ANDRÉS MARCO

domingo, 16 de marzo de 2014

MEMORIA DE UNA HABITACIÓN















MEMORIA DE UNA HABITACIÓN






























A mis padres que siempre me apoyan












"Cuando los hombres se levantan del lecho se imaginan
que han alejado el sueño de sí y no saben que son víctimas
de sus sentidos, convirtiéndose en presas de un nuevo sueño
mucho más profundo que aquél del que acaban de salir.
Sólo existe una única forma y es a la tú te acercas ahora.
Háblales a los hombres de ello: te dirán que estás enfermo
pues no pueden entenderte. Por eso es inútil y cruel decirles nada.
Quien ha sido despertado, ya no puede morir. Sueño y muerte
 es lo mismo. Conocimiento y recuerdo son la misma cosa"
(Gustav Meyrink)
"El hombre que conoce la Verdad está más allá del bien y del mal.
El hombre que conoce la Verdad ha comprendido la identidad de lo
Uno y el Todo. El hombre que conoce la Verdad ha comprendido
que la Ilusión es la Realidad y que la Sustancia es la Gran Impostora"
(H.P. Lovecraft)













memoria de  una habitación


Pese a que en la oscuridad la estancia parece estar vacía, cuando los ojos ya se han habituado a la tenue penumbra que sólo confunde los contornos por la falta de luz, se pueden apreciar varias personas echadas en el suelo, en el sofá y en las butacas. En un rincón, medio tumbado, tal vez demasiado joven, aunque es difícil apreciarlo por la  ausencia de luz, está terminando de fumarse un pitillo. Apenas una colilla sostenida en los labios que en algunos momentos se enciende de rojo intenso, luego nada.
La habitación no es demasiado amplia: en el centro hay unas mesas pequeñas. Para ser algo  más conciso señalaré que son dos del mismo tamaño. Encima de ellas se pueden apreciar, si uno detiene la mirada y la fuerza un poco para conocer lo que hay sobre ellas, algunas revistas poco conocidas, tal vez extranjeras, y algunos libros de temas muy diversos, ahora bien, eso sí, libros muy baratos, de ediciones de bolsillo. Alrededor de las dos mesas está el sofá y los cuatro sillones. En el suelo varios ceniceros, de esos que se roban de las mesas de los bares, de cristal y con propaganda de bebidas alcohólicas, rebosantes de colillas. En uno de los extremos hay una lámpara de pie con su pantalla cuadrada de un color rojo vivo, casi chillón, aunque resulta difícil decirlo con precisión. Está apagada y entre sombras resulta complicado decantarse por una afirmación tajante. Parece rojo chillón, nada de mate o cálido.
Todo parece estar en calma, quieto, como dormido, aletargado. Nadie se mueve, apenas si se les oye respirar. Un suave murmullo y poco más. Deben de ser aproximadamente las nueve de la noche. No hace todavía demasiado que un pequeño reloj de cuco que hay colgado en una de las paredes de la estancia - dicho de paso, el reloj desentona sobremanera con los cuadros surrealistas que lo acompañan en las paredes- ha dado nueve "cucús". Pero se trata de un viejo y diminuto reloj y quién puede fiarse de un antiguo reloj que siempre anduvo mal.
Uno de los jóvenes, sin saber muy bien por qué, de pronto comienza a hablar, haciéndolo de una forma poco peculiar, como su parloteara consigo mismo en voz alta, pese a que queda claro que pretende que los otros le oigan lo que tiene que decir.
-   ¡Oídme todos, hermanos míos!, yo quisiera hablaros hoy a todos y hacerlo bien, de la mejor forma que sé, pero no puedo, las palabras se me atragantan y no me salen como yo quisiera- farfulla.  Antes tenía amigos, todos me querían, las mujeres me deseaban, pero ahora, en la noche, aunque es de día para todos, me han olvidado. Estoy solo y no sé qué debo de hacer.
-   El fuego todo lo puede y todo lo quema - prosigue otro- y llegará el día en el que todo se transformará en llamas de purificación y, por ende, de salvación. Entonces todo será ya distinto y todos juntos cantaremos el adiós que no termina. La redención tocará a la puerta y nosotros, prestos, le abriremos y dejaremos que entre y llegue hasta nosotros.
