ANDRÉS MARCO

lunes, 30 de julio de 2012

DANA










A Paco Martín y a Josefina que siempre han creído en mí







"El marxismo ha de asumir el riesgo de definir
 La libertad de tal modo que se haga consciente
y se perciba como algo que en ningún lugar
                                                                                  subsiste aún ni ha subsistido"
                                                                                             (H. Marcuse: "El final de la Utopía") .
"Vivir consiste en construir futuros recuerdos".
(Ernesto Sábato: "El Túnel") '

"En la fantasía está el deseo de la obra,
que es también la de producir un mundo mejor".
(T.W. Adorno: "Teoría estética")




1





!Barcelona!  Sí, Barcelona, siempre Barcelona, la eterna Barcelona a orillas del Mediterráneo. La Barcelona que todos llevamos dentro, la Barcelona que todos amamos, la Barcelona que a todos nos seduce.  Una de las más antiguas poblaciones a orillas del Mare Nostrum, bañada por sus aguas, acariciada mansamente, con cariño paternal por nuestro mar, nuestra olvidada vocación, nuestra posibilidad siempre de huir, de marcharnos, de abrirnos caminos nuevos, de expansionarnos hacia afuera, de enviar embajadas al resto del orbe que hablen de la grandeza, de la majestuosidad de Barcelona, aunque hoy vivamos de espaldas a ti, no teniéndote en cuenta para nada, olvidándote, relegándote como si de un viejo jubilado que ya estorba en casa se tratase, viejo mar, mar inmenso, nuestro  mar de siempre, nuestra eterna referencia, olvidado, sí, cada vez más, abotargados desde hace años en un falso esplendor hacia dentro, sumidos en la resaca,  en el encantamiento absurdo, de la macro urbe que se  contempla cada vez más a sí misma en ese espejo imaginario que los propios barceloneses le hemos hecho creer existente, ensimismada, narcisista, en su crecimiento hacia el aire, hacia el cielo abierto, a falta  de posibilidades de hacerlo en otra dirección. A Barcelona hace tiempo que su espacio se le quedó pequeño. Está constreñida, encorsetada, aprisionada. Únicamente nos queda, como escapatoria posible, el mar, unas aguas sucias y contaminadas que nunca nadie logrará limpiar del todo.
La capital se extiende en el llamado Llano de Barcelona, cuya altitud sobre el nivel del mar,  nuevamente nuestro mar que no nos abandona jamás, es de cuatro metros, con orientación meridional. Está limitada en su parte septentrional por las montañas  de la Sierra de Collcerola, cuya cota dominante es el Tibidabo, ciclópeo Tibidabo, atalaya que nos preside y nos bendice, padre majestuoso siempre ahí, quieto, parado en el mismo lugar, observándonos, complaciente, ilusionado, punto de referencia para todos los que habitamos esta magnífica ciudad llamada Barcelona. Por el Oeste se prolonga hasta lindar con el extenso y rico Llano del Llobregat, castiza huerta y vergel que  durante demasiado tiempo bastó para nutrir a Barcelona, y con el cauce de este río inmundo y pestilente, cloaca y vertedero hoy de las ingentes y anacrónicas industrias levantadas en un crecimiento loco a sus orillas. Al Suroeste está Montjuic y el mar, mientras que el río Besós, orientado de Norte a Sur constituye su delimitación natural por el Este, aunque de hecho la población se prolonga por este flanco hasta enlazarse fraternalmente con Badalona, Santa Coloma y San Adrián. Coartada, reducida por todas partes, Barcelona no puede desarrollarse  más, imposibilitada por su propio crecimiento anárquico. Su área supone un rectángulo de unos 15 km. desde  el río Llobregat hasta el Besós, por unos 4 a 5 km. desde la Sierra de Collcerola hasta la arena del mar.  Una ciudad pequeña en cuanto a su territorio propio, ubicada en un lugar antiguamente paradisiaco, hoy densamente poblada, agarrotada, aprisionada por esas cortapisas artificiales que le imponen unos bloques de pisos monótonos, por esas calles atiborradas de vehículos, desdibujada per la contaminación cuando la  contemplas desde ese punto de mira natural, magnifico vigía, único para la observación que es el Tibidabo.
 Hoy hablar de la ciudad es referirse igualmente a L’Hospitalet, Cornellà, L’Esplugues, Sant Just, Badalona, Sant Adrià, Santa Coloma, núcleos dormitorio, nichos, colmenas humanas que acogen y hacinan a unas masas de emigrantes que hacen de Barcelona una capital luminosa y boyante, atrayente, aventajada, auténticamente cosmopolita y europea. Barcelona, nuestra Barcelona, a veces vilipendiada pero siempre Barcelona.
Sus orígenes se remontan a la época de la dominación romana, aún cuando seguramente habría que buscar entre algunos de los poblados asentados en las cimas del Collcerola -siempre el Tibidabo como referencia- que se conocían ya en la época íbera. Los historiadores admiten como sus primeros pobladores a los íberos y a los celtas, después fueron los fenicios y los griegos del Asia Menor. En el siglo III a. de J.C., posiblemente en el año 239, los cartagineses ensancharon la ciudad dándole el nombre de Barcino, casi segura derivación del nombre de la familia soberana de  Cartago, a la que pertenecía el general Amílcar Barca, hombre cuyas gestas son sobradamente conocidas por todos. Cuando los romanos pusieron pie en la región debió asentarse la población aborigen en el llamado Mons Taber (área ocupada hoy por el Barrio Gótico), núcleo que hacia el siglo I a. de J.C. fue convertido en colonia romana, posiblemente por Augusto, quien le dio el nombre de Colonia Faventia Julia Augusta Paterna  Barcino. En el año 201 a. de J.C. su puerto alcanza ya notable importancia, que aún hoy conserva, siendo uno de los más relevantes del Mediterráneo por su densidad de tráfico. En el año 431 se convierte en capital visigoda. En el siglo VIII cae en poder de los moros, siendo reconquistada por Ludovico Pio en el año 80l, quien creó el Condado de Barcelona, integrado en la Marca Hispánica, independiente desde el año 874  con Wifredo el Velloso. En el siglo XII, por el matrimonio del Conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV y la princesa, niña aún, Peronela de Aragón, Barcelona obtiene  la capitalidad de la Corona, logrando enriquecerse gracias al importante comercio mediterráneo de gran actividad alcanzado a partir de la expansión de la Corona de Aragón por el Mare Nostrum. Abre su  Universidad al iniciarse el siglo XVI. Y esta civilización  que hace más de treinta siglos brotó a orillas de nuestro mar, ilustre entre todos los mares del mundo, cuna de la civilización y del progreso, es la que todavía hoy rige, tras varios milenios, a la parte más culta de la humanidad.
Barcelona posee actualmente una intensa vida mercantil, industrial y cultural, conservando sus tradiciones, cuyo principal exponente es su lengua propia, su historia, su cultura universalista y el tremendo sentido artístico. El carácter de Barcelona es el de una capital moderna y cosmopolita, con auténtica vocación de gran urbe por encima del resto de España, destacando por derecho propio, ganado a pulso por las sucesivas generaciones que la han habitado, primera en el desarrollo y aceptación de la novedad, aquí nunca nadie se siente extraño, en esta querida y embaucadora Torre de Babel, lugar de encuentros y certámenes, ciudad de Ferias y Congresos, pionera del saber, ciudad que se resiste a perder sus recuerdos ancestrales, sabedora de que si lo hiciera moriría y nunca más sería Barcelona, con su idiosincrasia, con sus tradiciones, con su manera de ver, tan barcelonina, tan suya, renovándose, perfeccionándose un poco más cada día que pasa, Barcelona, nuestra Barcelona, Barcelona, sí, Barcelona, siempre Barcelona. 
                                          
 2





La verdad es que no sé por dónde empezar. Si hacemos caso del diccionario veremos que empezar significa iniciar una cosa, dar comienzo a algo. Se trata de abrir una vía para introducirnos en el texto de esta novela que se va a debatir entre el ser y el no ser literario, inseguro, titubeante, como corresponde al desarrollo posterior de una idea que aún no está nada clara. Si comienzo por el final para ir retrocediendo poco a poco, lentamente, saboreando el hilo de la narración para recomponer el ovillo, hasta llegar al principio de esta historia, incurriré en el grave e imperdonable error de adelantar hechos que únicamente deben ser narrados en el momento oportuno.
Aunque pensándolo bien tampoco resultaría tan mal. Apenas hay sucesos importantes en cuanto he de contar, acontecimientos que tengan relevancia suficiente como para dedicarles más allá de una línea. Personalmente, y bajo mi único punto de mira, dado que no hay otro posible, nada es más destacable que el resto; en sí todo es monótono y aburrido, anodino, tedioso. No veo qué importancia pueda tener el que yo ahora me encuentre de vacaciones en mi pueblo, o bien esté trabajando, impartiendo mis soporíferas clases en la escuela, o pase la tarde con Dana en un cine cualquiera viendo alguna película de Fellini, por citar a alguien.
 Tal vez sea mejor remontarme al principio,  que en sí, repito, no tiene nada de particular y a partir de ahí vaya narrando las cosas una por una, tal como se suceden, separándolas, desgranándolas para poder observarlas con detenimiento, analizarlas,  radiografiarlas si es oportuno, pese a que para mí seguirán siendo lo que ya son: o sea, parte de mi vida particular; o  sea, mi vida; o sea, nada; o sea, la absurda nada; sin nada significativo; sin nada subrayable; sin nada, o sea, yo y mi circunstancia; o sea,  yo, todos los demás y sus respectivas circunstancias o sea, la vida sin nada más que añadir; o sea, la vida misma sin más Oseas.
Tampoco voy a iniciar mi relato por el principio. No tengo la más mínima intención de aburrir a nadie llenando páginas y mas páginas en blanco remontándome a mi origen cierto allá por los comienzos de la década de los años cincuenta, precisamente en el  mismo comienzo de la década que es cuando vi la  luz  de este mundo por primera vez de la forma más natural y humana que pueda acontecer. En este hecho no hay nada de reseñable a no ser que diga que se trataba de  una noche muy fría y que el médico, cuya obligación  era asistir a mi madre en el parto inminente, prefirió quedarse en su casa, en la cama, al abrigo del calor del cuerpo de su mujer, a darme unas palmaditas en el trasero, a modo de recibimiento y saludo, para que yo berreara demostrando al mundo que nacía sano y fuerte, dado el tesón que puse en mi primer plañir. En todo  este suceso no hay nada de extraño: en aquella época  los críos del pueblo nacíamos en casa, asistidas nuestras madres por alguna vecina de mayor edad, mas experta en estas lides que el propio médico.
Como decía, nací en un pueblo, casi sin nombre, uno más de tantos que llenan el mapa de carreteras de la guía Michelin. Según dicen fue al amanecer, la noche fue muy rigurosa y parece ser que aquel frío gélido que acompañó mi arribada se adueñó un poco de mi persona. Al menos ésa es la opinión de algunos allegados que me conocen y saben de este suceso tan importante -tampoco tanto, todos los días nacen y mueren muchas personas en el mundo, y a pesar de esto, sigue siendo el mismo mundo- para mí, e insignificante y nimio para casi todo el resto de los mortales que nacen hasta  el momento de dejar de serlo para siempre y pasar al recuerdo de una inexpresiva lápida en cualquier olvidado cementerio. Y no hay nada más a destacar en  cuanto a mi incorporación a esta gilipollez llamada  vida, mundo, sociedad, civilización, humanidad, etc., etc. Palabras hueras que únicamente tienen el significado que nosotros mismos queramos darles. Todas las palabras tienen el significado que nosotros queramos darles. Únicamente consiste en que todos nos pongamos de acuerdo y aceptemos, por unanimidad el mismo significado para un mismo concepto u objeto. Las palabras en sí mismas no representan absolutamente nada, no dicen nada. Somos nosotros quienes las dotamos de un  contenido y de una significación concreta y no otra, las utilizamos como vehículos de expresión, las convertimos en medios que empleamos para poder comunicarnos con nuestros semejantes. 
Tal vez habría resultado mucho más lindo, romántico y hasta pintoresco, situar mi nacimiento en  una casa importante, yo vástago mayor, primogénito deseado de una familia noble venida a memos, pero que  aún conserva cierta grandeza y dignidad en el pueblo, un origen de alta cuna -a propósito, la mía también lo era, toda ella metálica y con barrotes pintados de  azul claro, aunque esto último no podría asegurarlo dado que desconozco si le cambiaron el color posteriormente a ser utilizada por mi; posteriormente lo he consultado en casa con mi madre y ella me ha aclarado que efectivamente siempre fue azul claro, nunca le cambiaron el color- en una habitación atiborrada de retratos de nuestros antepasados, atónitos y expectantes  que observaban cómo mi madre se retorcía de dolor ante la inminencia de tan esperada parida rodeada de prestigiosos doctores en medicina deseosos de verme aparecer, en una noche radiante y majestuosa, en plena primavera que llenaba de aromas frescos y delicados la  estancia, acompañado por el canto de los ruiseñores, que conocedores de tan magno acontecimiento, trinaron como jamás se les había oído, etc., etc. Mas lo siento, de verdad, lo siento, no fue así, ¡qué le vamos a hacer! Nacimientos de este talante únicamente son posibles en medio de la ficción de las novelas. Y ya está bien. No pienso volver a hablar de cómo fue mi nacimiento. Si alguien está interesado en ello le remito  a que consulte con mi madre. Ella le podrá informar  mucho mejor que yo sobre todas estas cuestiones. 
No obstante, sí pienso seguir divagando sobre este hecho tan poco notorio. Soy consciente de que no puedo dejar escapar una ocasión tan a mano como la que en estos momentos se me presenta. Siempre nos han dicho que el hecho más significativo de nuestra vida es el nacimiento. Sin tan insólito suceso no habría nada más. Resultaría imposible toda la consiguiente sucesión y concatenación de pequeñas historias, insignificantes la mayoría de las veces, a través de las  cuales vamos pasando por este mundo, nos van marcando y condicionando hasta que, en un día no muy lejano en el tiempo, nuestra gran historia se cansa del camino andado y dejamos de existir. Únicamente quedan unas  horas para los comentarios, los lloros y las semblanzas, para que alguien comente enfáticamente: "Era un buen hombre", y otro más agudo, mas sagaz e inteligente añada a modo de sentencia ultima: "No somos nadie". Y alguna mente privilegiada y ocurrente, que siempre las hay, inventará un bonito epitafio para la lápida de tu nicho que se cuidarán muy bien de sellar no  sea que un día, hastiado del aburrimiento, hedor y  humedad reinante, decidas salir. Sin embargo, me he  propuesto seguir por la senda del origen y la verdad es que me da la impresión de que ando dando tumbos, sumamente errado. Como todo el mundo voy equivocado, aunque lo importante es andar, señal inequívoca de que nos movemos y por tanto vivimos.
 Volvamos al camino. Estaba diciendo hace  apenas unas líneas que no hay nada más hermoso que el nacimiento, al menos ésa es la opinión de la inmensa  mayoría. Yo por mi parte me niego a estar de acuerdo con tal aseveración. No acierto a ver qué de hermoso hay en venir por un tiempo concreto, que además desconozco, a esta granja de experimentación que es el mundo. Puede que si en mi mente quedara un rescoldo de recuerdo, aunque fuese vago, de la etapa anterior o  bien una premonición y clarividencia del más allá podría establecer una comparación crítica, objetiva y decantarme por una de las posibles opciones. Pero esto es, por el momento y al menos para mí, imposible. No puedo decir que la vida sea hermosa, que el nacer es todo un acontecimiento por cuanto significa. No, no puedo, me faltan elementos de juicio. Se lo he explicado más de una vez a mis alumnos. A ellos les encanta que en una clase de matemática financiera yo me ponga a hablar de estas cosas tan poco transcendentes para el Ministerio de Educación, dado que no las incluye en ningún programa de estudios, al menos como  yo las explico.
"Imaginemos, chavales, que por un momento nos encontramos en una granja avícola. La cáscara de un huevo incubado acaba de romperse. Una nueva vida  se inicia. Ha nacido un encantador y tierno pollito. ¿Qué impresión le causa a él su primera visión del mundo? Lo desconocemos. ¿Cuál fue mi primera reacción  de recién nacido al abandonar el seno materno y tener que enfrentarme con el mundo? Por mucho que elucubren los psicólogos, estoy convencido de que nunca lo sabremos.
Seguramente nos ocurrirá lo mismo que le sucede al pollito. Durante un cierto tiempo será alimentado para que se desarrolle, engorde, se convierta en adulto y podamos matarlo, desplumarlo y meterlo en el horno. En suma, el ave ha vivido un ciclo completo de La verdad es que no sé por dónde empezar. Si hacemos caso del diccionario veremos que empezar significa iniciar una cosa, dar comienzo a algo. Se trata de abrir una vía para introducirnos en el texto de esta novela que se va a debatir entre el ser y el no ser literario, inseguro, titubeante, como corresponde al desarrollo posterior de una idea que aún no está nada clara. Si comienzo por el final para ir retrocediendo poco a poco, lentamente, saboreando el hilo de la narración para recomponer el ovillo, hasta llegar al principio de esta historia, incurriré en el grave e imperdonable error de adelantar hechos que únicamente deben ser narrados en el momento oportuno.
Aunque pensándolo bien tampoco resultaría tan mal. Apenas hay sucesos importantes en cuanto he de contar, acontecimientos que tengan relevancia suficiente como para dedicarles más allá de una línea. Personalmente, y bajo mi único punto de mira, dado que no hay otro posible, nada es más destacable que el resto; en sí todo es monótono y aburrido, anodino, tedioso. No veo qué importancia pueda tener el que yo ahora me encuentre de vacaciones en mi pueblo, o bien esté trabajando, impartiendo mis soporíferas clases en la escuela, o pase la tarde con Dana en un cine cualquiera viendo alguna película de Fellini, por citar a alguien.
 Tal vez sea mejor remontarme al principio,  que en sí, repito, no tiene nada de particular y a partir de ahí vaya narrando las cosas una por una, tal como se suceden, separándolas, desgranándolas para poder observarlas con detenimiento, analizarlas,  radiografiarlas si es oportuno, pese a que para mí seguirán siendo lo que ya son: o sea, parte de mi vida particular; o  sea, mi vida; o sea, nada; o sea, la absurda nada; sin nada significativo; sin nada subrayable; sin nada, o sea, yo y mi circunstancia; o sea,  yo, todos los demás y sus respectivas circunstancias o sea, la vida sin nada más que añadir; o sea, la vida misma sin más Oseas.
Tampoco voy a iniciar mi relato por el principio. No tengo la más mínima intención de aburrir a nadie llenando páginas y mas páginas en blanco remontándome a mi origen cierto allá por los comienzos de la década de los años cincuenta, precisamente en el  mismo comienzo de la década que es cuando vi la  luz  de este mundo por primera vez de la forma más natural y humana que pueda acontecer. En este hecho no hay nada de reseñable a no ser que diga que se trataba de  una noche muy fría y que el médico, cuya obligación  era asistir a mi madre en el parto inminente, prefirió quedarse en su casa, en la cama, al abrigo del calor del cuerpo de su mujer, a darme unas palmaditas en el trasero, a modo de recibimiento y saludo, para que yo berreara demostrando al mundo que nacía sano y fuerte, dado el tesón que puse en mi primer plañir. En todo  este suceso no hay nada de extraño: en aquella época  los críos del pueblo nacíamos en casa, asistidas nuestras madres por alguna vecina de mayor edad, mas experta en estas lides que el propio médico.
Como decía, nací en un pueblo, casi sin nombre, uno más de tantos que llenan el mapa de carreteras de la guía Michelin. Según dicen fue al amanecer, la noche fue muy rigurosa y parece ser que aquel frío gélido que acompañó mi arribada se adueñó un poco de mi persona. Al menos ésa es la opinión de algunos allegados que me conocen y saben de este suceso tan importante -tampoco tanto, todos los días nacen y mueren muchas personas en el mundo, y a pesar de esto, sigue siendo el mismo mundo- para mí, e insignificante y nimio para casi todo el resto de los mortales que nacen hasta  el momento de dejar de serlo para siempre y pasar al recuerdo de una inexpresiva lápida en cualquier olvidado cementerio. Y no hay nada más a destacar en  cuanto a mi incorporación a esta gilipollez llamada  vida, mundo, sociedad, civilización, humanidad, etc., etc. Palabras hueras que únicamente tienen el significado que nosotros mismos queramos darles. Todas las palabras tienen el significado que nosotros queramos darles. Únicamente consiste en que todos nos pongamos de acuerdo y aceptemos, por unanimidad el mismo significado para un mismo concepto u objeto. Las palabras en sí mismas no representan absolutamente nada, no dicen nada. Somos nosotros quienes las dotamos de un  contenido y de una significación concreta y no otra, las utilizamos como vehículos de expresión, las convertimos en medios que empleamos para poder comunicarnos con nuestros semejantes. 
Tal vez habría resultado mucho más lindo, romántico y hasta pintoresco, situar mi nacimiento en  una casa importante, yo vástago mayor, primogénito deseado de una familia noble venida a memos, pero que  aún conserva cierta grandeza y dignidad en el pueblo, un origen de alta cuna -a propósito, la mía también lo era, toda ella metálica y con barrotes pintados de  azul claro, aunque esto último no podría asegurarlo dado que desconozco si le cambiaron el color posteriormente a ser utilizada por mi; posteriormente lo he consultado en casa con mi madre y ella me ha aclarado que efectivamente siempre fue azul claro, nunca le cambiaron el color- en una habitación atiborrada de retratos de nuestros antepasados, atónitos y expectantes  que observaban cómo mi madre se retorcía de dolor ante la inminencia de tan esperada parida rodeada de prestigiosos doctores en medicina deseosos de verme aparecer, en una noche radiante y majestuosa, en plena primavera que llenaba de aromas frescos y delicados la  estancia, acompañado por el canto de los ruiseñores, que conocedores de tan magno acontecimiento, trinaron como jamás se les había oído, etc., etc. Mas lo siento, de verdad, lo siento, no fue así, ¡qué le vamos a hacer! Nacimientos de este talante únicamente son posibles en medio de la ficción de las novelas. Y ya está bien. No pienso volver a hablar de cómo fue mi nacimiento. Si alguien está interesado en ello le remito  a que consulte con mi madre. Ella le podrá informar  mucho mejor que yo sobre todas estas cuestiones. 
No obstante, sí pienso seguir divagando sobre este hecho tan poco notorio. Soy consciente de que no puedo dejar escapar una ocasión tan a mano como la que en estos momentos se me presenta. Siempre nos han dicho que el hecho más significativo de nuestra vida es el nacimiento. Sin tan insólito suceso no habría nada más. Resultaría imposible toda la consiguiente sucesión y concatenación de pequeñas historias, insignificantes la mayoría de las veces, a través de las  cuales vamos pasando por este mundo, nos van marcando y condicionando hasta que, en un día no muy lejano en el tiempo, nuestra gran historia se cansa del camino andado y dejamos de existir. Únicamente quedan unas  horas para los comentarios, los lloros y las semblanzas, para que alguien comente enfáticamente: "Era un buen hombre", y otro más agudo, mas sagaz e inteligente añada a modo de sentencia ultima: "No somos nadie". Y alguna mente privilegiada y ocurrente, que siempre las hay, inventará un bonito epitafio para la lápida de tu nicho que se cuidarán muy bien de sellar no  sea que un día, hastiado del aburrimiento, hedor y  humedad reinante, decidas salir. Sin embargo, me he  propuesto seguir por la senda del origen y la verdad es que me da la impresión de que ando dando tumbos, sumamente errado. Como todo el mundo voy equivocado, aunque lo importante es andar, señal inequívoca de que nos movemos y por tanto vivimos.
 Volvamos al camino. Estaba diciendo hace  apenas unas líneas que no hay nada más hermoso que el nacimiento, al menos ésa es la opinión de la inmensa  mayoría. Yo por mi parte me niego a estar de acuerdo con tal aseveración. No acierto a ver qué de hermoso hay en venir por un tiempo concreto, que además desconozco, a esta granja de experimentación que es el mundo. Puede que si en mi mente quedara un rescoldo de recuerdo, aunque fuese vago, de la etapa anterior o  bien una premonición y clarividencia del más allá podría establecer una comparación crítica, objetiva y decantarme por una de las posibles opciones. Pero esto es, por el momento y al menos para mí, imposible. No puedo decir que la vida sea hermosa, que el nacer es todo un acontecimiento por cuanto significa. No, no puedo, me faltan elementos de juicio. Se lo he explicado más de una vez a mis alumnos. A ellos les encanta que en una clase de matemática financiera yo me ponga a hablar de estas cosas tan poco transcendentes para el Ministerio de Educación, dado que no las incluye en ningún programa de estudios, al menos como  yo las explico.
"Imaginemos, chavales, que por un momento nos encontramos en una granja avícola. La cáscara de un huevo incubado acaba de romperse. Una nueva vida  se inicia. Ha nacido un encantador y tierno pollito. ¿Qué impresión le causa a él su primera visión del mundo? Lo desconocemos. ¿Cuál fue mi primera reacción  de recién nacido al abandonar el seno materno y tener que enfrentarme con el mundo? Por mucho que elucubren los psicólogos, estoy convencido de que nunca lo sabremos.
Seguramente nos ocurrirá lo mismo que le sucede al pollito. Durante un cierto tiempo será alimentado para que se desarrolle, engorde, se convierta en adulto y podamos matarlo, desplumarlo y meterlo en el horno. En suma, el ave ha vivido un ciclo completo de vida como especie. Os recuerdo, chavales, que los pollos a veces también mueren, antes de ir al puchero, de muerte natural.
Ahora os ruego que por un momento penséis en vuestras vidas, en lo que habéis hecho hasta el instante y en vuestro futuro hasta la muerte. ¿Podemos permitirnos, salvando las distancias, comparar nuestro periplo vital con el que ha seguido el pollo desde el momento en que fue capaz de romper el cascarón hasta llegar al puchero? Yo creo que sí. En su totalidad son análogos, al menos en cuanto a su intención última y definitiva. Vosotros me objetaréis, sin embargo, que hay una diferencia esencial. Nadie nos cuida, nos alimenta y nos mata para que sirvamos de alimento. Siempre nos olvidamos de los gusanos. No, no pretendo insinuar, y mucho menos defender, que los gusanos son  superiores a nosotros y que ellos nos cuidan. Además, nosotros nos diferenciamos de ellos en que somos racionales. Es un decir, claro. Y eso nos distingue del resto de los animales. Hasta somos capaces de pensar alguna que otra vez -cada vez menos, todo sea dicho- por nosotros mismos. Bueno, y ¿quién me certifica a mí, sin dejar espacio para la duda razonable, que el pollo de nuestra pequeña observación no piensa, no convive y no se relaciona con sus semejantes? ¿Qué  piensa él de su mundo, de las cosas que se presentan ante sus ojos? ¿Sabe de la existencia de un universo inmensamente mayor más allá del horizonte de su granja? ¿En su pequeño cerebro, comparado con el nuestro,  claro está, tiene conciencia de que es un pollo, tal  como nosotros lo entendemos? Y aún voy más lejos, ¿es capaz, en algún momento de su absurda existencia, de intuir, aunque sólo sea vagamente, nuestra presencia como seres superiores a él que le damos alimento  para luego matarlo y comérnoslo?, ¿cómo nos ve?, ¿cómo nos interpreta?, ¿qué somos para él? Demasiadas preguntas que jamás tendrán una respuesta oportuna.
La verdad es que me gustaría conocerlas. Bien, ¿y a cuento de qué viene toda esta divagación acerca del pollo y la granja? Pues muy sencillo. ¿Nunca os habéis planteado la posibilidad, altamente remota si queréis, de que no seamos más que pollos y gallinas que nos desarrollamos en una granja cualquiera de un desconocido Ente, tan superior a nosotros  que una elemental y primaria mente como la nuestra es incapaz de intuir e interpretar? ¿Quién nos certifica claramente, con pruebas en la mano, que me equivoco al tomar como posible esta teoría, al menos como hipótesis plausible? Yo no estoy asegurando nada. Únicamente me cabe la duda racional de que muy bien esto  podría ser así. Hay una probabilidad, altamente improbable si se quiere; desde luego podemos aceptarlo así, pero no totalmente descartable. Nadie ha venido nunca del más allá para decirnos si estamos en lo cierto o no respecto a tantas creencias habituales e indiscutibles, por el momento, sobre la vida y la muerte. ¿Quién puede invalidarme cuando sugiero que tal vez no seamos más que meros juguetes puestos en manos de un  eterno niño malo superior para que se divierta con nosotros mientras crece y así no haga travesuras? Porque ¿qué es el tiempo? ¿Acaso podemos medir con el  mismo reloj su vida y la nuestra? ¿Cuántos años vive el pollito de nuestra historia según su reloj?
Ante este estado de cosas me niego categóricamente a aceptar el hecho de que el nacimiento sea algo tan relevante y significativo en nuestras vidas. No veo qué de gracioso tiene el hecho de haber nacido. Aunque también quiero dejar claro, para evitar posteriores confusiones, que una vez puesto, sin consulta previa, en este mundo de lágrimas no deseo abandonarlo voluntariamente, al menos por el momento. Sería necio por mi parte perderme la diversión del circo que se presenta ante mis ojos cada día. Os aseguro que la pura y simple observación de la granja presenta enormes alicientes. 














