ANDRÉS MARCO

lunes, 31 de marzo de 2014

EL SÁTIRO DE LAS lOh l5'



EL SÁTIRO DE LAS lOh l5'



Era un hombre más bien alto y grueso. Yo diría de unos 96 Kg de peso y 1,92 m de alto. Tenía el pelo  negro  muy liso, y el color de su piel era morena. Había nacido en un pueblo de provincias un dieciocho de febrero a las cuatro horas de la tarde. Bueno, faltaban ocho minutos para esa hora. De pequeño fue siempre un niño normal. Sus compañeros de escuela decían, a veces, que era un poco  rarillo, una ninfita según sus compañeros de juegos. Después creció y se hizo tal como es ahora. Resultó ser muy estudioso y esto le valió ir a la ciudad con una de esas becas, una de las tantas que los maestros de los pueblos solicitan para sus alumnos más aventajados. El hecho es que obtuvo la beca y marchó a los once años a la ciudad  para labrarse un porvenir, para convertirse en un hombre de provecho. Durante ese periodo demostró ser muy inteligente y sacó muy buenas calificaciones. Mostró una afición muy especial por la literatura y por el arte, pero no perseveró en ello por falta de medios económicos, posibles que se decía en su época. Acabados sus estudios regresó de nuevo al pueblo y de allí marchó a la "mili“ en donde consiguió llegar a cabo 1ª. Al terminar ésta es cuando tomó la sublime decisión, la acción sin vuelta atrás  que iba a marcar toda su vida hasta el final de su vida, es decir, hasta ahora.
Como en el pueblo no tenía porvenir decidió emigrar a Barcelona para abrirse un camino que le supusiera una garantía de cara al futuro más inmediato y también a medio y largo plazo. La verdad es que lo intentó todo pero la realidad  pudo más que él y no logró nada. Y finalmente terminó por aceptar un empleo sencillo que al menos le permitiera mantenerse y no pasar excesivas necesidades. Trabajaba como camarero en uno de los tantos bares de la Plaza Real de la Ciudad Condal. Al principio se hospedó en una pensión sita en la calle Princesa, cercana, relativamente, al lugar de su trabajo. Después, al cabo de diez años de muchas estrecheces y privaciones, consiguió ahorrar lo suficiente para comprarse un piso nuevo en el Paseo Valldaura, donde vivió hasta prácticamente ahora, hasta hace muy poco.
Aunque proposiciones y ocasiones no le faltaron, permaneció siempre soltero. No quiso casarse y nadie recuerda haberle visto acompañado de una mujer. No es que las odiase, pero tampoco le atraían, más bien resultó ser un poco tímido y pacato. Las toleraba, simplemente, mientras no se inmiscuyeran  en su vida. Tenía alma de poeta y siempre soñaba, adoraba, rendía culto a mujer irreal, ficticia, ideal; a una mujer arquetípica que le llenara sus vacíos y cubriera sus necesidades, que fuese su fiel compañera y que compartiera con él sus inquietudes e intereses. Pero por desgracia, ésta, María Torres Arranz- así la llamaba él siempre- un día falleció y él no la volvió, en buena lógica, a ver. Mas no por ello dejó de amarla siempre. Fue su único y gran amor. También adoraba las flores, el campo; le gustaba hacer pequeñas excursiones, cuando el trabajo se lo permitía, por la montaña del Tibidabo. En una palabra: se sentía identificado con la naturaleza, con la belleza, con lo puro y verdadero, con lo sencillo.
Era un ser rebuscado, introvertido, pusilánime, reservado y sobre todo exquisito. No se relacionaba con ninguno de sus vecinos. No tenía ningún amigo. No es que no los necesitase, pero no encontraba nadie con quien empatizar, con quien compartir sus sueños, sus quimeras, sus intereses, sus opiniones, sus gustos y sus  angustias.  Se limita a compartir justamente  lo imprescindible. Con sus compañeros del bar de la Plaza Real comentaba lo estrictamente necesario pero ninguno de ellos jamás llegó a saber cómo era o qué pensaba. Hacía su trabajo, ayudaba  a los compañeros, asumía en muchas ocasiones responsabilidades que tal vez no le correspondían, en su trato diario resultaba incluso afable pero nada más, de ahí ni pasaba ni dejaba  que otros dieran el paso. Le gustaba también pasear por las calles de la urbe por la noche, lobo solitario, cuando todos duermen y nadie se fija en él, cuando nadie le iba a molestar, cuando se respira la tranquilidad y el sosiego de una ciudad dormida si huyes de las zonas noctámbulas de la ciudad, cuando las sombras de la noche te permite estar fuera de las farolas. Él siempre iba absorto en sí mismo, como si nada le perturbase, como si tan sólo sus pensamientos le acompañaran y no precisase de nada más.  Sí había algo que un día sintió que necesitaba. Amante del canto de los pájaros desde pequeño, un día adquirió en una da las paradas de Las Ramblas de las Flores un canario cuyo canto hacía días que le había admirado. Un canario amarillo dentro de una jaula tal vez demasiado grande para un ejemplar nada más pero es que él deseaba que dispusiera de todo el espacio posible para evitar que pudiese sentirse enjaulado, aunque lo estuviera; en el fondo todos somos como canarios dentro de unas jaulas con un espacio limitado que sólo se puede ensanchar si nosotros somos capaces de hacerlo pagando, en ocasiones, un precio tal vez excesivamente elevado. Y así este animalito se convirtió en su fiel compañero, en su único amigo una vez muerta ella, si amada ideal.  Le puso de  nombre "Chorito" y pasaba horas hablando con él mientras se deleitaba con su trinos. Tal vez lo mimaba demasiado, le cambiaba el agua todos los días y le llenaba la jaula de comida y de artilugios de entretenimiento para que se sintiera como en casa. Todo hasta que una mañana lo encontró cadáver en el suelo de la jaula. Se limitó a echarlo en el cubo de basura mientras unas lágrimas recorrías sus mejillas.
Así era la vida cotidiana de este hombre sencillo que, en apariencia, no se preocupaba por nada ni por nadie. Que sólo reclamaba que lo dejasen vivir en paz en su espacio, que no lo molestaran más de lo imprescindible. Él no se metía con nadie, él dejaba hacer a cada quien lo que buenamente quisiese y eso mismo es a lo que  él aspiraba. Un una noche, haciendo lo que a él siempre le gustaba hacer: caminar despacio por el Paseo Marítimo, muy próximo al agua del mar, dejando que las olas llegaran apacibles y sosegadas para acariciar con ternura a veces, con furia otras, la arena de la playa mientras se dejaba embriagar por el rumor del oleaje, se le ocurrió la genial idea que desgraciadamente al final le costaría su placentera existencia. Un momento de locura, uno de esos instantes en los que no se piensa y se deja actuar libremente al instinto. La tentación que se le presentó de súbito, sin buscarla y que él no pudo evitarla. Descendió por las escaleras hasta la playa, cogió entre sus dedos unos granos de arena y con suma delicadeza lo posó en su pañuelo y lo guardó en el bolsillo interior de la chaqueta y regresó al paseo nocturno habitual.
Aquella noche la sonrisa volvió  a verse reflejada en sus mejillas .Las farolas del Paseo Marítimo fueron fieles y calladas  testigos y podrían dar razón de ello si se les habilitase el habla. Su felicidad y alegría eran tan grandes que cuando se dio cuenta estaba dentro de su casa. Buscó un tarro de cristal limpio y cuando lo encontró depositó  dentro su preciado tesoro. De valor incalculable para él, capaz de apreciarlo como tal, claro que ínfimo y sin valía alguna para el resto de los mortales. Aquella noche durmió de un tirón, suceso últimamente poco corriente en él.
El día siguiente a esto era un lunes y por lo tanto, su día libre. Se levantó tarde, remolón como hacía años que no se dejaba llevar en la cama, se vistió y sin desayunar se fue a pasar el rato en el "Laberinto de Horta", donde podría estar solo sin que nadie ni nada ajeno a sí mismo le inquietase. Al regresar a casa aprovechó para pasar por el mercado y comprar algunas alimentos  que necesitaba.
Comió como los otros días y después se sentó en una butaca para ver la televisión y poder fumar su pipa de después de comer. Era un soñador empedernido y le gustaba imaginar lo que él habría hecho, cómo se habría relacionado y enamorado de una, de ser de otra forma con cualquiera de las hermosísimas chicas que pasan por la Plaza Real. En el fondo era un romántico. Un hombre de esos de los que quedan pocos, afirmarían algunas voces capacitadas para ello. Amaba la paz, la convivencia social, la tranquilidad, la armonía del apetecido sosiego. Decía que todos somos en el fondo hermanos, libres, llenos de  incalculables y ocultas posibilidades humanas que aún no hemos descubierto pero que están en nosotros, simplemente nos falta la voluntad de desarrollarlas.  Aunque él jamás hizo nada para demostrarlas. Y no obstante este hecho, nada le impedía mar por sobre todas las cosas la libertad. Se creía, se sentía, se sabía libre . En el fondo era un idealista sin límite. Nunca había tenido nada y ahora poseía un tesoro que nadie le podría quitar porque le pertenecía en exclusividad: sus granitos de arena en su tarro de cristal. Aquella tarde estuvo en casa, soñando, ensimismado en su pensamiento, feliz en su intimidad, admirando su codiciado tesoro. Por la noche volvió a dormir bien. En una palabra: volvía a ser feliz. Era el ser más  dichoso que pudiese existir sobre la faz de la tierra.
El día siguiente, martes, fue normal para él: su trabajo y poco más. Sin embargo, para el resto de los humanos fue muy raro. Se notaba, se respiraba, en el ambiente que estaba pasando algo. Se había movilizado toda la máquina del Estado para averiguar el motivo que perturbaba no sólo la vida de la población española y sino de toda la población mundial. Todo había cambiado, todo había mutado de comportamiento, todo estaba trastocado, nada era igual. La gente se comportaba de una forma que no era la habitual. La gente estaba rara, desquiciada, preocupada sin saber por qué, como si estuviese aguardando a que aconteciera algo inusual. Se respiraba en el ambiente, incluso los animales se comportaban de otra forma, mostraban una inquietud que nadie era capaz de identificar y mucho menos de formular. La economía mundial se estaba paralizando, la Bolsa había dejado de cotizar, los transportes a cada minuto que pasaba se ralentizaban más y más. En suma, un caos imprevisto y sin una justificación  previsible. Nada anterior podía indicar que esto iba a suceder. Lo claro era que se había roto el equilibrio de las fuerzas que mantienen en perfecta y estable armonía a las distintas sociedades,  países y poblaciones. Loa granos de arena cumplían una función concreta ocupando su posición de equilibrio estable en la playa y al ser sustraídos de allí se había roto, desarticulado toda la red que mantiene el equilibrio social, la dinámica económica mundial, la paz y las guerras en su justa medida, nada volvería a ser como había sido hasta ahora. Se hacía necesario poner remedio lo más pronto posible , sin pérdida de tiempo. Había que restablecer, recuperar como fuese, el equilibro tan penosa y costosamente logrado, demasiada sangre había corrido desde tiempo inmemorial para conseguirlo y ahora no se podía destruir ni alterar así como así por la acción descontrolada de un insensato no identificado aún.
Después de una semana las altas esferas del país y de la ONU habían detectado y ya conocían la causa de tal perturbación  y, en consecuencia,  se ordenó que se buscara la normalidad a cualquier precio, el regreso a los cauces establecidos de los que jamás se debería haber salido. Había que volver a poner los granos de arena cuando fuesen encontrados en su lugar para volver al equilibrio. Las brigadas político-sociales y las organizaciones de espionaje  más competentes empezaron las averiguaciones y pesquisas. Había que encontrar  al causante de todo aquello. Se había convertido en un grave problema político y social y era preciso resolverlo de inmediato. Era una cuestión  que atañía a todos porque estaba en juego el futuro de la humanidad.
Las indagaciones duraron dos meses y al final encontraron al responsable. Fue detenido Ramón Fernández de Rodas una mañana a primeras horas en su propio domicilio del Paseo de Valldaura y conducido en un coche especial  sin ningún tipo de identificación, para evitar males mayores,  a la comisaría de policía sita en Vía Layetana.
En estos dos meses sucedieron muchas cosas, no todas buenas,  en Barcelona. Y el pueblo barcelonés todo lo malo lo atribuyó a ese personaje fatídico, maléfico, a ese criminal que era el causante de todo. Se había llegado a atribuirle asesinatos, robos, hechos morbosos propios de locos, siempre que no encontraban a un culpable. Y la resolución de los casos resultaba sencilla: el sátiro estaba detrás de todo cuanto ocurría por lo tanto no era necesario investigar nada más, dando con él todo quedaría resuelto. La prensa contribuyó también lo suyo bautizándolo desde el inicio  con el apodo de "El Sátiro", el sádico morboso. Incluso las familias respetables no dejaban salir de noche a sus hijas para que no fuesen violadas por el sátiro. Y todos los días la prensa dedicaba sus primeras páginas a hablar de la situación en que se encontraba el mundo, el país y la ciudad, y para alabar la actuación perfecta y sincronizada de la policía que aún no resolvía nada. Al final, en grandes rótulos se anunciaba al público que el sátiro había sido detenido hacía algunos días y que estaba a disposición de las autoridades competentes, en comisaría ara proceder a lo que la ley dictaminase para este caso tan excepcional. La gente estaba eufórica, salida de sí. Al fin la normalidad volvería. Y ahora había que castigar al asesino, al  criminal, al responsable de aquellos actos tan  horribles, tan execrables, crímenes contra la humanidad.

