que formar personas, seres humanos, que se precien de serlo, para  la libertad en libertad.
—Muy bonito, muy bonito —comenta, aplaudiendo, Luis en ese tono sarcástico que siempre emplea- y ¿qué asignatura me enseña a ser libre, cómo se llama, porque yo no la he aprobado aún, no figura en el horario, cuál de ellas es?
—Vamos, que hoy estáis decididos a acorralarme contra la pared sin dejarme defender ¿no?. ¡Menudo aprieto! No os voy a mentir, os diré la verdad como siempre intento hacer con vosotros, y no me digáis que así no se practica la libertad: no existe una materia como disciplina aislada, con un horario específico, con un libro de texto, es el conjunto de todas las que estudias el que pretende conseguirlo. Ya sé que es harto difícil, que cuesta mucho de lograr, que se va avanzando muy lentamente, pero estamos en ello. Precisamente por este motivo hay una asignatura llamada lengua, y otra que es formación humanística, y ética, y física, y química... Es decir, todas esas asignaturas que no tiene nada que ver con la especialidad y de las que tanto abomináis.
—Es que no veas tú qué palo, lengua y humanística son soporíferas, y no digamos nada de la ética.  Las mates pueden sernos útiles, no lo niego. Pero dime qué sentido tiene conocer la vida de Napoleón. Lo estudiamos, nos examinamos, aprobamos y luego lo olvidamos. O sea, que no veas tú para qué tanto trabajo, de todos modos seguimos sin saber nada - comenta Mercedes con gran tranquilidad, convencida de que está haciendo una crítica real, constructiva, y la verdad es que  efectivamente no le falta razón.
—Sinceramente, y con la mano en el corazón, debo reconocer que el programa está muy mal estructurado, sigue teniendo los mismos fallos de siempre. En esto, la administración, sea de la ideología que sea, demuestra que sigue teniéndole miedo a la enseñanza, a lo que sus ciudadanos puedan aprender. Apenas modifican los textos, el tratamiento de los contenidos de los mismos. Carece de sentido conocer en detalle los hechos históricos de memoria. Eso habría que dejarlo para los historiadores y los eruditos. No obstante tiene una finalidad: os obliga a tener que ejercitar la memoria, vuestra capacidad retentiva que luego os será útil para otros menesteres; ese entrenamiento es totalmente válido. No podéis objetarme nada al respecto. Tal vez deberíais tratar la historia de otro modo, aprendiendo a analizar críticamente los textos, escritos siempre por los vencedores,  y los hechos históricos. Pero  es bastante difícil  que podáis hacerlo, os faltan elementos de juicio, conocimientos, y sobre todo preparación previa. Vosotros,  desde estos pupitres en que estáis sentados, no alcanzáis a ver el sentido último de cuanto estudiáis. No se trata sólo de suministraos  información esencial para vuestra práctica profesional, sino que hay que dotaros de unas capacidades, de unas armas de pensamiento, de reacción ante los aconteceres diarios, de un análisis crítico, y sobre todo, de una toma de posición que os son necesarios para desenvolveros con tranquilidad en esta vida.
—Sí, de acuerdo —tercia Mary, una chica algo  mayor que el resto de la clase, también más adulta - pero muchas veces yo tengo una sensación enorme de que estoy perdiendo el tiempo de la forma más tonta. Únicamente me interesan las materias específicas, porque esas que tú llamas formativas creo que consiguen todo lo contrario, hacen que las odiemos para siempre. Son tediosas, monótonas, tan iguales, cambia el país, el  siglo, la batalla, el rey, pero en el fondo se repite, la historia así es aburrida, difícil de asimilar y de estudiar. Claro que leer un libro es bueno, yo no me atrevo a ponerlo en duda, pero no es lo mismo leer y  aprender a leer un texto que lo que enseña el libro de texto, en el que nada más hay autores, datos relación de sus obras y un somero análisis que no sirve absolutamente para nada, excepto para que sabiéndolos puedas aprobar el curso y llevarte el título.
—Mira, Carlos —vuelve a la carga Alex— para mí lo único útil es cuando nos olvidamos del programa  y volvemos a tu tema favorito, la granja humana, que más que granja yo lo llamaría aprisco, al menos este ejemplo  nos obliga a pensar. Nunca nadie nos entrena a pensar. Entonces, cuando hablamos de él, tú mismo te das cuenta de que todo el mundo está atento y participa, luego saca las consecuencias tú mismo.
—Bien, de acuerdo, os interesa una vez más mi meditación sobre ese fenómeno que yo he dado en llamar granja por definirlo de algún modo. Dicho de otra manera, queréis que hoy volvamos a hablar de este tema ¿no?.
—!Sí, sí, sí! —corea al unísono toda la clase.
Observo detenidamente a mis alumnos, sus rostros se han encendido, veo ilusión en sus miradas,  interés y expectación. No habrá otro remedio más que aceptar, consentir en su petición, y reiniciar una vez más este discurso meditativo sobre nosotros mismos, como animales integrantes de la granja.
—De acuerdo, vamos a hablar de la granja si no hay voces en contra.
—Oye, Carlos —me corta Nuri— todos tenemos  ya claro qué es la granja, ¿por qué no dedicamos esta  hora a plantear problemas sin resolver dentro de ella?
— ¿Cómo cuáles? —pregunto yo.
—Yo en primer lugar señalaría una crucial — prosigue Nuri—: un día nos decías que luchábamos todos por obtener más pienso ya que no hay suficiente para todos. Aquí tenemos uno: la alimentación, los recursos, el hambre en el mundo, la pobreza que no se logra eliminar.
-Bien, hay un tema en la palestra, y puede resultar interesante. ¿Qué opináis vosotros al respecto?
-Mira, Carlos —comenta Tomás- nosotros no  tenemos una opinión formada. Nunca nos hemos planteado estas cuestiones por la sencilla razón de que nunca nadie nos ha interrogado al respecto.
—Dicho con otras palabras -sigue el razonamiento David-  nunca nadie nos ha hecho plantearnos estas cuestiones si bien creo que todos tenemos una  opinión más o menos consistente sobre la realidad que sale cada día  en la prensa, en la tele, que acontece en el mundo.
—Por qué no inicias tú el desarrollo del tema central —me pide Tomás- y nos explicas un poco de  qué va todo este rollo, qué posibles salidas hay al hambre, si es que hay solución, y en especial cómo resolver la pobreza en el mundo, que aunque no lo parezca a los jóvenes sí nos preocupa. Y a partir de ahí quizás podamos darte nuestras opiniones.
-Sin embargo vosotros el año pasado estudiasteis todos estos temas en economía ¿no?
-Sí, pero... ¿me entiendes, no? —me dice Ana  en un tomo fácilmente comprensible que no se me escapa
—Vale. Voy a tratar de ser lo más breve posible, apuntando un esbozo, simple recordatorio nada  más, para poneros en antecedentes. La humanidad no se ha planteado el problema de la escasez hasta hace muy   poco. Adam Smith decía que hay riqueza suficiente para todos, sólo hay que ir hasta ella y cogerla, quien  no la  tiene es porque es un vago o porque no quiere. Robert Malthus ya plantea un poco el problema de la escasez al decir que los alimentos crecen en progresión aritmética y la población en progresión geométrica. Sin embargo creo que fue el Consejo de Roma en l965 quien señaló por vez primera que los recursos, ya de por si escasos, se estaban agotando rápidamente sin que hagamos nada para evitarlo. De ahí surge toda la  teoría que se ha dado en llamar de "crecimiento cero"  con la cual discrepo manifiestamente.
Que los recursos son limitados se ha sabido   siempre, pero nadie se había dedicado a denunciarnos que estábamos dilapidando de la forma más absurda la naturaleza, agotándola, desertizándola, haciéndola estéril para siempre. Y la verdad es que lo tenemos negro así: no nos hemos conformado con beneficiarnos de los intereses producidos por el capital naturaleza sino que nos estamos comiendo inconscientemente el equipo capital, un capital que no es reponible a medio plazo, de acuerdo con nuestras necesidades. La voracidad de las depredadoras multinacionales y de las sociedades superdesarrolladas es insaciable. Gandhi dijo  en una ocasión que "la tierra proporciona lo suficiente para satisfacer las necesidades de cada hombre pero
no para satisfacer la codicia de cada hombre". Lo que antes era un lujo hoy es una necesidad para nosotros, y así no vamos a ninguna parte. Creo que no vale la pena que os refiera todas las dificultades que hay en la economía para resolver el problema de la escasez en la abundancia, no sabe cómo resolver el tema de la contaminación, desconoce cómo salir da la crisis da crecimiento en la  que nos encontramos actualmente. No es una crisis tan sencilla como parece, fue provocada por las multinacionales norteamericanas para reestructurar el mercado mundial, es una crisis qua va mucho más lejos de lo que nos explican los técnicos. Es no sólo una crisis de crecimiento sino de poder, de interrelaciones, de estructura que requiere unas transformaciones radicales  para salir de ella y que nadie está  dispuesto a asumir. Son de dominio público.
—Sí, paro a mi hay algo qua me intriga –comenta  Isa-. Recursos hay más que suficientes para todos. No me creo el cuento tan manido de la escasez.
—Entonces ¿cómo lo ves tú? —le pregunto yo.
—Yo personalmente pienso que el quid de la cuestión —prosigue Isabel- está en la distribución.
- En eso creo que ambos estamos de acuerdo. Unos se quedan con todo mientras lo más no tienen nada. No es un problema ni de producción ni de consumo excesivo, sino
de distribución. Es el cómo y el para qué de los fines de la economía. Hay recursos en la tierra más que suficientes para satisfacer a una población muy superior a la actual, lo que no hay es una voluntad manifiesta de hacer que haya lo necesario para todos por parte de quien puede hacerlo y no quiere. Y no me refiero sólo  a los políticos y a los gobernantes de  los países ricos, que esos se reúnen muchas veces para tratar del asunto Etiopía o del que toque en  cada caso, que hay muchos, pronuncian bonitos discursos, se aplauden unos a otros por su delicada retórica, se corren juntos la juerga de turno y luego a casa, que las cosas sigan estando  tal como están o peor. Porque vamos a ver, qué hacemos nosotros, los ciudadanos de a pie, que también tenemos nuestra parte de culpa, para que se solucionen todas estas cosas.  Resulta  bien sencillo, y sobre todo cómodo,  votar cada cuatro años  cada vez más reaccionariamente porque  a medida que  somos más sociedad opulenta nos volvemos más de derechas, y si no mira cómo en U.S.A. la gente volvió a elegir de nuevo  a Reagan: no tantos impuestos, menos ayuda a los necesitados de su propio país, menos redistribución de la renta; y por tanto nos olvidamos más  y más de los hambrientos y  los abandonamos en la extrema y penosa indigencia, pero no importa: mientras yo tenga más de lo suficiente y pueda permitirme el lujo de tirar todo lo que me sobra, qué me pueden importar los otros. Yo tengo lo mío y a los demás que les den por culo, yo no tengo la culpa de que sean pobres.
—Sí, y no digamos nada de todo el gasto innecesario en esa mierda atómica que van a poner sobre nuestras cabezas querámoslo o no -añade Lidia— con la militarización del espacio exterior. Porque vamos a ver, qué derecho tienen los yanquis y todos sus cerdos dirigentes para apropiarse de un espacio exterior, que también es nuestro, de todo el mundo. 
-Y quién les convence de que lo dejen tal como está, que no tienen derecho a hacerlo. Quién les obliga a parar en su loca carrera armamentista, hay algún organismo con la fuerza moral suficiente para imponerse y que todos los demás lo respeten y hagan caso - comenta Montse. 
—La unión de todos los países —contesta Erenia, como siempre un tanto utópica.
—Pero Erenia, mira -sigue Alex- a los países no hay quien los junte. Está más que demostrado que la O.N.U. sólo sirve  para que todos se justifiquen un poco ante sus ciudadanos, es bonito estar en la O.N.U., pero todos sabemos que se trata del organismo más inoperante e inútil que hay; mientras unos países tengan el  derecho a veto frente al resto es impensable creer que lograrán algún día algo con sentido. Nunca habrá una confederación mundial de todos los pueblos.
-No, a no ser que las cosas vayan tan mal que no les quede otro remedio —añade Rosa Mari.
—Yo creo que ni aún así se unirían. Somos imbéciles y no tenemos remedio, nos destruimos a nosotros mismos y no nos conmueve, no hacemos nada para evitarlo —complementa Lidia.
—Bueno, voy a plantearlo de otro modo -vuelve a la carga Erenia— porque estamos cayendo en los mismos errores de siempre, estamos diciendo lo que siempre se dice y así no avanzaremos nunca. Yo pienso que sí es posible unir a todos los pueblos del mundo, pero  no a partir de unos planteamientos de indigencia obligada, porque entonces es cuando nos volvemos egoístas y nos encerramos en absurdos nacionalismos, a propósito: "Visca Catalunya Lliure", y tratamos de resolver nuestros problemas sin contar para nada con los vecinos. Sin embargo yo estoy convencida de que si al mundo se le diera una idea común que arrastrara a todos, un deseo de supervivencia interesante, una alegría por seguir todos en este mundo, entonces sí habría una unión posible y duradera. Es necesario que se solucionen previamente todos los problemas de la escasez, del hambre mundial, de les países pobres explotados por los ricos. 
—No entiendo nada de nada —comenta Luis.
-Pues no es difícil de seguir su razonamiento. El gran problema del mundo se centra en el enfrentamiento nortesur, o si quieres centro-periferia, que me parece más acertado. Erenia trata de transmitirnos  que cuando se resuelvan todas las causas que provocan
este avasallamiento y explotación de unos países por otros será posible la unión de todos. No es la pobreza crónica la que nos juntará sino la riqueza. Y la verdad es que recursos y tecnología hoy hay más que suficientes para alcanzar esa utopía posible que el hombre siempre ha soñado. La dificultad está todavía en que la tecnología sigue siendo violenta, destructiva, cuando podría muy bien invertirse los términos y buscar una tecnología blanda para la paz, para la armonía entre los pueblos, y sobre todo para la abundancia. Todo se reduce a una mera cuestión de voluntad de política económica en definitiva, de que nuestros sabios apliquen sus conocimientos para beneficiar a la humanidad en vez de seguir haciéndolo para todo lo contrario. Necesitamos recapacitar sobre nuestros  errores históricos y retornar a la sabiduría aplicada a la economía de la permanencia, hay que reducir las necesidades,  así reduciríamos también las tensiones qua nos atenazan y nos impidan ser felices. Y basta por hoy, es la hora de marcharnos a casa, en otra ocasión volveremos al tema a partir de donde lo dejamos, ¿de acuerdo?




2 9



Salgo temprano de casa y paso a recogerte. Siempre te demoras. Me obligas a insistir reiteradamente con el timbre. ¡Venga, Dana, date prisa! No, no quiero subir a tu casa, la compartes con unas amigas y no me hace ni pizca de gracia ser observado, tasado y mimado por ellas. Mi piso, además, es nuestro nido, nuestro santa sanctórum, nuestro único y posible hogar, el tuyo no es más que algo circunstancial, transitorio. Una necesidad que no deseas suprimir por el momento. ¿Por qué, Dana, no quieres vivir definitivamente en mi compañía?, ¿acaso temes que yo pueda coartar tu libertad? Dana, el amor siempre es una concesión mutua, un dar a cambio de nada para quien ama. Todos sabemos que la entrega nos limita, pero también nos abre puertas que antes estaban cerradas, nos brinda posibilidades que antes nos eran negadas, es en suma una ganancia neta para ambos. Entre tú y yo nunca podrá haber un intercambio, ambos damos gratuitamente. ¿Qué más quieres, Dana? Vuelvo a llamarte nervioso, con insistencia, date prisa, Dana, date prisa. ¡Ya voy!, me gritas por el interfono. Si, cariño, te he oído, date prisa, no me gusta encontrar la autopista llena de tráfico. La Meridiana, ya se sabe, siempre colapsada, no quiero salir de Barcelona por el interior.
No, y menos este domingo que es sólo nuestro, sin Tristán, al fin un día para nosotros dos nada más. Salir de Barcelona por la autopista hasta Mataró. Es un discurrir rápido, sin contratiempos, pese a que en estos últimos días de abril ya hay gente que busca el sol de las playas. Después vendrán los días de agobio, de no poder moverte por las playas: demasiada gente tumbada intentando adquirir un bronceado que siempre les
parece insuficiente, niños que pasarán siempre corriendo y echarán arena a los ojos al pasar a tu lado, estrecheces, incomodidades, salir a las ocho de la mañana de casa para arribar a la playa, siempre en caravana, al mediodía, siempre metido en esa serpiente
interminable que no cesa, tanto al ir como al volver. Mientras discurrimos por la autopista una cinta de habaneras sonando en el radiocasete del coche nos ameniza:... cuando en el otoño la Bella Lola su lindo talle luciendo va los marineros se vuelven locos y el piloto pierde el control... Pasamos tranquilamente Mataró y cogemos la carretera nacional: el mar a nuestra derecha, playas largas, interminables, y la vía del tren junto a la carretera... Ay! qué placer sentía yo cuando en la playa sacó el pañuelo y me saludó... Caldas, las curvas, la carretera que se estrecha. Arenys de Mar, Canet de Mar, San Pol, y por fin Calella, todo el Maresme... El meu avi va anar a Cuba a bordo del Català, el millor barco de guerra de la flota d’ultramar...iComienzan los bosques de apartamentos en plan anárquico, no me gusta contemplarlos... quan el Català surtía a la mar els nois de Calella feian un cremat... seguimos, poco después aparece Pineda y a
continuación Malgrat. Ahora hay que optar entre seguir por la general hacia el interior, hacia Tordera o bien irse a la derecha, por el litoral, camino de Blanes. No hay duda posible, estamos decididos a proseguir por el litoral. ... yo te diré por qué mi canción te llama sin cesar, me falta tu risa, me falta tus besos, me falta tu despertar... Blanes, Lloret... cada vez que el viento pasa y se lleva una flor pienso que nunca volverás mi amor, no me abandones nunca al anochecer que la luna sale tarde y me puedo perder... y Tossa. Es la Costa Brava con sus pequeñas calas, recoletas, embriagadoras, seducentes siempre. Se suceden unas a otras entre las curvas y más curvas de la carretera que nos lleva siempre a la vera del mar.
Paramos un rato, nos recreamos contemplando el sol en un día en el que no hay ninguna nube, día claro y luminoso, inmejorable para respirar la suave brisa marina lejos del ruido embrutecedor de Barcelona. Calma, paz, tranquilidad, no hay prisa. Los pinos, las rocas, la arena que nos llena los zapatos, descalzarse, sentir la humedad en las plantas de los pies, realmente delicioso. Retornar al coche, proseguir la marcha lentamente, siempre acompañados del batir de las olas contra las paredes rocosas. San Feliu de Guixols, una vez más urbanizaciones para turistas, aquí siempre los hay, alemanes, franceses que acuden en tropel en busca del sol y el buen clima en la temporada baja.
;Cuantos campings hay al lado de la carretera hasta ahora, Dana?, ¿cuántos?. imposible contarlos, se suceden invariablemente, unos a otros, todo se reduce a una mera especulación, negocio. Sagaró, nos volvemos a detener en una urbanización de torres. Descendemos por una escalera hasta la playa. !Ay!, Dana, si tuviese dinero, si fuese rico no lo dudaría, adquiriría una de estas viviendas para pasar el resto de nuestros días aquí, oyendo siempre el bramar del mar. Esa torre que descansa sobre el acantilado, lamida siempre por el agua. Sería maravilloso. ¿Dana, quieres soñar conmigo?
Esas rocas que emergen entre el agua, la espuma de las olas al chocar tumultuosamente contra ellas, ese murmullo incesante, concierto incomparable que te envuelve mientras los rayos del sol nos reconfortan. No hace frío, se está estupendamente bien en esta playa casi solitaria, apenas unos bañistas avanzados, intrépidos ellos, que ya se bañan. No debe de estar del todo mal el agua. Nosotros tan sólo nos limitamos a mojarnos los pies, consentimos que las olas plácidamente acaricien nuestras pantorrillas, se entretengan en nuestra cobarde entrega. Nos dejamos llevar por el azar, sin rumbo fijo, caminando por el borde, en esa zona que el mar baña reiteradamente, con cuidado, produciendo pequeños hoyos en la arena a modo de remolinos bajo nuestros pies. Arena que ni está seca ni mojada. Cuando una ola viene con más fuerza llega hasta aquí para morir y retornar, reintegrarse nuevamente, mientras baña nuestra piernas, seguir siendo mar. Es encantador, nosotros dos, sólo nosotros dos, nada más tu y yo, Dana, tu y yo caminando cogidos de la mano, sonando las mismas cosas, los mismos proyectos en silencio, dejándonos llevar a la deriva, corriendo un poco, escapándote tú de mí, saltando entre las piedras, intentando pillarte yo, ¡cuidado, Dana, no vayas a caerte!, pero no, únicamente se trata de un juego. Retornar a la arena, tumbarse un poco en la hierba, dejar que el sol
tueste un poco nuestros rostros blanquecinos. Un poco de sol nunca va mal, que nuestro semblante refleje que nosotros también alguna vez vamos a la playa. Y regresamos de nuevo al coche, volveremos a poner el casete, habaneras y más habaneras que vienen acompañándonos desde que salimos de Barcelona... adiós mi península hermosa, adiós que el deber me llama... seguimos camino de Playa de Aro, nuevamente las curvas, el trazado sinuoso... si muero allí, madre consuélate, que si un día he luchado fue por obligación... lentamente, observando aquí y allá el panorama ...adiós mi Cuba, adiós mi amor, siempre estarás junto a mi corazón... dejándonos llevar una vez más por la seducción de la Costa Brava ...quién lo habría de decir que me había de olvidar mi barquilla en la ribera y mi caña de pescar. !Ay!, ya no siento el murmullo de la tórtola ni el silbido de los aires ni la alegre gaviota... que vuela arriba, remolonea en el aire, dejándose llevar también ellas por el día majestuoso ...mi barquilla está en el mar y allí tiene mi corazón, preparada está la vela, los remos y el timón... acercarse ya a Playa de Aro, hay tráfico en su paseo marítimo ...cuando salí de la Habana, válgame Dios, una linda guachinanga me dijo adiós... detenerse en el semáforo, ...cuando salí de la Habana válgame Dios, nadie supo mi tristeza si no fui yo. Si a tu ventana llega una paloma, trátala con cariño que es mi persona, cuéntale mis amores bien de mi vida, corónala de flores que es cosa mía. !Ay! chinita que sí... aguardar a que se reinicie el lento avanzar. Poco a poco vamos saliendo de Playa de Aro en dirección a Palamós, se hace la hora de comer, pensar en no pensar, únicamente dejarse conducir por el trazado de la carretera mientras ambos acompañamos el cantar de la habaneras. Carlos, dentro de poso tendremos que hacer un pensamiento, tengo hambre ... cuando brilla el sol en la región serena oigo el mar que acompasado suena, suena en mí en tu despecho llega piedad mi bien porque mi amor no puede vivir sin ti. Piedad mi bien porque mi amor no puede vivir sin ti... No puedo vivir sin ti, mi Dana, sin tu aliento en mi, sin tu sola presencia junto a mí, sin tus besos y tus caricias en mi... ven conmigo, Dana, una noche serena y oirás las sirenas cantar sentaditos los dos en la arena contemplando las olas del mar.
Dana, mi dulce Dana, mi tierna Dana amada, qué sería de mi sin ti, qué haría yo si un día tu me faltaras... por las mañanas verás los rayos del sol salir y las estrellas brillar y en tu cara relucir... ¿cuántas veces nos hemos detenido un instante apenas en este trayecto para admirar un paraje hermoso?, ¿cuántas veces nos hemos dejado arrobar por el encanto de las habaneras?.
Y así, entre habaneras como fondo, vamos llegando a Palamós. Nos detenemos frente a un restaurante cuya imagen nos atrae, En cualquier sitio se puede comer bien por aquí. Nos sentamos adentro, en el comedor, en la calle al sol se está bien si no te paras demasiado, hay una ligera brisa que sentados seguro que molesta. La carta está plagada de suculentos platos. Nos conformamos ambos con poca cosa: una sopa de pescado, por aquí las hacen maravillosamente bien, unas gambas a la plancha y un rape a la marinera junto con una botella bien fría de Blanc Brut 1981, vino excelente para acompañar una comida a base de pescado. De postre nada más un irlandés. Después caminamos un poco, dejando reposar la comida, entreteniéndonos entre los escaparates de las tiendas que ofrecen recuerdos marítimos y postales con vistas de la Costa Brava para los turistas. No nos interesan, las imágenes se llevan dentro, se viven, se recuerdan, no me gusta conservarlas prisioneras de una tarjeta. Volvemos al coche, nuevamente la carretera, encaminándonos hacia el interior, hacia Palafrugell. Una vez allí, mientras la Fantasía para un gentil hombre nos acompaña tomamos la dirección que nos conduzca a Bagur. Descender por esa serpiente que nos catapulta irremisiblemente hasta el mar. Abandonar una vez más el coche. Olvidar el pueblo, centrándonos nada mas en la cala, en el mar apacible, remansado, que infunde sosiego, seguridad y belleza. Nos protegemos de la brisa en las rocas que quedan a la izquierda, sumiéndonos en la contemplación mutua, en el abandono más absoluto, tumbados, con mi cabeza apoyada en tu regazo, dejándome acariciar, con la mirada perdida en la inmensidad del cielo azul nada más violado por el revolotear de las gaviotas. Sabes, Dana, nunca me movería de este paisaje. Esto es maravilloso, no nos
vayamos jamás, anclémonos en este idílico paraíso. Permanezcamos eternamente tal como ahora estamos, nada más tú y yo y el mar, este mar masculino, Dana, que viene hasta nosotros, que acaricia amorosamente la arena de la tierra, la madre de todos, Istar, o Astarté, la gran matrona Isis ancestral, primordial, más que eterna, para infundirle valor en ese acto de amor al que en todo momento mar y tierra se entregan. El mar, con sus olas, con la espuma esperma que llega jubilosa, engendra vida en la gran madre tierra. Nosotros, Dana, tu y yo, no hacemos, como todas las parejas del mundo que se aman, más que imitar, por puro placer, lo que el mar hace con la tierra. A veces surgen momentos tensos, de relaciones intempestivas, furiosas, de no entendimiento, pero observa ahora, en un día como el que hoy tenemos, cómo el mar acaricia delicadamente a su amante la tierra, cómo lo hace con el máximo fervor, poniendo un empeño, un amor, que únicamente ellos, los más grandes y viejos amantes son capaces de sentir y dar. No, Dana, no quiero abandonar este pequeño paraíso perdido de paz, no podemos permitirnos tal aberración. Seguir contemplando este arrullo de enamorados, este arrobamiento mutuo. Flirteo y entrega mutua incondicional. Esto es el amor, Dana, esto es el amor: mar y tierra unidos, abrazados, entregados, acariciándose al unísono, en perfecta armonía. Después subirá la marea, como esperma, para acabar la fecundación iniciada cada día. Te quiero, Dana, mi Dana, te quiero.
Y ambos permanecemos absortos, contemplándonos, mirando al mar, dejándonos llevar en el hechizo del agua que viene calma, sosegada, con delicadeza, en ese rumor cantarín, sinfónico que nos traslada a otras dimensiones. El tiempo está aquí detenido, no pasa, mientras el sol se va yendo poco a poco y también nosotros tendremos que ir pensando en lo mismo. Comienza a hacer frío. Decididos a partir retornamos al coche y subirnos nuevamente hacia arriba, hacia Palafrugell, en busca de la carretera que nos lleve, pasando por La Bisbal y Cassà de la Selva, hasta la autopista del interior. En La Bisbal nos detenemos un momento para comprar un plato de cerámica. Después es nuevamente la carretera mientras va oscureciendo con demasiada premura. Luego viene el vértigo de la autopista, el tráfico denso a partir de la entrada de La Roca, conservar el carril, soportar la caravana lenta, estrangulando la cinta de luces de los vehículos, el peaje último que obliga a detenerse constantemente. Todos los domingos
sucede lo mismo. Avanzamos muy despacio hasta llegar a la barrera. Nuevamente la autopista sin cortapisas hasta entrar en La Meridiana. Un nuevo atasco nos detiene, es una toma de posiciones, un salvar coches, un distribuirse cada uno hacia su lugar de destino. Nosotros nos sustraemos a este infierno en el desvío de San Andrés. El semáforo, girar inmediatamente en el Paseo Fabra i Puig. Seguir adelante, hasta casi el final, pensando ya de nuevo en les avatares diarios, en los problemas de Tristán, en esa ayuda que no somos capaces de brindarle ni Dana ni yo, confiando en que cuando Andrés regrese seguro traerá una solución, o por lo menos una alternativa válida. El Valle de Hebrón, acercarse rápidamente a casa, luego tendré que acompañar a Dana hasta la suya. Es un domingo más que ha pasado sin pena ni casi gloria. Ahora nos aguarda toda una semana por delante, pero no importa, mientras mañana vuelva a salir el sol habrá vida, y si hay vida hay todo un mundo posible.