3





Estoy de vacaciones. Unas vacaciones que son más largas de lo normal, los meses de julio y agosto, como le corresponde a un profesional de la enseñanza. Vacaciones que voluntariamente, este año, paso en mi pueblo, aunque pensábamos Dana y yo en irnos el mes  de julio a conocer Nicaragua, pero al final no nos decidimos. No sé por qué nos volvimos atrás, simplemente un día dijimos que no íbamos, que no estábamos en condiciones de efectuar un gasto tan enorme para nuestras posibilidades económicas y prevaleció la idea de aplazar el viaje para una ocasión más propicia. Fue, una  vez más, una decisión entre distintas opciones económicas en función de la satisfacción, la necesidad y sobre todo del costo de la oportunidad perdida. Tal vez podamos ir el próximo año.
Las vacaciones son capaces de aburrirme sobremanera. No es que me agrade el trabajo. Mi filosofía es muy bien otra: el hombre en el Paraíso era perfecto -según nos narra la Biblia- y una vez cometido el primer pecado pasamos a ser imperfectos siendo castigados a ser mortales y a tener que ganar nuestro pan con el sudor de la frente. O sea, la imperfección es igual al trabajo, el trabajo nos hace imperfectos y mortales. Por tanto, y como conclusión evidente, la perfección, y la inmortalidad, se logran no trabajando. Lo malo de las vacaciones es que todos los días son prácticamente iguales; estoy sin Dana, la encuentro a faltar, la  echo de menos, me falta su olor, el sabor de sus besos, la ternura de sus caricias, la fragancia de su cuerpo, la elasticidad de sus miembros en mí, la compañía de su espíritu, su gracia, sus risas, sus observaciones, su donaire y desparpajo, su candidez extrema, su silueta moviéndose rítmicamente a mi alrededor, sus manos entre las mías, el tono de su voz, su palabra, sus gestos, sus preguntas tantas veces inocentes, sus imprecaciones, sus ternuras, es decir, todas esas cosas a las que estamos habituados y que cuando las encontramos a  faltar ya no es lo mismo, es como si algo de nosotros  nos faltase, como si te hubiesen mutilado algún miembro de tu cuerpo a la fuerza. Sueño con Dana, pienso  todo el día en Dana, en nuestro encuentro a mi regreso, en tenerla nuevamente, en poder acariciar su pelo, verme reflejado en sus ojos, sentir su calor a mi lado.
Entonces, mientras siento su carencia, no me queda más remedio que optar por la solución más fácil: dejar que el tiempo pase, buscando en cada momento la fórmula idónea que permita evadirme, olvidarme de mis vacaciones, no sentir que el tiempo está detenido.  Además, el pueblo ofrece para el nativo muy pocos alicientes: nada más distracciones colectivas que todos los años se repiten por falta de originalidad en el sopor estival: vas al bar, a la discoteca, regresas al bar,  la partida de dominó o de guiñote, siempre es lo mismo, y  siempre sin Dana. Cuando ella me falta no  encuentro ni el más nimio de los alicientes. Mi refugio, en estos casos, consiste en evadirme con el coche, en cogerlo cada mañana y marcharme a la montaña, peregrinar por sus sendas, a pie, descubriendo nuevos parajes, dejándome arrastrar por la intuición del momento, sin un rumbo fijo, a ver qué es lo que encuentro esta vez, qué de nuevo se presenta ante mis ojos hoy, vagar entre  los pinos, seducido por el silencio del bosque hasta descubrir el concierto único de su inmensidad: el ruido de las ramas al acariciarse amorosamente unas con otras, su cuerpo rozando el mío, el viento, el canto de los pájaros, la voz de Dana hablando sola en casa, el murmullo del arroyo que corre barranco abajo, saltando desniveles, allá, al fondo, precipitándose por su angosto cauce, conocedor de que dentro de muy poco trecho, apenas nada, llegará al valle, se remansar y entonces sí, podrá descansar de su vertiginoso y agotador descenso, tomar aliento, reponerse. Sentado en cualquier risco  me percato de que la montaña es única, irrepetible, de que aun está viva, más viva que nosotros, especialmente  en estos rincones en los que difícilmente aparece el hombre, y cuando lo hace no es una nota discordante en este incomparable concierto; aquí nadie viene a mancillar, a estropear, a agredir, a explotar la naturaleza, al menos por ahora todavía no.
No importa por dónde vaya; los primeros días todo te parece casi igual, pero poco a poco, a medida que vas conociendo cada lugar, a medida que notas las distintas fragancias y murmullos, los silencios, todos  tan distintos, te das cuenta de que no hay dos espacios semejantes. Si lo fueran sería el mismo, en la naturaleza no hay producción en serie ni cadenas de montaje. También en esto la naturaleza es sabia, da un ejemplo  que nosotros nos negamos a seguir. La naturaleza, digan lo que digan, no se repite, es única en todas y cada una de sus manifestaciones. Y sin embargo hay una  constante que se presenta todos los días que subo a la montaña. Se trata de un zagal, muy bien plantado, apuesto y decidido, vestido siempre de blanco, con el pelo rubio, tremendamente ingenuo a primera vista, montado siempre en un hermoso corcel también blanco. Confieso que la primera vez que se cruzó en mi camino su encuentro me sorprendió enormemente. Era lo último que esperaba ver por aquellos andurriales. Ahora, tras varios tropiezos intencionados, como aquel que no quiere, pero como pasaba por aquí.., nos hemos hecho amigos y aprovechamos la más mínima ocasión para charlar sobre sus cosas, sus problemas, sus sueños, sus intenciones, sus congojas y pesadumbres, sus andanzas, su vida y su destino. Y la verdad es que me encanta escucharlo. Su voz es demasiado dulce y sugestiva, embriagadora, te envuelve y te retiene, te obliga a permanecer atento siempre a lo que dice.
Mi primer encuentro con el Príncipe fue bastante original. No sé por dónde apareció, me lo encontré súbitamente frente a mí, llevando su caballo de las riendas, como si tal cosa. Por un momento creí que se trataba de una ilusión óptica, pero en este tipo de sucesos alucinatorios los personajes no hablan, al menos como éste lo hacía. Lo más sorprendente fue que el extrañado con nuestro hallazgo mutuo fue él. Me preguntó por qué estaba solo, que qué hacía yo por allí, que si andaba extraviado. Le repliqué, casi sin mirarlo, dudando aun de su existencia real, que no, que sabía perfectamente dónde me encontraba. 
Al levantar la vista, ya repuesto del primer momento de zozobra, fue cuando me di cuenta de su atuendo. Reconozco que me extrañó sobremanera su atavío. No me importa que la gente vista como quiera, cada uno es libre de hacer lo que le plazca, rara vez me  sorprende algo, pero he de reconocer que lo súbito de su aparición y el lugar en que nos encontrábamos me dejaron perplejo. Parecía un personaje de finales de la Edad Media o de comienzos del Renacimiento, perdido por  aquellos parajes, desubicado y fuera de su momento. Menos mal que se trataba de la montaña y no de la ciudad. Al menos entre pinos y roquedales, al aire libre, sin ningún atisbo de civilización, no parecía tan desplazado. Le invité a sentarse a mi lado, la piedra era lo suficientemente grande y no había ningún obstáculo que me impidiera compartirla con aquel caballero sin armadura escapado de quién sabe qué castillo. Tomó asiento a mi vera y sin más preámbulo me preguntó, así, de sopetón, cogiéndome desprevenido, si yo tenía alguna idea, aunque fuese vaga, sobre dónde podría hallarse escondida su hermosa princesa hechizada por una bruja malvada y perversa, joven doncella inmaculada que duerme desde entonces hasta que él, el príncipe da la gesta, la encuentre y dándole un beso en la boca rompa el maleficio. Le repliqué que esa historia ya la conocía, y que no creía en ella, únicamente cuando era pequeño y mi madre me la contaba en las noches frías de invierno mientras el puchero y yo nos calentábamos al amor de  la lumbre. Se enfadó un poco y estuvo en un tris que no se marchara abandonándome sin decir nada. Al final, y  para que no se fuera tan pronto, y menos de aquella manera —su compañía me resultaba sumamente grata y su historia algo chalada me  llevaba a querer saber un poco más—, tuve que aceptar, poniendo gran énfasis y seriedad en mis palabras, que La Belladurmiente no era ningún cuento, sino que al ser una historia tan bonita y antigua todo el mundo la conocía, aunque con el tiempo y los pequeños sucesos cotidianos, la han desplazado de las primeras páginas de los periódicos y revistas: como no es una guerra sino todo lo contrario... Imperdonablemente hemos ido poco a poco olvidando cada vez más su problema, su heroica hazaña, hasta creer que tal vez no sucedió nunca y que puede que haya sido un invento, una fantasía bien intencionada pero sin la mayor transcendencia. Puede que se reduzca todo a una estratagema de las causantes de su hechizo para que así él nunca la encuentre.
En los días sucesivos nos hemos ido encontrando en el mismo paraje. Ahora somos bastante buenos amigos, charlamos siempre sobre nuestras cosas. Yo de la montaña y de Dana, porque de mi vida apenas puedo decirle apenas nada, cada día no es más que la repetición y copia exacta del anterior. Sin embargo él parece una  máquina de emitir palabras, las engancha una tras otra, sin parar, sin desfallecer en ningún momento, nunca se cansa de hablar. Resumiendo, que estos días nada más  hemos conversado de él, de su Belladurmiente y de su  constante, ininterrumpida e infructuosa búsqueda. No pierde ocasión de quejarse de la suerte que el destino le ha deparado. La verdad es que hay que reconocer que no ha sido demasiado justo con él. Está condenado a vagar de un lado a otro, siempre por las  montañas, procurando no toparse con la gente por miedo a que, a causa de la evolución que el tiempo he llevado a las mentes humanas, se ríen de él y de su indumentaria. Lo que a él le preocupa más es que le tomaran  por un loco, o intentaran integrarlo en nuestro mundo del progreso y de los avances técnicos. Su trabajo en los tiempos que corren no es rentable, no se gane dinero con su actividad, y esto no es normal, pero claro, él es un Príncipe y tiene aún recursos económicos suficientes para dedicarse con plenitud a  una actividad única, lúdica, grata para él, que le colma plenamente, que le realiza profesional y personalmente, cosa que no todos podemos decir. Hoy ya nadie se preocupa de su Belladurmiente  que padece el sueño de los justos a saber dónde y que él debe encontrar sea como sea porque en su destino, en su  fatalidad, y todos sabemos que al final logra su objetivo, que dándole un beso rompe el hechizo y pueden casarse viviendo el resto de sus días felices.
Todos los cuentos acaban siempre bien, ya lo  sabemos. Sólo que según afirma el Príncipe, hasta que se llega a término se sufre bastante. No lo dudo. Antes tenía el aliento y el estímulo de todos aquellos niños   que en su candor llegamos a creer en él, en su gesta sin igual, en su enfrentarse con mil peligros que sólo nuestras  mentes infantiles eran capaces de imaginar y que él, de alguna forma, vivía porque entre todos nosotros hacíamos su existencia prácticamente real, soportable, todos aquellos niños que anhelábamos ser mayores para poder encontrar también nosotros nuestra propia Belladurmiente, nuestra Princesa, tan distinta a la real, múltiples Belladurmientes, acomodadas a  nuestras propias preferencias e infantiles pasiones, y él entonces era feliz porque sabía que se había convertido en un héroe mítico al cual todos los niños ayudábamos -todos sugiriéndole caminos, abriéndole posibilidades, acompañándolo con nuestros sueños, mostrándole remotos lugares ocultos en donde la Princesa, de seguro, le aguardaba durmiendo plácidamente. Y él, entre sollozos, me reprochaba que le hayamos sumido en el olvido colectivo, el más  triste y cruel de los ostracismos.
Ahora está condenado a vagar solo, montado en su corcel, alejado de la conciencia y sentir de las nuevas generaciones que le han sustituido cruelmente por nuevos mitos espaciales, habitantes de otras galaxias, emprendedores de odiseas que su mente se niega a comprender. Antes un héroe duraba muchas generaciones; sin embargo ahora apenas llega a unas efímeras semanas, mientras sale en la televisión o dura en la cartelera de los cines, después es inmediatamente sustituido por otro nuevo personaje que usufructúa impunemente su lugar. Por desgracia, y el retorno es imposible, nuestros niños han  perdido su capacidad de emocionarse con hermosas historias de ensueño, aquellas bellas historias de antes, de siempre. Hoy nada más quieren héroes que destruyen cuanto tocan, que matan a sus semejantes, incapaces de amar con ternura. Y así un día y otro mi joven príncipe se va explayando, confesándose conmigo, convencido  de que de todos modos algún día su historia llegará a la última página y que el final aún es viable. Así un  día y también otro hasta que mi amigo ya entrañable del alma desapareció para siempre entre las páginas de su cuento maravilloso para que no volviera a  verle nunca más. 
Al principio no me importó  demasiado que se marchara definitivamente sin comunicarme previamente su intención.  Nada le ataba a mí y no tenía por qué darme cuenta de sus idas y venidas, de sus decisiones, de sus andanzas futuras. Había compartido conmigo unos momentos muy agradables para mí haciendo que mis días de asueto resultaran menos tediosos y ya está, no había que darle más vueltas. Ahora, cuando han pasado unos días y mis vacaciones, mi volver a encontrarme con Dana, están  tocando a su fin, lo recuerdo con enorme nostalgia y  hasta con cariño porque una vez yo también fui capaz de emocionarme con su hermosa aventura. 








4 



Regresar a Barcelona otra vez más, consciente de que un año pasa lentamente en su languidez, en su monotonía y aburrimiento, en su laxitud. Cada año es igual al anterior, igual a tantos otros que le han precedido, con  sus hechos significativos, esos sucesos que lo distinguen y lo hacen, a pesar de todo, diferente a los que le han precedido; pero para un trabajador, para un número más  en el censo, para  una persona anónima, no hay características diferenciales que lo conviertan en único e irrepetible, singular, maravilloso, uno año de esos que jamás te arrepentirás de haber vivido. Son días y más días que pasan repitiéndose en todo, como copias casi exactas; de cuando en cuando llegan las vacaciones estivales y poco después nos dicen que ya estamos en Navidad y  Año Nuevo. Entonces comprendemos que nos encontramos en  los umbrales de otro año que dicen que nace, y  nosotros  de forma automática cambiamos el calendario y la agenda. Eso es  todo. De momento se han acabado los días del dolce far niente  en el pueblo, los días  en que deseas el regreso a la escuela para no sentirse   tan inútil y vacío, para, al menos, hacer algo, una repetición cotidiana y anodina, pero el brazo sobre el brazo y el hastío no, el vagar por la montaña sin rumbo  esperando encontrar a mi amigo el Príncipe.
Durante un año me olvidaré un poco, sumido  en mi trabajo diario, de los problemas de mi pueblo, de su lenta agonía, condenados como están sus habitantes a emigrar, como yo hice un día, para poder sobrevivir  sin una tierra que puedan llamar suya. Y los que quedan, los más viejos, mis padres entre ellos, pasarán el invierno aletargados, junto al fuego, sin nada que los incentive, sin nada novedoso a comentar, sin nada por qué preocuparse, únicamente si ha  habido carta del hijo. Ya nadie cultiva la tierra, total: para qué. Con el verano el pueblo resucita. Por  un par de meses recobra su brío, su sangre, aunque ya no es sangre autóctona, es de fuera, advenediza, recién llegada, nacida en otra parte, que ya no sienten igual; a ellos el pueblo no les dice absolutamente nada; las tradiciones festivas se pierden, se transmutan; antes eran las alboradas, la soga, el tiro de barra, los birlos, y por la tarde las jotas; ahora es el pasacalles, las competiciones deportivas más modernas y sin raigambre, siempre semejantes a sí mismas: por la noche los espectáculos, la discoteca o la discomóvil y la quema de la falla que no es de aquí para poner fin a un jolgorio de pandereta y cursilería, de buen hacer entre comillas, artificial y provocado: es verano, son las fiestas de la Virgen de Agosto, estamos de vacaciones, tenemos unos duros en el bolsillo para gastar, y un traje nuevo para lucir, y por tanto hay que divertirse, pasarlo bien sea como sea porque tiene que ser así, de  otro modo no habría fiesta.
Pero todo esto también termina y todos nos vamos yendo, cada día unos muchos hasta que no queda apenas nadie, las casas se vuelven a cerrar, cuidado con el paso del agua, en invierno las cañerías se hielan y, ya se sabe, ahora lo importante es huir, marcharse, salir corriendo, regresar cada uno a su nido de la ciudad, al trabajo, a las preocupaciones, a las caravanas del tráfico diarias, a los autobuses en las horas   punta, al cada día igual, incluso los domingos, al soñar con las próximas vacaciones, dejando que las semanas  corran unas tras otras, repitiéndose en esa interminable maratón de resistencia. Ahora es el momento de decir adiós a la familia, las promesas anuales que luego no cumples de que escribiré más a menudo, una carta por semana que nunca llegará, resulta más sencillo llamar por teléfono aunque los abuelos luego no puedan releer hasta la saciedad la  breve conversación, de que vendré para las Navidades, aunque haga frío, aunque haya nieve, aunque la pereza se imponga a tomar el coche y conducir tantos kilómetros para ver a los  viejos que estarán un poco más viejos y cansados, más  desilusionados, un poco más exigentes, un poco más críticos con tu comportamiento, con mucha menos capacidad de control de las emociones, la edad, te dirás, ya se sabe.
Sin embargo en estos momentos es la partida, el adiós entre los lloros de mi madre que siempre te  apunta a última hora: "Cuídate mucho", como Si te marchases para siempre, como si fueses a la guerra de Cuba, y no es así, sólo regresar a Barcelona, a la escuela, al anonimato,  sólo meterse de lleno en la vida cotidiana, en los libros, en las clases, en el vagar sin sentido, el reencuentro con Dana, la vuelta a  enganchar con los días de tedios, con la soledad de la gran urbe,  sólo el aceptar una vez más que te  marchas para estar incomprensiblemente solo entre demasiada gente que nada les importas ni te importan,  sólo el aceptar que huyes de la atadura de la tierra: marché un día para que la historia no se repitiera, para integrarme absurdamente en la historia de los  sin historia, en otra parte, para ser alguien importante ante los ojos de los míos: es profesor, trabaja en   Barcelona, vale mucho. Qué saben ellos de nuestras miserias, de nuestra risible pequeñez, de nuestro ir tirando como única forma de justificar la existencia.
Al fin el retorno y el reencuentro con la autopista, con el progreso, con el desarrollo de los últimos años, al fin el serpentear por esta cinta negra de asfalto que irremediablemente te conduce hasta tu  otra casa -hasta ¿casa?- hasta dónde... Al menos me lleva hasta Dana. Antes hay que ir por la general de  Teruel—Sagunto, bajar una vez más el puerto, coger la carretera a Nules, por Algar, y poco después la autopista, los peajes, la monotonía y el aburrimiento del estar nuevamente sólo al volante del coche, tragando  espacio, sin importarte demasiado la velocidad, de todos modos llegaré sin apenas darme cuenta, la petroquímica de Tarragona a mi derecha, contaminando día y noche, salidas y más salidas que no tomas, carteles, señalizaciones, recomendaciones, avisos, el vómito de la autopista de Lérida, seguir siempre hacia adelante, mas tráfico, señal de que nos acercamos a Barcelona, Molins de Rei,  más allá, un poco más aún, desviarse por el trébol antes de que aparezca la Diagonal, el paseo Bonanova, la ciudad, qué asco, la contaminación, el ahogarse, el respirar pesado, siempre la ciudad, una vez más la repetición de cada año, semáforos en rojo, frenazos, detenerse, arrancar de nuevo, buscar aparcamiento cerca. Mirar el buzón por si durante las vacaciones ha habido correspondencia: no, tan solo la acostumbrada propaganda que mañana tiraré sin haberla mirado, subir el equipaje en al ascensor, acomodarse y descansar un poco,  una ducha fría, el quitarse de encima el calor del viaje, recordar al olor del pueblo, la fragancia, el frescor de la noche… Tengo todo un año por delante para soñar; mientras acomodarse y descansar, descansar, después ya veremos, hay tiempo. 








5



—!Uf!, hay que ver como llueve. !Qué fastidio!, mira mi vestido, chorreando, te voy a dejar el  suelo hecho una porquería.  Dana entra, cierro la puerta mientras pienso que me gusta verla con el pelo totalmente pegado a su cabeza.
 -No deberías haber venido con una tarde así. No me contesta mientras se seca con una toalla que no tengo ni idea de dónde la ha sacado. No cabe duda de  que es mía, aunque no la reconozco, me da la impresión de no haberla visto nunca. Miro en el lavabo, el toallero está vacío, será la que había allí puesta. No puede ser otra. Dana, Dana, ¿dónde te has metido? De pronto ha desaparecido. Cada día la entiendo menos. Va y viene sin que yo me entere.
—Estoy en tu cuarto —dice su voz desde lejos- me estoy cambiando de ropa. Voy a coger un resfriado.  Sí, debe estar en mi habitación, su voz viene de allí, luego está allí, registrando mis cosas, buscando quién sabe qué entre mis cosas, indagando cuáles son mis cosas, encontrando algo que le interese de entre mis cosas. No importa, son mis cosas y a Dana nunca le oculto nada. Con ella no puede haber fraude. Sí, tiene razón, es una noche de sábado asquerosa y ha venido a pesar de todo, como todas las noches de todos los sábados a cenar a  casa, a mi casa, a su casa, a nuestra casa porque siempre viene, ocurra lo que ocurra, puntual, exacta, fiel  y constante. Y sigue lloviendo torrencialmente. Estas tormentas de comienzos del otoño en Barcelona son siempre así: llueve y llueve, despiadadamente llueve sin previo aviso, de golpe, sin conceder tregua, como quien no quiere la cosa, después se calmará y sentiremos la humedad en un ambiente ligeramente frío que nos permitirá dormir mas plácidamente. Por la mañana la atmósfera estará limpia y desde el Tibidabo se podrá ver perfectamente el mar. Dana ¿qué haces tanto tiempo ahí metida?  Mujeres, siempre registrándolo todo, desordenándolo todo, dejándolo todo patas arriba, es su eterna costumbre, si no fuese así no sería mi Dana. Chico, lo único que he encontrado que me venga bien es tu pijama. ¿A qué me sienta bien? Me lo quedo.
Esta es Dana, una eterna caja de sorpresas maravillosa. Está graciosa con mi pijama, le viene grande por todos los lados, le sobra mangas, pantalón, la camisa casi le llega hasta las rodillas. No importa, es  mi pijama, por fuerza tiene que ser así: no es su talla. Y sigue lloviendo torrencialmente mientras oscurece a pasos agigantados. Habrá que encender la luz. Si no nos transformaremos en  meras siluetas que se mueven toscamente en la penumbra. Dana le da al interruptor. ! ¡Mierda, no  hay luz! Hace un momento había, he subido en el ascensor. Me gustaría saber qué entiende ella por hace un momento: hace más de una hora que ha llegado. Dana y el tiempo son incompatibles, nunca se han llevado demasiado bien, cada uno va siempre por su lado sin hacerse  el más mínimo caso. No importa, cenaremos con velas  —su voz viene de la cocina, oigo que está abriendo cajones buscando algo- !Cielo!, ¿dónde guardas las velas? ¿Qué velas? Sí, en alguna parte tiene que haber velas,  pero a saber dónde. Velas, majo, velas para que nos  podamos ver las caras mientras cenamos. Si no hay luz  tendremos que encender velas, digo yo, y mira por dónde y sin preverlo resulta que será una velada encantadora. Me niego a sentarme a la mesa con una linterna en la mano.
Dana siempre tan ocurrente y original, no se me había ocurrido: cenar con una linterna en la mano, enfocándonos a los ojos, deslumbrándonos, jugando con esas luces mágicas en nuestro poder. Sería sumamente interesante, alguna vez lo hemos de intentar para ver cómo resulta. Creo que están en el cajón del armario  del recibidor. No te muevas, ya voy yo a por ellas. Apenas cuesta encontrarlas, las velas están donde siempre han estado: unos cirios que guardo por si acaso, por si  alguna vez se presenta una ocasión como ésta: tenue luz para alumbrar una cena llena de romanticismo: una cena íntima: una cena embriagadora: embriagadora Dana: una  Dana que la lluvia pone nerviosa: una Dana que por la  noche se transforma para ser ella misma: esa Dana que a mí tanto me gusta: esa Dana que siempre me seduce:  una Dana cada vez más lozana: una Dana desconocida:  una Dana, y otra Dana, y otra Dana: las multiplicidades de Dana: Dana transformista: Dana que juega: Dana que se deja seducir por el propio juego: Dana al otro lado  del espejo: Dana en el país de las Danavillas, cada noche una nueva faceta de Dana: en una palabra: así es Dana: mi Dana: únicamente Dana.   
Regresa Dana de la cocina toda contenta e  ilusionada con una botella de champán que yo tenía en el frigorífico. Como no hay luz no vale la pena que siga enfriándose. Mejor si la destapamos ¿no te parece, cariño?  Es la Dana sugerente, la Dana caprichosa, la Dana inocente, la Dana hermosaqueridaembaucadora, es nada menos mi Dana. Oye, ¿de dónde has sacado tú un  Juvé i Camps Gran Cru, 1975?  De la tienda, maja, de la tienda. Pues te habrá costado un riñón. Tampoco tanto,  y después de todo es nuestra primera noche juntos tras las vacaciones. Carlos, te adoro. ; ¿nos sentamos a la mesa? Estoy muerta de hambre. Dana, ¿tú sabes qué día es hoy? Claro que lo sé, sábado, 27 de septiembre. Y ¿no te dice nada? Piensa, duda, titubea, pone cara de tonta expectante, aguardando a qué se yo. No, hoy no es el aniversario de la República, es el 14 de abril, se encoje de hombros, 27 de septiembre, es todo, aguarda una sugerencia mía, una pista que le permita adivinar el acertijo, dar con la solución. Dana ¿no te dice nada San Cosme y San Damián? !Claro, mi santo!  !Qué  tonta soy!, lo había olvidado. Para estas cosas del santoral soy un desastre: únicamente sé que el 4 de noviembre es el tuyo, los demás no me importan. Dana como siempre tan seductora: tan solo recuerda el mío. A  propósito, ¿qué me has comprado de regalo?, porque tu seguro que me has comprado algo. ¡Adivínalo! La medalla del amor, seguro: "Hoy te quiero menos que ayer  pero mucho, muchísimo más que mañana". Posdata escrita por detrás de la medalla: sólo  nos queremos a nosotros mismos. Frío, frío, nada  de joyas para Dana. ¡ Ya sé! un submarino atómico de  bolsillo, yankee, por supuesto. Frío, frío, ¿un submarino en tus manos? impensable. Alguna enciclopedia en doce tomos comprada de saldo en el Corte Inglés, ¿no?  Tampoco, frío, frío.  Bueno, me rindo ¿qué es? Nada, nada para Dana, Dananada. ¡No me lo creo! Lo tienes encima de mi cama. Sale corriendo hacia mi habitación.  Regresa con su paquete sin abrir, entre los brazos. Parece una niña pequeña con su primer regalo de Reyes.  Antes de destaparlo aún comenta: un salto de cama, modelito Christian Dior, transparente, seguro. Rasga el   papel con avidez, con premura, ilusionada ante la novedad. !Oh, qué encanto!, una muñeca de trapo. Siempre he querido tener una. ! Hola, Cloti, ¿cómo estás? Muy bien, gracias. Yo también, así me gusta, bien educada desde pequeña. Ya sabe saludar. Gracias, Carlos, es todo un detalle, eres un tesoro. Y se queda parada, sin decir nada, contenta e ilusionada con su Cloti entre  los brazos, con lágrimas en los ojos, esos ojos que tanto adoro, contenta e ilusionada como nunca la he visto, sin soltarla, besándole los cabellos, dándole  besos. ¿Sabes?, nunca nadie me había regalado una muñeca como ésta, te lo aseguro, ni si quiera cuando era pequeña. Soy una tonta, no debería  llorar, pero es que... lqué ilusión!... una muñeca para mi sola... eres un cielo, Carlos... te adoro. Venga, vamos a cenar; si no, me voy a poner tonta con mis lloros. Quiero tener una velada inolvidable... ves... ya está... Cloti sentadita a la mesa y sin decir nada... como una niña mayor.
Cenar con Dana es un festín. No por la suculenta comida, claro está, sino por ella misma. Va comiendo poco a poco, como un pajarito, de pronto se para, deja el tenedor, se queda pensativa, sonríe, no dice nada y continúa cenando como si tal cosa, Cuando me nos lo esperas, con la boca llena sale con alguna de las suyas, siempre lo hace. Y me encanta. Oye, Carlos,  ¿tú sabes lo que es un doctopedo? ¿Un qué? Un doctopedo, Lo leí el otro día en una revista del corazón. Y ¿desde cuándo lees tú revistas de esa índole?  Cuando voy al dentista, mira éste. Hay que aprovechar la ocasión para culturizarse, así si en un examen me preguntan quién se acuesta con quién puedo contestar correctamente, ¿no te parece?  Bueno, a lo que iba, no  recuerdo sobre qué trataba el artículo, pero la palabra  estaba allí, lo recuerdo muy bien, nunca la había oído: doctopedo, así, tal como suena: "Los doctopedos y otros enanos", era el título del ensayo. Lo leí por encima, así que no puedo explicarte de qué iba. Oye, no se trataría del arte de tirarse bien un pedo, es todo un arte, te lo aseguro, ahora ya no se practica. Tal vez versara sobre los doctores y licenciados en pederia. Cela lo es, recuerda que su pedo en el Senado se hizo famoso. No sé por qué ahora se considera de mal gusto y  pésima educación peder en público. Antiguamente pedía el señor, pedía el vasallo, cada uno como podía  y no pasaba nada. Me imagino al rey Jaime I echándose un pedo regio ante las Cortes, reunidas únicamente para sacarles dinero, seguro que hasta le aplaudieron el detalle. Pero si antes estaba incluso bien considerado, ahora, eso sí, tenía que ser sonoro, recuerda el dicho: "Caga prieto, pede bien y llegarás a los cien", encierra toda una filosofía de la vida. Además, qué de malo tiene levantar un poco la pierna y peder sonoramente, es señal de que todo funciona de maravilla. No sé, de todos modos creo  que el artículo no trataba de esto, en fin, cuando me acuerde ya te lo explicaré. Y seguimos comiendo en silencio, como si tal cosa, bebiendo el champán que está en su punto de fresco, achispándonos un poco, aunque no importa, estamos en casa.
Y, mientras, no ha dejado de llover, Barcelona tiene estas cosas: no llueve en todo el verano y cuando el agua llega, lo hace torrencialmente, llevándose  consigo quién sabe qué esta vez. Seguimos sin luz eléctrica, en la imposibilidad de ir esta noche a alguna  parte, habrá que permanecer al lado de las velas, intentando matar el tiempo, averiguando quién posee la  mejor balística para estas circunstancias excepcionales. Seguro que será Dana: es capaz de inventar o de descubrir algo nuevo en cada ocasión para que nos divirtamos, o incluso caer en lo de siempre, en la repetición transfigurándola, consustanciándola, haciéndola novedosa, desconocida y vieja amiga a la vez, para evitar la monotonía y el cansancio en el juego amoroso. Será la provocación,  será la picardía, será el equívoco buscado y hallado  voluntariamente, serán frases y gestos llenos de doble  intención, compendio de lenguaje y acciones que entremezcladas, sucediéndose, configuran la ceremonia del Gran Oficio con Dana Suprema Sacerdotisa, con una Dana  radiante por el champán, con mi pijama que le viene  grande, con el deseo de estar ambos juntos une vez más tras muchos días de vacaciones sin vernos, días en los  que hemos pre intuido y soñado el hoy presente, días en los que el tedio y el cansancio nos han obligado a buscarnos y encontrarnos en el recuerdo de nuestros pensamientos y evocaciones mentales, aguardando con ansia estos momentos que ahora vivimos, cada vez como si fuese la primera, sabiendo  que habrá otras, entregándonos como si ésta fuese la última, dándolo todo sin importar el mañana, sabiendo que somos nada más nosotros dos: Dana y Carlos, dos en uno, Denacarlos, uno en el otro: Carlos en Dana, Dana en Carlos, así, así siempre hasta el infinito. Y más allá.  Así,  así siempre, con Dana, en Dana, para Dana, sólo Dana, DANA, siempre Dana, Dana, Dana, Dana, Dana ...... 














6


Comenzar de nuevo las clases, iniciar un nuevo curso, que será exactamente igual al anterior. Volver a impartir las  mismas asignaturas, explicar exactamente los mismos programas casi con las mismas palabras de siempre, los mismos rollos, las mismas comeduras de coco para unos alumnos exactamente igual de amorfos,  pretextando, en cada curso que perseguimos unos objetivos mínimos: educar al alumno, convertirlo en una persona, en un individuo, enseñándole el camino de la libertad, prepararlo lo mejor posible como profesional que va a tener. y ya tiene, una vida propia, dotarle de una cultura básica y esencial, integral, para que sepa defenderse de las agresiones sociales, etc., etc., etc....  vamos, la panacea de la educación para que luego acabe siendo  carne de cañón, padre de familia que  trabajará un montón de horas diarias para mantener a su familia y pagar sus facturas y perpetuar lo especie y  dejar todo como siempre ha estado: los de arriba, y estos desgraciados, como siempre, abajo.  Palabrería y buenas intenciones que nunca se logran porque falla lo fundamental.  Por un lado los profesores nos dejamos llevar por el cansancio, por el desaliento, porque la historia se repite exactamente igual cada año y no obtenemos ningún resultado positivo. Y porque los alumnos cada año son más apáticos y están peor preparados, sin base ni fundamentos: donde no hay, apenas se puede lograr algo.
Y si se logra, qué. Apenas cambiaremos su vida. Pero  pese a todos estos dilemas sin solucionar, hay que abrir las puertas  de la escuela el primer día de curso y hacer lista de cuántos alumnos ya son veteranos y cuántos nuevos, con cara de muy poca ilusión, expectantes pensando qué  gilipollez me va a saltar este tío, conscientes de que sólo vendrán  cada día a calentarla silla. Cualquier posibilidad de aprender algo es inviable, lo sabemos todos, mejor no hacerse ilusiones: son como latas de cerveza vacías  e irrecuperables. Los recibiré, a los nuevos, como siempre: presentándome en primer lugar, diciéndoles quién soy, qué asignaturas -les voy a explicar, y después los iré introduciendo en la vida escolar: antes que nada la normativa, bien comentadita para que sepan a qué atenerse y por dónde los vamos a reprimir en sus transgresiones; nada: o sois buenos chicos, o ya sabéis, se os envía a casita con vuestro papá. Divertido esto de la normativa, los acojonas el primer día con tantos artículos que después se  lo olvidan y no los aplicas jamás. Es como en el servicio militar: todo está prohibido y castigado con pena de muerte y luego haces lo  que te da la gana  y  paz ahora y luego gloria, nadie te reprime ni te castiga ni te dice nada y mucho menos te matan. No sé para qué tanto rollo el primer día, sería  preferible contarles la verdad desde el  principio.
Entrar en el aula mirándoles fijamente a esos ojos expectantes y bobos, como de bueyes que llevan al matadero y no lo saben que para eso son bueyes, llenos de acojono, asustados y aturdidos, riéndose en su propias jetas, con ironía para que intuyan desde un principio la verdad y sepan a qué atenerse. Quedarse plantado, de pie, quieto, en silencio, pasando una detenida e inquisitiva mirada entre todos ellos, especialmente las chicas, observando hasta el más nimio detalle, poniéndolos nerviosos, dejando que se repongan poco a poco en ese silencio absoluto que nada más se logra en la primera clase del curso: Buenos días a todos, en primer lugar bienvenidos a esta escuela. Me voy a presentar: me llamo Carlos Royo. Hoy comenzamos un nuevo curso, especialmente nuevo para vosotros que habéis abandonado el útero materno de la E.G.B. e iniciáis esta etapa superior que es la F.P. Y digo superior en cuanto que tenéis un año más y antes no podíais cursarla. Comprendo vuestra expectación. Os habéis visto obligados a abandonar aquel calorcito cariñoso, esa vida cómoda y placentera, regalada en la falda de mamá que habéis llevado hasta ahora, y lógicamente esto os resulta totalmente novedoso y confuso. No os preocupéis. Antes que nada os voy a  explicar en qué va a consistir esto de la Formación Profesional, para que no tengáis ninguna duda al respecto. Resumiendo, y de entrada para evitar malos entendidos posteriores, esto es una mierda, una completa mierda, la gran y sublime mierda; sí, no pongáis esa cara de tontos —se oyen unas ligeras risitas— la mierda más  absoluta,  toda ella escrita con mayúsculas. Aquí, con mi ayuda y la del resto de mis compañeros,  todos nosotros altamente cualificados para ello,  os vais a dedicar a desmenuzar y analizar detenidamente esta escoria, conscientes  de lo que tenemos entre manos. No os riáis, que no os estoy gastando ninguna broma. Os estoy diciendo la única verdad posible. Al finalizar el curso, cuando ya   llevemos nueve meses, tiempo suficiente para gestar  y parir un hijo, os daréis cuenta de que tengo razón, de que esto de la F.P. es una monstruosa parida. Os lo digo para que no hay engaños: Una gran caca diarreica que todo lo inunda, que todo lo colma, que todo lo contamina. Están atónitos, los he cogido por sorpresa, no esperaban mi sutileza, mi guiño para con ellos.
Hay que tratarlos así desde el principio consciente de que como profesor mi misión es enseñar, educar a los alumnos capacitándolos para la vida mundana y moderna, para que sepan callarse siempre y bajarse  con clase y delicadeza los pantalones delante del jefe en el trabajo o delante de cualquiera cuando les llegue el momento. ¿Qué se esperaban? ¿engaños? No, es preferible aclarar los  términos de una vez por todas. Nada de edulcorantes. La Verdad cruda y llana. Que sepan desde el principio que van a ser carne de cañón, carroña de los despachos, chupatintas piojosas -si es que lo logran— por el resto de sus vidas. Hay que abrirles los ojos a estos hideputas que se hacen ilusiones, que sueñan con algo mejor, con una mesa de despacho y una máquina de escribir, con la panacea de poder salir del hoyo en el que sus antecesores siempre han permanecido.  Nada, chavales, os digo la verdad tal como surge desde lo más bajo de mis agallas, con sumo cariño, pese a no conocerlos aún, hay que mentalizarse todos de que a partir de ahora a joderse tocan. No, aquí no, ni hablar, en las horas de clase no porque me vería obligado a expulsaros de la escuela, la normativa es la normativa. Nada de tapar agujeritos en clase, aunque nos guste. Aquí estamos para descubrirlos, para  poner de manifiesto el gran coño que es la vida.
Y hablando de normativa os la voy a repartir por escrito, un ejemplar para cada uno, para que la tengáis, la conozcáis y sepáis en todo momento a qué  ateneros, o sea, qué es lo que hay que pasarse total tranquilidad por la entrepierna... Bueno, ya veo que todos tenéis vuestra hojita en la mano, mirarla bien, es la normativa de la escuela, yo también me voy a quedar un ejemplar para mí. Ahora os ruego que hagáis lo mismo que yo. No tengáis miedo, quememos tranquilamente la normativa, arde muy bien, os lo aseguro, lo he comprobado otros años. ¡Fuera la opresión!, al memos aquí, ya tendréis tiempo de conocerla en la calle, en la  oficina, en casa, en todas partes, parece la santísima  trinidad. Y que nadie se me desmadre porque se va a la puta calle. Sin cachondeos, que esto es muy serio. Otro día purificaremos los libros de texto, ahora eso sí,  cuidado con el material, hay que respetarlo, que es sagrado. Y nada de escribir chorradas en las paredes como ocurrió el año pasado en que un guasón puso: "Isabelita es una puta" y la muy bestia añadió debajo "Si, y mi figa lo disfruta“; luego lo vio un día un padre de la  Asociación y la que se armó. Hubo que convencerlo de que eso era una obra de arte por la genialidad de la respuesta, que todo era en sentido figurado y metafísico, pura aceptación de la libertad de expresión, y muchas chorradas  más... Así que ya sabéis, nada de cabritadas ni salidas  de tono. No se admite la pintada soez ni dibujos de despelote, que los profesores para esas cosas somos  muy mirados. Y por ahora nada más, supongo que tendréis muchas cosas que decir, muchas preguntas que formular, puntos negros de mi exposición que precisan de una  aclaración... A ver, quién quiere preguntar algo...  Nadie, la mayoría silenciosa del pueblo español una  vez más ha manifestado su opinión... Abrir bien las  bocas para que la baba pueda caer libremente al suelo, eso sí, con cuidado de no estropear el material. Y nada más por hoy, mañana nos volvemos a ver y seguiré mi labor instructiva introduciéndoos en el mórfico terreno del cálculo mercantil. Y me voy, que he de tocar el  pito... que ya es hora. Cuando suene el timbre la clase habrá acabado. Así que a ser buenos chicos, portar se bien y nada de gilipolleces, no se puede salir al pasillo y hasta mañana.
La verdad es que poder decir estas cosas el primer día te deja bastante descansado, es como si hubieses defecado sin dolor todo lo que llevabas retenido  en el intestino tras una semana de no poder hacerlo.  La paz colma tu espíritu, sientes un calorcillo especial dentro de ti, consciente de la buena obra que acabas  de realizar. Para qué tenerlos engañados. Ya habrá tiempo de hacer demagogia de la más pura con ellos, tenemos  todo el curso por delante. Entonces les iremos diciendo que la empresa es buena, que hay que darle las gracias por brindarnos un trabajo y pagarnos un sueldo,
que el trabajo santifica al hombre, que aquí no se viene a calentar las sillas, que esto no es una guardería, que porras sí y porros no, que a callarse tocan, que  hay que estudiar y saber mucho para encontrar un buen trabajo en competencia con desconocidos, conscientes de que estos chavales necesitan más motivación que la hostia para que aprueben a duras penas. La enseñanza hoy  es así, qué le vamos a hacer.