-   Me gustaría tener una casa- dice una voz femenina- cerca del mar y de la montaña a la vez y al amanecer salir sola y poder correr desnuda por la playa desierta y dejar que las olas mojen mis pies y mis pechos y oír el ruido que hace el viento al soplar en las gélidas mañanas de invierno en las montañas del fondo.
-  Quiero llorar y no sé, no aprendí, quiero gritar y no sé, no aprendí, quiero, quiero querer y no sé, nadie me enseñó a hacerlo. Yo no sé y nadie sabe nada. Todos dicen lo quieren creyendo que saben. Cosas que llegan a mis oídos y que yo jamás llego a comprender. ¿Por qué será que nadie entiende nada de todo cuanto acontece, de las maravillas que cada día vemos en la sencillez de lo natural de las coas?.
-   Cuenta una vieja historia que un hombre, Acapa, que vivió hace demasiados años, todo lo que deseaba lo conseguía. Quiso saltar un día y saltó; otro día quiso correr y corrió; otro día quiso otra cosa y la obtuvo. Pero cuando se hizo viejo se dio cuente de que todo lo que había deseado no le había valido para nada y quiso volver a ser niño para comenzar de nuevo. Se murió sin haberlo conseguido.
-   El fuego que todo lo quema también quema los últimos deseos y momentos de felicidad. Puede más que nosotros porque él es eterno y el hombre no.
-   Permanezco sentado fumando mi pipa y me inunda una gran obsesión. No sé lo que es, no llego a distinguirlo, pero yo sé que algo me obsesiona y no pararé hasta que lo consiga. Y cuando lo haya logrado todos me admirareis. No obstante, ahora, siento dentro de mí un gran vacío, no comprendo nada, no llego a distinguir aquello que se mueve ante mis ojos.
-   En la montaña sale el sol todas las mañanas y nace el agua que corre siempre libre por los ríos que van a para el mar en donde se pierde y nada se encuentra. Allí está la felicidad aguardando a que alguien se fije en ella, pero como allí nada se encuentra….
-   ¡Ah, perros!, llegará el día en el que todos me oiréis y  yo me vengaré, porque yo tengo que vengarme de alguien. Sí, de todos vosotros, ¿perros inmundos!, os quemaré con las llamas de mis palabras. Podéis preparaos si queréis, pero nada os servirá de nada, os lo aseguro.
-   La humanidad está deshumanizada, quién las humanizará, el humanizador que la humanice buen humanizador será.
-   Tres pajaritos bonitos cantan en su nidito y mientras su mamá les trae de comer ¡qué bonito es!.
-   Tengo un amigo que es muy afortunado. Su papá le compra todo lo que quiere. Dinero, dinero, dinero, y ahora le va a comprar un hermoso coche deportivo de color, de color… no me acuerdo de qué color será.
Y así proseguirán días y días, y muchos más días sin salir de allí hasta que en algún error, tal vez en  un descuido,  el portero de la finca crea que no hay nadie, que el piso está deshabitado y entre y los encuentre a todos cadáveres. Hace muchos años que todos ellos murieron. Perdieron lo último que les quedaba: el nuevo día que amanece. igual a todos los anteriores y, a su vez, distinto: es nuevo y posee infinitas posibilidades que  pueden ser desarrolladas: la esperanza.








































el viaje


Una tarde más de un día más cuando te distraes, cuando crees que te distraes nada más, escuchando música y pensando tontamente en algo que te perturba por un instante. El pensamiento es imparable, pretendes dejar la mente en blanco, abandonarte a no pensar en nada y no, tu mente sigue marchando a pleno rendimiento, imperturbable si nada le complica el pensamiento. El sol que ya se marcha. Oscurece y el gran dios nos va abandonando para que otro dios, más bien diosa, su prima hermana, pequeña, inquieta, y distinta, nos presida e ilumine las tinieblas, reclamando su derecho, nos inunde con su inmensa nostalgia, con su absurda melancolía, y, por qué no, también en muchas ocasiones con su alegría. La música continuará tristemente, nostálgica, con una dulce guitarra,  todas los guitarras son dulces siempre, que interpreta una samba… y una pipa humeante en mi boca desde hace no sé  cuánto tiempo: arde lenta, pausada, sosegada, como si no tuviese miedo a ser detenida en cualquier momento. Y una pluma en mis manos  presta a ser testigo fiel de todo cuanto acontece en no sé dónde: tal vez  sea en mi mente: no estoy seguro, pero puede que sea ahí donde las cosas ocurren. Se desliza ágil y sin impedimento alguno sobre el papel. El sol ya se ha ocultado, mas la noche no ha hecho acto de presencia aún: total: para qué. `Cuánto se hace desear!. Y yo que prosigo sentado en mi butaca  saboreando el poco tabaco, apenas cenizas, que quedan aún en en la cazoleta de la pipa sin arder, reflejando en el cuaderno de notas todo aquello que  viene a mi mente en imágenes. Una guitarra sobre una silla, una hermosa silueta que trae recuerdos y un sinfín de cosas. Parece que ella también pretende hacerse notar, pero no, está muerta sumida en un letargo invernal.