3 O


El tercer día ya. Me siento cómodo aquí, relajado, ajeno a mis problemas cotidianos, alejado de los sucesos que viven en estos momentos los personajes de mi novela. El hecho de no tener que escribir durante unos días sobre ellos me permite reponerme del cansancio mental a que he estado sometido. Aquí la paz, el sentimiento de que nada se mueve se adueña de mí, me relaja. Sin embargo no puedo consentirme demasiadas libertades, desearía permanecer para siempre al lado de don Merlo, como fiel discípulo suyo, ser al menos una vez condescendiente conmigo mismo, consentirme un largo alto en el camino. Mas no es posible, soy consciente de que no puedo quedarme aquí indefinidamente. He de plantearme el regreso, mentalizarme de que, apenas resuelva la cuestión que aquí me ha traído, debo partir, regresar al lado de mis amigos literarios, mi fantasía propia tan apartada de la realidad que estoy viviendo ahora, en estos momentos, a lo largo de estos días en el pazo de don Merlo. Puedo concederme un breve descanso, le sé bien, pero que no resulte excesivamente prolongado. Estoy resuelto a no dejar pasar hoy sin hablar per fin del tema Tristán con Merlín.
Bajo decidido al comedor. En la mesa está preparado el desayuno. Don Merlo no se ha levantado aún. Tardará bastante en hacerlo. Anoche se sentía fatigado. Llevamos dos días dando uno paseos excesivamente largos para él, para su edad, y, como es lógico, se resiste. Él quiere agasajarme, estar en todo momento a mi lado, no dejarme solo en ningún instante. Hoy, esta mañana, no puede ser, ha preferido permanecer un rato más en la cama, recuperando fuerzas. Ayer fui yo quien se durmió más de la cuenta. En la espera hasta la hora de comer opto por salir a dar también yo un ligero paseo que me permita recapacitar, ordenar mis pensamientos, todos los temas que se agolpan en mi mente, que quieren obtener una solución inmediata y definitiva. Camino lentamente, fijándome por primera vez en el jardín, en la encantadora y relajante belleza de estos parajes únicos, deteniéndome constantemente, saboreando tanta delicia, consintiendo en que tome posesión de mi persona, por momentos envidio a don Merlo. Ahora comprendo la esencia última de por qué se decidió a pasar el resto de sus días aquí, rodeado de tanta paz maravillosa, de tanta frondosidad encantadora. Este pequeño pedazo de tierra resulta idílico, el más idóneo que puede encontrarse para un retiro en paz.
A mi regreso don Merlo ya está aguardándome. Me da los buenos días sonriente, totalmente repuesto, según me dice. "Apenas unas pequeñas molestias, un leve dolor en las piernas, un ligero cansancio sin importancia propio de un viejo que a veces su mente le hace extralimitarse pensando que todavía es joven". Me pregunta por mi paseo guiñándome un ojo maliciosamente. Pienso, por un momento, que don Merlo ha querido que yo pasara la mañana solo, sin su compañía, para poder así reflexionar sobre las cuestiones que aquí me han traído. Pasamos directamente al comedor en donde nos aguardan unos platos realmente sabrosos: empanadas de raso y de lamprea, lacón con grelos, queso de San Simón y tetilla de Arza, todo regado con vino tinto de Gomáriz. Finalmente nos traen a la mesa unos pastelillos que entran maravillosamente bien, son deliciosos. Ya en la sobremesa, cuando mi apetito está completamente saciado, nunca había comido tanto como aquí, con tanto deleite, con tanta fruición, ambos suspiramos a la vez. Ambos somos conscientes de lo que nos aguarda esta tarde, no podemos demorarlo más. Me decido a plantear mis preguntas a don Merlo. sé que ahora no va a rehuirlas.
-Don Merlo ¿te importa si abordamos de una vez por todas el tema de Tristán?
— ¿Tan pronto? Apenas acabas de llegar y ya estás pensando en marcharte. ¿Tan mal te encuentras a mi lado?, ¿acaso te hemos maltratado?
- Por favor, don Merlo, todo lo contrario. Aquí me siento maravillosamente bien, si
por mí fuese no me iría jamás, pero no puedo quedarme demasiado. Mañana, o como mucho pasado mañana debo partir. Por tanto es necesario resolver ya el tema de Tristán, su búsqueda infructuosa, darle nuevamente esperanzas, sentido a su vida. Además, tengo a mis personajes tan abandonados. Son todo cuestiones apremiantes que requieren de mi participación. No puedo quedarme más.
—Comprendo perfectamente, hijo. Tu eres joven y la compañía de un viejo no es lo que más necesitas. Aquí, a mi lado, las cosas se suceden a otro ritmo, con otra cadencia, que con toda seguridad es demasiado distinta a la que tú estás habituado. No es bueno que los jóvenes se acomoden al latir de los viejos, el mundo no se renovaría, sucumbiría irremisiblemente. De acuerdo, vamos allá, ¿por dónde comenzamos?
-Mira, hay una pregunta primera que me da vueltas en la mente desde que llegué, va y viene sin cesar, sin que yo le encuentre una respuesta válida.
—Pues nada, hijo, formúlamela y en paz.
-Don Merlo, el primer día, cuando acababa de llegar me dijiste que hace tiempo que me aguardabas, dándome a entender que sabías, o al menos intuías, que tarde o temprano yo vendría hasta ti...
- Sí, ciertamente. Yo tenía la seguridad más absoluta de que un día te sentarías enfrente mío para hacerme esa pregunta primera que tanto te cuesta plantear. Tu quieres saber en qué me basaba yo para esperarte, por qué te estaba aguardando ¿no es así? Pues bien, hijo, tiene una fácil respuesta. Desde el principio lo tenía previsto. Ese fue uno de los motivos por los cuales me decidí a encaminar los pasos de Tristán, cuando vino a verme en el otoño pasado. Sabes, estuvo bastantes días aquí, se quedó a pasar las navidades en mi compañía. Sólo tú puedes ayudarle a encontrar a su Belladurmiente.
— ¿Yo? No sé cómo. Sus pesquisas en Barcelona no casan con este supuesto, todo lo contrario, lo contradicen. Mi participación, prácticamente mínima hasta ahora, en su aventura no ha valido para nada. Sí, lo acompaño, a veces le hago de chófer, pero nada más. No sé cómo asistirlo, no encuentro el modo.
-Lo que haces por ahora es suficiente. Mira, hijo, Tristán es un joven encantador, adorable, sumamente inocente pese a sus experiencias adversas. Todo hace pensar que debería ser más maduro. Mas no es así, sigue siendo un niño que se lanza, sin pararse a pensar apenas, a gestas totalmente descabelladas. Cualquier intuición, cualquier camino posible que entrevea de encontrar a su Princesa hace que él se vuelque hasta agotarse sin haber madurado en absoluto el plan. Esto explica que en consecuencia no obtenga el fruto apetecido. La encontrará, eso es seguro, todos lo sabemos, pero este chico necesita la participación de otras personas. Cuando vino a verme lo encontré tan desasistido, tan desalentado, pese a que su moral nunca decae del todo. Posee una fortaleza de espíritu realmente admirable, una solidez que a veces no entiendo. Seguramente es debido a que se trata de un hombre de acción, todo él lo es, no medita, únicamente actúa. Si él se detuviese a pensar un poco sobre toda su andadura hasta el momento presente seguro que se plantearía las cosas de otro modo. Yo, en ocasiones, pienso que él es consciente de esto y que por tanto prefiere no reflexionar, así no se desmoraliza nunca. Cuando vino a verme llegué a dudar de que fuese consciente. Su modo de comportarse, su tremenda delicadeza, su finura, el modo que tiene de plantearse las cosas, todo él, me hizo verle como a un niño grande que nunca madurará. No sé, tú también lo conoces, qué te parece a ti.
-Yo, la verdad, lo veo inexperto, inmaduro. Alocado no es la palabra, pero sí un poco así, me entiendes. Creo que está obsesivamente dedicado a su búsqueda. Es algo enfermizo en él, casi neurótico. Él sabe que tiene una misión única que cumplir y se consagra, se vuelca completamente a ella sin detenerse en nada más. Tan sólo le interesa encontrarla, lo demás es accesorio, no le importa. En cuanto al desaliento, no sé, discrepo un poco de tu opinión, quizás Barcelona ha influido de un modo un tanto especial en él. Cuando me vine estaba algo alicaído, falto de moral. Tal vez el hecho de las calles, el estrés de la gran ciudad han hecho merma en él. No es el que llegó. Tristán confía en encontrarla en Barcelona y el no obtener resultados positivos lo está desalentando de un modo demasiado inhumano, cruel. Dudo que pueda resistir mucho más tiempo sin caer.
-Y ¿por qué la busca nada más en Barcelona?
Me sorprende la pregunta de Merlín. Tristán está en Barcelona precisamente porque él le dijo que viniera a Barcelona, que la Belladurmiente había sido despertada y que trabajaba en esa ciudad.
—Bueno, fuiste tú quien le dijo que la Belladurmiente se encontraba en Barcelona, despierta, aguardándole.
-¿Yo le dije eso?. Nunca, jamás se me habría ocurrido. Pensándolo bien, pudiera ser. ¿Por qué no? La Belladurmiente despierta, integrada en la vida activa de Barcelona. Si, podría ser una alternativa válida, es posible, ¿por qué no?
-Pues Tristán afirma que todo esto se lo habías indicado tú. Él confía mucho en tú y está dispuesto a hacerte caso en todo.
-No. Yo nunca le dije tales cosas. Mira, Tristán vino a pedirme ayuda y yo se la di a mi modo. Sí es cierto que lo encaminé a Barcelona. Pero yo no sé dónde se encuentra la Belladurmiente. De haberlo sabido se lo habría dicho. !Qué más quisiera yo que saberlo!. Yo me limité a dirigirlo hasta vosotros, tú, Carlos y Dana, tu novela que le había abierto una puerta posible. A través de las páginas que escribes puede encontrarla. En tu novela Tristán encontrará la colaboración necesaria. Pero claro, yo no le dije todas estas cosas a Tristán, únicamente que debía viajar a Barcelona y i encontraros. Todo lo demás son supuestos que él ha construido para justificarse a sí mismo, y no sé hasta qué punto, ante vosotros. Yo sabía que al principio no aceptarías la intromisión de Tristán en tu libro, pero era necesario. Perdóname por haberlo hecho sin consultarte previamente. El paso siguiente consistía en que tú vinieras a verme. Y, efectivamente estás aquí. Y ahora debo decirte la verdad, la ayuda decisiva que Tristán precisa nada más puede provenir de ti. Te lo he dicho ya antes. Tu todavía no lo has asimilado. Comprendo que resulta difícil que te des cuenta, que intuyas las enormes posibilidades de que dispones para facilitarle su empresa. Eres tú quien tiene que resolver el problema, está en tu mano, no en la mía como crees. Ahora querrás plantearme la cuestión de qué haces con Tristán en tu novela ¿no?
—Sí, eso, qué hago, cómo lo muevo, en qué dirección lo llevo, hacia dónde lo encamino.
—Mira, hijo, no te comprendo. ¿Aún no has intuido la salida?. Tú eres inteligente, la tienes delante tuyo, aguardándote. Sólo tienes que escribirla.
—Escribirla, Sí, pero cómo. Cómo saco yo a Tristán de mi novela. ¿Cómo puedo ayudarle yo?
—Bien, veo que tendré que decirte más cosas que no pensaba explicarte. Deberías deducirlas por ti mismo.
-Por favor, hazlo, porque también yo me encuentro sin salida.
-Es extremadamente sencillo. Limítate a dejar que la historia prosiga su devenir, no intentes entrometerte en su curso, nada más consiente en ella. En tus páginas en blanco está la solución, tu deja que se escriba sola.
-De acuerdo, don Merlo, pero qué pasará con Tristán.
—Que, qué pasará. Nada, tú deja que Tristán, él solo, por propia iniciativa regrese a su cuento, a su historia, de la que nunca debió alejarse. Él ahora está convencido de toda una serie de cosas, necesitaba pasar por ellas, pero Tristán, ten la seguridad más absoluta, ha de volver obligatoriamente, perentoriamente a su devenir, a su curso. Barcelona, Carlos, Dana, tú mismo no constituís más que una simple etapa, fundamental sí, pero eso es todo. Lo siento, no puedo decirte nada más. Te lo explicaré de otro modo: no quiero aclararte más datos, no quiero entrometerme más de lo permitido en tu obra. Eres tú quien la escribe y no yo. Debes verlas tu solo y solucionarlas, sobretodo darles una salida válida. Prescinde de lo accesorio, consiente en que Tristán retorne y recupere por siempre su origen, sin que tu le fuerces a hacerlo.
-De verdad, don Merlo, continúo sin comprender nada. No veo la salida, no la intuyo por ningún lado. Tú me dices que la alternativa la tengo yo en mi mano.
-No, no y no. No me comprendes en absoluto. No se trata de alternativa. No la hay. Yo estoy intentando que entiendas nada más una cosa. Quizás es que te resistes, como autor, a aceptarlo, Tú debes permanecer al margen, no inmiscuirte, no intervenir para nada, no precipitar los acontecimientos. Simplemente dejar fluir, brotar el manantial por sí solo, el agua vendrá a ti, no tienes que hacer nada para alcanzarla. Sigues sin entenderme ¿verdad?. No te preocupes demasiado. Mantente expectante, sobre todo alerta, avizorando el horizonte inmediato, pronto vislumbrarás la gran idea, y entonces sentirás en tu interior que todo encaja. Deja que todo lo que te estoy diciendo repose en ti, medítalo con calma, digiérelo poco a poco y no te indigestes. Pronto, muy pronto, te darás cuenta que todo ha sucedido tal como tenía que suceder y que yo tenía razón.
-Bien, si yo no debo hacer nada, mantenerme al margen, limitarme a contemplar, entonces dime: por qué yo, por qué Tristán en mi novela.
-Porque tienes que ser tú. Tú eres lo suficientemente inteligente. No olvides que fuiste tú quien abrió la puerta. Luego has de hacerlo tú, pero como mero espectador. Tenía que ser en tu libro, en el que estás escribiendo ahora. Cuando escribas la última página, estate tranquilo, te darás cuenta. Entonces ya no te preocuparán todas estas cuestiones sin relevancia.
Y sumidos en este diálogo no exento de discusión que yo pretendo me conduzca a alguna parte, a algo tangible, mientras Merlín se resiste a ello llega la hora de la cena. Ni tan siquiera nos hemos dado cuenta de que la noche caía irremisiblemente sin que hayamos salido hoy a pasear. Sentados durante toda la tarde en el mismo sitio, en unos sillones muy confortables, insistiendo ambos en nuestras respectivas posiciones, negándonos a abandonarlas. Puede que don Merlo esté en lo cierto, y tenga una coherencia que yo no soy capaz ni de intuirla tan siquiera. Nos avisan que la cena está en la mesa. Es mejor acabar por hoy, no más palabras por ahora. No más dar vueltas a un mismo tema, no más espirales verbales. Demos tiempo al tiempo, seguramente Merlín tiene razón, por tanto nada más me resta hacerle caso, acomodarme, aceptar sus planteamientos y esperar a ver cómo se suceden los acontecimientos en mi historia.
En la mesa nos espera un caldo gallego y trucha, una trucha asalmonada enorme, apetitosa en demasía. Tras la cena don Marlo, intentando limar asperezas, pretendiendo compensar de algún modo los exabruptos de la tarde me sugiere hacer juntos una queimada. Acepto ilusionado de inmediato. Me atrae el ver cómo él, don Merlo, la prepara. Nos encaminamos a la cocina en busca de un recipiente de barro cocido especial para la quema. Según él tiene que ser de boca ancha, que no amplia. Debe arder el alcohol del aguardiente bien, sin que le falte oxígeno, pero también lentamente, dándole tiempo, sino lo que se hace realmente es quemar el alcohol nada más, pero al mismo tiempo se le quita el alma a la queimada. Echa en primer lugar unos granos de café tostado, muy pocos, mientras me comenta que en realidad a la queimada no se le pone café, pero a él le gusta así. A continuación vacía una botella de orujo, parece agua, como si lo fuese, y sin embargo qué distinto. Añade azúcar en bastante cantidad, explicándome entre tanto que otros ponen el azúcar en un principio, antes de abocar el líquido. Coge una especie de cucharón no demasiado grande y calienta un poco el aguardiente que hay dentro, e inmediatamente le prende fuego. Contempla complacido como arde el líquido, y enseguida lo precipita dentro del recipiente. Todo él se incendia en la superficie, con una llama azulada que se adhiere arriba. Lo remueve con lentitud, con cariño, sacando el líquido ardiendo y dejándolo a
continuación precipitarse en una cascada de fuego, con cuidado, con esmero. Es una operación larga, hay que permitir que todo el alcohol se queme, desaparezca. Cuando ya lleva así varios minutos agrega una corteza de limón y un vasito de vino tinto de Rubiós. Sigue durante un rato entregado a esta operación comentando en voz alta cuanto hace. Finalmente la llama se extingue. Hay que dejarlo enfriar un poco, apenas nada, la queimada fría no vale, no es lo mismo. Nos servimos una taza y lo cato, primero con delicadeza, está caliente aunque no quema. Su sabor me resulta tremendamente delicioso. Las posibles contrariedades dialécticas de la tarde se desvanecen, se evaporan, están olvidadas ya. La queimada nos reconforta, hace que la alegría, el espíritu de complicidad retorne a nosotros para no volver a abandonarnos. Ha sido todo un detalle delicado por parte de don Merlo el sorprenderme de esta manera, el tenerme reservado para esta ocasión esa queimada que se lleva, arrastrándolo a quién sabe dónde, el poso, el mal sabor de boca, las asperezas del enfrentamiento verbal reciente.
Cuarto día: es una jornada tranquila, sosegada, relajante, sin que volvamos en ningún momento a abordar el tema de Tristán. Sigo sin comprender la mitad de las cosas que don Merlo me ha ido apuntando, señalando, aclarando. En mi mente se agolpan, se contradicen, no encajan en la estructura. Es mejor no menearlas de momento. Pasamos todo el día charlando de nuestras vidas, de su retiro en estas tierras, de mi actividad como escritor. Le sorprende que aún queden jóvenes dedicados el hecho narrativo gratuitamente. Según él hoy la vida ha tomado un cariz muy divergente, ya nadie lee, la informática, la microelectrónica ha acelerado nuestras vidas dándoles un vuelco total. Es una revolución que no se atreve a juzgar: hace falta tiempo, ver cómo se adaptan, cuando los grandes avances, las grandes modificaciones, están ocurriendo se pierde la perspectiva, hace falta tiempo para saber a dónde nos llevan. No es bueno ni malo, es simplemente un cambio, una modificación de conductas. Me sorprende que Merlín, tan distanciado aparentemente, tan en silencio, esté el tanto de todos estos avatares. Seguramente los conoce mucho mejor que yo. Le confieso que me siento un viejo romántico, de los que quedan pocos, que es más encantador observar el cielo estrellado, aunque no sea capaz de reconocer los astros que nos miran desde arriba, que todas las Guerras de las Galaxias juntas. Sonríe complacido ante mi razonar apasionado contra el excesivo tecnologismo de la vida moderna. Y así, como quien no quiere la cosa, pasamos de un tema a otro sin detenernos demasiado en ninguno, en una cháchara de nunca acabar. Volvemos mentalmente al mar cantábrico, recorremos Ortigueira, nos desplazamos a nuestras anchas por estas tierras gallegas que tanto arraigo han tomado en el corazón de don Merlo: sus paisajes, sus caseríos, sus pazos, sus tradiciones, y sobre todo sus gentes. lncluso se permite la osadía, según él, de interpretar unas muñeiras con su gaita. Nunca me hubiese imaginado el Mago Merlín tocando la gaita con tanto entusiasmo. Me confiesa que únicamente es un aficionado, las horas vacías, el no tener nada que hacer, le ha llevado a distraerse en la música. Nada mejor que una gaita. De sus flautas brotan notas nostálgicas, avasalladoras que me hacen sentir lo gallego en lo más hondo. Oyendo a don Merlo comienzo a comprender muchas de las actitudes de las gentes gallegas. "Cuando suena la gaita...".
Pasa e1 tiempo sin que apenas nos demos cuenta. Yendo por la casa de una habitación a otra, todo me lo muestra y trata de explicarme, de aportar un recuerdo a veces lejano en el tiempo, todo tiene una anécdota, una pequeña historia que don Merlo no deja de narrarme. Todo él es así: cada cosa le sugiere un lugar, le trae un recuerdo ido que le lleva a otro y éste a un tercero. En su logomanía no cesa de hablar, es como una enciclopedia abierta. Está atiborrado de opiniones, siempre con un parecer a mano que en ningún momento se abstiene de emitirlo. Es como si disfrutara no dejando ningún tema sin tocar, sin sacarle filo, sin dejar de evidenciar su punto débil. Para mí es un día inolvidable que en cada momento me impide plantearle la necesidad de mi marcha, mi imperiosa necesidad de irme sin más demora. Aprovecho un momento de silencio para informar1e de mi partida. "¿Tan pronto?", exclama. No quiere que me vaya. Se resiste. Intenta convencerme de que me quede unos días más. El reposo, el aire de estos parajes me hará bien, necesito un descanso, olvidarme por unos días más de mi actividad cotidiana seguro me sentarán maravillosamente bien. La comida, e1 vino, todo. Y retorna a la gaita con tanto entusiasmo que guardo silencio. Apenas unas pocas notas y de inmediato vuelve a la cháchara. Me confiesa que únicamente es un aficionado, las horas vacías, el no tener nada que hacer, le ha llevado a distraerse en la música. Y nada mejor que una gaita. De sus flautas brotan notas nostálgicas, avasalladoras que me hacen sentir el alma gallega en 1o más hondo. Oyendo a don Merlo comienzo a comprender muchas de las actitudes de las gentes de Galizia. "Cuando suena la gaita...".
Pasa el tiempo sin que apenas nos demos cuenta. Yendo por la casa de una habitación a otra, todo me lo muestra, todo tiene una anécdota, una pequeña historia que don Merlo no deja de narrarme. Todo él es así: cada cosa le sugiere un lugar, le trae un recuerdo ido que le lleva a otro y éste a un tercero, a un cuarto y así hasta que pasa a otro tema. En su logomania no cesa de hablar, es como una enciclopedia abierta. Está plagado de opiniones, siempre con un parecer a mano que en ningún momento se abstiene de emitir. Es como si disfrutara no dejando ningún tema sin tocar, sin sacarle filo, sin dejar de sacar su punto débil a relucir. Para mí es un día tan inolvidable que en cada momento me impide plantearle la necesidad de mi marcha, mi imperiosa necesidad de irme sin más demora. Aprovecho un instante de silencio para informarle de mi partida. "¿Tan pronto?", exclama. No quiere que me vaya. Se resiste. Intenta convencerme de que me quede unos días más. El reposo, el aire de estos parajes me hará bien, necesito un descanso; olvidarme por unos días más de mi actividad cotidiana me sentarán maravillosamente bien. La comida, el vino, todo lo gallego tiene virtudes benéficas, tonificantes. Deja pasar unos días y cuando vuelvas no te reconocerás de lo cambiado que vas a estar. La ciudad no es buena para nadie.
No, no puede ser, en Barcelona me aguarda mi trabajo, no puedo permanecer por más tiempo en casa de don Merlo, en su deliciosa compañía, y bien que quisiera.
A la mañana siguiente quinto día en casa de don Merlo el viaje dos caballos, con el mismo conductor que me trajo hasta aquí, me aguarda en la puerta para volverme a Mondoñedo. Don Merlo viene hasta la puerta para despedirme. Ambos nos decimos adiós con lágrimas en los ojos. Antes de que nos demos el último abrazo me pone en la mano una cajita muy bien envuelta y atada. Nada, un pequeño recuerdo, tan sólo una figurita de cerámica de Sargadelos para que siempre que la vea recuerde mi estancia aquí y sepa que él me aguarda en su viejo pazo de Mondoñedo. Encarecidamente me repite su deseo de que vuelva en otra ocasión a ésta tu casa, cuantos días yo desee, aquí siempre tendré un amigo que me recibirá con los brazos abiertos. No le digo que no, aunque sé perfectamente que nunca más volveré a ver a don Merlo.


