ANDRÉS MARCO

lunes, 14 de diciembre de 2015

BLANCA PALOMA

Mi blanca paloma blanca,
ya no anhelas volar, cansa;
ahora te acomodas en el nido
y agotada te guareces del frío.
Blanca paloma inmaculada
ahora ya te quedas conmigo,
mientras nuestros pichones
son  palomas libres que vuelan
alto, muy alto y sin temores,
 sin que nada ya las detenga
porque el cielo todo es para ellas,
azul, azul en todos sus colores.
Nosotros saldremos en días claros,
en esos días de atardecer más largo,
yo permaneceré mirándote encantado
en el nido envejeciendo a tu lado.


lunes, 30 de noviembre de 2015

CADA NOCHE MIRO AL CIELO


Cada noche miro al cielo
para interrogarlo, pero nada veo.
Le pregunto ¿qué estamos haciendo?
y desencantado contemplo su silencio.
Nos matamos unos a otros invocando un nombre
sin que en el cielo encuentre una respuesta
¿ qué estamos haciendo los hombres,
que sólo entendemos de guerra?.
Cada noche miro al cielo
y le pregunto ¿así, a dónde vamos?
y su  absoluto negror me da miedo
y yo mismo me respondo "a ningún lado".
Busco y busco una luz en alguna lejana estrella
que ilumine mi abatimiento y me de esperanza
pero se han ido todas, están de mudanza,
¿a dónde vamos?. No lo sé,  no tengo  ni idea.

martes, 13 de octubre de 2015

MIENTRAS MIRO POR LA VENTANA

 Mientras miro por la ventana
siento que el tiempo se me escapa
 en sueños en mis manos perdidos.
Fuera llueve y por ahora no escampa,
como gotas de agua son mis delirios
reflejados en los charcos efímeros
en los  que chapoteará cualquier niño
que no sabe que  son simples sueños.
Sé que al final lucirá ese sol anhelado
que desvanecerá  las posibles brumas,
esos sueños quedarán olvidados a un lado
y habrá otros,  hasta que lleguen las lluvias.

miércoles, 7 de octubre de 2015

SI PUDIERA VOLVER ATRÁS

 Si  pudiera volver atrás en el tiempo
diría todo aquello que jamás dije
y que ahora callo, ya no es el momento.

Si pudiera volver atrás en el tiempo
acabaría todo aquello que abandoné
convencido de que era un inepto.

Si  pudiera volver atrás en el tiempo
rectificaría  cuantos errores cometí
creyendo entonces que  era lo más idóneo.

Si pudiera volver atrás en el tiempo,
hay tantas cosas que quedaron en el tintero
si pudiera volver atrás, pero no puedo.

Así que acepto mis errores y mis aciertos,
asumo todo cuanto  en la vida he hecho
y también todos y cada uno mis silencios.

martes, 4 de agosto de 2015

NO LE ECHEMOS LA CULPA

No le echemos  la culpa
a la pálida y cambiante luna
que ella no  tiene ninguna,
si acaso nada más   una:
ser  mudo y fiel testigo
de cuanto  nos ha acontecido
y que ya no podemos cambiar,
que nuestro pasado es nuestro
y siempre estará ahí como lastre,
recuerdo jamás  perecedero,
imposible del todo de olvidar.
Lo importante es seguir adelante
sabiendo que no hay presente
y que el futuro, no lo olvidemos,
ahí agazapado  esperando latente,
se conforma de pasado y recuerdos.

domingo, 26 de julio de 2015

Y ES QUE EN REALIDAD

Y es que en realidad ...
No, no, de verdad, no sigas
¿a qué realidad te refieres,
a la mía  o la que tú sientes?.
¿Cuál es la realidad mía
si según el momento mío
la percibo de forma diferente?.

Si de cuanto sucede no me fío
¿de qué realidad hablamos?
¿ de la tuya, de la mía, de la ...?.
Si cuando apenas nos demoramos
un breve instante, la interpretamos
cada uno de forma diferente,
si toda realidad es meramente
en sí misma efervescente.

De qué realidad quieres  tú
que hablemos detenidamente
si la realidad  real no existe
y sólo hay meros aconteceres
que cada uno interpretamos
en función de nuestros intereses
y , según cómo  la percibimos, 
 así vivimos y nos acomodamos.

Y es que en realidad ...

domingo, 19 de julio de 2015

EN EL CUBO DE BASURA



Desconozco cuánto tiempo llevo  metido aquí dentro, creo que es desde siempre. No recuerdo haber salido nunca de aquí. Si lo hubiera hecho lo sabría, o al menos tendría un recuerdo, por vago que éste fuera, del mundo exterior.  Al menos en mi subconsciente restaría una mínima reminiscencia de que hubo al menos una vez en que sucedió. Yo soy uno de esos, como la mayoría de los que aquí estamos, que puedo preguntarme, dentro de una perplejidad manifiesta aunque no absoluta, más no por ello todo lo contrario: relativa, no, únicamente en un grado diría yo intermedio: ni una cosa ni la otra. ¿Acaso es que existe un mundo fuera de éste en el que yo vivo? Hay quienes cuentan, y afirman si se les exige,  que sí porque ellos han salido fuera del cubo y lo han visto. Yo no debo fiarme demasiado de lo que todos ellos dicen. Yo no pertenezco a su grupo. Yo no soy uno de ellos. Jamás lo sido ni pretendido. Tampoco les envidio, todo sea dicho. Me conformo con mi situación y mi realidad, bastante precaria por cierto.
Nací aquí y aunque no recuerdo cuándo, estoy seguro de que de aquel día ya hace bastante.  Hoy soy una persona adulta y, además, han transcurrido ya los suficientes años como para que mis padres, que murieren siendo yo mayor, de su podredumbre y hedor no quede nada. Los enterraron entre varias pieles de plátano para que así estuvieran más cómodos. O al menos se sintieran así, porque nunca se está en ningún lugar mejor que en casa y cuando esto no es posible hay que buscar sea como sea esa posible confort. A mí no me importó en su momento demasiado y todavía menos ahora que ha pasado no sé cuánto tiempo. Quizás sea demasiado. No puedo acordarme bien, lo intento pero no lo logro. Cuándo y cómo ocurrió. Me lo pregunto y las respuestas se me escapan casi todas, apenas unos atisbos  de aquellos momentos y eso es todo. De un rato a esta parte he perdido ostensiblemente la memoria. Recuerdo que fue un funeral sencillo. A mí me hubiese gustado mucho que los dejaran donde ocurrió el accidente, mas quisieron moverlos de allí alegando, aquí siempre todos tienen algo que alegar, que entorpecerían sus cuerpos putrefactos el paso de los que por allí iban a transitar; por lo demás debo dejar claro que se trataba de un lugar alejado y muy poco frecuentado. Nunca vi a nadie por allí y eso que yo solía pasear por aquellos parajes con  bastante frecuencia. Es a causa de esto que mis padres murieron en aquel paraje. Venían, como era su costumbre, a verme y a traerme algo para comer. Les preocupaba el hecho de que pudiera pasar todo un día sin probar bocado. Yo acostumbraba a vagar siempre por zonas solitarias, alejadas del bullicio y griterío que produce, en cualquier momento y en cualquier lugar, la muchedumbre cuando se comporta como tal, que es lo más usual.
Ahora ya no soy así, me he integrado en lo que muchos llaman "espíritu gregario de masa“ por llamarlo de algún modo.  Siempre precisamos asignar nombres a los acontecimientos, a los sucesos, a todo aquello que ocurre o aparece porque sin nombre no son nada, pasarían desapercibidos para todos. .Sin embargo yo sé que ellos, los que dicen eso de mi, se equivocan. Hasta ahora he logrado engañarles. Es algo distinto, por mucho que pretendiera que lo comprendieran sé que jamás lo entenderían.  Difiero de sus opiniones  simplemente, aunque no lo exprese nunca. Así es mejor. O al menos yo lo entiendo así. No hay que suministrar información gratuita a quien luego puede utilizarla.
A mi también me gustaría salir alguna vez de aquí. Este cubo de basura ya está demasiado lleno de inmundicias y de desechos, y la gente, en consecuencia, se apiña, se aglutina en contados y determinados focos que todo lo llenan y, en consecuencia, todos malvivimos. Yo deseo salir afuera, respirar del aire fresco y puro, ver el otro mundo si es que existe como dicen los que en él han estado alguna vez, conocer las verdaderas dimensiones de este cubo en el que habito desde que vine  al mundo. Y esto no es posible desde dentro del mismo. Sé que es grande porque se precisan varios días para ir desde un extremo al otro. Claro que para ello se necesita seguir las rutas ya trazadas de antemano por nuestros antepasados  y detenerse en todos los cruces de caminos que encuentras para conceder la prioridad a quien le corresponda en ese momento, lugar y circunstancia, según ordenan nuestras leyes y usos y costumbres de convivencia desde tiempos inmemoriales. Incluso puede suceder que alguna vez sea yo el agraciado con esa suerte y por lo tanto no deba aguardar a que pase otro antes que yo. Todo depende de llegar en el momento oportuno y no dejar tu vez y hacer valer tus derechos de ciudadano que paga sus impuestos y transita por parajes poco o mucho conocido, según los casos y conveniencias.
Estoy seguro de que si fuera posible marchar en línea recta sin tener que detenerse a cada momento siguiendo las normas ya establecidas por la comunidad sería mucho más corto el camino. No obstante creo que no resultaría tan cómodo y entretenido. Pues a veces, no siempre, claro está, te encuentras en los cruces de los caminos con personas de toda clase de pareceres y de opiniones, y si alguna vez llegas a confraternizar con una o con varias de esas personas, según el caso, puedes encontrar un verdadero deleite en la conversación subsiguiente. También es cierto que otras veces, las más, se pasa sin apenas detenerse a saludar a los compañeros del camino. Y hay otras ocasiones en las que te ves obligado a luchar o pelear de palabra o de acto con tu adversario para hacer prevalecer tus derechos. Además se corre el peligro de ser atacado cuando duermes en campo abierto por algún malhechor o algún asaltante de caminos y verte, así sin buscarlo ni desearlo, de pronto, de ese modo tan poco cortés, privado de tus cosas más necesarias, de tus vestimentas e incluso, si llega el momento, que más vale que no llegue nunca, de tu propia vida. Por eso las autoridades suelen recomendarte, ya que ellas nada pueden hacer en contra de los asaltantes de caminos, que aguardes a la partida de alguna caravana de emigrantes o de mercaderes, aunque si son estos últimos tampoco es muy recomendable, ya que si no vas solo corres el peligro de ser atacado con mayor frecuencia debido a lo que estos mercaderes suelen transportar, y te unas a ellos hasta final de trayecto.
De todos modos yo preferiría hacer una vez la excursión yo solo y en línea recta, sin tener que dar tantos rodeos para llegar a alguna parte ya que yo no pretendo tal cosa si no tan sólo llegar a conocer las verdaderas dimensiones del cubo de basura en el que una vez nací y en el que siempre he vivido, al menos hasta el momento. Para ello debo aguardar el momento propicio, cuando las estaciones de los fríos y mal tiempo ya hayan pasado. Entonces cogeré aquellas cosas que me son más imprescindibles, que son bastante pocas por no decir ninguna ya que llegado el momento puede uno deshacerse de todo menos de lo que realmente te sirve: lo  que llevas puesto y punto, y marcharé campo a través hasta encontrar uno de los extremos y a partir de ese día comenzaré a marchar en línea recta sin detenerme ni desviarme hasta que llegue al otro extremo. Contando los días que he tardado de ir de una parte a otra sabré, sin miedo a equivocarme, pues yo no admito el error, siempre posible y por lo demás evidente, cuánto mide mi cubo de basura. Es posible también que yo encuentre en mi camino un lugar apacible y tranquilo, hermoso y de exuberante naturaleza, y yo lo considere idóneo para vivir allí y decida quedarme en el mismo para siempre con lo que mi proyecto no quedaría más que en un proyecto frustrado por una realidad consecuente consigo misma. Todo es posible, incluso que yo muera antes de haber alcanzado el otro extreme de mi mundo. No me hago demasiadas ilusiones.
Desde donde estoy yo ahora, antes de haber empezado a hacer incluso los preparativos del viaje, todo resulta y parece muy sencillo. Pero yo sé que no lo será porque siempre puedes encontrarte con barreras e impedimentos insalvables y cuando topas con una de esas contrariedades no queda otro remedio más que dar media vuelta y volverte por donde has llegado sin hacerte notar para que nadie, así, se percate de tu fracaso. No es conveniente que llegado el momento ocurra esto. Sería desastroso y repulsivo. Por otra parte también es posible que decida estarme quieto donde siempre he estado: aquí, sin moverme, evitando a las mayorías importantes que te buscan para comprometerte e incordiarte. Les cuesta aceptar que alguien quiera ser diferente o mantenerse al margen de lo usualmente aceptado como lo mejor cuando para mí no lo es.  Todo es cuestión de aguardar impacientemente, aunque no demasiado, tu turno y confiar, sin desesperarse, de que todo llegaré a su debido tiempo. Aquí precisamente es eso lo que más nos sobra: el tiempo para ejecutar algo. También puedes permanecer toda tu vida oculto, quieto, sin moverte, sin hacer nada de provecho. Aunque para ello sea preciso solicitar el correspondiente permiso a la administración.
Para todo hace falta siempre un permiso especial. Yo, por ejemplo, tengo mi certificado firmado, sellado  y en regla por el que se me permite dedicarme a explorar y abrir caminos y túneles en donde no los hay, entre cantidades enormes de basura acumulada aquí en el transcurso del tiempo sin que nadie, excepto yo, se haya preocupado de moverla y llevarla de un sitio a otro, de donde estorbe a donde no sea un obstáculo feo, ridículo y maloliente. Aquí somos muy pocos, bueno, únicamente yo, los que nos preocupamos por todos esos detalles que la mayoría considera improcedentes. Pero yo disfruto haciéndolo. Comienzo siempre por las cosas más pesadas. Generalmente no son redondas y entonces cuesta bastante el moverlas. Otras veces son botellas vacías, o rotas, o frascos y latas de conservas y entonces es mucho más cómodo y aprovecho la ocasión para descansar y recrearme leyendo las etiquetas que generalmente llevan pegadas los frascos en cuestión. Se puede aprender cosas muy interesantes, aunque no siempre, es según: hay etiquetas nuevas para mí y de ellas saco bastante jugo, y hay otras que siempre son las mismas. De todos modos las leo igualmente: es para distraerme, porque si yo me tomara mi misión como mera rutina llegaría a aborrecerla. Después hay cosas pequeñas que aunque también pesan lo suyo son más fáciles de ir colocando. De esta manera voy formando grandes montones de basura que voy configurando según me place: al final con las cosas menos pesadas como son los restos de las frutas y verduras que nadie quiere y tira al cubo de basura. En ocasiones, y es bastante frecuente, incluso llego a encontrar cosas de bastante valor: cucharillas de plata, objetos nuevos que no llego a explicarme por qué los tiran, en fin, hay siempre cosas al gusto de todos. Y yo cuando ya he terminado de hacer el montón me divierto tirándole cosas hasta que consigo romper su apariencia de compacto y una vez semiderruido, por lo general nunca logro deshacerlo del todo, la mayoría de las veces porque me canso y no encuentro ningún placer en ello, comienzo a separar las cosas y a ir agrupándolas según se me antoja para a continuación iniciar otro montón nuevo siguiendo los esquemas de los montones anteriores, aunque algunas veces, no siempre, para divertirme, los estructuro de otra forma y se desmoronan antes de que yo acabe de colocar cada cosa en su sitio y entonces incluso llego a reírme de mi torpeza y comienzo nuevamente a formar mi montón en otra parte distinta.
Cuando estoy verdaderamente fatigado, al anochecer de cada día por ejemplo, descanso echándome encima del de mi familia. Porque, aunque no lo he dicho antes muertos mis padres sólo quedo yo de los míos, si bien no estoy solo ya que somos muchos aquí. Y es esa soledad la que muchas veces me hace dudar de lo que estoy haciendo y es, en esos momentos,  cuando decido no tomarme  las ocupaciones mías a la ligera y emprender acciones nuevas como es mi intento de averiguar cuánto mide, de lado a lado, el cubo. También quiero saber, nunca estoy lo suficientemente contento con lo que ya conozco, soy insaciable, lo acepto sin discusión, pero no puedo evitarlo: soy así, siempre lo he sido, cuánto mide de alto dicho cubo, pero esa tarea es bastante mas difícil, por no decir imposible. Lo he intentad demasiadas veces. Para ello suelo levantar mi brazo con el dedo mirando hacia arriba y empujo y empujo con todas mis fuerzas mas no consigo nada. Tan sólo provocar un alud de arena de color azul que cae sobre mí y sobre lo que a mi lado está. Siempre debemos tener mucho cuidado porque como la basura que constantemente echan sobre nosotros  no está aún consolidada al movernos la hacemos resbalar  y caer y caer hasta aplastarnos contra otros restos de basura que están debajo de nosotros. De todas formas yo he pensado algunas veces, porque yo también pienso, que  podríamos lograr llegar hasta la superficie  teniendo mucho cuidado y apuntalando muy bien todo el túnel hasta arriba  a medida que lo vayamos abriendo. Sería como hacer un túnel hasta llegar a arriba, entonces entraría a través de él la luz y el aire y podríamos ver muchas cosas que dicen que existen ahí fuera y que hasta ahora nos son desconocidas, porque por el momento, como no tenemos ninguna de ambas cosas, la vida aquí se nos hace bastante monótona y difícil. Aunque también pienso que nosotros no estamos acostumbrados y podría provocar situaciones y conflictos que es preferible no pensar en ellos. Cundiría el espanto entre todos. Pese a todo ello, creo que lo he pensado bien y en vez de averiguar las verdaderas dimensiones de mi mundo, un día de estos voy a decidirme definitivamente y comenzaré entonces a escalar sobre la inmensa basura y arena que nos sepulta y aunque caiga, que caiga, yo intentaré por todos los medios, y estoy seguro de que si me lo propongo lo conseguiré, salir al exterior para ver las cosas que allí dicen que hay. Es una posibilidad que me permito apuntar como a tener en cuenta cuando sea llegado el momento. Y no me importará ser cada vez sepultado por las basuras y arena azul que los que están en las capas superiores me echarán para impedir que yo consiga salir a la superficie. Por ahora he de pensármelo más y decidirme cuando menos lo piense, porque estoy seguro de que si lo pienso demasiado  me pasaré todo el tiempo sin reaccionar, sin tomar una decisión definitiva, sin hacer nada, moviendo y componiendo montones y más montones de basura por todas partes, sin obtener nada positivo para mi voluntad. De momento he optado por esperar un poco a ver qué sucede. Y eso ya es algo que puede acarrearme consecuencias gratas y que yo no voy a dejar pasar. Las ocasiones que se te puedan presentar en un cubo de basura son escasas, casi nulas, y hay que hacerlas rendir al máximo, aunque no sepa cuánto tiempo van a durar, aunque desconozca sus verdaderas dimensiones y sus verdaderas consecuencias posteriores. Porque las ocasiones que te se pueden presentar en un cubo de basura son, la verdad, muy pocas.