Ahora ya es primavera, desde hace varios días. Me resulta sumamente difícil precisar cuántos, así que no lo haré, sólo sé que hace varios días que la primavera ha llegado. Los  pájaros entonan sus trinos en la primera mañana. Los árboles que se ven a través del balcón de casa comienzan a mostrar su majestuosidad: verdes, floridos, dulces, tiernos. ¿Así es todo hoy!. Una televisión apagada - por suerte- que muestra su pesadumbre  y su disconformidad porque nadie osa encenderla, porque nadie la atiende ni le hace el menor caso. Muestra el negro de su pantalla, su negro de parada, su luto que parece que comienza a extinguirse. Ella sí que podría hablar y colmarnos, meternos materialmente, de cosas  nuestras cabezas. ella que es un impreciso e infiel testimonio de todo cuanto acontece en el mundo. Mas ahora esta silenciada, muda, apagada: castigada al más deleznable de los silencios.
La música continúa  suave, acaramelada, aterciopelada, ella lo puede todo, es como si dijese:"Ven conmigo, yo te voy a llevar al paraíso porque me pertenece. Yo te voy a transportar por encima de todas las cosas, yo te voy a sacar sin que apenas te  des cuenta de esa nada en la que estar inmerso para llevarte al de la mística, a aquel mundo donde nada es verdadero ni real, donde todo es un mero sueño imaginado que luego siempre se  acaba olvidando. Pero que sirve para desentumecerte el espíritu y hacerte recordar aquellos días cuando eras muy pequeño y jugueteabas con los amigos por  las calles del pueblo, cuando toda tu misión se reducía a jugar, a la escuela, a comer, a dormir y a crecer y crecer para irte haciendo mayor y entonces poder olvidarlo todo. También vienen a la memoria aquellos otros días en los que  te levantabas tarde y no ibas a la escuela: no se podía salir de casa, hacía mucho frio y mirando por la ventana veías el cielo agitado  y las montañas todas nevadas, cubiertas de esa pura y cristalina, y densa a su vez,  capa de nieve que empezaba a reflejar los tímidos rayos del  sol sobre su piel limpia, blanca, nítida y radiante.
Un gran ruido muy distorsionado, enormemente fuerte, como si de una bomba se tratase. Cierro los ojos y un punto negro viene raudo hacia mí. Se va a estrellar contra mi frente. Poco  a poco va creciendo, cada vez es más grande y va cambiando de color. Ahora es negro, parece blanco, pero no, tampoco es eso, porque es rojo, de un rojo muy intenso, estremecedor, de ese rojo que hace daño a los ojos si fijas la mirada en él. Tampoco es redondo: yo creía en un principio  que lo era, pero se ha dilatado. estirado  en sus extremos. Intuyo que me va a  hacer daño. Trato de proteger mis ojos con las manos, mas no, no  llega, se detiene, vibra unos instantes... se detiene, y
 regresa hacia atrás. como si pretendiera alejarse de mí. De pronto todo se torna oscuro, no veo nada, ¿dónde están mis ojos?. Los busco con mis manos, palpo con insistencia  mi cara ,en el suelo, aquí. un poco más allá. Nada. No los encuentro en parte alguna ¿estaré ciego?... no. no puede ser, es imposible que así sea, hace unos instantes veía perfectamente y ahora… De súbito todo se vuelve a iluminar y esa masa voluminosa de nuevo está aquí, delante de mí.  Continúo sin saber a dónde han ido a parar mis ojos y sin embargo veo. Ahora de nuevo el color no es rojo, más  bien asemeja que sea como azul, un azul que brota a raudales por todas partes y a su vez van apareciendo unas manchas negras que no sé de dónde salen, que se incrustan en el cálido azul. El color tiembla, riela  e inicia su marcha hacia atrás. Va retrocediendo con lentitud. Ya se ha separado lo suficiente de mí, debe de estar más o menos a un metro y yo continúo sin saber por qué apareció y por qué ha desaparecido del todo.