7



Oigo sonar el timbre insistentemente. Están llamando  a la puerta. ¿Quién puede ser a estas horas?  Dana no, seguro, me habría avisado antes por teléfono diciendo que venía. Son apenas las nueve de la noche. No es tan tarde. No espero a nadie. Seguramente será  algún intruso que pretende que yo le compre una máquina de coser o una enciolopedia ilustrada de muchísimos tomos que jamás cogeré en mis manos para ojearlos. No  necesito ni una cosa ni la otra: la máquina no sabría  utilizarla y la enciclopedia  tan sólo sirve para hacer bonito en la estantería del comedor. Además: ya tengo bastantes libros: como compre otro no sabré donde ponerlo. De todos modos tendré que abrir para ver quién es. No ceja en su afán de tocar el timbre. Voy hacia la puerta temiendo verme obligado a cerrarla inmediatamente, antes de que me llenen la casa de productos de limpieza que no quiero ni necesito.
Abro. Ante mis ojos aparece una hermosísima joven que no conozco en absoluto aunque vagamente me recuerda a alguien. La he visto en alguna parte, seguro. No dice nada, simplemente aguarda sonriéndome. Lo mejor será que entre. No se va a quedar toda la vida en la  puerta aguardando una decisión mía. La invito  a que pase. Está en su casa. Ahora me doy cuenta de que viene acompañada por siete pintorescos personajes descomunalmente diminutos y estrambóticos. Siete enanos vestidos de una forma bastante inusual. Sin duda será alguna nueva moda. La gente hoy está dispuesta a hacer lo que haga falta por tal de vender, y cada vez son más imaginativos. Si me pide que le muestre algún tambor de jabón de una conocida marca para darme cinco mil pesetas  lo siento, pero no tengo ninguno, frecuento semanalmente la lavandería. Como yo siempre vivo un poco bastante al margen de todo... la verdad es que ni me entero de la marcha del mundo. Únicamente sé que continúa dando vueltas alrededor de sí  mismo como un tonto, adorando religiosamente el sol, con vehemencia, con fanatismo, como si tuviera el convencimiento de que no hay más dios que el sol. Lo demás, lo otro que no  sean mis cosas, y en ellas incluyo e Dana, me tienen sin cuidado.
Todos ellos invaden mi hogar. Uno de los enanos con cara de pocos amigos me comenta todo exasperado que no hay derecho, que no deberían construir los ascensores tan altos y tan estrechos, que los ocho a la vez no cabían. Le aclaro que yo no lo he construido, que no tengo nada que ver con este asunto, que soy inocente, y que el ascensor es para cuatro, tal como indica el cartelito que hay colocado encima de los mandos. Me replica con mala lecha, lo cual debe de ser algo innato en él,  que como él es tan bajito no lo ha visto pero que de todos modos no hay derecho. Sólo le falta añadir que la culpa de todo la tienen los curas. Otro enano que creo que es mudo, al menos a mí me lo parce porque no ha dicho ni u desde que han llegado, pero  con cara de ser mucho más gracioso  y simpático quiere decir que el ascensor es una ordinariez, no obstante no lo dice, aunque yo le entiendo perfectamente. En eso tiene razón, está hecho un asco, y además la mayoría de las veces no funciona y me veo obligado a subir por las escaleras.
Pasan dentro y se sientan los siete enanos en el sofá mientras que la   chica lo hace en la butaca que hay junto el mismo. Me hace gracia, lo encuentro realmente grotesco. Parece  como si estuvieran posando para una foto de familia, una foto de esas familias de antaño, foto en sepia, de un grupo familiar que posa con toda seguridad por vez primera conscientes de que va a ser una imagen para la posteridad. Están en silencio, me miran fijamente, me escrutan con  sus miradas, pero ninguno dice nada. Y de pronto todos quieren hablar a la vez. Ya era hora. Comenzaba a estar intranquilo. Y hasta  algo violento a pesar de mi capacidad de aguante, de saber esperar confiando que cuando alguien quiere decirme algo, pues ya lo hará. Se adueñan de mi casa, toman posesión de mi sofá y butaca sin darme ninguna explicación, únicamente la protesta porque el ascensor no es de su agrado. Se arma una gran confusión entre tal amasijo de voces.
Atiendo ora aquí y después allá. Asá me voy enterando de que estos personajes que han tomado mi casa como si fuese suya y que, por lo visto, piensan que darse a cenar y todo lo que haga falta, 0 sea, que se irán cuando les dé la real gana son nada menos que  Blancanieves y los Siete Enanitos. Ahora caigo en la  cuenta de por qué están aquí, en Barcelona, en mi casa. Es Blancanieves quien me responde: "Mira, chico, todo iba bien, nos lo pasábamos muy bien, muy divertido, vamos, de órdago, y hasta éramos felices, pero con la crisis nos  hemos visto obligados los ocho a abandonar el bosque,  a emigrar, aquello ya no es rentable, apenas si podíamos  malcomer. Además, mi madrasta últimamente estaba bastante quisquillosa y nos presionaba demasiado hasta hacernos la vida imposible con sus caprichos y tonterías".
No entiendo nada y miro perplejo a los enanos, me resultan sumamente divertidos. “No nos quedó otro remedio más que emigrar a la gran ciudad en busca de trabajo.  Por eso estamos aquí, aunque ya hemos comprobado que va  a resultar bastante difícil, llevamos varios días dando vueltas y no hemos encontrado nada, como hay tanto paro -añade  uno de los enanos con una enorme cara de bonachón-.  Hay que lograr ante todo un refugio  seguro en el cual poder ocultar a la niña".  Les sugiero que en mi casa están  a salvo, que pueden tranquilamente descansar, aquí nunca les buscarán. Ahora hablan todos a la vez, es una  lástima, había conseguido que lo hicieran de uno en   uno. Apenas me entero de lo que me explican. Parece ser que al principio trabajaron los siete en circos y espectáculos para niños, luego hace ya tiempo que abandonaron el bosque; después los contrataron por una miseria para intervenir, a condición de que Blancanieves también participara, en una película sobre su propia  historia. La película se hizo. Entonces fueron días felices en los que todo el mundo los adoraba y seguía entusiasmados. Con el tiempo dejaron de ser novedad y no interesaron ya a casi nadie. Volvieron al bosque, a la mina, pero aquello no era rentable: había que renovar todo el inmovilizado que había quedado ya obsoleto, que estaba plenamente amortizado y eso requería una inversión alta y como no tenían ninguna posibilidad  por falta de capital inversor se vieron obligados a abandonar el proyecto. Es  cierto que el cuento de Blancanieves y los Siete Enanitos perdurará siempre en la mente de todos, siempre se  seguirá vendiendo, pero son copias vulgares de lo ya hecho por ellos y los derechos apenas  si dan.  Es por esto, y por otras muchas razones que no vienen  a colación, que ahora van de casa en casa buscando quien los acoja durante unos días, mientras encuentran una colocación mínimamente satisfactoria. Les manifiesto que por mí pueden quedarse cuantos días quieran.
Hay que preparar la cena. Son más de las diez. Le pido a Blancanieves que me ayude. Se viene conmigo  a la cocina. No sabemos por dónde empezar. Le sugiero la posibilidad de abrir algunas latas, siempre tengo  bastantes en reserva, algo de embutido, unas tortillas de patatas… Una cena ligera y rápida que no nos lleve demasiado tiempo. Mientras la preparamos me acongoja, y me asusta,  el ver en los ojos de la eterna niña la desazón por todo cuanto les  está pasando. No le veo ninguna ilusión, ninguna posibilidad de esperanza, ningún deseo por seguir viviendo. Está, me parece a mí, preocupada por el futuro de ella y de sus compañeros. Me siento realmente triste, no sé qué decirle. Cualquier intento por mi  parte de consolarla va a resultar inútil, almenas eso es lo que en estos instantes percibo. Es una lástima: todavía es una niña.
Ponemos entre todos la mesa. La cena no es abundante, pero sí suficiente: los enanitos apenas  si comen, tan sólo uno se destaca por su glotonería. Comen en silencio. Parece más un velorio que una cena entre amigos. Cada uno de ellos tiene la vista fija en su plato. Los veo abatidos,  desmoralizados... Están pasados de moda... y con su patente declinar comprendo que les cueste aceptar que  Superman y sobre todo las series de dibujos animados de la televisión hayan podido con ellos... no es justo... al menos no lo merecen... yo en su lugar también  reaccionaría de igual manera. Intento por todos los medios a mi alcance que se sientan cómodos en mi compañía. No es porque esta noche sea su anfitrión. Llego incluso a proponerles que se queden para siempre conmigo y con Dana que algún día vendrá también ella para compartir nuestras vidas. Formaremos una gran familia. No sé por qué, pero me da la impresión de que no les  interesa mi oferta. Ni tan siquiera me oyen, están ausentes, con la mente en otra parte.
Siguen abstraídos, mirando sus respectivas manzanas en el plato sin que ninguno se decida a dar el primer mordisco. Pienso que no está bien que dejen el postre intacto. Después caigo en la cuenta de mi tremenda falta de tacto...es imperdonable... una manzana por fuerza ha de traerles muy  malos recuerdos. La manzana, la dichosa manzana, siempre es una manzana. Sin hacer ningún comentario les retiro la fruta y saco unas latas de melocotón, piña y peras en almíbar... y una botella de Cointreau. Veo en sus rostros satisfacción y agradecimiento. Se animan bastante y terminan con todo lo que queda de comestible en la mesa. Tan sólo permanece la botella de licor que Blancanieves se niega obstinadamente a probar. A los enanitos les ha gustado bastante, aunque ninguno de ellos ha llegado a tomar ni tan siquiera una copa, nada más un sorbito. De súbito, sin que apenas me  dé cuenta los enanitos se han metido en la cocina con toda la vajilla sucia y al momento han vuelto cantando a coro: "Todo limpio, limpio, limpio", y han hecho una  reverencia de lo más gracioso. Me divierte el verlos juntos, trabajando y actuando juntos, juntos en la mesa, juntos en la cocina, juntos en el sofá ahora, juntos, siempre dispuestos a lo que sea para que su niña se divierta y olvide su  penosa situación. Busco mi pipa. La cargo con gran meticulosidad. Mientras la enciendo el enano que tiene cara de bonachón me comenta "Bonita pipa, sí señor, y veo que eres un buen fumador, y muy experto. Yo antes también fumaba picadura, pero  era en el bosque, cuando éramos felices temiendo que la mamá de Blanca la encontrara y la hiciese matar, aunque todos conocíamos desde siempre que tal cosa no sucedería nunca. Entonces sí me gustaba cargar mi pipa; con excesivo mimo, desmenuzando bien la hebra, introduciéndola delicadamente en el cuenco, primero muy flojito, después como si fuese un niño quien la apretara, aumentando la presión con cada capa sucesiva, chupando de cuando en cuando para comprobar que está en su punto, las últimas hebras bien prietas, con la fuerza de hombre un  joven, un pequeño agujerito para respiradero y encenderla. La primera bocanada seca, no excesivamente caliente el humo, siempre es la mejor cuando está bien  cargada y sobre todo bien encendida. Era uno de mis  mayores  placeres. Ahora ya no fumo -me replica al ver mi ademán de ofrecerle mi picadura- mis bronquios salen ganando, el aire contaminado de las ciudades no me hacen ningún bien". Lo comprendo, ellos siempre han llevado una vida muy sana, sus pulmones no están tan ennegrecidos  como los míos. "Yo, acostumbrado -comento— a la atmósfera sucia de Barcelona no me importa añadir un poco más, total, mi organismo ni se entera". Estoy convencido de que vamos a pasar una velada entretenida y  muy agradable. Veo cómo el enanito mudo juega con todos a golpearse las manos, un juego que yo practicaba de pequeño, primero la una mano, palmada, la otra, palmada, las dos, palmada... acelerando la velocidad hasta que uno de los dos se equivoque. Siempre gana  el mismo, el mudito, es lógico, pienso yo, es más difícil que se distraiga en otras cosas y pierda el ritmo.
— ¿Por qué no jugamos ahora a inventar?
—Sí, eso, eso, vamos a jugar a inventar.
· -Sí, sí, a inventar.
—Sí, sí, que es muy divertido.
—Veréis: yo ya he elegido la primera palabra a proponer: se trata de TAXARA, ¿de acuerdo?
— ¡Bonita palabra, sí señor!
—!Veamos! Así, en principio, no me sugiere nada, únicamente que es sonora: taxara... taxara.
- ¿Cómo que no? Taxara podría ser la capital de Taxarelandia, en donde viven unos seres muy divertidos y dulces, todos como de chocolate y nata, que duermen de día y pasan las noches cantando taxara, taxara,  taxara...  y que responden al nombre de los taxaros.
-Bien, y ¿dónde situamos Taxaralandia?
-Eso, dónde la vamos a emplazar.
 -Taxaralandia es un diminuto país que no  existe, situado en un hermoso valle de los Alpes. Por eso nadie nunca ha oído hablar del mismo. Como no existe..
—Es un país viejísimo, viejísimo, en el que nunca ha habido guerras, ni peleas entre sus habitantes,  ni desempleo, ni problemas de seguridad ciudadana, ni I contaminación, ni nada.
—Claro, como se pasan las noches cantando taxara, taxara... no tienen problemas.
—Tampoco tienen historia, como nunca pasa nada extraordinario... Sí, me gustaría vivir en Taxaraladia.
-Pues a mí no me gustaría, no señor, debe ser una lata dormir siempre de día y no poder ver nunca el sol, ni oír los pajaritos en la primavera, ni oler las que brotan en el valle con el deshielo, ni tantas otras  cosas que únicamente se saborean de día, a plena luz, no, no me gustaría vivir allí, está decidido.
 -Y si en vez de ser una ciudad fuese un animal ¿cómo sería?
Todos nos quedamos pensativos. Especialmente yo. Nunca había jugado a inventar nada. Y la verdad es que tiene su gracia: todo consiste en encontrar una palabra cualquiera que no signifique absolutamente nada y a partir de ahí ir buscándole significaciones, sugiriendo qué podría ser, dejándose llevar por la fragancia y la elasticidad de la palabra, inventando, inventando siempre cosas posibles, nuevos paisajes, nuevas razas, animales que nunca existieron, quién sabe, mil  significados distintos, infinitos significados que todos guardamos en la mente y que jamás nos hemos atrevido a compartir con los demás. Ha hecho falta que Blancanieves, siempre tan ocurrente y tan fresca haya sugerido este juego tan divertido: Taxara. La palabra a
mí no me dice absolutamente nada, también es cierto  que es la primera vez que juego y no estoy aún ducho,  me falta la práctica.
 -El tasara es un animal andino, mitológico,  muy parecido a la llama, aunque no es una llama.
-Sí, eso, es como un hermoso caballito poney, todo lanudo, y con cara de buenos amigos.
—Es como el unicornio, pero sin cuerno.
—Eso, el taxara es un unicornio sin cuerno y con las patas un poquito más largas.
—Al  taxara le encanta corretear cerca de los arroyos, entre las flores, con sumo  cuidado para no pisarlas, persiguiendo a las mariposas que son sus eternas amigas y siempre quieren jugar con él.

- Y yo que me lo imagino como un animal pre diluviano, parecido al diplodocus, una especie de diplodocus, pero más pequeño y todo de peluche.
—Tampoco estaría mal, no obstante yo lo veo más como un lindo caballito que trota, salta, corre, retoza, que siempre está contento porque no tiene nada que hacer.
-Claro, el taxara ya cumplió su misión: los  primeros hombres que vinieron a habitar la tierra  desde el universo lo  hicieron a lomos de taxaras.
—Sí, vinieron desde el sol, descendiendo por los senderos de los rayos de luz hasta llegar a la tierra, entonces sí los taxaras fueron imprescindibles, sólo ellos fueron capaces de tal gesta.
 —Me imagino la cabalgata formada por taxaras  y más taxaras, uno detrás de otro, bajando, a través del cielo, hasta llegar al paraíso, pasito a pasito, con los primeros hombres en sus lomos...
-Yo también me imagino al taxara como un pajarito muy pequeño, parecido al ave del paraíso, pero  diferente, lleno de coloridos brillantes, muy vivos, que pasa el día de rama en rama cantando taxara, taxara. De ahí su nombre.
-Sí, tampoco estaría mal, vive en las selvas de Tasmania, Borneo y Sumatra. Es sumamente difícil de ver, apenas nadie sabe de su existencia, únicamente se le identifica por su canto: taxara, taxara... Es muy veloz e inquieto, nunca está en el mismo árbol, y si  alguna vez llegas a ver uno pensarás que ha sido un contraluz, un rayo de sol que se ha filtrado entre las ramas para cegarte. Es verlo y no verlo, tan sólo oyes  su taxara, taxara.
— ¿ Y si fuese une planta?
—No, no puede ser una planta sin flores, no, venenoso pero sí maligna que los animales no quieren porque les produce mucha sed y después se les hincha el vientre. No, ni hablar, una planta no, no me  corresponde con lo que puede sugerirme esta palabra.
- Tampoco puede ser un objeto. Taxara me sugiere algo intangible, una sensación, pero nunca algo  material. No puedo tener un taxara en las manos.
—Tienes toda la razón del mundo. Taxara significa algo así como  "todo va bien, no te preocupes", o bien  "muy bonito, sí señor".
— ¿ Qué, cómo va?: Taxara.
-          ¿Te gusta cómo ha quedado?: Sí, !Taxara!
 —¿Qué te parezco con mi vestido nuevo?: !Te queda taxara!
 —!Taxara!, !Qué feliz soy!
—Esto está pero que muy taxara.
—Sí señor, taxara de verdad. Nunca lo había  pasado tan taxara.
Por momentos he llegado a sentirme nuevamente niño al lado de estos personajes tan magníficos, tan encantadores, tan... taxaras. He pasado el tiempo sin que nos diéramos cuenta. Todos tenemos sueño. Recordaré siempre esta hermosa velada. Antes de acostarnos aún tenemos ganas de cantar su viejo y conocido "Aibó, aibó, a casa a descansar". No hay excesivos problemas para acomodarlos a todos. Me prometen que se quedarán  unos días en casa, más que nada para hacerme compañía,  no teniendo a dónde ir no les importa demasiado el estar aquí o allí. No tienen, me da la sensación, las ideas demasiado claras. Se plantean la posibilidad de retornar al bosque, que es realmente su medio. No se adaptan, por más que lo intentan, a nuestra vida tan vertiginosa y vacía. Nunca debieron abandonarlo. Les cegó la luz y el atractivo de  la gran ciudad como a tantas otras familias  que un día dejaron casa y tierras para emigrar  pensando que la gran ubre  que es  la ciudad les daría de mamar a todos... Además, ya hace tiempo que dejaron de preocuparse por lo que pueda hacer la madrastra de  Blancanieves, ya no le temen, lo  que ocurrió con ella hace tanto tiempo  que lo han olvidado. Ahora nada más les importa  vivir, vivir fuera de la vorágine de la sociedad actual y fuera, así mismo, de aquella fama que un día les hizo estar en candelero y ser famosos y que ahora el olvido, ese olvido canalla y traidor, interesado que hace que hoy estés arriba y mañana  te hundas en la miseria;  ahora más que vivir lo que de verdad les importa, por lo que intuyo, es sobrevivir, lo cual no es poco.
Me levanto bastante tarde. Tampoco yo tengo nada que hacer los sábados por la mañana. Estoy  contento. No todos los días se tiene en casa como huéspedes a estos maravillosos personajes de ficción. En el lavabo, al que entro con cuidado, procurando no hacer ruido para no despertarlos, encuentro una nota que dice: i "Gracias por todo. Nunca te olvidaremos. Adiós. Blanca". Me deja perplejo la noticia. Corro hacia sus  habitaciones. En la de Blancanieves no hay nadie. Tampoco en las de los enanitos. Se han ido casi sin despedirse.






                                                             8


—Carlos, ¿te acuerdas cómo nos conocimos?
—Claro que lo recuerdo, cómo iba a olvidarlo.
Fue de la forma más tonta que uno se pueda imaginar. Lo importante es que te encontré. Ahora déjame dormir un  poco más,  anda sé buena.
—Sí, fue un encuentro casual. Si tú no me hubieses dicho nada yo habría seguido allí, como una tonta, buscando un libro  ameno para leer sin decidirme  por ninguno.  Siempre me pasa lo mismo: nunca acabo de inclinarme por un autor concreto. La verdad, he de reconocerlo, me daba igual Delibes, Cunqueiro o Torrente. Entonces apareciste tú, seguramente llevabas bastante rato en la librería sin que yo hubiese reparado en tu presencia. En un principio pensé que eras un pasota entrometido. Me abordaste de un modo tan inusual  en ti. Por fin me había decidido por un libro cuyo
autor ya ni recuerdo. Cuando ya lo tenía cogido, bien asido en mi mano  para dirigirme a a la caja y poder  pagarlo tu mano se aferró a la mía y quitándome el ejemplar de  mi mano y con cara muy sería, como si yo estuviese cometiendo un delito e ibas a sancionarme, me dijiste todo categórico:
—No, éste no, no lo compres, no te va a gustar nada nada, pero nada. Te aburrirás soberanamente entre sus páginas, te perderás entre el fárrago de sus párrafos, es sumamente soporífero, de esos textos que duermen incluso a los noctámbulos más irredentos, te lo aseguro. Yo lo intenté y no pude, de verdad, créeme.
-Pero bueno, qué te has creído, qué te importa a ti lo que yo lea -te contesté yo sumamente contrariada por tu inoportuna  intromisión, que te habías pensado, que podías dar consejos a una desconocida así por qué, qué sabías tú de mus gustos y preferencias literarias -. Todo eso pasó de súbito por mi cabeza, pero te miré a los ojos y tú…
 -Vamos a ver, por partes, primero contéstame: ¿qué hace una chica como tú pretendiendo comprar un libro como éste?
—Me hizo gracia tu salida, sobre todo por lo original. Tu forma de actuar, intentando que no comprara aquel libro concreto y luego tu inesperada y, sobre todo, original pregunta: ¿qué hace una chica como tú en un sitio como éste? Con  una nueva variante. Sólo te faltaba añadir para quedar bien: ¿estudias o trabajas?
-Sí, reconozco que tenía ganas de tomarte ligeramente el pelo, pero me enmendé de inmediato. Así que seguí: “Te lo digo de verdad, no lo compres, es tostón hasta la saciedad. Todavía no conozco a nadie que haya podido pasar de la página cuarenta. Tú buscas un libro interesante ¿no es así?. Pues has encontrado  el mejor consejero literario posible. Yo de libros entiendo mucho…
—Un experto de Harvard, ¿no?
—Bueno, tanto como un experto... No.  Pero te aseguro que te voy a recomendar uno que vale la pena. No te arrepentirás jamás de haberlo leído, así, sin más.
 —Mira, tío, déjate de chorradas  y frases con cachondeito y vete a importunar a otra, conmigo ya has cumplido.
—Oye, que de cumplir nada. Sólo quiero aconsejarte bien, ya que estás decidida a comprar un buen libro yo te voy a guiar  sobre cuál debes comprar. Me lo agradecerás eternamente.
-Y si me niego.
-No puedes hacerlo,  en libros nunca me equivoco.
-¿ Qué interesante, no?
—Bueno, me vas a hacer caso ¿sí o no?
-No.
—Pero si yo  tan solo pretendo con la mayor voluntad del mundo sin pretender nada a cambio  ayudarte, guiarte literariamente para que después no te sientas frustrada. Eso es todo
—Venga, tío, cómprate un bosque y piérdete.
—Si tu me acompañas lo compro encantado.
—Anda, ahora me sale ligón.
—¿Lo compras?
—!No!. Y haz el favor de dejarme en paz.
-¿Y si te lo regalo yo?
—Mi mamá me tiene dicho que no acepte nunca regalos de extraños, que luego puede resultar peligroso. Y yo soy una niña buena y muy obediente. ¿Comprendes?
-  No dijiste nada más. Pensé por un momento que al fin habías desistido de tu intento de quedarte conmigo. Ví como te encaminabas hasta la caja con un libro que desde el primer momento llevabas en las manos, pagabas y te marchabas tan tranquilo. Seguí mirando libros contrariada  y nerviosa, algo ofuscada y con ganas  enfadarme conmigo misma por haber sabido saber resolver la situación de una forma más airosa, Finalmente decidí no adquirir ninguno y marcharme. Bajé las escaleras algo más tranquila pese a la tensión vivida con anterioridad. Abajo estabas tú ofreciéndome el libro que habías comprado. "Toma, te lo regalo, es para ti. Yo ya lo he leído”  Me hizo gracia que un desconocido se tomara tanto interés en que yo leyera aquel libro. Lo cogí algo reticente de tu mano, mirándote con algo de odio a los ojos y tu mirada, majo, tu mirada y lo que me decías con ella produjo el milagro. No me lo pensé dos veces.
Entonces yo te invité a tomar algo en el bar del Drugstore. Había aceptado pese a todo el libro y debíamos celebrarlo. Empezabas a caerme bien. No sé por qué, pero estaba decidida a seguirte la corriente. Me resultabas altamente divertido. Lo que no te dije entonces es que La Consagración de la Primavera ya lo había leído yo también. Únicamente comenté que a Carpentier lo conocía de otras obras, que era un escritor de mi devoción. Aprovechaste la ocasión para endosarme un rollo impresionante sobre Alejo y su tremenda erudición, sobre Alejo y su tratamiento del lenguaje, sobre su enorme dominio de lo narrativo. Incluso me comentaste que para ti “La Consagración de la Primavera” era la mejor obra de  Carpentier, que, según tú, sólo tenía un pequeño error: el protagonista en plena guerra de España toma un valium para poder dormir: es imposible que lo tomara, no existía aún en aquel año. Y seguiste hablando y hablando, sin apenas dejarme meter baza en la conversación.
Apasionadamente, con veneración. Me sorprendió encontrarme a una persona que conociese con tanta profundidad la obra de Alejo Carpentier, que la defendiese tan  desaforadamente, y a su vez con tanto rigor. Parecía que  nunca ibas a cansarte de elogiarlo. Se nos paso el tiempo sin darnos cuenta. Miré el reloj y me sorprendí: eran las diez de la noche, llevábamos toda la tarde juntos, conociéndonos sin apenas percatarnos, uniéndonos a través de la obra de Carpentier, comulgando en un mismo sentir. Poco después me invitaste a cenar. No sé por qué pero acepté encantada, me parecía que te conocía de toda la vida, yo que no acostumbro a hacer caso a   extraños. Pero para mí ya no lo eras, me había prendido de tu voz suave,  acariciadora, apasionada, envolvente, una voz que me iba atrayendo hacia su emisor hasta quedar fundida mentalmente con él, una voz que me sustraía a mí misma para quedar prendada, secuestrada para siempre por tí. Me atraías irresistiblemente. Cenamos juntos y a continuación nos fuimos juntos al rompeolas en tu coche. Me  encantó cír el  fuerte y hasta cierto punto acompasado batir de las olas contra las rocas en la noche, en el silencio de nuestra Barcelona, mientras el viento soplaba también con fuerza, mientras apoyaba mi cabeza en tu hombro, adormeciéndome mientras un poco, y tú mientras  me besabas y me acariciabas con ternura, con delicadeza, efusivamente, como si nos conociéramos desde siempre, como si ya nos hubiésemos puesto de acuerdo para no separarnos jamás. Apenas hablamos, no era necesario, nuestra compenetración era perfecta, nuestro mutuo entendimiento y aceptación  resultaban  ensoñadoramente  envidiables, hasta el punto de que dudaba de que fuera cierto, real, de que  efectivamente estaba a tu lado oyendo el mar, oliendo la humedad de la noche, dejándome llevar en tus brazos, conociéndote, queriéndote, convencida de que mi vida nada más tenía sentido a tu lado.
Y así nos sorprendió de improvisto el amanecer, furtivamente, como si nos hubiese descubierto en falta. Nunca olvidaré aquella noche, la primera que pasaba en compañía de un hombre del que acababa de enamorarme como una tonta. Nunca ma había enamorado antes de este modo, jamás había sentido lo que estaba sintiendo aquella noche a tu lado mientras me dejaba besar y acariciar contemplando el perfil de tu rostro recortado en la oscuridad del cielo nocturno con el mar como horizonte, el contorno de tus labios acercándose, deseando que regresaran al separarse momentáneamente de los míos,  suspirando para que no abandonaran mi boca. Te quiero, Carlos, te quiero... !Pero bueno, si estás dormido. !Tú, despierta!, que te estoy hablando.
—Dana, cariño, déjame dormir un poco más que es muy pronto aún.
—No tienes perdón... yo aquí confesándome, contando lo que atesoro en lo más profundo de mí misma y tú como si oyeras llover, pasando de todo,  pero no importa. te quiero, te quiero. Te quieroooooooo.
—Yo también, Dana, yo también. Duerme, cariño, duerme...
