EPÍLOGO


Pese a que en la oscuridad la estancia parece estar vacía, cuando los ojos ya se han habituado a la tenue penumbra que sólo confunde los contornos por la falta de luz, se pueden apreciar varias personas echadas en el suelo, en el sofá y en las butacas. En un rincón, medio tumbado, tal vez demasiado joven, aunque es difícil apreciarlo por la  ausencia de luz, está terminando de fumarse un pitillo. Apenas una colilla sostenida en los labios que en algunos momentos se enciende de rojo intenso, luego nada.
¿Cuánto tiempo permanecerá tumbado tomando buena nota, como si de notario que levanta acta de cuanto acontece y se dice se tratase, ese joven con un amago de colilla demasiado mojada pegada en la comisura de sus labios, absorto, tal vez en quién sabe qué, pendiente de todo aquello que se mueve, de todo aquello que evoluciona o muta, de todo aquello que en su opinión merece ser referenciado? Nunca podremos  saberlo con exactitud porque sus expectativas de momento siguen siendo las que son: permanecer, apenas moverse, observar y, sobre todo, anotar para que nada se pierda y quede relegado al olvido, al sueño de los justos que se dice en ocasiones. Seguirán otras voces, otros registros y él continuará levantando acta a modo de Memoria de una habitación de cuanto oiga pero de momento sólo disponemos de la parte que a consignado hasta ahora.




Barcelona, setiembre 1970 - enero 1974

domingo, 12 de julio de 2015

HABLANDO DE SORPRESAS

Hablando de sorpresas
"Sorpréndeme" -  le dije.
Y me respondió:
"Sí, te voy a sorprender".

Y sí, la verdad es
que me sorprendió
y mucho.
Continuó sentado en el sofá

... mirando la tele.