Todo el fondo es de color rojo, y a medida que va llegando hasta donde yo estoy va oscureciendo. Y de pronto el color se queda  quieto . Sabe, con toda seguridad se ha dado cuenta, que no le tengo miedo. En el  horizonte hay un diminuto punto de color verde, un apetitoso verde manzana. No he podido ver cómo ha hecho para  llegar hasta allí, y sin embargo está y viene muy lentamente hacia adelante. Se detiene y de
él empiezan a brotar puntos muy pequeños del mismo color. Son como puntos  que es van expandiendo hacia los lados. Suena una música muy suave de arpa, violines y fanfarrias . Un  timbal destruye la armonía y  todos los pequeños puntitos se reagrupan sin dejarme tiempo para  que yo me percate de cómo lo hacen. Y se integran otra vez en el punto original, de donde nunca debieron de salir, que ahora tiene un tono amarillo verdoso.
Se abre el viejo portón y la vieja sale como todas las mañanas. Seguramente se dirige hacia alguna parte conocida: va a misa. No, hoy no. Es tiempo de rogativas: hay que pedir al dios de la lluvia que mee, que se acuerde de sus fieles y que no permita que la cosecha se echa a perder por falta de agua. Pasará por delante de la vieja ermita casi en ruinas del Oreto, y después por detrás, y por un lado, y poco después aparecerá  por el otro, y así serán los cuatro lados del Oreto. Todos jugaremos a adivinar por qué lado
del viejo caserón saldrá la vieja. Podrá ser por cualquiera de ellos, pues no hay ninguna regla fija establecida al respecto  para poderlo predeterminar con anterioridad. Y la vieja se divertirá a sus anchas, cantaré las canciones de siempre: al corre la patata, lo que comen los señores,...y tururú, tururú... y a la vi, a la va, la vieja y nadie más. Y se pondrá su ropa y su raro sombrero de fiesta, y saldrá otra vez a la calle a través de su viejo portón para ir a misa  porque hoy también es fiesta .Para ella cada día que pasa
es una fiesta más a añadir a las muchas que lleva en su haber y por la noche lo celebra ella sola en casa de un coñac peleón acorde con sus posibilidades, Y en la pared de su habitación trazará  una nueva raya y se alegrará diciendo: un día más que engaño a la muerte. Sí, porque la vieja cuenta cada día que consigue escabullirse de la parca. Y lanzará su sombrero al aire, y gritará fuertemente; jiu jiu jiu … antes de bailar esa ancestral jota que nada más ella conoce.
Y una extraña sensación recorre mi cuerpo, y siento que me faltan de nuevo los ojos. Y permanezco alerta para ver qué es lo que pasa. Y el punto crece de tamaño: es como una  pelota de ping pong. Y comienza a moverse y se oye un murmullo indefinido: la pelota que se está dividiendo en dos pelotas del mismo tamaño, iguales, y que quedan algo separadas. Cesa el murmullo y ambas comienzan a  clarearse en su interior, y dentro de cada una de ellas  hay otra pelota más pequeña  de color naranja rojizo. Los bordes de las dos más grandes, de las dos nodrizas,  se transforman: comienzan a estirarse por sus bordes y van tomando forma ovoide. ¡Y lo estoy viendo todo a pesar de no tener ojos!.