31


-Dana ¿tú crees que esta entrevista va a sernos útil?. Porque si se va a repetir la historia de la señora Neus prefiero no acudir, aquello fue realmente desagradable.
—No lo sé, Tristán. No hasta que la hayamos visto. Esta chica, me han dicho, no es una embaucadora. Ella se dedica a la astrología por mero capricho, es una estudiosa de las ciencias ocultas, pero no vive de ello.
-Sí, mas tu amiga ¿te aseguró que era de fiar?.
-Si, según mi amiga, es de confianza. En esto puedes estar tranquilo. Ella nos dirá si puede o no ayudarnos de entrada. No nos va a engañar, al menos eso es lo acordado. Además, ten en cuenta, y no lo olvides, que nos va a recibir porque le atrae tu gesta, tu búsqueda. Se ha ofrecido ella misma a investigar un poco en ti y en tus posibilidades, y lo va a hacer gratuitamente. Tampoco hay que hacerse demasiadas ilusiones, no esperes que ella nos vaya a resolver todos los problemas. ¿Qué perdemos con probar?. Si no nos soluciona nada, seguiremos estando donde ya estábamos.
—Sí, Dana, de acuerdo, pero ¿qué ganamos en ello?. Yo ya no puedo más, mis nervios no resistirán mucho más otro contratiempo, Cada vez que se apunta una expectativa me ilusiono, retorna en mi la esperanza perdida, luego, con los reveses, ésta se va diluyendo hasta desaparecer totalmente. Tengo miedo, Dana, mucho miedo. Miedo a que se rían de mi, miedo a seguir vagando eternamente, miedo a hallarla, miedo a que, una vez con ella, todo sea distinto a lo que sueño. Miedo a ser de nuevo engañado, miedo a tener unas expectativas que jamás se van a cumplir, miedo a perder la esperanza...
-Esta vez estate tranquilo. Te comprendo perfectamente, llevas demasiado tiempo porfiando por encontrarla, confiando en la esperanza, esperando con confianza. Pero no te lo tomes tampoco por la tremenda. No tengo ni idea de lo que nos espera esta tarde. Tal vez resulte una majadera más, es posible, no lo sé a ciencia cierta. A mí me han hablado muy bien de ella, me han asegurado que se trata de una persona muy de fiar, vamos que no te engaña nunca. Hace lo que puede, y todo aquello que queda fuera de su alcance real te lo dice también. No juega ni se anda por las ramas; para mí su autoconfianza, su saber estar, su experiencia y, sobre todo, el hecho de que no se lucre con este tipo de consultas, creo que de entrada merece nuestra confianza.
—Sí, pero ¿tú la conoces?, ¿sabes quién es, a qué se dedica fuera de esto?.
—¿Personalmente?... No, ya te dije que fue una amiga mía quien le habló de ti y ella se ofreció a ayudarte en lo que buenamente pudiera. Al manos, por educación, creo que debemos ir y dar la cara, hazlo aunque sólo sea por mí, yo me he comprometido a hacerlo. Seguramente no vamos a ganar nada en ello, no tenemos por qué esperar ni sacar nada en claro, es muy posible, y es lo que debemos, en principio tener claro. Pero también puede suceder que si, ¿quién lo puede saber mientras no vayamos y hablemos con ella, perdidos por perdidos... al río, no crees?.
—No sé, Dana. Estoy hecho un lío.
-Pues deja de pensar en ello . No esperamos nada positivo de la entrevista y ya está, nada más nos vamos a mantener a la expectativa, limitándonos a ver qué es lo que ella nos puede aportar. No hay que hacerse ilusiones, pero tal vez... una luz y retomas la ilusión perdida.
- Sí, y me hago de nuevo ilusiones, retomo esa esperanza perdida , luego llegarán los reveses y mi aliento se irá desvaneciendo, difuminando hasta prácticamente desaparecer. Tengo miedo, Dana, tengo miedo, demasiado miedo. Miedo a que se rían de mí, miedo a seguir vagando eternamente, miedo a hallarla, miedo a que, una vez con ella, todo sea distinto a lo que he soñado hasta el momento. Miedo a ser despiadadamente de nuevo engañado.
-Esta vez puedes estar tranquilo. Te comprendo perfectamente, llevamos demasiado tiempo porfiando en encontrarla. Has puesto demasiado tesón en ello. Pero tampoco te lo tomes a la tremenda. La vida sigue y con ella la búsqueda y la posibilidad de encontrarla. No tengo ni idea de lo que nos espera esta tarde. Tal vez resulte una majadera más, no lo sé a ciencia cierta, nada puede asegurarnos ni lo uno ni lo otro. A mí me han hablado muy bien de ella, me han asegurado que es seria, de fiar, vamos que no te engaña nunca. Te dice lo que intuye, lo que ve y si no tiene nada contar no calla, simplemente te dice que ella no puede aportar nada. Hace lo que puede, y todo aquello que queda fuera de de sus posibilidades reales o de su campo de investigación, lo aparta y te lo dice también. No juega, para mí es suficiente. Creo de entrada, y ante algo más tangible, merece nuestra confianza, o al menos la mía la tiene. Aguarda y confía. Y sobre todo tranquilízate. Te hace falta.
Y en esta conversación el metro ha ido avanzando hasta llegar a la estación de Sagrera. Descendemos del vagón, Dana me dirige en todo momento. Me lleva, me arrastra y yo me dejo conducir como un fiel perrito faldero de la cadena. La verdad, estoy sumido en un marasmo invencible. Parezco un autómata. Siento que las fuerzas me faltan, mi voluntad se niega a proseguir. Sin embargo Dana tira de mí, me obliga a continuar adelante, aguantándome, apuntalándome lo necesario para que no desfallezca del todo. Subimos en las escaleras mecánicas. Mis piernas dudan, titubean, trastabillean. Mi mente está cerrada a cal y canto. No pensar, no tener ninguna esperanza, limitándome a continuar avanzando porque me dirigen, porque me obligan a nacerlo. La Meridiana. No sé por dónde vamos, tan solo Dana es capaz de orientarse entre tantos edificios iguales. Andamos un poco sin cambiar de acera. De pronto Dana me dice "Es aquí" con un tono de voz que intenta infundirme seguridad. Sí, debo calmarme. Subimos en el ascensor. Principal, primero, segundo, tercero, cuarto, quinto, sexto. El ascensor se detiene. Ya hemos llegado, no logro detener mi tembleque.
Inspiro profundamente, dejando que el aire colme mis pulmones, con fruición, llenándome en la acción. Sí, esto siempre me serena un poco, ahora estoy más seguro de mí. Dana llama al timbre. Aguardamos apenas un instante. Enseguida oímos un taconeo fuerte que viene hacia nosotros. Se abre la puerta.
—¿Sí?, ¿qué desean?.
-Buenas tardes, venimos de parte de mi amiga Carmen Solé. Creo que ella te ha hablado ya de nosotros.
—!Ah!, si. Dana y Tristán. Magnifico. Pasad, a pasad. Como si estuviérais en vuestra casa.
Es la propia Montse Comellas quien nos ha recibido. No hay nadie más en el piso. Entramos lentamente, dejando que nuestra anfitriona dirija nuestros pasos. Esta oscuro, apenas acierto a avanzar sin tropezar con nada. Nos introduce en una sala despacho bastante grande cuyas paredes están atiborradas de posters con dibujos cabalísticos, cartas astrales y signos zodiacales. Hay una enorme librería plena de libros cuyos títulos no leo por educación. La persiana de la ventana está bajada dándonos una penumbra que permite que, al menos, nos Veamos. Nos sentamos Dana y yo en unas sillas muy cómodas enfrente de ella, al otro lado de la mesa, en donde hay una lámpara que ella enciende. Nos mira con detenimiento, especialmente a mí, esforzándose en apreciar a primera vista mis rasgos característicos y definitorios. Yo debería estar más nervioso, no obstante su mirada, su expresión toda me tranquiliza. Es una mujer joven, de unos treinta cinco años, alta, bien parecida, pelo castaño largo y fino, lacio, tez sonrosada, cara alargada y unos preciosos ojos de color azul claro que brillan con luz propia. Tiene una mirada especial, como si tratara de vislumbrar, entrar, dentro de tí para bucear en tu interior en busca de tu esencia última. Y sin embargo ante esta mirada escrutadora, precisa, que te desnuda, no te sientes mal. Sientes que te acaricia protectoramente, que aterciopelada, indaga pero con sumo cariño, sin violencia. Delicada pero no sutil. Escruta delicadamente porque desde el inicio te hace saber que está observando dentro de ti pero que no te va a alterar nada.
-Y bien, ¿ por dónde comenzamos?, -nos dice Montse con una voz sumamente dulce a la vez que pone sumo interés en la pregunta.
—Creo que Carmen ya te habrá explicado lo que pretendemos de ti – le contesta Dana por mí.
—Sí, estoy en antecedentes, pero me gustaría que fuese Tristán quien me narrara un poco su historia, tan apasionante, lo que busca, lo que no encuentra, sus avatares, sus incertidumbres. Quiere oírlo de su propia voz, es necesario.
No queda otro remedio. Así que le explico, a retazos, toda mi vida, mis andanzas, mis indagaciones, mis pesquisas, mi deambular sin resultados. Lo hago como mejor puedo, procurando no omitir nada, dejándome llevar por su mirada intensa que me anima, me acaricia tímidamente, tan comprensiva y tierna, que me da fuerzas para seguir explicándole todas y cada una de las incidencias que ha vivido. Me escucha sin apenas pestañear en ningún momento, entregada a mis palabras que brotan con fluidez. No hace ningún tipo de comentario, no me interroga, tan sólo se limita a irse enterando de cuanto yo le digo, asimilándolo, tomando notas de cuando en cuando en un papel que tiene ante sí. A veces hace garabatos, traza pequeños dibujos geométricos en la misma hoja. No me inquieta lo más mínimo el hecho de que dibuje y tome notas mientras yo l voy contando todos mis sucesos, todas mis esperanzas, todas mis desilusiones hasta arribar al final.
-Bueno, ya tenemos la historia, ya conozco los hechos —comenta ella una vez la he puesto en antecedentes- ahora veamos qué podemos hacer. Porque mirad, yo no soy una pitonisa, una adivina, no tengo premonición de futuro, no soy clarividente. No soy ninguna visionaria. Tampoco quiero engañarte. Yo nada más me limito a estudiar las en las ciencias ocultas por afición. Podría estudiar tu carta astral, echarte las cartas, sacar una bola de cristal, que es más rápido y más sencillo. También mas embaucador.
Si quieres luego tomo tus datos y te trazo la carta astral. Pero dudo que pueda añadir algo más a lo que ya he investigado sobre tu caso. Además, tus palabras, lo que me has narrado confirma mis suposiciones.
Tanto Dana como yo nos miramos poniendo cara de sorpresa. Esta mujer tan encantadora, tan seductora, ya ha dedicado parte de su tiempo a pronosticar mi futuro. No ha esperado a que llegáramos, quería tener algo preparado de antemano.
—Mira, Montse, yo estoy en tus manos. Hemos venido a ver qué es lo que nos puedes decir, en qué puedes ayudarnos. Por tanto tú decides, yo estoy a tu entera disposición. Haz lo que buenamente creas que va a resultar más útil, más conveniente para mí. La experta eres tú.
—De acuerdo. Por tanto entiendo que podemos seguir y, en consecuencia , aceptas libremente mi intervención en tu caso. Adelante. Vayamos a que manifieste mis principios y mis condiciones. Decirte yo dónde se encuentra La Belladurmiente no lo voy a hacer por la sencilla razón de que me es imposible, con mis medios, saberlo. No quiero, ni puedo, mentirte. No es mi estilo. No deseo que saques de mí infundadas esperanzas. Yo me he Iimitado a efectuar unos estudios previos que nos pongan sobre Ia pista. Si te parece bien te los explico uno a uno. No te voy a decir que realmente Ia encontrarás porque eso Io sabemos todos, es de dominio público. No obstante comprendo que mientras se Iucha y se brega por alcanzar ese fin cierto, seguro, aún sabiéndolo de antemano, se sufre Io indecible. Mira, yo he iniciado mis pesquisas analizando tu nombre, es Io único que tenía a mano, Io único con que contaba de entrada, por tanto Io he hecho. Ten en cuenta que todos estos estudios, estas indagaciones, no van más allá de sus posibilidades. ¿Entramos en detalle?.
-Sí, bien, ¡adelante!.
—TRISTÁN: nombre de Príncipe. Evoca inmediatamente una vieja Ieyenda mítica: Tristán e IsoIda. El amor imposible, el amor desventurado. Sin embargo tú no eres ese Tristán. Si jugamos un poco con éI resulta que Tristán me sugiere enseguida otra palabra: TRISTE, TRISTEZA, TAN TRISTE. Creo que es obvio el análisis: hay tristeza, desazón, desconsuelo, desesperanzas, intentos fallidos, lucha sin alcanzar la meta por ahora. Mucho tiempo perdido sin encontrar Io que se busca. Depresión, desánimo que puede superarse. Oscuridad, sombra, discurrir penoso. ¿Estás dolido con tu realidad, verdad?. Algo desolado, sí, compungido, decaído, tétrico es tu pasado y tu presente. Estás constantemente en un TRIS de encontrarla, de dar con ella, más es un TRIS-TRAS, un seguir, un continuar porque nunca llega definitivamente. Sin embargo hay esperanza, hay solución, mira, Tristán también me sugiere, a bote pronto, otra palabra si alteramos el orden de sus silabas: TAN—TRlS: TANTRA: amor, pasión, goce, entrega mutua, júbilo, disfrute, deleitación mutua, amor colmado, final cierto y seguro: recreación en la vida amorosa. La solución está cerca, aguardándote ahí, a la vuelta de la esquina más inmediata, pero aún desconocida o sin identificar, nada más tienes que limitarte a dejarla venir hasta ti. No desesperes. Porque todo va a ir bien muy pronto. Demasiado pronto, preveo que incluso antes de lo que tu intuyes y esperas.
También he efectuado un estudio, a partir de la Cábala, de tu nombre. Mira. Y saca un folio de un cajón en donde hay una serie de letras, mi nombre, y números. No entiendo nada, lo contemplo poniendo una cara inconfundible de tonto. Montse recoge la hoja y continua con su interesante prédica.
—TRlSTÁN es la suma de varias letras a las que corresponde, a cada una de ellas, un número. Habrás observado que varias de ellas tienen una cifra terminada en cero. Esto es prometedor, sumamente alentador, redondo, en cuanto a lo que intentan comunicarnos. Verás:
TETH : 9
4 RESH : 200
YOD : 10
SAMES: 60
TEHT: 9
ALEPH: 1
NUN : 40
Total : 329
Y 329 = 3 + 2 + 9 = 14 = 1 + 4 = 5
Letra HE
Nuestra letra "e" castellana. Sus principios son la esencia y la existencia, El cal0r del fuego viviente que infunde y se disfunde, la luz Divina, la luz primigenia que da vida, el camino universal. Es la letra del espíritu. Como puedes ver son buenos presagios aunque no nos dicen nada sobre lo que tú pretendes. Tan sólo se limita a darnos una visión de tu persona, una descripción que, por lo que estoy intuyendo hasta el momento, me parece que corresponde a la realidad bastante fielmente.
Mas prosigamos, a ti no te interesa en absoluto conocer cómo eres, lo sabes de sobras. Armonía, estabilidad, equilibrio, son calificaciones que corresponden, van asociadas, a la letra He, el quinto séfira, al que debemos asociar como figuras representativas el pentagrama y la estrella de cinco puntas, dibujo, éste, esquemático del cuerpo humano. Armonía en la vida, no hay grandes alteraciones, grandes disonancias, supone un pasar tranquilo, sin altibajos, todo perfectamente sincronizado, medido, siempre estable, siempre en equilibrio sin que nada altere su estado primigenio. Corresponde así mismo, dentro de las cartas del Tarot, que por cierto, también me he entretenido en interrogar para asegurar más mi información obtenida hasta el momento al Arcano Mayor quinto: el Jerarca o el Pontífice: quietud, selección, actividad, versatilidad, deseo. A parte del Arcano Mayor, también hice por mi cuenta la Rueda de la Fortuna consultándole sobre ti y tu futuro. Y la verdad, no añadieron nada nuevo, tan sólo se limitaron a confirmar más, si cabe, lo ya conocido: tienes aptitud para transcender las limitaciones. Las cartas me hablaban de libertad, disciplina, orden, amores y amoríos, nuevas experiencias.
Tendrás un amor, posiblemente muy grande, el único de tu vida que te llenará y colmará y, sobre todo, excesivamente duradero, arraigado; te enamorarás de una mujer que te acompañará el resto de tus días. Al mismo tiempo hablaban de violencia, entremetimiento, desgracias, desventuras, avatares no deseados, penosos en demasía. No sé qué más puedo añadir acerca de este pequeño estudio cabalístico: como habrás podido observar, los presagios son harto halagüeños: en un futuro no demasiado lejano la encontrarás definitivamente. No cabe la menor duda, el éxito es seguro. Lo dice así mismo el I CHING. Por cierto, algún día me gustaría analizarte también a ti, Dana, tu nombre es muy sugerente, evoca demasiadas relaciones: DANA — NADA: Origen de Todo: ADAN.
-Oye, Montse, perdóname por mi falta de saber pero soy lego en esta materia. ¿Qué es eso del l Ching? —le pregunto yo, poniendo deseo de conocer en mis palabras, deseo incontenible de ir más allá, mucho más lejos en sus averiguaciones. Cuanto esta mujer pueda decirme me interesa especialmente, no es ninguna embrolladora. Sus palabras hasta el momento se me asemejan cantos celestiales: cautas, medidas, trabajadas y acordes. No hay disonancias en todo lo que dice, veo que sabe muy bien lo que se lleva entre manos, y cuando algo queda más allá de sus posibilidades y se le escapa te lo señala también. No se avergüenza de reconocer que sus conocimientos y poderes son limitados y eso es bueno, me gusta.
-Pues verás, el I Ching es la Biblia China, el Libro de las Metamorfosis, el Libro del Cambio. Es milenario, hasta el punto que se desconoce su autor. Se trata de un texto al cual han recurrido siempre los chinos, desde tiempos inmemoriales, para predecir el futuro. No lo hace directamente, pero te señala siempre lo que debes hacer, cual es el camino correcto. Luego su capacidad de adivinación es inmensa. No obstante hay una pega insalvable: no lo domino, me pierdo en sus palabras, en su modo enrevesado y metafórico de explicar los caminos, a veces vericuetos a seguir. Es un texto únicamente apto para iniciados y, la verdad por delante, yo no lo soy. No es lo mío, y bien que lo siento, sólo recurro al mismo en contadas ocasiones, como un modo de tener otra perspectiva más, no puedo fiarme totalmente de sus textos, necesito asegurarme de sus predicciones con otros métodos. Yo anoche lancé las varillas y les hice una pregunta sencilla: ¿qué camino debe seguir Tristán para encontrar pronto a su Belladurmiente? La respuesta fue taxativa, explícita: me resultó el hexagrama 1, el Ch’ien, seis líneas continuas y estáticas:
_____________________________________
_____________________________________
_____________________________________
_____________________________________
_____________________________________
_____________________________________