Desde primeras horas de aquella mañana una masa inmensa de gente comenzó a concentrarse ante la comisaría de Vía Layetana. Todos deseaban lo mismo: reclamaban el preso. Se produjo lo inevitable. La turba invadió el edificio y se apoderó del reo. La policía no pudo hacer nada en contra, o no quiso. Dejar la justicia en manos del pueblo exaltado les resolvía demasiados problemas acelerando, además, su solución. La muchedumbre condujo al preso por la calle Condal y por Puerta del Ángel hasta la Plaza Cataluña, donde se pensaba hacer justicia, linchándolo. Todos gritaban y vociferaban atrocidades. Y en medio de todos  ellos el responsable, el hombre que no sabía nada de cuanto acontecía. Tampoco es que le interesase demasiado. Daba lo mismo. Llegó magullado, torturado, arrastrado, hecho ya una piltrafa desde las dependencias policiales. No parecía el mismo que días antes pasease por el Laberinto de Horta. La suerte estaba echada. Alguien sacó un cuchillo y, junto con los golpes de las porras que le propinaban los policías, segó su yugular acabando  con la vida de aquel ser miserable. Después la masa se disolvió. Y allí, en el suelo, en el centro de la plaza, quedó el cuerpo maltrecho, junto a los cadáveres de algunas palomas atropelladas y aplastadas por la muchedumbre, de aquel sátiro. Fue a las 10h l5’de la fría mañana del 25 de diciembre de 1972. Y la ciudad de Barcelona nunca olvidará, después de volver a su normalidad aquella hora gloriosa en la que se hizo justicia, dando muerte  a aquel deleznable sujeto que la prensa había nombrado como "el sátiro de las 10h 15' ". 

jueves, 27 de marzo de 2014

Charla nocturna

CHARLA NOCTURNA



Oigo tus pasos: suaves, lentos, que se deslizan sobre el suelo de tierra seca de tanto no llover. Esto me hace suponer que estás aún lejos de mí y que por lo tanto tardarás un rato en llegar. Así que me queda todavía tiempo para poder repasar y pensar en mí, en ti y en todo lo demás.
Tengo ganas de que llegues. Verdaderamente lo deseo, quiero verte tal como eres y no tal como te pintan los demás; espero y en el esperar me canso, siento una gran angustia: miedo a que no seas como yo te imagino. Un dulce sudor moja mi frente. ¿Por qué tardas tanto? ¿qué va a ser de mí? ¿me dejarás ir contigo o tendré que quedarme aquí en casa?.
¿Qué soy, qué ha sido mi vida? Ni yo mismo lo sé. Una mezcla de cosas no demasiado buenas ni demasiado malas: un pasar entre muchos sin distinguirse de los demás: satisfecho e insatisfecho a la vez:¡Ah!,  si pudiera volver a nacer cuántas cosas cambiaría... Aunque pensándolo mejor, creo que no modificaría ninguna, volvería a hacerlo todo tal como lo he hecho siempre, no ha salido tampoco tan mal ¿no crees?.
Vienen a mi memoria recuerdos de cuando era pequeño, de cuando empecé a estudiar: mi ingreso; la marcha a Barcelona después de haberme examinado de primero; mi vegetar del colegio, mis primeros pantalones largos, mis bachilleres terminados, el preu, la entrada en la universidad, un conjunto musical que nunca llegó a triunfar, una carrera y un sinfín de cosas que no salen de la vulgaridad, del anonimato, de la asquerosa mierda que somos.
Me canso de esperar, puede que un cigarrillo me ayude a esperarte. Lo enciendo, una calada, una bocanada de humo, otra, otra, y no, no puedo: lo apago y espero y espero tu llegada, pero tú te haces desear: me haces sufrir. Aguarda, ahora he oído unos ruidos más cercano: la puerta de la calle ha sido abierta y cerrada, lo he oído perfectamente. Y has sido tú quien ha entrado, estoy seguro, no puede haber sido nadie más porque no espero a nadie, sólo a ti. Sí, eres tú, oigo tus pasos más cercanos que antes, y, además, dentro de la casa. Mis sentidos no me engañan: eres tú.
Te siento cada vez más cerca, el susurro de tus pasos tan lentos y suaves es cada vez mayor. Ya estás cerca, más próxima a mí. Pero siento mucho miedo, y ¿si no eres como yo quiero que seas?. Siento escalofríos, tengo miedo y más miedo, cada vez el pánico es mayor, a medida que te oigo más cerca, cada vez más cerca de mí. Estás ya subiendo las escaleras. Ten cuidado con los escalones: son de madera y hay uno en muy mal estado: cuidado, despacio, pisa más suave, estás haciendo mucho ruido, demasiado, vas a despertar a todos, pon atención no te vayas a caer...lo ves, te has caído.. ya te lo avisaba yo...sigue despacio, estoy en el segundo piso, al final del corredor: es fácil llegar hasta mí.
Me estremezco al pensarlo, me infundes terror, mi vida, mi única vida, mi amor, todo va a ser para ti, para que tú te lo lleves. Supongo que lo querrás todo: eres muy egoísta, demasiado. Pero tú mandas, eres mi dueña y señora y ante ti yo nada puedo, sólo obedecerte. No tengo nada que objetarte, he sido yo quien te ha llamado y te ha hecho venir a buscarme.
No, no vayas tan deprisa, aguarda un poco más. Sí, ahora has terminado de subir la escalera, ya estás en el pasillo. Es chocante, antes me parecía que ibas muy despacio y ahora creo que has corrido demasiado. Aguarda un poco más: no, no entres, todavía hay muchas cosas que me gustaría dejarlas terminadas. Espera.
No has esperado, tú nunca esperas, te haces aguardar y cuando llegas todo se termina, no das tiempo para nada. Sabes una  cosa...Prefieres no saberla, me lo suponía, pero eso no me importa, te la voy a decir igualmente. Ya sé que a ti te es lo mismo, pero a mí no, quiero decírtela. No, no cojas todavía la maleta, hasta el amanecer tenemos tiempo, no seas tan cruel conmigo, déjame estar aquí por última vez, después me iré contigo sin ninguna clase de oposición. Soy yo quien quiere irse contigo. No me dejarás aquí ¿verdad?, me llevarás a donde tu vayas, serás como una madre para mí. No cabe duda: aceptarás y me querrás como si hubiese sido siempre tuyo ¿verdad que sí?; ya lo sabía, no podías negarme una cosa así después de que haces un viaje tan largo sólo por mí, sólo para venir a buscarme y llevarme a tu hogar.
Está bien, me despediré de los míos y nos vamos. ¿Quieres saber lo que haré apenas lleguemos a tu casa?. Sí, ya sé, tú nunca quieres saber nada. Era de suponer. Pero ahora date la vuelta, aun no te he visto la cara, tu figura parece hermosa, pero tu rostro no lo he visto. No quieres que lo vea, pues eres tonta, sí, tonta, muy tonta, algún día lo veré, vamos a estar mucho tiempo, demasiado, juntos ¿no te parece?. Sí, eso, sí, mucho tiempo juntos, juntos para siempre tú y yo hasta que...iba a decir una tontería: estando a tu lado eso es imposible, no te parece.
Nunca hablas ¿por qué? Bueno, me conformo, me gusta tu silencio, me gusta el silencio, me gusta la soledad. Pero nunca más estaré solo, te tango a ti para siempre, para siempre, no me engañas ¿verdad? No, no puedes engañarme, eres severa y no mientes nunca, cuando llegas no hay falsedad posible, todo es cierto y ya no se puede volver atrás. Ahora más que nunca me gustaría poder volverme atrás y dejarte, pero tú no te enfades, ya estás aquí y sabes que eso es imposible. Nos iremos a donde tú me lleves. Todo parece una pesadilla, pero sólo tú y yo sabemos que no lo es. No, no puede serlo porque estás aquí junto a mí, aunque no te vea el rostro. Mira que a estas alturas tenerme vergüenza: ya eres mayor para estas cosas, pero es lo mismo, me iré de todos modos a tu mansión eterna.
Ojalá todo fuera una farsa, una comedia, una vil mentira, una equivocación. No, déjame, no quiero irme, me quedo con los míos, con mis cosas, mis pequeñas y grandes cosas, mi cada día igual, mis sinsabores y mis alegrías. No, déjame, no quiero ir, vete tú, yo me quedo. Me cuesta trabajo dejarte, pero no, yo no voy. Sabes, aquí soy feliz, muy feliz, y sin embargo fui yo quien te llamó, perdóname si es que puedes. Cómo no vas a saber tú, que a mis ojos pareces tan buena. Te he hecho venir a buscarme y, total, para nada, no me quiero ir, aquí estoy bien, me conformo con lo que me corresponde. Vete tú, se te hace tarde. No, no me esperes, no voy, es mi decisión última. Bien, veo que te vas a ir y me dejas, ya lo decía yo: en el fondo eres buena y sin embargo todos te temen. Vete, vas a llegar tarde, vete. Espera, antes de marcharte déjame ver tu rostro. Gra..ci..as.Ad...Adi .os.
Nunca olvidaré su rostro. Hoy se ha ido pero otro día regresará a buscarme y tendré que irme con ella, no podré negarme nuevamente. Pero su cara: no tenía carne, era sólo huesos, una calavera blanca cubierta por un manto negro. Y a mí que me parecía
tan hermosa. Lo debía haber adivinado antes, sino ¿cómo quería yo que ella fuera de otra forma? Pero ahora hay algo más importante y que no debo olvidar: un día volverá y entonces tendré que acompañarla, deberé  irme con ella a donde me lleve. muerte llega nadie se salva!.