9



Hoy ha amanecido sereno. Desde la ventana puedo ver a lo lejos el mar tras varios días de lluvia. Luego no hay contaminación en la ciudad. Otros días apenas se distinguen unos contornos vagos, como intuidos, un boceto en borrador primero, como si tan sólo se hubiesen esbozado unos ligeros trazos que sugieran lo que después se querrá dibujar de la Torre de Colón y poco más.
Sin embargo ahora veo el mar azul, los reflejos del  sol en el agua, un barco que seguro es de carga al fondo que apenas avanza, otro más pequeño que atraviesa desde Montjuic hacia Badalona, y poco más. Se ve bonito el mar, incluso estoy pensando en la posibilidad de coger mi cámara y ponerme a filmar, sólo una pasada con algo de zoom, este acontecimiento inusual que lo muta en casi  histórico. Si alguna vez llego a tener hijos y nietos, cuando ya sea viejo, sentado en un cómodo sillón, uno de esos que parece que tuvieran anteojeras, tapizado, con un buen respaldo, posabrazos y un enorme cojín, podré demostrar que hubo una vez en que se podía ver el mar, no todos los días, claro está, desde la ventana de mi habitación.
Días así son los que hacen que te sientas pletórico, lleno de vida, asqueado por todo cuanto ves y recuerdas y no sirve absolutamente para nada. Porque vamos a ver: ¿cuántas personas de Barcelona saben que anoche cantó un ruiseñor? Sus trinos resultaron una  maravilla, un concierto inimitable en el silencio de  la ciudad roto tan sólo  por la sirena de algún barco que sale, o tal vez entra, en el muelle   y por el motor de más de algún coche despistado que no supo estar a la altura del ruiseñor. No podía dormirme.
¿Cómo iba a hacerlo? ¿Acaso perdiéndome esta ocasión tan solemne? No, los párpados te pesan, quieres olvidarte de todos tus problemas, sumirte nuevamente en el  letargo del sueño, en la benevolencia, en la placidez, en la estupidez, en el no ser, en el descanso, en el  estado ideal y perfecto del hombre, en la salvación, en el más allá del tiempo, fuera del espacio, en el Carro de Elías, la integración con el Todo, en el no pensar, en el sueño como último recurso diario de huida.
Sin embargo te resistes y no te dejas vencer, luchas,  es el ruiseñor quien gana. Desconoce la circunstancia  concreta de que yo le estoy escuchando atentamente, integrándome, sumergiéndome en su canto, dejándome llevar por sus trinos, desvelado en esta noche, convencido de que no podré conciliar el sueño hasta mucho más tarde, tal vez no lo logre en toda la noche, tal vez al amanecer que es cuando tras una noche de desvelo sueles dormirte apenas unos  breves instante, pero no importa. No todas las noches se oye cantar un ruiseñor en Barcelona. Mientras oyes los trinos te
pones a pensar en muchísimas cosas, es imposible dejar de excogitar por un momento, nuestra mente es como una máquina que tan sólo la muerte logra detenerla, mientras es siempre lo mismo.
Piensas en esto, luego en aquello, puedes seguir un hilo conductor determinado o bien das saltos, de una cosa a otra sin importar demasiado el orden. Son siempre demasiadas cosas, y entre todas ellas hay finalmente una que impera y comienza a tomar forma. La reconozco como familiar y grata. Siento que debo volver a escribir, retomar la pluma, manchar, mancillar innumerables papeles en blanco, reflejar, dejar constancia  de mis elucubraciones, es una necesidad vital, una obligación que me autoimpongo. No hay justificación clara ante  esta voluntad inquebrantable de escribir, una motivación intrínseca, o al menos no la encuentro por el momento. Los comienzos
siempre son lo más difícil de digerir. Quieres hacer algo, normalmente porque existe desde hace tiempo una  idea que se va fraguando con lentitud, decantando con  delicadeza a veces, tumultuosamente, como un volcán, en otros casos, en tu mente. Y quieres expresarla en el papel, ofrecerle una determinada forma aunque en muchas ocasiones no sea la oportuna, la cierta, la que debería ser porque es la que le corresponde en verdad, pero sientes la necesidad  de  liberarla de tu mente encerrándola para siempre en el papel mediante un acto pleno y totalmente volitivo, nadie te impone trabas, no  hay mas cortapisas que las que tu establezcas en ese momento en el que te enfrentas al papel en blanco, hay que  ser osado, eres tú y el papel  y o haces algo, escribes algo o lo perderás para siempre negándole la posibilidad de existir.
Tu mente no ceja en su intento de querer ir siempre hacia adelante, ella sola si es necesario. La idea va tomando cuerpo, esta gestada, pero apenas es nada. Te asaltan enormes dudas, no tienes un plan prefijado, realmente nunca sé qué es lo que quiero escribir, qué es lo que estoy escribiendo, es el propio hecho el que brota y en ese manar contínuo adquiere su propia forma. Es después de acabado, cuando el acto ya está consumado cuando me entero y entonces viene la etapa de encontrar significados, descifrar todo  lo que con anterioridad  has hecho. La imaginación y el poder, el placer con mayúsculas, el éxtasis de crear priman sobre todo lo demás, es como correr libremente, como un salvaje, por una pradera llena de flores sin que nadie te importune, tú solo, uno con la naturaleza, integrado en ella reconociéndote como un producto de ella. Es el paraíso.
En el fondo todos sabemos un poco por qué escribimos, por qué nos adentramos en este laberinto desconocido si  Ariadna nos concederé esta vez su gracia, tenemos algunas razones para hacerlo, aunque no siempre son las mismas. La mayoría de las veces emprendemos esta larga peregrinación sabiendo que éstas se nos escapan, que las desconoces, únicamente es la voluntad de evadirse, de huir, de gritar hasta perder la voz, que te arrolla hasta anularte, sólo permanece el hecho literario, la posible creación, la sensación de libertad suprema.
No sé si me entiendes, Carlos, la verdad es que no lo sé. Quieres saber cómo naciste, aunque bien que en las primeras páginas te has preocupado de explicárnoslo. Al final, en un momento dado tu mismo has llegado a decir: "No pienso hablar más de mi nacimiento, si alguien está interesado en ello le remito a que consulte a mi madre“ Está bien por tu parte este deseo de no querer seguir en ese camino tan escabroso para ti de buscar tus orígenes, pero yo que te conozco bien, yo que soy tu amigo, he querido, al leer tu explicación nada convincente, aclarar contigo, nada más para ti, la situación. Sé que te vas a molestar y vas a alegar que juego sucio, que soy un  entrometido, que  siempre me meto donde no me llaman. Y seguramente tienes toda la razón del mundo, lo soy y lo acepto, pero quiero darte una explicación aún más detallada. No pretendo justificarme ante nadie, mas sabiendo que tú no  precisas de mis aclaraciones.  Es algo que va más allá, que siento que debo hacerlo, aunque tenga a partir de  ahora tu desacuerdo y de forma consiguiente  tu irritación. Verás, tú hasta el momento te has permitido algunas licencias que dejan mucho que desear. Es nada más mi opinión, pero quiero que me escuches una vez al menos a mí. No estoy demasiado de acuerdo con tu disertación a cerca de la granja. No en cuanto al hilo de tu pensamiento, que me gusta y hasta cierto punto lo comparto tal como comprobarás después, sino en que se la endosas así por las buenas a tus alumnos, creo que no están lo suficientemente preparados para entenderla y puedes crearles serios problemas. Antes te hablaba de mi necesidad de escribir. Bien, en un momento dado sientes que debes hacerlo, pero ¿sobre qué? Comienzas como puedes, sin tener una visión clara, tan sólo prevalece la idea desnuda que habrá que ir vistiendo, adornando, acotando, asentándola poco a poco mientras tome forma. Partes de un tema, normalmente muy vago e impreciso. Necesitas unos personajes que sean maleables, volubles, y sobre todo capaces  de adaptarse a tu historia. Son seres inventados, creados por ti, conformados según tus apetencias, aunque siempre se te escapan un poco. Se mueven libremente, adquieren vida propia, pese a que siempre son manipulados por el autor, y en la mayoría de las ocasiones no nos  queda otro remedio más que ir siguiendo la concatenación de sus propias situaciones, sabiendo que nunca más serán tus personajes. Puede que no se trate de una granja de experimentación humana sino de esto, de una sucesión de hechos, con una cierta coherencia, que plasmados en el libre del tiempo configuran nuestra existencia. Seguramente no somos más que eso, meros e insignificantes personajes que buscan un autor desconocido, superior a nosotros, que llamamos Dios simplemente para entendernos. Somos así, nos sentimos incómodos ante lo  desconocido, ante lo que no podemos comprender, por eso demos nombres a todas las cosas como si nuestra  salvación estuviese ahí.
Bueno, Andrés qué pretendes explicar, a qué viene todo esto? Antes decías que yo iba a decir que juegas sucio. La verdad es que creo que sí, que efectivamente intentas sacar las cartas que llevas ocultas en  la manga. No está bien, Andrés, no es correcto. Aceptaría si tú me dijeras que lo único que pretendes es  aclararte, centrarte, recapacitar sobre lo que estás escribiendo para que mientras tanto nosotros quedemos algo más definidos. Has dicho que muchas veces los personajes se te escapan y adquieren una vida propia. Y es cierto, no tienes ni idea de nosotros. Has ido llenando páginas dudando, vacilando, reflejándonos más según tus impresiones poco trabajadas que  no  según nuestra propia realidad. Tío, no te aclaras. Deja de  escribir, olvídanos como hecho literario, seguiremos siendo amigos, charlaremos sobre los temas que tu propongas, ya sabes que a mí me encanta la conversación  grata, pero deja lo que estas escribiendo. Es un recurs0 de mal gusto divagar como lo estés haciendo. No te vas a quedar con el personal, te lo garantizo.
Tal vez tengas razón, Carlos, pero puesto que existimos debemos seguir caminando, demostrándonos que la vida no es pura estética, es movimiento, es no estancarse, es ir hacia adelante, consciente de lo que estás haciendo, atravesando brumas, entrando en largas noches, en el silencio de la soledad  más absoluta y aterradora, caminando e indagando en ti mismo, marchando sosegadamente, adecuando tus pasos a las necesidades del momento. Y si alguna vez te ves obligado a utilizar eso que tú llamas recursos sucios, pues nada, se es menos purista y los empleas. Te recuerdo que tú también lo has hecho en alguna ocasión, porque  no me negarás que eso de utilizar primero al Príncipe de la Belladurmiente y poco después a Blancanieves y los Siete Enanitos no es juego deliberadamente sucio.
Y ¿por qué tiene que serlo?.Yo no lo veo así. Son hechos, situaciones, circunstancias reales, que me han ocurrido tal como las narro, no hay nada que yo oculte o que utilice con premeditación para lograr unos efectos, un  fin concreto. Mis encuentros con el Príncipe fueron siempre encantadores, muy humanos, siempre los recordaré con cariño. Y no digamos de Blancanieves, es una cría adorable, hasta el punto que me gustaría tenerla como alumna, lástima que se marcharan de esa forma tan poco ortodoxa. Pero qué le vamos a hacer, ocurrió  así y por más vueltas que le demos no va a cambiar absolutamente nada. Las cosas son como son  y debemos aceptarlas  tal como vienen, nos gusto o no.
De acuerdo, Carlos, pero no me negarás que utilizar a estos personajes de ficción en tu historia como si tal cosa no es sacarse un as de la manga.
Mira, yo diría que más que un as es un comodín, no te lo niego. Un comodín que tanto puede ser un as como cualquier otra carta. De todos modos no he recurrido a ellos, sino al contrario, son ellos los que han venido hasta mí. Tal vez no estés de acuerdo porque son personajes de cuentos infantiles. Toda la vida no es más que una pura ficción constante y absurda, te lo he oído decir  en más de una ocasión. Puede que sea así, pero tanto el Príncipe como Blancanieves como los Siete Enanitos son tan reales como mi vida misma...

1 0



Hoy me levanto más tarde. Es una suerte poder permanecer en la cama agotando las ultimas hebras del sueño, saldando las cuentas atrasadas con el sueño, poniéndote al día con el sueño, dejando que el tiempo transcurra marcando su propio ritmo mientras te vuelves a dormir sin apenas darte cuenta, apenas un poco, apenas sumirte placenteramente otra vez en el sueño como si de una bañera rebosante de agua caliente se tratara,  apenas cerrar los ojos sintiendo que estás totalmente relajado y contemplativo, apenas piensas en nada, nada más  te dejas llevar por la grate somnolencia, sin premuras, sin tener que ir a la escuela, sin tener que  preocuparte de nada, olvidándote de las obligaciones de cada día, olvidándote de ti mismo, olvidándote de casi todo, olvidándote incluso de que existe la posibilidad de  olvidar el propio olvido. Todo consiste en adormecerse de nuevo con los ojos cerrados mientras imaginas globos de contenidos no identificados pero sabiendo que son los posos que los problemas solucionados han ido dejando en mi mente y con una simbólica e inexistente pero efectiva aguja ir pinchándolos uno a uno mientras mi mente se va aletargando, relajando, sabiendo que está produciéndose esa limpieza semanal sabatina que siempre es necesario realizar. Hoy es sábado y por lo tanto fiesta, es decir, prevalece el sueño. No hay nada que hacer a parte de pinchar los globos mentales, nada porque me lleve a  moverme, nada que pueda interesarme a excepción de saber que por la tarde vendrá Dana.
Me levanto más tarde. La ducha, afeitarme,  preparar un té, comer un poco de jamón del pueblo, que aún queda algo de ese jamón que nada más  mi madre es capaz de curar de esa forma tan magistral,  y pensar en cómo puedo evadirme del lento y constante paso del tiempo. Un buen libro puede ser la solución. Sin embargo hoy no me atrae en demasía. Leer para mí no es un escape, no es más que mantenerme en la más pura rutina. No. Será mejor planear otra actividad, una cualquiera, poco importa. Se trata tan sólo de dejar que la mañana se evapore sin que me de cuenta, que la mañana se aleje de mí sin que yo me entere, simplemente que pase como cualquier otra mañana de esas que no  molestan, de esas que no interfieren en tus pensamientos, de esas en las que no es necesario contar sus horas, sin estar pendiente de ella, una mañana callada y silenciosa, modosita y recatada como  doncella virgen  que jamás ha salido de su pequeña y encantadora aldea. Vislumbro por un momento una salida posible. Bajar al centro de Barcelona, pasear por sus callejas, someterme a la nada placentera posibilidad de ser atracado en plena vía pública sabiendo que nadie hará nada  por ayudarme, que nadie moverá un dedo para evitarlo y que nadie tan siquiera detendrá su camino para contemplar cómo me atracan. Quemar mis horas matinales entre mis conciudadanos pese a que nunca nos reconoceremos como tales. Aquí todo el mundo vive aislado, reducido a su propia existencia, sometido a su propia necesidad, sin importarle un bledo lo que pueda ocurrirle a su vecino, no hay vecinos, tan sólo unos ojos inexpresivos y con ánimo de evadirse  que alguna vez se cruzan con tu mirada dentro del ascensor, balbuceando a la fuerza un "Buenos días" los más osados, cuyo origen siempre resulta incierto y sobre todo incómodo.
Y ni hablar de ir con el coche, no llegaría nunca. Además, una vez que está bien aparcado... Claro que seguir la recomendación del Ayuntamiento también es cómico. A mí no me importa utilizar los transportes colectivos, resulta mucho más económico y sobre todo atrayente, máxime si tenemos en cuenta que no llevo más plan prefijado que el de distraerme. El único inconveniente estriba en el tiempo que pierdes en la parada esperando el autobús. Pueden pasar horas sin que aparezca por ningún lado el 26. Ya se sabe, como es un servicio de barrio obrero. La espera es siempre estoica. A veces la gente comenta que el 26 más que una línea de autobuses es un punto. Al fin se divisa a lo lejos, parado en el semáforo, al Fernando VII de turno. Llega renqueante y famélico, cansado del esfuerzo. La gente se alborota a su alrededor. Unos gritan "hip, hip, hurra...", otros dan saltos de alegría, hay ovaciones, abrazos, pañuelos ondeando al aire que piden la oreja del conductor, alguien osa insinuar que por qué no da la vuelta al ruedo, es una buena faena, se la merece. Un pobre abuelito no puede resistir la emoción y cae fulminado al suelo, seguro que se trata de un infarto. Es el autobús, tenemos un autobús, podemos subir al autobús, tomamos posesión del autobús, nos acomodamos en el autobús, nada menos que el autobús; todas nuestras ilusiones están colmadas, qué más podemos pedir. Al fin solos, que diría alguien si no fuera porque somos demasiados los que cantamos hermanados eso  de: "para ser conductor de primera, acelera, acelera,  señor conductor..." llevados de la euforia. Ahora vamos  " a toda marcha, deteniéndonos en cada parada para que unos bajen dejando nuestra algarabía particular y otros suban para sumarse a la misma, hacia la plaza de Catalunya, centro neurálgico, corazón de la ciudad, ágora y escaparate, lugar de reunión y encuentro, cita más  utilizada y conocida, emblema, estandarte, insignia, término y meta, fin último, representante genuino, panegírico, de Barcelona y andén del Corte Inglés. La gente aprovecha la ocasión para pasarlo bien, por lo menos  mientras dura el trayecto. Primero es una señora no demasiado alta, algo gorda, con mucho pecho, vamos, pechugona a más no poder, con unas tetazas enormes de las que podríamos mamar todos los que vamos en el autobús   sin agotar su leche, una mujer  de edad imprevisible, quien se lanza a hacer juegos malabares con tres enormes sombreros de copa rojos, descomunales, que ha sacado de improvisto de un bolso negro que lleva en bandolera. Si se ha propuesto amenizarnos el trayecto lo está consiguiendo. Los lanza al aire, los recoge, juega con ellos, los alterna en su cabeza, siempre hay uno volando, hace carantoñas, saca la lengua a un trajeado e inexpresivo caballero con anteojos que pone cara de no agradarle el cariz que está tomando el viaje. Sigue jugando con los sombreros, intenta ponérnoslos a todos, uno por uno, para comprobar que no resultamos tan grotescos. Mientras un muchacho joven se anima a proseguir el espectáculo mostrándonos su destreza con cuatro manzanas que saca del capazo que lleva una señora que no habíamos identificado hasta el momento. Es admirable e increíble la precisión, gracia y donaire del joven. Es todo un artista. Cuando acaba todos aplaudimos, a la vez que damos buena cuenta del dulzor y frescura de la carne de las cuatro manzanas.
Aún no hemos terminado con la fruta cuando  una joven con tejanos inicia su turno tragando un enorme sable. La ovación que recibe es unánime. También el conductor del autobús quiere aportar su pequeña contribución. Y la verdad es que resulta ser un gran contorsionista. Se dobla como nadie, adopta las posturas más raras y estrambóticas, más que humano parece de plastilina. Da saltos en el aire, hace cabriolas, anda sobre las manos, nos saca tarjetas de autobús que nos regala  de las orejas, a los niños de la nariz, ramos de flores de los bolsillos que ofrece a las señoras, una magnifica  fuente con surtidor y varios chorros de agua de colores, como la que hay en Paseo de Gracia intersección con La Gran  Vía, del pañuelo de una niña que se estaba limpiando las lágrimas de la cara.
Y mientras el autobús prosigue su lento avanzar entre semáforo y semáforo, entre parada y parada. Los aplausos duran varios minutos. sólo falta el domador y los leones... ¿quién me mandaría a mí  mentarlos?. Un  hermoso león macho se pasea majestuosamente por el pasillo, de cuando en cuando ruge con fuerza, corre, se detiene, levanta las patas de delante, mata moscas con el rabo, saluda estrechando la mano como una persona bien educada a los niños que no le tienen miedo, gira l sobre sí mismo, se deja acariciar cariñosamente, se para enfrente mío y me mira con ternura, con candidez, con bondad, le acaricio la melena y le doy un efusivo beso... el conductor introduce el puño dentro de la boca hasta la garganta... Es maravilloso. Las palmas sacan humo. Finalmente la fiera se tumba con suma delicadeza en la plataforma al lado del conductor. Se han hecho buenos amigos. Alguien sentado en el suelo hace sonar una flauta, de un cesto surge una cobra que se contornea en el aire, que se deja llevar por la melodía,  un sonar exótico que nos seduce. La chica del sable coge la cobra y se la introduce por la boca como quien no quiere la cosa, con una facilidad asombrosa. La serpiente ha desaparecido dentro de su garganta. Todos la miramos  expectantes. Poco después la saca con cuidado, estirándola suavemente, con suma delicadeza y arte combinados, saber estar y saber hacer.
Instintivamente me pongo de pie. El público hace silencio. No sé por qué pero una extraña fuerza me impulsa a hablar. Comienzo diciendo: "Señoras y señores, niños y niñas que me acompañáis en este viaje tan grato e inolvidable,  compañeros de trayecto todos. Antes que nada debo confesar que yo no soy orador,  así  que seré breve. Únicamente tomo la palabra para dejar constancia de tan magnifico suceso: lo que está aconteciendo en este autobús es realmente maravilloso, enternecedor, admirable, majestuoso, incomparable, apoteósico, inconmensurable, irrepetible, jamás ocurrido con anterioridad, desconocido en los anales de la historia desde lo más remoto... - Me aplauden con efusión-. Creo que todos hemos  tenido que esperarlo tal vez demasiado -asienten con la cabeza- pero ahora pienso, y lo digo sinceramente, de todo corazón, que ha valido la pena. No importa la  espera cuando la dicha es buena, y en esta ocasión lo  es -nuevamente aplausos- También quiero aprovechar este momento para expresar mi gratitud en nombre de todos a aquellos que han contribuido desinteresadamente para amenizar el trayecto, a quienes me cabe el honor -aplausos de varios minutos de duración-  a quienes tengo el  honor de hacer entrega de un diploma y medalla conmemorativa concedida por la Compañía de Autobuses de Barcelona, con la colaboración interesada de Coca-Cola, Gel Corte Inglés y la Fundación “La Caixa” en recuerdo de su participación en  el espectáculo.
-aplausos y más aplausos para todos- No se trata de un premio, aquí no ha habido competición tan sólo el concurso de estos artistas que han estado maravillosamente bien, apoteósicamente bien, adorablemente bien. Si hay un primer premio, un ganador, creo honradamente que debe ser compartido por todos ellos -aplausos  de nuevo- Público todo que me escucháis, ya para acabar sólo quiero decirles que les quedo sumamente agradecido -aplausos y más aplausos que me impiden seguir con mi perorata de momento- Y  ahora: todos rumbo hacia Valencia".
Estamos en la Plaza de Catalunya. Es el final del trayecto, pero nadie tiene ganas de bajar del  autobús, así que el conductor aprovecha esta circunstancia para darnos varias vueltas taurinas alrededor de la plaza, como triunfadores que somos, porque sí,
porque le apetece, porque nadie quiere irse aún, porque  aplaudimos exigiendo una repetición, porque en el autobús a falta de un mando superior quién manda es él, porque le da la real gana y se acabó. Son diez, veinte, treinta, cien vueltas, los urbanos se están volviendo locos intentando ordenar el caos circulatorio que se está organizando. Poco a poco se nos van sumando todos los autobuses que han ido llegando a la plaza. Ya somos una enorme comitiva que gira como un carrusel rojo. Suenan las bocinas acompasadamente, rítmicamente. La gente que transita por los laterales y centro se detienen a contemplarnos. Es lo nunca visto en Barcelona. Seguro que mañana salimos en la primera página de todos los periódicos,  en la edición especial de los domingos. Cuando ya todos estamos un poco mareados, la comitiva se detiene y  nos apeamos del vehículo.
Me despido con abrazos y besos del resto de mis compañeros de odisea prometiéndonos unos a otros que algún día hemos de volver a encontrarnos para revivir este viaje único, aunque nadie dice cuándo ni dónde, convencidos de que no será así.
Miro el reloj, es casi la una, apenas tengo tiempo para dar una vuelta por Las Ramblas, mirar los kioscos de revistas y libros, oler gratuitamente los más variados aromas de las flores, contemplar los pájaros que estén a la venta, prisioneros perpetuos en sus jaulas, siempre entre barrotes... Se oye a lo lejos que alguien grita: "Al ladrón, al ladrón. Pienso para mis adentros que ya han robado a otro más, sabiendo que nadie hará nada para detenerlo, en todo  caso un pie anónimo pondrá un oportuna zancadilla al perseguidor, seguro. Me oriento Ramblas abajo, hacia Colón, caminando despacio, deteniéndome para ver los montones de libros aburridos que se exhiben pero que raramente serán comprados. Supero Canaletas con sus corros de gentes que ahora discuten de política mientras en algunas mesas de los partidos minoritarios y marginales se venden propaganda y más libros. Una pancarta entre dos farolas llama a la solidaridad con los pueblos oprimidos.
Pienso por un momento en Argentina, Uruguay, Paraguay,  Bolivia, Chile, El Salvador, Guatemala, en las Madres de la Plaza de Mayo, en Justicia y Paz, en Amnistía International. Si, son pueblos escandalosamente oprimidos, denunciados por estos organismos, pero qué pueblo no está hoy día oprimido en esta democracia de pandereta y bambalinas. El que esté libre de pecado  que arroje la primera piedra. Nadie osará hacerlo. Poco  a poco la vamos dejando caer, esa piedra que habría que arrojar. y nos retiramos haciendo mutis por el fondo, avergonzados con nosotros mismos, conscientes de que hay múltiples formas de opresión, visibles e identificables todas ellas, pero que la mayoría de las veces nos negamos a reconocer. Resulta mucho más fácil pensar que son ellos los oprimidos, los desheredados, las dictaduras militares de la América Hispana, tradición y vínculos culturales, sanguíneos, idiosincrasia política, nos unen, señores. Sin embargo yo acepto que también aquí me siento oprimido, que nunca podré ser libre mientras haya un hermano anónimo y desconocido, en otra parte del mundo, que no lo es. La libertad  está en nosotros mismos, cada uno debe buscarla y hallarla, pero es cosa de todos. Sería absurdo creer que  la democracia no es una forma tan burda y zafia como cualquier otra de opresión, de dictadura, de privación y tutela de las libertades de las personas, de las libertades de los pueblos. Podríamos estar muchos días  hablando sobre el tema sin agotarlo, delimitándolo apenas. En todas partes cuecen habas. Pero no se treta de  palabras hueras, de denuncias, de discursos, hay que  pasar a la acción.
Ramblas abajo supero la iglesia de Belén, la calle del Carmen. Veo gentes de todos los colores, semblantes y más semblantes distintos, repetitivos, anónimos, todos iguales, indiferenciados, cada uno cargando con sus propios problemas paseando por la avenida, buscando el olvido, le distracción, alguien que te comprenda y te ayude, alguien con quien poder compartir la abrumadora carga. Un niño desnutrido, harapiento, sucio, de ojos vivarachos me pide cinco duros para un bocata. Se los doy. ¿Quién le va a negar cinco duros a un niño hambriento?. Después dudo de su sinceridad, la picardía de le gente tiene límites insospechados. Qué le vamos e hacer, seguramente me he dado un pequeño sablazo, o bien es su forma de ganarse la vida. También él es un oprimido y un explotado. Cruzo a la acera de le izquierda para ver si en Gimeno tienen alguna ganga aprovechable.
Observo detenidamente las pipas que se exhiben en el escaparate, especialmente sus precios. Veo une Everest que me gusta, me sorprende su precio: 295 pesetas. Será preciso tenerle entre las manos, examinarla con cuidado, no puede ser que valga tan poco con ese aspecto. Entro en la tienda, pido que me la enseñen. Me gusta la pipa, es ligera, suave al tacto, la madera es buena, sólo que tiene unas manchas en la pintura, unas marcas que la hacen algo fea. Está tarada. Comento con la empleada la anomalía observada. Ella me alega que precisamente es por eso que vale tan poco, que la pipa es de calidad, pero al ser la última de la serie, nadie la ha querido adquirir por las taras de la madera. A mí no me importa que esté maldecida, proscrita, rechazada; es una buena pipa, estoy convencido, además: me gusta así y me la quedo.
Estoy satisfecho con le compra, es une buena adquisición. Ahora habré que curarla, dejar que su madera se vaya acostumbrando poco a poco al arder del tabaco, el aroma y la textura de la picadura que yo utilizo, a mi forma de fumar, a las exigencias de mi chupada. Habré de cuidarla como a cualquier otra pipa de las que tengo. Con delicadeza, con mimo, con esmero, como si se tratase de un bien precioso y sumamente escaso, como si se tratase de una persona desvalida y necesitada de atención y cariño. Vuelvo al centro de Las Ramblas, me detengo en un puesto de flores y compro una rosa para Dana. Subo entre la gente, hacia la parada del autobús,
recreándome en la idea de que por la tarde estará Dana en casa, como todas las tardes de los sábados. Llego a la parada del autobús consciente de que nuevamente habrá que esperar a que llegue, sabiendo que tarde o temprano, más bien tarde, llegará porque al final todo llega, aunque sea tarde y cuando muchas veces ya no hace falta. La historia siempre se repite.












11


Una semana más que pasa, en blanco, vacía y  huera, sin nada notable, sin nada que merezca ser separado del resto de los sucesos acontecidos y analizado como algo trascendente, fundamental y novedoso, algo por lo cual moverse. Nada que puede ser distintivo y emblema  de la semana, es un sin fondo continuo, monótono, anodino, aberrante, tan circular y envolvente que da vértigo, repitiéndose en todo momento, indiferenciándose de los otros  acontecimientos. Así es una semana cualquiera de mi vida. Desde luego existo, siento que existo, cuando Dana esta a mi lado, protegiéndome, ayudándome, haciéndome saber que vivo, el resto ya no importa, apenas tiene aliciente, sólo las clases y Dana. Después de todo y pensándolo bien, detenidamente, con ensimismamiento, tampoco resulta tan deprimente. No es nocivo que no ocurra nunca nada. Nunca ocurre nada, tan solo Dana. Si alguna vez aconteciese algo raro e importante, atípico, fuera de toda norma, seguramente huiríamos corriendo, nos negaríamos a aceptarlo como tal, no estamos hechos para  lo infrecuente, por relevante que sea. Es un poco aquello de que cuando no ocurre nada es que todo va bien, mejor “no meneallo” por si acaso.
Una mosca, otra mosca, otra... varias moscas. Me detengo a pensar en ellas, también son importantes, también ellas tienen su existencia efímera, tan igual a la nuestra. Revolotean de un lado a otro de la habitación, las contemplo, me maravillo de sus evoluciones, de su ir sin destino, a la buena de Dios, de un sitio a otro, aleteando, parándose, aguardando quién sabe qué. Son unas moscas pequeñas, ya no quedan como las de antes. Entonces si, eran gordas, más grandes, comparadas con éstas parecían gigantes, moscardas descomunales que vagaban tontamente, como las de ahora  mismo, en eso no han cambiado en absoluto, siguen siendo moscas. Intento relacionarlas con las semanas, con mi tiempo: es lo mismo, van, vienen, pasan, de un lado  a otro siempre, buscando algo que nunca se encuentra, esperando, siempre la esperanza en algo que no conocemos, en eso somos bastante memos, que ocurra algo que nunca llega, pero no importa, lo fundamental es seguir esperando, sonando, aun sabiendo que no son mas que sueños vanos en los que tampoco creemos. Y es que como dicen “mientras hay esperanza hay vida” y no sé, pero tengo mis dudas de que sea así. Mientras hay esperanza hay pasividad, sólo se actúa cuando ya no queda esperanza.
Y así pasan los días, encadenándose, repitiéndose, ensartándose en las hojas de un almanaque cualquiera, completando las líneas, apurando las páginas, mes a mes, año tres año, despacio, sosegadamente, siempre igual, sin diferencias, sin escisiones, nada que resaltar, salvo Dana que no está, que aparece furtivamente, como escapada de su vida cotidiana, de su no hacer, de sus estudios que seguramente alguna vez terminará. Las horas, mientras, pasan aburridas, contemplándose en la esfera del reloj. Y yo, entre tanto, siento que el tiempo se me escapa inútilmente, sin un sentido que lo oriente, que lo dirija, que le dé una importancia, una categoría diferente, a la desbandada, huyendo alocadamente, camuflándose para no ser percibido, mientras espero que suene el teléfono  y Dana al otro lado del hilo me cuente sus cosas, su tedio, su vacío, su nada Dana absoluta... también ella esté en el fondo del pozo. ¿Cuándo saldremos?. ¿Cuándo tendremos esa luz que no llega?. Me conformo con le penumbra del especio abierto, pero sé que no es posible, no hay involución posible.
El diálogo ha muerto. Estoy desapaciblemente solo. Sin historia que contar,  aletargado, dejándome llevar por el tiempo de otoño que se acaba, acurrucándome en las hojas marchitas que el viento cambia  constantemente de lugar, no hay dinámica externa con una voluntad redentora. Vivo, sumido en mis fantasmas, vegetando, dejándome conducir, inconscientemente, sin timón, siempre a la deriva. Ideas, deseos, intenciones que se acumulan, que aguardan el momento propicio que nunca llegan a emerger, se les niega su oportunidad, su posibilidad de ser aunque nada más sea de forma efímera . Busco una oportunidad, una salida, una distracción, evadirme como  sea. Enciendo la televisión, sin darle voz, que permanezca también ella muda, me niego a conversar con ella y mucho menos limitarme a oírla, no necesito la intercesión de le máquina parlante en estos momentos. Ni tan siquiera la mera contemplación de monigotes animados pero sin voz, o sea, sin alma, me atraen.  Me adormezco poco a poco, lánguidamente. Es lo mejor,  siempre la salvación redentora del sueño, la eterna burla, no importa, adoremos a Epicuro.