Principio Creador: activo, masculino, positivo: la persistencia en el camino correcto dará recompensa segura. Un 9 para el lugar de abajo (se leen de abajo hacia arriba): el dragón escondido evita la acción. Un 9 para el segundo lugar: el dragón es avistado en un lugar abierto, debes visitar a un hombre sabio. Un 9 para el tercer lugar: el hombre superior trabaja, !no habrá error!. Un 9 para el cuarto lugar: sigue diciendo que no habrá error. Un 9 para el quinto lugar: hay que visitar a un hombre grande. Un 9 para el lugar de arriba: ¡causa de lamentaciones!. En resumen: un 9 para los seis lugares: !Buena fortuna!. Creo que debemos centrarnos en este análisis ya que el cambiar el hexagrama nos da en K’un, el hexagrama 2, el principio pasivo, femenino que presagia éxito sublime, pero que, a mi entender, responde al pasado tuyo y sobre todo a la realidad de tu Princesa, de la que luego hablaremos más detenidamente, ¿de acuerdo?
-Sí, de acuerdo. Continúa, por favor, esto es apasionante.
—Bien. No olvides que el I Ching no es el campo preferente de mis investigaciones. Es un medio en el que no me muevo a gusto, para mí es como si ocultara arenas movedizas en las que debes tener mucho cuidado para no caer. Muchas de las informaciones de su texto son arcanas, no las comprendo bien. Comencemos por el análisis del hexagrama línea a línea: hay que empezar por la línea de abajo: el dragón escondido está en acción. Primera cuestión en la que debemos detenernos: ¿qué representa para los chinos el dragón?. Bien, el dragón es un animal sagrado, perteneciente al mundo celestial, fuego primigenio, por lo tanto es beneficioso, positivo, puede ser de gran ayuda. Sin embargo no asimilo el dragón a nadie.
—Un momento —corta Dana de súbito— yo recuerdo que un día en casa de Carlos, jugando con Andrés, nos entretuvimos con el horóscopo chino. Me hizo gracia que Andrés, por su fecha de nacimiento, perteneciera al signo del dragón. ¿Podría ser Andrés el dragón?
—Sí, podría serlo. No obstante la segunda línea nos dice que como el dragón evita la acción debes visitar a un hombre sabio ¿qué me podéis decir de esto? ¿Andrés evita la acción?. Yo pienso que hasta el momento es todo lo contrario. En fin, sigue sin aclararse la situación. Prosigamos: tercera línea: hay que determinar quién es el hombre superior que trabaja. Yo supongo que se trata de Carlos. La cuarta se limita a decirnos que no habrá error posible: buenos presagios, nos alienta a seguir en el camino. Quinta línea: hay que visitar a un hombre grande. Posiblemente esto está por hacer. Ahora falta por saber quién es también el hombre grande. Sexta línea: causa de lamentaciones, ¿por qué?: no lo sé: el camino correcto nos dará la recompensa segura, nos dice la lectura global del hexagrama. Lo siento, pero no puedo precisar más, el estudio e interpretación del I Ching no es lo mío.
—A mí me parece que ya nos ha dicho bastante -comenta Dana pensativa. Yo no acierto a comprender nada, estoy confuso por el momento, tal vez Dana va más allá que yo, no lo sé.
-Oye, Montse, antes decías que luego hablaríamos de mi Princesa. ¿Qué me puedes aportar al respecto?. ¿Dónde se halla?. El I Ching ¿te ha dicho algo?
-Verás, en concreto nada. Pienso que vas bastante errado. Para mí La Belladurmiente sigue tal como ha estado siempre, y en el mismo lugar. Tú debes buscarla y encontrarla, es tu misión. Pero no en Barcelona.
-Y en qué te basas para decir que no aquí.
—Bueno, es nada más una intuición, vamos a decirlo así, que se deprende de la información suministrada por el I Ching. Te decía antes que al cambiar el hexagrama resultaba el K’un o segundo de la serie, sus líneas son cortadas y estáticas.

____________________ ______________________
____________________ ______________________
____________________ ______________________
____________________ ______________________
____________________ ______________________
____________________ ______________________

Representa el principio femenino: ella, pero es totalmente pasivo, inerte, no se mueve, no se desplaza ¿comprendes? La Belladurmiente te aguarda en un bosque, donde siempre ha estado. !Puedes estar seguro! Aquí no la hallarás nunca. Que deben ayudarte, eso es evidente, pero no creo que sea en el camino que ahora recorres. Tal Vez estás en el rumbo correcto, no puedo decirte nada, tal vez Barcelona es una etapa en donde encontrarás esa ayuda que tanto te hace falta, pero estoy convencida de que perentoriamente debes salir del medio urbano, alejarte, regresar a tu medio propio. No es bueno que lo fantástico se mezcle demasiado con lo humano. No sé qué más puedo añadir, creo que por mi parte, está todo dicho. Ahora sólo te resta tener un poco de suerte y dar con ella pronto. Sigue tu camino y seguro que la hallarás. Siento no poder ser más explícita, ya sé que mi ayuda es vaga pero ni puedo hacer nada más.
Y con estas palabras de impotencia por parte suya (aunque por lo que a mí respecta creo que esta entrevista ha sido realmente provechosa). Nos despedimos de ella dándole encarecidamente las gracias por su valiosa aportación. No nos ha dicho grandes cosas, pero al menos no ha pretendido engañarnos en ningún momento, ha jugado limpio con nosotros, y eso es de agradecer.
No obstante hay algo, de lo que ella nos ha dicho, que me preocupa. Mi Belladurmiente, mi Princesa amada, no está despierta, y mucho menos en Barcelona. Tal vez debo centrarme en esta dirección, porque lo del dragón, el hombre sabio y el hombre superior se me escapan, no he entendido absolutamente nada. Mi Princesa me aguarda en el bosque, dormida, Belladurmiente, luego debo abandonar esta batida urbana, regresar a mis principios, a mis senderos montañeses, agrestes, perdidos. No lo acabo de ver claro por más vueltas que le doy: Merlín era de otra opinión, sostenía todo lo contrario, me encaminó a casa de Carlos. ¿Qué hago, Señor, qué hago? ¿ Qué opción me queda? ¿Sigo aquí o me marcho definitivamente? ¿;Por qué no tiro la toalla, por qué no huir, dejando el campo de batalla definitivamente, como un cobarde?.


32


Una nueva tarde en blanco. No tengo nada que me apremie. El trabajo marcha bien, ninguna clase que preparar a estas alturas de curso en que todo está ya programado desde hace tiempo, ahora sólo resta dejar que vayan cayendo los días junto con los temas a explicar, la planificación se va cumpliendo inexorablemente. Pronto, sin que apenas lo percibamos, llegará el verano con las merecidas vacaciones. La gente piensa que los profesores tenemos demasiado tiempo de esparcimiento y que nuestro horario es excesivamente holgado. Qué sería de nosotros si esto no fuese así. No es fácil aguantar durante todo un curso el esfuerzo mental que exigen las clases, los enervantes problemas de los chavales, su falta de interés, la mayoría de las veces, por el estudio. También el tedio se apodera de nosotros y el cansancio, sobre todo el cansancio, el agotamiento físico y psíquico tras todo un año en que los nervios, en muchas ocasiones, a flor de piel siempre, te juegan malas pasadas. Estoy convencido de que se requiere una enorme y desbordante vocación para desear seguir bregando en la escuela son estos chicos que tienen demasiadas distracciones como para motivarse por lo que están aprendiendo a duras penas. Me dejo llevar por el sopor del día, un sol espléndido que ya se nota en todo su rigor pese a que estamos en mayo.
Después de la comida resulta cómodo dejarse llevar por esta sensación de bienestar, de adormilamiento mientras aguardo la llegada de Dana. Impaciencia que no debería tener: todo marcha demasiado normal. Nada más me preocupa Tristán, cada vez lo veo más alicaído, más dejándose también él arrastrar por la inercia de lo cotidiano en que no sucede nada nuevo. No hay ninguna nota discordante que altere la monotonía. Así pasan las horas, las cuatro, las cinco, mientras sigo adormilado en la butaca con la pipa apagada desde hace rato en la boca. Me encanta descansar mi mente en esta situación: no pensar en nada, mantener los circuitos cerebrales apagados, en blanco, sin que ningún pensamiento florezca, pese al mes de mayo, más que los otros. Las seis, consentir en este duermevela que atonta un tanto mientras la música de los conciertos de Brandeburgo van llenando mis espacios vacíos y las ideas fluctúan, corren, juegan a no sé qué en mí. De pronto un sobresalto. Siempre es el timbre quien interrumpe desgarradoramente mi descanso. Abro la puerta y ¡sorpresa! En mi interior siento una enorme angustia. !Cielos, no!, aún no está resuelto el problema de Tristán, no sé ni tan siquiera si Andrés ha regresado ya de Mondoñedo con la solución y un nuevo embrollo aparece ante mí. Está visto que no soy capaz de desprenderme de los fiascos que el azar me prepara. Ante mis ojos veo la troupe al completo de Blancanieves que me saluda y me besa. No tenía bastante con el Príncipe y ahora además debo encargarme de la Princesa, aunque ésta no resuelve nada, no pertenece al mismo cuento, es otra historia. ¿Qué hago yo ahora?. ¿Cómo resuelvo este conflicto que se avecina?. No me queda otro remedio más que aceptar las cosas tal como vienen y dejar que todos invadan mi casa alterando esa tranquilidad que desde hace tiempo, tal vez demasiado, siento que me falta.
-!Hola, Carlos!, ¿ qué podemos pasar?.
Sí, sí podéis pasar, qué otra cosa cabe hacer. Y entran dentro tomando posesión de mi territorio íntimo, mi gran baluarte, Blanca y sus siete acompañantes. No sé cómo reaccionar, éramos pocos y a la abuela le dio por hacer de las suyas. Tristán, Blancanieves, los siete enanos, yo. Mentalmente recapacito, los distribuyo por las habitaciones. No hay modo. Todos aquí, en mi piso, sencillamente , no caben. ¡Dana, por favor, llega pronto y ayúdame!. Yo no soy capaz de resolverlo.
—Blanca ¿habéis comido ya? - pregunto mientras les sirvo unas Coca-Colas. Sus rostros delatan cansancio. Están apagados, encuentro a faltar su habitual alegría.
—Sí, gracias, lo hemos hecho en el aeropuerto apenas hemos bajado del avión. No te preocupes de nosotros.
¿Cómo que no me preocupe?. Están en mi casa, son mis huéspedes, lo quiera o no debo atenderles lo mejor posible. Primero que descansen un poco, que se repongan, luego ya me explicarán de dónde vienen y a dónde van porque estos nunca se quedan demasiado tiempo, por lo visto, en el mismo lugar. Apenas hace unos meses que se marcharon casi sin despedirse tan siquiera y ya los tenemos nuevamente de vuelta.
Mientras los agasajo como mejor puedo llega Dana. Al menos voy a tener una ayuda. Claro que con Dana nunca se sebe. Es tan imprevisible que igual le da por sentarse y hablar, habla que te hablas, con Blanca y olvida que yo tengo demasiados problemas acumulados que resolver. En primer lugar hay que encontrar acomodo para todos. Si Blanca se marchara con Dana a su casa aquí podría caber el resto, un poco apretados. Sería la única alternativa válida, pero en el piso de Dana ya hay demasiada gente, no tiene sitio para nadie más. Habrá que idear otra salida que por ahora no soy capaz de entrever. Mejor dejarlo para otro momento. No quiero ni pensar en lo que ocurrirá en el instante que vuelva Tristán agotado y se encuentre con esta carnavalada imprevista.
—Oye, Carlos, te importa si nos lavamos un poco y deshacemos los equipajes, quiero quitarme de encima esta ropa sucia y sudada.
-Claro que no, estáis en vuestra casa.
Menos mal, van a estar un rato ausentes. Dana, cariño, ayúdame un poco a poner orden en este marasmo. ¿Por dónde comenzar?. Problemas de comida no hay, acostumbro a tener la despensa llena, además, el mercado está enfrente, por ahí no hay de qué preocuparse. Camas, habitaciones, sí, aquí tenemos una incógnita a resolver y hay que encontrar la solución lo antes posible.
—Dana, ¿cómo arreglamos el problema del acomodo de esta gente?.
—¿Van a estar muchos días?
-No lo sé, no lo he preguntado y tampoco me lo han dicho.
-Si sólo fuese una noche me llevaba a Blancanieves y que durmiera conmigo, pero si van a ser más días no puede ser, lo comprendes ¿verdad?.
—Mira, Dana, los enanos en las dos habitaciones grandes se arreglan y Blancanieves en la pequeña, la otra vez que estuvieron lo solucionamos así.
—Luego o Tristán o Blancanieves sobra, la cosa está clara. Oye ¿no podría dormir Tristán contigo?. No, no me digas nada, no cabéis los dos en esa cama tan pequeña. Si al menos fuese la tuya, pero la van a utilizar los enanos, no puede ser. Deja... déjame pensar, sí, … calla… ¡ya está!. Andrés tiene en su casa sitio de sobras.
—Ya, o sea que le endosamos al pobre toda la comparsa Blancanieves.
—No, hombre, no. Nada más a Tristán, así tú tienes libre la otra habitación pequeña para la chica. A ninguno de los dos les va a importar. Anda, llámalo.
- Pero Dana, Andrés no ha regresado aún de su viaje.
—Cómo que no. No puede haberse quedado tantos días, tú ya lo conoces, es animal sedentario, de costumbres fijas, no resiste demasiado tiempo alejado de sus cosas. Ha tenido que volver por fuerza, hace casi un mes que nos dijo que se iba y nunca está tanto fuera de casa y menos en esta época. Venga, llama. ¿Lo hago yo?.
—No, deja, Dana, ya lo soluciono yo, el problema es mío.
Marco el número de teléfono de Andrés un poco a la fuerza. ¿Cómo le planteo ahora yo esta nueva situación?, ¿cómo le pido ayuda?.
—¿Andrés?. !Hombre, dichosos los oídos!, así que estás de vuelta.
Dana se pega al auricular, quiere oír lo que Andrés tiene que decirnos, en voz baja me susurra: pregúntale por su viaje.
-Oye, ¿cuándo has regresado?.
- Hace ya unos días. La verdad, dos semanas. No os he llamado antes no por falta de ganas. No te enfades. Sabes, encontré a Merlín, incluso estuve unos días, cinco, en su compañía, fueron cinco días inolvidables. Pero no me solucionó nada. No quería hablar con vosotros mientras no asimilara antes todo lo que él me apuntó. Me dijo muchas cosas, pero habló en un lenguaje bastante oscuro para mí. Necesito meditar mucho al respecto. Ya os lo explicaré con calma.
—O sea, que no tienes una alternativa para Tristán.
—No, no la tengo por ahora. Pero no te preocupes, ya la encontraré. Merlín me aseguró que sí la había y que estaba en mis manos, pero no me dijo cómo resolverla.
- Bueno, y cuando te pasarás por aquí para explicarnos todas las vicisitudes del viaje. Dana está impaciente, tiene muchas ganas de verte. Tristán también, únicamente sabe que estabas de viaje, nada más.
- Muy pronto, pero dejadme un tiempo, el justo para que comience a ver claro las soluciones posibles.
- Oye, Andrés, hablando de problemas y soluciones, ¿podrías hacerme un favor?.
— De qué se trata.
- Bueno, verás. Es nada más por unos pocos días. Tristán ahora no está en casa pero hace un rato me han llegado invitados.
- Tu piso es grande ¿no?.
- Sí, pero no tanto.
—¿Cuantos han venido?
— Ocho: Blancanieves y los siete enanitos.
—!Venga ya!.
—Oye, que no me estoy choteando, que es verdad. Dana, díselo tú. Está aquí, a mi lado oyéndote.
- Un beso, Dana.
- !Graciasssss!.
_ —Bien, y ¿qué quieres que haga yo?. ¿También he de meterlos en mi novela y tratar luego de buscarles una solución válida?.
-No, nada más pretendo que me liberes de Tristán por unos días. Vamos, que si tienes una cama para él te lo lleves, que aquí no cabemos todos. Si tú te encargas un poco de él yo puedo atender perfectamente al resto, estaremos un poco apiñados, pero en fin, nada más será por unos días.
-De acuerdo, pero sólo a Tristán ¿eh?. No me endilgues a nadie más, que te conozco. A ver si ahora con Tristán cerca puedo pensar un poco más en su asunto y soy capaz de acomodarlo definitivamente. ¿Dónde está ahora?.
—No lo sé, como siempre vagando por las calles, conociendo la ciudad, deberíamos proponerlo al Ayuntamiento para la medalla al mérito turístico, en mi vida he visto a nadie con más pasión por las calles de Barcelona, vamos que deberían nombrarlo hijo predilecto de honor de la ciudad y darle una medalla conmemorativa de oro, se la ha ganado a pulso. Estoy convencido de que conoce la ciudad, todos sus recovecos, todos sus detalles mejor que cualquier barcelonés nacido aquí.
—Bueno —me corta Andrés, en el fondo no le complace demasiado, por lo que veo, llevarse a Tristán- Entonces cómo lo hacemos, viene él o voy yo a buscarlo.