La cortina

LA CORTINA



He de hacer una cortina nueva para la puerta de atrás. La he de diseñar yo. Es mi obligación. Me corresponde hacerlo y por tanto lo voy a hacer. Voy a diseñar la cortina más original y bonita que nunca se haya visto en este pueblo, en mi pueblo. Sí. La voy a diseñar yo en persona. Llevo varios días con una idea que ronda por mi cabeza y la voy a emplear en la construcción de la cortina. Bueno, que quede claro, en su diseño. Porque lo que es construirla... Una vez diseñada y planeada concienzudamente, tal como yo lo estoy haciendo ahora, no va a costar apenas nada. Es muy fácil. Quiero que sea una estructura sencilla y compleja a la vez. Pues si ambas cosas, en un primer momento de apreciación, parecen contradictorias  y, por lo tanto, imposibles, debemos reconocer que profundizando un poco más en el asunto, ambos adjetivamientos no sólo  son realizables a la vez  sino que son complementarios. Deseo que demuestre el espíritu creador de su autor. Ya sé que esto cuesta. Mas lo voy a conseguir para demostrar a todos que soy capaz de hacerlo.
Para comenzar haré en el centro un grupo de tiras uniforme, compacto, que dé consistencia a la cortina y que a su vez introduzca, dé pie a lo que va a ser la estructura final. Será todo del mismo color y compuesto, integrado, pues la integración es el principio ordenante de todo cuanto debe existir, por ocho tiras. Serán ocho tiras todas del mismo color porque a mí me gusta que sean ocho y porque ocho tienen que ser y porque, precisamente, ocho quedarán muy bien. Ocho es mi número y ocho serán, y a quien la idea no le guste, que se conforme con ocho porque va a ser así. Después pondré cuatro tiras de forma distinta a ambos lados. Así quedará una simetría perfecta: cuatro -ocho- cuatro, y después ya veremos. Seguiré mi marcha aplicando la idea que circula por mi mente. No faltaría más. ¡Qué se han creído todos!. Será una cortina casi perfecta, pues la perfección absoluta por desgracia  todos sabemos sobradamente que es imposible. Habrán simetrías por todos los lados. Se mire por donde se mire siempre se verán simetrías distintas y hasta una cierta lógica, consecuente consigo misma, dispares. Va a ser algo fuera, más allá dentro de lo posible, de lo normal: tal como yo he deseado siempre que fuera. Tal como a mí me gusta que sea. Será difícil, eso lo sé, pero valdrá la pena el trabajo empleado en ella. Será una combinación de dibujos y de estructuras geométricas permanentes y por ello volátiles que asombrará al más ocurrente. Voy a estar varios días dedicado a su construcción, haciéndola. Porque costar me va a costar lo suyo, pero cuando la haya terminado, todos contemplarán y admirarán mi obra maestra, llena de ingenio. Porque, precisamente, será una obra única. Tal como debe de ser. Porque de otra forma no valdría la pena hacerlo. Sería una tontería ,un trabajo inútil, un tiempo mal empleado, una absurdidez. Y yo no puedo perder mi tiempo en cosas que no sirvan para nada. Lo necesito para cosas más importantes, de mayor relevancia. Porque mi tiempo vale mucho para mí. Mi tiempo es oro. Como el de todos los personajes importantes que han dedicado su vida a escribir las más logradas páginas de la historia del mundo. Y todos deberían hacer lo mismo. Si no lo consideran así, peor para ellos, después querrán encontrar razones consecuentes y éstas no les serán viables. Y yo no tendré  la culpa, pues  avisados ya están. Pero en fin, ya verán, ya, cuando yo haya terminado mi majestuosa cortina. Dejaré a todo el mundo con la boca abierta. Será una maravilla. Ya verán, ya. yo no gasto mi tiempo en balde.
Bueno, puedo estar contento: he terminado mi cortina. A mí me parece mejor de lo que yo había esperado obtener. Sí, ciertamente ha resultado infinitamente mejor de lo que yo había planeado en un principio. Es una combinación auténticamente perfecta de figuras y de simetrías. Un juego magnífico, como debe ser, de combinaciones aleatorias perfectas. Algo insospechado. No creo que haya en el mundo un espíritu más ocurrente que el mío para organizar y armonizar toda esta jerga de dibujos asimétricos en esa espeluznante simetría rebosante d luz y de color.

Quizás el único problema evidente que se plantea una vez finalizado mi trabajo sea el que los demás, los otros, ajenos a mi esfuerzo, no van a saber apreciar mi labor, mi dedicación y mi espíritu creador por la sencilla razón de que me he tropezado con un obstáculo insalvable: la cortina es toda del mismo color: verde. Qué iba a hacer, pues, si en la tienda  nada más había material para cortinas de color verde. Sí, sí, verde: qué pasa, ¿ acaso  no puede ser toda verde?. No es mi culpa. A mí esto no me importa. Hace que mi obra sea aún más inasequible, más inimitable, más difícil de comprender. Sí, porque la gente común, sin imaginación, con toda evidencia amorfa, vegetativa, sin valores humanos propios de su raza y de su condición de animal especial, único e irrepetible. espécimen raro de la naturaleza sin los valores morales dignos de de toda persona que se precie ,no es capaz de comprender, de captar la esencia de estas obras maestras, únicas e infrecuentes. Y mi cortina es una obra maestra. Bueno,..si no saben admirarla, si no son capaces de contemplar con dicha esta magnánima creación, peor para ellos. Siempre ha sido así. La incomprensión para con los genios. Ellos se lo pierden. Yo no voy a estar siempre allí, junto a mi obra,  explicándola a todo el mundo. Quien no quiera, o no sepa entenderla y admirarla, allá él con su conciencia. El arte no está todavía al alcance de todas las mentes. Ya se seba que el caviar no es para la boca del cerdo. Y si no...me es lo mismo: como la cortina va estar colgada en la parte de atrás de la casa, muy poca gente va a tener la oportunidad de verla, pues yo no estoy dispuesto a soportar sus impertinencias a todas las horas del día. Que se enteren de una vez por todas. Y si no, qué más me da: a mí mi obra me gusta y eso es lo que importa. Es toda  del mismo color  ¿ y qué?, mejor: así resulta mucho más bonita.

A BARCELONA

A BARCELONA
(Meditación de un ciudadano normal y corriente).