Aquellas manchas que hay dentro de los ovoides están sufriendo una serie de mutaciones muy rápidas y que no pueden separarse, desglosarse para que yo sea capaz de analizarlas e interpretarlas una por una. Las manchas se han transfigurado y toman una forma como humana o algo que se le asemeja. Los dos ovoides traen a mi recuerdo dos embriones que se están desarrollando. Y es posible que lo estén haciendo. Sí, eso es, es una placenta materna en donde se están incubando dos embriones,  dos fetos. Sí, eso es, dos mellizos que se están gestando y ya muy pronto, en apenas nada,  verán la luz. Ya están formados y empiezan a aparecer y a desaparecer. Por  fin desaparecen totalmente y dentro de los embriones se vislumbran, se intuyen a mi modo de entender,  dos manchas negruzcas en su parte inferior. Suena un timbre, y estas dos manchas saltan fuera de las placentas a la vez. Giran y giran a gran velocidad sobre sí mismas y al desaparecer el sonido del timbre se paran. Ahora puedo ver perfectamente y … ¡ son mis ojos! que giran y avanzan hacia mí, hasta llegar junto a mi cara. Por fin los he encontrado. Ya los tengo , ahora los cojo delicadamente con las manos y los introduzco en mis cuencas vacías. Ya los tengo conmigo y puedo ver.
Y unas luces de flash se encienden y apagan hiriendo mi vista recién recobrada. Mas no importa:¡Puedo ver!.Y la vieja abre como cada día su portal y sale y va vestida de fiesta
y baila una samba, y va a misa ,como  siempre ha hecho. Y  todos le tirarán piedras, y le escupirán al rostro, y ella proseguirá su camino. Y cuando nadie le vea se volverá hacia ellos y dirá muy flojito para que no la oigan: ¡Perros!, ¡Ahora puedo ver!. Se apagan los flashes y une tenue luz ilumina nuevamente el horizonte por donde corren los cuatro jinetes  del Apocalipsis, vagando, haciendo el tonto, y siempre corren, y ríen, y cantan aquello de "Estrellitas del cielo ,subid, subid muy alto...".Y "doce cascabeles lleva mi caballo…" . Y  vuelven a sonar los violines y el arpa, y unos niños pequeños y desnudos,
con los ojos tapados con una cinta blanca danzan la danza de la muerte. Y llevan en sus manos unos arcos y unas flechas. Y éstas salen de ellas y yo no veo a dónde van. Sí, ahora ya lo sé: están clavadas en mis ojos, como las cruces en el Monte del Olvido. Y no veo nada mi siento dolor. Quiero quitármelas con las manos y éstas se niegan a obedecerme y salir, desprenderse de la cuencas orbitales de mi cara. Permanezco, obligado, inmóvil. Quiero gritar a la vieja para que deje de columpiarse y hay algo que me lo impide. Presiento que es el fin. He caminado, hollado voluntariamente, por la senda prohibida, el probado el fruto  delicioso del bien y el mal. he visto qué es la majestuosidad e intuyo que ahora debo pagar por ello.
Siento sueño y me voy durmiendo poco a poco. No entiendo nada. Unas mujeres vestidas de negro, de riguroso luto, lloran y la vieja no está a su lado, no está con ellas. El grupo reducido camina por el sendero. Cuatro hombres llevan el féretro, los cuatro jinetes van a pie, han abandonado sus monturas habituales, y dentro del féretro un cadáver en descomposición. Se puede apreciar la blanca calavera: "levántate y anda". Los lobos, una magnífica jauría se está comiendo su reciente botín: el caballo y el hombre ya están muertos. Las imágenes se suceden vertiginosamente. Un llora y entre lágrimas pide pan en la calle. Lleva los pies desnudos destrozados y los perros le van banco bocados. Y un señor muy bien vestido, con frac y sombrero de copa enorme y negro, con un afilado cuchillo de matarife está dibujando un cuadro en desnuda espalda de una joven seguramente virgen, y otras chiquillas apenas, también desnudas, aguardan turno y gozan mientras contemplando tan bellas estampas. Y la sangre corre en pequeños hilillos por el cuerpo de la niña mujer  que disfruta, y por las manos del artista. Y un nutrido grupo de gente lo observa y comentan entre ellos:"es un gran maestro"…" es el arte". Y la vieja los insulta y los llama ¡Perros!. Y los cuatro jinetes del apocalipsis siguen trotando en el horizonte. Los soldados corren asustados. Un gran estruendo y una gran explosión. Todos muertos en el suelo. ¡Están muertos!, te percatas, te das cuenta:¡están todos muertos!, como debe de ser, te das cuente, te das cuenta: ¡están muertos, caputs, c'est fini! Y los  viejos con toda su piel llena de arrugas cuentan y luego lanzan al aire todo su dinero y la habitación se llena a rebosar de billetes y ellos están locos de alegría. Y un bosque en primavera y unos perros que ladran y corren junto a sus amos montados en briosos corceles, ¡ es una gran cacería!
y la presa es una pareja de hombre y mujer muy jóvenes, ambos que se aman pero está prohibido, y corren asidos de la mano, y ella no puede más y se detiene y cae al suelo y él permanece parado a su lado, y llega toda la comitiva entre los ladridos y les apuntan y disparan con sus escopetas de caza, y ahora los hambrientos canes ya pueden comer, devorar lo que permanece inerte en el suelo.