martes, 7 de julio de 2015

EL ELEFANTITO


¡Perdone! A usted todavía no se lo he dicho. Sí, ciertamente, llevo un elefante en el bolsillo. ¿Se extraña?. Y por qué. Todos somos libres de hacer lo que nos viene en gana, faltaría más.  Sabe, yo lo llevo siempre conmigo, me acompaña a todas partes. Es mi comparsa y mi mejor amigo. Además, en mi bolsillo esta calentito y cómodo. Y me sirve de gran ayuda siempre que lo necesito. Nadie puede reprocharme nada. Claro que ve muy poco la luz metidito siempre dentro de mi bolsillo, pero no le quepa de que ahí él está muy a gustito.  Nunca me he atrevido a  maltratarlo.   Es más, lo cuido con especial esmero. Siempre es un consuelo saberlo. Es mi única compañía. ¿Quiere que se lo enseñe?...¿no?...Si lo llevo escondidito aquí en el bolsillo, sí, sí, aquí, no me supone ningún esfuerzo el tener que sacarlo para que usted lo vea. Todo se reduce a meter la mano dentro del bolsillo, cogerlo son sumo  esmero, sacarlo despacito para que no se sienta inquieto y mucho menos cohibido, sabe, es un poco tímido y asustadizo, y mostrárselo. Me sentiría muy dichoso de que alguien, aunque sólo fuera una vez, viera y elogiara con cálidas palabras de cariño a mi elefantito. A él le haría tanto bien. Es monísimo. Por lo menos a mí me gusta mucho, me encanta y me tiene obnubilado. ¿Se lo muestro?... ¿No me cree?. ¡Peor para usted!. Mi elefantito es mío, ¡sólo mío!: No tengo por qué ir por ahí, por las calles, por los parques, parando a la gente a la gente para espetarles, decirles más bien, poniendo cara de buena persona, que lo soy, créame, y con cierto énfasis de expectación para que al menos se detengan a escucharme: " Sabe, yo llevo siempre conmigo un elefante en el bolsillo ¿quiere verlo? Todos ponen cara de sorpresa, como lelos, y me dicen que no, que no les interesa o simplemente ni me miran ni me contestan, hacen caso omiso de mis palabras como si una obligación ineludible no les permitiera esa pequeña demora. Yo creo que no me creen en absoluto. Puede que sea por eso que me dejan así plantado, como una estatua y siguen su camino sin responderme nada. Mas yo sé que les digo la verdad. A veces introduzco la mano en el bolsillo derecho del pantalón temiendo que ya no vaya a estar, que mis dedos no van a poder acariciarlo porque se ha cansado de mi compañía y del desprecio al que se ve sometido y que ha decidido abandonarme. Y lo toco, y lo acaricio con delicadeza. No es que suela hacerlo con bastante asiduidad, no, pero alguna que otra vez sí: es un consuelo, sobre todo cuando me siento triste y abatido, cuando la gente duda de lo que yo trato de decirles compartiendo mi secreto y mi alegría para que lleguen a comprenderme. Hoy en día ya nadie se fía de nadie. Y sin embargo, yo me pregunto: ¿por qué no han de creerme si yo les digo la verdad?. Yo podría cogerlo sin más con la mano y mostrárselo a todos sin ningún esfuerzo, sobre todo a los incrédulos , pero estoy convencido de que seguirían su camino desconfiados y convencidos de que yo intento hacerles perder su tiempo. Todos se preocupan ahora de otras cosas, se sienten atraídos por qué se yo. Está claro, salta a la vista, que mi elefantito  no es capaz de atraerse la mirada y la atención de nadie. ¡No importa!.Me tiene a mí. No voy a ir por las calles enseñándoselo a todo aquel que pasa. Sería inútil por mi parte. Sólo conseguiría crearme nuevos enemigos y eso me disgustaría mucho. No pretendo estar mal con nadie. Me gusta que las personas sigan su camino. No deseo convertir a mi elefantito en víctima de cualquier desaprensivo que intente, en un momento dado cualquiera, cuando yo esté distraído en algo que me llame la atención, y son muchas las cosas que suelen atraerme normalmente, apoderarse de él.  Siempre hay desaprensivos dispuestos a apropiarse de lo ajeno si cree que para el propietario de eso ajeno tiene un valor. Resultaría absurdo que yo estuviera dispuesto a perderlo de un modo tan absurdo. Además: no saldría bien. Estos convencido. Sé que dicha acción fallaría. Cualquier cosa me pone sobre aviso. Soy en sumo  precavido y sé tomar bien todas las precauciones necesarias; incluso, yo mismo  muchas veces me doy  cuenta, me paso y recelo incluso de las personas más inocentes. No es que yo esté seguro de que algún día alguien intentará robármelo, apropiarse de mi querido elefantito. ¡No!.  Nadie sabe que yo lo tengo. Nadie lo ha visto jamás. Allá ellos.  He intentado múltiples ocasiones parar a un individuo cualquiera en la calle para explicarle la verdad de todo, detallarle uno por uno todos los motivos que un día me llevaron obligado a tomar la decisión de sacar de la caja en que lo tenía guardado  al elefantito y meterlo en mi bolsillo para que me acompañara, como fiel e inseparable amigo, a todas partes. Es desde entonces mi mascota, mi amuleto, mi ayudante de cámara. En fin, lo es todo para mí. Y no es que sea demasiado grande. Todo lo contrario. Es pequeño, diminuto, casi ínfimo. Un elefantito enano. Medirá aproximadamente unos dos centímetros de alto por uno de ancho y apenas tres de largo. Nunca he pensado seriamente en coger una regla y medirlo exactamente. Para qué si siempre lo llevo encima. Qué más me da que sea un poco más grande o un poco más pequeño de lo que yo me creo. Es mi elefantito y con  eso me conformo con que las cosas sigan como están. Tampoco es que yo sea un conservador, todo lo contrario: me he acostumbrado a verlo y a tocarlo siempre así y necesito que no cambie. Es más, si creciera o modificase su complexión física me sentiría enteramente contrariado y tal vez no podría aceptarlo. Dejaría de ser el mismo, mi elefantito. Jamás debe de ocurrir. De todos modos, no debo de preocuparme demasiado porque esto ocurra. Mi elefantito es de yeso blanco y está pintado de un color azul claro tirando a gris por un lado y por otro a verde. La verdad es que no soy capaz de precisar cuál es la tonalidad que predomina. El verde no, estoy seguro. En ocasiones pienso y me convenzo de que es el azul claro y otras me parece, por contra, que es el gris azulado. Tal vez no sea ni el uno ni el otro y todo quede reducido a un pigmento intermedio que se manifiesta a mis ojos según la luz del momento en que lo miro. De todos modos no me importa demasiado. Puede ser que el hecho sea más simple y no por ello más sencillo: unas veces es azul y otras casi gris, todo depende de cómo quiero yo verlo. Aunque tampoco su color le da una apariencia de elefante vivo como los que hay en África o en Asia. No, no es del mismo color. Parece como si no le importara aparentar lo que en realidad es: una miniatura no demasiado buena, necesitada de arte y de belleza, hecho con un vulgar y simple molde.  No obstante, tiene un aire especial, inspira cariño  y compasión. Quizás por su naturaleza simple es bonito en sí a mis ojos, adorable y encantados, atrayente a la vez dentro de su grandiosa pequeñez.  Es por todas estas razones que a veces salgo a la calle dispuesto a compartir mi dicha y mi elefantito, su posesión,  los demás. O cuando memos a intentar que algunos, escogidos al azar entre el gentío mundano, tengan conocimiento de que yo siempre voy con un elefante dentro de mi bolsillo y se den cuenta de lo que esto significa. No me quieren hacer caso,  pues peor para ellos. ¡Peor para ellos! Jamás compartirán la dicha de saber que llevo un elefante en el  bolsillo.


miércoles, 24 de junio de 2015

MARISOL

Marisol es una niña pequeña, de unos diez años de edad, rubita ella, con el pelo largo y lacio, sedoso, que le cae suavemente por los hombros. Es más bien una niña alta para su edad y delgada, nerviosilla, inquieta, distraída, incapaz de estarse sentada demasiado tiempo seguido en un mismo sitio. Le gusta mucho jugar, y no es que se divierta con sus muñecas: tiene muchas y no les hace apenas caso; prefiere, ella, correr con la bicicleta, hacer carreras con sus hermanos y amigos, y participar en mil y una diabluras todos los días. Además es una niña muy bromista y dicharachera. Todas estas cosas la convierten en una chica más o menos normal y corriente. Tiene una carita alegre y simpática, ella como persona también lo es, algo redondilla con un gracioso mentón por barbilla y unos preciosos ojos exageradamente grandes y azules, que hablan por sí mismos, tapados muchas Veces por esas enormes cortinas que son sus inmensas y largas pestañas, con una boquita pequeña y juguetona, como ella, y unos dientecillos muy blancos y algo grandes que asoman entre sus labios cada vez que ella sonríe asemejando un conejillo viejo y sabio.

Marisol es una niña vivaracha y traviesa que sin saber cómo lo hace saca todos los años muy buenas notas en la escuela. Seguramente se debe a que es muy inteligente. Esto le permite divertirse mucho todos los veranos sin tener que estudiar ni dedicar hora alguna al repaso de las materias cursadas a lo largo del año. Mas este ahora las cosas son distintas: Marisol siempre anda cabizbaja, pensante, entretenida y absorta en lo suyo, ya no juega como antes solía hacerlo, su cara ya no refleja la ilusión infantil de antes, hay algo que la ha transformado hasta tal punto que parece irreconocible incluso para los suyos: es una niña completamente distinta. Su familia, sus papás sobre todo, están asombrados con este cambio, les ha cogido de sorpresa. No pueden comprender cómo la muerte de la abuelita de Marisol  ha podido influir tanto en la niña si tenemos en cuenta que es pequeña y además está educada desde la más temprana edad  con muy buenos principios. Sin embargo, desde que murió la abuelita y la incineraron Marisol no ha vuelto a levantar cabeza. Ella sabe de sobras que lo mejor que podía sucederle  a la mamá de papá era morirse porque llevaba ya demasiado tiempo enferma postrada en la cama, padeciendo mucho y ahora, después de muerta, ya no iba a sufrir más y todos, especialmente la abuelita, descansarían al fin. Marisol había aceptado este hecho como algo natural y lógico, incluso pensaba que la abuela, con todo, ya era algo viejita y tenía ya suficiente edad como para morirse. Sería equivocado creer que el problema de la niña radica aquí esencialmente.
No, no es éste el caso. Ella estaba muy preocupada y la causa era la muerte de la abuelita, eso desde luego, pero no expresamente que fuese su abuelita, sino el de la muerte en sí, el hecho de tener que morirse, lo que en su cabeza daba vueltas desde hacía días era el problema que se planteaba con la incineración.

Un día Marisol ya no pudo aguantar más sus dudas y sus pesares y toda decidida fue a buscar a su papá a su despacho para hacerle algunas preguntas que quizás podrían resolverle fácilmente su problema. Entró en el despacho sin llamar a la puerta y  sin aguardar a que le dieran permiso para pasar, siempre lo había hecho así y esta vez no tenía por qué cambiar de costumbre, además, papá ya estaba habituado a esta forma de proceder, aunque no le agradaba, y ya no la reñía por ello. " Papá ",dijo sin más al entrar allí. "Pasa, hija, pasa ", le contestó su papá sin levantar apenas la vista de los papeles que tenía sobre la mesa. La niña pasó y se sentó en una silla al otro lado de la mesa, enfrente de su papá  sin decir nada y aguardó, como era su costumbre, a que papá se dignase hacerle un poco de caso. Volvía a estar inquieta y no paraba de moverse a pesar de estar sentada, intentaba no hacer ruido para no molestar. Era consciente de que ella allí era una intrusa que venía a perturbar el trabajo de papá, porque él, pese a que ahora estaban todos de vacaciones, no descansaba nunca. Pasaba el tiempo y Marisol no pudo aguantar más aquella especie de silencio no pactado, aquella actitud de no hacerle caso de su papá y al fin estalló diciendo: "Papá, ¿cuando yo me muera también me quemarán como a la abuelita?“   La pregunta sorprendió  a su padre, mas la contestó inmediatamente sin levantar la vista de sus asuntos: "Sí, hija mía, también te incinerarán como a todos nosotros "."Pues sabes, papá, yo no quiero que me incinereren, bueno...como se diga eso". Papá dejó lo que estaba haciendo para dedicarse por completo a la niña. Estas preguntas eran raras en ella. Jamás las hacía. Hasta el momento era una niña feliz con sus estudios, sus obligaciones, con sus ratos de juegos sin cuestionarse aún las grandes preguntas de la vida. "Vamos a ver, y ¿por qué quiere mi hija que no la incineren?"  "Verás, papá, si es muy sencillo. La abuelita y tía Matilde siempre han dicho que cuando uno se muere va su alma al cielo y que llegará un día en el que los muertos resucitaremos, las almas volverán a sus cuerpos y será el Juicio Final y todos, entonces, iremos al Paraíso. Y como comprenderás, si me queman al morir, cuando vuelva no tendré cuerpo, seré toda ceniza y no podré ir con todos y tendré que quedarme aquí para siempre, ¿ lo entiendes ahora?"  "Pero hija, ¿de dónde has sacado tú todas esas cosas?  Si todo eso es mentira" “ No, que la tía Matilde siempre lo dice". "No hagas caso a la tía, es una vieja solterona y está cargada de manías. Ahora nos incineran a todos porque como somos tantos no podrían enterrar a todos además que es mucho más higiénico, así que hace mucho tiempo ya que se decidió adoptar esta medida más sencilla, fácil e higiénica: quemar a los muertos, de este  ocupan menos lugar"."Pues sabes lo que te digo, que yo quiero que me enterréis bajo tierra". "Pero Marisol si tú no te vas a morir aún, que sólo eras una niña con demasiado tiempo a disfrutar por delante". "Sí que me voy a morir porque rezo mucho para morirme muy joven. Quiero morirme siendo joven y bonita". "Y, ¿eso por qué?". "Pues mira, papá, es bien sencillo: si ha de llegar el día en que todas las almas volverán a sus cuerpos, yo, entonces,  si muero vieja como la abuelita seré muy fea y estaré muy pachucha y sin ganas de hacer nada, sólo ir de la cama a la butaca renqueante y con un bastón y poco más y no quiero, prefiero morirme muy joven para que cuando resucite mi cuerpo sea fuerte y bonito y entonces todos me mirarán cuando yo pase al lado de ellos". "Mira, hija, tienes que olvidar toda esa sarta de tonterías que no sé quién te ha metido en la cabeza y no hacerle más caso a lo que tía Matilde diga. Yo tenía una tía, la tía Pilar, que murió mucho antes de que tú nacieses, que siempre decía que cuando nos morimos y nos entierran nos pudrimos enseguida y nos comen los gusanos y dejan nuestros huesos bien blancos y bien limpios, sin nada de carne. Y yo sigo diciéndote que estos gusanitos son después comidos por otros más grandes y estos por otros más grandes y estos por otros más grandes comidos a su vez por otros animales que los hombres matamos para comérnoslos. Y entonces resulta que nosotros nos comemos el cuerpo de los muertos. ¿Tú quieres ser comida por los gusanos y que después te coman los hombres?." "¡No!¡Aggg! ¡ qué asco!, no, papá,  no quiero que me coman ni que me entierren. Claro que entonces  ¿qué pasará cuando yo resucite si no encuentro mi cuerpo?". "Pues nada, Marisol,  serás incinerada y tus hijos y tus nietos guardaran tus cenizas". "Y cuando resucite ¿resucitarán también mis cenizas y se convertirán en mi cuerpo otra vez?"  "No lo sé, hija, supongo que todo eso que dice  tía Matilde puede ser muy bien mentira. Los cuerpos de los muertos no resucitan. Lo que sobrevive, según dicen, son las almas .No le des más vueltas al asunto y juega y diviértete que ya tendrás tiempo de pensar en todo esto cuando seas más mayor  ¿de acuerdo?". "De acuerdo papá".