Son las tres de la mañana. La noche es estrellada y la luna luce más que nunca. Noche de verano no demasiado calurosa. Corre un suave vientecillo fresco que se pega a la cara y te  hace sentir un agradable placer. La ciudad duerme tranquilamente. Sólo los serenos trabajan: vigilan para que nadie ose rompernos este dulce sueño. Barcelona, la inmensa Barcelona que se presenta majestuosa: sus luces me dan una caricatura de la urbe poco conocida y completamente distinta a la bulliciosa de cada día. Es tu otra cara, la que no quieres que nadie conozca. Eres una hipócrita.
Hay algo que me pesa en el estomago. Deben ser los vasos de vino. Necesito caminar y no detenerme. Vagar sin saber a dónde  vamos. El tiempo corre sin detenerse. Un coche que pasa a toda velocidad. Su ruido que se extingue en la lejanía. ¿Le pasa algo?, ¿se encuentra mal? ¿necesita ayuda?- me ha dicho una voz. No, nada, no se preocupe por mí, déjeme estar solo. Hace muy mala cara, está muy pálido, le acompaño a su casa?, ¿le busco un taxi?.No,gracias, déjeme solo, no necesito la ayuda de nadie. ¡Infame mentira!, ahora que necesito a alguien más que nunca. ¡Qué extraordinaria persona que se preocupa de sus semejantes!. ¡Quién lo diría, a estas alturas!. El mundo loco con su incesante  trajín se detiene por un momento para interesarse por un caminante sin rumbo, y lo que es peor, sin destino. Y qué le importa al mundo lo que a mí me pasa. ¡Que se vayan todos a la mierda!.
La cabeza me da vueltas. Todo rueda en torno a mí. Las calles giran y giran. No soy yo quien va por ellas, sino ellas por mí. Sí, son las calles las que se balancean y dan tumbos. Las que andan por mí y soy yo quien está quieto, inmóvil. Sí, inmóvil porque no tengo fuerzas para seguir. Un taxi libre, podría pararlo y pedirle que me lleve a alguna parte. Pero a dónde, sino tengo a dónde ir. Conozco Barcelona bastante bien, por lo menos no me  pierdo en ella. He estado muchas veces en estas calles. Y sin embargo ahora no las identifico, no las reconozco, son nuevas para mí, no distingo a verlas bien. Todas me resultan iguales. Constituyen en sí una pesadilla. Una tortura que me impide pensar y actuar con sentido común. Un torbellino que se agita incesantemente. Un huracán que todo lo trastoca y lo cambia de sitio y no deja nada en su lugar original. Un laberinto en el que no hay ya salida posible.
Caminante sin destino porque no lo hay, ¡qué vas a hacer!. No lo sé. Si yo supiera algo. Pero ¿es que acaso se puede saber algo? Imposible. No sabemos nada. ¡Ilusos que os creéis sabios!. Sabios si, pero todo os resulta desconocido, apenas si  sabéis nada. Conocéis las cosas por fuera. Sois expertos en envolturas. !¡Superficiales es lo que sois, que decís cosas falsas sin conocer absolutamente nada. Competís entre vosotros a ver quién dice la sandez más enorme y, lo más divertido de todo, aún encima os aplaudís los unos a los otros. Sois el colmo del cretinismo.
Oigo pasos risas, qué será será, lo que sea ... Se aproxima alguien. Ya llegará. También llegará el amanecer y con él un nuevo día. Amanecerá, se hará de día, surgirá nuevamente el sol: como siempre. Se asqueará como siempre. Intentará apagarse y mandarlo todo a los infiernos. Pero los burgueses no le dejarán, no pueden consentirlo. Qué sería de los grande y petulantes ciudadanos sin su majestuoso sol que les presida. Su ídolo, su astro, su dios dinero que brilla y se compara con el sol. Color de oro. Vil y pestilente. Mentiroso y traicionero.
Alguien que se retira a descansar. Descansad y tomad nuevas energías para quemarlas inútilmente el próximo día, Sí. quemad vuestras fuerzas y no recojáis las cenizas porque no servirán de nada. Imbéciles que os consumís en manos de los embaucadores. En manos de los grandes maestros del engaño  de las finanzas que disponen de vuestras vidas como si fueseis un atajo de borregos y que se aprovechan de vosotros, pusilánimes. Os daré una recomendación. Pero ¡cumplidla!. No esperéis que yo haga algo más por vosotros. Cogedlos  a todos juntos, sí a todos los explotadores. Y !pegadles un tiro!. Que no quede ninguno. Deshaceos de ellos para siempre y dominaréis la tierra y el universo: os pertenecen porque desde siempre fueron vuestros. Matad a vuestros dioses que os alimentan y alimentaos vosotros mismos. No precisáis  ni de su control ni de su voz de mando. Prescindid de ellos y no necesitaréis nunca más  de ese alimento para vivir. La energía misma del universo, ¡gran eternidad y absoluto poder! os alimentarán por siempre. Vuestros cuerpos se regenerarán y alcanzaréis la vida: nada menos que ¡la vida!.
Ahora dejadme deambular por las calles. Ahora que hay nadie que me moleste. Sus miradas, su sola presencia daña mi vista. Me insultan sin que quieran hacerlo. Inmundicia humana, despojos que incluso  las alimañas rehúyen, desapareced, regeneraos y entonces, sólo entonces, ¡volved. Sí, ¡sólo entonces!. Mientras tanto  arrepentíos de vuestras faltas y llorad vuestros pecados. Llorad. Meditad largas horas y pensad un momento. ¡Sí!. ¡Pensad!. Aprended a hacerlo. Vosotros que no habéis pensado jamás. Pensad en vosotros mismos y pensaréis en el mundo y en la humanidad. Pensad en el hombre y salvadlo de los otros hombres. Alejaos mientras. Dejadme solo. No os quiero ver.
Todo es basura. Las calles están llenas de cubos de basura. Un camión los recoge. Esos hombres que os hacen el  innegable  favor de retirar lo que vosotros no queréis y desecháis. Esos hombres que no tienen el más mínimo pudor en retirar todo  aquello que vosotros despreciáis. Esos hombres que osan llevarse lo que vosotros tiráis para que no quede por siempre en la calle. Sí, os hacen un enorme favor. Y vosotros, ingratos, no reconocéis sus méritos y su gran esfuerzo para sobreponerse a vuestra repugnancia.
Me he sentado en la calle, en la acera. En la sucia acera vuestra. Permitidme que lo haga. Me he dado el lujo de que ella me acogiese . Le he hecho, os he hecho, yo ese gran favor. Estás en el suelo, callada, soportando los pies que te pisan y te maltratan, y sin chistar. ¡Qué tonta llegas a ser!. No sabes lo que haces. ¡Allá tú!.
Me duele la cabeza. Una farola da vueltas sobre mí. Me mira. Quiere ver mi rostro. Quiere iluminarlo para que todo el mundo lo vea. Pero no quiero dejarme ver. No sois dignos de tal cosa. Su luz cambia constantemente de color. Pretende marearme, atormentarme. No me vencerás. Estoy por encima de ti. Sí, yo puedo volar y elevarme en el aire. Y tú no eres capaz de hacerlo, no puedas. Tienes los pies demasiado firmes, anclados, en tierra. No puedes elevarte sobre todo, como yo lo hago. Pero inténtalo y lo conseguirás. Sin embargo tendrás antes que vencer la fuerza de los burgueses que te retiene. Deja que se pudran todos.
Su luz de colores asusta. Mas no puede conmigo. Siento asco de todo. Sí, ¡asco!, asco de vosotros. Y no me importa vomitar sobre la calzada. En el suelo dejaré mis desperdicios y parte de lo que llevo dentro de mí para vosotros, más que nada para que os conservéis un recuerdo mío. Para que lo aprovechéis y os siente bien. Comedlo todo y os hará felices, ése es parte de mi cuerpo que ha sido... os rejuvenecerá, os transformará. Os indicará el camino hacia la vida. ¡La vida!.
La vida, algo que deseáis y no llegáis a alcanzar. No podéis conocerla porque los sabios que saben algo de ella porque lo han leído en los libros, y vete tú a saber qué hay de cierto en ellos, no os dejan llegar hasta donde se  encuentra. ¡Revelaos y sed libres!  Libres  de una vez y para siempre. Matadlos a todos y eso os redimirá. Es la única forma de obtener la vida para siempre.
Empiezo a sentirme mejor. Algún diablillo que se ha cansado y me ha abandonado. Se ha ido. Sí, algún diablillo pagado por los burgueses  para atormentarme sin cesar. Mas su salario para sobrevivir debe de ser pequeño y él ha comenzado su particular rebelión. Su jornada laboral se ha terminado y ha llegado el reposo para él y , de paso, para mí. Aprovechaos ahora que nadie os vigila y dad el golpe. ¡Matadlos a todos!. Romped las cadenas que os retienen y tiranizan. ¿Iniciad la revolución salvadora!. ¡Su muerte es vuestra redención!. Al menos intentadlo. Cuesta tan poco. Desatad las ataduras que os sujetan y decidles adiós. Sed libres. Adiós, cerdos asquerosos.
Adiós, adiós, ahora que yo me voy y os dejo solos .Aunque os dejo para que quede con vosotros algo de la verdad eterna. Pero para conocerla antes debéis alcanzar  la vida matándolos a todos. Adiós, y recordad: ¡la vida es lo primero, la verdad vendrá sólo después!. No lo olvidéis, la vida.







domingo, 16 de marzo de 2014

MEMORIA DE UNA HABITACIÓN















MEMORIA DE UNA HABITACIÓN






























A mis padres que siempre me apoyan












"Cuando los hombres se levantan del lecho se imaginan
que han alejado el sueño de sí y no saben que son víctimas
de sus sentidos, convirtiéndose en presas de un nuevo sueño
mucho más profundo que aquél del que acaban de salir.
Sólo existe una única forma y es a la tú te acercas ahora.
Háblales a los hombres de ello: te dirán que estás enfermo
pues no pueden entenderte. Por eso es inútil y cruel decirles nada.
Quien ha sido despertado, ya no puede morir. Sueño y muerte
 es lo mismo. Conocimiento y recuerdo son la misma cosa"
(Gustav Meyrink)
"El hombre que conoce la Verdad está más allá del bien y del mal.
El hombre que conoce la Verdad ha comprendido la identidad de lo
Uno y el Todo. El hombre que conoce la Verdad ha comprendido
que la Ilusión es la Realidad y que la Sustancia es la Gran Impostora"
(H.P. Lovecraft)













memoria de  una habitación


Pese a que en la oscuridad la estancia parece estar vacía, cuando los ojos ya se han habituado a la tenue penumbra que sólo confunde los contornos por la falta de luz, se pueden apreciar varias personas echadas en el suelo, en el sofá y en las butacas. En un rincón, medio tumbado, tal vez demasiado joven, aunque es difícil apreciarlo por la  ausencia de luz, está terminando de fumarse un pitillo. Apenas una colilla sostenida en los labios que en algunos momentos se enciende de rojo intenso, luego nada.
La habitación no es demasiado amplia: en el centro hay unas mesas pequeñas. Para ser algo  más conciso señalaré que son dos del mismo tamaño. Encima de ellas se pueden apreciar, si uno detiene la mirada y la fuerza un poco para conocer lo que hay sobre ellas, algunas revistas poco conocidas, tal vez extranjeras, y algunos libros de temas muy diversos, ahora bien, eso sí, libros muy baratos, de ediciones de bolsillo. Alrededor de las dos mesas está el sofá y los cuatro sillones. En el suelo varios ceniceros, de esos que se roban de las mesas de los bares, de cristal y con propaganda de bebidas alcohólicas, rebosantes de colillas. En uno de los extremos hay una lámpara de pie con su pantalla cuadrada de un color rojo vivo, casi chillón, aunque resulta difícil decirlo con precisión. Está apagada y entre sombras resulta complicado decantarse por una afirmación tajante. Parece rojo chillón, nada de mate o cálido.
Todo parece estar en calma, quieto, como dormido, aletargado. Nadie se mueve, apenas si se les oye respirar. Un suave murmullo y poco más. Deben de ser aproximadamente las nueve de la noche. No hace todavía demasiado que un pequeño reloj de cuco que hay colgado en una de las paredes de la estancia - dicho de paso, el reloj desentona sobremanera con los cuadros surrealistas que lo acompañan en las paredes- ha dado nueve "cucús". Pero se trata de un viejo y diminuto reloj y quién puede fiarse de un antiguo reloj que siempre anduvo mal.
Uno de los jóvenes, sin saber muy bien por qué, de pronto comienza a hablar, haciéndolo de una forma poco peculiar, como su parloteara consigo mismo en voz alta, pese a que queda claro que pretende que los otros le oigan lo que tiene que decir.
-   ¡Oídme todos, hermanos míos!, yo quisiera hablaros hoy a todos y hacerlo bien, de la mejor forma que sé, pero no puedo, las palabras se me atragantan y no me salen como yo quisiera- farfulla.  Antes tenía amigos, todos me querían, las mujeres me deseaban, pero ahora, en la noche, aunque es de día para todos, me han olvidado. Estoy solo y no sé qué debo de hacer.
-   El fuego todo lo puede y todo lo quema - prosigue otro- y llegará el día en el que todo se transformará en llamas de purificación y, por ende, de salvación. Entonces todo será ya distinto y todos juntos cantaremos el adiós que no termina. La redención tocará a la puerta y nosotros, prestos, le abriremos y dejaremos que entre y llegue hasta nosotros.
-   Me gustaría tener una casa- dice una voz femenina- cerca del mar y de la montaña a la vez y al amanecer salir sola y poder correr desnuda por la playa desierta y dejar que las olas mojen mis pies y mis pechos y oír el ruido que hace el viento al soplar en las gélidas mañanas de invierno en las montañas del fondo.
-  Quiero llorar y no sé, no aprendí, quiero gritar y no sé, no aprendí, quiero, quiero querer y no sé, nadie me enseñó a hacerlo. Yo no sé y nadie sabe nada. Todos dicen lo quieren creyendo que saben. Cosas que llegan a mis oídos y que yo jamás llego a comprender. ¿Por qué será que nadie entiende nada de todo cuanto acontece, de las maravillas que cada día vemos en la sencillez de lo natural de las coas?.
-   Cuenta una vieja historia que un hombre, Acapa, que vivió hace demasiados años, todo lo que deseaba lo conseguía. Quiso saltar un día y saltó; otro día quiso correr y corrió; otro día quiso otra cosa y la obtuvo. Pero cuando se hizo viejo se dio cuente de que todo lo que había deseado no le había valido para nada y quiso volver a ser niño para comenzar de nuevo. Se murió sin haberlo conseguido.
-   El fuego que todo lo quema también quema los últimos deseos y momentos de felicidad. Puede más que nosotros porque él es eterno y el hombre no.
-   Permanezco sentado fumando mi pipa y me inunda una gran obsesión. No sé lo que es, no llego a distinguirlo, pero yo sé que algo me obsesiona y no pararé hasta que lo consiga. Y cuando lo haya logrado todos me admirareis. No obstante, ahora, siento dentro de mí un gran vacío, no comprendo nada, no llego a distinguir aquello que se mueve ante mis ojos.
-   En la montaña sale el sol todas las mañanas y nace el agua que corre siempre libre por los ríos que van a para el mar en donde se pierde y nada se encuentra. Allí está la felicidad aguardando a que alguien se fije en ella, pero como allí nada se encuentra….
-   ¡Ah, perros!, llegará el día en el que todos me oiréis y  yo me vengaré, porque yo tengo que vengarme de alguien. Sí, de todos vosotros, ¿perros inmundos!, os quemaré con las llamas de mis palabras. Podéis preparaos si queréis, pero nada os servirá de nada, os lo aseguro.
-   La humanidad está deshumanizada, quién las humanizará, el humanizador que la humanice buen humanizador será.
-   Tres pajaritos bonitos cantan en su nidito y mientras su mamá les trae de comer ¡qué bonito es!.
-   Tengo un amigo que es muy afortunado. Su papá le compra todo lo que quiere. Dinero, dinero, dinero, y ahora le va a comprar un hermoso coche deportivo de color, de color… no me acuerdo de qué color será.
Y así proseguirán días y días, y muchos más días sin salir de allí hasta que en algún error, tal vez en  un descuido,  el portero de la finca crea que no hay nadie, que el piso está deshabitado y entre y los encuentre a todos cadáveres. Hace muchos años que todos ellos murieron. Perdieron lo último que les quedaba: el nuevo día que amanece. igual a todos los anteriores y, a su vez, distinto: es nuevo y posee infinitas posibilidades que  pueden ser desarrolladas: la esperanza.








