- Mejor si vienes tú, así conoces a Blancanieves de paso. No me digas que no te seduce la idea — le sugiero yo tratando de quitarle hierro al asunto.
- ¿A qué hora voy?.
— Mira, por qué no hacemos una cosa: te vienes a cenar, total uno más ya no importa. Da igual, donde cenan diez cenan once. Así aprovechamos para charlar un poco de lo tuyo.
—¡ Oye, ni se te ocurra!, evita por todos los medios no meter la pata con Tristán delante. Ya lo hablaremos en otra ocasión con más detenimiento nosotros solos.
—Sí, tienes razón —me disculpo yo- lo siento, pero con tanta gente aquí y tantas cosas que resolver a la vez ya no sé donde tengo la cabeza.
—Bueno, entonces a las nueve estoy ahí ¿vale?
Menos mal, Andrés se ha avenido a ayudarme. Ahora hay que esperar a que Tristán lo entienda. Aunque no me preocupa demasiado, la verdad, ambos se llevan estupendamente, no le importará, todo lo contrario, seguramente lo encontrará interesante, una novedad en su aburrimiento. Dana, cuál es el siguiente paso a dar. ¿Preparar la cena?. Sí, no queda otro remedio, y conformarse, aceptar las cosas tal como vienen.
—Y aquí, Carlos. Cómo van las cosas.
Es Blancanieves quien interroga. No la había oído llegar. La miro detenidamente, ya no hace la cara de cansancio de antes. Ahora vuelve a dar esa imagen de niña grande que no madura, hermosa, delicada, tierna, dulce. Con su preciosa cabellera rubia sobre los hombros, sus ojos enormes, azules, vivarachos, sumamente expresivos. No me canso de contemplarla. Me complace verla así, con sus pantalones tejanos y su camisa de franela a cuadros. También Dana la observa entusiasmada; está visto que a Dana todo el mundo le cae bien siempre, claro que cuando dice esto no, es no. Menos mal que Blanca sabe ganarse desde el principio a todos cuantos a ella se acercan.
—Pues como siempre. Dejando que la vida transcurra sin grandes sobresaltos.
—Oye, Carlos, veo que en la habitación que me has asignado hay algo de equipaje. Si tienes algún problema para acomodarnos dímelo con toda franqueza, no quiero que seamos un estorbo para ti. ¿Tienes invitados, a parte de nosotros, verdad?.
- Sí, hay un invitado, pero no te preocupes. El equipaje es de Tristán que está pasando unos días aquí, conociendo un poco Barcelona, pero tranquila, ya lo hemos resuelto. Cabéis todos, él dormirá en casa de un amigo mío.
—No, ni hablar. Si alguien tiene que irse somos nosotros.
- Ni lo pienses. Sois mis invitados. Tristán también va a estar aquí, únicamente dormirá fuera. A él no le importa, todo lo contrario, son muy amigos los dos. Dentro de poco los conocerás a ambos, van a venir a cenar. Bueno, y los chicos por dónde andan —lo siento, pero ante Blanca me da corte decir los enanos, suena como despectivo, aunque no debería ser así, ellos no tienen ningún complejo, más bien todo lo contrario, están orgullosos de ser los enanitos del bosque, una especie superior de hombres.
—Se han quedado a descansar un poco, están agotados. No se acostumbran a la vida moderna. Parecen unos chiquillos, pero no olvides que todos ellos son unos ancianos venerables. ¿Sabes?, el viaje desde New York ha resultado bastante pesado, demasiadas horas seguidas de vuelo.
—¿Así que regresáis de los Estados Unidos?
—inquiere Dana, que como siempre lo quiere saber todo antes de tiempo.
—Sí, si ya se lo dije a Carlos cuando nos marchamos.
—No sabía nada —comenta Dana- Carlos es siempre tan reservado para estas cosas.
- Pues sí, hemos estado trabajando unos meses en Disneylandia. Aquello es fabuloso, pero te agota enseguida. No me gusta convertirme en una hazme reír de gente tonta. Con los niños es distinto, siempre serán niños, pero aquello no está hecho para nosotros. Con los adultos era distinto: querían autógrafos a todas horas, fotos con sus hijos sentados en mi falda, me hacían preguntas insidiosas cuando no eran imbéciles. insoportable. Y había que aguantarlo porque te pagan para ello, y después la organización, el horario, todo medido, todo cuadriculado, todos los días exactamente la misma comedía, con una imaginación que daba pena. Fíjate que me ponían a mí y a los enanos en un bosque artificial al lado de la casa del Pato Donald. Nos equiparaban, y la verdad, no me importa demasiado, pero nunca podremos ir juntos, somos completamente distintos, pertenecemos a dimensiones que nunca se cruzarán, y sin embargo ellos empeñados en que debía ser así, que el Pato es el héroe más querido de los niños norteamericanos y nosotros los más queridos de la vieja Europa.. Pura bazofia. Imaginar que incluso pusieron en nuestra casa una bandera con las barras y las estrellas. Horrible. Disneylandia no es para nosotros. Estos yanquis no respetan nada. - Lo sabías perfectamente cuando os fuisteis -comento yo en tono de reproche. Con Blancanieves hay confianza, se pueden decir las cosas claras sabiendo perfectamente que no la vas a herir en su fuero Interno.
- Sí, aunque no sé si lo sabía o nada más lo intuía. Pero, sabéis, necesitábamos dinero, mucho dinero para solucionar todos nuestros asuntos. Ahora hemos ganado lo suficiente. Bueno, ya sé que nunca es bastante, pero nos conformamos con lo que tenemos. Queremos ser al fin felices los ocho y la felicidad no cuesta tanto, lo suficiente es suficiente. Allí pagan bien, y si sabes ahorrar siempre te queda, puedes hacer una pequeña fortuna que bien administrada da para mucho.
—Y qué proyectos tenéis ahora, si no te importa esta pregunta hasta cierto punto impertinente —interroga Dana sabiendo que no va a ser tomada como tal.
—Pues veréis, no lo sé con certeza. Queremos sedentarizarnos definitivamente en algún lugar, volver a la vida del bosque. La civilización actual no es apta para nosotros, no pertenece a nuestro tiempo propio y no es bueno, pensamos que incluso contraproducente, intentar adaptarnos y vivir en un medio que para nosotros resulta plenamente hostil.
Nos ha costado darnos cuenta de ello, pero no nos queda otra solución. Los chicos aceptaron nada más por acompañarme, por no dejarme sola, pero ellos no querían, no les atraía la idea de trabajar en un gran espectáculo en los Estados Unidos. Debo reconocer que parecen en todo momento unos niños, pero no lo son, ellos no soportaban el vértigo de Disneylandia. Nos propusieron hacer otra campaña en Disneyworld, pero dijimos que no, que regresábamos. Ha sido todo una locura necesaria. Ahora debo pensar nada más en ellos, soy feliz a su lado, sólo me tienen a mí y nunca podría desprenderme de su compañía, me quieren y yo, todo sea dicho, los adoro.
-Y si no es indiscreción, a dónde tenéis pensado ir -vuelve a la carga Dana.
—Es un secreto. Nada más un proyecto que no puedo desvelarte. Precisamente por eso estamos ahora en Barcelona. Para tratar de solventarlo lo antes posible. Apenas esté resuelto nos marcharemos para no regresar jamás. Aceptamos nuestro sino de sumo grado, convencidos de que es la solución definitiva de todos nuestros problemas.
— Bueno, y Estados Unidos qué. Habréis visto muchas cosas interesantes, tendrás mucho que contar - cambio yo el tema, no queriendo que la conversación se meta en un callejón sin salida. Dana es capaz de sonsacar hábilmente a Blanca de todas sus intenciones y siento que no sería correcto; quieren alejarse, pasar inadvertidos, escondidos para siempre, tiene todo el derecho del mundo a no revelar qué lugar han elegido para retirarse.
- No creas, Carlos, allí lo único que hemos hecho ha sido trabajar y ahorrar. Claro que tenemos muchas anécdotas y recuerdos para revivir en las noches de invierno junto al fuego o en el verano a la fresca mientras contemplamos las estrellas, pero no ha resultado precisamente un camino de rosas. No es divertido tener que interpretar cada día tu propio papel en un guión que tú no has escrito, en donde te toca revivir sucesos pasados que quieres olvidar para siempre. El escenario no era el más apropiado, demasiadas bambalinas y falsedades, demasiadas concesiones de cara a la galería. No, aquello no era precisamente maravilloso. Los chicos lo aceptaban como un juego para que a mí me resultase más llevadero, pero yo me daba perfecta cuenta de que tampoco ellos eran felices. Hemos soportado lo justo nada más, y apenas nos ha sido posible hemos tomado el primer avión para venirnos. No más mundos de fantasía hortera, la realidad es muy otra, bien diferente. Ahora tenemos dólares, aquello está pasado y es mejor olvidarlo definitivamente. A veces pienso que nunca debimos ir. No volveremos a cometer errores de este calibre, podéis estar seguros, tenemos bien aprendida la lección.
—Bueno, habrá que pensar en preparar la cena. ¿Qué queréis para celebrar vuestro regreso a casa?.
—Poca cosa, la verdad. Estamos todos muy fatigados. Anoche todavía estábamos al otro lado del Atlántico, y ahora en Barcelona. Con el cambio horario te haces un lío, te descompone totalmente, sientes que los lugares más familiares ya no son los tuyos.
- Pero habrá que cenar —afirma taxativa Dana.
—Sí, más algo sencillo, que no cueste de preparar. Lo único que tenemos es sed y ganas de dormir, de reponernos. Mañana nos espera una jornada llena de actividad, hay muchas cosas por solucionar. No queremos perder más el tiempo. Cuanto antes nos vayamos mejor para todos.
—Bien, una cena frugal, un tente en pie nada más. Apenas nada, únicamente para que no digáis que os tengo desatendidos.
- Sí, de acuerdo.
Por un momento siento preocupación por Blancanieves. No queda apenas nada de aquella niña que jugaba aquí mismo hace unos meses a inventar palabras con significados nuevos e imprevistos. Entonces era espontánea, juvenil, graciosa. Ahora la veo mucho más ajada, más reflexiva, más desilusionada. No sé qué pensar al respecto, habrá que esperar a mañana, es muy posible que con el cansancio del viaje nos de una imagen que no es la suya. No lo sé.





33




La actitud de Tristán en todo momento me parece loable. Especialmente si valoramos las contrariedades y el cúmulo de reveses sufridos que constantemente van ocasionando mermas en su voluntad cada vez más resentida. Ya no estás entero, Tristán, aunque tú no quieras reconocerlo. Con incomprensible obstinación sigues poniendo al mal tiempo buena cara. Como el sol que siempre sale, aunque el cielo esté encapotado y anuncie lluvia, tú vuelves cada día con renovada entereza, erre que erre, calles, espacios cerrados, rostros que apenas llegas a entrever, rostros que se asemejan a otros rostros, espejos rotos para siempre, mientras Barcelona se mira el ombligo. Tristán, te veo desvalido, huérfano de fortuna, no tienes las estrellas de cara en esta para ti inhóspita ciudad en la que tú bregas a pecho descubierto en un esfuerzo que te rebasa. Tristán, me dueles en el alma. Siento tus heridas en mi carne, como si fuesen cuchilladas asestadas salvajemente a mi cuerpo. No te comprendo, se me escapan las razones últimas que te mueven a seguir en la brecha. Acepto que tienes la imperiosa necesidad de encontrarla. Es un designio impuesto, tú no tienes la culpa. Tu obligación va más allá de lo meramente natural, es metafísica, con una casuística que sería necesario desentrañar totalmente, buscar las fuentes originarias que te llevaron un día a iniciar esta trashumancia, este éxodo que nunca se agota. Y aún así no sé hasta qué punto cualquier otro que no fueses tú, consciente de que eres un Príncipe, consentiría en convertirse en ese nómada errante, sin una cadiera al lado del fuego del hogar en las frías mañanas de invierno, en que tú has venido a parar. Nada más una idea guía tus pasos: la Belladurmiente que te aguarda ajena a tus correrías. También su realidad es dura. Sabes, Tristán, hace falta ser de hierro para soportar tanta miseria. O bien un insensato. En el fondo, tú y yo en algo nos asemejamos: vivimos una época quo ya no es del todo nuestra: somos dos necios: yo porque sigo siendo un impertérrito fabulador y tú porque todavía eres capaz de creer en las fábulas.
Y como un buen buscador de tesoros ocultos infatigablemente tornas a salir cada mañana confiando en que hoy hallarás lo que nunca fuiste capaz de encontrar. Tú también eres un inepto que no se doblega fácilmente ante la adversidad. Nada te amilana, eres terco como una mula. Cuando llegaste tu moral estaba alta, consolidada, venías convencido de que aquí todo terminaría felizmente, como en un cuento de hadas tú y la Princesa comeríais las habituales perdices. Empero mírate ahora: abatido, aburrido, desolado, contrariado en tus esperanzas e ilusiones. Ya no eres el mismo: Barcelona te está hundiendo poco a poco. Como una carcoma va royendo lentamente tu fortaleza, va minando tu solidez inquebrantable. Y tú lo sabes. Te mueves con naturalidad por las calles en este peregrinaje autoimpuesto en el que te complaces masoquistamente. Camino del Calvario en esta Gólgota-Barcelona. No, no te entiendo. Hoy estás aquí, mañana allá y al otro aculla, con la certeza, y la estoica paciencia de que en algún momento te cruzarás con ella y todo habrá acabado. Pero tú no eres ubicuo. No tienes esa facultad. Barcelona es demasiado grande, superior a tus posibilidades. Te veo cada vez más abatido mientras avanzas trabajosamente, sin pensar en nada, únicamente con una idea fija que impide que tu mente funcione correctamente. Tristán, márchate, la ciudad no está hecha para ti y tú lo sabes.
Cada noche, cuando regresas a casa, en qué piensas. Me gustaría poder bucear en tu interior, conocer qué sientes cuando me miras a los ojos e inexpresivamente me dices: "Tampoco hoy ha habido fortuna". No, no hay manera. Yo sé que estás deseando tirar la toalla, sin embargo hay en ti una fuerza superior que te impide tomar la decisión. Tal vez para ti Barcelona es una excusa, un pretexto para justificarte: no estás parado, tienes un sentido para seguir viviendo, y obstinadamente te cierras en esta última alternativa. No, Tristán, tu Belladurmiente está en otra dimensión, no es en este espacio donde debes buscarla. Ésta no es tu realidad, tu arraigo, retorna al bosque, allí las cosas suceden de otro modo, más acorde con tus pretensiones. ¿Qué buscas en verdad, Tristán? ¿A quién pretendes engañar? Barcelona no se ha portado bien contigo. Reconozco que no mereces este castigo. Tu tremenda inocencia te avala, eterno peregrino. Pero qué quieres, las circunstancias ocurren a su aire. Ni tú ni yo podemos trocarlas, convertirlas en más llevaderas. En tu apetito de búsqueda febril no te das cuenta, no obstante estás mustio, desangelado, aunque tú lo pretendas te falta el suficiente empaque y, sobre todo y es lo más preocupante, desorientado. Ya no te quedan fuerzas excesivas. Te dejas ir en tu flaqueza convencido de que es tu sino. No, Tristán, no, desiste. Deserta y retírate. Tú no estás hecho para lidiar en estas lides ciudadanas.
Mañana volverás al asfalto con renovados bríos y luego, con al pasar de las horas, será lo mismo. Deambulas de un lado a otro, como una peonza das vueltas sin parar, estás prisionero de una idea maravillosa, pero descabellada, encallado, sin perspectiva de futuro. Tristán, mira hacia el horizonte lejano. Todavía resta un halo de esperanza, un comienzo posible, una alternativa válida que te aguarda. Confía en la concatenación de acontecimientos que te conducirán irremisiblemente a la meta deseada. Sabes, Tristán, cada noche se enciende en el cielo una estrella, una supernova, que te aguarda para guiar tus pasos, sólo tienes qua seguirla, dejarte llevar por su estela mágica. Te pronostico suerte segura muy pronto también yo en mi situación momentánea de augur. Puedo permitirme esta licencia para contigo, mi querido Tristán. Mas a cambio dime tu cómo puedo resolver yo la angostura de tu situación. Bien que quisiera encontrar la solución definitiva y poner término rápidamente a tu desventura pero no sé cómo hacerlo. Don Merlo me aseguraba que la alternativa está en mis manos, en las posibilidades de estas páginas en blanco que aún quedan.
¿Qué debo hacer yo? ¿Cuál es mi papel en esta historia que no me pertenece? ¿Por qué andamos tan ciegos tú y yo? Mi persecución del camino correcto a seguir que nos abra definitivamente la puerta es también la tuya. Involuntariamente estamos embarcados en la misma nave en medio de la tempestad del mar embravecido. No está a mi alcance al modo de resolver tu problema. No vislumbro esa luz necesaria que nos posibilite salir airosos del atolladero a ambos. Ni tan siquiera una sugerencia, una premonición, Nada. No sospecho ni remotamente dónde puede hallarse la solución final. Tristán, tienes que ayudarme.
Ahora que estás en mi casa, ahora que te tengo a mi cuidado, Tristán, más que nunca me dueles con un daño muy singular. Quisiera ayudarte, participar en tu negocio. Mas qué puedo hacer yo desde mi impotencia. Ten conmiseración de tí mismo. No más congoja, no más sufrlmiento gratuito. Tristán, detente tan siquiera un momento y racapacita: ¿por qué estás aquí, qué buscas en este laberinto inhumano de edificios, inhóspito para cualquiera? ¿acaso no oyes esa vececita que en tu interior te susurra?. ¡Hazle caso!. Sigue sus recomendaciones. Por las noches sé que, desfallecido, deploras tu suerte y lloras. Tud sueños, tus ideales, tu esencia misma que justificaría tu existencia, no se cumplen, todo se tergiversa, se transmuta, se esconde y modifica, todo se alía para que no halles la pretendida y merecida paz. No más lágrimas, Tristán. Tú puedes alterar el decurso de los acontecimientes. Rompe los barrotes de la jaula y vuela libremente, puedes y debes de hacerlo, te sobran alas, tan sólo tienes que decidirte..




