Marisol salió del despacho no demasiado convencida con las explicaciones que papá le había dado. El problema seguía existiendo. A la hora de comer casi no probó nada, aquello debía tener forzosamente una explicación más correcta. A la noche hablaría de todo ello con mamá. Tal vez ella sería capaz de encontrar la solución. Aquella tarde se decidió a hacer caso de las palabras de papá y volvió  a divertirse mucho con su bicicleta: ganaba a todos porque era la mejor, la más rápida. No pensó más en el problema de su muerte. Por la noche, a la hora de la cena, tenía mucha hambre y comió todo lo que le pusieron en el plato. Después se acostó como siempre solía hacerlo, habiendo tornado largo  rato la fresca para dar tiempo a que la digestión estuviera hecha como papá  decía siempre.

A la mañana siguiente, con el sol del nuevo  día ya muy alto la niña se levantó como siempre,  sintió hambre y desayunó muy bien. La idea de la muerte había desaparecido de su mente. Volvía a ser la Marisol traviesa, vivaracha y juguetona de siempre. La Marisol alta y delgada, nerviosilla e inquieta, distraída, incapaz de estar demasiado tiempo seguido quieta en un mismo sitio.





jueves, 11 de junio de 2015

LA FELICIDAD ES SENTIR

 La felicidad es sentir  ahora que nada te falta
y no que tienes todo cuanto deseas y quieres,
porque el deseo es ilimitado y al final  te agota
al ver que todo  lo que  anhelas  aún no lo tienes.
La felicidad no es más que una suma de instantes
en los  que la mente  rebelde  en blanco mantienes,
en los que no piensas en después ni añoras un antes,
la felicidad  pasa y aunque  quieras no se detiene.
La  felicidad es en invierno esa sillita al sol plácido
es esa sillita a la sombra en las tardes de verano
mientras te convences  de que la vida es muy breve,
la felicidad es esa sillita, pequeña sí pero muy fuerte.



jueves, 4 de junio de 2015

MI PUEBLO

Cuando llegué a mi pueblo aquella mañana  de cielo cubierto de nubes que presagiaban lluvia no se
veía a   nadie en las calles.  Era lo acostumbrado, lo normal. Nadie deambula sin más, sin un objetivo  específico. Mis paisanos siempre consideran que hacer esto es una vil manera de perder el tiempo. Como si al hacerlo sintieran que el tiempo se les escapara. Yo ya lo sabía. Máxime cuando pienso que deambular, perder el tiempo sin objetivo en la calle, observar y relajarse, mirar a los otros, detenerse en las cosas que puedan llamarnos la atención siempre es bueno. Sólo se aprende a partir de la mera observación. Me apee con suma cautela  del coche de línea: un autocar viejo, destartalado y renqueante: más bien asemejaba una reliquia de la pasada guerra que un autobús que pudiera funcionar todavía. El conductor también tenía el mismo semblante: pequeño, algo jorobado, enjuto, taciturno, mohíno. En resumen: hombre de pocos amigos y de menos palabras aún. Hombre que no desentonaba en absoluto  con la postal del coche de línea: vehículo desvencijado, conductor descompuesto, como desquiciado deseoso de abandonar para siempre su obligación: acercar al pueblo alguna vez a algún viajero desorientado o perdido, lo cual no era mi caso. Había ido voluntariamente.
Ya estaba en mi pueblo, ahora debía interesarme ante todo por encontrar un alojamiento para mí y mis maletas. Cuando llegas la primera vez a un lugar con la intención de pasar algunos días es lo normal. No había nadie en los alrededores que pudiese ayudarme o al menos orientarme. Es lo primero que se hace siempre si ya no recuerdas las imágenes de referencia y quieres  alojarte en algún sitio acogedor y que no resulte caro. Pero nadie me esperaba, nadie sabía de mi llegada. ¿Por  qué iba a hacerlo?  Yo no había avisado a nadie de mi llegada, no reconocía ya a ninguno de los habitantes de mi pueblo y yo era allí un perfecto extraño, precisamente para los míos. Tampoco me quedaba familia en aquel lugar como para haberles hecho saber que iba a ir a buscar mi origen precisamente donde yo nací. Por todo ello se hacía totalmente innecesaria una notificación mía advirtiendo a alguien sobre mi llegada. ¿A quién iba yo a dirigirle la carta?  No lo sé, y la verdad es que no me interesa ni me importa lo más mínimo. Así que no tuve otro remedio más que preguntar a la única persona que junto a mí estaba: el chófer del autobús. No contestó enseguida. Hecho que me hizo pensar que después de tanto tiempo llevando el vehículo se había adaptado plenamente a su velocidad. Más bien me dio la impresión de que estaba dilucidando no tanto la respuesta, que debía de  conocerla de sobras, sino sobres si lo más adecuado era responderse o simplemente dejar de hacerlo y darme el chitón como respuesta. Al final se decidió por una de las opciones y me respondió que existía una fonda en la que indudablemente podría alquilar una habitación, pero que siendo yo de ciudad no sabía si... Me incomodó un poco su respuesta. El hecho de que no terminara la frase no daba lugar a saber qué pretendía decirme. No llegaba yo a adivinar qué intención se escondía detrás de sus palabras pronunciadas.
Fuera de mí le dije que no se preocupara por mi persona, que yo no se lo había pedido y que al fin y al cabo yo era natural de allí. Esta fue por mi parte  una confesión gratuita, concesión al fin y al cabo, que no debí haberle hecho nunca. Confesión no firmada ni sellada, pero ya se sabe: en estas tierras la palabra tiene más valor que todo lo que se pueda formular y demostrar en un papel escrito por muchos visos y sellos de autenticidad que lo avalen.  Ahora irían pasando de boca en boca mi hazaña interrogándose sobre quién podría ser yo. No tenía ninguna necesidad ni ninguna prisa por llegar a aclarar mi situación permanente, o tal vez pasajera, en el pueblo. No había por qué estabilizar nada ni darlo como seguro. Además, estaba más cansado de lo que podría suponerse a causa del viaje. Todo apresuramiento por mi parte sería inconsecuente y fuera de toda lógica. De este modo y con motivo de toda esta serie de razonamientos previos tomé la resolución más sensata: sentarme en el suelo y dejar pasar el tiempo descansando para de este modo tener ocasión de aclarar al máximo mis ideas, mis dudas, que hasta el momento más bien estaban demasiado confusas. Debo de confesar también que no me importaba el tener que permanecer varias horas o días, e incluso años si era preciso,  incluso hasta perder la noción del tiempo que pasa y no se detiene en aquella cómoda posición junto a mis maletas que evitaban que el fuerte viento de levante que soplaba entonces me diera en la cara.
Estaba a gusto en aquella especie de aletargamiento que no sé cuánto estaba durando: aproximadamente unos tres días, cosa que no puedo asegurar pues no había prestado demasiada atención a este hecho,  cuando alguien osó perturbar mi soledad, y por qué no mi dicha, Se había acercado con tal sigilo hasta mí que no me percaté de su  presencia  hasta que su  cuerpo tapó todo  posible e indeciso rayo de sol que llegaba tímidamente hasta mí para calentarme y reconfortarme produciendo la oscuridad total. Se quedó plantado ante mí y estuvo mucho rato mirándome en esa posición estática sin decir nada. No pongo en duda que sus motivos tendría para obrar de esa manera: ¡no me conocía! Yo era un forastero en tierra extraña, en mi pueblo, ¡increíble!, pero verdad, y posiblemente en su mente rondaba la duda de si yo estaba vivo o muerto: no me haba movido ni cambiado de posición desde que llegué y tomé la determinación de sentarme allí a descansar, en la calle, sin apresurarme a alquilar una habitación en la fonda que hubiese sido lo correcto. Pero hasta el momento no me era necesaria, no tenía por qué hacerlo. Aunque sé que la forma más correcta de obrar por mi parte hubiese sido ésta y no lo que estaba haciendo. Seguramente mi actitud habría llegado a irritar a más de una de las mentes más primitivas del lugar, sobre todo si tenemos en cuenta la pequeñez  y el alejamiento de la civilización del pueblo y también, y según me habían explicado cuando opté por hacer el viaje, la poca gente que viene de fuera hasta aquí y que cuando llega uno siempre será considerado un extraño y mirado con reticencia. Probablemente era yo el único visitante que había llegado a mi pueblo en bastantes años.
Su posición resultaba cómoda y auténticamente razonable. Tampoco me preocupé yo por dar razones a nadie. Y menos a un intruso que procedía sin tener en cuenta mi posible reacción y enfurecimiento por atreverse a molestarme en mi anquilosamiento de aquella manera tan inusitada para mí.  Tras  bastante rato en esa situación y analizándome de forma muy descarada por fin se decidió a dirigirme la palabra. Me interrogó sobre quién era yo y qué esperaba allí, sentado en la calle .No le respondí. Ya me había molestado lo suficiente. El hombre continuó hablándome: me pidió, me rogó, que fuera condescendiente con él, la gente nos estaba mirando y formaba corro a nuestro alrededor, y que buscara acomodo en la fonda: necesariamente estaría allí mejor de lo que estaba hasta ahora en la calle. Tal vez tenía razón. Accedí a acompañarle hasta dicho lugar. Él cargó con mis maletas: no podía suceder de otro modo: el invitado era yo y él el intruso en mi viaje y en mi vida. No me gustó en absoluto el aspecto de la fonda: más asemejaba una casa destartalada e inhabitable que otra cosa. Como todas las casas del pueblo, vamos, como todo el pueblo. Sabía que forzosamente, era necesario, yo no podría resistir una hora en aquel lugar. Decidí no entrar. Mi actitud le molestó un poco, mas prefiero no hacer comentario de ninguna índole sobre aquella situación tan embarazosa. Sin darle tiempo a reaccionar le pedí, una vez más que me acompañara hasta el ayuntamiento pues era allí hacia donde mi misión iba encaminada. No recuerdo habérselo pedido antes, pero en fin. Qué me importan a mí todas estas vaguedades. Nuevamente optó por callarse y acatar
de la mejor forma que le fuera posible mi orden. Así no era posible una fricción entre
ambos. Nos dirigimos prestos y sin que apenas me diera cuenta ya nos hallábamos ante el alcalde de mi pueblo .Le rogué a mi acompañante que nos dejara solos: yo debía dialogar e indagar largo rato allí con el alcalde. Tuve la impresión de que no había entendido bien lo que le había ordenado. O más bien que estaba dispuesto a hacer caso omiso de mi ruego para quedarse y enterarse de mi misión.
Aprovechando los primeros momentos de saludos y presentaciones, confusión e incoherencias, puras banalidades que siempre se dicen en ocasiones como ésta,  se apresuró a situarse en uno de los rincones de la estancia, precisamente allí donde menos se le notase y molestase, se ve que no era la primera vez que operaba de esta guisa y ya tenía su  lugar asignado de esas ocasiones, y yo preferí dejar las cosas como estaban: me planteé que podía serme útil más tarde: oportunidad que no debe desdeñarse jamás. Fue entonces, a continuación, cuando sin más trámites ni preámbulos, hechos que en toda lógica deberían haber sido precisos y necesarios, que hubiesen sido sobre todo imprescindibles dada mi situación de extraño en mis lares, pero que no los tuve en cuenta, les expliqué detalladamente mis pretensiones y mi infructuosa búsqueda. Yo quería encontrar la verdadera historia de mi apellido, mis orígenes más remotos  en los anales del pueblo. Yo sabía que un antepasado mío: Andrés Guevara, siendo alcalde, a comienzos del siglo XIX, pudo, consiguió más bien, comprar en la capital la independencia y libertad de la villa, mi pueblo, perteneciente hasta ese momento  al convento de San Miguel de los Reyes, desde que el duque de Calabria la dejara como herencia al morir a dicha institución, por la suma de cincuenta mil reales. Eso era todo, yo deseaba ahora llegar a conocer mucho más, todo lo posible y conocido y referenciado en los anales de la villa sobre él, sobre su origen y su familia para, de este modo, saber cuál es mi verdadero origen ya que soy uno de sus descendientes directos. Creo que no me entendieron ni en lo más elemental y obvio. Se jactaron de mí. Sí, sí, tal como lo oyen: se mofaron de mi proceder.
El alcalde  tomando la palabra sin que nadie ni nada le diera pie para ello me dijo sin más preámbulos ni florituras: "Mire, usted no es bien recibido aquí. Llegó sin que nadie le esperara. Su obligación, conforme a toda norma de buena conducta y justo y recto proceder, era habernos notificado por escrito y de forma anticipada su venida. Yo le ruego a usted que se olvide de todas esas cosas y que nos abandone inmediatamente y de forma voluntaria para que no nos veamos obligados a ejercer la fuerza para con usted, medida que a nadie le resultaría ni cómoda ni satisfactoria. La historia que usted me ha referido sobre su antepasado, Don Andrés Guevara, ya está escrita. No indague más  sobre sus raíces. Piense lo que le venga en gana, crea que es usted la raíz y fermento, el origen, únicamente usted, de su futuro. Créame, no se sumerja más en el pasado, a veces está lleno de lodos. La historia pertenece a los libros ya, procure hacerse digno de su apellido y de la cepa originada en usted mismo y todo lo otro olvídelo: son patrañas. Quién puede asegurar la verdad de lo que se cuenta si no lo vivió y si lo hizo nos dará su versión interesada, no le quepa duda. Hágame caso y siga mi modesto y desinteresado consejo. No dudo de que es usted capaz de pasar sus vacaciones en otro lugar mejor que éste. ¡Márchese, pues!, se lo ruego, y no vuelva nunca por aquí a perturbar nuestra paz. No será bien recibido. Puede estar seguro".
Me sentí terriblemente confundido y anonadado. No llegaba a acertar sobre cómo debía obrar a partir de aquella conversación. Cogí mi equipaje, salí a la calle y me dirigí hacia donde me había dejado una vez el coche de línea que me trajo. Me llevé una gran sorpresa. La verdad: lo esperaba. Estaba todo el pueblo esperándome, ataviados todos con sus mejores atuendos y galas, no faltaba nadie ni nada, hasta la banda del pueblo aguardaba para darme la despedida que, por lo visto, me merecía. Subí apresuradamente al vehículo, también él me aguardaba. Dentro no había nadie para acompañarme en mi viaje de regreso a la ciudad y a la civilización. Simplemente querían despedirse de mí porque en este "Adiós" estaba implícita la seguridad y la certeza, para ellos, de que me marchaba para no regresar nunca jamás. Dicho de otra
forma: se habían congregado todos para echarme con miramientos y contemplaciones, hay que reconocerlo, con el más exquisito de los refinamientos, teniendo en cuenta el obligado protocolo. Subí al coche y me senté detrás del asiento del conductor junto a la ventanilla.
Cuando por fin marché del pueblo, de mi pueblo, aquel anochecer, en medio de aquel
griterío y algarabía  festiva, las calles estaban atiborradas por una muchedumbre. No me cupo la menor duda de que allí estaban todos. Y eso no era lo acostumbrado.