el viaje


Una tarde más de un día más cuando te distraes, cuando crees que te distraes nada más, escuchando música y pensando tontamente en algo que te perturba por un instante. El pensamiento es imparable, pretendes dejar la mente en blanco, abandonarte a no pensar en nada y no, tu mente sigue marchando a pleno rendimiento, imperturbable si nada le complica el pensamiento. El sol que ya se marcha. Oscurece y el gran dios nos va abandonando para que otro dios, más bien diosa, su prima hermana, pequeña, inquieta, y distinta, nos presida e ilumine las tinieblas, reclamando su derecho, nos inunde con su inmensa nostalgia, con su absurda melancolía, y, por qué no, también en muchas ocasiones con su alegría. La música continuará tristemente, nostálgica, con una dulce guitarra,  todas los guitarras son dulces siempre, que interpreta una samba… y una pipa humeante en mi boca desde hace no sé  cuánto tiempo: arde lenta, pausada, sosegada, como si no tuviese miedo a ser detenida en cualquier momento. Y una pluma en mis manos  presta a ser testigo fiel de todo cuanto acontece en no sé dónde: tal vez  sea en mi mente: no estoy seguro, pero puede que sea ahí donde las cosas ocurren. Se desliza ágil y sin impedimento alguno sobre el papel. El sol ya se ha ocultado, mas la noche no ha hecho acto de presencia aún: total: para qué. `Cuánto se hace desear!. Y yo que prosigo sentado en mi butaca  saboreando el poco tabaco, apenas cenizas, que quedan aún en en la cazoleta de la pipa sin arder, reflejando en el cuaderno de notas todo aquello que  viene a mi mente en imágenes. Una guitarra sobre una silla, una hermosa silueta que trae recuerdos y un sinfín de cosas. Parece que ella también pretende hacerse notar, pero no, está muerta sumida en un letargo invernal.
Ahora ya es primavera, desde hace varios días. Me resulta sumamente difícil precisar cuántos, así que no lo haré, sólo sé que hace varios días que la primavera ha llegado. Los  pájaros entonan sus trinos en la primera mañana. Los árboles que se ven a través del balcón de casa comienzan a mostrar su majestuosidad: verdes, floridos, dulces, tiernos. ¿Así es todo hoy!. Una televisión apagada - por suerte- que muestra su pesadumbre  y su disconformidad porque nadie osa encenderla, porque nadie la atiende ni le hace el menor caso. Muestra el negro de su pantalla, su negro de parada, su luto que parece que comienza a extinguirse. Ella sí que podría hablar y colmarnos, meternos materialmente, de cosas  nuestras cabezas. ella que es un impreciso e infiel testimonio de todo cuanto acontece en el mundo. Mas ahora esta silenciada, muda, apagada: castigada al más deleznable de los silencios.
La música continúa  suave, acaramelada, aterciopelada, ella lo puede todo, es como si dijese:"Ven conmigo, yo te voy a llevar al paraíso porque me pertenece. Yo te voy a transportar por encima de todas las cosas, yo te voy a sacar sin que apenas te  des cuenta de esa nada en la que estar inmerso para llevarte al de la mística, a aquel mundo donde nada es verdadero ni real, donde todo es un mero sueño imaginado que luego siempre se  acaba olvidando. Pero que sirve para desentumecerte el espíritu y hacerte recordar aquellos días cuando eras muy pequeño y jugueteabas con los amigos por  las calles del pueblo, cuando toda tu misión se reducía a jugar, a la escuela, a comer, a dormir y a crecer y crecer para irte haciendo mayor y entonces poder olvidarlo todo. También vienen a la memoria aquellos otros días en los que  te levantabas tarde y no ibas a la escuela: no se podía salir de casa, hacía mucho frio y mirando por la ventana veías el cielo agitado  y las montañas todas nevadas, cubiertas de esa pura y cristalina, y densa a su vez,  capa de nieve que empezaba a reflejar los tímidos rayos del  sol sobre su piel limpia, blanca, nítida y radiante.
Un gran ruido muy distorsionado, enormemente fuerte, como si de una bomba se tratase. Cierro los ojos y un punto negro viene raudo hacia mí. Se va a estrellar contra mi frente. Poco  a poco va creciendo, cada vez es más grande y va cambiando de color. Ahora es negro, parece blanco, pero no, tampoco es eso, porque es rojo, de un rojo muy intenso, estremecedor, de ese rojo que hace daño a los ojos si fijas la mirada en él. Tampoco es redondo: yo creía en un principio  que lo era, pero se ha dilatado. estirado  en sus extremos. Intuyo que me va a  hacer daño. Trato de proteger mis ojos con las manos, mas no, no  llega, se detiene, vibra unos instantes... se detiene, y
 regresa hacia atrás. como si pretendiera alejarse de mí. De pronto todo se torna oscuro, no veo nada, ¿dónde están mis ojos?. Los busco con mis manos, palpo con insistencia  mi cara ,en el suelo, aquí. un poco más allá. Nada. No los encuentro en parte alguna ¿estaré ciego?... no. no puede ser, es imposible que así sea, hace unos instantes veía perfectamente y ahora… De súbito todo se vuelve a iluminar y esa masa voluminosa de nuevo está aquí, delante de mí.  Continúo sin saber a dónde han ido a parar mis ojos y sin embargo veo. Ahora de nuevo el color no es rojo, más  bien asemeja que sea como azul, un azul que brota a raudales por todas partes y a su vez van apareciendo unas manchas negras que no sé de dónde salen, que se incrustan en el cálido azul. El color tiembla, riela  e inicia su marcha hacia atrás. Va retrocediendo con lentitud. Ya se ha separado lo suficiente de mí, debe de estar más o menos a un metro y yo continúo sin saber por qué apareció y por qué ha desaparecido del todo.
Todo el fondo es de color rojo, y a medida que va llegando hasta donde yo estoy va oscureciendo. Y de pronto el color se queda  quieto . Sabe, con toda seguridad se ha dado cuenta, que no le tengo miedo. En el  horizonte hay un diminuto punto de color verde, un apetitoso verde manzana. No he podido ver cómo ha hecho para  llegar hasta allí, y sin embargo está y viene muy lentamente hacia adelante. Se detiene y de
él empiezan a brotar puntos muy pequeños del mismo color. Son como puntos  que es van expandiendo hacia los lados. Suena una música muy suave de arpa, violines y fanfarrias . Un  timbal destruye la armonía y  todos los pequeños puntitos se reagrupan sin dejarme tiempo para  que yo me percate de cómo lo hacen. Y se integran otra vez en el punto original, de donde nunca debieron de salir, que ahora tiene un tono amarillo verdoso.
Se abre el viejo portón y la vieja sale como todas las mañanas. Seguramente se dirige hacia alguna parte conocida: va a misa. No, hoy no. Es tiempo de rogativas: hay que pedir al dios de la lluvia que mee, que se acuerde de sus fieles y que no permita que la cosecha se echa a perder por falta de agua. Pasará por delante de la vieja ermita casi en ruinas del Oreto, y después por detrás, y por un lado, y poco después aparecerá  por el otro, y así serán los cuatro lados del Oreto. Todos jugaremos a adivinar por qué lado
del viejo caserón saldrá la vieja. Podrá ser por cualquiera de ellos, pues no hay ninguna regla fija establecida al respecto  para poderlo predeterminar con anterioridad. Y la vieja se divertirá a sus anchas, cantaré las canciones de siempre: al corre la patata, lo que comen los señores,...y tururú, tururú... y a la vi, a la va, la vieja y nadie más. Y se pondrá su ropa y su raro sombrero de fiesta, y saldrá otra vez a la calle a través de su viejo portón para ir a misa  porque hoy también es fiesta .Para ella cada día que pasa
es una fiesta más a añadir a las muchas que lleva en su haber y por la noche lo celebra ella sola en casa de un coñac peleón acorde con sus posibilidades, Y en la pared de su habitación trazará  una nueva raya y se alegrará diciendo: un día más que engaño a la muerte. Sí, porque la vieja cuenta cada día que consigue escabullirse de la parca. Y lanzará su sombrero al aire, y gritará fuertemente; jiu jiu jiu … antes de bailar esa ancestral jota que nada más ella conoce.
Y una extraña sensación recorre mi cuerpo, y siento que me faltan de nuevo los ojos. Y permanezco alerta para ver qué es lo que pasa. Y el punto crece de tamaño: es como una  pelota de ping pong. Y comienza a moverse y se oye un murmullo indefinido: la pelota que se está dividiendo en dos pelotas del mismo tamaño, iguales, y que quedan algo separadas. Cesa el murmullo y ambas comienzan a  clarearse en su interior, y dentro de cada una de ellas  hay otra pelota más pequeña  de color naranja rojizo. Los bordes de las dos más grandes, de las dos nodrizas,  se transforman: comienzan a estirarse por sus bordes y van tomando forma ovoide. ¡Y lo estoy viendo todo a pesar de no tener ojos!.