Un hombre atado a un tronco, de espaldas y todo desnudo, está siendo flagelado y otro esgrime un látigo con unas pequeñas bolas con púas en la punta. Y otros que aguardan en fila su turno y uno con un cuchillo grande, una vez flagelados les va seccionando la yugular con parsimonia. Y al fondo unos árboles cuyos troncos están rodeados de víboras desde cuyas ramas penden oscilantes cuerpos ahorcados mientras una nube inmensa de cuervos dan cuenta de sus carnes. Y el cielo está negro u se perciben gritos por todas partes. Sombras que corren deambulando, y un rugido que brota de una garganta, la sangre que corre los ríos y las fuentes sólo manan bilis y me doy cuenta de que llevo un brazo  cortado de no sé quién cogido de la mano, y los encapuchados que pasan a mi vera verita vera en fila mientras murmuran una oración: "perdónalos señor …" Y la vieja y los jinetes también cantan y ríen y juegan a sus anchas allá al fondo, casi en el horizonte. Y un grupo de  jóvenes entonan una canción, pero no puedo oír la letra de la misma. Y no recuerdo nada más, porque mi memoria ya no me  responde como yo quiero.
Han echado un jarro de agua fría sobre mi cabeza, despierto y un rayo de sol irradia en mis ojos. Me hace daño. Me tapo a modo de visera con la mano y me doy cuenta de que vuelvo a estar sin ojos. Es el rayo de sol el ladrón que se los ha llevado. Hizo la cabeza y de nuevo frente a mí está aquel marco del inicio. Continúa aquel rojo oscuro  y sombreado, difuminado. Al fondo unos puntos que pasan raudos describiendo  onduladas líneas. Así mismo cruzan veloces pequeñas bolas de fuego. Telones  de todos los colores van cayendo ante mí, se suceden sin interrupción posible y al fondo veo el arco iris  que muestra su enorme majestuosidad. De él comienzan a manar colores y más colores y las luces salen por todas partes. Todo se descompone. Qué bonito. Siempre ha sido así: 'qué bonito!. Siento un gran placer dentro de mí. Algo nuevo. Algo realmente inédito, jamás vivido por nadie con anterioridad. De pronto todo cesa  y regresa el fondo rojo. Suena la música, pero ahora interpretada por un piano  y hay al fondo una bailarina que da vueltas sobre sí misma mientras avanza hacia mí. Su bella danza yo no la entiendo, pero me gusta. Tal vez dura demasiado tiempo, y sin embargo yo estoy maravillado: ¡fabuloso!. ¡genial!. El piano ahora suena más lento, como si soñara, y ella llega hasta mí y en sus manos lleva oculto algo que yo no distingo a precisar. Pone las palmas de sus manos en mi cara y me acaricia con suavidad y yo se las cojo con las mías y ella prosigue con sus suaves caricias. Ya no está, delante de mí no hay nadie, no veo el horizonte, no hay nadie, estoy solo… es el vacío, pero estoy contento. Vuelvo a tener mis ojos y siento que se mueven.
Unos niños felices juegan en la calle con una vieja pelota de trapo. Uno que corre a coger el autobús y la vieja le ayuda a subir al mismo, y ella lanza su sombrero de fiesta al aire y luego éste baja y ella lo recoge y vuelve a tirarlo hacia arriba, bien alto. Todo siempre es igual. Mucha gente con sus vidas y sus problemas. A mí me gustaría saber en qué  piensan todos ellos: parecen felices. Y los cuatro jinetes prosiguen su camino errante en el horizonte pintado de verde manzana. Y ya estamos llegando: el tren va aminorando su lenta marcha. Entra humeante en el andén. Hay mucha gente que me : no me conocen. El tren se detiene, dejo que todos salgan, me levanto lentamente, cojo mi equipaje, enciendo mi pipa hace rato apagada, aspiro suavemente una bocanada de humo, bajo del  vagón cuando ya no queda nadie, miro a mi alrededor, el techo cubierto de negros nubarrones, muchos trenes parados, muchas vías, echo una bocanada de humo gris y comienzo a caminar… hemos llegado al final del viaje.




























