Marisol es una niña pequeña, de unos diez años de
edad, rubita ella, con el pelo largo y lacio, sedoso, que le cae suavemente por
los hombros. Es más bien una niña alta para su edad y delgada, nerviosilla,
inquieta, distraída, incapaz de estarse sentada demasiado tiempo seguido en un
mismo sitio. Le gusta mucho jugar, y no es que se divierta con sus muñecas:
tiene muchas y no les hace apenas caso; prefiere, ella, correr con la
bicicleta, hacer carreras con sus hermanos y amigos, y participar en mil y una diabluras
todos los días. Además es una niña muy bromista y dicharachera. Todas estas
cosas la convierten en una chica más o menos normal y corriente. Tiene una
carita alegre y simpática, ella como persona también lo es, algo redondilla con
un gracioso mentón por barbilla y unos preciosos ojos exageradamente grandes y
azules, que hablan por sí mismos, tapados muchas Veces por esas enormes
cortinas que son sus inmensas y largas pestañas, con una boquita pequeña y
juguetona, como ella, y unos dientecillos muy blancos y algo grandes que asoman
entre sus labios cada vez que ella sonríe asemejando un conejillo viejo y
sabio.
Marisol es una niña vivaracha y traviesa que sin
saber cómo lo hace saca todos los años muy buenas notas en la escuela.
Seguramente se debe a que es muy inteligente. Esto le permite divertirse mucho
todos los veranos sin tener que estudiar ni dedicar hora alguna al repaso de
las materias cursadas a lo largo del año. Mas este ahora las cosas son
distintas: Marisol siempre anda cabizbaja, pensante, entretenida y absorta en
lo suyo, ya no juega como antes solía hacerlo, su cara ya no refleja la ilusión
infantil de antes, hay algo que la ha transformado hasta tal punto que parece
irreconocible incluso para los suyos: es una niña completamente distinta. Su
familia, sus papás sobre todo, están asombrados con este cambio, les ha cogido
de sorpresa. No pueden comprender cómo la muerte de la abuelita de Marisol ha podido influir tanto en la niña si tenemos
en cuenta que es pequeña y además está educada desde la más temprana edad con muy buenos principios. Sin embargo, desde
que murió la abuelita y la incineraron Marisol no ha vuelto a levantar cabeza.
Ella sabe de sobras que lo mejor que podía sucederle a la mamá de papá era morirse porque llevaba
ya demasiado tiempo enferma postrada en la cama, padeciendo mucho y ahora,
después de muerta, ya no iba a sufrir más y todos, especialmente la abuelita,
descansarían al fin. Marisol había aceptado este hecho como algo natural y
lógico, incluso pensaba que la abuela, con todo, ya era algo viejita y tenía ya
suficiente edad como para morirse. Sería equivocado creer que el problema de la
niña radica aquí esencialmente.
No, no es éste el caso. Ella estaba muy preocupada y
la causa era la muerte de la abuelita, eso desde luego, pero no expresamente
que fuese su abuelita, sino el de la muerte en sí, el hecho de tener que
morirse, lo que en su cabeza daba vueltas desde hacía días era el problema que
se planteaba con la incineración.
Un día Marisol ya no pudo aguantar más sus dudas y
sus pesares y toda decidida fue a buscar a su papá a su despacho para hacerle
algunas preguntas que quizás podrían resolverle fácilmente su problema. Entró
en el despacho sin llamar a la puerta y
sin aguardar a que le dieran permiso para pasar, siempre lo había hecho
así y esta vez no tenía por qué cambiar de costumbre, además, papá ya estaba
habituado a esta forma de proceder, aunque no le agradaba, y ya no la reñía por
ello. " Papá ",dijo sin más al entrar allí. "Pasa, hija, pasa
", le contestó su papá sin levantar apenas la vista de los papeles que
tenía sobre la mesa. La niña pasó y se sentó en una silla al otro lado de la
mesa, enfrente de su papá sin decir nada
y aguardó, como era su costumbre, a que papá se dignase hacerle un poco de caso.