Aquellas manchas que hay dentro de los ovoides están sufriendo una serie de mutaciones muy rápidas y que no pueden separarse, desglosarse para que yo sea capaz de analizarlas e interpretarlas una por una. Las manchas se han transfigurado y toman una forma como humana o algo que se le asemeja. Los dos ovoides traen a mi recuerdo dos embriones que se están desarrollando. Y es posible que lo estén haciendo. Sí, eso es, es una placenta materna en donde se están incubando dos embriones,  dos fetos. Sí, eso es, dos mellizos que se están gestando y ya muy pronto, en apenas nada,  verán la luz. Ya están formados y empiezan a aparecer y a desaparecer. Por  fin desaparecen totalmente y dentro de los embriones se vislumbran, se intuyen a mi modo de entender,  dos manchas negruzcas en su parte inferior. Suena un timbre, y estas dos manchas saltan fuera de las placentas a la vez. Giran y giran a gran velocidad sobre sí mismas y al desaparecer el sonido del timbre se paran. Ahora puedo ver perfectamente y … ¡ son mis ojos! que giran y avanzan hacia mí, hasta llegar junto a mi cara. Por fin los he encontrado. Ya los tengo , ahora los cojo delicadamente con las manos y los introduzco en mis cuencas vacías. Ya los tengo conmigo y puedo ver.
Y unas luces de flash se encienden y apagan hiriendo mi vista recién recobrada. Mas no importa:¡Puedo ver!.Y la vieja abre como cada día su portal y sale y va vestida de fiesta
y baila una samba, y va a misa ,como  siempre ha hecho. Y  todos le tirarán piedras, y le escupirán al rostro, y ella proseguirá su camino. Y cuando nadie le vea se volverá hacia ellos y dirá muy flojito para que no la oigan: ¡Perros!, ¡Ahora puedo ver!. Se apagan los flashes y une tenue luz ilumina nuevamente el horizonte por donde corren los cuatro jinetes  del Apocalipsis, vagando, haciendo el tonto, y siempre corren, y ríen, y cantan aquello de "Estrellitas del cielo ,subid, subid muy alto...".Y "doce cascabeles lleva mi caballo…" . Y  vuelven a sonar los violines y el arpa, y unos niños pequeños y desnudos,
con los ojos tapados con una cinta blanca danzan la danza de la muerte. Y llevan en sus manos unos arcos y unas flechas. Y éstas salen de ellas y yo no veo a dónde van. Sí, ahora ya lo sé: están clavadas en mis ojos, como las cruces en el Monte del Olvido. Y no veo nada mi siento dolor. Quiero quitármelas con las manos y éstas se niegan a obedecerme y salir, desprenderse de la cuencas orbitales de mi cara. Permanezco, obligado, inmóvil. Quiero gritar a la vieja para que deje de columpiarse y hay algo que me lo impide. Presiento que es el fin. He caminado, hollado voluntariamente, por la senda prohibida, el probado el fruto  delicioso del bien y el mal. he visto qué es la majestuosidad e intuyo que ahora debo pagar por ello.
Siento sueño y me voy durmiendo poco a poco. No entiendo nada. Unas mujeres vestidas de negro, de riguroso luto, lloran y la vieja no está a su lado, no está con ellas. El grupo reducido camina por el sendero. Cuatro hombres llevan el féretro, los cuatro jinetes van a pie, han abandonado sus monturas habituales, y dentro del féretro un cadáver en descomposición. Se puede apreciar la blanca calavera: "levántate y anda". Los lobos, una magnífica jauría se está comiendo su reciente botín: el caballo y el hombre ya están muertos. Las imágenes se suceden vertiginosamente. Un llora y entre lágrimas pide pan en la calle. Lleva los pies desnudos destrozados y los perros le van banco bocados. Y un señor muy bien vestido, con frac y sombrero de copa enorme y negro, con un afilado cuchillo de matarife está dibujando un cuadro en desnuda espalda de una joven seguramente virgen, y otras chiquillas apenas, también desnudas, aguardan turno y gozan mientras contemplando tan bellas estampas. Y la sangre corre en pequeños hilillos por el cuerpo de la niña mujer  que disfruta, y por las manos del artista. Y un nutrido grupo de gente lo observa y comentan entre ellos:"es un gran maestro"…" es el arte". Y la vieja los insulta y los llama ¡Perros!. Y los cuatro jinetes del apocalipsis siguen trotando en el horizonte. Los soldados corren asustados. Un gran estruendo y una gran explosión. Todos muertos en el suelo. ¡Están muertos!, te percatas, te das cuenta:¡están todos muertos!, como debe de ser, te das cuente, te das cuenta: ¡están muertos, caputs, c'est fini! Y los  viejos con toda su piel llena de arrugas cuentan y luego lanzan al aire todo su dinero y la habitación se llena a rebosar de billetes y ellos están locos de alegría. Y un bosque en primavera y unos perros que ladran y corren junto a sus amos montados en briosos corceles, ¡ es una gran cacería!
y la presa es una pareja de hombre y mujer muy jóvenes, ambos que se aman pero está prohibido, y corren asidos de la mano, y ella no puede más y se detiene y cae al suelo y él permanece parado a su lado, y llega toda la comitiva entre los ladridos y les apuntan y disparan con sus escopetas de caza, y ahora los hambrientos canes ya pueden comer, devorar lo que permanece inerte en el suelo.
Un hombre atado a un tronco, de espaldas y todo desnudo, está siendo flagelado y otro esgrime un látigo con unas pequeñas bolas con púas en la punta. Y otros que aguardan en fila su turno y uno con un cuchillo grande, una vez flagelados les va seccionando la yugular con parsimonia. Y al fondo unos árboles cuyos troncos están rodeados de víboras desde cuyas ramas penden oscilantes cuerpos ahorcados mientras una nube inmensa de cuervos dan cuenta de sus carnes. Y el cielo está negro u se perciben gritos por todas partes. Sombras que corren deambulando, y un rugido que brota de una garganta, la sangre que corre los ríos y las fuentes sólo manan bilis y me doy cuenta de que llevo un brazo  cortado de no sé quién cogido de la mano, y los encapuchados que pasan a mi vera verita vera en fila mientras murmuran una oración: "perdónalos señor …" Y la vieja y los jinetes también cantan y ríen y juegan a sus anchas allá al fondo, casi en el horizonte. Y un grupo de  jóvenes entonan una canción, pero no puedo oír la letra de la misma. Y no recuerdo nada más, porque mi memoria ya no me  responde como yo quiero.
Han echado un jarro de agua fría sobre mi cabeza, despierto y un rayo de sol irradia en mis ojos. Me hace daño. Me tapo a modo de visera con la mano y me doy cuenta de que vuelvo a estar sin ojos. Es el rayo de sol el ladrón que se los ha llevado. Hizo la cabeza y de nuevo frente a mí está aquel marco del inicio. Continúa aquel rojo oscuro  y sombreado, difuminado. Al fondo unos puntos que pasan raudos describiendo  onduladas líneas. Así mismo cruzan veloces pequeñas bolas de fuego. Telones  de todos los colores van cayendo ante mí, se suceden sin interrupción posible y al fondo veo el arco iris  que muestra su enorme majestuosidad. De él comienzan a manar colores y más colores y las luces salen por todas partes. Todo se descompone. Qué bonito. Siempre ha sido así: 'qué bonito!. Siento un gran placer dentro de mí. Algo nuevo. Algo realmente inédito, jamás vivido por nadie con anterioridad. De pronto todo cesa  y regresa el fondo rojo. Suena la música, pero ahora interpretada por un piano  y hay al fondo una bailarina que da vueltas sobre sí misma mientras avanza hacia mí. Su bella danza yo no la entiendo, pero me gusta. Tal vez dura demasiado tiempo, y sin embargo yo estoy maravillado: ¡fabuloso!. ¡genial!. El piano ahora suena más lento, como si soñara, y ella llega hasta mí y en sus manos lleva oculto algo que yo no distingo a precisar. Pone las palmas de sus manos en mi cara y me acaricia con suavidad y yo se las cojo con las mías y ella prosigue con sus suaves caricias. Ya no está, delante de mí no hay nadie, no veo el horizonte, no hay nadie, estoy solo… es el vacío, pero estoy contento. Vuelvo a tener mis ojos y siento que se mueven.
Unos niños felices juegan en la calle con una vieja pelota de trapo. Uno que corre a coger el autobús y la vieja le ayuda a subir al mismo, y ella lanza su sombrero de fiesta al aire y luego éste baja y ella lo recoge y vuelve a tirarlo hacia arriba, bien alto. Todo siempre es igual. Mucha gente con sus vidas y sus problemas. A mí me gustaría saber en qué  piensan todos ellos: parecen felices. Y los cuatro jinetes prosiguen su camino errante en el horizonte pintado de verde manzana. Y ya estamos llegando: el tren va aminorando su lenta marcha. Entra humeante en el andén. Hay mucha gente que me : no me conocen. El tren se detiene, dejo que todos salgan, me levanto lentamente, cojo mi equipaje, enciendo mi pipa hace rato apagada, aspiro suavemente una bocanada de humo, bajo del  vagón cuando ya no queda nadie, miro a mi alrededor, el techo cubierto de negros nubarrones, muchos trenes parados, muchas vías, echo una bocanada de humo gris y comienzo a caminar… hemos llegado al final del viaje.




