12


Estabas sentada en el centro del laberinto, junto a la campana, con los ojos en ninguna parte, aburrida, sin encontrar el modo de matar el tiempo, sola, abandonada en ti misma. Yo había subido aquella tarde al Tibidabo para contemplar una vez más la ciudad, tras  toda una mañana de viento del noroeste, limpia y tranquila, sin continuación, con todos sus perfiles y contornos definidos, las calles  Montaner, Aribau, Enric Granados, Balmes, Rambla Catalunya, Paseo de Gracia, Plaza de Catalunya, Las Ramblas, la Torre de Colón, el  Puerto, Las Palomas y Las Golondrinas, barcos al fondo, el inmenso e inconmensurable mar azul, majestuoso, la Catedral, la Sagrada Família, las torres del Besòs —de la térmica— el río, Badalona, Sant Adrià, Santa Coloma, El Montseny, por el otro lado Montjuic, el Palacio Nacional, la Campsa,  L’Hospitalet, Cornellà, Sant Just... toda la metrópoli  junta, sin líneas divisorias, sin limites ni fronteras, todo mezclado, confundido, moles de hormigón, unas junto a otras, hermanada, confraternizadas a la fuerza, las torres de los bancos de la Diagonal sobresaliendo, arterias y símbolos fálicos en una ciudad que crece irremediablemente hacia arriba y de espaldas al mar, paraíso de especuladores a los que últimamente se les intenta poner en vereda. Será imposible, hay demasiados crímenes urbanísticos juntos, uno más ni se nota en esa jungla de asfalto que se extiende a los pies del Tibidabo, hasta el mar que nunca entra para limpiarla.
También él desea mantenerse al margen, no inmiscuirse, no querer saber nada, Barcelona es así, que se las arregle sola. Como tú, dentro del Laberinto.
Te vi desde arriba, sola, distraída en tus pensamientos, quieta, ensimismada. Decidí entrar al laberinto y rescatarte. Me pareciste lo más importante, y me olvidé de la ciudad. No me costó demasiado llegar  hasta ti, apenas unas dudas y titubeos, unos errores sin importancia, unas vueltas atrás, unas pocas sendas insinuantes de certeros  atajos que en verdad resultan sin continuación y  poco más. Seguías en la misma posición, como una estatua, como un ciprés más del laberinto. No dije nada, me senté a tu lado y aguardé, contemplándote, mirándote de soslayo, esperando que reaccionaras, pero tú ni te inmutaste con mi presencia, con mi no solicitada y mucho menos reclamada compañía.
Al fin me decidí a romper el hielo, a intentar sacarte de tu apatía. De pronto te dije: "Qué, se está bien aquí, ¿eh?". “La verdad es que sí”,  me contestaste tú, sin mirarme siquiera, seguro que sorprendida por mi aparición no prevista y hasta cierto límite agresora. Pasaron varios minutos  sin que nos dijéramos nada, yo te contemplaba pero tú no me hacías caso, no estabas por mí, era imposible conectar contigo. Llegué a convencerme de que no era necesario rescatarte de ningún sitio, que me había equivocado en mi apreciación primera con la premura del  “Dicho y hecho”, sin  pensar en su continuación y consecuencias, sin prever qué podría resultar  de esta fortuita aparición con toda seguridad no deseada. Resultaba evidente, o al menos me pareció que tú no me necesitabas, no te hacía falta ayuda de ninguna clase. Me convencí de que estaba haciendo una vez  más el ridículo, como me sucede siempre que me dejo llevar por el primer impulso y decido entablar un dialogo con alguien desconocido. Es absurdo intentar una conversación con otra persona que no te conoce y que de seguro no quiere hablar. Pero de pronto fuiste tú quien rompió la tensión, me miraste a los  ojos fijamente, embaucadoramente. No sé por qué, pero me vi reflejado de un modo muy especial en ellos, en tu mirada tierna, aterciopelada y acariciadora, me sentí muchísimo mejor. Me dijiste: "Oye, ¿tu sabes cómo se sale de aquí?” “Supongo que sí, si he sabido entrar...”.
Callé que precisamente había entrada para rescatarte, que estaba ilusionado porque esta vez mi apreciación había resultado cierta. “Es que, verás, he  entrado y ahora no sé cómo salir; lo he intentado varias veces, pero en vano, este laberinto no tiene salida, siempre el camino queda cerrado cuando menos lo esperas, cuando más segura estás de que ahora vas bien y resulta que a continuación tienes  que volverte atrás, retrocediendo, retornando siempre lo avanzado hasta regresar aquí. Es un lío.  Como la vida misma, parece que avanzamos y de pronto... zás, vuelves a estar donde estabas. Todo son laberintos sin salidas. Y yo aquí, parada y contemplativa... y como soy una torpe”. “Pues podías haber seguido a  cualquier otra persona que haya entrado..." balbuceé sin percatarme de que estaba, con toda seguridad, metiendo la pata. Por suerte no debiste oírme y bien tenías  en esos momentos otras prioridades. "Pero si el único que ha entrado en toda la tarde has sido tú, el Laberinto ya no atrae a nadie. Pensaba seguirte cuando salieras, si es que sabes salir,  pero como te has quedado sentado a mi lado...  ¿también te estás cuestionando cómo se sale de aquí?”. “De acuerdo, vamos a intentarlo juntos”. No quise decirle que sí sabía cómo salir, que los laberintos se construyen para que cueste encontrar el centro, pero que luego la salida es muy sencilla, todo consiste en no rertroceder el camino ya andado. Nunca se sale por donde se entra.
Y nos pusimos en marcha, retrocediendo apenas por donde habíamos entrado hasta el arco central del penúltimo pasillo, entonces hay que ir a la izquierda hasta el fondo y nuevamente a la izquierda hasta el final. Y otra vez hay que girar, ahora a la derecha, recorrer todo el pasillo, otra vez a la derecha, luego a la izquierda y al fondo se ve la salida. Es fácil, relativamente, salir del Laberinto del Tibidabo. No hablamos  mientras caminábamos. Me hacia gracia pensar que nuestros papeles estaban cambiados, era yo quien hacia de Ariadna, tendiéndote el hilo para que tú, Teseo, salieses airosa del laberinto. No quise comentártelo para no herirte. Fuiste tú quien hizo el comentario al respecto una vez estábamos a salvo. “Una vez mas Ariadna y Teseo han salido victoriosos”, fueron tus palabras. Ibas a marcharte sin más, dándome las gracias, pero intuí que tampoco tú querías dejarme sólo, que de algún modo tenías interés en seguir a mi lado. Ariadna y Teseo nunca se separan, una vez superado el laberinto.
No teníamos nada que decirnos, nada común de que hablar, únicamente dejar que el tiempo pasara mientras seguíamos sin decidirnos a reaccionar. De nuevo fuiste tú quien resolvió la situación sugiriendo entrar en el Castillo de la Bruja. Es otra especie de Laberinto, pero aquí no te pierdes, hay que ir siempre adelante, entre monstruos que se aparecen, ruidos nada comunes, pasadizos que se mueven, luces siniestras, habitaciones pertenecientes a cuentos de miedo, sirenas estridentes y gritos espeluznantes, metidos tú y yo, conociendo ya nuestros nombres,  con mi Dana de la mano, como si nos conociéramos de toda la vida, con el hilo de Ariadna—Dana uniéndonos y atándonos. Riéndonos, gastándonos  bromas, felices, contentos, disfrutando de tu compañía, deseando salir del Castillo para saber que lo que nos estaba ocurriendo  era una realidad y no un juego de brujas.
Ariadna-Dana quiere subir en los autos de choque. Una, dos, tres, cuatro... diez... veinte fichas, hay para rato, para toda la tarde. Me seduce sobremanera esta chica: jovial y alegre, algo primaria, muy espontánea e ingénua, encantadora, arrolladora,  sensible, embelesadora, hermosa, graciosa, adorable. Cae la primera ficha  y el coche se pone en movimiento. Conduce ella, yo permanezco a su lado aguardando el primer golpe. Se desliza con soltura, esquivando las acometidas de los coches que vienen de frente, tiene reflejos. Nos acometen por detrás. Gira el volante y salimos airosos, vencedores,  ahora nos toca a nosotros dar a otro coche. Me encanta esta Dana, me maravilla su mirada cálida y envolvente, acariciadora, aterciopelada, encendida, algo arrogante  y que provoca, deseable, única. Otro golpe, ella ríe, lo encuentra divertido. Y la verdad es que lo es. También parece un laberinto, pero ahora ya somos capaces de salir. No movemos, avanzamos, retrocedemos porque así lo queremos. Giramos por toda  la pista. Otra ficha, nos deslizamos suavemente,  casi sin tocar el suelo, con delicadeza, evitando a los demás coches, otro choque cuando menos lo esperamos, hay que salir del atasco, volante a un lado, al otro, todo girado, vamos marcha atrás, no es conveniente, no ves venir a los otros coches que circulan por la pista, de nuevo un choque, ahora evolucionamos hacia adelante, con suavidad, caprichosamente, con suma maña, con refinamiento, con Dana conductora y embriagadora que me lleva por donde ella quiere, y sumisamente yo  voy donde ella desea que vaya, acato su voluntad, ella manda, sin decir nada, en silencio, contemplándola, mirándola a los ojos, recorriendo en mi mente su cara, sus formas insinuantes, dejando que ella ordene, otra ficha, recomienza el desfile de coches, deslizándonos deliciosamente, y yo absorto en su contemplación, descubriendo los matices de su figura, intuyéndola, adivinándola, acariciándola, bebiendo de ella, y mientras chocamos y chocamos sin parar, y ella se divierte, sentada a mi  lado, dejando que yo la abarque poco a poco, guiñándome un ojo, sabiendo que mi vista está recorriéndola, llenándose de su cuerpo, con mi mente detenida en sus senos, en su cuello, detrás de sus orejas, en sus mejillas, en toda ella, decidida a dejarse examinar de este modo tan provocativo por mi parte, dispuesta a pasar el reconocimiento visual mientras introduce provocativamente una nueva ficha, integrada en ambos juegos, olvidados del resto de la gente que también ríe, y grita, y se divierte a nuestro lado, al margen, como si no estuvieran, sin que tengan nada que ver con nuestros asuntos, sin que participen de nuestra comunión, separados voluntariamente, rechazados, relegados a mera comparsa aún sabiendo que están ahí, al lado, en los otros coches, buscándonos, enfrentándose a nosotros, chocando con nosotros, persiguiéndonos, no encontrándonos porque nosotros ya no estamos con ellos, nos hemos fugado a otro mundo situado a años luz en un auto de choque, no les hacemos caso, sin intentos de romper nuestro ensimismamiento resultan todos superfluos y vanos, somos Carlos y Dana sentados en un  cochecito en que apenas si cabemos, aunque esto último es de puro circunstancial, somos Dana y Carlos, pero no estamos, nada más nosotros dos en un mundo que es y no es el nuestro.
Cae otra ficha y otra vez, nos deslizamos por la pista a toda velocidad. Me siento pletórico, estoy atiborrado de Dana, desbordando Dana por todas partes, grito eufóricamente, despegamos del suelo y poco a poco nos vamos elevando, alejándonos hacia arriba, separándonos de una muchedumbre que nos mira atónitos  y yo me asombro de su perplejidad, me voy con Dana, a  través del espacio, en busca de esa estrella que nos aguarda frente a nosotros, a años luz, confiada, sabiendo que tarde o temprano llegaremos hasta ella, recorriendo miles de espacios, dejando atrás todo cuanto  no nos interesa, todo cuanto puede ser un obstáculo en nuestra carrera vertiginosa, alucinante, sorteando  planetas, dejando que meteoritos y cohetes espaciales tropiecen contra nuestro coche, incidiendo, arremetiendo violentamente contra él pero sin dejar mella, nada  nos importa, nada nos va a detener, siempre hacia adelante, avanzando, subiendo vertiginosamente, sintiendo que nuestra loca huida no va a resultar vana, percatándonos de que cada vez estamos más cerca, nosotros dos solos, Carlos y Dana, navegando en ese mas infinito de  estrellas, con una meta segura que nos aguarda. Hay  que poner otra ficha para que el auto no se detenga, suena la sirena, otra sirena también estridente pero ahora no importa, no nos sorprende, todo lo contrario, nos alienta a seguir. Hay otros ruidos por todas partes. El canto de los coros de ángeles nos envuelve, allá vamos nosotros, mas lejos todavía, dispuestos a no separarnos jamás.
Y la música sigue dulcemente, encantándonos, dejándonos llevar en sus notas, hemos encontrado nuestro destino. Dana esta maravillosa, resplandeciente, los rayos del sol iluminan sus cabellos en esta larga oscuridad que estamos atravesando; la miro, la contemplo, me lleno nuevamente de ella, nunca me canso de arroparla con la mirada, con el deseo; está jubilosa, radiante, confiada, dirigiendo el coche siempre hacia arriba, hacia la luz que nos atrae, nos aguarda y nos  ciega, vamos a ella, a encontrarnos con ella, a sumergirnos en su inmensidad, a perdernos en su omnipotencia, siempre el ledo de Dana, siempre con Dana, siempre en Dana. Estamos en la luz, no, no, no es por ahí, mira, parece que no hay nada pero al fondo hay un vidrio,  giremos a la derecha, nuevamente al laberinto, hemos entrado sin proponérnoslo en él, también tendremos que salir juntos, sin que ninguna fuerza pueda detenernos, y mucho menos separarnos. Seguimos avanzando despacio, con cautela, riéndonos de nuestras propias dudas y torpezas, de nuestros equívocos y obligados retrocesos. No importa, siempre se llega al final, no se puede permanecer dentro eternamente.
Nos costó encontrar la escalera que en todo momento veíamos y que nos condujo a la sale superior, al centro. Allí reíste sin parar jugando con los  espejos. En uno  aparecíamos dos enanos sin pretensiones, en  otro gigantes descomunales, en un tercero únicamente se nos deformaban las piernas, nunca me había visto tan largo, con un cuerpo que no encajaba en modo alguno con el resto, en el cuarto asemejábamos seres deformes, salidos de un sueño, con la cabeza y las piernas normales y el resto del cuerpo enormemente ancho, como prestado. No te cansabas de mirarte en todos los espejos, de hacer carantoñas y guiños, muecas, poses extravagantes, de probar y probar para verte diferente, renovada, eras tú y no lo eras en cada momento, en todos los espejos estaba mi Dana multiplicada, interpolada, elevada al infinito, una distinta en cada uno hasta confundirme, hasta no saber cuál era la imagen real, la  verdadera, la humana. Nos acabábamos de conocer aquella tarde y tú ya estabas introduciéndome directamente, sin previo aviso, en tu mundo, en tu forma de ser, mostrándome, haciéndome saber que eras una y múltiple, variada, con mil posibilidades, nunca repetida, esencialmente transformista, multiforme, y sin embargo, siempre  Dana, la Dana que permanece, la esencia de Dana, la Dana auténtica, la Dana mujer que yo quiero, allí en medio, jugando, intentando confundirme, a mi lado, dejándose llevar por la propia inercia de la imagen deformante, modificable, etérea, esencialmente lúdica. Todas aquellas repeticiones de ti misma se fueron metiendo en mí, se posesionaron de todo mi ser para siempre, para que nunca pueda olvidarte, para que así en todo momento haya en mi memoria una imagen tuya de la que yo pueda echar mano y así siempre estás presente en mi pensamiento. Ya sólo Dana, Dana for ever.
No nos resultó difícil salir del Palacio de la Luz. Todos los laberintos tienen una salida. Además, íbamos juntos, por fuerza debíamos encontrar la salida.
Una vez fuera, ya era de noche, tu comentaste que tenías hambre. Me sugeriste cenar en la "Masía", me invitaste, y yo acepté gustoso y encantado, complacido de poder permanecer una horas más a tu lado, cortejándote, dejándome llevar por tus impulsos, enamorándome de tu encanto, de tu alegría, de la saber estar, de tu jovialidad, de tu forma de ser y comportarte. Aquella noche me pareció que había encontrado una mujer única. No me equivoqué. Recuerdo que entramos cogidos de la mano, el camarero nos colocó en una mesa para dos, al fondo, junto a los ventanales para que pudiéramos ver las luces de Barcelona, L’Hospitalet, Cornellà, Esplugues, Sant Just... Toda la macrociudad iluminada, atractiva, embaucadora, propicia para el enamoramiento. Sin embargo apenas las contemplé, únicamente me interesaban tus ojos, su resplandor, su brillo, tu mirada consintiendo en que yo tan sólo tuviera ojos para ti, para verme reflejado en los tuyos con el mismo deseo que tú veías en los míos. No necesitábamos decirnos nada, las palabras estaban de más, habrían roto el encanto y la pasión de aquella primera noche en que cenábamos juntos. Estábamos allí los dos solos, el camarero era un elemento más del decorado, como el resto de la gente, únicamente tu y yo que hacía pocas horas que nos habíamos conocido y que ya sabíamos que nos queríamos, aunque no nos lo habíamos dicho todavía. ¿Qué cenamos en aquella ocasión?. No lo recuerdo, tan sólo sé que nos marchamos cuando ya no quedaba apenas nadie en el comedor. Salimos lentamente, como queriendo detener el paso inexorable del tiempo para poder estar más rato juntos, intentando que la noche no acabara aún para nosotros, no queriéndonos separar todavía, cuando los  dos sabíamos que no había por qué preocuparse. Ambos teníamos miedo a decirnos adiós, deseando no hacerlo, anhelando quedarnos así siempre; sentados en el coche, en la puerta da tu casa, besándonos, acariciándonos, prometiéndonos que mañana por la tarde volveríamos a encontrarnos para cenar  de nuevo juntos.













13





Dime, Dana, en qué me he equivocado, cuál ha sido mi error. Acaricio suavemente tu cabello, me entretengo contemplativo, sumiso, ensimismándome entre las guedejas, entre las hebras de tu largo pelo negro  lacio. Quisiera poder escapar, evadirme, huir de todo cuanto hago, emprender tareas novedosas,  abstraerme, olvidarme de nuestro pasado colectivo, permanecer en medio de, inmune, ser Únicamente tú y yo, sin estar sujeto a condicionantes que nos retienen, que nos marcan a fuego, para siempre,  como si fuésemos reses o prisioneros de los campos nazis, y poder ser libres de una puñetera vez. Y sin embargo, proseguimos cotidianamente en el mismo lugar, reiterándonos, repitiéndonos, acometiendo diariamente los mismos errores, las mismas faltas, las mismas miserias, las mismas tonterías, sin ser capaces de transgredir  al menos por un a vez los límites que nos someten. Hacer caso omiso de nuestro trabajo, de tus estudios absurdos e  incoherentes que únicamente te dotarán de un título nulo y obsoleto. Salir, salir, no recordar nunca más el pasado, ser nuevos. ¿Me comprendes, Dana? Aceptamos la entelequia común, propuesta por una mayoría silenciosa y aborregada, y es preciso romper cadenas y sujeciones. No más acomodos, mientras me entretengo entre tus labios, exijamos la nueva vida mientras te  beso reiteradamente, cayendo en el hábito de lo siempre igual. No más  repeticiones, no más dar vueltas, mientras tus labios liban en los míos, destruyamos el pasado, ideemos, creemos una nueva forma de ser, mientras succiono tus pezones, seamos al fin inteligentes, abstrayéndonos de sus costumbres, no aceptemos los cánones perceptivos, no más repeticiones, no más imposiciones mientras muerdo los labios carnosos y dulces, suaves, atrayentes de tu coño.
Dana, mi Dana, ¡te quiero!. Abrazo tu cuerpo, te estrecho contra mí, te aprisiono, quiero contenerte, te retengo fuertemente para fundirnos y sin embargo tú sigues siendo tú, ajena, sin integrarte plenamente, sin comprenderme, tan tú misma, ingenua y encantadora, adorable, sencilla y compleja, muchas veces impenetrable, gélida, imperturbable ante mis reacciones. Ayúdame, Dana, ayúdame, seamos nosotros dos, capaces de llegar más allá, vamos a alzar el vuelo, no más refugios clandestinos ni ocultaciones, no más miedos e inhibiciones, al fin libres, sin cargas que nos condicionen, restituyamos cuanto nos han amputado violentamente, con extremo sadismo, desde nuestro origen, intentando inutilizarnos de modo permanente, mientras rebozo mi  cara entre tus senos, montañas mágicas, ensoñadoras deleitables, advertencia de que todo es aún posible, ordeñando tus ubres inmaculadas, no más ardides ni estratagemas fraudulentas. No ves, Dana, que estoy llorando de rabia, de impotencia, de saberme inútil si tú no me ayudas a salir, si no cuento contigo para evadirnos mientras vuelvo a besar tu sexo como un antro sagrado y desconocido para mí, intentando olvidar el pasado, no queriendo reconocer lo aprendido, a pesar de que eres tú, mi Dana, no más agresiones, no más altercados, no más  consensos pactados, no permitamos que nos los impongan nuevamente, ahora nos toca a nosotros mostrar los dientes, esgrimir nuestra voluntad determinada de lucha, no dejemos que nos sojuzguen, con tu ayuda, Dana, sólo con tu ayuda.
Seamos al fin intrépidos, osados, resurjamos de las cenizas colectivas para constituirnos en dos seres especiales, en un único ente renovado, diferente, atípico, sesgado a pesar de todo, no importa, tú y yo emergiendo cual ave fénix de la mediocridad modal, distintos, desconocidos, rechazados, !qué nos importa!, inaceptados, recluidos, olvidados, relegados al desprecio y la indiferencia de la estulticia cotidiana que todo lo abarca, !qué se vayan todos a la mierda!, somos tú y yo, Dana y Carlos, arremetiendo con furia, capaces de subvertir todos los órdenes, necesitados de romper las cadenas, deseando quebrar la inercia que nos aletarga entretenido y encendido con tu clítoris, acariciándolo dulcemente, parsimoniosamente, con la punta de mi lengua, estamos obligados a recluirnos si les hacemos caso, el pecado no existe, es una estratagema malintencionada inventada por aquellos que quieren monopolizar estos placeres para sí solos, así nunca más podríamos caminar con la cabeza  alta, siempre nos señalarán con desprecio, sin misericordia, no fuimos capaces de obtener la dicha a pesar de ellos, no, no podemos caer tan bajo, no debemos dejar que nos hundan, nos machacarán a continuación hasta eliminar todo rastro de nuestra existencia, somos incómodos, hay que ser conscientes, valientes, insolentes,  no más acatamientos ni sumisiones, no aceptamos sus preceptos y sus normas, el poder no puede con nosotros, estamos, fuera, no nos doblegamos ante sus valores hueros y mucho menos antes sus imposiciones hilarantes ahora que estoy nutriéndome de tus secreciones vaginales, hay que partir ya, cualquier demora puede resultar nefasta, no podemos perder más tiempo, dame tu mano, Dana, elevémonos por encima de todos ellos, vayamos al más allá  en  donde todo será diferente, lleno de buenas voluntades, sin mezquindades ni odios, sin ambigüedades, no más tonterías, ¡ te quiero ¡, dame la mano, vamos juntos tu y yo, Carlos y Dana, Dana—Carlos hacia la NaDa, lanzados rumbo al infinito, presurosamente, sin remordimientos, vehementemente, sin añoranzas ni lastres, sin discordias, sin  malos recuerdos.
Presagio que vale la pena intentarlo, volar sobre Barcelona, sobrepasando sus edificios, riéndonos jocosamente de la masa aduladora y estéril que se quedarán permanentemente en sus sitios, por siempre mudos y babeante, permanentemente alelados, permanentemente paralizados sin saber cómo reaccionar, no les hagamos caso, vayámonos lejos, tú y yo, qué nos puede importar ya sus mezquindades, adelante, siempre adelante, ya no hay regreso posible, extinción del pasado, eterna anulación limpia y esterilizada, fuera todo lo superflua, vale la pena, tú y yo, avanzando, buscando, indagando, mofándonos de sus tonterías, , de su memez, de sus vilezas y mezquindades, aunque nos lo echen en cara, qué nos importa ya, somos tú y yo, lanzados, imparables, decididos, dispuestos para toda la eternidad, con tu ayuda, Dana, con tu ayuda te penetro una vez más y tú te entregas a mi dichosa, radiante, espléndida, consciente de que en nuestra entrega comienza el cambio, se inicia el viaje del no retorno, es la partida sin regreso, sin senda, sin guía, orgásmate Dana, pon tu asentimiento para un día poder dar frutos, mientras nos extasiamos en nosotros  mismos, nos buscamos y nos hallamos, prolongamos nuestro acto de amor, confiado, anhelante, sabiendo que el cambio aún es posible.




    14




Hoy, chavales, vamos a dejar de lado las matemáticas financieras para dedicar nuestra hora de clase a un tema mucho más instructivo y alentador. Os garantizo que vale la pena que le dediquemos un tiempo. Por lo menos es más útil para vosotros que el interés compuesto. Vamos a ver, cómo empezamos... Sí, el año pasado en la asignatura de economía estudiabais que trabajo es todo esfuerzo humano voluntario e intencionado orientado a la creación de bienes económicos. Lo trabajasteis a fondo: os  adujeron muchos razonamientos positivos acerca del trabajo como factor productivo primario y esencial: sin trabajo no habría productos; cuanto nos da la naturaleza es necesario transformarlo mediante un esfuerzo humano para que nos resulte útil. Es el factor más importante porque implica al hombre, porque de él, desgraciadamente, vivimos y porque, desgraciadamente, todos tenemos la obligación de trabajar. El trabajo dignifica al hombre, porque un hombre ocioso no participa en la creación de riqueza  nacional en beneficio de toda la colectividad; porque, como decía D. Ricardo, el hombre que no trabaja se vuelve vago, borracho y pendenciero, delincuente, se embrutece cada vez más llegando a convertirse en pura basura. Y ¿por qué es esto así?. Muy fácil de responder: porque no tiene nada que hacer, nada bueno, claro. No trabaja, luego no hace nada bueno. Pero esto sólo ocurre con 1os pobres, con los desgraciados, con esas masas mugrientas que conteminan la periferia de las ciudades, esas masas analfabetas que atiborran los talleres y las fábricas. Con los ricos es  distinto, siempre lo ha sido, aunque ahora tengan que trabajar también un poco. La época en que se dedicaban a tocar las pe1otas, y a las criadas, ya pasó y no retornará, aunque siguen tocándonos lo que no suena.
Trabajar es necesario y beneficioso para e1 espíritu. ¿Qué sería de nosotros si no nos permitieran trabajar?, ¿qué sería  de nosotros si no hubiese trabajo para todos? Nada y sino que se lo pregunten a los parados. ¿Qué sería de nuestras vidas con esas cuarenta horas semanales? No sabríamos cómo rellenar ese tiempo libre; nos sentiríamos huecos, vacuos, faltos de algo, psíquicamente inestables, desequilibrados, ausentes, sin una meta, carentes de lo que es más esencial a nuestras vidas y, lo que es más esencial, a   nuestra felicidad: un sentido que conforme nuestra existencia y nos permita seguir viviendo y luchando por algo, por lograr una dignidad como personas. Ya lo decía Adriano Celentano hace años en una canción: “Quién no trabaja no hace el amor”. Aunque la verdad es que cada vez más el sistema laboral imperante  hoy en día, con sus métodos de trabajo en cadena, incapacita sexualmente. Quien trabaja no puede hacer el amor con plenas garantia de plenitud y de éxito.
Mas no es de todo esto de lo que yo os quería hablar hoy, que no estoy para decir chorradas y memeces, sino del trabajo en si mismo, del trabajo como arma esgrimida por los capitalistas, por las clases dirigentes, por el poder, para tenernos sometidos y con la cabeza gacha. El trabajo, en realidad, somete y envilece al hombre. Marx decía que el trabajo es alienante y embrutecedor. No hay que hablar del trabajo, sino, llamando a las cosas  por su nombre, de la fuerza bruta de trabajo que es lo que en realidad nos compran a cambio de un salario de miseria, un salario de subsistencia,  en boca de Ricardo. Demasiadas veces oímos decir a los patronos que somos vagos, poco productivos, que si no están constantemente encima nuestro nos dejamos llevar por la desidia. Y tienen razón, o al menos deberían tenerla. Nosotros, como proletariado que somos, como fuerza social que únicamente tiene su fuerza bruta de trabajo para  vender, nosotros que tan sólo tenemos la posibilidad, hoy por hoy, de ser explotados, tenemos la obligación de no trabajar, no nosotros por propia voluntad, pues, decidme ¿quén saca beneficio de nuestro trabajo?, ¿quién se apropia indebidamente de la plusvalía que generamos?. Son ellos ¿no? Si es para ellos pues, por qué debemos nosotros voluntariamente producirla. Quiero que hoy al acabar la clase hayáis comprendido bien todo esto: el trabajo no ennoblece a las personas, trabajar no es bueno, al menos mientras exista un horario fijo, y una nómina que nos lleva a la prostitución de  cada día. Todos tenemos el derecho a la pereza, a no trabajar más allá de lo que mínimamente  nos es necesario.
Porque hay otro razonamiento también importante. Veréis, nos han hecho un chantaje en lo fundamental. Vosotros me diréis que nunca se había vivido mejor  que ahora. ¿Estáis seguros de ello? Sí, ahora tenemos muchas cosas: coche, televisión, video, una casa de campo, etc., etc. Pero ¿a cambio de qué? Nos han rodeado de cosas supérfluas que producen, bueno que producimos nosotros para que se enriquezcan ellos, fabricamos cosas  no necesarias y que es preciso vender, deshacerse de ellas sea como sea para seguir produciendo y así ir siempre arrebatándonos la plusvalía que nosotros generamos. Cosas, abalorios, collares de plástico y baratijas varias, como a loa negros e indios en la precolonización,   para que nos distraigamos y no perdamos el tiempo pensando en lo interesante que era la vida antes, cuando se podían pasar horas mirando a las estrellas y no a la pantalla de la televisión. ¿Quién de nosotros  mira hoy al cielo por las noches?. Creo que ni los astrónomos. Nos han mentalizado desde pequeños para que aceptemos este estado de cosas. Cantidad en vez de calidad. ¿Quién, hoy, es capaz de de oir: ya tengo bastante salario ganado, asi que no quiero seguir trabajando las tres horas de jornada que me faltan?
Nos han convencido de que el trabajo es un fin en si mismo, cuando esto no es cierto. El trabajo es un medio para lograr nuestros propios fines en la  vida, para poder ser un poco más felices. La felicidad  debe ser la meta del hombre. Porque sólo se vive una vez, no hay posibilidad de volver atrás y reiniciar el proceso que no ha salido bien, la vida no es un laboratorio de experimentación. Lo hecho, hecho queda.  Ahora, ontestarme ¿hay alguien que sea feliz trabajando? ¿Si?.. Ése miente, seguro.
Yo no estoy diciendo que no haya que trabajar. No. Nada más lejos de mi intención. Nada más quiero que entendais que el trabajo no es una meta. Claro que cuando hay tanto paro es lógico que el que no lo tiene se sienta desesperado e inútil, sobre todo esto último.
Tenéis toda la razón del mundo. Sin embargo yo os digo: ojalá todos estuviésemos parados, sin trabajo, no sin nada que hacer, entonces sí resultaría horrible. Digo simplemente sin trabajo. Eso significaría que la tecnologia existente actual sería  capaz de aligerarnos de tamaña carga. Y lo bueno del caso es que hoy esto es posible si se dedicaran todos los recursos necesarios a ello. Nuestra tecnología en estos momentos es capaz de liberar al hombre de muchas horas de trabajo. Empero no lo hace ¿por qué? Muy sencillo,  porque el sistema no puede permitírselo. No sólo supondría un cambio estructural, sino un cambio de modo de vida, de superestructura, y no están dispuestos a que así suceda. Les  da miedo esta posibilidad. Creen que de llegar el momento nos rebelariamos al no tener nada que hacer. Una vez más la tesis de Ricardo, O sea, al tener demasiado tiempo libre para hacer cosas. ¿os imagináis una sociedad auténtica del ocio?.
Venga, ayudadme a entreverla: máquinas robot que hacen nuestro trabajo mientras nosotros cobramos su salario. Nosotros dedicándonos al cultivo y deleite del espiritu, al deporte, a conocernos mucho más, poder pararnos a  charlar con los vecinos, practicando la auténtica y cacareada convivencia, poder pasear con calma, sin coches, porque no tenemos ninguna prisa por llegar, poder tumbarse en la hierba mientras contemplamos maravillados una puesta de sol, poder ir tranquilamente por las calles sin miedo a ser atracados, no habría delincuentes, ni cárceles. Seríamos mucho, muchísimo más felices, con menos cosas a nuestro alrededor, eso sí, hay que aceptarlo de entrada, si no no vale: tendríamos menos bienes supérfluos, pero estaríamos rodeados de muchas más personas que no tendrían que competir con  nosotros por la tenencia posesiva de las cosas, y mucho menos por el enriquecimiento personal y la apropiación de la plusvalía. ¡Qué estoy  soñando? No. No sueño, únicamente me limito a apuntar como mero esbozo lo que hoy ya es posible si todo el mundo estuviese dispuesto a que así fuese. Hay que liberar al hombre de las cadenas del trabajo, de esas cadenas que nos esclavizan.  Sólo así podremos liberarnos también del hambre, de las guerras, de las fronteras, de tantas palabras huecas y odiosas que todavía  estan llenas de un  contenido de desastroso significado.
Un dia os hablaba de una granja de gallinas  y la comparaba con nuestro mundo ¿os acordáis? ¿No es parece que hoy una gran ciudad, llena de fábricas en su periferia, con gentes anónimas, automatizadas, que van de un lado a otro sin saber muy bien por qué; de  gentes que prefieren que en las autopistas hayan flores y árboles de plástico porque reducen el riesgo en caso de accidente, no dejan de formar, vistas desde una perspectiva plenamente aséptica desde arriba, sin condicionantes de ningún tipo, una granja?.
Pensarlo bien: ¿se parece Barcelona a una granja de gallinas?. ¿sí o no?. Venga, pensarlo, ¿es una granja sí o no?, ¿somos libres de hacer lo que queremos?, o  por el contrario ¿parecemos animales? Deteneos por un momento en la calle Aragón, o en la Diagonal, en la  Meridiana, en la Gran Vía, en una hora punta de tráfico, cuando todos van o vuelven del trabajo. Están colapsadas. Lo mismo sucede con el metro y con el autobús. ¿Por qué?, la respuesta está en el viento ¿no? ¿Hace falta que os conteste yo?. No. Sóis lo suficientemente inteligentes para responder solos. Luego mi teoría de la  granja funciona. Tal vez no seamos gallinas, pero si  dejamos de lado lo superfluo, lo accesorio, lo meramente decorativo y vistoso,  en el fondo somos lo mismo. Y todo por culpa de ese factor productivo tan importante llamado trabajo Tenéis razón, el hombre siempre ha tenido que trabajar para obtener los bienes que le hacen falta y cubrir así sus necesidades. Pero no siempre tuvo que  hacerlo como ahora. Antes, nuestros antepasados, trabajaban de otro modo, buscaban tener lo necesario para  vivir y ser felices a su manera. Hoy, no obstante, nos  hemos extralimitado en todas nuestras necesidades. De verdad ¿son necesarias todas las cosas que hoy nos hacen falta para seguir viviendo? ¿Disfrutamos realmente hoy de todo cuanto poseemos? ¿No es más cierto que hoy únicamente somos felices mientras algo nos atrae y deseamos poseerlo, pero apenas lo hemos obtenido deja de interesarnos porque ya hay otras cosas que nos llaman la atención y que comenzamos de inmediato  a desear? Disfrutamos, pero no gozamos de los bienes que poseemos. El goce  es otra cosa, es algo que está implícito  en nosotros mismos, está en nuestra capacidad de sentir el objeto mismo, en saborearlo, en ser uno con él, en apreciar todas y cada una de sus cualidades, globalmente y por separado, en  saber que es nuestro y que es para ser utilizado, gozado. Nosotros no poseemos las cosas, en el fondo nos poseen ellas a nosotros, tan sólo así podemos disfrutarlas plenamente. Nosotros únicamente tenemos el derecho a su disfrute, a su utilización Cuando adquirimos algo  lo que en realidad pagamos es el servicio que nos va a prestar, su utilidad, lo demás son cuentos que nos hemos ido inventando para satisfacer nuestro ego, que precisa cada vez más de rodearse de cosas para creer que así valemos más, que así somos más importantes, que así nos valoran y quieren más. Cada día que pasa es cierta la frase de: "Poseo, luego existo". Para identificarnos  como personas, como seres humanos, de forma constante y permanente, necesitamos rodearnos de cosas, cuanto más banales mejor, más nos creemos en esa especie de lujo superfluo e idiotizante,  porque cada vez estamos más vacíos, más carentes de nosotros mismos. Como no nos encontramos, tampoco es que nos busquemos en demasía, estamos ocupados en todo menos en buscarnos y encontrarnos para estar en paz con nosotros mismos. Por tanto nos urgimos a  buscar puntos de referencia  y de comparación que nos permitan seguir viviendo sin tener que pegarnos un tiro en la sien. Humanamente hemos llegado al final, nada más vemos lo que pulula a nuestro alrededor. Nos identificamos en las cosas que nos rodean y que creemos nuestras. Nos afirmamos también en las negaciones de lo que permanece fuera de nosotros. Estamos, pero ya no somos, vivimos las cosas, vegetamos.... Lástima, ha sonado ya el timbre,  es ya la hora, otro día seguiremos, si os interesa, hablando de esta tema.