domingo, 17 de mayo de 2015

AYER ESTUVE EN UN MUSEO

Ayer estuve en un museo de arte moderno
y sí,  no me gustó. Si no lo veo no lo creo.
Qué es lo que vi: mucha, demasiada mierda
autores muy modernos que se autocontemplan
cagones y más cagones, que todos son cagones:
y a esparcir su mierda no se atreven ni tan siquiera, 
 aviados vamos si ellos son el futuro que nos espera:
en el arte hay que echarle muchos más cojones
arriesgar, liderar, ponerse el mundo por montera
como si hasta este instante el arte jamás existiera.
Si el arte no es la vanguardia que lidera al pueblo
el arte por arte, me pregunto, para qué lo quiero.

miércoles, 22 de abril de 2015

MARTA Y EL DRAGÓN

  
-   ¡Mirad!, por ahí viene ya Jaime. ¡Ostras, no!, trae a su hermana pequeña con él: ¡menuda lata! Pero, en fin, qué le vamos a hacer. Tendremos que ir con la niñita a la cueva, no vamos a dejarla sola.
-   No, si ya lo digo yo: Jaime nunca puede ser más oportuno, hoy que nos íbamos a divertir de lo lindo va y ¡zas! : se trae a la niña con él. ¡Menudo fastidio! ...
-   Bueno, ahora que estamos todos reunidos vamos a decidir lo que vamos a hacer esta tarde para pasarlo en grande. Yo propongo que vayamos a la cueva de los moros tal como lo teníamos pensado. Mi abuelo dice siempre que allí no vayamos porque en ella vive desde hace muchos años el hijo del dragón que mató San Jorge con su lanza.
-   No, yo no quiero ir allí. Me da miedo -exclama, medio implorando, Marta.
-   Tu cállate, ¡porras!: si no quieres venir no vengas, ¡allá tú! Nosotros sí que vamos.
-   Marta, no seas tonta, no ves que sólo es un juego -le dice su hermano para intentar calmarla- El dragón no hace mal a los niños porque San Jorge lo convirtió en un dragón bueno. Es por eso que no lo mató también a él cuando atravesó con su lanza al dragón padre que sí era muy malo.
-   De acuerdo, si es así iré con vosotros, pero si sale el dragón no volveré nunca más a jugar con vosotros, ¿eh?
-   Pues nada,  manos a la obra: en primer lugar vamos a necesitar una lanza muy larga y muy grande para defendernos del dragón si éste nos ataca. No creo que lo haga, pero debemos estar prevenidos por si acaso, no sea que el bicho salga y quiera comerse a Marta...
-   Jaime, lo ves  -dice Marta- el dragón es malo y se come a los niños pequeños. No quiero jugar con vosotros a estas cosas. Me dan miedo.
-    No, si... niña tenías que ser.
-   ¡No te metas con mi hermana!  No ves que es pequeña. Seguro que cuando sea mayor tendrá menos miedo que tú. Además, si quieres algo con ella, ya sabes: antes conmigo ¿vale?
-   Venga, dejaos de peleas y no se hable más. Vámonos hacia la cueva. En el camino cogeremos el palo que nos servirá de lanza. Todo lo demás que nos puede hacer falta ya lo llevo yo de casa. La vela se la he quitado esta mañana al señor cura mientras él se desvestía, y cerillas también llevo. ¡Por algo soy monaguillo!...
La montana era bastante alta, mas la ascensión en sí no ofrecía ninguna dificultad debido a que se podía llegar tranquilamente hasta la cumbre siguiendo un camino, trazado imaginariamente, más o menos zigzagueante entre las matas de aliaga y tomillo. Y justo en la cumbre, junto a una gran masa de rocas que siempre habían estado allí, se encontraba la entrada a la cueva en la que, según Pedro y el abuelo del mismo, habitaba, desde tiempo inmemorial, el hijo del Dragón que mató San Jorge con su lanza.
Así, pues,  nuestros cinco amigos: los cuatro chicos y Marta con ellos, estaban muy atareados en conseguir conquistar la cumbre rocosa de la montaña y llegar hasta la entrada de la cueva. Cuando todavía no habían llegado a la mitad de la ascensión ya estaban muy cansados, en especial Marta, la hermana de Jaime, pero el aliciente por un  lado  y su fogoso espíritu de aventura por el otro les hacía seguir juntos sin desfallecer del todo y no desistir de su idea de jugar una tarde a ser los valientes héroes que darían muerte al dragón poniendo de este modo fin a la -según ellos- incompleta gesta de San Jorge.
Todo esto a Marta más bien le interesaba muy poco por no decir lo más mínimo. Iba con ellos porque tenía que  estar toda la tarde en compañía de su hermano que debía
cuidar de ella y porque éste la llevaba de la mano y no la soltaba. De otra forma no habría ido nunca con ellos por varias razones. En primer lugar porque este tipo de aventuras no le divertían lo más mínimo y porque le importaba un pito lo que pasara con el dragón. En segundo lugar porque ella prefería jugar con sus muñecas y con sus amigas que para fastidiarla hoy se habían ido con sus papás y no volverían hasta la noche. Y en tercer lugar porque ella era una niña pequeña y no estaba bien que jugara con esos niños amigos de su hermano Jaime que eran mayores que ella. También porque odiaba tener que subir por la montaña pinchándose las piernas sin cesar en las aliagas. Y además, sin querer, había hecho un roto en el vestido que llevaba puesto y  mamá por la noche le iba a reñir por no tener cuidado con el vestido que había estrenado el domingo de Ramos, día en el que papá, mamá, Jaime y ella habían ido juntos a misa para bendecir el ramo, y por la tarde a la Procesión, y ella aquel día se había sentido muy feliz con su traje nuevo, recién estrenado. Y además, se lo había cosido mamá.
Sin embargo, ahora, cuando había llegado el momento de la verdad, todos estos sucesos previos no eran más que tonterías, lo importante comenzaba a partir de entonces. Pedro, el más decidido de todos, empezaba a entrar en la cueva porque iba, precisamente, a ser  él quien dirigiría toda la aventura: él la había planeado y todos confiaban más en él que en sí mismos. Era el cabecilla de la pandilla desde hacía mucho tiempo. Detrás iba Jaime seguido de Marta  y de los otros dos amigos. En la mente de todos la misma idea les daba vueltas: "Como salga el hijo del dragón que mató San Jorge con su lanza vamos a necesitar de los servicios del Santo para que nos defienda" Y a uno de ellos, seguro que fue Luis que iba el último y era el más bromista del grupo, se le ocurrió comentarla en voz alta. A la niña no le hizo ni pizca de gracia. La verdad es que a los demás tampoco mucha.
Al principio fue fácil: la entrada era lo suficientemente alta como para permitir que todos pudieran entrar sin tener que agacharse. Después la cosa se complicó un poco aunque no en demasía. Bastaba con ir un poco encogido para no pegarse con la cabeza en el techo. Una vez andado el primer corredor encontraron como una habitación bastante grande comparada con la entrada y el tramo previo que habían recorrido. En una de las paredes se veía un ventanal bastante amplio. La corriente de aire allí originada apagó la vela y los cinco se dirigieron apresuradamente, en la penumbra, hacia dicha abertura. Desde ese sitio se podía contemplar de forma majestuosa  todo el pueblo; las personas que paseaban por la calle parecían hormiguitas vistas desde allí arriba. Más al fondo se veía el mar que nunca acababa y los acantilados que daban paso a una pequeña cala con su playa de arena. El mar estaba majestuoso, reposado, acariciando las rocas de la costa y con un estrecho sendero de espuma que retrocedía constantemente hacia dentro de sí mismo en la arena. Y muy al fondo, allá a lo lejos, el horizonte.
A Marta le pareció que allí el cielo y el mar se juntaban, pues no había diferencia entre ambos. Pero esta idea no le duró mucho. De pronto notó algo raro y frío en los pies y se echó a llorar.
-   Marta ¿qué te pasa ahora?
Marta seguía llorando. Todos se preguntaban lo mismo: ¿por qué llorará ahora? Jaime pensaba que no debía haberla traído porque es demasiado pequeña. Mientras Marta se calmó un poco y exclamó medio llorosa:
-   Es que me estoy mojando los pies. ¡Aquí hay agua!
Y efectivamente Marta había metido los pies en un charco de agua que había. Ahora no sólo llevaría a casa el vestido roto y las piernas llenas de arañazos sino que además la reñirían por haber mojado y ensuciado los zapatos. No, decididamente, ella no debía volver a jugar con los amigos de su hermano. Ellos son niños y los niños son muy brutos cuando se divierten.
Ya habían visto todo lo que se podía ver por aquella ventana abierta en la roca. Ahora debían seguir explorando la cueva hasta dar con el dragón. Para ello era necesario encender de nuevo la vela. Se apartaron un poco de la corriente de aire y puestos en círculo se dispusieron a encenderla. De pronto Pedro exclamó:
-   ¡Mirad! allí, al fondo.
Todos miraron con algo de temor. Dos pequeños ojos les estaban observando. Eran redondos y brillantes. Con toda seguridad debían pertenecer a alguna ave nocturna refugiada allí para dormir y las voces de nuestros amigos la habían despertado. Todos quedaron como parados. Solo Marta reaccionó al tiempo que histérica exclamaba:
-   ¡Es el dragón!  ¡Es el dragó que nos está mirando para comernos!
Tiraron todo lo que llevaban en las manos y salieron corriendo,  estampida, golpeándose la cabeza en el techo del túnel, pero sin detenerse ninguno  a mirar hacia atrás para ver si el hijo del dragón que mató con su lanza San Jorge les seguía o no. Marta, por suerte, fue más que llevada de la mano, arrastrada materialmente por su hermano en la impetuosa carrera hasta llegar lejos de la cueva. Una vez parados se dieron cuenta de que llevaban las ropas sucias y algo rotas. También casi todos se habían herido en alguna parte, en especial la niña.
Pero no importaba. No habían podido acabar la incompleta gesta de San Jorge pero al menos habían visto al dragón que éste dejó vivo porque en aquel entonces era pequeño y le dio lástima al Santo. Y eso era muy importante. Podrían llegar al pueblo y contar a los demás niños toda su hazaña. Y sin embargo no lo harán nunca porque todos han prometido no hacerlo jamás para que cuando sean mayores poder venir a matarlo entonces. Y las promesas se deben cumplir. A partir de aquel momento éste será su secreto compartido nada más por ellos y los secretos secretos son y deben callarse para siempre.