Afrodísio Fernández



Afrodísio Fernández vivía, bueno, es un decir, mejor precisar que existía rodeado de su familia. Había nacido en el seno de otra familia muy pobre y desde muy pequeño siempre tuvo que buscarse el sustento diario. En su casa eran ocho hermanos, él era el segundo. Su padre no podía sacarlos a delante a todos y cuando Afrodísio cumplió los seis años, agotado por el esfuerzo, murió dejándolos a todos huérfanos.  Su madre, que no los quería demasiado o que no se sintió con la suficiente energía para sacarlos a todos adelante, lo echó de casa.
A partir de aquí el pobre Afrodísio se vio abocado a luchar por la supervivencia, a tener que competir cada día con otros por un mendrugo de pan. De todos modos sobrevivió y llegó a ser una persona adulta. Y así nos lo encontramos que un día se casó y con la ayuda de su mujer construyeron  una pequeña barraca en un pequeño valle en la montaña. Su matrimonio fue muy desdichado desde el comienzo: tuvieron once hijos. Todos vivían de lo que podían y, a pesar de todo, ninguno se quejaba de su destino. No tenían casi nada pero estando juntos eran felices, o al menos él lo sentía así. Lo cierto es que él lo era trabajando de sol a sol para que todos tuvieran algo que llevarse a la boca cada noche. Los dos mayores, Pedro y José que eran gemelos, ya le ayudaban en aquello que podían. Cultivaban la tierra árida, pese a que ésta apenas les daba nada, pero a ellos les parecía lo justo. Cortaban y recogían leña que después llevaban y vendían en el pueblo, pero quedaba a día y medio de camino y por tanto no iban con demasiada frecuencia.
El invierno, aquel año, les cogió de improviso ya que se adelantó en su  llegada. Avisó de inicio con una copiosa  nevada que duró una semana entera. La familia no esperaba este adelanto y en nada agotaron las pocas provisiones de que disponían en la despensa y enseguida llegó el hambre. No había nada que hacer, no quedaba nada. Los pequeños lloraban y demandaban ese pedazo de pan que nadie podía darles.
La sexta noche de la nevada, la mujer desesperada ante la situación tan dramática que estaban pasando lo pensó bien y cuando Afrodísio dormía cogió un cuchillo y degolló a su marido guardando la sangre. Al fin  al cabo su marido no era gran cosa y ésta iba a ser la única vez en la que serviría de algo beneficioso para su familia. Por la mañana, cuando los niños despertaron, la madre cogió la sangre, la calentó, la vertió en unas tazas  y la dio a sus hijos diciéndoles: "Tomad y bebed, es la sangre de vuestro padre, os dará fuerzas y os calentará un poco para que no paséis tanto frio". Los niños se le bebieron rápidamente, y a decir verdad, no porque fuese de su padre, pero les gustó. Como agotaron la leña, la carne  tuvieron que comérsela cruda. Con la buena administración de la madre, Afrodísio duró hasta que pasó la nevada. Apenas cesó la tormenta, la mujer salió fuera de la  cabaña, cavó un hoyo algo profundo en la tierra mojada y enterró los huesos  del que había sido su marido y el padre sus hijos. Lo hizo porque sintió que debía de hacerlo, pero no sintió el más mínimo remordimiento por lo que había hecho. Todos, y en especial sus hijos hubieran muerto de hambre y Afrodísio había resuelto la situación.
Cuando la nieve desapareció los niños se dieron cuenta de que donde su madre había enterrado los huesos y las vísceras de su padre crecía un hermoso árbol. A los tres días ya era muy alto, con un tronco  muy grueso y tenía, a pesar del invierno, frutos en sus ramas. Estos eran como nueces, pero ligeramente más grandes. Pensaron todos  "padre provee, nos da frutos para que comamos". Así que se afanaron en recogerlos y abrirlos. Y cuando los abrieron vieron que no era comida sino que dentro de cada especie de nuez había una moneda de oro.
Mira por dónde —se dijo para sí la mujer- Afrodísio ha servido  para algo, de haberlo sabido antes no habría durado tanto tiempo. Cogieron todas las monedas que pudieron y abandonaron la choza y el árbol ya sin nueces a pesar del frío y del día y medio de camino  y marcharon hasta el pueblo y de allí a la ciudad. Compraron una gran mansión y se establecieron todos en ella. Contrataron criados para todo, adquirieron tierras, invirtieron lo que les sobraba y sobre todo hicieron grandes amistades con gentes muy importantes. Casi  todas las noches daban grandes y opíparos banquetes, sonadas y majestuosas fiestas a las que asistía la élite de la ciudad, en su palacio y nada más se preocupaban por vivir la vida que su padre y marido les había regalado.
El tiempo pasaba y el tesoro se  fue acabando hasta que un día se percataron de que ya no quedaba nada. Pensaron que no tenían por qué preocuparse, tenían el árbol de Afrodísio que de seguro volvía a dar nueces. Así que regresaron en silencio a su antigua choza, cogieron todos los frutos, los abrieron y sí, monedas de oro a raudales que les permitió regresar al palacio en la ciudad.
Cada vez que se encontraban sin dinero repetían el viaje y todo quedaba solucionado. Cuanto más tenían más deseaban así que cada vez los viajes fueron más frecuentes. Pero no había problema,  allí estaba Afrodísio Fernández dispuesto a darles todas las monedas que necesitaran. Durante un verano y un otoño la familia pudo realizar un largo viaje y conocer todos aquellos lugares remotos y exóticos del mundo de los que jamás habían oído hablar. Por el dinero no debían preocuparse, sólo tenían que ir en silencio a cogerlo.
Así transcurrieron cinco años. Cinco años inolvidables y maravillosos para todos, incluso para Afrodísio que gozaba viendo crecer en la abundancia a sus hijos, esa abundancia de la que él siempre careció. En algunas ocasiones incluso se permitió la osadía de acompañarlos en espíritu. Asistía muchos banquetes y a todas las fiestas, la música y el baile siempre le habían gustado.
Y de este modo llegaron a ser la familia más rica del país, aunque eso no les bastaba, no se conformaban con lo mucho de que disponían. La madre anhelaba comprar un reino para todos ellos y en principio estaba claro que a Afrodísio la idea le parecía bien y que iba a apoyarla.
El día dieciocho de enero de aquel año toda la familia marchó al pueblo para hacerse con toda la cosecha de nueces y hacerse así con la inmensa fortuna que precisaban. Hubieran debido llevar criados que les ayudaran en la operación, pero no podía ser, se hubiesen enterado del secreto de Afrodísio y eso n podía ni debía ocurrir. Llegaron el día veintitrés por la mañana y pasaron toda la jornada y la siguiente recogiendo los frutos del árbol. La noche del veinticuatro ya lo tenían todo recogido y preparado para la partida por la mañana del día  siguiente. Al anochecer se giró un fuerte viento y después cayó una fuerte tormenta. Se refugiaron todos dentro de la choza. Luego quedó una noche clara con relámpagos al fondo que de cuando en cuando iluminaban la estancia.
No se encontraban a gusto en aquella cabaña tan pequeña y tan fea, tan destartalada. Les repugnó incluso el pensar que ellos habían nacido y se habían criado allí, no podía ser, que asco. Qué bien hice degollando a mi marido -pensaba la madre- gracias a ello somos lo que somos y tenemos lo que tenemos y no nos pudrimos en esta asquerosa pocilga sólo apta para los cerdos. Regresó la tormenta cada vez con mayor intensidad. Un rayo perdido cayó en el árbol de la dicha, y lo  vieron cómo sucedía, pero no importaba, habían hecho acopio de más que suficiente para adquirir el reino y una vez comprado no necesitarían regresar a aquel paraje. El árbol con el viento cayó al suelo, se oyó un grito y después sólo hubo silencio.
El viento sopló como nunca lo había hecho, la tormenta no se detuvo. En un momento dado el grueso tronco de aquel árbol se elevó por los aires y sin saber cómo fue a caer sobre la choza. Nadie se salvó. Allí, con el tiempo crecieron doce árboles de troncos altos y delgados y otro más grande y más grueso algo separado de los otros. Todos, aún hoy, permanecen en su sitio y todos ellos tienen unos frutos semejantes a las nueces. Lo que no sé es si todas esas nueces contienen una moneda de oro dentro. He preferido no comprobarlo nunca. Si alguien realmente quiere saberlo, sólo tiene que ir allí, coger una nuez y abrirla.