15



Dana, pasear contigo, llevarte a mi lado, de la mano, por Las Ramblas, me encanta. A ti también te divierte, la calle, las gentes, los escaparates de las tiendas, el ruido de los coches, las luces de los semáforos... Es lo tuyo, estás en tu medio. Te desenvuelves como pez en el agua, a tu libre albedrío, como si hubieses nacido en medio de este paseo, en medio de Las Ramblas. Todas las calles te atraen, contemplas cuanto tus ojos pueden abarcar y todo te hace más feliz, más  Dana. Eres cosmopolita y callejera, ramblera, aunque quien no te conozca dirá que gozas de la calle como lo haría una persona que llega a la gran ciudad por primera vez: lo más insignificante, lo más cotidiano, lo que pasa desapercibido para todo el mundo, a ti te llama la atención. Eres capaz de sacarle jugo a lo más anodino, a todo aquello a lo que nunca hacemos caso porque lo  consideramos normal, integrado en nuestro modo de vivir.
Y lo absorbes con avidez, con deleite, integrándote en ello, buscando y obteniendo esa comunicación que los demás no somos capaces de encontrar. Cuanto ves te dice  algo, sientes su palpitar, sus vibraciones, su encanto, su leit motiv. No, no eres desconcertante, Dana, simplemente te muestras sin inhibiciones, sin perjuicios con respecto a las personas y las cosas que a ti se acercan, eres como eres, y si no fueses así no serías Dana.
 Pasear contigo por Las Ramblas, de tu mano,  dejándome llevar por tu inercia, por tus impulsos, por tu detenerte a cada momento y sentir ese halo indescriptible que esta avenida posee. Siempre quieres beber agua en la Fuente de Canaletas, aunque no tengas sed. Para ti es todo un rito que debes celebrar cada vez. Tú  eres la gran sacerdotisa de Canaletas. Has aprendido a apretar el pulsador del grifo con la fuerza suficiente para que el agua, al salir, no te moje. Reconozco que  requiere un cierto temple que únicamente, de las personas que yo conozco, tú has alcanzado. Yo siempre fallo en el intento. A mí el chorro  del agua me sale con fuerza, alborotado, vertiginosamente, como queriendo escapar. No está hecho para mi boca. Cada vez que lo intento, me mojo. Y tú te ríes, te hace gracia mi torpeza, mi falta de tacto, mi carencia de  habilidad. Hay que apretar con delicadeza, con mimo, con la presión justa, sin pasarse, sin maltratar a la fuente -me dices con tono de reprimenda y de enseñanza a la vez. Y lo intento de nuevo. Cojo ceremoniosamente el pulsador, lo acaricio, como tú haces, le hablo mentalmente para ponerme de acuerdo con él,  presiono levemente con el dedo índice la palanca. Nada. No sale agua. Intensifico la presión, se resiste, más fuerte, y sale el agua a raudales. Me salpica los pantalones. No puedo beber. Nunca lo haré bien, a mi estas sutilezas de la Fuente de Canaletas me están vedadas. Yo no soy un brujo. Y  no es cuestión de tacto, como tú dices. No, tal vez soy un manazas, pero te aseguro que pongo mi mejor voluntad, sólo que la magia que tú tienes yo no la poseo.  Conmigo no se establece esa aquiescencia entre Fuente y Dana. Es que para ti -comentas poniendo cara seria de intelectual- únicamente se trata de beber agua. Lógicamente el lazo de unión, la comunión, el efluvio necesario no se da, no hay un diálogo entre tú y la Fuente,  no te integras con ella, no deseas conocer sus secretos. Tú no vas a cumplir el rito, te falta solemnidad, careces de la devoción necesaria, no te concentras, no te entregas plenamente a la Fuente, vas reticente, y claro ella lo nota y tú te mojas. Si, posiblemente tengas  razón, tú no vas a beber agua, tú buscas otra cosa, tu cumples con el ritual, lo haces tuyo, te integras, obtienes esa íntima comunicación con la Fuente que yo no soy capaz de establecer.
Luego te encanta entretenerte con los grupos que se forman en el centro, a la misma altura de la  Fuente de Canaletas, para ver lo que dicen. Unos discuten de fútbol: siempre el Barça, otros de política: si les dejaran arreglarían el mundo; un tercero polemiza  sobre la seguridad ciudadana; un cuarto habla del peligro atómico, de la carrera de armamentos, de los misiles que apuntan a todas partes... En este foro se habla de cuanto un hombre sin nada mejor que hacer  es capaz de defender. Todas las causas pendientes, y pedidas,  tienen su orador que defenderá acaloradamente cuantas razones crea convenientes para convencernos de que su causa es justa y la primera a solucionar, la más imperiosa, la más necesaria. Tú nada más te limitas a escuchar y sonreír cuando algo te hace gracia. Me gustaría que por una vez entraras en polémica, te lanzaras a poner objeciones a cualquier orador. Pero no, como vas a replicar en contra a alguien que defiende a Nicaragua, a la revolución hermosa que el pueblo nicaragüense está llevando a cabo para liberarse de la opresión yanqui. No sería humano, además, tanto tú como yo creemos en Nicaragua, estamos de acuerdo con las  pretensiones sandinistas.  Cada vez que leemos o vemos algo referente a los logros de la Junta Sandinista los  ojos se nos llenan de lágrimas de alegría, y en nuestro interior gritamos con fuerza: "Adelante, Nicaragua, no  te dejes dob1egar“, “Adelante, Nicaragua, enseña a los  demás el camino", "Adelante, Nicaragua, siempre adelante". Sin embargo me encantaría oírte, al menos una vez, rebatir cualquier exposición, aunque sea futbolística. Tú no tienes ni idea de este deporte, siempre dices que todo se reduce a veintidós burros dando coces a un balón, pero sería divertido ver cómo dejas con la boca abierta a tus oponentes, con tus salidas geniales que descolocan a cualquiera, con tus argumentos sagaces y contundentes, con tus defensas acaloradas e irrebatibles.
Seguimos Ramblas abajo, lentamente, por el  centro. Yo quiero conocer las últimas novedades salidas en libros baratos, reediciones y ediciones de bolsillo. Nos acercamos a kiosco  de enfrente a la calle Tallers, en donde siempre los tienen todos. No hay nada que pueda atraerme, los más recientes, los recién aparecidos y que podrían interesarme por su precio, los he leído hace bastante tiempo. Es el problema de las reediciones económicas: a quienes podrían atraernos ya los conocemos de cuando se editaron la primera vez. Tan sólo alguna vez encuentro un ejemplar que se me escapó en su día y que ahora puedo adquirir y leer con un desembolso menor. Venga, vamos -me insistes- no hay nada interesante. Y continuamos nuestro pasear apenas un poco porque inmediatamente nos detenemos. Frente a la Calle Santa Ana, como quien dice, enfrente del kiosco, está actuando un mimo  con bastante gracia. El muchacho, aún joven, tiene su arte. Se nota que está aprendiendo le difícil técnica de la escenificación del lenguaje gestual, pero sabe atraer a la gente, no domina completamente los complejos recursos del oficio, empero demuestra que puede llegar lejos. Representa escenas de la vida corriente con un toque bastante crítico, incluso en algunos momentos amargos. No creo que seamos muchos, de los que hemos hecho corro alrededor suyo, los que le comprendamos. Yo, personalmente, debo guiarme por los comentarios de ayuda que tú, Dana, me vas haciendo. A ti siempre te he atraído el mundo de la escena, del espectáculo, de las   luces y bambalinas, aunque sólo sea como mera espectadora. Conoces el teatro, has visto muchas obras, eres capaz de juzgarlo en ecuanimidad. Yo únicamente me detengo porque sé que a ti te encanta.
Estoy más atento al oído que a la vista. Casi junto al mimo, apenas un poco más abajo, la diferencia que puede haber, como separación, entre enfrente  de le Calle Santa Ana y la Calle Canuda, hay un guitarrista flamenco que está haciendo las delicias de mis oídos. Lo siento, Dana, lo tuyo es la escena, la representación, lo mío la música. Cada uno tiene sus apetencias. Dejo que contemples la actuación del mimo mientras  yo me concentro cada vez más, hasta desentenderme por completo de lo que mis ojos ven, en la ejecución musical. Me gusta como toca, tiene alma, imprescindible para el  flamenco. Hay que sentir lo que sale de las cuerdas y de la caja de la guitarra. Y la verdad es que este hombre, no tan joven como el mimo, acaricia su instrumento, sabe lo que tiene entre las manos, modula perfectamente las notas, les da su tiempo y su tono exactos. Al llegar a donde él está me sorprende ver que tanto la postura como la utilización de los dedos de la mano derecha corresponden a la técnica de un guitarrista de música clásica. Los flamencos tocan de otro modo, no  tienen el aprendizaje de escuela de guitarra. Sin decir nada, te  aproximas hasta donde está y echas una moneda en la funda de su guitarra, con delicadeza, poniendo sumo cuidado en no producir ningún ruido, en pasar desapercibida porque sabes que estoy escuchándole con deleite y no quieres molestarme, no deseas romper el encanto que me invade al oír su música limpia y fresca. Permanecemos  largo rato oyéndole, no dices nada, sé que a ti el flamenco, incluso el bueno, el purista, no te gusta, no te llega ni llena, tal vez porque no te dejas arrastrar cómplice  en sus armonías. Gracias, Dana, por permitirme saborear yo solo estos momentos tan maravillosos. Te quiero.
  De pronto suenan unas estridencias que rompen el encanto. Son otras notas, también de guitarra, pero no son lo mismo, es una guitarra eléctrica con el amplificador a todo volumen. El flamenco cesa su música. Es lógico, el ruido que hay en el ambiente, llenándolo todo, ha roto el clima necesario para interpretar buen flamenco. Un guitarrista de flamenco, cuando es  bueno, y éste lo es, saca su música de muy adentro, debe estar entonado en un ambiente que le sea propicio. ¡Lástima!
 Y vamos adelante con nuestro lento descender. Rebasamos sin detenernos a esos dos músicos "modernos" que intentan hacer ruido con sus guitarras. Pretenden parecerse a Jimi Hendrix, pero, la verdad, Dana, no lo lograran jamás. No son más que unos simples rascatripas. Mucho ruido, eso sí, pero la calidad brilla por su ausencia. En el Poliorama, como siempre, hay un letrero que reza: "Cerrado por reformas". Me comentas que es gracioso, pero en este teatro-cine siempre están de reformas, siempre hay obras dentro. Lo pienso  detenidamente. Y tienes razón, esta debe ser la última reforma de la reforma de la reforma de la contrarreforma de la reforma última anterior. "Reformarse o morir" dices tú y sonríes. Sí, Dana, entiendo perfectamente tu maledicente sonrisa, tu sarcasmo. También yo me río con un cierto retintín ante la frase de "renovarse o morir".
Sin apenas darnos cuenta arribamos a la zona de los puestos de animales. Siempre que pasamos te entretienes contemplando las aves exóticas que están en  sus jaulas aguardando a que alguien se fije en ellas y las compre, las saque de esa especie de infierno que, en plenas Ramblas,  padecen.
Te transformas súbitamente en un ave. Llevas plumas por todo el cuerpo, como los pájaros. Eres un  pájaro, Dana. Te veo multicolor, mi radiante Dana, bella entre las bellas, estilizada con tu plumaje. Te están saliendo alas. No tienes brazos, ¿cómo me abrazarás, Dana, a partir de ahora? Estás majestuosa, con esa mezcla de colibrí y ave del paraíso. Me encanta el color; lo exótico de tu cola. Otra metamorfosis de Dana, empiezo a estar acostumbrado, es capaz de transformarse en los seres más insospechados cuando menos era de prever.
“Ahora eres un pájaro, un pájaro único, un pájaro grandioso que levanta el vuelo. Sin decirme nada, sin darme una explicación. sé que te gusta ser contemplada, admirada cuando te pavoneas, aplaudida cuando planeas en el cielo con gracia, con majestuosidad, como si lo tuyo siempre hubiese sido volar. Todos hablan de la magnificencia de tus plumas, de sus matices, sus policromías, su viveza, sus reflejos, sus iriscéncias. Yo conozco su suavidad, el tacto de esas plumas al ser acariciadas por mi mano, por mi mejilla en tu pecho. Me encanta acariciarte, Dana, mi Dana hermosa, cuando te transformas en pájaro. Eres otra, más atrayente, más deseable, más perversa, más sugerente de delicias. Vuelas lentamente, con parsimonia, dejándote envolver, acariciar por mi mirada atenta, expectante, llena de deseo. Te elevas en el aire, te abandonas en vueltas y más vueltas alrededor nuestro, por encima de nuestras  cabezas, dejándote llevar cual enamorada gaviota por la suave brisa del mar. Todos admiramos tu batir de alas, tu vuelo gracioso. Las Ramblas se han detenido, todos miran hacia arriba. Dana vuela, traza figuras en el aire, va y viene, remonta el vuelo para descender con las alas extendidas. Es Dana, mi incomparable Dana que se aleja hacia la Plaza de Catalunya en busca de las palomas. No, Dana, no lo hagas, no tienes ningún   derecho, ¿qué es lo que pretendes? ¡Detente! No lo intentes, Dana, no lo intentes. Bien, si crees que debes hacerlo, nada, adelante, yo estaré siempre contigo, a tu lado, aprobando cuanto hagas, aunque sea una provocación, un sinsentido. Aguardo tu regreso. A ti nada te detiene. Y vienes secundada por las palomas, en bandada, tú delante, abriendo camino, organizando, dirigiendo, siempre la Dana cabecilla de todo, dando órdenes.
Dana, por favor, reflexiona, la vas a armar. No tienes remedio. Siempre has de salirte con la tuya... Atacáis las jaulas sin compasión. Los vendedores no saben cómo reaccionar ante vuestra agresión. Vais abriendo una a una todas las jaulas que se vacían de forma rápida. Es la revolución de las aves, todas liberadas, nadie entre rejas, todos los pájaros  en el aire, volando, nadie tiene derecho a encerrarlas, un pájaro no es un elemento decorativo de nadie, el espacio abierto es su medio. Y tú, Dana, siempre tú, les has devuelto su ansiada libertad. Los propietarios de las jaulas me miran furiosos. ¿Qué hago, Dana? Mejor desentenderme del asunto. Si, ya sé, Dana, a veces me comporto como  un cobarde, ¿qué quieres que haga? No puedo afrontar yo solo el estropicio que has organizado. ¿Qué sería de Las Ramblas sin sus puestos de pájaros? Claro, los pájaros tienen derecho a ser libres, lo sé, Dana, no me lo repitas, pero yo no puedo defender tu acto ante todo el mundo, no me vas a entender, no me obligues a defender causas perdidas desde su inicio. Tendría que hablar largo y tendido sobre la libertad, y la gente   hoy no sabe qué es eso. Además, has liberado a estas  aves, pero mañana habrá otras nuevas en las mismas jaulas, aves que han nacido encarceladas, coartadas, que no saben de un mundo más allá de sus barrotes. Y las liberadas no van a ser capaces de sobrevivir y disfrutar de su reciente libertad y en pocos días morirán de hambre. Dana   ¡ayúdame! No queda ni una jaula sin abrir, todo por  los suelos, yo no soy el responsable, tú te has ido con tus palomas hacia abajo y así eludes el posible castigo, no quieres hacer frente a las consecuencias de tus actos, claro que esta vez estoy contigo, Dana, no aparezcas por aquí, te desplumarán. Me escabullo como puedo, como no dándome por enterado de nada, yo no te conozco, yo no iba contigo, yo no tengo nada que ver, a mi que no me expliquen nada. Yo me largo, no quiero seguir aquí valorando el  desastre. Reticente sigo hacia abajo, entre la gente  que no se explica muy bien qué ha pasado. No me sigue nadie, soy uno más en medio de la gente, anónimo, desconocido, muchedumbre, como todo el mundo. Es lo mejor. Dana, puedes volver a mi lado, nos hemos desentendido ya del caso. No hay responsabilidades. Te busco con la mirada. No apareces por ningún lado. La Iglesia de  Belén, la calle del Carmen, la calle Puertaferrisa en frente. No estás. El mercado de San José, los puestos flores que tanto nos gusta contemplar. No me he detenido en el kiosco, no quiero saber nada de libros, únicamente encontrarte, estar nuevamente junto a ti, sentirte a mi lado. Repaso el primer puesto de flores, me entretengo admirando la entrada central del mercado de la Boqueria. De pronto siento tu aliento a mi lado, detrás de mí. Sé que eres tú quien me está tapando los ojos con las manos. Dana, mi Dana. Te abrazo desde atrás, siento tu cuerpo sugerente junto al mío. Me doy la vuelta y tú apareces delante, desafiante, con una rosa roja  prendida de tus labios. Sin quitártela me das un beso en la boca. Gracias, Dana, por tu detalle, me quedo con la rosa. Una flor, la flor más hermosa del paraíso, me regala una flor. Tus detalles, Dana, a todas horas tus detalles imprevisibles. Observo que esa reciente metamorfosis te hace estar más hermosa que nunca, pero no te lo digo, lo guardo para mí, sé que si lo comentase entonces acabaríamos hablando del incidente de los pájaros y sé que tú no quieres hablar de ello. Has sentido que debías hacerlo y ya está, no tengo nada que objetarte. Te compraría un ramo de claveles, o mejor un ramo de toda clase de flores que recordase  el colorido maravilloso de tu plumaje anterior, pero  es mejor no hacerlo.  Dejar los puestos de las floristas de Las Ramblas, la zona del paseo más famoso del mundo. No hay otro igual en ninguna parte. La calle Boqueria, enfrente, al otro lado la calle del Hospital. Pisar una vez más el mural en el suelo de Joan Miro, contemplarlo con detenimiento, con fruición, a retazos porque la gente pasa sobre él sin pararse a mirarlo, sin comprender que se trata de una obra magnífica hecha por el  genio. La calle San Pablo, el Liceo, que parece otro desde que limpiaron su fachada. Nunca hemos estado dentro, Carlos, quizás porque aún tenemos viejos prejuicios de tipo ético para venir a este santa santorum operístico. Antes sí era monopolio exclusivo de la burguesía adinerada catalana, pero ahora ya no, hoy únicamente es un gran teatro de ópera, lo cual ya es mucho. Si tú quieres, Carlos, un día vendremos, me gustaría poder oír a Montserrat Caballé dentro. Las terrazas de los bares, más kioscos, la calle Fernando. Es la parte más  densa del paseo, donde hay menos espacio para caminar.
Dejamos al lado izquierdo la entrada a la Plaza Real, con sus populares cervecerías, nosotros proseguimos hacia abajo, caminando, hoy sólo nos interesa Las  Ramblas, los plataneros que nos cubren por arriba, que impiden al sol llegar hasta el suelo. Estos plataneros que siempre pasan un poco desapercibidos a lo largo de todo el paseo y que son un elemento fundamental para definir a Las Ramblas. Sin estos árboles no sería lo mismo, son necesarios, imprescindibles, dan un carácter   específico, como elementos necesarios del decorado. A esta altura del paseo forman una cúpula  verde y amarilla que apunta hacia arriba, al fondo el mar, con el monumento de Colón en medio. A partir de aquí todo lo demás es adyacente, complementario, Las Ramblas ya no son lo mismo. Es la Rambla de Santa Mónica, como la iglesia, que pasa inadvertida al final, ala derecha.
Llegamos frente a la estatua de Pitarra, la calle Nueva al otro lado. Ahora Las Ramblas son otras,  más anchas, más descongestionadas, más desconocidas. Unas Ramblas donde los jóvenes pintores han tomado posesión de su suelo. Lo decoran con sus realizaciones.  Normalmente no son demasiado creativos. La gente no entiende de arte y ellos buscan ganarse la vida, subsistir, de una forma que les permita seguir su camino pictórico. Una obra nueva, de vanguardia, en el suelo, efímera que el riego nocturno del servicio de limpieza se llevará y que supondría el auténtico sentido del arte por el arte no sería suficientemente gratificado. Por ese motivo ellos prefieren reproducir en su inmediatez, cuadros conocidos de grandes autores. Renoir, Dalí, Rubens, Velázquez, Goya, Ribera, Picasso y otros muchos son recreados para que los viandantes puedan admirarlos. Bien pensado, es buena la tarea formativa que estos jóvenes están realizando. Es una forma, tan válida como cualquier otra de que los paseantes de Las Ramblas se eduquen pictóricamente. "La última Cena" de Dalí o "La fragua de Vulcano” de Velázquez nos entran por los ojos sin que apenas nos percatemos de ello. Es más, estos jóvenes artistas demuestran que su técnica es buena, que saben pintar. Es cierto que a veces se les añade algún oportunista que no sabe muy bien lo que lleva entre las manos, que realiza su obra con bastante poca gracia, pero después se puede apreciar con suma claridad la diferencia entre unos y otros, los que son aristas de los que no lo son, los que tienen escuela y oficio de los advenedizos.
Junto a los pintores están los artesanos que en sus mesas ofrecen al posible cliente todo tipo de pequeñas obras, normalmente bisutería, joyas de fantasía que por muy poco dinero se pueden adquirir y que no desmerecerán a quien  las lleve. A Dana este surtido de joyas no le atrae. Nunca le han gustado las joyas: ni anillos, ni pendientes, ni collares o pulsaras. Siempre dice que son abalorios que a nada conducen. La mujer no precisa de ellos, al menos como mujer. Es distinto, dice siempre que tiene ocasión, con cara muy seria en estos casos, cuando  una mujer busca vender su mercancía-mujer al macho, entonces sí se precisa de un envoltorio que te haga más atractiva.  Así es Dana. Y tiene razón, ella nunca lleva joyas y sin embargo...
Nos falta muy poco para llegar al final de  Las Ramblas. El monumento a Cristóbal Colón se destaca como el gran cipote del Paseo. Dana siempre lo denomina así: el falo de Colón, recortado en un paisaje que quiere ser marítimo, pese a que las dársenas y muelles del Puerto de Barcelona nada tienen que ver con el mar, son otra cosa, más fea, más cochambrosa que un puerto marítimo. Barcelona ignora su mar y sus habitantes. No sabemos que el mar baña a Barcelona, la gente preferimos pasar la tarde en el Tibidabo antes que ir en las Golondrinas al Rompeolas. Los barceloneses somos así, al verano congestionamos las playas de la Costa Brava, de Castelldefells, Sitges, nos atiborramos de sol y de  baños de mar, pero después, el resto del año, nos olvidamos de nuestro Mediterráneo, ese pequeño charco que se nos muere, nuestro pequeño gran Mare Nostrum pasa desapercibido para todos, tal vez porque desde el Puerto de Barcelona no es agradable su vista, no entra por los ojos a nadie, no tiene gracia, está como cerrado, encorsetado, prisionero de los muelles, de los almacenes, de los buques, de las grúas. Siempre nos detenemos a contemplar el muñeco que anuncia la existencia del Museo de Figuras de Cera. Es una figura humana que mucha gente desconoce, pasan a su lado y no se dan cuenta de que está vivo, inmóvil, invitando a que entremos en el museo, tal es su realismo, pero como parece uno más entre todos nosotros, no le hacemos caso. Es normal y la normalidad no interesa, nadie se fija en él. Dana me apunta que   seguramente el problema de este Museo es su ubicación, con  esa entrada tan angosta que hace que la gente no se decida  a visitarlo. Yo, personalmente, discrepo de Dana, el problema de este museo es el problema generalizado de todos los museos españoles: a nadie le interesa la cultura, por tanto nadie va a visitarlos. El Museo de las Figuras de Cera pudo atraer en un principio por la novedad, por la realidad de sus obras, pero se ve una  vez y no se repite. Si en vez de personajes famosos reproducidos en cera fueran aberraciones humanas, grandes crímenes, entonces sí, algunos días hasta habría cola. ! Eh, espera, Dana!  a ese tipo que sale del  museo lo conozco. Si, seguro que lo conozco. Vamos a saludarlo, te encantará conocerlo. Espero que él se acuerde de mí. Lo he reconocido, pese a lo cambiado que está, especialmente en su indumentaria. Ahora no va vestido  de forma extraña, extravagante, precisamente aquí, donde no llamaría la atención con su anterior atuendo. Ya no parece el Príncipe que me encontraba en las montañas de mi pueblo este verano, con su caballo. Ya no lo lleva. Al menos en estos momentos. Ahora es la imagen de un muchacho joven, alto, rubio, con el pelo largo y bien arreglado, vestido de modo deportivo: pantalón de tergal de color marrón claro y jersey azul cielo, zapatos mocasines negros. Su aspecto lo hace irreconocible, pero es él, estoy seguro. Nos dirigimos hacia él. Me mira perplejo y algo asombrado. Nos sonríe. "Esta es Dana ¿verdad?", me dice sin más preámbulos. Está claro que sí me recuerda, que no ha olvidado nuestras charlas. Sí, ésta es Dana, contesto yo. Y sin más le da un beso en la mejilla. A Dana esta acción le ha gustado, lo veo en sus ojos. Le ha caído bien el Príncipe. "¿Cómo estas, Carlos? Sabes, también he estado buscándote a ti, pero Barcelona es muy grande. Pensaba subir esta  tarde hacia la zona del Tibidabo para tratar de dar contigo. ¿Vives por allí, no? Recuerdo que algo así comentaste este verano pasado".
No me deja hablar, las preguntas se agolpan en mi mente. No reacciono ante la sorpresa. Dana está encantada. Lo mira encantada, como si no se creyera que el muchacho que tiene delante suyo es el Príncipe de  la Belladurmiente del Bosque. Es ella la que interrumpe al Príncipe.
-Oye, de verdad ¿tú eres un Príncipe?, ¿el  Príncipe que busca a la Belladurmiente? -le suelta así, sin más, Dana, como quien no ha roto nunca un plato.
 —Sí, yo soy el Príncipe, pero llamarme por  mi nombre: Tristán. Eso de ser príncipe hoy ya no tiene importancia. Está del todo devaluado, demodé en lenguaje fino. Sin embargo tengo una empresa que cumplir y debo llevarla a buen término, parezca o no un príncipe. Precisamente vengo, como podéis ver, del Museo de  las Figuras de Cera por si estaba la Belladurmiente  dentro;  sé que desde que la hechizaron han tratado de ocultarla siempre de mí, la cambian de sitio, la llevan a los sitios más insospechados para que yo no la pueda encontrar. Por eso precisamente he entrado, entre las figuras de cera es buen lugar para que pase desapercibida, dormida como está nadie se daría cuenta de que es ella. Pero no está  -Y ¿cómo es que has venido a buscarla a Barcelona? -nuevamente Dana peleándose con él por hablar.
- "Las montanas hoy ya no son buen sitio para esconderla. Una gran ciudad ofrece muchas más posibilidades. Incluso es posible que la hayan despertado pero con otra identidad, sin que ella recuerde que es La Belladurmiente, La Princesa que yo debo encontrar, y  esté aquí, en Barcelona trabajando como cualquier muchacha joven y bonita. Al menos eso me dijo un mago que no hace mucho encontré en la montaña. Bueno, un mago corriente no. Era Merlín, que aún vive en las montañas de Galicia. Fui a consultarle. Creo que puede tener razón, así que me he venido aquí en tren. Llegué ayer tarde. Como podéis ver, apenas he tenido tiempo de buscarla.
 - Tristán —interrumpo yo- ¿tienes alojamiento  ya?
- No -me responde él-. Precisamente por eso te buscaba también a ti, tú eres la única persona en Barcelona que conozco. Un día me ofreciste tu casa. Ahora yo hago honor a lo que me ofreciste,  recojo tu palabra y vengo hasta ti. ¿Puedes alojarme por  unos días? Vendí el caballo para comprarme esta ropa  y pagar el viaje a Galicia. Apenas me queda nada. No sé, tendré que buscar también un trabajo, por lo que veo Barcelona no es la montaña, aquí todo hay que comprarlo y  pagarlo.
- No te preocupes por eso. En mi casa tienes sitio.
- Sí, Carlos, a mi me hace mucha ilusión. Yo incluso le ayudaré a buscar a su Belladurmiente. Yo conozco bastante bien Barcelona.
Dana, desde luego, está fuera de sí. No acaba de creerse la escena que esta desarrollándose entre nosotros tres. Tiene las mejillas ligeramente encendidas, cosa que nada más ocurre cuando algo muy especial le atrae sobremanera. La veo ilusionada, viviendo ya experiencias nuevas con Tristán en esa búsqueda interminable que él lleva. Es como una niña con un juguete nuevo. Me encanta esta Dana, es la Dana que yo más quiero, la que más me atrae porque en esos momentos es realmente ella, tal cual, sin condicionantes, sin tapujos. Se olvida de ella misma  para mostrarse al desnudo.
Así es Dana. Miro el reloj, se ha hecho tarde, hoy no vamos a terminar nuestro paseo ramblero. Hay que marchar ya para casa.
Una vez allí preparamos una comida rápida para los tres y en la sobremesa no nos faltará tiempo para seguir hablando. Dana, seguro, quiere conocer toda la historia de Tristán.
-Dana, es tarde. Vamos para casa, allí podréis hablar todo lo que deseéis.
Y  sin más nos dirigimos, sin decirnos nada, ilusionados los tres, hacia la boca del metro de Drassanes. Es mejor subir con el metro hasta Lesseps, esto pasa por  no venir con el coche. Podríamos subir andando hasta plaza de Catalunya y coger allí el autobús, pero no, no quiero volver a pasar por delante de los puestos de pájaros. No quiero que puedan reconocer a Dana.
El tren llega enseguida. Nos sentamos, aunque pueda parecer raro va bastante vacío. Liceo, Catalunya con el andén siempre atiborrado de gente en ambos lados del andén. Ahora sí el vagón presenta otro aspecto. Paseo de Gracia, Diagonal, mucha gente desciende, buscan el transbordo con la línea azul, Fontana y  Lesseps. Subimos la escalera mecánica. Me sorprende ver que a Tristán no le llame la atención la escalera, pero no digo nada. Atravesamos la calle, ahora habrá que esperar a que el autobús 27 se digne llegar. Nunca   viene el número que tú aguardas. Seguimos los tres callados, saboreando en nuestros corazones la dicha de este encuentro. El Príncipe de la Belladurmiente en casa, y Dana ayudándole a encontrar a la Princesa, porque es seguro que la encontrarán, el cuento acaba bien, y más si Dana, mi Dana, le ayuda. Llega el autobús, no podemos sentarnos, cogidos a la barra dejamos que las calles se sucedan, Avenida del Hospital Militar, el espacio se desvanece, no estoy atento a lo que pueda suceder en mi entorno, se para el autobús, arranca el autobús, vamos subiendo. Valle de Hebrón, hay que bajar, aprieto el botón solicitando parada. Se detiene. Bajamos los tres. Caminamos lentamente. Miro hacia el Tibidabo. Veo el Templo recortado en el cielo. El Tibidabo me hace un guiño cómplice.











  1 6




Poner la mesa no cuesta apenas nada. Sacar el  mantel banco, el que mi madre me regaló el año pasado para que lo utilizara en las grandes ocasiones, bordado por ella personalmente, lleno de filigranas, de dibujos y arabescos que únicamente mi madre es capaz de realizar, pese a que cada vez ve menos, con la edad está perdiendo mucho la vista, con su paciencia suprema,  orlado todo él por un encaje primoroso de bolillos que a Dana le vuelve loca. Hoy ya no se hacen las cosas así, a mano, con mimo y delicadeza, pura artesanía popular.
Las horas, preñadas de amor, que esta mujer dedicó a su confección no tienen precio, rompen todo intento de valoración económica objetiva. Es el pueblo, la tierra, el sabor a antiguo del siglo pasado que aún perdura, la capacidad de entregarse a la obra bien hecha sin importar demasiado el tiempo empleado en ello. Todo el día  con la labor a cuestas, bordando, cosiendo, decidiendo  cómo continuar el trabajo, con un cariño especial, sabiendo cómo continuar el trabajo, con un cariño especial, sabiendo muy bien lo que se lleva entre manos.
Así es mi madre: todo para su Carlos que es profesor en Barcelona. Poner el mantel sobre la mesa, con cuidado, ceremoniosamente, para evitar su profanación. Las servilletas, los vasos, los cubiertos, el pan... Hoy    es un da grande, hay que celebrarlo, hoy tengo un príncipe a comer en casa.
Dana, como un torbellino, va de un lado a  otro, no se detiene para nada, esta ilusionada, maravillada con el acontecimiento. Ella pone la mesa, ella prepara la comida en la cocina. No quiere que le ayude en nada. Unos platos simples y de rápida preparación: unos embutidos a modo de entremeses, unas latas abiertas, de cualquier cosa: espárragos, patés, unas sardinas en escabeche, mayonesa, y para de contar, unas tortillas de jamón con guisantes, carne a la plancha y quesos. Para qué más. Tristán no sabe cómo reaccionar.
Parece un pez en una pecera nueva. Da vueltas y más vueltas, del comedor a la cocina, de la cocina al comedor, quiere ayudar en todo, hacerse útil, no ser una carga para nosotros. Y nosotros no le damos la más mínima oportunidad. Hoy el agasajado es él, Tristán. Todo está orquestado para que se sienta feliz, para que olvide un poco la búsqueda de su Belladurmiente, para que, al menos hoy, sienta el calor y el cariño de unos  amigos que le acompañan, que están dispuestos a ayudarle, a no dejarle caer en el abatimiento y la desmoralización. Tristán va al comedor, mira la mesa preparada, viene a la cocina. "Es demasiado, es demasiado", dice continuamente. Mira lo que Dana está preparando, vuelve al comedor, regresa junto a nosotros. "Por mí  no hacen falta tantas cosas", agrega a modo de complemento, de disculpa. No sé qué hacer con él para que se entretenga: hay que mantenerlo ocupado. Le sugiero que me ayude sacando los cubitos de hielo del congelador para que enfríen de forma rápida una botella de vino de aguja blanco, seco, de Pinord que he sacado de mi botellero. El método es bien sencillo: se pone en un cubo para hielo agua con bastantes cubitos, y la botella dentro, es lo que se hace en los restaurantes; en unos veinte minutos el vino estará en su punto. Bien frío, agradable al paladar, pero no helado le cual significaría un desastre: cada vino necesita su temperatura exacta. Para beber como acompañamiento de los entremeses y de las tortillas resultará excelente, seguro. Para la carne abriré una botella de Gran Coronas, de Torres, cosecha l978 que guardo para celebrar las grandes ocasiones. No es que se trate de un vino idóneo para el lomo a la plancha, pero tampoco desentonará del todo. Es un vino tinto de bouquet suave, agradable al paladar, que pasa bien, con su cuerpo fino, poco denso, excelente para acompañar carnes y platos no excesivamente fuertes, aunque para la carne en esta ocasión hoy tal vez habría resultado mejor un rosado.
—!Buf!, estoy perplejo, con qué rapidez se prepara hoy una comida -comenta Tristán-. Antes las mujeres tenían que permanecer todo el día en la cocina  guisando.
Dana le echa una mirada cuyo tono adivino, es reprobatorio. Aún tiene la osadía el machito este de comentar que las mujeres en la cocina, qué se ha creído, no es capaz de hacer nada y encima protestando. Dana afanándose en la cocina mientras yo estoy montando la mesa y cuidando de la bebida  para que todo resulte bien, para que podamos comer le antes posible, tomando ella la batuta de mi cocina, lo cual a mi no me hace demasiada gracia, en mi cocina mando yo, sólo faltaría que una mujer, por mucho que sea Dana, venga tomar posesión de la misma, y Tristán, sin darse cuenta, sin ninguna mala intención, va y mete la pata. A Dana toda alusión a que la mujer debe permanecer en la casa y en la cocina la saca de sus casillas, no puede contenerse y reacciona siempre agrediendo, defendiendo su condición de mujer, su condición  de ser humano libre, capaz de tomar decisiones por si misma. Y, la verdad, yo estoy de acuerdo con ella.  Cuando ella viene a casa no entra nunca en mi  cocina, soy yo quien prepara las cosas.
Pone cara de enfado, pero no importa, la capacidad de  Dana para olvidar una pequeña afrenta sin transcendencia es inmensa, hoy nadie puede ofenderla.
—Es que esta chica es una estrella, Tristán. ¿No te has dado aún cuenta de que brilla con luz propia? —digo yo con una cierta  intención de enmendar la plana.
Tristán asiente ante la evidencia  con cierto convencimiento. "Si, una mujer  maravillosa", dice él. Veo que Dana sonríe complacida ante el piropo que el Príncipe le ha tributado. Está claro, hemos solucionado el impás del comentario indiscreto y, seguramente, no intencionado de Tristán, educado en otra época, puede que ahora demasiado lejana y ajena a nosotros.
Nos sentamos a la mesa. Hay ganas de comer. Dana pone las tortillas en los platos mientras yo abro la botella de Pinord. Al descorcharla apenas hace ruido, come a mi me gusta, este  vino no es cava. Aboco un  poco en cada uno de los vasos. Lo dejo reposar. Observo su textura a la luz, es consistente, liquido, de burbuja pequeña, no se aprecian diferencias cromáticas.  Lo cato con precaución,  dejando que inunde suavemente mi paladar. Lo detengo en mi boca antes de tragarlo. Excelente. Si, está excelente, no demasiado frío, en su punto.
-!Mmmmmmm! —exclama Tristán- que vino más delicioso. No lo había catado nunca.
—Claro, pobrecito -dice Dana- siempre en las montañas...
—Siempre en las montañas no -corta Tristán   algo molesto—. También algunas veces me llegaba a las aldeas y villas en busca de alimentos. Yo no soy ningún salvaje.
 — Tristán es un nombre muy de mundo —interrumpo yo, al quite.
-Bueno, más que de mundo, yo diría que soy  un hombre del mundo. No sé si me explico. Yo no tengo  patria. Por no tener, no tengo ni tiempo. Soy atemporal. Lo cual no deja de ser divertido. Las cosas pasan, cambian, se transmutan, los seres nacen y mueren, y  mientras yo permanezco igual. Vago por el mundo desde  no recuerdo cuando, dejando en todas partes una huella que antaño era imborrable  y que hoy, estoy convencido a pesar de los pesares, me  han olvidado, ya no me reconocen. Es una ventaja, después de todo, y no me quejo,  así    paso más desapercibido.
Entre tanto vamos comiendo, sin preocuparnos demasiado de lo que hay en los platos, nuestras acciones son puramente mecánicas, automáticas, la charla es más importante, más atrayente. Dana no aparta su mirada de Tristán.
Está como encantada, como si estuviera viviendo un sueño maravilloso del que no se quiere despertar. Tristán  apenas come, habla y habla, mientras nosotros somos todo oídos. Es sorprendente lo que dice, y nosotros estamos ávidos de su historia, de sus peripecias, de su innegable y dura realidad. Es consciente, y no me sorprende, de sus circunstancias, las acepta con cierta ironía, lo cual es  muy sano, pienso yo porque si no....
—Nunca te olvidarán del todo, Tristán —tercia Dana conciliadora—. Siempre habrá niños que vivan tu hermosa historia.
 -¿Tu crees? —inquiere Tristán con cierto aire  de escepticismo.
—Yo pienso que sí. De acuerdo que hoy existen muchos más elementos para llenar la fantasía infantil de los niños. Y lo veo bien, pero a pesar de los pesares existe un acervo popular imperecedero, del que no  puedes sustraerte. Tú perteneces a esa cultura, a esa tradición de la que jamás podremos sustraernos. Has traspasado la puerta de los inmortales para transformarte en un héroe y los héroes, héroes son.
Hay que ver esta Dana, cómo sabe quedar de bien  cuando se lo propone. "Los héroes, héroes son", le ha quedado la frase bordada. Lo ha dicho poniendo el énfasis justo, dándole su toque exclusivo, su gracia sin parangón. Vuelvo a llenar los vasos de vino. Es un modo tan útil como  cualquier otro para alargar un momento de silencio, mientras mentalmente repaso una vez más la frase de Dana. Tal vez tenga razón. Yo soy más escéptico. Será mejor cambiar la conversación, ir por otros derroteros para  no permitir que Tristán siga ahondando en este tema. Dana ha puesto el remate final, a modo de verónica afarolada, y es mejor dejarlo así, con el saber que dan los aplausos del público complacido en el remate taurino. Tras nuestros encuentros de este verano conozco un poco a Tristán, su modo de pensar, y puede que el tema de conversación le produzca una vez más abatimiento y desolación. Hay que animarlo,  no dejar que el escepticismo pueda anidar nuevamente en él, alentarlo para que no abandone su empresa, sería desastroso.
-Oye, Tristán, dime una cosa —le interrogo yo rompiendo el silencio— ¿cómo es que has venido a Barcelona? Lo tuyo era la montaña, los bosques...
 -!Buf! —exclama— es una historia muy larga  de contar, pero si quieres oírla, nada, os la explico.
Completa no, resultaría anodina, demasiado tediosa, y  no quiero fastidiaros la comida.
—Cuenta, cuenta, no te reprimas —le anima Dana.
—Pues veréis, al final de este verano estaba cansado de vagar por los montes, de un lado a otro, sin obtener nada positive. Me sentía abatido, apoquinado, pensando que en nada llegarían las lluvias y el frío, y la montaña en estas circunstancias no complacen a nadie, especialmente cuando se lleva tanto tiempo penando por ellas y el cansancio de deambular de una parte a otra sin consecuencia agarrota los músculos, a veces los huesos, y siempre, no lo dudéis, los sesos. Un día me acordé de mi amigo Merlín, el Mago, y decidí ir a verlo para solicitarle ayuda.  Ahora Merlín ya no trabaja, está retirado, pero su sabiduría sigue en aumento, Y siempre está dispuesto a colaborar con un amigo. Así que pensé que su intervención resultaría rentable. Convencí a un campesino para que se quedara con mi cabalgadura mientras yo realizaba el  viaje. Por cierto, algún día tendré que regresar a por él, mi caballo, mi fiel compañero de fatigas. Actualmente Merlín se oculta en un paraje retirado, en las montañas. Posee un pazo cerca de Mondoñedo, así que no me quedó más remedio  que ponerme en camino hacia allí.
-Oye, no me digas que Merlín, el mago del rey Arturo, vive en Galicia —le interrumpe Dana.
-Sí,  lo había dicho ya.
-Sí, es cierto, esta mañana nos has contado que acababas de llegar de Galicia de ver a Merlín -añado yo a modo de aclaración para que Tristán  vea que le escuchamos y retome el hilo del ovillo de su explicación.
—No es eso, ye me refiero a que me sorprende que el Mago Merlín haya elegido retirarse en Mondoñedo, Lugo, Galicia, España —específica Dana. ,
—Pues es bien sencillo. Después de todos los  sucesos de la Tabla Redonda, que todos conocemos, él decidió abandonar el escenario de sus operaciones y retirarse a un lugar que fuese tranquilo y en donde pudiese pasar los días sin llamar la atención de nadie, y eligió Mondoñedo porque, según él, es muy apacible y muy similar a su tierra natal, pero con una ventaja: mejor clima. También quería alejarse, que nadie le recordara, y ocultarse, pasar desapercibido, ser uno más, y Mondoñedo le pareció el lugar más idóneo. Desde aquel entonces reside allí, en su pazo, y la verdad, está encantado. Nunca lo abandona.
Nos hemos alejado del tema central, con Dana siempre sucede lo mismo. Todo lo inquiere, todo lo pregunta, todo lo desea saber. Interroga sobre todo aquello que para ella no está claro. Hay que obligar a   Tristán a retornar el hilo de su explicación.
  —Buen¤, ¿y cómo te fue con el Mago Merlín? - pregunto yo.
 -Pues todavía no lo sé muy bien. Me acogió con mucho cariño, como a un hijo, muy dispuesto a ayudarme. Pasé unos días inolvidables en su compañía. Con Merlín nadie se siente a disgusto o fuera de lugar, él te hace sentir bien, olvidar todas tus cuitas.
- Y fue él quien te recomendó venir a Barcelona -añade Dana, tratando de avanzar en la explicación.
—Sí, fue Merlín. Él sostiene que mi Princesa  posiblemente ha sido despertada por los mismos malhombres que la durmieron, pero sigue hechizada. Ahora ella no sabe quién es, desconoce su verdadera condición. El mejor lugar para sustraerla a mis pesquisas es ocultarla en una gran ciudad, hacerla vivir y pasar desapercibida para todos, mezclada con la gente corriente, ella, una Princesa, con una vida normal, rutinaria, así yo nunca podré encontrarla por más que busque. Una hermosa joven que permanece dormida es fácil de reconocer, alguien ha podido verla en alguna ocasión y recordarlo, suministrarme la información, pero estando despierta y ajena a su verdadera condición es irreconocible, así es prácticamente imposible dar con  ella. Merlín hizo sus estudios y sus averiguaciones durante unas semanas. A mi no me comentaba nada, y yo, que siempre he confiado en él, le dejaba hacer a su  albedrío. Tras todas sus pesquisas llegó a la conclusión de que yo debía venir a Barcelona. Luego yo deduzco que la Belladurmiente vive en Barcelona. Y aquí he dirigido mis pasos. Viniendo recordé que tu —se dirige a mi- vivías en esta ciudad, así que aquí estoy, contento por haber dado contigo, dispuesto a reemprender  con mayor ahínco si cabe mis indagaciones.
 —Bueno, y ¿en qué se basa Merlín para asegurar que la Belladurmiente se oculta en Barcelona? —nuevamente interrumpe inquisidora Dana.
-La verdad, no lo sé. Tampoco me afirmó con contundencia que aquí la encontraría. Únicamente me recomendó venir a  Barcelona. A Merlín no le agrada que le interroguen sobre sus estudios y las conclusiones a las que llega. Yo confío en él, conozco su fama y su reconocimiento a nivel de todo el orbe. Siempre sabe muy bien qué es lo que lleva entre manos, así que no tengo nada  que echarle en cara. Fui yo quien le buscó y quien le pidió ayuda, ahora, si no logro mis pretensiones no puedo reprocharle nada. Él me recomendó encaminarme a Barcelona y seguir mis pesquisas aquí y yo lo cumplo sin poner ningún tipo de dudas ni reparos  a sus consejos.
— Pero Merlín ¿te aseguró que la Belladurmiente está escondida en Barcelona? —pregunta una vez más Dana.
-Ciertamente no. Pero por sus explicaciones yo deduzco que sí. Estoy convencido de que se oculta aquí.
Hace rato que hemos terminado de comer. El vino con los quesos ha resultado excelente. Dana se levanta. "Voy a preparar café" dice a modo de explicación.
Al momento la oigo trajinar en la cocina. Oye, ¿dónde guardas el café molido?, no lo encuentro", me grita.
—Espera, ya voy yo.
Y me levanto, dejando a Tristán solo. Una vez  en la cocina le sugiero a Dana que salga, es una falta de cortesía para con un convidado abandonarlo de este modo. Sale Dana. Preparo el café. Regresa Dana con los platos sucios. No, Dana, quédate con él, ofrécele una copa o lo que sea entretanto. Y Dana se marcha de nuevo. Les oigo hablar, comentar incidencias del viaje de Tristán, de la casualidad de nuestro encuentro. Vuelvo también yo al comedor. Dana me ofrece una copa. Encima de la mesa hay otras dos y una botella de coñac Pujol, un coñac excelente, no cabe duda. "Toma tu copa, amor", me dice Dana toda cariñosa. Y yo la cojo. Sorbo con precaución. Es seco, pero no áspero. Un brandy muy al estilo francés, alejado del bouquet suave y dulzón de los brandis  andaluces.
- Oye, Carlos, este coñac es magnifico, no te privas de nada -me comenta Tristán.
Si, estoy de acuerdo con él, es magnifico. Pienso que por lo visto Tristán conoce el coñac como bebida, o puede que sea la primera vez que lo cata y que como nos ha oído cómo lo llamábamos y se ha quedado con el nombre.