34




Por suerte hoy el autobús no me ha hecho esperar demasiado. Apenas llegábamos a la parada cuando se iba uno dejándola desierta. Se nos ha escapado. No obstante enseguida hemos visto aparecer otro 26 totalmente vacío, lo cual es lógico: nunca hay orden entre ellos. Ha sido una ventaja inmensurable para todos nosotros. De este modo podemos ir sentados casi juntos en la parte de atrás del vehículo. Tristán va junto a Blanca, hacen buenas migas estos chicos, los veo muy compenetrados, se están haciendo amigos inseparables. Yo voy con Dana a mi lado, y detrás nuestro los enanos: Sabio y Romántico en los dos asientos a nuestra espalda y en un poco más atrás el resto. Mudito no ceja en su empeño de verlo todo a través de la ventanilla haciendo constantemente observaciones con las manos sobre cuanto le asombra o le llama la atención a su más inmediato compañero de asiento: Cascarrabias, el cual no se inmuta lo más mínimo, debe estar acostumbrado al nerviosismo de Mudito. No comprendo el por qué de este nombre: no le he visto nunca enfadado; todo lo contrario: no es el animador nato del grupo pero poco le falta. Para graciosos ya están Mocoso y Mudito que en todo momento están dispuestos a montar el espectáculo, pero como chistoso y agradable estoy convencido que el mejor es Cascarrabias. Bonachón se adormila plácidamente sentado en el centro del asiento último, justo donde el pasillo termina, mientras que Dormilón contempla desde la otra ventanilla el discurrir del autobús. De cuando en cuando giro la cabeza para asegurarme de que toda va bien y cada vez más dudo de si no los estaré confundiendo: cada uno de ellos se está comportando del modo más diametralmente opuesto a su nombre.
Hoy me he mentalizado de que debo portarme bien, no puedo permitirme el lujo de provocar un secuestro del autobús o algo por el estilo; hoy debo dar ejemplo de persona juiciosa y sensata que como buen anfitrión acompaña a sus huéspedes en una visita comercial al Corte Inglés para que puedan proveerse de toda esa serie de bártulos que Blanca dice les son precisos comprar antes de partir definitivamente de Barcelona. Me encantaría poder convertirme en guía turístico, cicerone de circunstancias y mostrarles los monumentos más emblemáticos de Barcelona: la Catedral, el Barrio Gótico en su totalidad, Santa María del Mar, la Iglesia de San Justo y Pastor, las calles comerciales de la Isla Peatonal, la Sagrada Familia, el Parque Güell y, por qué no, embarcarlos en las Golondrinas y llevarlos hasta el Rompeolas. Sin embargo Blancanieves ha declinado muy diplomáticamente mi propuesta de tournée turística por la ciudad. No han venido a visitar nuevamente Barcelona, la conocen sobradamente de otras ocasiones, sino a solucionar de la forma mejor posible y más breve su retiro fuera de la actividad mundanal: Nada más pretenden hacer acopio de cuanto les puede hacer falta y partir inmediatamente.
Observo furtivamente a Tristán y Blanca. Me gustaría conocer de qué están hablando tan animosamente. No soy cotilla, pero en este caso confieso que intento por todos los medios escuchar lo más posible, que es bien poco. Según deduzco van conversando sobre las incidencias de cada uno de ellos en sus respectivas aventuras sin igual. Blanca ve refiriéndole sus ilusiones primeras cuando se casó con el Príncipe, pero enseguida se desvanecieron: antes del año enviudó. Al quedarse sola decidió regresar al bosque en busca de sus amigos y consagrarse por entero a ellos renunciando así a su posición privilegiada en el castillo, en donde hubiese quedado siempre como ama y señora. Le confiesa que nunca se ha arrepentido de aquella decisión tan drástica. Es feliz al lado de los enanitos.
El autobús sigue avanzando tranquilamente. Apenase se detiene en las paradas desde que ha logrado cazar y hermanarse al 26 gemelo que marcha delante y que se nos escapó en la parada. Es una suerte, pienso para mí, que se dé esta circunstancia. No me haría ni pizca de gracia que alguien tomara a chirigota el seguro espectáculo que estamos ofreciendo con los 7 enanitos sentados en fila al fondo del autobús. Pensándolo bien debe causar algo de hilaridad; yo comprendería que alguien hiciese algún comentario chistoso pero desgraciado al respecto, especialmente algún niño ingenuo, sin embargo nos acompaña la fortuna de esta ocasión. Algún que otro pasajero nos ha lanzado miradas reveladoras sintomáticamente de que encuentra divertida la situación en que nos encontramos, pero afortunadamente no han pasado de ahí. No me haría ninguna gracia el tener que pasar por una situación tan embarazosa para todos, en especial para estos seres tan encantadores y tan ajenos a la malicia humana que hoy nos acompañan.
Por lo que deduzco Blanca está tratando de convence r a Tristán de que abandone la ciudad y se vaya con ellos, o que al menos regrese al bosque en donde de seguro, según ella, encontrará a La Belladurmiente del Bosque. En un momento la he oído decir: "...no olvides que es la Belladurmiente del Bosque, luego andas muy desencaminado, totalmente equivocado, es en el bosque donde te aguarda...". No obstante Tristán se resiste a aceptar sus razonamientos. Muestra una obstinación que no comprendo. Se agarra tenazmente al hecho de que está aquí porque el mago Merlín así se lo indicó. Además, estaba cansado de errar por la montaña sin que haya tenido suerte en ningún momento; su única esperanza se fundamenta ahora en el medio urbano, más acorde con las circunstancias de hoy en día.
Y entre tanto, mientras ellos siguen aferrados a sus posiciones respectivas en esa discusión interminable, y los enanos se lo están pasando magníficamente, llegamos a la Plaza de Catalunya. Bajamos en tropel del vehículo y nos dirigimos atravesando la Plaza por el centro hacia los grandes almacenes. Lástima de no haber traído la máquina de fotografiar, me habría encantado hacer algunas instantáneas con los enanitos y Blanca, también Dana y Tristán, dando de comer a estas palomas, viejas amigas de Dana, que siempre se convierten en fieles aliadas de las personas que se acercan a ellas con buenas intenciones. Siempre se puedan ver en la Plaza de Catalunya a niños con palomas en las manos, en los hombros y a los pies que picotean complacidamente y sin miedo la comida que estos infantes les dan. Mudito intenta jugar un poco con ellas desde su permanente candidez. No lleva nada para ofrecerlas y no quiere, por nada del mundo, adquirir ese tradicional grano porque no quiere alentar en consumismo. Y sin embargo muchas acuden a él convirtiéndolo en una figura encantadora, si se estuviese quieto asemejaría otra estatua de Las Ramblas pero no es así. Está gracioso con tanta paloma encima suyo. Todos lo contemplamos con mucho cariño comprendiendo que sea él y no ninguno de nosotros el elegido por las aves. Corre un poco con los brazos en cruz sin forzar en ningún momento la marcha mientras las palomas aletean vigorosamente prendidas a su cuerpo, posadas en sus brazos y en su cabeza, pero ninguna de ellas alza el vuelo. Resulta conmovedor ver esta escena tan grácil y maravillosa, enternecedora para cuantos la contemplamos.
Una vez en los grandes almacenes, Blanca nos sugiere que primero sería mejor dar una vuelta por todas las plantas para ver qué les puede hacer falta de lo que aquí se expone. No tiene les ideas claras sobre qué es lo que buscan, a parte de la ropa que sí les va a hacer mucha falta. Aceptamos ir subiendo piso a piso tomando buena nota de todo aquello que les pueda ser útil y luego, al ir bajando, nos detendremos para ir adquiriendo todo aquello que esté anotado en su lista.
Tristán nos solicita que aprovechemos la ocasión una vez más para observar detenidamente a todas las empleadas del Corte Inglés. Muy bien podría encontrarse entre ellas su Belladurmiente. Nos comprometemos todos a ayudarle pese a que no creemos que pueda resultar nada positivo en esta búsqueda colateral. Sin embargo nos guardamos muy mucho de hacer alguna alusión al respecto. Tristán sigue porfiando en poder columbrarla en cualquier momento y estos grandes almacenes pueden ser tan idóneos como la calle o el bosque.
Planta sótano: hogar y menaje. Es la más aburrida para todos. Nada especial que puede atraer, sin embargo Blanca toma buena cuenta de los utensilios de menaje y cocina que sí va a necesitar aunque comenta que la casa que habitarán está completamente equipada al respecto. Tras deambular de un lado a otro subimos a la planta de arriba en donde absolutamente nada les interesa: ni discos, ni perfumes, ni libros, y mucho menos artículos de regalo. En la primera planta aparece el rótulo de "Señoras". Nos paseamos lentamente entre lo mucho que se oferta. Romántico, que de pronto se ha separado del grupo, viene corriendo en busca de Tristán. Ha visto a una chica preciosa que se parece bastante a la Belladurmiente. El semblante de Tristán se transforma: la ilusión renace en él. Nosotros, Dana y yo, más habituados a estas situaciones no denotamos ninguna alegría especial. Se lleva a Tristán tirándolo de la mano, con vigor, convencido de que la ha encontrado definitivamente. Poco después regresan diciendo que no, que no lo es. Se parece bastante, pero no lo es. Se trata de una extranjera que ha venido por primera vez a Barcelona.
La segunda planta no tiene pérdida para Blanca. Textil y hogar. Especialmente lo primero. Adquirir vestuarios para sus acompañantes ya confeccionado no puede ser. No se fabrican sus tallas. Y si alguien lo hiciese, seguro que aquí, en este establecimiento seguro no tienen nada. Nunca nadie piensa en ellos. La ropa de niños no les acomoda, es demasiado pequeña de hechuras, y la de mayores resulta excesivamente larga y grande. No les queda otra opción más que comprar telas y paños y coser sus propios trajes. Pero no importa, ellos mismos se los hacen, son unos sastres consumados. Todo cuanto llevan lo han cosido ellos con gran maestría. Están acostumbrados y lo aceptan como algo lógico. No nos detenemos ni en la tercera ni en la cuarta planta. Caballeros y niños, bebés y listas de boda no les puede convenir en absoluto. Sin embargo sí nos demoramos un rato en la quinta: Jóvenes. Tristán se separa momentáneamente de nosotros. No puede perder la ocasión de rastrear esas dos plantas que hemos dejado atrás. Romántico, Bonachón y Cascarrabias se ofrecen a acompañarlo y ayudarle. Después ya se reunirán con nosotros y podremos proseguir la visita juntos. La verdad es que la perseverancia de este chico es admirable.
Blancanieves se demora un poco entre los pantalones tejanos, jerséis de lana, faldas y todo tipo de esas prendas femeninas que a cualquier mujer seducen. No se decanta por nada en concreto, todo lo coge, lo mira, lo tasa, se lo prueba y no se decide. Mientras Mudito desaparece y regresa al poco con un traje precioso en las manos. Es para Blanca, él quiere comprarlo y no está dispuesto a transigir con una negativa. Se lo
prueba él recatadamente, con algo de grácil coquetería. Blanca sonríe ilusionada: no hay otro remedio más que aceptar el capricho de Mudito. En donde van no podrá lucirlo, pero sí sus amigos podrán contemplarla encantados cuando se lo ponga y eso es lo único qua a ella le importa. Poco después se nos añaden los rezagados. No la han encontrado. Pero tampoco vienen desilusionados, el tesón de Tristán no se fragmenta tan fácilmente.
En la sexta planta nada puede interesarles, empero Bonachón se emperra en que hay que visitar la sección de juguetes. Y hay que hacerla caso. De súbito salen todos los enanos corriendo en estampida. Nos quedamos Dana, Tristán y yo con Blanca comentando el evento en que nos vemos inmersos. Los enanos nos han abandonado y no se ven por ninguna parte. Ante la sorpresa no sabemos cómo reaccionar. Nos hemos quedado solos, como huérfanos sin intuir en modo alguno qué pretenden al desaparecer de nuestro lado. Y sin apenas percatarnos de pronto se oye un murmullo al fondo y tenemos la certeza de que seguro que están allí. Nos encaminamos presurosos hacia ese lugar. Y efectivamente, los encontramos entre los juguetes, en medio del murmullo, dentro de un corro de gente que se ha formado alrededor suyo. Sabio, Bonachón y Cascarrabias están jugando con un escalestrix, Dormilón, Mocoso y Romántico aparecen sentados en el suelo tratando de montar un mecano gigante. Y Mudito se entretiene con un coche teledirigido. Es emocionante para mí contemplar la escena. Son como niños con juguetes nuevos en el día de Reyes, como si no hubiesen jugado nunca y ahora tuviesen la posibilidad de hacerlo por primera vez. Menos mal que las empleadas de la sección están siendo sumamente condescendientes con n ellos y aceptan, por lo que observo, de buen grado esta injerencia inusual pero que está resultando un reclamo divertido. Contemplar sus semblantes ilusionados, el brillo de sus ojos colma a cualquiera. Blanca pretende reñirles por lo que están haciendo pero comprendiendo que después de todo no hacen nada malo ni ocasionan ninguna alteración importante ni los responsables de la planta protestan, guarda su regañina y se aviene a dejarlos proseguir un rato más con sus respectivos entretenimientos. No hay manera de convencerlos de que debemos seguir nuestra visita. Tristán nos he dejado de nuevo para retomar solo su mirar por la planta en busca de su Princesa. Están encantados con su diversión.
Mudito ha dejado el coche. Ahora le atrae más una máquina electrónica de matar marcianitos. Gesticula, se ilusiona, da saltos de alegría provocando risas entre los concurrentes Romántico y Cascarrabias con unos balones de fútbol que han encontrado se dedican a hacer piruetas y parodias de entrenamiento. Se pasan el balón de uno a otro, amaga Romántico el disparo y Cascarrabias hace una palomita en el aire simulando que atrapa el disparo. Con varios balones en las manos hacen juegos malabares, se los pasan de uno al otro. La gente les aplaude las gracias, sus habilidades con los balones que hasta ahora Dana y yo desconcíamos. No es para menos- nos comenta Blanca- son unos artistas excelentes. Donde se halle Cascarrabias seguro que siempre habrá jolgorio, regocijo sano. Es evidente. Cascarrabias es así. Dormilón aparece con una enorme muñeca de trapo, mucho más grande que él y se la ofrece a Dana. "Es para ti” le dice, dándole un beso. Y mi Dana con lágrimas en los ojos acepta su regalo abrazándolo con fuerza. Agradecemos su detalle. Dana está emocionada con la nueva hermana de aquella muñeca que le regalé yo para su santo. Dormilón ha acertado de pleno con los gustos de Dana: nada mejor que una muñeca para mi muñeca más querida.
Y subimos una vez más en la escalera mecánica a la séptima planta: imagen, sonido y fotografía. Nos reencontramos con Tristán qua está observando las máquinas fotográficas. Romántico, sin que nadie se dé cuenta, pide qua le muestren una Nikcn fabulosa. Me coge del brazo y me pide ayuda, él no entiende de estas cosas y requiere mi asesoramiento. La máquina es excelente, pero la encuentro demasiado cara. "Es mejor dejarla, no me acaba de convencer" sentencia al final. Aquí nada nos interesa, nada más nos limitamos a colaborar con Tristán por si acaso hubiera suerte. De pronto aparece Romántico con dos máquinas de fotografiar en la mano, viene silbando, como distraído. No, es demasiado. Me coloca a mí una en las manos y la otra en las de Tristán. "Es para vosotros. Para que tengáis un recuerdo nuestro”. No sé qué decir, también en mis ojos afloran las lágrimas. No consigo reaccionar a la emoción que me embarga. Una máquina de fotografiar tan maravillosa a punto de disparar. Cómo agradecerles los detalles que están teniendo para con todos nosotros. Blanca y los siete enanitos me dan un fuerte abrazo y me besan efusivamente. Debo aceptar el obsequio sí o sí. No me gusta que gasten el dinero, que de seguro no les sobra, y menos en un regalo para mí. Pero qué le voy a hacer, ellos lo quieren así y yo no puedo evitarlo. Me conmueve el enorme cariño que sin merecerlo me están demostrando. No quieren, por lo que estoy intuyendo, marcharse de mi casa mañana sin dejarme algo de ellos conmigo, algo que me recuerde su presencia. Y no, yo no necesito de cosas materiales para tenerlos presentes, siempre permanecerán en mí sus risas, su gracia, su cariño, sus miradas acariciadoras, su espíritu en toda ocasión maravilloso y más allá de la altura de las circunstancias por muy elevada que ésta se halle. El encanto de Blancanieves quedará siempre en mi hogar como una sombra permanente que no se desvanece. No hacía falta la máquina de fotos ni nada tangible, su sola presencia y la compañía que me han tributado durante estos días es para mí más que suficiente para no poder olvidarlos jamás.
La octava planta: deportes y muebles de jardín que de seguro no nos interesa lo más mínimo y sin embargo apenas llegamos los enanos salen precipitadamente, corriendo como espíritus que lleva el diablo de nuevo dirigidos por Mudito. ¿Qué estarán tramando en esta ocasión? De inmediato nos enteramos. Apenas han pasado unos segundos y ya se oyen gritos fuertes, histéricos. Mudito montado en una bicicleta de niño persigue a una dependienta que corre alocadamente delante de él a modo de juego aunque por lo visto ella no lo entiende así.
Arrecia el griterío, nuestros encantadores amigos se han apropiado cada uno de ellos de una bicicleta y están haciendo carreras por toda la planta. De un lado a otro, corriendo entre las paradas, por los pasillos. Mires a donde mires siempre ves una bicicleta que avanza, con un enano sentado en ella que pedalea eufórico. Es imposible tratar de detenerlos. No me van a hacer caso, seguro.
¿Cómo va a acabar todo esto?, ¿quién puede saberlo? Luego alguien tendrá que salir avalador de sus destrozos. La situación está tomando un cariz que no me satisface en absoluto. Ellos siguen correteando, como consumados ciclistas, haciendo cabriolas con sus vehículos, levantando la rueda delantera, poniendo los pies en el manillar, conduciendo a toda velocidad y girando entre los stands sin poner las manos en el manillar. Es demasiado.
Bonachón está majestuoso en su bicicleta. Una bicicleta demasiado grande para él. Han transformado le octava planta en un velódromo. Están repartidos por todas partes, no sabemos cómo reaccionar ya. Los empleados corren tras ellos gritando, tratando de pararlos, conminándolos a que dejen de hacer el loco. Uno de ellos, al pasar a nuestro lado, nos agita la mano en señal más que elocuente.
Es seguro que va a acabar mal. Una salida de tono de acuerdo pero dos es excesivo, no pueden aceptarlo. Su paciencia tiene un límite. Es un establecimiento comercial en el que estas cosas no pueden hacerse, o al menos no deben de hacerse.
Y ellos no lo comprenden, quieren divertirse un rato, es todo. Hacer deporte, estirar las piernas, es bueno para la salud. De algún modo busco una justificación satisfactoria de su en estos momentos condenable conducta. Empero no quiero hacerles ningún reproche. Mañana se marcharán definitivamente, luego hoy se han ganado el derecho a divertirse un rato provocando este caos en el Corte Inglés. No van a aceptarlo de ninguna de las maneras. Cuantas explicaciones atenuantes podamos esgrimir en su favor van caer en saco roto. Es mejor no alegar nada y dejarles hacer.
De algún modo tienen derecho a seguir correteando con las bicicletas. Esta especie de circo está iniciada y nada ni nadie va a empeorar aún más la situación. Luego que prosiga el espectáculo.
De todos modos vamos a tener que largarnos apresuradamente da aquí, si es que vislumbramos alguna posibilidad de hacerlo. No quiero ni pensar en cómo vamos a justificar si nos detienen y nos llevan a comisaría este nada bochornoso comportamiento dado lo bien que se lo están pasando.
Cojo a Dana y a Blanca del brazo y lentamente, seguidos de Tristán, nos vamos acercando al ascensor y como aquel que no quiere la cosa oprimo el botón de llamada para que suba.
Todos los enanos avanzan juntos, en pelotón, jadeantes pero contentos hacia donde nosotros estamos. Al pasar a junto a nosotros le hago una señal explícita a Sabio con la cabeza. Asiente, luego ha comprendido mi mensaje y mi intención.
Siguen pedaleando, yendo y viniendo. Llega el ascensor. Nos introducimos dentro y aguanto las puertas con las manos para que no se cierren. No podemos huir sin ellos.
Súbitamente aparecen todos juntos en compacto pelotón. Frenan ante la puerta del ascensor, saltan de las bicicletas y se unen a nosotros sin perder tiempo. Sus perseguidoras vienen corriendo. Suelto las puertas y éstas se cierran. Estamos todos dentro. Marco el botón de la planta baja y el ascensor se pone en marcha. Descendemos vertiginosamente.
Es mejor salir sin apresuramientos pero vigilando que no nos sigan, que no nos cojan. No quiero ni pensar en que será de nosotros si esto sucede.
Procurando despistar ganamos la puerta de salida a la calle. Nos confundimos rápidamente entre el gentío. Estamos a salvo.












35




—Andrés ¿puedes acompañarme con el coche a casa de Carlos?
— ¿Ahora?
-Sí, ahora si no te importa.
-Sí, claro. No me acordaba que Blanca se marcha esta mañana. Tienes razón, habrá que ir a despedirse de ella y desearle mucha suerte.
—No, Andrés, no es eso. Me voy con ellos.
_ ¿Pero qué dices tú ahora?
-Estoy decidido. He pasado toda la noche pensándolo, dándole vueltas y más vueltas. Dejo Barcelona, abandono este deambular sin sentido, no quiero seguir sintiéndome un vagabundo. Anoche no tenía las ideas claras, pero tras estas horas de estar royendo todas las posibilidades, sospesándolo todo, ahora, en la mañana sí. Es lo mejor para todos, especialmente para mí. La ciudad, lo urbano en sí no es bueno para mí, no logro habituarme. Estoy cansado de rotar de un lado a otro buscando siempre pistas, recorriendo caminos que n o me pertenecen, que no son los míos, confiando en que en un momento la hallaría. No ha sido así. No sé muy bien qué es lo que haré, no tengo las ideas nada claras al respecto, pero sí sé una cosa: en Barcelona no encontraré nunca a mi Belladurmiente. Merlín me hizo venir aquí, Merlín estaba equivocado, sin embargo creo que la amiga de Dana tiene razón, voy a hacerle caso y regresar el bosque.
—Tristán, ¿por qué viniste a Barcelona? Y, por favor, no me mientas ahora.
—Ya lo he dicho antes. Porque fui a ver al mago Merlín y él me aconsejó que viniera aquí. Siento decirlo, pero se equivocó.
—No, Tristán, ahora empiezo a comprender algo: no creo que se equivocara, te encaminó aquí no sé con qué propósito pero siento que hay algo en nosotros que se nos escapa y que él fue capaz de vislumbrar. Merlín nunca te dijo que La Belladurmiente se encontraba en Barcelona ¿verdad?
—Cierto, pero dime una cosa, si yo busco a mi Bella y Merlín me hace venir a Barcelona lo lógico es pensar que ella está escondida aquí. Si no qué sentido tendría todo. Por qué orientó mis pasos hasta vosotros.
-No lo sé, Tristán, y la verdad es que me gustaría dar con la solución, conocer todo el proceso mental de Merlín, saber qué había en su cabeza en el momento que te encaminó hasta aquí. A veces sí existen los motivos pero somos nosotros quienes los desconocemos simplemente porque no hemos indagado por ellos, no hemos preguntado en su momento, a quien disponía de ellos, el por qué. Ni tú no yo preguntamos a Merlín por qué Barcelona y por qué nosotros, Dana y yo, y mira ahora en qué vicisitud nos encontramos.
-Andrés, el por qué nunca lo sabremos. Quizá sea mejor pensar lo que tú me dices: Merlín no se equivocó del todo y seguir confiando en que aún queda un atisbo de esperanza. De todos modos estoy resuelto, he tomado una decisión que no admite replantearse los hechos. Ya está, me marcho.
-Tristán, te comprendo. Lo que no logro entender es cómo has resistido tanto.
-Tampoco lo sé yo. Debería haberme ido hace mucho tiempo. Si lo he ido retrasando seguramente ha sido porque no tenía ningún futuro al alcance de mi mano. Cuando no sabemos qué hacer, qué camino nuevo tomar todos reaccionamos así, dejándonos llevar, un poco amodorrados, confiando en que las cosas se modificarán por sí mismas tomando los derroteros deseados sin que nosotros debamos intervenir. Siempre resulta más fácil seguir como estamos que enfrentarnos a un futuro totalmente incierto. Hace falta valor, confianza y, sobre todo, vislumbrar de entre un manojo de posibilidades posibles, la que tienes la seguridad de que conducirá a la meta anhelada.
-Y ahora sí has dado con ella.
-No, no veo nada claro hacia adelante. Pero aquí y así no puedo seguir. No creas que me voy con Blancanieves porque intuyo que a su lado encontraré la solución o que los enanos me ayudarán a dar con Bella. No. Quiero regresar al bosque, ya te lo he dicho antes porque estoy convencido de que debo dejar que pase algún tiempo, recapacitar y después tomaré una decisión, sólo tras un periodo de reflexión. Decisión que no sé si será acertada o no. Ahora siento que debo marcharme, eso es todo. La ciudad me ahoga, es superior a mí. No puedo permanecer por más tiempo aquí, acabaría loco.
-En fin, tú sabrás lo que haces. Yo poco puedo ayudarte.
-¿Vamos entonces? Tengo mi equipaje preparado.
—Vamos.
Menos mal, sin que yo me lo esperara es el propio Tristán quien me resuelve el problema. Vino en un momento dado sin ser llamado un día a mi novela y ahora se va sin que nadie haga nada por expulsarlo, así, por las buenas, por algo tan simple como que se ha convencido finalmente, él solito, de que debe marcharse. No soluciona su propósito, no resuelve nada, pero me facilita a mí las cosas. Sin Tristán puedo continuar con mi novela, regresar a Carlos y Dana, aunque bien mirado me deja muy poco tiempo, las fechas van cayendo inexorables.
Merlín me decía que la solución estaba en mí, en mi capacidad da resolver la salida airosa de Tristán. Lo siento, le voy a fallar, no va a ser precisamente así, más bien todo lo contrario, algo vergonzante y por la puerta de atrás, la de servicio. Qué le vamos a hacer, no he sido capaz de hallar yo una colocación justa para este chico huérfano de todo, que en el fondo, lo reconozco, también he hecho un poco mío hasta llegar a que su situación y falta de solución haya llegado a afectarme, y por qué no, hasta dolerme. Comprendo que ahora no quiera hablar, que esté sumido en sus Propias meditaciones mientras lo llevo a casa de Carlos. No debe ser muy agradable el tener que doblegarse de este modo tan cruel a la cruda realidad de las circunstancias que han tocado en suerte. Lo siento, Tristán, perdóname, yo sé que eres capaz de hacerlo, sé que me comprendes, yo no he podido ayudarte, no he sido capaz de hacerlo. Lo intenté, puedes estar seguro de ello, pero mi incapacidad es manifiesta. No me complace en
absoluto el tener que dejarte sin una solución abandonándote a las inclemencias de la inhumana y salvaje vida actual. Tu fracaso es mi propio fracaso.
—Hola, Carlos ¿ha llegado ya Dana?
—Sí. Oye ¿qué haces tú tan pronto por aquí y con tu equipaje?
- Me marcho yo también. Me voy con Blancanieves. Ayer ella me invitó a unirme a ellos y estoy resuelto, tiro momentáneamente la toalla.
- ¿Lo sabe Blanca?, lo digo porque ella no me ha comentado nada.
-No, aún no.
-Andrés, ¿tú sabías algo de todo esto?
—No, la verdad, lo ignoraba por completo. Al memos no lo he sabido hasta hace un rato en que el propio Tristán me ha informado. Creo que él tampoco lo tenía claro. Hola, Dana, tú tan radiante como siempre. ¿Ya sabes la noticia? Pues entérate: Tristán se va con Blancanieves.
-¡No me digas!
-Sí, Dana, se va con ellos. ¿Por cierto, dónde está?
—Hablando con Blancanieves. Ella todavía no sabe que él también los acompaña.
Todos sonreímos por un momento con cierto grado de malicia. Tristán con Blancanieves. Harían buena pareja. Aunque pensándolo bien no es para reírse y mucho menos para hacer chistes. Las cosas de Tristán no se pueden tomar a broma. Todos hemos llegado a quererlo. Y no está nada bien jugar con las cosas de los seres queridos. Hemos aprendido en este tiempo pasado a su lado a respetarlo porque Tristán es siempre un ser que merece respeto. Tal vez esté pasado de moda con su actitud netamente romántica, pero merece comprensión, consideración y mucha ayuda. Ya no quedan seres puros como él.
—Carlos, Dana, Andrés, nos vamos ya.
-Esperad un poco, os acompañaremos los tres hasta la estación.
- ¿A qué estación, si puede saberse?
- Blanca, no te enfades. Si os marcháis lo lógico es que sea en tren ¿no? Coche no tenéis, en avión tampoco, luego tú me dirás...
-No necesariamente, Carlos. Mira, estamos todos muy agradecidos contigo. Nunca podremos devolverte ni tan siquiera un poco de lo mucho que nos has ayudado, lo bueno que has sido con todos nosotros. Mas ahora te pido que nos dejes marchar tranquilamente diciéndonos adiós de un modo muy sencillo, con la mano.
-Sí, de acuerdo, os diremos adiós, mas no podemos dejaros ir así, tan desasistidos, al menos decidnos a dónde os vais.
—Lo siento, pero no puedo decírtelo, compréndenos. Es necesario que guardemos celosamente el secreto si queremos vivir el resto de nuestros días en paz. Nos vamos al campo, eso es todo.
- Está bien, lo acepto así, no insistiré. Pero al menos permítenos a Andrés y a mí que os acompañemos hasta la estación. No os podemos dejar ir de este modo.
-No Carlos, ya has hecho bastante por nosotros. Cogeremos el autobús. ¿Vamos, Tristán?
Es el momento de las despedidas. Los enanitos están aguardando emocionados, sin decir nada, asintiendo cada vez que Blanca dice algo, todos alineados, tan iguales y la vez tan diferentes, con sus respectivas bolsas de viaje al lado suyo, en el suelo. Sé que también ellos sienten esta separación para siempre. No volverán nunca, estoy convencido.
-Bueno, adiós a todos.
- Carlos, Andrés, Dana, gracias por todo lo que habéis hecho por mí, ayudándome como nunca nadie lo había hecho. Jamás os podré olvidar. Siento que la suerte no me haya acompañado en Barcelona. Pero estad seguros que al final la encontraré, no voy a abandonar tan fácilmente, no deseo que vuestro interés quede definitivamente en nada, esto nada más es un alto en el camino para tomar fuerzas, luego retornaré a buscarla con más ahínco que nunca hasta que dé con ella. Es mi destino y estoy obligado a cumplirlo. Adiós a todos. Os quiero.
-Sí, hasta siempre, os deseo lo mejor a todos. Habéis sido maravillosos. Tampoco nosotros os podremos olvidar jamás.

