Volvía a estar inquieta y no paraba de moverse a pesar de estar sentada,
intentaba no hacer ruido para no molestar. Era consciente de que ella allí era
una intrusa que venía a perturbar el trabajo de papá, porque él, pese a que
ahora estaban todos de vacaciones, no descansaba nunca. Pasaba el tiempo y
Marisol no pudo aguantar más aquella especie de silencio no pactado, aquella
actitud de no hacerle caso de su papá y al fin estalló diciendo: "Papá, ¿cuando yo me muera también me quemarán
como a la abuelita?“ La pregunta
sorprendió a su padre, mas la contestó
inmediatamente sin levantar la vista de sus asuntos: "Sí, hija mía,
también te incinerarán como a todos nosotros "."Pues sabes, papá, yo
no quiero que me incinereren, bueno...como se diga eso". Papá dejó lo que
estaba haciendo para dedicarse por completo a la niña. Estas preguntas eran
raras en ella. Jamás las hacía. Hasta el momento era una niña feliz con sus
estudios, sus obligaciones, con sus ratos de juegos sin cuestionarse aún las
grandes preguntas de la vida. "Vamos a ver, y ¿por qué quiere mi hija que
no la incineren?" "Verás,
papá, si es muy sencillo. La abuelita y tía Matilde siempre han dicho que
cuando uno se muere va su alma al cielo y que llegará un día en el que los
muertos resucitaremos, las almas volverán a sus cuerpos y será el Juicio Final
y todos, entonces, iremos al Paraíso. Y como comprenderás, si me queman al
morir, cuando vuelva no tendré cuerpo, seré toda ceniza y no podré ir con todos
y tendré que quedarme aquí para siempre, ¿ lo entiendes ahora?" "Pero hija, ¿de dónde has sacado tú
todas esas cosas? Si todo eso es
mentira" “ No, que la tía Matilde siempre lo dice". "No hagas
caso a la tía, es una vieja solterona y está cargada de manías. Ahora nos
incineran a todos porque como somos tantos no podrían enterrar a todos además
que es mucho más higiénico, así que hace mucho tiempo ya que se decidió adoptar
esta medida más sencilla, fácil e higiénica: quemar a los muertos, de este ocupan menos lugar"."Pues sabes lo
que te digo, que yo quiero que me enterréis bajo tierra". "Pero
Marisol si tú no te vas a morir aún, que sólo eras una niña con demasiado
tiempo a disfrutar por delante". "Sí que me voy a morir porque rezo
mucho para morirme muy joven. Quiero morirme siendo joven y bonita".
"Y, ¿eso por qué?". "Pues mira, papá, es bien sencillo: si ha de
llegar el día en que todas las almas volverán a sus cuerpos, yo, entonces, si muero vieja como la abuelita seré muy fea
y estaré muy pachucha y sin ganas de hacer nada, sólo ir de la cama a la butaca
renqueante y con un bastón y poco más y no quiero, prefiero morirme muy joven
para que cuando resucite mi cuerpo sea fuerte y bonito y entonces todos me
mirarán cuando yo pase al lado de ellos". "Mira, hija, tienes que
olvidar toda esa sarta de tonterías que no sé quién te ha metido en la cabeza y
no hacerle más caso a lo que tía Matilde diga. Yo tenía una tía, la tía Pilar,
que murió mucho antes de que tú nacieses, que siempre decía que cuando nos
morimos y nos entierran nos pudrimos enseguida y nos comen los gusanos y dejan
nuestros huesos bien blancos y bien limpios, sin nada de carne. Y yo sigo
diciéndote que estos gusanitos son después comidos por otros más grandes y
estos por otros más grandes y estos por otros más grandes comidos a su vez por
otros animales que los hombres matamos para comérnoslos. Y entonces resulta que
nosotros nos comemos el cuerpo de los muertos. ¿Tú quieres ser comida por los
gusanos y que después te coman los hombres?." "¡No!¡Aggg! ¡ qué
asco!, no, papá, no quiero que me coman
ni que me entierren. Claro que entonces
¿qué pasará cuando yo resucite si no encuentro mi cuerpo?".
"Pues nada, Marisol, serás
incinerada y tus hijos y tus nietos guardaran tus cenizas". "Y cuando
resucite ¿resucitarán también mis cenizas y se convertirán en mi cuerpo otra
vez?" "No lo sé, hija, supongo
que todo eso que dice tía Matilde puede
ser muy bien mentira. Los cuerpos de los muertos no resucitan. Lo que
sobrevive, según dicen, son las almas .No le des más vueltas al asunto y juega
y diviértete que ya tendrás tiempo de pensar en todo esto cuando seas más
mayor ¿de acuerdo?". "De
acuerdo papá".
Marisol salió del despacho no demasiado convencida
con las explicaciones que papá le había dado. El problema seguía existiendo. A
la hora de comer casi no probó nada, aquello debía tener forzosamente una
explicación más correcta. A la noche hablaría de todo ello con mamá. Tal vez
ella sería capaz de encontrar la solución. Aquella tarde se decidió a hacer
caso de las palabras de papá y volvió a
divertirse mucho con su bicicleta: ganaba a todos porque era la mejor, la más
rápida. No pensó más en el problema de su muerte. Por la noche, a la hora de la
cena, tenía mucha hambre y comió todo lo que le pusieron en el plato. Después
se acostó como siempre solía hacerlo, habiendo tornado largo rato la fresca para dar tiempo a que la
digestión estuviera hecha como papá
decía siempre.
A la mañana siguiente, con el sol del nuevo día ya muy alto la niña se levantó como
siempre, sintió hambre y desayunó muy
bien. La idea de la muerte había desaparecido de su mente. Volvía a ser la
Marisol traviesa, vivaracha y juguetona de siempre. La Marisol alta y delgada,
nerviosilla e inquieta, distraída, incapaz de estar demasiado tiempo seguido
quieta en un mismo sitio.
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