17



 No hacer nada, sólo esperar, aguardar a que Tristán y Dana regresen para conocer el resultado de sus pesquisas. ¿Qué ha sido de la Belladurmiente del Bosque? ¿Quién lo sabe? Creo que Tristán tiene razón. Nadie la recuerda ya. Y sin embargo sigue estando, ahí, no sabemos dónde ni cómo. Tal vez ha despertado hace tiempo, Como apuntaba Merlín, y ajena a su realidad, en un entorno que no es el suyo, el que le era propicio, se ha desvanecido sumergiéndose en el anonimato. Mientras dura la búsqueda yo no tengo nada que hacer. A Dana le ilusiona esta tentativa, yo, seguramente más pesimista, creo que vagar por las calles en busca de un rostro no conduce a nada positivo. Barcelona es una ciudad demasiado grande, una persona como la Princesa, si ella lo quiere así, puede sustraerse perfectamente de su cometido real y pasar totalmente desapercibida para todo el mundo que le es ajeno.
Llaman a la puerta, deben ser ellos que regresan cansados de andar por las calles, agotados, sin obtener ningún resultado. Voy a abrir. Enciendo la luz del recibidor y abro la puerta. Es quien menos me esperaba. 
-! Hombre, Andrés, mi autor, tú por casa!  Pasa, pasa, no te quedes abi parado.
Y Andrés entra como siempre, dando la impresión de que no sabe demasiado bien dónde se halla. Es siempre lo mismo. No se entera nunca de nada. Es capaz de permanecer varias horas seguidas sentado en un mismo sitio sin hacer nada, sólo hablar y hablar—eso le encanta, es lo suyo- porque no recuerda qué era eso tan importante que debía hacer sin falta o lo que había venido a resolver. En ese sentido es un desastre. No tiene remedio. Sin decir nada, se ha sentado en la misma butaca de siempre, yo la llamo la butaca de Andrés. Es hombre de costumbres fijas, summente previsible, reiterativo hasta el agotamiento y lo peor de todo, sin darse cuenta.
-Qué hay, Carlos, cómo te van las cosas.
-Pues ya ves, como siempre. Dana por ahí, con Tristán en busca de la Balladurmiente y yo dejando que las horas pasen.
Son frases ccrrientes, de mero protocolo. Con Andrés siempre es lo mismo, aunque nunca se sabe por dónde te va a salir. Hay que sacarle las palabras con pinzas, parece callado, lo interpreta muy bien, hasta que se dispara, y entonces  sí, no hay forma humana de callarlo. Tan sólo habla cuando el tema le interesa. Necesita encontrarse cómodo, vinculado al tema, uno con el medio, y hasta que no logra ese ambiente que le es propicio permanece en silencio. Hay que dejarlo tal como es, nunca cambiará, eso lo tengo muy claro. Le ofrezco un güisqui. Sé que lo va a aceptar y que se lo beberá con tremenda tranquilidad, con irritante parsimonia, a pequeños sorbos a modo de libaciones, sin saber damasiado bien qué es lo que tiene entre las manos, saboreando el líquido en la boca, dejando de que vaya de un lado al otro del paladar, como si fuese algo nuevo que quisiera identificar qué es sólo con el gusto.
No importa que el güisqui sea bueno o malo, a él lo mismo le da, mientras tenga un mínimo de calidad le vale, en realidad lo que el necesita es algo en las manos para jugar, para entretenerse. Permanece sentado en la butaca, le encantan las butacas, la comodidad. Observa todo con su mirada escrutadora y penetrante, tratando de percibir los cambios ocurridos en la habitación si es que ha habido alguno. Al menos eso es lo que parece.
Su mirada irá de un lado a otro con detenimiento, aunque dando la impresión, si bien te fijas, de que no se  para en ningún sitio concreto. Después resulta que no ha visto realmente nada. Alguna vez le he preguntado que qué  es lo que mira con tanta atención y me ha contestado siempre igual: nada, simplemente observaba. Después resulta que se ha fijado en todos los detalles. Él es sumamente observador, aunque siempre  mantenga que no.
-Oye, Carlos, pon música, si no te importa.  Tengo ganas de oír algo bueno. Pon lo que te apetezca.
-¿Qué quieres oír? — Cuando Andrés pide música buena significa que algo concreto está rondando por su cabeza, que su pensamiento se ha materializado y ha visto, intuido o pretende algo concreto que sabe que está al abasto porque su escrutasdora mirada se ha detenido en ello. Él es así, se vale de trucos para entretenerte mientras que en su mente sigue dándole vueltas a la misma cosa. Todo lo observa, lo conozco bien, pero no ve nada en realidad. Está como inmerso en sus pensamientos, como si el árbol no ledejara ver el bosque.
Sus ojos van de un objeto a otro, te hace creer que está mirando, repasando, percibiendo cuanto hay en la  habitación, y en realidad su mente está en otra parte, absorta en sus meditaciones, en sus pensamientos, en sus elucubraciones particulares.
 —Beethoven, si no te importa.
Sí, a Andrés le encanta Beethoven. En eso es al menos  sincero, otros prefieren a Bach o Malher, que están más de moda, se llevan más y resulta más progre. A él eso  le tiene sin cuidado. Le gusta Bach, es un enamorado de Bach, pero siempre que tiene ocasión afirma que  como Beethoven nadie. Cada uno tiene sue preferencias.
Pongo en el plato el Concierto para piano, violin, vionchelo y orquesta en Do mayor, Op. 56. Comienza a sonar, lo observo con detenimiento y expectación para averiguar si lo he sorprendido. Veo que asiente complacido mi elección. Musicalmente Andrés es  muy exigente, no es que entienda mucho de música, estoy convencido de que no superaría el más mínimo examen de melómano empedernido, pero él tiene unos gustos muy concretos.
-Bueno, Carlos, qué -me dice mientras contempla el líquido, ya casi todo agua del hielo derrertido, de su vaso.
-Qué de qué - le replico yo. La verdad, no entiendo a qué se refiere. Andrés es así. Le cuesta empezar, siempre tiene que dar vueltas a la cosa, parece como si no se atreviera nunca a abordar directamente el problema.
-Si he venido es porque tú querías verme, ¿o no es así?
Al fin se destapa, la máquina comienza a funcionar, hace un planteamiento bastante erróneo, pero es su planteamiento del tema, su modo de abordarlo, lo cual ya es algo.
- Que yo sepa, eres tú quien quiere imperiosamente comentar conmigo algunas cosas. Eres tú quien tiene el problema, no yo. No sé hasta qué punto soy yo  quién debe resolverlo en estos momentos.
Me mira  sorprendido, pensativo, como si no entendiera mi respuesto, y eso que está bien claro pero no importa.
Ahora, en nada,  seguirá hablando y hablando. Medita, sus ojos se iluminan, mueve la cabeza, enarca las cejas debajo de sus gafas. Acaricia el vaso.
— Verás, hay algo que me preocupa porque no cuadra. Hace días que le vengo dando vueltas, y la verdad, no acabo de verlo claro. Lo intento, pero no, no.
- Tú dirás.
- Es Tristán. El problema de Tristán.
—  Qué pasa con Tristán?
— Eso precisamente es lo que yo quiero saber.
Lo he meditado con detenimiento y no le veo salida. Por eso he venido a verte, a comentarlo contigo. Lo has metido en esta historia un poco a la fuerza, sin venir demasiado a cuento. De pronto aparece él en la narración y todo cambia, toma otra forma, una nueva dimensión no prevista. Bueno, no es  precisamente así. Exactamente no lo sé, no me aclaro. No acabo de verlo. Estoy desorientado. Yo te cree a ti y a Dana, sois mis personajes, mi ficción, mi historia a narrar, y ahora tú, de pronto, como por arte de magia, te sacas de la manga a Tristán y zas, lo metes como protagonista en la historia, me fuerzas a aceptarlo, a tener que inventar una vida para él, unas situaciones que yo no tenía en modo alguno previstas, me trastocas todos mis esquemas previos. Ahota eres tú quien juega a crear personajes con una historia que, por lo que veo, estás inventando…
— Espera, espera. Vamos a ir por partes, que yo no tengo toda la culpa. Retrocedamos juntos un poco en todo este embrollo. Contéstame ¿quién metió por primera vez a Tristán en la historia?  ¿quién está escribiendo esta novela? Tú, apenas comenzar me lo presentas en la montaña porque haces que yo me encunetre con él, lo haces aparecer vestido de modo estrafalario, con las riendas de su caballo en la mano, yo hablo con él varias veces, nos hacemos amigos, después lo dejas en el olvido. Ahora está aquí, en Barcelona, ha venido, me buscaba a mi, necesita nuestra ayuda...
— Sí, ese encuentro fortuito —me corta— al comienzo de esta historia, durante tus vacaciones no estaba del todo mal, lo tenia previsto desde el inicio de la novela en mi mente. Después hice que Blancanieves te visitara aquí, en Barcelona, en esta misma casa, incluso pasásteis una velada muy agradable y entretenida. Y siguiendo así otro dia te habría hecho conocer a Caperucita Roja, a la Cenicienta, a Garbancito o quién sabe si al Gato con Botas. De algún modo, y tu lo sabes, yo buscaba hacer un repaso a todos esos personajes de ficción pura, figuras de los grandes cuentos infantiles, que me acompañaron en mis primeros años, pretendía rendirles un pegueño  homenaje, no dejar que se olviden del todo, había que permitir que mi mente adulta los volviera a reconocer ccmo suyos. Yo no deseaba recuperarlos del todo, pero sí en parte, darles una nueva dimensión, posible nada más en  la realidad efímera pero cierta de unas páginas en blanco que poco a poco se van llenando de palabras, de frases, de ficciones.
— Y ya ves, ahora te encuentras con la sorpresa de que uno de esos personajes toma demasiada realidad y claro, tu mente de adulto no sabe cómo reaccionar. Como ficción momentánea  no estaba mal, podía aceptarse, pero como realidad más consistente es otra cosa.
Noto que mi respuesta le duele, mueve las manos, gesticula, quiere decir algo, cortarme, y sin embargo permanece callado, como ausente, mirándome a los ojos, sin una expresión  clara en su semblante que me permita saber por qué extraños vericuetos va su pensamiento. No me contesta, suspira, busca en el bolsillo de su chaqueta su inseparable petaca de tabaco. La abre, saca una pipa recta, clásica. Parsimoniósamente, con dulzura, le va llenando de tabaco. Me admira siempre el ritual que pone  en esta operación. Con calma, desmenuzando el tabaco, apreciando su textura en las yemas de los dedos, intentando conocer, adivinar su comportamiento posterior, sus cualidades íntimas. Hasta que no la encienda no dirá nada, no soltará ni tan siquiera una sílaba. Está absorto en su ritual de llenar bien la pipa. La enciende con un mechero de butano especial para pipas. Andrés no cree en las cerillas de palo. Exhala una primera bocanada blanca, de olor penetrante, fuma mixtur, su semblante denota complacencia. Aprovecho para soltarle una pregunta dura, que él nunca ha querido contestarme, que siempre la ha abordado con evasivas, eludiendo el comprometerse.
 - Oye, Andrés, y respóndeme con sinceridad, sin  tapujos, sin irte una vez más por la tangente, aunque tu respuesta me duela, quiero la verdad, tu verdad, tengo derecho a saberlo.
— De acuerdo, pregunta.
— ¿Hasta qué punto yo soy tú?
Echa otra bocanada de humo, coge el vaso de  güisqui, se moja los labios con el agua supongo que con algo de sabor del güisqui, y sonríe. Sé que está buscando la mejor forma de responderme sin herir demasiado mi  sensibilidad, o bien cómo irse una vez más por los cerros de Úbeda. Andrés es diplomático, nunca te dirá las cosas con crudeza, le dolería el hacerlo, tal vez porque  su dolor sería superior al que nosotros podamos sentir ante sus respuestas. Y él lo sabe. Te dirá las cosas tal como son, sin mentirte, pero procurando no dañarte más de lo necesario, te lo dirá sin darle demasiada importancia, porque para él nada es absolutamente  importante.
-Te refieres, por lo que veo, a si yo no dejo de ser tú, si como autor no soy yo mi personaje, tu realidad es la mía y todo eso  ¿no?
-Si, todo eso. Tú me has inventado, yo soy un personaje de una novela tuya, que tú estás escribiendo. Pero ¿soy un personaje inventado o por el contrario soy tú que te escudas en mi, que te escondes tras un personaje de ficción?.
-Dicho de otro modo, ¿cuánto de ti hay en mí? ¿Cuánto de ti soy yo?
—Exáctamente.
—Verás, Carlos. Hay de mí en ti y en Dana lo que pueda haber de un autor en sus personajes. O sea, todo y nada. Tú y yo somos distintos. Yo te imagino, te pienso, invento tu historia, yo pongo las palabras en  tu boca, pero no soy yo quien las dice. Las pienso, eso  sí, y nunca te haré hacar o decir algo que, en buena lógica, a mi no me convenza del todo. No obstante somos dos seres distintos, separados  por una realidad diferente, estamos y nos movemos en dimensiones que a veces, sólo a veces, confluyen y se superponen, pero distintas y tú lo sabes. Tu vives tu propia historia, la de mi ficción, si tú quieres, y yo la mía, mucho más real, distinta en muchos aspectos, muy común a la tuya en otros por mera cuestión de comodidad mía, pero están ambas en planos distintos, suceden de modo diferente. Tu realidad no es la mía, así como la mía a ti no te afecta demasiado. Al menos no tiene por qué afectarte.
—Y sin embargo vives mi realidad, mi cotidianidad, mi propia vida, la asumes, y también  la de Dana. Te recreas en nosotros, nos inventas, te sientes feliz mientras lo haces, nos llevas siempre a cuestas en tu mochila existencial, somos tus  personajes, no puedes desasirte de nosotros, tu sientes lo mismo que nosotros, nosotros nos realizamos a través tuyo, tú te sientes libre mientras nos das vida ¿o me equivoco?
-No, no te equivocas, es así. Pero también os sufro en otras ocasiones. Y no porque vosotros en esos momentos, en esas circunstancias del relato, estéis padeciendo, sino porque veo que os escapáis de mi voluntad, de mi mente, de mi esfuerzo por crearos y daros vida propia, y yo no soy, en esos instantes, capaz de reteneos con nitidez, con fuerza. Mi capacidad de creación es limitada, no todo lo que escribo resulta  como yo deseo, y entonces sufro al ver que vosotros os desdibujáis, os diluis en las páginas del manuscrito, no estáis a la altura de vuestra propia ficción-realidad A V por oulpa mia, porque no soy capaz de reflejarla correctamente. Muchas veces el dolor de la creación es el dolor de la parturienta.
Carlos me mira. Carlos está nervioso. Lo sé.
Sentado enfrente de mí se da cuenta de que nos hemos metido en un callejón sin salida. Carlos sabe qua nos hemos alejado del tema de la novela, y eso, seguro, le preocupa.
Él quería hablar de este tema, pero sabe que a mi no me hace demasiada gracia. El desea conocer toda su realidad, y eso no es posible. Toma el vaso de güisqui. Hay que darle tiempo al tiempo, permitir que Carlos se serene. Bebo pausado, dejando que el líquido resbale lentamente por la superficie del vidrio hasta entrar en mi boca, entonces simulo que lo paladeo,  que me deleito saboreándolo, conscinte que ya sólo es agua un poco caliente.
Carlos se levanta, abre un cajón del mueble, saca una pipa y un paqueta da Gravina. También a él le apetece fumar un rato. La pipa ayuda a pensar con calma. Permite que tus nervios se distiendan, tus manos estarán ocupadas durante bastante rato, entonces tu mente puede concentrarse mejor, relajarse de la propia tirantez del proceso pensante. No sabe cargar bien una pipa, lo hace apresuradamente, introduciendo sin más el tabaco en la cazoleta y apretando con fuerza. Téndrá que hacerle luego un buen tiro y sólo con suerte la encenderá perfectamente. Carlos es nervioso, no mide el tiempo que cada acción de la vida requiere. Las cosas  lentas y reiterativas le cansan. No es perseverante, no sabe aguardar lo suficiente, las esperas le consumen. Carlos enciende la pipa, yo dejo el vaso en la masita que hay a mi izquierda, junto al ficus, observo la pared que tengo enfrente  mio. Me gusta el modo como ha ido distribuyendo todos los platos de cerámica de  Teruel, es una buena decoración, artística y con gusto. Y  la cerámica se ve buena, seguro que está hecha a mano por Domingo Punter. Los dos estamos ahora más serenos. La posible crispaciÓn del momento ha desaparecido. Otra vez Carlos frente a mí, con ganas de provocarme, queriendo conocer detalles que un autor no puede desvelar,  y mucho menos confesar a sus personajes. Carlos quiere continuar con la charla. Lo sé, lo intuyo, será mejor dejarle hablar.
 - Andrés, yo ahora estoy enfrente tuyo, ambos estamos fumando, yo te veo, tu me ves, somos conscientes lcs dos de nuestras respectivas presencias ¿es así?... Bien, entonces dime una cosa: ¿soy yo real o simplemente me reduzco a una mera ficción tuya?
Me ha formulado la pregunta que tanto le angustiaba. Cuando Carlos lleva algo dentro que le revueve las entrañas  y no parará hasta sacarlo fuera, hasta que no logre  desprenderse de ello. Contemplo las cortinas de la galería. Están echadas, ha anochecido hace rato, el tiempo pasa volando. Por bastante tiempo el tocadiscos ha dejado de sonar. Carlos se levanta al darse cuenta de que no aparto la vista del plato del tocadiscos.
—Oye —me dice- me dejas que te ponga algo para mí  muy especial.
Se dirige al tocadiscos, es un buen equipo estéreo por componentes. Saca un disco de una funda negra procurando que yo no vea de cual se trata. A ver  qué es lo que quiere que yo oiga. Comienza a sonar. Es inconfundible: el oratorio pastoral Acis  y Galatea de Händel.
 —Hombre, Händel. Me encantan sus armonias. El tratamiento que da a la masa coral este compositor  es inconfundible.
—¿Lo conocías?.
—Sí, hay bastantes cosas de Händel que me gustan. Y esta obra, seguramente el primer oratorio que compuso, me encanta.
—Bueno, volvamos a donde estábamos. Te he formulado una pregunta muy concreta, ¿vas a contestarme?
—Sí, Carlos, voy a contestarte lo mejor que pueda. ¿Eres real? Sí, lo eres. ¿Eres una ficción que  yo he inventado? También sí. Porque mira, qué es la realidad, qué es la ficción, dónde termina lo uno y comienza lo otro. Qué es más real, lo que nosotros vivimos, aunque sea una quimera, o lo que está realmemte sucediendo cerca nuestro y que nosotros desconocemos. Para mí lo primero. La realidad se hace real en nosotros
cuando la aprendemos y la asimilamos como tal, cuando la estructuramos y la identificamos como real. La realidad tiene que ser percibida por nosotros, aprehendida, reconocida, pensada y finalmente asimilada. Si no es así deja de ser real para nosotros por muy real que sea para los demás. De todos modos, Carlos, la realidad no cuenta demasiado. Ocurre como tal, se da, acontece, y nosotros tomamos una visión muy parcial de la misma, la medimos con nuestros propios medios y limitaciones. La articulamos y adaptamos a nuestra otra realidad interior introduciendo en este proceso elementos de ficción, totalmente falsos. Trucamos la realidad en función de toda una serie de condicionantes que nos permiten comprenderla mejor. Ante un mismo suceso no todos reaccionamos de igual modo por la sencilla razón de que la vemos de forma distinta. Cada uno nosotros vive su realidad en función de todos esos mecanismos y procesos sensoriales y mentales que nos son propios, que pertenecen a nosotros mismos como individuos. La realidad en cuanto realidad pura no existe. La realidad se hace realidad en nosotros, dentro de nuestras mentes al interiorizar y prodesar cuanto percibimos, al igual que la ficción, que también vive en nuestro interior, y todos, absolutamente todos, vivimos ficciones, sueños, apariencias, no-realidadest evidentes que nosotros les damos forma, las hacemos reales. Todos adaptamos tanto la reslidad como la ficción a nuestras necesidades que en muchas ocasiones  no somos capaces de diferenciarlas, seguramente porque nos resulta más cómodo  y, sobre todo, más ventejoso. Entonces, contestame con la mano en el corazón, Carlos, dónde termina la realidad y comienza la ficción, lo inventado. La imaginación es humana y por tanto real, en otra dimensión si tu quieres, pero real. Tú eres un producto de mi imaginaión, yo te creo y te recreo, y a través de este proceso mio tú tomas forma, tu adquieres tu propia realidad. ¿Eres real? Claro que lo eres, estás sentado enfrente de mí dialogando conmigo, luego existes, eres una realidad, en un plano distinto, te mueves en otras coordenadas, pero como ente real, como ser que tiene su propie vida.
¿Quién puede asegurar que no somos más que otro engendro de un ser superior? Tú mismo lo has comentado más  de una vez, el sindrome de la granja de gallinas, la falta de conciencia real de lo que evidentemente somos: meras representaciones que se mueven, que actúan, fantasmas, proyectos de algo que nunca llega a concretarse. Es exactamente así, también esta novela que estoy  escribiendo es un intento, una experiencia, una granja experimental, al menos en el sentido que tu mismo le  das. ¿Te he contestado satisfactoriamente?.
- Sí, de acuerdo, sigo siendo lo que era, ni  más ni menos. Y quieres oir una cosa, Andrés, no me importa. Vivo mi propia realidad y eso es lo fundamental.
-Menos mal, por un momento había pensado que nos íbamos a enfrascar en una larga polémica sin sentido, fuera del contexto de la novela.
Nos quedamos ambos pensativos, mirándonos, sin decirnos nada. Es como si nos estuviéramos estudiando, analizando. Seguramente los dos estamos satisfechos, parece que las cosas pueden arreglarse, Carlos va comprendiendo mis razones, no le preocupa ya tanto el problema de la identidad. Ninguno de los dos nos atrevemos  a romper el silencio. Mientras se oye Händel, toma posesión de nuestro entorno, únicamente es Händel, sus armonias, sus voces, su música. Me dejo llevar por la  melodía.
Sin embargo hay un tema que ha permanecido latente, sin que le hayamos dado una solución adecuada, la he introducido al principio, y Carlos de algún modo lo ha evitado. Mas yo no puedo marcharme ahora sin que Carlos me apunte, al menos, una salida airosa.
—Carlos, antes he comenzado planteando otro  tema, pero nos hemos ido por los Cerros de Úbeda, hemos  eludido tratarlo a fondo, y yo creo que debemos darle una solución entre los dos. Ta me decías que toda la  culpa no es tuya, bien, de acuerdo. Pero ¿qué hacemos con Tristán?
-Oye, no quieres un poco más de güisqui – me interrumpe Carlos.
Está claro que a él no le interesa hablar de mi actual problema como autor que está escribiendo una novela y de pronto le aparece un personaje con el que  no contaba. Yo llevaba el tema a mi manera, inventando una historia común para Carlos y Dana, dándoles una realidad, como Carlos pretende que sea, en estas páginas, intentando alcanzar un final lógico en la última página. Empero ahora, Carlos me ha jugado una sucia estratagema, se ha sacado una carta nueva de la manga sin contar conmigo para nada. Yo había tocado de pasada la historia de la Belladurmiente, me parecía que se podía aceptar que el Principe y Carlos tuvieran unos encuentros intranscendentes en la montaña, no revestia más importancía que eso, unos meros encuentros fortuitos y  nada más. De pronto Carlos se trae al Principe a casa y lo introduce en mi historia, asi, por las buenas. Es como si Carlos pretendiera asumir mi papel, como si él ahora desease jugar con la historia que yo estoy narrando, inventando él una vida nueva, la de Tristán, sin que yo pueda hacer nada en contra para evitarlo.
-Vale, ponme un poco más de güisqui.
Le paso el vaso, coge la botella y aboca un poco de líquido con cuidado, entreteniéndose en la operación, intentando alargarla, demorándose en devolverme el vaso. Mientras lo contemplo atentamente, complacido, me gusta mi personaje, sin apartar en ningún momento mi mirada de sus ojos. Sé que él también me observa de reojo, con agrado, contento de que hayamos  podido tener esta conversación larga y fructífera.
-Bueno, Carlos, abordemos de una vez la cuestión, que ya es hora. Dime, ¿qué hago yo a partir de esta página con la historia, con tu historia, con lo que estaba narrando?
 -Nada, simplemente seguir narrando tal como  lo ibas haciendo hasta el momento. A ti te gusta ¿no?, pues nada, síguela. Es tu novela, y por tanto eres tú quien debe escribirla.
-Si, pero ¿y Tristán? —le pregunto yo.
—Y dale con Tristán. Tristán está ahí, con Dana, buscando a la Belladurmiente. No puedes hacer nada, Andrés, continúa la historia y déjalo en paz.
—Pero es que Tristán no pertenece a mi narración, no tengo nada pensado para él. Eres tú quien lo ha metido en esto.
 —¿Yo?  No, ni hablar, has sido tú.
—Venga, Carlos, no juegues a los equivocos, que nos conocemos. Has sido tú quien lo ha vuelto a encontrar. Podías haberlo dejado en Las Ramblas  pero no, has tenido que traértelo a tu casa y complicar, para mayor gloria tuya, a Dana en todo este embrollo, con lo cual me complicas a mí.
—Mira, Andrés, tengo mis serias dudas sobre mi supuesta responsabilidad. Yo creo que más bien el culpable de todo eres tú porque eres tú quien escribe, no yo. Así que ya me dirás. Ha aparecido nuevamante  Tristán, vale, está aquí, no podemos hacer nada para evitarlo excepto que tú rompas las páginas en donde él aparece, ya no habrá Tristán, ¿es eso lo que deseas? ¿Qué yo te dé mi aprcbación, mi consentimiento para poder hacarlo? Sabes sobradamente que no lo necesitas, eres libre de tachar, de romper, de cambiar lo que desees, es tu novela. Ahora, ¿quieres saber qué haría yo con Tristán?  Nada, simplemente lo mismo que has venido haciendo hasta ahora conmigo y con Dana, dejar que viva su búsqueda, su realidad, su dimensión, contamplandolo desde la distancia que te marca el hecho de ser el autor de la narración.
—Pero es que el responsable soy yo.
- Venga, Andrés, no te inventes más cuentos.
La ficción es así: ficción. ¿Responsabilidad?,¿¡qué   responsabilidad?.
_  i SÍ, tiene razón Carlos. No hay responsabilidad, al menos como él la entiende. Y no está  nada mal  la idea que me sugiere. Tendré que pensar en ello.
—De acuerdo, Carlos, dejemos que Tristán se  mueva a sus anchas, que busque todo lo que quiera a su heroína. Después ya veremos qué se decide al respecto.
Me termino de un trago el güisqui que queda en el vaso. Carlos no dice nada, se ha quedado mudo. lntuyo que no desea seguir hablando del tema. Lo mejor es que me  retire, que me vaya ya, no tengo nada más que hacer  en casa de Carlos.
-Carlos, me marcho. Es tarde. Nos hemos demorado demasiado en nuestra charla. Dale un beso de mi parte a Dana. 
- ¿Ne esperas a que llegue?. Le encantaría verte. No puede tardar ya.
- No, Carlos, no puedo esperarme más. Además, Dana no va a regresar mientras yo esté aquí. No tengo ganas de verla ahora. Recuerda que la historia la invento yo y no me  apetece encontrarme en estos momentos con  Tristán. Así que no van a volver hasta que yo me haya ido. Otro día tal vez. No te lo tomes a mal, Carlos,  no quiero verlo aún.
  Vacío mi pipa en el cenicero, la guardo en su funda, me levanto. Carlos me acompaña hasta la puerta. Le ha molestado mi resolución de no ver a Tristán.
Lo noto en el hecho de que no enciende la luz del pasillo. Va detrás mío, siguiéndome, sin decir nada. Yo mismo abro la puerta. Salgo.
- Adiós, Andrés, y no te enfades con nosotros-  me dice finalmente Carlos.
 —Adiós, Carlos, hasta pronto.