3 6




Observa Carlos que vengo con Cloti. ¿Te acuerdas de Cloti, Carlos? Sí, claro que la recuerdo, te le regalé yo el día de tu santo. ¿Sabes lo que eso significa? No si no me lo explicas. Carlos, te quiero, vengo a quedarme, si tú no me rechazas. ¡Estupendo!. No, Carlos, ¿no lo entiendes? Me quedo aquí, a tu lado, para siempre, abandono a mis compañeras de piso, me mudo. Vengo a vivir contigo, quiero que éste sea nuestro hogar. ¡Dana, eso es maravilloso! Repítelo nuevamente, ¿te he oído bien? ¡No sabes lo feliz que me haces! Al fin juntos por el resto de nuestros días. Al fin llega ese momento que tanto he soñado. Una realidad, mi realidad, la que siempre he añorado, que siempre he deseado como situación permanente entre nosotros dos toma forma. Así, sencillamente, sin desgarramientos, con entera normalidad, no hay sobresaltos, únicamente mi júbilo, mi explosión de euforia. ¡Te quiero, Dana, te quiero! Si, Carlos, sé lo que sientes por mí, también yo te adoro, también yo estoy enamorada de ti, por eso me he decidido a dar este paso. No más separación, no más distancias. Ahora se ha marchado Tristán, no creo que regrese nunca, yo no quiero que sigas solo, la soledad nunca es buena. Quiero llenar tus silencios, si tú me dejas, ser tu compañera y tu apoyo en las horas bajas, como deseo y espero que tú también lo seas en las mías. Sí, Dana, sí, tú colmarás todos los espacios vacios que hay en mí, yo nunca más me veré obligado a tener que cerrar les ojos para seguir viéndote, nunca más me veré forzado a tener que abrazar tu imagen mentalmente en la noche, en el insomnio de mi lecho vacío. Sí, Carlos, ¡abrázame!, quiero sentir tus brazos alrededor mío, saber que estás, que me proteges, que tu fuerza es mi fuerza. Abárcame toda, no tengas miedo a hacerme daño. Así, Carlos, así, siempre así tú y yo unidos, fundidos en un único abrazo que nunca nadie podrá desenlazar. Quiero ser eternamente tuya, permanentemente estar en ti, pertenecerte por entero, saber que siempre te tengo a mi lado para protegernos, para enriquecernos mutuamente. Te quiere, Carlos, te quiero, te quiero. Carlos, ayúdame a quererte como te quiero. Sí, Dana, sí, no te vayas nunca, sé mi sostén, mi vigor y mi fuerza, la razón de mi existencia. ¡Qué sería de mí, Dana, si un día tú me faltaras! Esta es nuestra casa, nada más tuya y mía, éste es nuestro hogar, nuestro altar. No me abandones nunca, mi amor, mi Dana Nada, mi dulce Nada, mi tierna Dana, mi vida, mi ilusión, mi campo abonado, mi esperanza y mi realidad. Te quiero, Dana, te quiero. No, Carlos, no me sueltes, aún no tengo bastante de ti, quiero saciarme, sígueme abrazando, con fuerza, compéndiame, abárcame toda, cólmame, no dejes nada de mí fuera, anúlame si hace falta, quiero ser enteramente tuya.
Sí, Dana, mi Dana del alma, mi mañana, apenas llegue el alba iremos a recoger todas tus cosas. ¡Bienvenida a tu hogar! Ahora Dana las cosas van a ser distintas, verdaderamente maravillosas, no sé qué decirte, no acierto con las palabras precisas. Soy tan feliz, tú me haces feliz, mi Nada, tú me haces feliz. A partir de este momento podemos plantearnos nuestras vidas de otro modo. Mis sueños se hacen realidad. Dímelo tú, Dana, porque no me lo acabo de creer. ¿Estoy realmente despierto? Sí, Carlos, amor mío, estás despierto, no es ningún sueño, me quedo a vivir contigo, nunca más me iré si tú no me echas.
Dana, amor mío, cómo voy a hacerlo si eres lo único que amo, mi vida, mi camino en la noche, tú constituyes el único aire que no me ahoga, dame tu aliento, tu dulce frescor, oxigéname totalmente, lléname, entra dentro de mí y no salgas nunca. Dana, mi tierna Dana. Quiero permanecer siempre tuyo, eternamente tuyo. No rompas nunca este momento de arrobamiento. Cautívame siempre, Sé la única flor de mi jardín. No puedo abrir los ojos, me resisto a creer que pueda ser verdad, quiero permanecer hasta la muerte en este sueño, Dana, mi querida Dana, mi adorable Dana, no me digas, por favor, que todo es una ilusión mía.
Ahora, Carlos, debemos romper el cristal y salir fuera, proyectarnos, no dejarnos consumir nada más en nosotros mismos. Estos meses con Tristán han sido inolvidables, siempre los recordaremos con agrado, estoy convencida de ello, pero las cosas ahora se presentan de otro modo, ya no hay búsqueda, peregrinaje, agotamiento en la acción, tú y yo no tenemos que encontrarnos, todo lo contrario, salir fuera siendo nada más uno, enriquecernos, fructiferar hacia nosotros mismos y hacia el exterior. No podemos sumirnos en nosotros nada más, regodearnos, protegernos como si el mundo, a parte de nosotros, no existiese. Sí, Dana, tienes razón, tú y yo en un mundo aún posible. Abrámonos, Dana. Modifiquemos nuestras normas de conducta, repongámonos del agotamiento de esta etapa del pasado más reciente. Por de pronto, dentro de apenas nada llegarán las vacaciones. ¿Qué hacemos en esos dos meses?, ¿cómo lo resolvemos? Te querrás ir a tu casa y yo la mía, como el año pasado. Tengo enormes deseos de ver nuevamente a mis padres, este curso me estoy portando muy mal con ellos, ni tan siquiera fui al pueblo en Semana Santa. Nuestro único contacto se limita a esporádicas cartas en las que inevitablemente me notifican que otro viejo conocido, más joven que mis padres, ha sido llevado a hombros al cementerio. Todos en el pueblo están en la cola inexorable, también mis padres, aguardando a que llegue el momento del descanso definitivo. No quiero alejarme de ellos, nada más me tienen a mí. Carlos, ¿por qué no nos vamos el mes de julio a Nicaragua? Te gustaría ver de cerca las realizaciones del gobierno sandinista, yo sí creo en ellos, en su perspectiva de revolución, de cambio, de novedad, de aire fresco, de esperanza para toda la América Latina; poder saludar a ese hombre sin duda maravilloso que es Ernesto Cardenal. Me parece adorable, tierno, exquisito, único. Bien poco podemos hacer nosotros por Nicaragua, pero si quiero que tengan nuestro apoyo moral, que sepan con nuestra presencia que les seguimos, les alentamos, que vemos con buenos ojos lo que están haciendo. Creo que para los “nicas” todas las personas que van a conocer su realidad les supone un estímulo necesario. Sí, Dana, vayamos a Nicaragua. Después, a nuestro regreso en agosto podremos pasar unos días de solazamiento en tu casa y luego otros en la mía. Quiero conocer a tu familia, como deseo oír a mis padres llamarte hija. Ya verás como mis viejos son maravillosos, encantadores, muy del pueblo, adaptados desde siempre a la tierra, al ocre reseco, al frío, a la dureza del clima. Sí, Carlos, no dudo que tus padres son maravillosos, estupendos, como los míos, también ellos te querrán, como mis hermanas y toda mi familia. Somos muy numerosos, te encantarán. Mas no hablemos de los nuestros, volvamos a nosotros, a nuestra realidad, a nuestra necesidad mutua.
Sí, Dana, volvamos al silencio, para qué las palabras cuando resultan innecesarias, para qué las palabras entre nosotros dos, Dana, si lo único que pueden hacer es distraernos en nuestro encanto sublimador, incomparable, nada más posible entre tú y yo. No más palabras, dejemos hablar al silencio en nuestro amor, nuestros pensamientos, nuestra contemplación mutua nos trasciende y nos libera, es bastante para colmarnos, no rompamos por más tiempo al hechizo perpetuo en que estamos sumidos, no más palabras.







37



El fin de curso está muy próximo. En breves días dejaréis la escuela para ir cada uno a encontrarse individual y colectivamente con el destino que le aguarda. Qué acojono, ¿no?. Tranquilos aún os queda por delante la época de exámenes, por tanto antes de que las clases terminen definitivamente, como no podremos tratarlo otro día, quiero que, por última y definitiva vez, volvamos al tema que dejamos aparcado hace bastantes días. Si hacéis un poco de memoria recordaréis que estábamos hablando del problema de la escasez en la granja, limitándonos únicamente a ir apuntando ideas que no fueron tratadas a fondo, con sustancia y consistencia, para que nos entendamos todos, aunque lo cierto es que tampoco lo pretendíamos.
Resumiendo con brevedad aquella clase, entonces habíamos discernido y acordado como conclusión primera que el hombre de hoy es lo suficiente de inteligente como para ser capaz de subsistir sin sabiduría. Hoy ya nadie trabaja realmente por la paz, excepto minorías de jóvenes algo sonados y fuera de onda que no tienen aún demasiada fuerza y mucho menos arraigo social. Hoy todos buscamos la riqueza individual sin plantearnos problemas éticos, morales o espirituales, cada cual que los identifique como le venga en gana, al respecto pero que a partir de ahora, estoy convencido, habrá que asumirlos. Querámoslo o no, no tenemos otra solución viable a nuestra mano. La economía, al igual que el resto de las ciencias, no es aséptica, neutral, es política y por tanto se trata de opciones ideológicas, políticas. Se apuntaba la idea de que el hombre únicamente vive y es feliz y en paz en la abundancia para todos, y mientras esto no ocurra seguirán existiendo agresiones y explotaciones de unos pueblos por otros. Todos buscamos nuestra propia felicidad satisfaciendo nuestras necesidades y si es necesario a costa de privar a los demás de aquellos recursos que están en sus manos y que nosotros deseamos de forma perentoria. Y, ahora, para reiniciar el diálogo introduciré una frase de Keynes que me gustaría tratarais de comentarla. Es la siguiente: "Lo sucio es bello y lo bello no lo es". También querría que habláramos hoy de otro tema latente, fundamental, que siempre ha estado de fondo en nuestras disgresiones: la libertad, esa libertad que implica en cada individuo arriesgar cotidianamente la vida, no porque suponga la liberación de la servidumbre humana, sino porque el mismo significado de la libertad hay que buscarlo
en esa conquista diaria que nunca termina.
—Yo iniciaría el tema reflexionando sobre la frase en cuestión —comenta Tere. Creo que la frase en sí supone una gran contradicción. No comprendo demasiado bien qué pretende decirnos, pero sí tengo claro algo: lo sucio nunca será bello.
—Yo pienso —apunta Elisabet— que no van por ahí los tiros. Keynes se refiere a otra cesa.
—Bien, vamos allá: Keynes se planteaba el problema que nosotros tratamos de resolver y llegó a la conclusión de que no hay opción posible: si queremos que haya bienes para todos debemos aceptar cosas que no nos gustan: producción en serie, grandes cadenas de montaje, internacionalización de les circuitos de producción y distribución, homogeneización de los productos, economías de escala aceptando las deseconomías como algo justo que debemos pagar a cambio del crecimiento continuo. Primero tenemos que procurar que haya para todos, cubrir las necesidades más esenciales del hombre moderno, que son muchas, sin plantearnos problemas de conciencia sobre cómo se consiguen. Hay que aceptar que lo sucio es bello porque es en bien de todos, nos satisface; la belleza, la hermosura, el arte no son tan útiles, de momento, mientras nos falten bienes imprescindibles podemos dejarlas de lado, cuando el mundo, la civilización, la humanidad esté saciada entonces sí podremos dedicarnos a lo bello como tal.
—Eso es una tremenda chorrada —exclama indignado Luis- no me digas que a él, inglés como era y rico, no le gustaba el arte y la belleza.
—Pues la verdad es que sí le complacían. Sirva como botón de muestra —aclaro yo- dos hechos significativos de su vida: se casó con una bailarina rusa de ballet clásico, y al morir dejó una de las mejores pinacotecas privadas de pintura impresionista francesa.
- O sea, que el tío decía la frase para los demás ¿no?, ¡qué jeta! —comenta Luis.
-Yo —dice Isa- volvería a la frase, la retomaría porque no tiene desperdicio. Lo que Keynes plantea tiene su lógica, al menos eso pienso yo. Ahora nos falta averiguar si aceptamos lo que él nos propone o si nos decantamos por otra alternativa. Porque las economías de escala son inevitables, hay que aceptarlo así, pero no el hecho de que prescindan del arte, creo que se trata más bien de un problema de barbarie cultural. Tú en toda ocasión nos recriminas machaconamente nuestra falta de conocimientos,
nuestra indiferencia ante el saber y la cultura, y tienes razón: somos cada vez más analfabetos. Nos conformamos con lo que nos dan, basto, zafio, grosero, cuando podríamos exigir que hubiese belleza en todas las cosas, todo se reduce a una pura y simple cuestión de estética que estamos perdiendo a pesos agigantados. ¿Tu crees que los grandes magnates que compran hermosas obras de arte pagando precios desorbitados, les gusta lo que compran?. Yo pienso que no, se rodean de belleza que no son capaces ni de apreciar ni de sentir, tan sólo la adquieren para establecer una separación entre ellos y nosotros, para demostrarnos el poder de su dinero una vez más.
— Isa —comenta tajante Erenia— has dado en el clavo.
—Bien, y qué opina el resto de la clase —pregunto yo para poder seguir con el dialogo.
—Que lo bello es siempre bello y lo sucio siempre será sucio —sentencia Ana.
- Y es que nos han negado incluso la posibilidad de sentir placer ante lo hermoso. La belleza la han en secuestrado y cerrado en los museos para tenerla controlada.
—Cuidado, Lidia, que en la calle también hay belleza, la más maravillosa. Un ser humano es siempre hermoso, la naturaleza lo es así mismo. La luz, el sol, el mar, el cielo, las estrellas, una piedra, un árbol, un pájaro, qué más quieres -le replico yo.
-No me has entendido, me refería -aclara Lidia un poco enfadada- a que nos han enseñado a pasar, nadie se ha preocupado de educar nuestra sensibilidad estética. Vamos a un museo, vemos una obra de arte magnífica, nos gusta o no, pero no la sentimos, no hay el placer de la obra creada en nosotros, no somos capaces de apreciarla en todos sus detalles, no captamos en absoluto su diálogo, no oímos jamás qué es lo que tiene para decirnos, para que sepamos de su existencia, de su diálogo interior y también exterior para con nosotros que la contemplamos. El progreso en la civilización se ha cargado el principio del placer. Antiguamente dominaba en el hombre lo lúdico por encima de todo, era Dionisio, ahora es Marte, el trabajo, el esfuerzo, la dominación ¿comprendes?. La lucha del hombre, lo he leído en alguna parte, era una lucha por el placer y ésta era individual, de cada hombre, había mucho de fantástico, de mágico, de religioso, de divino si quieres, originariamente; hubo en el hombre toda una cultura de realización colectiva lúdica. Después, cuando los sacerdotes y los jefes comienzan a dominar al hombre y a sujetarlo le hacen perder poco a poco este sentido último de la existencia, la base erótica del acervo cultural se transforma, se suprime y se olvida, va contra los principios fundamentales de la dominación y el crecimiento económico, o sea, contra el poder instituido. Desde entonces impera la razón enfrentada al impulso básico, primordial del hombre: la sensualidad del juego, lo cual nos hace seres no libres, compatible, claro está, con los principios de la asociación duradera, estable y sometida. Una vez más es el árbol del bien y del mal, la manzana y la tentación, que nos es prohibida, del Paraíso.
- Y yo qua te creía más tonta - le comento yo jocosamente— En resumen, el tema ha sido planteado magistralmente. No tengo nada más que añadir.
—Sí, a mi me parece que Lidia ha dicho verdades como templos -comenta Alex— lo triste de toda esta historia es que aceptamos, que hayamos caído sumisamente en este juego durante tanto tiempo. Ahora tan solo nos queda preguntarnos una cosa:
¿cómo librarnos de estas ataduras, cómo llegar a ser libres?, ¿dónde se esconde la tan anhelada libertad?¿ que debemos hacer para encontrarla?
—No lo sé —dice Laura- aspiramos a ser felices y la verdad es que todo intento se enfrenta siempre con una sociedad que sólo permite una felicidad condicionada, controlada.
—Volvemos a donde estábamos —prosigue la disertación Isa- colocados frente a un mundo que nos niega por sistema la libertad, luego debemos arriesgar nuestra existencia para conquistarla. ¿Cómo?. Muy sencillo y complicado a la vez. Dejándonos llevar por el impulso del juego, por la creación, por el placer, buscando lo erótico en todo, consintiendo en que la fantasía, la imaginación, prevalezca en todos nuestros actos. "La fantasía es por encima de todo la actividad creadora de la que salen las respuestas a todas las preguntas contestables", dice Marcuse, y tiene razón, sólo así conseguiremos ser libres. Aprendiendo a decir no cuantas veces haga falta. Renunciando a todo aquello que no nos es necesario, haciendo que las cosas más transcendentales para nosotros hasta ahora pierdan su seriedad, aceptando participar enteramente en el juego, y sobre todo dándonos cuenta de que nuestras necesidades son la mayoría de las veces superfluas, que podemos pasar perfectamente sin ellas. Buscando siempre la función estética, creadora, revolucionaria si se me admite la palabra, en cuanto hacemos, intentando en cada instante integrarnos, confundirnos, dejándonos arrastrar, en las cosas que nos rodean. Prescindiendo de nosotros mismos, de nuestros egoísmos y miserias. Siendo imaginativos y encantadoramente irracionales. Exigiendo a cada momento nuestra libertad para seguir jugando.
-!Buf, qué perorata! —exclama Luis- lo que tú dices es guapo, pero irrealizable. Dile tu a mi padre todo eso y él mismo te llevará al manicomio.
- La verdad —atajo yo- es que no resulta imposible. Todo se reduce a una cuestión de voluntades, pero antes deben resolverse problemas esenciales: la escasez, la pobreza de muchos pueblos explotados del mundo, etc., etc. Porque medios para conseguirlo los hay. Hoy el mundo, nuestra civilización dispone de recursos y tecnología suficiente para alcanzar ese final de la utopía que todos soñamos. ¿Por qué no soñamos? Porque no se quiere, todos nos acomodamos a donde estamos, los cambios nos dan vértigo, miedo. Preferimos seguir en donde estamos antes que probar algo nuevo aún sabiendo que con esta modificación mejoraremos nuestro estado anterior.
—Mira —me replica Isa- tienes razón, pero estamos ante la serpiente que se muerde la cola. De seguir así, tal como estamos, nunca cambiarán las cosas, el movimiento se demuestra andando, los ricos serán cada vez más ricos y los pobres ya se sabe. Somos nosotros quienes tenemos que matar a la serpiente, sólo así se podrán solucionar los problemas de explotación, de dictaduras militares, de hambre, de desarrollo. Nosotros pertenecemos a un país relativamente rico, vivimos en la opulencia si nos comparamos con el tercer mundo, pese a la crisis, ¿no?, pues entonces nos toca a nosotros, es nuestro deber, el iniciar el proceso de cambio, ellos no pueden hacerlo. Nuestra posición es privilegiada luego tenemos la obligación moral y ética de plantearnos la alternativa y llevarla a buen término. La última vez que hablamos de este tema, tú nos decías que la ciencia y la tecnología hoy no son neutrales, que debería haber planteamientos de índole ética en todas las opciones de política económica. Estoy de acuerdo contigo, por tanto, ya que los que están arriba no van a hacerlo, llevemos a cabo nosotros esa transformación, obliguemos a que así sea. Neguemos la posibilidad de la granja, no aceptemos por más tiempo seguir siendo aves de corral, no queremos el pienso que nos dan. Una vez hablabas de que es posible que un ser superior que nuestra mente no alcanza a comprender tal vez esté jugando eternamente con nosotros. De acuerdo, aceptemos por un momento esa posibilidad. Juega con nosotros, luego entremos en el juego, juguemos nosotros también. ¿Qué podemos perder en ello?: las cadenas ¿no?. Pues adelante, emprendamos el camino de la liberación a través de la imaginación, ¡no más seres racionales! ,dejemos de pensar , sobre todo, de comportarnos como tales. No lo éramos y nos negamos a seguir siendo. ¡Viva la irracionalidad! Siendo irracionales alcanzaremos el futuro.
El resto d la clase escucha a Isa con avidez, en silencio, aprobando cuanto se dice. En mi interior siento un enorme regocijo. Estoy satisfecho de los resultados a lo que han llegado. Estos chavales, la juventud de hoy son el porvenir, el mañana, y estoy seguro de que con ellos ese futuro será maravilloso de vivir, si les dejan. Me encantan mis alumnos, son extraordinarios, se vuelcan son ilusión en todo aquello que les interesa. En ellos está la esperanza de una vida mejor. No tienen desperdicio.
¡Lástima!, una vez más el timbre interrumpe nuestro sueño de futuro posible. Pero no importa, seguiremos juntos este camino que ahora ellos apuntan. Estoy dispuesto a recorrerlo a su lado.