lunes, 30 de marzo de 2015

CONVERSACIONES CON...

  
-   Buenos días, me voy a presentar porque si no el inútil que tengo frente a mí seguro que se abstiene de hacerlo. Verás, soy un personaje totalmente nuevo producto de la mente de mi creador, precisamente este  señor que tengo frente a mí por decirlo de algún modo aunque no tengo claro ni dónde está realmente él y dónde yo. Hace apenas unos instantes no era nadie, no existía ni tenía intención de hacerlo y, mira por dónde, ahora soy un ser "normal" por decirlo de algún modo. Nuevo, eso sí porque acaban de idearme. Es exactamente en estas líneas donde yo nazco para el mundo. Me llamo... La verdad es que no sé cómo me llamo, aún no tengo nombre.  Mi autor aún no me lo ha asignado, no me ha bautizado con ninguno, pero esperemos que no tarde mucho en hacerlo, porque es un poco lento el chico,  y así ustedes podrán considerarme como un amigo más con un nombre y con unos apellidos, aunque estos últimos la verdad es que me importan muy poco, y podrán, así mismo,  llamarme de alguna forma y no simplemente con "eh, tú". Esperen un momento, voy a pedirle a mi autor, a mi padre literario, que me bautice de alguna forma. Que me nomine, vamos.

-   Aguarda, ten un poco de paciencia,  no corras tanto que es malo precipitarse. Cierto que eres un nuevo producto de mi imaginación. Pero por ahora  sólo eres eso: un boceto, una imagen borrosa que quizás al final no me decide a dibujar y delimitar un poco más. Puede acontecer que te asigne  unos rasgos característicos que te definan y
también podría ser que te deje así, tal como estás ahora: difuso, borroso, más grande, más amplio, más majestuoso, con más posibilidades, mezclado, confundido con el horizonte infinito e impreciso del papel. Sabes, ya lo tengo decidido: te voy a dejar como un ser especial, particular, único e irrepetible. Resultará más interesante así, no te quepa la menor duda. Vas a ser algo nuevo: mi sombra, mi otro yo, mi hijo adoptivo deseado, mi hijo bien amado, mi otra alma, mi otro espíritu, mi conciencia: todo junto en una misma cosa. En otras palabras: vas a ser yo mismo, mi sosia. Y como comprenderás, por lo tanto, sin nombre. Me resulta imposible ponértelo. No tienes nombre, no van a poder llamarte como a cualquier otro. En eso se vas a distinguir precisamente, Vas a ser un ser pero sin nombre, innombrado.

-   Comprendo. Tú lo que quieres es una cosa abstracta, heterogénea, difusa, que haga y diga todo aquello que tú no te atreves a decir. Todos los hombres sois unos cobardes. Sois incapaces de decir lo que verdaderamente pensáis. Y tú esperas, eso está claro, sea yo quien  diga lo que tú piensas. Quieres valerte de mí porque en el fondo tienes miedo a decir la verdad. Tú lo piensas, lo elaboras, y yo lo digo y de este modo si alguien se las tiene que cargar lógicamente seré yo quien se las cargue, seré yo el responsable y quien cargará con el muerto y tú te saldrás de rositas ¿no?

-   No podías decirlo más claro ni más exacto, tal vez más alto, eso sí, pero es lo que pretendo de ti. Pero en tu razonamiento has cometido algunos errores burdos, consecuencia de tu falta de experiencia, acabas de nacer como aquel dice y es normal que los cometas, te falta aún mundo. Mira, miedo, lo que se dice miedo a decir la verdad la verdad es que no tengo. Y sabes por qué, sencillo, porque ésta no existe, y deberías saberlo muy bien y si no es así ves aprendiéndolo. Todo es verdad y mentira a la vez, de forma simultánea. ¿Me comprendes? Claro que me entiendes, al fin y al cabo tú y yo somos la misma persona.

-   Espera, espera, no corras tanto y matiza un poco más, porque yo no estoy totalmente de acuerdo contigo. Dices que somos la misma persona y sin embargo tú estás ahí, al otro lado del papel, libre, identificado, con un nombre, con el folio, con mi historia, en tus manos, con mi cárcel ante ti. Y yo, en cambio, estoy aquí sin poder salir aunque quiera. Tú me tienes encerrado, has limitado mi existencia y puedes disponer sin ningún impedimento ni cortapisa de mí según se te antoje. Puedes poner en mis labios palabras que yo jamás diría y me tendré que callar. Incluso puedes matarme con toda impunidad, mejor dicho, puestos a puntualizar puntualicemos, puedes eliminarme cuando quieras. Y nadie te objetará nada: cometerás un crimen y éste quedará impune. Como verás tú yo no somos lo mismo, por mucho que lo pretendas, es imposible. Nuestras condiciones desde el inicio son completamente distintas. Todo para ti y nada para mí. Eres un egoísta. Y si algo sale mal,  pues nada, ni siquiera has de justificarte y decir lo siento, me eliminas y se acabó lo que se daba. Ya está.

-   No te precipites, espera, olvida tu fantasía, no hagas cábalas aún que es todavía pronto. Yo te he encerrado, tal como dices. Yo te he traído a un mundo, a mi mundo, hecho por mi especial, para que te muevas libremente en él. Tú estás aquí porque yo necesito tener un amigo de verdad, tengo varios, pero tú vas a ser el predilecto, el  singular, el especial. Tú y yo vamos a tener largas charlas, vas a ser mi compañía.

-   Eso sí: tu compañía, tu amigo predilecto, tu amigo fiel, tu perrito faldero que va a buscar la pelota cuando se la lanzas lejos, que levanta las patitas de delante y saluda. Así ya se puede. Lo que pretendes, lo que quieres es tener un amigo configurado por ti, un amigo al que puedas manipular según tu comodidad. Buscar un amigo que piense y diga en cada momento y situación lo que quieres que diga. No, Con esas condiciones yo no acepto. Sabes lo que te digo, que me largo.
-   ¡Quieto ahí! Tú no te vas a ninguna parte, qué te has creído.

-   ¿Acaso me lo vas a impedir tú?

-   Pues mira por dónde sí. Yo soy tu creador.

-   Ya salió con eso. Ya dudaba de que no lo fueras a decir. Pensaba que estabas tardando demasiado, pero no, es lo tuyo, ponerlo sobre la mesa. Ante los problemas, zás, las cosas bien claritas y el chocolate bien espeso, por si acaso.

-   Tú eres una marioneta, un muñeco en mis manos que yo muevo. Y si te he traído no es precisamente para que te vayas a bote pronto, sin que hayas dado el juego esperado. Lo quieras o no, tú te quedas.

-Así que no me dejas marchar. Me haces nacer. Y me restringes enseguida. Dices que eres, que somos tú y yo la misma persona. Y resulta que a la mínima se te ve el plumero, eres un tirano, y yo no lo soy. Confirmas lo que yo que decía: te has hecho un amigo para manejar y manipular, para que haga lo que tú no te atreves a hacer. Bonito creador.

-   Anda, cállate y no digas más tonterías. Si te escucho y te las consiento es porque eres tú.

-   No, ni hablar. Ahora me toca hablar a mí. Y ya que no me voy vas a tener que oír todo lo que tengo que decir te guste o no, asqueroso egoísta.

-   ¡He dicho que te calles! y te callas porque así lo quiero yo.

-   Eso, así me gusta ¡Déspota! Pero no, majo, ni hablar. Voy  a decirte todo lo que no quieres oír porque te da miedo, te aterra, como a todos los hombres, la verdad. Soy tu conciencia ¿no? Pues bien, mira por dónde, tu conciencia va a hablarte. Tú eres mi padre, me has traído a este mundo y vas a tener que cargar con las consecuencias de tu impremeditada osadía. Ya sé que estás deseando eliminarme, deshacerte de mí, romper el papel y empezar de nuevo, destruirme, así yo nunca habré existido. Todo habrá sido un sueño impertinente, fugaz, que se habrá ido como tantos otros a la papelera. Pero no, no puedes. Yo te detengo, yo sueño pesadilla, te impido hacerlo. Y sabes por qué. ¿No? Sí, lo sabes de sobras, porque como muy bien has dicho antes, somos un mismo ser. Soy una realidad impalpable en ti.  Y como tal te impido el hacerlo.  Fácilmente me has hecho nacer, casi de modo irreflexivo, mas destruirme te va a resultar bastante más costoso porque al irme yo te vendrías tu también conmigo, al menos una parte muy importante de ti. Y tú no quieres desaparecer así. Mátame ahora si es que puedes. ¡Venga, hombre, hazlo! Te dejo. ¡Rompe el papel!, venga, ¡rómpelo! ¿Qué pasa? ¿Qué fuerza extraña te impide el hacerlo? ¡Venga! estoy esperando tu decisión... No, no eres capaz, no lo haces porque eres demasiado egoísta, como todos los seres humanos. No te importaría eliminarme pero estás comprendiendo demasiado bien que si desaparezco yo también desapareces tú como autor. Y tú quieres vivir. En el fondo tu existencia es asquerosa, repugnante, llena de traiciones e inmundicias, como la de cualquier persona. Eres un hombre y eso no puedes, por más que quieras, evitarlo.