18


Al subirme al vagón tú ya estabas dentro. Al principio no reparé en ti. Había demasiada gente. En hora punta ya se sabe cómo van de atiborrados los metros. Todo el mundo quiere subir. Parece que todos tenemos prisa por llegar a casa. La muchedumbre nos asusta. Nos causa vértigo, verdadero pavor y sin embargo la aceptamos.
Entramos apretujándonos los unos a los otros, codos salidos dentro de lo posible hacia fuera, en busca de un cómodo resquicio. Un hueco que nos permita sobrevivir al viaje. Acostumbrada a no mirar nunca a ninguna parte permanecía yo con la vista perdida, mirando al el frente sin ver nada. De pronto alcé los ojos y tú estabas allí. Después, sólo después, supe que habías salido a caminar por la parte alta de la ciudad y que a través del Parque de Cervantes habías accedido hasta la Diagonal para coger el metro y regresar a casa. También  yo volvía a casa tras asistir a un seminario sobre arte y psicología en la facultad.
Desde el primer momento me pareciste soberbio. Desafiante. Maravilloso. Distinto al resto de los hombres. Me gustaste desde el principio, lo confieso. Ibas solo. Te miré con una fijeza altiva a los ojos, algo inusual en mí dado que, con mi timidez suelo mirar siempre hacia abajo, me cuesta aguantar demasiado tiempo la mirada fija de alguien. Y tú te diste cuenta. Me aguantaste la mirada. Eso me gustó mucho. Me llegó al alma, Carlos, me llegaste al fondo de mi misma, tocaste mi cuerda sensible. Sentí una sensación muy especial. Como si una corriente eléctrica ascendiese desde mis pies hasta la cabeza. Nunca a nadie le había resistido tanto tiempo ese desafío. Me dije  para mí misma, toda ruborizada: "Ese tío tiene  que ser mío". Y me fui a por ti.
Al llegar a la estación de Sants, aprovechando el cambio de gente del transbordo de línea, me acerqué hasta ti. Me situé enfrente tuyo. No te dije nada.
Estaba lanzada. Pero a la vez tenía  el lógico  miedo a que me rechazaras. Quería conocerte fuese como fuese. Por otro  lado dudaba. La multitud, la propia estrechez del vagón,  me lanzo contra ti. Sentí tu cuerpo, vigoroso, apetecible, inolvidable, contra el mío. Estábamos tan cerca  el uno del otro. Quería mirarte nuevamente a los ojos, intuir, adivinar lo que estabas pensando, sentir tú mi rada enfrentándose a la mía. Mas no podía. Si levantaba la cabeza podía golpearte en la barbilla. Tu cuerpo y el mío. Noté que estabas azorado. Seguramente te turbaba mi presencia, mi atrevimiento. Por un momento deseé desaparecer, evaporarme. Quise volverme atrás, pero  ya no podía. Estaba aprisionada. La gente me apretaba contra ti y no tenía donde asirme. Tu, Carlos, mi Carlos, era mi único punto de apoyo, mi único asidero. Sentía tu cuerpo, cintura hacia abajo, muy cerca de mí y eso me estaba excitando sobremanera, lo cual me hacía ser más intrépida aún. Seducir a un hombre desconocido, sentir que es él quien se azora ante la acometida femenina.
En Plaza España nuevamente hubo relevo de  gente. Aproveché la ocasión para colocarme un poco mejor. Ya no tenía la cabeza por debajo de la tuya. Podía  mirarte tranquilamente a los ojos, observar tus reacciones. Sin que nadie me empujara estreché un poco más el  cerco.  Mi pubis contra el tuyo. Te  acosé, lo reconozco, premeditadamente. Temía que en cualquier momento bajaras del metro, te marcharas. Desconocía cuanto tiempo me quedaba para ultimar mis pretensiones. Y no quería permanecer así, a tu lado, sintiéndote, acariciándote con el pensamiento,  dejándome llevar por el instinto. Me fui contra ti. Apoyé mi cuerpo  contra el tuyo de la forma más descarada. Sólo  me faltaba echarte los brazos al cuello y besarte en la boca y, no lo dudes, estaba decidida a hacerlo si no me quedaba otro remedio. Tanto al llegar a las estaciones de Poble Sec como de Paralel podías haberte separado de mí, rechazarme, evitar mi cerco o simplemente decirme que ya estaba bien, que qué pretendía. Y sin embargo, Carlos, no lo hiciste. Ya no quedaba tanta gente en el vagón. Y tu permaneciste impasible, sin decir nada, soportando mi presión, mi descarado, por qué no llamarlo por su nombre, acoso. ¿Era por timidez o porque te gustaba? Nunca me lo has aclarado.
Seguramente pensabas que yo era una fresca que se estaba aprovechando a tu costa. Con la primavera ya se sabe, anda la gente un tanto desmadrada. Y no, no era eso, Carlos. Yo buscaba otra cosa de ti.
Al llegar a Drassanes apoyé lentamente mi cabeza en tu hombro. Tú te diste perfecta cuenta de ello. Ladeaste ligeramente la cabeza acariciando con tu mejilla y luego con labios mi pelo. Me percaté de tu juego. Me complació tu reacción. Por un momento temí lo peor, que te enfadaras, que provocaras un escándalo. Pero no, me estabas aceptando, consintiendo. Ahora no podía levantar la cabeza sin golpearte, pero con una diferencia fundamental. Eras tú quien no me dejaba hacerlo. En Liceo subió muchísima gente que nos catapulto aún más el uno hacia el otro. Éramos un solo cuerpo. Me sentía transportada, feliz. No te conocía de nada, no sabía  quién eras, pero no me importaba. Estabas  demasiado cerca de mí, consintiendo en que mis senos se estrecharan contra tu pecho insinuante, provocativo.
Notaste, estoy segura, mis leves movimientos, mi respirar alterado, mis pezones en punta, endurecidos por el contacto, contra tí. En Plaza Catalunya ninguno de los dos hicimos absolutamente nada para cambiar la situación. Estabas entregado, doblegado a mi requerimiento.
Favorecida por la sacudida del arranque puse mis manos en tu cintura. Me dejé llevar, era tuya. Te abracé con delicadeza. No estaba segura de nada. Pensé que tal vez eras tú quien se estaba aprovechando de la situación.
Y no me importó, Carlos, no me importó. De pronto tomaste tú la iniciativa. Acercaste tus labios a mi oído y  me susurraste un "hola" que me pareció celestial. No me enteré de que había pasado Passeig de Gracia. Antes de Diagonal te besé en el hombro y en el cuello. También tú me tenías cogida por la cintura, con delicadeza.
Al llegar a Fontana me decidí a hablarte. No quería romper el encanto maravilloso de aquellos momentos. Sin embargo tenía que jugar una nueva carta, arriesgarme o dejar que todo quedara en nada. ¿Perderte para siempre? No, no podía permitir que te marcharas así, sin más. Únicamente nos faltaba el trayecto hasta Plaza Lesseps. Era, para mí, en aquellos momentos, el todo o la nada. Levanté mi cabeza sin soltarte, te miré a los ojos. Me sonreíste. No había mala intención en tu mirada. "¿Cómo te llamas?", te pregunté. "Carlos", me contestaste. "¿Y tú?", añadiste. No, no podía romper el encanto, no podía decirte que me llamaba Damiana. Tampoco Dami, como todo el mundo me decía. Dudé por  un instante, pensé que era mejor no mentirte desde el  principio. Deseaba ser limpia contigo. Que no hubiese equívocos. Debíamos aceptar la realidad por cruda que resultase desde el comienzo. Balbuceé mi nombre: "Damiana". ¿Lo oíste bien? "Dana"
-dijiste tú- precioso nombre. Carlos y Dana, Dana y Carlos, me gusta". Acababas de rebautizarme. Desde aquel instante siempre he sido Dana para todos. Me abracé a ti con fuerza, te estreché contra mí. Eras mío, no podía dejarte escapar.
Había un vínculo entre ambos que nunca se iba a romper ya. Éramos Carlos y Dana, tal como te habías dicho. Al salir a la plaza íbamos cogidos de la mano. No nos decíamos nada. No hacían falta las palabras, lo habrían estropeado todo. Habrían roto el encanto. Estaba dispuesta a seguirte a donde tú fueses. No quería separarme de ti. Y tú también lo entendiste así. Juntos cogimos el autobús, juntos subimos en el ascensor de tu casa, sin hablar, sin convenir nada. Tú y yo, Carlos y Dana. Éramos consientes de lo que nos estaba ocurriendo. Los dos sabíamos perfectamente lo que íbamos a iniciar. Nunca ya nadie podría separarnos. Carlos y Dana, Dana y Carlos, sí, me gusta. Me gusta estar entre tus brazos, me gusta cómo me acaricias, me gusta cómo me
 Besas. Dana poseída por Carlos, me encanta, tuya mientras tú jadeas y ya no puedo más. Sí es maravilloso. Dana y Carlos, si, me gusta. Quiero más...




















19



Levantarse por la mañana es algo que siempre hay que afrontar con decisión. Cuesta dejar la cama.  Otro dia de los que no tengo nada que hacer, nada en qué emplear mis horas. El eterno problema de los fines  de semana. Durante los otros días están mis clases que  de algún modo me llenan, o al menos me entretienen. Los sábados y domingos es distinto, todo es más lento, más intranscendente. Suponen reiniciar esa búsqueda contigo mismo para terminar no hallandote.
Despertarse, no tienes sueño, seguir un rato más en la cama dejando que el tiempo, el gran comodín solucionador de los pequeños problemas cotidianos, se consuma por su propia cuenta, sin interferir para nada; en otras ocasiones te apremia, sientes que te falta, que se marcha de tus manos sin que seas capaz de retenerlo, de aproveeharlo. Y sin embargo ahora  se detiene, se ralentiza, apenas avanza, se contempla ensimismado.
Oigo ruido en la habitación de Tristán. También él se está levantando. Su caso es distinto, tiene algo que hacer, algo por lo que preocuparse, un incentivo que le motiva y le conduce a actuar, a proseguir su búsqueda, confiado en que seguramente hoy encontrará a su Belladurmiente. Para él es inminente su aparición. Me conmueve la fortaleza de este  chico, no se amilana ante nada, no decae a pesar de los constantes e infructuosos reveses  desalentadores que sufre. Apenas le afectan, él sabe que tarde o temprano dará con ella, todo se reduce a  una mera cuestión de tiempo. Me desperezo con lentitud, recreandome en ese estirar de brazos, en ese agradable desperezo del que sabe  que  nada le apremia. Tristán se ha adaptado maravillosamente en mi casa, no precisa de mis cuidados. Mas no puedo sustraerme a su presencia. Tampoco quiero que se sieta molesto ante mis excesivas atenciones. Es preferible dejar  que se mueva a sus anchas, sin que yo me entrometa demasiado en su vida.
Oigo que llaman al timbre de la puerta. Tristán  grita desde alguna parte que abre él. Sabe que estoy despierto. Tan pronto y además en sábado. Es Dana que viene a reooger a Tristán. De un tiempo a esta parte apenas la veo, la ha absorvido esa demencia absurda por encontrar a  la Princesa. También ella. Yo apenas oolaboro, me mantengo al margen, como simple observador. A Dana estas cosas le gustan, y como tiene todo el tiempo del mundo, de algún modo llena sus horas, iba a decir su vida pero no contengo, su vida la lleno yo o al menos eso espero. No me importa que pase todo el día en compañía de Tristán, ayudandole, pateando Barcelona, de un lado para otro, agotándose en ese infructuoso deambular sin sentido. La ciudad es demasiado grande; además, la probabilidad de encontrarla es practicamente nula. Deberian concatenarse demasiadas oricunstancias favorables a la vez, y eso es imposible que suceda.
Dana entra en mi habitación como un torbellino. Me besa y, a modo de reprimenda, me suelta: " Venga, ya puedes estar levantándote; mira que eres  grandul, rápido que hoy es sábado y tienes que ayudarnos". No, no quiero participar en ese ir y venir sin meta, no quiero sentir el desaliento que de seguro  me invadiría recién comenzado el día. Yo no sirvo para  estas misiones. No aguanto pasar todo el día sin vislumbrar una solución, sé que si los acompaño, si partcipo, si me uno a ellos, mi desilusión ante la situación adversa se hará enseguida patente y también en ellos dejara huella. "No, Dana, yo no voy a ninguna parte con vosotros. No quiero que os invada mi desánimo". Me mira contrariada, perpleja. Acabo de echarle encima un jarro de agua fría. No lo entiendo, Dana sabe  sobradamente que desde el principio me he resistido a participar en ese carrusel absurdo que a nada conduce. No deseo herir la susceptibilidad de Tristán, pero en este caso soy pesimista, no oceo que llegue a encontrar a su Belladurmiente, y menos aquí en Barcelona. Ante él invento constantemente excusas para no tener que plantearle la cruda realidad de mis presentimientos. Con Dana es distinto. Ella los conoce desde que Tristán está en casa. Yo no entro en el juego, al menos mientras no vea las  cosas más claras. No comprendo su incansable callejeo, convencidos de que así darán con la Princesa. Claro que no conozco otra forma de búsqueda. No van a poner un anuncio en la prensa diaria y mucho menos dirigirse a  la Comisaría más cercana para denunciar su desaparición. Comprendo que es el único modo útil de que disponen. Aún así hoy no puedo ir con ellos, no me siento con ánimos.
-Carlos, nos tienes que ayudar, aunque no te guste. El pobre Tristán confia mucho en ti. A mi me da  mucha pena. Lo veo tan desangelado.
Entiendo también a Dana, ella es emprendedora, capaz de iniciar las más descabelladas empresas, sin  pararse a pensar en sus posibilidades y volvarse con plenitud en esa tarea autoimpuesta hasta sus últimas consecuencias confiando en que logrará al final su propósito, pero no yo. A pesar de ello trasciendo tratando de acomodarme dentro de lo posible para no salir trasquilado y sin lana.
-Si, tienes razón, algún día tendré que ir con vosotros, participar en esa carrera de obstáculos  sin meta en la que estáis inmersos, pero todavía no. Es demasiado pronto. Hace falta ir más seguro. No acierto a verle el sentido. Cuando vosotros os sintáis cansados, sin perspectiva, entonces sí, entonces yo intentaré que no os falte el aliento necesario para proseguir hacia adelante.
—Bueno, y ahora qué hacemos. Contábamos con que nos ibas a llevar en tu coche. Además, tendrás que  inventar otra excusa para Tristán.
—Le diré que hoy no puedo, que tengo una reunión de claustro en la escuela. No puedo faltar, es fin de evaluación, me ha visto corregir exámenes estos días,  así que se lo creerá  con suma facilidad.
-De acuerdo, escabúllete, pero y nosotros ¿quién nos lleva?
—Coger el autobús, como hacéis siempre.
—No, no puede ser, hoy vamos a Santa Coloma y a Badalona; los servicios de transporte de estas dos poblaciones no los conozco demasiado bien, necesitamos coche para desplazarnos. Alli vive mucha gente proletaria que un día emigró de sus pueblos creyendo que en Barcelona y en su cinturón industrial ataban los perros con longanzas, y tal vez se encuentre mezclada entre ellos, al menos reconoce que es un buen lugar para ocultarla.
—Dana, los que vinieron aqui no creo que pensaran nunca que Barcelona era la utopia. Abandonaron  sus pueblos, sus casas, sus raíces, por el mismo motivo que tu, y también yo, un día lo hicimos, en busca de algo mejor que aquello, obligados perentoriamente por un dssarrollismo falso de la etapa franquista postrera y decadente.
—Oye, para el carro, no es momento de entrar en discusiones sociológicas. Tristán está en la cocina preparando nuestros desayunos y si tardamos mucho en salir va a pensar que me rstoy acostando contigo.
—Y por qué no, ¡venga!. Ven conmigo, Dana, ¿cuánto hace que no hacrmos el amor?
—Ni hablar, tenemos que irnos apenas hayamos  trazado un plan concreto; En cuanto a lo del veçiiculo  no te preocupes, ya inventaré algo. Voy  ala cocina con Tristán, le ayudaré a preparar el café. Lo hemos dejado demasiado  tiempo solo.
Y sale Dana guiñándome, cómplice,  un ojo con picardia.
Así que  hoy van a conocer a fondo Santa Coloma y Badalona. Buen sitio para ir por las calles los dos solos,  se agotarán como burros y por la noche no habrá quién los aguante. En fin, habrá que levantarse; si tengo que afrontar la realidad de la mentirijilla del claustro de profesores no puedo quedarme un rato más en la cama. Es
el prrcio del engaño; al menos cubrir las apariencias; después me qusearé todo el día solo, en casa, sin nada que hacer, escuchando música, leyendo, sin nadie con quien hablar, aburrido, malgastando el tiempo detenido.
El desayuno está en la mesa. Huele a café recién hecho, no puedo resistirme. La taza de la manaña siempre es la mejor sin el menor atisbo de duda. Bien cargado, como a mi me gusta. Hay que enfrentarse con la realidad, decirle a Tristán que hoy tampoco puedo acompañarlos. Espero qus no se moleste.
-Carlos, se te va a hacer tarde —me grita Dana.
Y aparezco delante de ellos con cara de no  haber roto nunca un plato, adaptándome a las circunstancias. Balbuceo un buenos dáas sin fuerza, sin convicción, confesándome culpable, esquirol.
—Carlos, no te preocupes. Sé que deseabas tanto acompañarme —me dice Tristán sin más-  Ya nos acompañarás otro día. Comprendo que tu trabajo te obliga,  lo siento.
No hace falta que me excuse. Gracias, Dana. Tú has mentido por mí. En tus labios una mentira resulta siempre menos dura, menos mentira. Y sin embargo la falsedad sigue existiendo. No puedo mirarte a los ojos, no me atrevo. Me siento como un traidor, como un desertor  que os ha vendido.
-Carlos, lo del ooche creo que puedo resolverlo fecilmente.
—¿Si?
—Si, mira, voy a llamar a Andrés, él también tiene coche, y seguro que nos sacará del atolladero. Los sábados nunca hace nada, así hasta se divertirá un rato.  Con invitarle luego a comer...
—Dana, no mezcles a Andrés en este lío.
_  Y por qué no, el es el culpable de todo ¿no?, pues que participe también un poco, que asuma su responsabilidad en el embrollo.
Miro a Tristan con compasión, no entiendo nada de cuanto estamos hablando. Tampoco puedo explicarselo. Qué le vamos a hacer. No me queda otro remedio más que aceptar que Dana sufra la contrariedad de la negativa tajante de Andrés; luego tendré que dieculparme y explicarle que ha sido idea de Dana, que yo no tengo nada que ver. Otro embrollo más.
—Voy a llamarle, seguro que aún no se ha levantado.
Me encojo de hombros, que llueva por donde quiera. Cuando Dana se propone algo ya se sabe. Andrés  le dira que ni hablar, que a él no le metamos en esto. Estará unos días enfadado y luego volverán las aguas a su cauce. Será cuestión de tiempo. De todos modos siempre puedo echarle en cara que la culpa, en el fondo, es suya. Tampooo se va a enfadar tanto, esperemos que no, a él las cosas, y en especial los cabreos,  siempre se le pasan enseguida. No es vengativo, y mucho menos rencoroso. Además, es Dana quien le llama.
Dana está al teléfono marcando el número. Va a ser interesante oir su conversación, cómo Andrés se escabulle diplomáticamente del enredo. Esto yo no me lo pierdo.
- ¿Andrés?... ¿eres tú?... !hola, majote!. Soy Dana, ¿te he despertado?... ¿no?. Me alegro... Oye, mira, qué haces hoy... !Nada!, !Bien!... te llamaba para invitarte a comer... Sí, te invito... No, no en casa de Carlos... No, no le vamos a poner los cuernos,  al menos aún no, cielo. Verás, es que preciso de tu ayuda... Sí, nos tienes que llevar a mí, y a Tristán, a un sitio en tu coche, será no más un poco rato... No, no puede, Carlos tiene la mañana ocupada, por eso te llamo... Hombre, para eso son los amigos ¿no?... Venga, hombre, ¿no quieres pasar todo el día en mi compañía? ¿no me digas que no te seduce?... ¿tan poco valgo a tus ojos?. !Vaya un amigo!... ¡Qué no es eso?, pues tu me dirás qué así ... Si, yo tabién te quiero mucho, y no porque seas el major amigo de Carlos. Precisamente por eso recurro a ti, eres nuestro único agarradero en esta emergéncia, si no, no lo haría... Mira, nos tienes que llevar a Tristán y a mí a Santa Coloma... y a Badalona... No, no te enrollo, así conocerás a Tristán, seguro que estás deseando hacerlo... Te va a gusta el chaval, ya lo verás, es encantandor. No me digas qua no te atrae... Venga, hombre, tú esta mañana  no tienes nada que hacer y yo necesito tu ayuda y, sobre todo, tu coche... No puedo, yo  no tengo carnet... Y si te destrozo al coche contra una farola, luego qué... Va, no seas así de soso, házlo por mí... Va, hombre, no te vamos a comer... Si, ya sé qué eso es lo que tú quisieras, gracias por el cumplido... ¿de acuerdo entonces?. Eras un tio grande, ¡te  quiero!...  Que dónde quedamos... ¿dónde te va bien?... Andrés mucho más sencillo, por qué no pasas a recogernos... No, a mi casa no, estamos con Carlos, así de paso lo ves y te tomas un café con nosotros... Vale, cuando oigamos al timbre bajamos... Hasta ahora, cielo.
!Buf!, irresistible. !Lo ha convencido!. Vaya mal trago que me quita da encima. Andrés aceptando, así, por las buenas, no solo conocerá a Tristán, sino que, a demás,  colabora. Después de la charla qua tuvimos al otro día aqui. Menos mal que Dana no sabe nada. Mejor qua no suba, no quiero ver la cara que pondría al verme; seguro que si me pongo delante suyo, a tiro, me fulmina.
—Ves, todo arraglado. Andrés nos va a llevar en su coche. Al principio no quería, se escudaba alegando que como Tristán no lo conoce igual se sentía molesto.
—Bueno, y ¿quién es Andrés? — pregunta Tristán, que no comprende demasiado bien nuestra charla.
Un viejo amigo de Carlos. No te preocupes,  os váis a llevar de maravilla. Es un tío que al principio siempre resulta sumamente callado, no le gusta meterse en la vida de los demás, pero una vez te toma confianza es otro. Es reservado, te encantará, te lo garantizo.
Ya está hecho. Dana, pensandolo bien me resuelve otro problema. De un modo sencillo y normal va a hacer que Andrés conozca y acepte a Tristán, y además, y esp es muy importante, que le ayude. Luego, todo planteamiento suyo en mi contra resultará inútil, no podrá echarme nada en cara. Siempre podré echar mano, recurrir al argumento de que también él participa en el juego. El día que vino a verme me recriminó muy duramente por meterle a Tristán en la novela; aducía que no sabía qué
hacer con él. Pues mira por dónde ya lo sabe, de momento llevarlo a pasear en su coche por Santa Coloma y luego por Badalona. Ver para creer. Claro que ha sido Dana quien se lo ha pedido, y como Andrés nunca le niega nada. ¿Qué tendrá esta mujer para salirse siempre con la suya?¿le basta con ser mujer y utilizar sus recursos femeninos? No cabe duda, es la niña mimada y consentida de Andrés, siempre lo ha sido. Algún día se lo echaré en cara. Me hace gracia, Andrés implicado en este juego absurdo  para él. Y además, de chófer de Tristán.
Suena el timbre de la puerta. Llaman desde abajo, desde la calle. Tristán y Dana, cómplices, se miran ilusionados el uno al otro. También les miro yo. Me van a dejar solo todo el día, esto no se lo perdono a Dana.
—Venga, rápido, que a Andrés no le gusta esperar  -les digo apremiándoles para que me dejen de una vez solo.
—No te importa recoger la mesa, ¿verdad?, Carlos.
-Venga, marchaos ya, no le hagáis pasar frío en la calle.
—Si, vamos.
Y salen apresuradamente, poniéndose el anorak por el pasillo. Desde la puerta Dana me grita  con ganas de que la oiga bien, con mucho rentintin no exento de cínica ironía:
—Adiós, cariño, hasta la noche —y añade toda maliciosa, con intención que no se me escape en absoluto- Y date prisa también tú, no vayas a hacer tarde. Tu claustro te espera.









20



En la granja cada vez hay más animales que se mueven entre lae paredes de su recinto finito sin un motivo determinado. Tan sólo se alimentan, luchan entre  sí, se matan por tener una mayor ración de pienso  aguardando su  final seguro que nadie sabe, dentro de los confines de la granja,  cuándo nos llegará. El matadero, la muerte. Los piensos compuestos cada vez son más insulsos, más monótonos. Nos anuncian en grandes  carteles publicitarios que son más variados, de mayor calidad, más ricos en proteinas y no es cierto, todos son iguales, pura alimentación artificial para engordar nuestros cuerpos. Así, en canal, daremos más peso.
No os extrañéis, chavales, no os estoy hablando de ninguna granja corriente, sino de la más común, la más vulgar que puede hallarse; la granja más grande y desapercibida que puede haber. Nuestra propia granja. Estoy hablando de nosotros. También me incluyo yo. Me eetoy refiriendo al hombre, a ese hombre de carne y hueso, a  ese hombre esqueleto cubierto de carne, relleno, que  nace, que sufre, vive y muere, que se alimenta con lo  que le dan, que cree que piensa, que ama a su manera, que no se aclara, que no sabe de dónde viene ni a dónde  va, a ese hombre que trabaja toda su vida  sin descanso, con denuedo,  sin conocer  demasiado bien por qué, y mucho menos para qué, me refiero al hombre, al ser humano, tal cual, simplemente humano, sin más aditamentos ni adjetivos, al hombre. No hay parámetro que pueda escaparse a la observación, al riesgo, a la regulación, al cumplimiento del plan. No  hay albedrío, nada se deja que acontezca al azar. Me  diréis que esto no es cierto. Que no existe la granja, que nosotros somos libres. ;Si?, ¿seguro?. Si nos comparamos con una granja clsica, tradicional, de las nuestras, estáis en lo cierto. Tampoco constituimos una granja al modo de Orwell; sin embargo esos dos modelos a mí no me valen. Nuestra granja es distinta, más compleja, ocupa toda la tierra, todo nuestro planeta, dividido en secciones, compartimentado, estructurado con una "lógica" aplastante. Y cada uno de nosotros cumple la función que le ha sido asignada. El gran teatro del  mundo calderoniano rebajado a su verdadera dimensión.
Hay demasiada comparsa, demasiados extras cuya única misión es pasearse por el escenario sin decir nada, siempre asintiendo, votando cada cierto tiempo, convencidos de que su sistema mamocrático es el mejor, actores anónimos sin un papel de protagonistas, simple deambular, pasar, mostrarse puesto que existimos. Todos los papeles son idénticos, pero sin diálogo pcsible, iqué malos actores somos!. Ni tan siquiera nos molestamos en conocer, no somos conscientes de nuestro personaje.  Solo lo conocen e interpretan a la perfección ese pequeño grupo de elegidos, mamones y corruptos que nos explotan con nuestro asentimiento condescendiente. Dejadme por un momento que haga referencia a una sección muy concreta, querida y entrañable para nosotros, pequeña dentro del contexto complejo de la granja, pero fundamental para nosotros porque es la que más nos atañe. Barcelona, es una gran urbe en la que  la gente vive, y es feliz. Si, aqui todos más o menos somos felices, vivlmos en paz. ¿Vivimos?, ¿somos felices?... Trabajamos, ganamos nuestro sueldo que no alcanza para todo aquello que creemos puede llenar nuestras vidas vacías, carentes de sentido. No hay pienso suficiente para abastecer a todos. ! Qué le vamos a hacer!  Y nosotros conformes y contentos, pero  cuando lleguemos al final  no habremos dado la medida, nos faltará peso; asi que hay que esforzarse, consagrarse con más ahínco al trabajo para ganar un  poco más y poder alcanzar así el pienso eterno que nos anuncian, ¡la publicidad, siempre la publicidad!, que nos hará más gordos, más aptos para el matadero. Y nosotros que nos creemos los amos del mundo. Únicamente nos motiva el pienso prometido, la manduca, llenar el cuerpo, saciar las insatisfaciones que nos crean  desde arriba regulando la cantidad y la calidad del alimento nutricio, lo demás ya no existe, no nos importa.
Estamos controlados, supervisados, y que nadie se desmande: ése es tachado de anarquista, de asocial, de ser mezquino que no merece vivir a nuestro lado, ese   escupe en la mano que lo alimenta, que le permite sobrevivir, no es humano, hay que exterminarlo. Es un subversivo, un terrorista, hay que aniquilarlo, no tiene derecho ni al aire que osa respirar y mucho menos compartir una silla en la mesa de la cena del señor. Hay que mantenerlo al margen, relegarlo al olvido, por ingrato, por rebelde, porque intenta destruir el orden establecido de la granja y si le hiciéramos caso dejaríamos de funcionar.
!Bonito panorama!. Y nosotros, tan felices, no nos enteramos de nada, la verdad es que tamposo deseamos conocerla, haocmos oídos sordos, es más fácil vivir sin complicaciones.  Barcelona, hermosa ciudad, tan coqueta ella, tan engreida, la reina del mediterraneo. Plagada de personas que deambulan, que dicen que viven y  sienten. Ciudad industrial y cada vez más de servicios. Gran agencia que ofrece de todo. También tu has caído  en el engaño, eres cómplice. En Barcelona no cabe un alma, hemos venido aquí abandonando los campos, desertizando la tierra para que al estar más juntos el control y la supervisión sea más cómoda. Y como imbéciles  aceptamos el juego. Vivimos hacinados, unos encima de otros, entre cuatro tabiques prefabricados que nos aislan de lo que pueda sucederle al vecino. Cada uno lucha por su ración de pienso, los más gordos van antes al matadero.
—Para el carro, Carlos, deja de comernos el coco- me interrumpe una alumna. Tú  todo lo pintas muy negro. Y la verdad es que mola cantidad lo que dices.  Formamos una granja de animales humanos, de seres racionales, que tienen coco, no lo olvides, y tal como lo pintas puedes llegar a convencernos. Lo que dices es  guapo. Pero yo no tengo conciencia de pertenecer a esa granja, tú alucinas sin estar flipao, sin haberte chutado nada.
-  Ése es el gran problema, el más grave, el más acuciante. No tenemos conciencia ni de constituir la granja ni de nada. Damos la sensación de estar flipaos siempre, como tu dices. Yo no sé hasta qué punto vosotros tomais nieve, chocolate, caballo, o lo que sea para evadiros de la granja, para no verla. Estamos todos tan asimilados, tan integrados que no nos percatamos de nuestra verdadera realidad. Vivimos en Barcelona, Barcelona es una gran ciudad, luego no estamos en  una granja. ;No?, ¿no estamos?. ¿No es Barcelona una insignificante, ínfima, sección de la gran granja?
—No es una granja —me replica otra alumna-. Esto es una ciudad que pertenece a la Tierra, al Universo. O sea, que sabemos dónde estamos. Somos seres racionales, con coco, y libres, no lo olvides. ¿Animales de  una granja? de eso nada.
 — ¿Libres?, ¿desde cuándo?, ¿cómo?. No, desengáñate. Ni eres libre tú ni lo soy yo. En cuanto a lo de racionales, lo dudo, qué significa ser racional.
_ ¿Qué se comporta de acuerdo a unos cnones preestablecidos? ¿Por quién? ¿Quién decide en cada momento qué es lo racional y qué es lo irracional? ¿No te parece bastante irracional todo ésto? Nosotros somos racionales porque lo decimos nosotros mismos. Igual podríamos decir que todos somos reyes del mundo, el animal másl perfecto, la maravilla del Universo, como no hay quien nos lo contradiga. No, no somos racionales, al menos  yo no lo soy, prefiero definirme como irracional, lo cual no me molesta lo más mínimo. Es más, me satisface.En todo caso somos animales afectivos, sentimentales, capaces de hacer el amor todo el año. Siempre estamos en celo, en eso nos diferenciamos del resto de los animales de nuestras granjas. Hay que llenar la gran granja, mejorarla, reponer las existencias y aumentarlas, estamos marcados por la necesidad de crecimiento, de progreso, más beneficios económicos, mayor rentabilidad, ¿me comprendes? Mira, te voy a hacer una pregunta y,  por favor, contéstame con sinceridad, olvidate de la necesaria racionalidad que se supone debes tener,¿De acuerdo?... ¿Por qué vienes a la escuela?... Deja, contesto yo por ti, si me equivoco me corriges. Porque algo tienes que estudiar, porque tus padres te obligan a venir aquí, porque necesitas un título que te permita trabajar en un mundo en el que únicamente cuentan los títulos,  porque sin ese codiciado y necesario "Título", que en realidad no sirve para nada, no serías más que una don nadie. Y con él también, y eso tu lo sabes de sobras. Y sin embargo sigues viniendo, ¿es así?... Ves como en el fondo tengo mi razón. Cumples con el rol que te ha sido asignado por la dirección colectiva de la granja. Es lo malo de la misma. Vemos a los más prepotentes representantes nuestros, a nuestros grandes magnates, a los más destacados, a los que se creen gobernadores del mundo, y en realidad no son más que actores, la dirección real  no se ve, no da la cara, es una gran colectivo.
A ti te han asignado la obligación de estudiar porque estás en la edad de hacerlo. Tendrás una titulación y luego a trabajar, a ganarte tu pienso como todo  el mundo, integrándote en esa masa amorfa y anónima que  vegeta en Barcelona, que va a las discotecas, a los bingos, que hacen cola en el cin por el placer de hacerla, que se divierte los sábados por la noche, el resto de la semana no sería posible, está prohibido, el control  es el control. Te casarás y sin darte apenas cuenta un día ya  cargarás con  tu par de hijos.   Dos hijos que habrá que alimentar y educar, sacar a delante para que un día también ellos se integren en nuestro modo de producción y explotación. Habras cumplido  satisfactoriamente tu cometido. Serás entonces vieja, y un día tal vez te acordara de mí, y pensarás, entonces te darás cuenta, de que todo ha sido bastante inútil, que todas tus ilusiones de ahora, tus sueños, tus fantasias, no se han cumplido, que únicamente te has limitado a cumplir, a pasar por este mundo interpretando un papel, como todos, sin nada excepcional, sin auténtica felicidad. Tan sólo unos breves retazos que quedan en el recuerdo como algo lejano. Te resignarás, lo aceptarás como algo intrínsecamente humano, y desearás llegar lo antes posible al matadero. ¿Qué te quedará auténticamente tuyo? ¿Habrás vivido?, ¿es eso vida o nada más es  una vana ilusión de vida?, ¿no será mejor   llamarla existencia animal en la gran granja humana?...
No, no me contestes, quiero que prosigas con tu inmaculada, con  tu tremanda capacidad de ensueño, con tu irracionalidad, tu don más preciso… y más humano. Y si te acuerdas de mí, no lo olvides, resístete con todas tus fuerzas a perder  esa maravillosa irracionalidad que aún atesoras. No quieras ser adulta, niégate a formar parte, como ser adulto, de este experimento animal racional.
Mas retornemos a la granja, porque las cosas aun no están nada claras... Lo siento, suena el timbre, no podemos proseguir hoy, la regulación del tiempo por parte de la dirección de la granja nos lo impide. Se ha terminado la clase, nos niegan la posibilidad de seguir  dialogando. Otro día será.



(CONTINUARÁ)


Barcelona febrero de 1985