38



Es el final. No queda ya historia que narrar. Apenas estos pocos folios que me quedan en blanco y el libro podrá cerrarse. Siempre que iniciamos algo sabemos perfectamente que algún día habrá que ponerle fin. Luego también a esta novela le llega su hora, simplemente falta terminar de ajustar pequeñas cosas que han quedado pendientes. Tristán marchó con Blancanieves, ha regresado al bosque, al cuento del que nunca debió salir, por tanto el problema de Tristán ya no es el mío, ya no me pertenece su aventura. Nada más falta acomodar a Carlos y Dana, darles una alternativa mínimamente aceptable como personajes de ficción que han vivido durante algún tiempo una realidad propia que no era del todo suya. Podría concluir la novela de varios modos posibles, sin embargo no quiero que ocurra así.
Estoy decidido a entrevistarme una última vez con los personajes en mi función de autor y proponerles que sean ellos quienes escriban la postrera y definitiva página, de este modo la novela quedará conclusa. Más de uno se preguntará por qué obro así. Lo
normal sería inventar nuevamente, remitirse al discurso lógico y coherente de la historia que aquí, a lo largo de todas estas páginas anteriores se ha narrado, ajustarme al propio desarrollo y no salirme de casillas nuevamente. Lo siento, un día, estando con Carlos y Dana, les sugerí, y ellos accedieron, que fueran ellos quienes libremente eligieran el final que más les complaciese. Y cumplir con lo prometido es de bien nacidos. No puedo sustraerme ahora a aquel planteamiento convencido de que no debo obrar así; además, posteriormente ellos me exigirían responsabilidades. No, no
sería lícito por mi parte comportarme de un modo tan alejado a mi obrar normal. En justeza debo consentir y avenirme a su reclamo: Carlos y Dana optarán por la salida que ellos estimen más acorde. Yo nada más me limitaré a reflejarla fielmente. Así pues será mejor que entremos en materia olvidando cualquier reproche por mi falta de rigor literario.
Me encuentro una vez más en casa de Carlos, junto a Dana, sentado, como siempre, en esa mi butaca predilecta, conversando gratamente con mis personajes. Atrás ha quedado la taza de café, los habituales comentarios sobre música, las pequeñas bromas que solemos gastarnos, los comentarios jocosos, esa cháchara que suele anteceder siempre, como preámbulo necesario, al diálogo trascendente. Es, en toda ocasión, un ir entrando en conversación para poco a poco poder abordar los temas que realmente nos interesan y que me han llevado a esta postrera entrevista con ellos. Dana está maravillosamente encantadora, lo confieso, es la niña bonita de mis ojos. A Carlos al fin lo veo distendido. No encuentro en ambos ningún asomo de preocupación o de contrariedad aunque soy perfectamente consciente de que los dos intuyen la relevancia del hecho de que hoy me encuentre aquí reunido con ellos.
—Carlos, Dana, creo que ha llegado el momento de que nos planteemos definitivamente entre los tres el tema obligado. No podemos dilatarlo por más tiempo. Esto, vuestra historia, la novela que estoy escribiendo se acaba, el tema en sí se agota, estamos frente a las últimas páginas en blanco —introduzco yo aprovechando un momento en que la conversación banal y sosegada se ha detenido.
—!Ya, tan pronto! —exclama Dana desilusionada.
—No, Dana, Andrés tiene razón. Nuestra aventura se está prolongando excesivamente y sin fundamento. Hay que saber retirarse a tiempo. Es lo mejor para los tres. No podemos tener a Andrés indefinidamente inventándonos. Hemos cumplido más que de sobras nuestra misión, ahora nos resta aceptar lo que ya sabíamos desde hace bastante tiempo.
-Sí, y ¿qué nos queda?. Como personajes nos hemos adaptado a sus designios, hemos interpretado nuestro papel, la obra llega sin más dilación a su final y a nosotros qué nos queda, qué ganamos en ello — razona indignada esta Dana que no parece muy dispuesta a aceptar la situación.
—El descanso, el regreso a la paz del anonimato, Dana. Yo comprendo que intentes resistirte a mis designios, sin embargo es preciso que te avengas. Carlos lo está comprendiendo muy bien y por tanto lo acepta. Desde el principio eras consciente de que un día llegaría este momento y que tendrías que enfrentarte con él. Pues bien, ya estamos ahí y ahora debemos los tres someternos a su dictamen. No queda espacio, tan sólo unas líneas más y se acabó todo. Es así de sencillo, y de cruel su quieres, mi querida Dana. No significa vuestro final, nada más es una despedida pública. Luego vendrá ese futuro que ya conoces sobradamente. ¿Tanto cuesta someterse a él?.
—Pues la verdad es que sí, cuesta aceptarlo. Para ti es sencillo, muy fácil. Tú eres el autor, quien escribe, quien nos inventa, quien nos da la realidad. E igual que la das puedes quitarla. Sin embargo para mí es distinto, soy yo quien desaparece, es a mí a quien se le niega la posibilidad de seguir siendo a partir de este momento, ¿comprendes?.
—Dana, por favor, no hagas las cosas más difíciles. No se nos niega nada, tan sólo se nos reduce. Andrés se limita a darnos un espacio más reducido y más llevadero, y para mi, en mi escala de valores, eso es bueno para los dos. Seguiremos siendo siempre; aquí, en estas páginas impresas queda una parte de nuestras vidas y eso no hay quien pueda evitarlo, qué más puedes desear.
—No lo sé, pero no me gustan las despedidas.
-No se trata de una despedida, es simplemente un adiós tranquilo, sosegado, sin aspavientos, sin grandes pretensiones. Andrés en estos momentos se propone permitir que seamos nosotros mismos quienes elijamos libremente nuestro final dentro de su novela.
-Pero es que yo no quiero ese final. Y menos ahora que iniciamos tú y yo una nueva vida, los dos juntos, sin Tristán, sin Blancanieves, sin nadie que venga a interrumpir nuestra felicidad.
—Precisamente por eso estamos aquí ahora -comento yo.
-Dana ¿acaso no has sido feliz hasta ahora?
—Sí, Carlos, lo he sido y lo soy, por eso me niego a aceptar así por las buenas ese adiós definitivo.
-!Dana, escúchame!. No es una despedida tajante. Andrés nos ofrece una posibilidad, una alternativa. !Aprovechémosla!
- De acuerdo, aprovechémosla, pero ¿qué va a ser de nosotros?
-Lo que vosotros dos dispongáis, Dana, así de sencillo.
- Por lo pronto dentro de unos días Carlos y yo, apenas finalice el curso, nos vamos a pasar un mes en Nicaragua.
- Me parece excelente. ¡ magnifico!, eso es lo que yo pretendo. Simplemente devolver a mis personajes la libertad de decidir por sí mismos. No quiero inmiscuirme más en vuestras vidas, no quiero seguir teniéndoos sujetos, amarrados a la dictadura de mi narración.
- Bueno, qué remedio... Mira, Andrés, vistas así las cosas no me parece tan mal. Si te he comprendido bien lo que tú buscas es cerrar tu libro y dejarnos a nosotros campar por nuestros fueros ¿no?
- Exactamente. Nada más pretendo que me ayudéis a encontrar un buen final para mi novela, luego os dejaré en paz para que decidáis por vosotros mismos.
— Da acuerdo.
Menos mal. Dana se avine a entrar en razón. Sabía que sería arduo con ella, la veía como un escollo difícil de superar. Ahora me doy cuenta de que no ha costado tanto. Carlos me ha ayudado. Empero ahora estamos encallados en el mismo sitio. Hay que encontrar ese final que no tengo y que ellos deben escribir.
—Y bien, ¿qué hacemos ahora?, ¿cómo cerramos el discurso narrativo? No puedo poner unos puntos suspensivos y firmar abajo.
— Bueno, Andrés, quien escribe eres tú. Tú en tu función de novelista.
—No, Dana, no. Andrés deja en nuestras manos el que elijamos, que seamos nosotros quienes escribimos este último capítulo.
—Pues en buen lío nos ha metido. ¿Qué hacemos?
—Andrés, ¿pasa algo si lo posponemos un poco!. Simplemente un ligero retardo. Coincidirás conmigo que hoy es el día menos apropiado para acabar. Nos has pillado en bragas como aquel que dice. Danos un poco más de tiempo, ¿puede ser?
- Por poder sí, se puede. Yo me proponía, como bien sabéis, contar nada más las incidencias de vuestra vida a lo largo de un año nada más, aún no se ha cumplido la fecha límite, faltan unos días luego sí podemos retardar ligeramente ese final definitivo.
- Estupendo, ¡Andrés, eres un cielo!. Y ahora que ya está todo arreglado por qué no nos vamos los tres de verbena. El cuerpo me está pidiendo marcha. La noche de San Juan no podemos pasarla encerrados discutiendo. ¿Qué os parece?
—Por mí no hay inconveniente. ¿A dónde vamos?
—Por de pronto me encantaría poder contemplar el arder de las hogueras desde esa atalaya incomparable que es el Tibidabo ¿hace?
—¡Hace!.
—Por cierto, Carlos, creo que nos estamos olvidando de algo que a Andrés le alegrará saber.
- Sí, ¿qué?.
—La postal.
—¡Ah, sí!, la postal de Blancanieves. Con la conversación me había olvidado por completo de ella. Sabes, Andrés, hemos tenido noticias de Blanca. Por cierto ¿dónde está la postal?
—Toma, léela tú mismo, Andrés -me dice Dana alargándome esa tarjeta que ha ido a buscar.
"Un fuerte abrazo para todos desde Lleida, a donde he venido a resolver unos asuntos de notaría. Todos estamos bien. Tristán y Bella han decidido quedarse a vivir con nosotros. Son los dos muy felices. Nosotros también.
Hasta siempre. No os olvido.
Blanca".
- Oye, esto es estupendo. Lástima que sea tan parca de palabras. Apenas dice nada. Sigue manteniendo su secreto. Sin embargo nos da a entender que Tristán por fin ha encontrado a su Belladurmiente del Bosque. Esto hay que celebrarlo. Significa no sólo que Merlín estaba en lo cierto sino que definitivamente ha terminado el vagar incierto de Tristán. Me alegro por él, ahora ya puede ser feliz para siempre —comento ilusionado yo.
—Eso mismo hemos deducido nosotros. Tristán ya tiene consigo a su Bella y ha decidido quedarse a vivir junto con Blanca y los enanos. ¿Dónde? No lo sabemos, ha tenido mucho cuidado en no facilitarnos ninguna pista, nos manda la postal desde Lleida para no suministrarnos ningún tipo de información. Seguramente se esconde en algún lugar del Pirineo leridano pero no está claro dónde se sitúa su escondite. Será en alguna masía o en algún pueblo abandonado, de los muchos que hay por allí, cerca del Valle de Aran, seguro —reflexiona para mi Carlos.
—A propósito, Andrés. Has nombrado a Merlín. Nunca nos has explicado cómo te fue con él.
—Secreto profesional.
—Vale. Pero dime al menos una cosa, ¿te ayudó o no a resolver lo que tú le planteaste?
-Después de leer la postal estoy convencido que sí. Lo siento, pero no puedo ser más explicito. Permitidme que también yo guarde mi secreto.
—Bueno, qué —interrumpe Dana viendo que tampoco yo estoy dispuesto a revelar mi entrevista con Don Merlo. ¿Nos vamos, no? ¡ Es noche de verbena y bailoteo!. ¡Quiero que esta noche sea sólo nuestra!
Si, sólo nuestra: de Carlos, Dana y mía. Yo en medio de ellos dos, en su compañía, dejándome llevar por la sugestiva fuerza que Dana impone. Ella, la gran directora de escena, la gran maestra oficiante, la primera sacerdotisa de la ceremonia en una noche esplendorosa, radiante, sin parangón con cualquier otra del calendario de Barcelona. Es la gran noche por excelencia: !La nit de Sant Joan!.
Vamos en el coche de Carlos. Él conduce. A su lado Dana y yo en los asientos de atrás. No quiero dejar de observar a mis personajes, no perderlos de vista en esta noche, los quiero demasiado. Quiero impregnarme aún más de ellos antes de abandonarlos. No me gustan las despedidas y menos de la gente a la que te sientes unido u más si eres conciente de que no se trata de un hasta luego, será un adiós definitivo y, por qué no aceptarlo así, doloroso. Preciso todavía de su compañía para no sentirme en mi cotidiana soledad.
Estamos alegres, Dana me contagia sus risas, su despreocupación en estos momentos, su deseo de gozar en esta noche tan maravillosa, es una constante explosión desbordante de júbilo.
Calle Sinaí, Nazaret, Samaría, la empinada rampa y la carretera de La Rabassada. Comenzamos a ascender camino del Tibidabo. Cuatro curvas, las instalaciones de VallParc a la izquierda, el campo de fútbol del Penitentes abajo a la derecha, enfrente el restaurante Los Pinos. Una curva, la recta, el revolt de la Font del Bacallà, fuentes que hoy están abandonadas a su ruina e impotabilidad de sus aguas, en el antiguo camino a pie para subir al Tibidabo, la recta ascendente más larga de la carretera, curva cerrada a la izquierda, al fondo Badalona y Santa Coloma, el Besós que apenas se distingue. Las curvas en zig—zag. La gasolinera y el hotel abandonado, recuerdo de una época pasada que jamás volverá, llena de esplendor.
Más curvas y curvas, el revolt de la Paella, curva en tiempo asesina de automovilistas poco precavidos, arriesgados e insensatos; hoy el firme está en buenas condiciones, ya no es aquella peligrosa carretera de trazado sinuoso y estrecho que casi nadie recuerda ya. De pequeño muchas veces oía contar a la gente de cuando en cuando que otro coche más se había salido en esta temida curva, precipitándose por la ladera de la montaña abajo, muriendo todos sus ocupantes. Los críos íbamos corriendo a ver en qué estado había quedado el vehículo. Sin embargo, es mejor silenciar estos pensamientos en esta noche de ilusión y jolgorio. Dana no cesa de hablar, todo lo observa y le llama la atención, todo lo comenta, todo le sugiere el pequeño chiste que brota fácil, sin malicia, ligera observación chistosa. Más curvas, el camino que conduce a Sant Medir, desviarse de la carretera que conduce a Sant Cugat para dirigirse al Tibidabo.
Se oye la algarabía del parque de atracciones. Ruidos estridentes, música que invita a sentirse pletórico. Euforia desmedida, una noche es una noche: !La nit de Sant Joan!. La curva de 180º, tras el desvío de Vallvidrera. Comienza a haber coches estacionados e ambos lados da la carretera. Nosotros seguimos avanzando camino del aparcamiento. De pronto Carlos frena con rudeza. !Hay un espacio libre!. Retrocede, efectúa la maniobra de aparcamiento y ya hemos llegado. Al fin estamos en el Tibidabo.
Nos dirigimos a pie hacia la gran explanada llena de atracciones, atiborrada de gente, como siempre. Dana va en medio de nosotros dos, nos coge del brazo a ambos. La observo por el rabillo del ojo y la veo eufórica, exultante, feliz. El Templo Expiatorio queda a nuestra izquierda, iluminado, tan majestuoso con su Sagrado Corazón en la cumbre, presidiendo, impartiendo su bendición a toda Barcelona que queda devotamente postrada a sus pies, vigilando que nada malo pueda acontecerle a esta nuestra ciudad del alma. Hay muchísimo gentío,
la noche es serena, calurosa, se está agradablemente bien aquí con esta ligera brisa refrescante que corre. Nos invade el estrépito de los autos de choque con sus sirenas, la música estridente, el avión que da vueltas, el atalaya suspendido allá arriba queriendo confundirse con el cielo. "Yo quiero subir en la montaña rusa, !vamos!. Y sale Dana corriendo, como una niña, hacia el estruendo inmenso de los coches de esta atracción. Gritos, exclamaciones, coches que suben y bajan. Chillidos, caras unas blancas, otras con la vehemencia de la emoción recién pasada en las personas que descienden de los coches. Subimos los tres. Dana y Carlos van delante y como siempre yo detrás cerrando el trío. Comienza a deslizarse el vehículo. Dana está pletórica, desbordante, nos dejamos arrastrar por la inercia colectiva. Grita, exclama un "Yuuuupiiiii" largo, maravilloso, sugerente en demasía al bajar precipitadamente por la rampa demasiado inclinada que produce una enorme sensación de vértigo, ascenso a toda velocidad, nuevamente arriba del todo, al final, creyendo por un momento que vamos a ser arrojados, catapultados fuera de los raíles de la atracción, seguimos avanzando, corriendo, pérdida del horizonte, proyección súbita hacia abajo, vamos a salirnos nuevamente del trazado. Carlos y Dana están encantados. Siempre son divertidas las montañas rusas. Nuestro coche se detiene. Hemos llegado al final. Bajamos contentos, un tanto mareados, pero no importa. Volvemos a la explanada central de arriba.
Se oye la sirena del Castillo de la Bruja. Esta anocheciendo apresuradamente. Es tarde, dentro de muy poco será definitivamente noche cerrada. Comienzan a verse los resplandores de los cohetes en el cielo. Deberíamos comer algo, un
bocadillo nada más que llenara nuestro estómagos hambrientos. No, yo ahora no quiero comer. Luego, más tarde. Es más apremiante contemplar el arder de las hogueras. ¡Venga, corramos al mirador!. Desde allí contemplamos magníficamente la Nit de Sant Joan, la dolça i clamorosa nit de Barcelona, tant suggerent, divina, majestuosa i majestàtica a la vegada, la gran nit irrepetible. Les fogueres enceses presidint la nit fosca a pesar de la lluminària de la gran urbe. És la gran nit en que les ànimes dels barcelonins rebossen de joia. ¡Mira, allí, al fondo, hay tres fuegos encendidos ya!” “Sí, es en el Carmelo, y allá más a la izquierda hay otra más grande, enorme, debe de ser por Viviendas del Congreso, tal vez en Virrei Amat y más aquí otra, en la plaza Villapiscina seguramente. La ciudad está majestuosa, es otra, transfigurada por las luces de sus hogueras, su cielo pletórico en las continuadas explosiones de luz y color, llena por los cuatro costados, se encienden los reflectores de la Exposición, cuando un cohete estalla se vislumbra al fondo el horizonte marino.
Cohetes y más cohetes que señalan esos caminos que en la noche buscan las estrellas, el gran manto que arropa a la ciudad proyectándola hacia el firmamento opaco y tenebroso a la vez que siempre sugerente de sueños posibles e imposibles.
La gran nit de Sant Joan, avuí és la gran festa, ¡és festa major!. !Mira, otra hoguera inmensa aquí abajo!. ¡Carlos, es en nuestro barrio, en Sant Genís!. Otra muy al fondo, en Montjuic, también se ven resplandores de hogueras por todas partes, la noche en que Barcelona se ilumina por todas partes: la Plaça de Sant Jaume, Sants, el Poble Sec por el centro de la ciudad, en la Verneda, en l’Hospitalet, el Guinardó.
Se ven luces y resplandores por todas partes. Barcelona, en la noche de San Juan es única, la más emblemática y transgresora de todo el año, inolvidable, hay que vivirla para comprenderla. Los barceloneses nos lanzamos a las calles para rememorar el solsticio de verano, el homenaje tributado al gran padre sol, tradición que se pierde más allá de la noche de los tiempos, también nuestros más lejanos antepasados encendían hogueras en esta noche en que la magia, el encanto, lo fantástico, la alegría y la euforia, los cohetes, las luces, la música, las enormes ganas de pasarlo bien se casan de modo maravilloso. Estallidos multicolores en el cielo, estelas luminosas que ascienden, cascadas de estrellitas diminutas que descienden, estallidos, toda Barcelona es una fiesta: hay verbena y baile en las calles, en las terrazas de las casas, en las plazas, en cualquier rincón en donde tenga cabida un reducido grupo de personas dispuestas a pasarlo bien dejando de lado todas las inhibiciones que durante el año nos coartan, habrá un baile, un entregarse desenfrenado a la noche y a la juerga, música y bebida refrescante, risas, alborotos, hermandad entre desconocidos, deseo de que la Nit de Sant Joan no termine nunca. Luego vendrá el amanecer, las calles quedarán desiertas por unas horas, unas calles que testimoniarán la alegría y la fiesta de la noche anterior.
Toda la ciudad bulle, vibra, encendida de luz. Se tira la casa por la ventana. Avui és la gran nit de Sant Joan.
-Mira, Danal, esa lombriz de luz es la Meridiana y la autopista. Sí, y allí, aquella cinta negra debe de ser el río Besós y al fondo el mar, aquellas lucecitas tan lejanas son de las barcas, y aquí enfrente, el puerto y Colón, los grandes barcos, también ellos están de verbena, y esa línea que asciende es la Rambla
de Catalunya, y a su izquierda el Paseo de Gracia, más ancho, más iluminado.
Mira, Dana, desde ese rascacielos tan alto podemos situar el plano de la ciudad: está en la confluencia de la Diagonal con la calle Balmes, luego a su derecha queda Enrique Granados que apenas se nota, Aribau, Montaner, aquella plaza es ya Calvo Sotelo e Infanta Carlota, al fondo la Plaza de España y mira, aquello son las fuentes de Montjuic iluminadas, luego iremos a verlas. Sí y a bailar al Pueblo Español. Dana, Carlos, mirad, las torres de la Sagrada Familia también iluminadas, si, aquello es otra hoguera. Y la Catedral al fondo, y aquello que apenas se distingue debe de ser Santa María del Mar, y más a la derecha otra vez Colón y el Paralelo. Esa serpiente que culebrea es el cinturón de Ronda. Aquellas luces son del campo de fútbol del Espanyol, y más allá las del Camp Nou, y allí debe de ser el Aeropuerto del Prat ¿no?. Sí, sí lo es.
Barcelona iluminada, majestuosa, se extiende bajo la falda del Tibidabo, de la Serra de Collcerola toda hasta la playa y el mar. Por todas partes se ven hogueras, conmemoración de la Nit de Sant Joan. A tot arreu hi ha fogures cremant-se. És la gran nit de Sant Joan, tota Barcelona és festa, la ciutat és una gran verbena. Les llums, Barcelona engalanada, la gran Barcelona als nostres peus. Barcelona contemplant-se a sí mateixa. T’estimo, Barcelona, la nostra Barcelona. Aquesta Barcelona que tots portem al cor. Avuí Barcelona no dorm, avuí tots estem amb l’ànima pletòrica de joia i benentesa. Avuí és la gran nit. Barcelona davant nostra, tant petitona, tan tendra, tant delicada, tant bufona, nineta que tots adorem, dolça Barcelona, la meva Barcelona ben estimada, la Barcelona nostra, t’estimo Barcelona, t’estimo, t’estimo, Barcelona. Sempre Barcelona.
No més paraules, el teu encant em sedueix, et miro bocabadat i sento que jo vull estar sempre amb tu. Barcelona del meu cor, no em deixis, adorada Barcelona. Tots t’estimem, Barcelona, tu tant bufona, tant coquetona, tant meravellosa, tant Barcelona. Barcelona, sempre Barcelona. Sempre, ¡sempre!. T’estimem Barcelona. Sempre Barcelona. Barcelona. Barcelona...
Barcelona, febrero 1.985