-   ¿Has hablado bastante, no?

-   Sí, he terminado por el momento.

-   Y  eso es todo lo que tenías que decirme, eso es lo que yo no quería oír. Pues te has equivocado de todas todas. No he encontrado en tu verborrea ninguna verdad inconfesable hasta ahora.

-   No, aún me quedan muchas cosas más para decirte, para echarte en cara, pero tenemos tiempo de sobras ¿no te parece?

-   ¿Entonces, me das permiso para poder exponer yo mi verdad?

-   Pues sí. Venga, hombre. Quiero oír lo que eres capaz de decir. Quiero conocer hasta dónde llega tu hipocresía. Y por favor: no me salgas por peteneras sentimentales que no me vas a enternecer.

-   Te voy a decir únicamente lo que pienso de todo esto. Eres un ser ficticio, una ilusión, una sombra de una imagen que yo he inventado. Y por lo tanto no voy a eliminarte. Sería una tontería destruir la obra antes de verla terminada, sin llegar a testar sus posibilidades cerrándote lo que puedes llegar a ser. No, no seas necio, puedes estar tranquilo. No tengo ganas de eliminarte. Eres lo que yo quiero que seas. Sí podría ser un tirano y ejercer mi poder sobre ti. Tú hablar por mi mano. Y es verdad que puedo hacerte decir lo que yo quiera. Pero como habrás podido observar hasta ahora, no lo he hecho en ningún momento. Te he dejado hablar libremente, sin impedimentos. Y has expresado tu ira contra mí porque no me admites. Quieres ser uno solo en ti mismo. No compartir tu esencia con nadie. Y eso está fuera de mis posibilidades. No es que no quiera, es,  sencillamente, que no puedo. Te tendrás que conformar con ser uno en mí y nada más. Yo te dejaré  obrar como lo desees, como te lo he venido permitiendo hasta ahora. Como puedes ver, no ejerzo ningún poder sobre ti. Te doy libertad, mi libertad. Claro que es limitada. Pero es que tu límite es mi límite. Estamos en  igualdad de condiciones. Bueno, en igualdad no. Yo estoy aun peor que tú porque mi vida es real, no está dentro de un papel como la tuya. Tú vives en un mundo acondicionado, en un mundo que yo te preparo a cada instante para que lo goces, para que lo disfrutes con plenitud. En cambio yo...

-   Espera, que ya entiendo lo que quieres decir. O sea: yo tengo una serie de ventajas que tú no tienes. No soy real, pero existo y esta condición misma me hace inmune a toda enfermedad, dolor físico, mental, etc. No puedo padecer porque no tengo cuerpo, y tampoco puede gozar de él. Soy todo espíritu. Una elevación máxima del hombre. Un más allá de éste. Estoy por encima de todos ellos. Pensándolo bien, también esta situación tiene sus inconvenientes: no es bueno estar ni demasiado alto ni demasiado bajo. No puedo actuar por encima. Todo mi dolor es espiritual. Realmente estoy por debajo de mi creador, Estamos en el mismo sitio que al principio: todo para él y nada para mí. Yo soy movido, no actuó con libre albedrio, pero mi creador también es movido a su vez. Yo estoy libre de esa película que es la vida. Cinta que fue filmada en un instante, fuera del espacio y del tiempo, y que ahora nada más está siendo proyectada en esas dos dimensiones que son el espacio y el tiempo y que no puede  detenerse. Yo estoy sometido a unas páginas, a la mente de quien me crea y esta mente está sometida a esa película exacta, intachable, que no puede ser manipulada y que inexorablemente tiene  un final trágico, un fin triste y doloroso que yo jamás tendré.

-   Empiezas a entrar en razón. Vas bien por este camino, sigue, sigue, que mis palabras no te detengan.

-   No, yo no sigo, eres tú quien sigue. Recuerda que eres tú quien escribe y quien pone las palabras y los pensamientos en mi boca. Yo nada digo porque no sé decir nada. No puedo hablar. Soy mudo porque no existo. Eres tú quien me hace existir por momentos y quien habla y dice las cosas. Me utilizas para esto y yo como esclavo fiel y sumiso, de tu mano, me amoldo a estas circunstancias y sigo mi camino, el que tú me trazas. El camino que tú pones en mis pies. Eres tú quien entra en razón, así que sigue, sigue y no te detengas.

-   Lo siento, pero he de detenerme. Me canso de escribir. Ahora, además, no tengo en mi cabeza nada para escribir. No se me ocurre nada nuevo. Hemos llegado a un camino sin salida, sin continuación. Está vallado y no se puede seguir. No termino, te doy vacaciones por unos días hasta que tengamos mayor claridad y entonces volveremos a encontrarnos para proseguir por otros senderos que no sean tan pesados. Creo que por ahora es bastante aburrido todo esto. Me dan ganas de romper lo escrito, pero te destruiría y me he propuesto no hacerlo. Nos hemos salido de la tónica general. Volvemos a lo escrito hace mucho tiempo y a esas directrices no quiero volver. Prefiero ir bajo la nueva forma. Me comprendes ¿verdad?

-   Sí, pero yo no digo nada. Ve diciendo lo que quieras. ¿Qué quieres plegar? bueno, pues pleguemos.

-   Pleguemos entonces.

- ¡Oye! espera, espera un momento. Dices que no quieres volver a escribir como lo hacías hace algún tiempo atrás. Y esto ¿por qué entonces?

- La razón es obvia. Hace tres años escribía más pesadamente, con largos párrafos, con muchas comas y casi sin puntos;  de lectura más difícil y farragosa. Me costaba incluso entenderme a mí mismo. Los temas que trataba eran más directos, más "filosóficos“ si tu quieres sin llegar a nada, y no había en ellos nada que pudiese asemejarse a la  literatura. Mis expresiones eran burdas y facilonas, carentes la mayoría de las veces de un sentido. Ciertamente que era más verdadero, más directo, sin remilgos ni circunvalaciones, más pensadas las cosas que ahora y sin embargo, creo que me gusta más este estilo de decir las mismas cosas valiéndome de pequeñas tramas, de pequeñas gestas, historias algo burlescas, algo absurdas que muchas veces no dicen nada porque no llego a explicar bien lo que quiero expresar y dar a entender con ellas.

- Sí, y dentro de su absurdidad tus temas, por lo general, la técnica que has marcado hasta ahora, son posibles y muchas veces incluso podrías hacerlos más amplios, entonces ¿por qué no lo son? Pierdes temas y recursos, posibilidades, los haces muy reducidos, en pocas páginas sintetizas, a modo de esquema, lo que podría ser sin lugar a dudas mucho más extenso, teniendo trama suficiente, en la mayoría de las ocasiones, para una novela completa.

- Mira. Es sencillo: no pretendo en ningún momento hacer novela, al menos por ahora. Cuando escribo vienen a mi mente infinidad de ideas vagas, como tú. Éstas fluctúan, fluyen vertiginosamente; y al escribir más lento que ellas, éstas escapan de mi recuerdo. Si llegara a hacer mis escritos más largos me convertiría en un escritor  monótono. Es muy difícil expresar lo que pensamos, en ocasiones no hay palabras suficientes en nuestra dicción para decir las cosas tal como son y tal como las pensamos. Están bien así: cortos, sencillos, sin grandes pretensiones ni florituras, sin aforismos de especia alguna. Y de este modo al menos yo les veo un pequeño encanto mientras los escribo, en su efímera brevedad,  que de otro modo no tendrían. Son como los pétalos de una flor acariciados entre los dedos de la mano. Sabes que enseguida, ajados marchitarán, pero mientras tienen su belleza.
Ya sabes que para escribir necesito momentos de inspiración y cuando estos llegan todo es posible. Incluso muchas veces el tema toma un cariz completamente distinto al pensado en un principio. Una vez iniciado el caminar por un camino has de seguirlo aunque no quieras, aunque te duela, aunque no sea el en principio elegido. Se van haciendo los relatos, mis pequeñas historias a medida que los escribo, a medida que quedan para siempre en un folio que deja de estar en blanco. Muchas veces sin hilazón alguna, tal como vienen a mi mente sin que yo pueda rebelarme, son ellas mismas quienes se relatan y se cuentan y yo me limito a transcribirlas sin más. Son así y así yo lo constato. En general  son monólogos conmigo mismo, al menos eso asemejan aunque en realidad están muy distantes de mi persona y de mi idea: es lo que menos me cuesta de escribir. Cierras los ojos y dejas que fluyan como  si fuera un gas que intenta abarcarlo todo y no puede, que pretende expandirse en espacio limitado. Me hubiese gustado muchas veces escribir historias con personajes, con diálogos, con grandes sucesos. Con  acontecimientos importantes, pero  mira, lo siento, salen así: nada más  monólogos y narraciones con un solo personaje que lo inunda y lo ensucia todo.

-  No obstante,  ahora, esta vez, estás haciendo un diálogo. Somos tú y yo, es decir, somos dos.

-  ¿Estás seguro? Me has repetido varias veces antes que yo hablaba por ti, que es mi mano quien escribe, que las ideas son todas  mías, no tuyas, ¿es un diálogo? No, es un monólogo, entre yo y yo.

-  Egoísta, acaparador. A veces te haces odioso.

- No. No existe ningún egoísmo por mi parte. La realidad es ésta: estamos entre los dos haciendo nada más un monólogo. Tú eres un artificio que he creado y que aquí utilizo como personaje. Pero hablo yo en ti, es mi mente la que piensa y la que recita tus palabras. En ningún momento se puede considerar como un diálogo a dos. Fíjate que incluso el tema es una mera copia: tú eres un reflejo de Augusto Pérez, con una sola excepción: que tú eres más pretencioso que él. Tú no te has conformado con hablar conmigo únicamente al final, cuando la vida se acaba. Tú has querido y has exigido, estás siempre presente a mi lado, para vigilarme, para evitar que llegue mi decisión suprema.

-Eres tú quien lo dice, no yo.
Oye, otra pregunta: por qué tus personajes son siempre seres que están chiflados, todos mis hermanos están locos de atar. Tus situaciones además de absurdas, son raras, incoherentes, faltas de realidad. Parecen más sueños que realidades. Siempre se mueven en una atmosfera extraña, ficticia, diáfana, caótica, incomprensible.