La obra maldita



Debería haber constituido un acontecimiento muy importante. Al menos se esperaba que iba a ser así. Todo el mundo confiaba, suponía que en nada sucedería algo muy gordo, muy sonado. De no ser así no cabría formularse la pregunta, siempre exacta y  por lo tanto consecuente, de por qué se había congregado a tanta gente tan importante e influyente en aquel teatro. Se habían contratado a los mejores actores de todo el espectro teatral  de habla hispana para que representaran  aquella obra que en breve iba a comenzar. Demasiado presupuesto gastado y demasiados cuidados para que llegase el momento esperado por todos. Hasta cierto punto se había tenido un esmerado cuidado en no apresurar los acontecimientos. La obra en sí era majestuosa, demasiado importante. Y a su vez con algo que muchas obras no tienen ahora, es decir, que era inédita y por lo tanto suponía su estreno a nivel mundial a su vez, y esto es lo fundamental, que la obra, pese a ser bastante antigua, nadie, jamás, había osado llevarla a la escena. 
Además tenía otro atractivo: recaía sobre ella una especie de hechizo mágico y a su vez maldición: eran muchas las personas que aseguraban la existencia de una tradición real que narraba cómo esta obra fue escrita y quién dictó el texto al autor. Incluso hay quienes no omiten nada al explicarlo y cuentan que fue el mismísimo diablo en persona quien la escribió, por medio del autor que se avino a firmarla  a mediados del siglo XVI. Y también se deja caer que esta obra nunca llegará a representarse. Su autor fue denunciado a la Santa Inquisición en el año de gracia de 1596, unos años después de escrita, alegando que había hecho un pacto maléfico con Belcebú y renegado de la fe cristiana y fue condenado por el Santo Oficio en 1599 a ser quemado en la hoguera como medida salvadora de su gran pecado. Dicha sentencia fue ejecutada el día 2 de noviembre, del mismo año, el día de las ánimas, día en el que ningún cristiano temeroso de Dios osaba salir a la calle cuando la noche se hacía dueña del tiempo. Así mismo se condenó a perecer víctima de las llamas al manuscrito de la referida obra. Suceso que tuvo lugar el mismo día en que fue ejecutado su autor, según consta en los legajos del Santo Oficio archivados en la biblioteca de los Archivos de la Archidiócesis de Toledo y que don Juan Arenas, insigne estudioso y gran conocedor de las actuaciones de la Santa Inquisición a lo largo de los siglos XVI y XVII hizo hace dos siglos hizo públicos.
Mas hay quienes sostienen que el autor, hombre sumamente precavido, mientras que otras personas afirman que fue instado a ello por el mismísimo Lucifer, copió su texto íntegro y que lo remitió a un amigo suyo, maestro en Humanidades en la Universidad de Salamanca, para que de este modo se salvara dicho manuscrito. Lo cierto es que el Santo Tribunal desconoció este hecho y, como fray Juan López de Quesada, autor del mismo, se abstuvo muy mucho de mencionarlo, no se condeno a esa copia y ésta es el ejemplar que ha sobrevivido  y que ahora se va a poner en escena.
Durante mucho tiempo existieron numerosas dudas sobre si existía copia o no del mencionado manuscrito y ellos condujo al Santo Oficio a formular exorcismos públicos en contra de todas las posibles copias que pudiesen haberse salvado de aquella hoguera del 2 de noviembre de 1599 en la plaza Mayor de Toledo.
Cuenta también la leyenda que en aquellas fechas una dama importante y muy influyente, parece ser que estaba emparentada con el rey, abogó y pidió clemencia al Santo Tribunal para el entonces confesor suyo arguyendo que la obra no había sido escrita por Fray Juan López de Quesada, tal como testimoniaba y declaraba tan santo varón en un arrebato de locura, sino por personas que envidiosas de la influencia de éste personaje en  la Corte - siempre han existido mentes perversas: Dios hará al fin justicia — le atribuyeron la obra según les había ordenado un eminente emisario del diablo llamado Assaselo,y que por lo tanto su confesor estaba libre de culpa y tampoco era un brujo tal como se le acusaba. Dicha dama fue un día citada a declarar ante tan Santo Tribunal sobre la veracidad de sus afirmaciones, pero ante la imposibilidad de poder demostrarlo, fue llamada al Orden por el propio rey en persona para que se retractara de sus anteriores declaraciones y para que dejara de entorpecer la acción de la justicia eclesiástica contra la  persona y obra del malvado fraile y confesor, hasta entonces, de la misma. También hay quien sostiene que dicho confesor fue sustituido, con la connivencia de tan alto tribunal que precisaba un culpable que pagara, por un pobre hombre que nada tenía que ver a cambio de mucho dinero para su familia, pagado por tan noble dama, en el último momento y que entre los humos de la hoguera convenientemente mojada para que humease más de lo necesario, se procedió a la sustitución. Qué pasó con el fraile, si esto se hizo así, nadie lo sabe con precisión, pero parece que se mantuvo recluido, bajo el amparo de la dama, en su palacio hasta su fallecimiento.
No me extenderé más sobre lo que en aquellas fechas aconteció porque no dudo de que todos conocen la historia, los hechos y su fatal desenlace. El manuscrito permaneció oculto e  inédito hasta hace muy poco en que fue encontrado entre otros libros que permanecían postergados en una de las inmensas salas de la biblioteca de la Universidad de Salamanca. Parece ser que siempre estuvo allí. Cuando éste hizo su aparición se indagó mucho sobre su origen y sobre  la historia de su autor y se encontró que Fray Juan López de Quesada había nacido en Toledo, hijo bastardo de un eminente miembro de la Iglesia. Desde muy joven decidió seguir la carrera eclesiástica, como su padre y protector que le consiguió a muy buen precio la ordenación sacerdotal y un puesto sencillo pero bien remunerado en la catedral de su ciudad natal. Es autor de una única obra de teatro titulada "La obra maldita" que fue condenada por el Tribunal de la Santa Inquisición al igual que su autor en el año de gracia de 1599. El juicio duró tres largos años dado que, a pesar de los exhaustivos y brutales interrogatorios con máquinas de tormento y aplicación de candela,  nunca se pudo probar los maléficos poderes de la obra. Al reaparecer dicho escrito se pensó que muy bien podía tratarse de un manuscrito redactado por algún amigo del autor basándose  y utilizando los borradores hechos por él mismo, aunque también podía tratarse de un manuscrito mucho más moderno redactado por alguien que tuvo acceso a la información de los hechos ocurridos entonces y que con mucha posteridad decidiera escribirlo y hacerlo pasar por el auténtico firmándolo con el nombre del fraile que había ardido en la plaza Mayor de Toledo.
Dejando de lado las posibles conjeturas sobre lo que  en el siglo XVI debió ocurrir en realidad, pasemos a centrarnos en lo que ahora importa de verdad porque a todos nos atañe. El día del estreno el teatro se llenó de tal forma que para conseguir una butaca era necesario ser una personalidad pública o bien tener muchos amigos muy influyentes, y a pesar de todo ello  fueron muchas las personas, y muy relevantes, las que no pudieron asistir al estreno. Faltaba muy poco para que el telón fuera izado. Todos los actores estaban preparados y vestidos a la usanza de aquella época en que la obra sucedía. Había auténtica expectación por conocer la realidad de lo que era el manuscrito maldito. Los protagonistas   estaban sobre el escenario aguardando el momento en el que se apagarían las luces de la sala y se comenzaría la función. Todos en sus respectivos sitios. Se había cuidado hasta el más  mínimo detalle. Pedro Martín del Río, protagonista de la obra aguardaba de pie  en el lugar señalado por el director de escena: justamente  en uno de los extremos del escenario, en el lado izquierdo y en primer término aguardando el momento oportuno en que debía comenzar diciendo: iOh, Señor!, creador de todo cuanto es y de todo cuanto existe, dueño y amo de la materia y del espíritu, yo, don Luis de Mendoza, te conjuro para que vengas aquí, a que hagas acto de presencia y guíes con tu majestuosa sabiduría  mi recto entendimiento y el de todos cuantos aquí están para que seamos capaces de hacer justicia. Tú, oh Señor, sólo Tú, sabes la verdad de todo cuanto ha acontecido y sólo Tú, Señor, eres digno de dictaminar una sentencia justa sobre tan encomiable suceso". También estaba en escena el defensor de tan noble causa aguardando su turno. Vestido todo él con un traje de terciopelo negro, con pantalón de bombacho, y sobre su pecho el escudo, bordado en oro, de armas de su defendido. Estaba inquieto, nervioso; había oído decir en las calles y en el hotel murmuraciones al respecto, había leído alguna cosa en la que se afirmaba  que sobre la obra  recaía un hechizo maldito y que ésta nunca sería representada. Siempre había sido un hombre muy dado a las supersticiones y hasta cierto punto creía en la posibilidad de estas afirmaciones. "No, la obra no podrá representarse" había comentado en algunas ocasiones a sus más allegados, aunque había proseguido sin inmutarse con los ensayos. Y ahora veía que se estaba equivocando. Iba a ser puesta en escena, mas en su mente todavía se abrigaba la idea y la sospecha de que nunca se podría dar término a la misma. Las fuerzas del mal se conjurarían y harían acto de presencia para que esto fuese así y no de otro modo. Pensaba que era un tonto al dar crédito a las habladurías de la gente en pleno siglo XX. Todos sabemos que nadie ni nada va a impedir mediante brujería la representación de la obra. Sería de necios creer en hechizos mágicos cuando está sobradamente demostrado que no existen, pero…en fin..quién sabe lo que puede suceder. De todas formas esperaba el momento  preciso en el que el apuntador le daría la señal, el pie, para iniciar la interpretación de su papel  interrumpiendo la llamada hecha por don Luis de Mendoza a Dios. Él, don Carlos de Alarcón, debía comenzar si intervención diciendo: "No, don Luis ,no está bien que usted,  persona de tan altos valores morales y religiosos, invoque a Dios para que haga acto de presencia. La Santa Madre Iglesia lo ha expresado bien claro: No citarás el Nombre de Dios en vano. Es decir, no usarás del poder de Dios en cuestiones que los hombres pueden solucionar mediante el diálogo, el entendimiento y la buena voluntad por ambas partes. Yo, don Carlos de Alarcón, voy a demostrar aquí y ahora, sin que Dios intervenga para nada, pues no va a ser necesaria la presencia del Todo Poderoso, que mi representado no ejerce como nigromante mi ha ejercido jamás. Nunca ha hacho uso de las artes mágicas y diabólicas no consentidas por nuestra Madre Iglesia por la sencilla razón de que jamás ha tenido conocimiento de las mismas. Tampoco es, como se afirma ante este insigne tribunal, un brujo. Jamás ha usado ni conoce porque jamás se ha adiestrado en las artes de la alquimia. Yo, don Carlos de Alarcón, voy a demostrar ante tan insignes personalidades que componen este alto tribunal la verdad de cuanto digo y que todas esas infames acusaciones que recaen sobre mi defendido no son más que maledicencias, calumnias, puras calumnias. ¡Calumnias!".  Y en ese momento será
momento será interrumpido por don Luis de Mendoza. Ambos saben a la perfección sus respectivos papeles. 
En el centro del escenario estarán sentados los miembros del Tribunal y en medio del mismo su excelentísima majestad el rey, única persona capaz de hacer justicia guiado por la mano de Dios, según su justo parecer. No, no era don Luis de Mendoza quién para llamar al Todopoderoso para que hiciera acto de presencia. Tenía un representante allí: el rey. En el fondo haciendo un análisis de la obra en cuestión, era difícil creer  lo que de ella se contaba: no tenía nada de maléfico ni de diabólico. Desde el punto de vista literario incluso se trataba de una obra de teatro bastante mala y pesimamente redactada: demasiado propia de la época en que estaba escrita. Incluso obligaba a dudar de la justicia y método que usó el Tribunal del Santo Oficio al condenar de brujo a su autor por haber escrito aquella "diabólica". Debía existir otros motivos ocultos y, con toda seguridad, se usó la obra como excusa para procesarlo y condenarlo a la hoguera. Leyéndola se podía observar que no había nada de cierto, de cuanto se decía, en ella. Nada que pudiera llevar a creer en los  poderes maléficos de la misma. Pero la obra debía de  continuar y mientras don Luis hablaba por segunda vez él debía dirigirse despacio, aparentando, sin embargo, rapidez y energía hasta la mesa del tribunal para entregar a uno de los miembros del mismo las pruebas que él, don Carlos de Alarcón, doctor en leyes, presentaba ante tan importante y justo tribunal para demostrar que su representado no era un alquimista y un brujo. Precisamente ahora cuando las artes mágicas de los alquimistas se pueden aprender en cualquier manual sencillo de química. Hasta cierto punto resultaba divertido pensar que en aquella época se pudo acusar y condenar a muerte a un hombre arguyendo que se había valido de brujerías y de malas artes para seducir y embarazar a una dama de noble cuna.
No obstante, volvamos a lo que nos interesa: se habían apagado las luces del patio de butacas y levantado el telón. Los actores estaban todos en el escenario y el silencio era total. Así pues, la obra iba a dar comienzo de un momento a otro. Don Luis de Mendoza tomaba fuerzas para comenzar en voz alta diciendo:" ¡Oh, Señor!, creador de cuanto es y de todo cuanto ha existido, dueño y amo...". Pero no pudo decirlo nunca. Un brusco temblor de tierra frustró la representación. El   seísmo, que nunca fue registrado ni previsto, desoló lo que antes fue el teatro. Perecieron todos los actores y todos los asistentes a la representación. No se salvó nadie. La obra no se ha vuelto a poner en escena. Todavía hay personas que piensan que el terremoto no fue tal, y mucho menos algo fortuito con origen natural, que se trató de una manifestación de las fuerzas del mal que se conjuraron para que  la puesta en escena del manuscrito no tuviese lugar. Y lo cierto  es que nunca sabremos si en verdad  existieron y aún existen los poderes diabólicos atribuidos a la obra. Puede ser que haya alguien capaz de poner la obra nuevamente en escena, mas lo dudo. Su fatal desenlace es un argumento harto valioso que corrobora la autenticidad de la leyenda maldita que pesa sobre la misma.

Así que jamás sabremos la verdad. Siempre cabe la duda, cuando es ésta razonable y el interrogante: ¿será cierto todo cuanto se cuenta y atribuye a la obra maldita".