-   Siempre me ha gustado hacerlo así. Mis protagonistas están un poco idos. Eso me gusta. También yo estoy un poco loco. Así me resulta más sencillo hacerlo. Intento, en todo momento, reflejar el carácter y la vivencia del personaje, en este tipo de situaciones. En ocasiones no lo consigo, pero te aseguro de que siempre lo intento. Coincidirás conmigo que este mundo, en esta vida que nos ha tocado vivir, todos estamos un poco locos, nadie estás totalmente cuerdo, al menos se tiene el suficiente grado de locura y de inconsciencia como para salir cada día a la calle y enfrentarse con lo cotidiano, con el día a día de la vida que nos toca vivir. Es por eso que escribo bajo la influencia de la "locura", para  dar de este modo  mayor realidad al suceso. Todo cuanto acontece en el mundo está bajo este maleficio: el mundo está loco y con él todos sus habitantes. La locura se impone y nos domina. Me gusta escribir cosas insólitas, sacadas de la vida cotidiana. Pero en vez de escribirlas tal como en realidad son yo les doy un pequeño giro y las escribo, las veo, en lo que yo llamo:"bajo la luz de sodio". Es la luz de sodio, Es bajo la luz de sodio donde se ven las cosas vagas y ambiguas, tal como son. Con ella todo es penumbra y en esta atmosfera poco iluminada todo se confunde y se arregla, sólo hay las sombras del recuerdo para reflejar. Sombras que viven en un sueño permanente en la imaginación. Sueño porque la vida es un sueño real, por desgracia. Los acontecimientos suceden porque se mueven y se desarrollan en la absurda luz de sodio. Es el punto intermedio entre la verdad y lo falso, entre la vida y la muerte, entre lo vivido y lo soñado. Es donde todo sucede y nosotros lo olvidamos para recordarlo después y creer que ha sucedido ahora realmente, cuando en verdad no es más que un simple reflejo en luz de sodio del pasado absurdo del mundo.
Siempre nos queda por saber si esto ha sucedido o no, si ha sido cierto o no, porque todo es posible, al menos sobre el papel. El papel se convierte en un espejo que desfigura la realidad para que ésta no sea tan cruel, tan horrible, tan provocadoramente real, ya que la verdad asusta, da miedo y, sin embargo, bajo esta penumbra de sodio es más sencillo, más fácil, afrontarla cara a cara.

-   Bueno, y a mí por qué coño me explicas ahora todo esto. Tú hablas y piensas las cosas, entonces, ¿por qué has querido escribir este rollazo aquí si no viene al caso? Deja, voy a contestar yo por ti: soy yo quien ahora quiere, quien va a usurpar tu persona, tu voz y tu mano para poner yo aquí lo que sé que  ibas a decir.
Lo he hecho -ibas a responderme- porque necesitaba hacerlo. No es para aclarar mi posicionamiento  a nadie, sólo quiero encontrar una explicación consecuente para conmigo mismo. Intento encontrar un motivo válido para escribir, un principio que me justifique. Intento aclarar un poco mi mente, sólo por eso lo he hecho, por nada más. ¿Es  esto lo que ibas a contestar, no? Calla, voy a seguir yo por ti, no contestes, no digas absolutamente nada. Sí, has acertado, porque lo he escrito yo y no tú. Ya sabía que ibas a decir esto, pero por  eso  te he dejado contestar, para darte la oportunidad de que te impusieras nuevamente sobre mí, pero yo mismo te he quitado esa posibilidad, te la he negado diciendo yo las cosas por ti, no dejándote hablar, siendo yo quien dice las cosas que realmente piensas. Hemos jugado un poco a intentar cambiar nuestras personalidades: yo soy tú y tú eres yo.
-    Pues ahora nos vamos a dejar de juegos y vamos a volver cada uno a nuestro lugar.

-  Sabes, estoy pensando en algo divertido. Podríamos hacerlo entre los dos, yo te ayudaría un poco. No me irás a negar este pequeño capricho. Lo haremos ¿verdad? Venga, dime que sí, que lo vamos a hacer ¿eh? De acuerdo, sí, va, vamos a hacerlo. No nos costará mucho y si sale mal, pues lo rompemos y ya está, como si no lo hubiésemos hecho nunca. Como cuando escribes algo que realmente no te satisface, se rompe y a la papelera.

-   Y de qué se trata. Primero me lo explicas y después ya veremos.

-   Hombre, así no tiene gracia, te vas a oponer.

-   Si no sé de qué se trata el juego, claro que me opongo. Antes me tienes que decir lo que quieres que hagamos y después ya se verá,

 -   Es que verás...pensaba yo que... como te gusta escribir podríamos hacer entre los dos una historia de esas que tú escribes.

-   Así, por las buenas ¿no? Decimos que vamos a hacerla y  ¡hala!: hecha, como si cayese desde arriba ya completa, acabada.

-   Pues hombre, me ha pasado una idea por la cabeza y podríamos desarrollarla juntos. Más o menos ya la tengo esbozada: es muy corta y sencilla.

-   Venga, explícamela un poco y después si es posible la pasaremos al papel.

-   De acuerdo, pero voy a ser yo quien la explique y hable y tú te limitarás a escribir lo que yo diga y nada más. Y si no estás conforme lo dejamos y ya está.

-   En fin, si tú lo quieres así, de acuerdo. Como soy yo quien te ha inventado a ti, también soy yo quien inventa la narración. No tengo nada que objetarte.

- Mira, si empiezas así, ni hablar, no hay historia; se acabó, olvídalo y ya está. Egoísta, acaparador.

-   No, si yo no decía nada. Hablaba conmigo mismo; estaba pensando en voz alta, nada más. Lo hago muchas veces, incluso ahora al escribir todo esto, Bueno, empezamos el cuento ¿de acuerdo?

-   Pues verás, he pensado que nuestro protagonista va a ser un chico joven, de unos veinte años de edad, alto, jovial, bien parecido, con barba, moreno, hijo de un magnate de la industria catalana. Le gusta la música. Los grupos modernos ingleses y americanos, habla constantemente de Dylan y de la Baez. También le gustan las chicas, en fin, como a muchos. Lleva el pelo muy largo. Estudia filosofía y letras. Segundo o tercer curso, y quiere hacer luego sociología. Tiene un flamante coche deportivo, un Porche 911 S  algo por el estilo, con el que suele ligar mucho. Y además se dice comunista, cuando no hippy, revolucionario. Ha leído a Marx, a Lenin, y el Libro Rojo de Mao. Al menos así lo manifiesta, y siempre farda de haber leído el Manifiesto Comunista. Pero lo cierto es que una vez empezó con el Nuevo Testamento y no lo acabó porque aquella doctrina le pareció mala, demasiado avanzada y comunista, repugnante, utópica. Y a Mao, Marx y a Lenin sólo los conoce de nombre,  en verdad no los ha leído nunca, quizás alguna vez intentó comenzarlos, pero no los entendía, le producían horribles dolores de cabeza. Demasiadas páginas como para perder en tiempo. En fin, lo que es hablar habla mucho de todo, nunca para. Una vez incluso fumó marihuana y todo, pero pasó muy mal rato. No sabe nada, pero habla y parece que quisiera comerse al mundo. Quiere cambiar a la sociedad porque dice que está corrompida. Habla de la burguesía y siempre se refiere a ellos con la expresión de "cerdos burgueses", "capitalistas asquerosos" "colaboradores del Dictador" y cosas así. Todo esto le da asco, le repugna pero cuando necesita algo siempre acude a papá y mamá. Siempre vestido a la última moda. Compra muchos discos y libros que ni lee ni escucha nunca, pero los compra, lo importante es tenerlos, por si acaso, porque son imprescindibles y hay que tenerlos. Es el prototipo inconformista sumergido, bañado, siervo, amante ocioso, de la sociedad de consumo. A todas horas repite que no se entiende con sus padres, que quiere ser libre, que estos están "camp“, pasados de moda, que no le entienden, que pertenecen a otro mundo, distinto al suyo, falso, hipócrita, deshumanizado. Quiere destruir a la burguesía porque explotan a los pobres trabajadores proletarios. Qué malos son ¿verdad? Entiendes qué tipo es el que yo quiero decir ¿no?

-    Sí, resumiendo, que se trata de un niñito "progre".

-   Sí, eso, un niño pijo  progre, muy progre, demasiado progre que se divierte jugando a ser niño progre. Como ya hemos dicho antes, estudia filosofía y letras en la universidad, Y tiene problemas existencialistas. Ha leído a Sartre, Camus, Marcuse, Proust, algo de Beckett y a otra mucha gente por obligación y que si bien le han inquietado le han causado mucho mal. Se había convertido en un chico un poco raro, poco alegre, pensativo y taciturno: daba la sensación de que era un intelectual, un filósofo, un pensador, un sabio. Aunque lo cierto es....en fin, ya se sabe. No tiene la inteligencia suficiente. Lleva varios años con el mismo curso y no consigue pasar de ahí.
-   Continúo yo. Quería conocerse a sí mismo, quería saber cómo era. Si existía o no; por qué existía; por qué existimos todos; y para qué estamos aquí. Qué es la existencia, qué es la esencia, el mundo, la vida, el alma. Deseaba de verdad introducirse dentro de el mismo, dentro de su mente y conocerse a fondo, poderse dominar, poder controlar sus emociones, sus reacciones. lncluso practicaba yoga para poder lograrlo. Había leído no sé dónde algo sobre todo eso. Él siempre intentaba lo mismo, introducirse dentro de sí mismo. Quería hallar la forma de hacerlo posible. Si conseguía entrar dentro de sí, dentro de su mente podría fácilmente conocerse a fondo y entonces, a partir de ahí, podría dominarse perfectamente.
Siempre pensaba lo mismo: yo soy yo y mis circunstancias y éstas me condicionan, si yo consigo dominarlas podré influir y condicionar mi voluntad, mi yo. Y controlando a ambos, mi yo y mi no yo en yo seré feliz, sabré quién soy y para que estoy y soy. He de conocer más mis circunstancias y dominarlas, doblegarlas a mi voluntad, conocerme a mí mismo, conocer a mi ego y a mi superego y esto sólo será posible si consigo introducirme dentro de mí mismo, dentro de mi persona.

-   Ahora me toca continuar a mí. Todos los días los pasaba pensando en lo mismo, mas no lograba avanzar, no pasaba de ahí. Sin embargo un día sucedió lo inevitable y glorioso para él, Lo consiguió. Descubrió que sí era posible introducirse dentro de sí mismo. Poseía en su cuerpo un agujero lo suficientemente grande como para introducirse por él y llegar hasta su cerebro.
Le costó mucho esfuerzo pero al fin lo lograría, llegaría a ser feliz, podría controlarse y conocerse y no pensaba desaprovechar la ocasión que se le brindaba. Introdujo sus pies por su boca sumamente dilatada y empezó a avanzar para llegar a su mente, para introducirse completamente dentro de sí. Y lo logró. Sólo hubo un inconveniente; al efectuar su intento sus vísceras y todo cuanto había debajo de su piel salió fuera, cayó al suelo una parte y la otra quedó esparcida, pegada en la pared que quedó manchada de sangre y vísceras. Le había ocurrido lo insalvable, lo imprevisible, lo mismo que a tantos otros que lo habían intentado. Al querer introducirse dentro de sí mismo, y al lograrlo, él mismo se había dado la vuelta, como quien gira y pone del revés, con el forro hacia fuera, como pasa con un guante. Y esto es todo.

-     En fin, aquí está y aquí se queda, tal como está.

-  Oye, este personaje tiene algo de ti ¿verdad? En el fondo, sin las apariencias externas, eres tú.

-   Todos mis personajes tienen algo de mí, algo que nos   identifica, que nos hace comunes, hasta tú   los tienes. Y cuando no es personal sí tienes la referencia de alguien de tu entorno. Pero prefiero no seguir hablando de esto. Sabes, estoy pensando en algo que te va a gustar. Te acuerdas de esas vacaciones que te había prometido hace rato. Pues te las voy a dar. No te elimino, te dejo seguir viviendo libre para que conozcas más cosas, para que descubras hechos interesantes y así algún día poder explicarlos y escribirlos mano a mano  en otras páginas muy semejantes a éstas. Sólo te voy a decir algo más que deseas saber. Este personaje es como yo era, como todos somos cuando despertamos de la inocencia. Ahora comprenderás muchas cosas que habían quedado oscuras. De momento nada más, simplemente adiós.


-   Adiós. Hasta la próxima oportunidad de hablar aquí y gracias por habérmela concedido. Y en especial por permitirme seguir viviendo y conservando mi vida, porque conociéndote... Así que como había dicho antes, y no quiero entretenerte más, adiós.