Afrodísio Fernández



Afrodísio Fernández vivía, bueno, es un decir, mejor precisar que existía rodeado de su familia. Había nacido en el seno de otra familia muy pobre y desde muy pequeño siempre tuvo que buscarse el sustento diario. En su casa eran ocho hermanos, él era el segundo. Su padre no podía sacarlos a delante a todos y cuando Afrodísio cumplió los seis años, agotado por el esfuerzo, murió dejándolos a todos huérfanos.  Su madre, que no los quería demasiado o que no se sintió con la suficiente energía para sacarlos a todos adelante, lo echó de casa.
A partir de aquí el pobre Afrodísio se vio abocado a luchar por la supervivencia, a tener que competir cada día con otros por un mendrugo de pan. De todos modos sobrevivió y llegó a ser una persona adulta. Y así nos lo encontramos que un día se casó y con la ayuda de su mujer construyeron  una pequeña barraca en un pequeño valle en la montaña. Su matrimonio fue muy desdichado desde el comienzo: tuvieron once hijos. Todos vivían de lo que podían y, a pesar de todo, ninguno se quejaba de su destino. No tenían casi nada pero estando juntos eran felices, o al menos él lo sentía así. Lo cierto es que él lo era trabajando de sol a sol para que todos tuvieran algo que llevarse a la boca cada noche. Los dos mayores, Pedro y José que eran gemelos, ya le ayudaban en aquello que podían. Cultivaban la tierra árida, pese a que ésta apenas les daba nada, pero a ellos les parecía lo justo. Cortaban y recogían leña que después llevaban y vendían en el pueblo, pero quedaba a día y medio de camino y por tanto no iban con demasiada frecuencia.
El invierno, aquel año, les cogió de improviso ya que se adelantó en su  llegada. Avisó de inicio con una copiosa  nevada que duró una semana entera. La familia no esperaba este adelanto y en nada agotaron las pocas provisiones de que disponían en la despensa y enseguida llegó el hambre. No había nada que hacer, no quedaba nada. Los pequeños lloraban y demandaban ese pedazo de pan que nadie podía darles.
La sexta noche de la nevada, la mujer desesperada ante la situación tan dramática que estaban pasando lo pensó bien y cuando Afrodísio dormía cogió un cuchillo y degolló a su marido guardando la sangre. Al fin  al cabo su marido no era gran cosa y ésta iba a ser la única vez en la que serviría de algo beneficioso para su familia. Por la mañana, cuando los niños despertaron, la madre cogió la sangre, la calentó, la vertió en unas tazas  y la dio a sus hijos diciéndoles: "Tomad y bebed, es la sangre de vuestro padre, os dará fuerzas y os calentará un poco para que no paséis tanto frio". Los niños se le bebieron rápidamente, y a decir verdad, no porque fuese de su padre, pero les gustó. Como agotaron la leña, la carne  tuvieron que comérsela cruda. Con la buena administración de la madre, Afrodísio duró hasta que pasó la nevada. Apenas cesó la tormenta, la mujer salió fuera de la  cabaña, cavó un hoyo algo profundo en la tierra mojada y enterró los huesos  del que había sido su marido y el padre sus hijos. Lo hizo porque sintió que debía de hacerlo, pero no sintió el más mínimo remordimiento por lo que había hecho. Todos, y en especial sus hijos hubieran muerto de hambre y Afrodísio había resuelto la situación.
Cuando la nieve desapareció los niños se dieron cuenta de que donde su madre había enterrado los huesos y las vísceras de su padre crecía un hermoso árbol. A los tres días ya era muy alto, con un tronco  muy grueso y tenía, a pesar del invierno, frutos en sus ramas. Estos eran como nueces, pero ligeramente más grandes. Pensaron todos  "padre provee, nos da frutos para que comamos". Así que se afanaron en recogerlos y abrirlos. Y cuando los abrieron vieron que no era comida sino que dentro de cada especie de nuez había una moneda de oro.
Mira por dónde —se dijo para sí la mujer- Afrodísio ha servido  para algo, de haberlo sabido antes no habría durado tanto tiempo. Cogieron todas las monedas que pudieron y abandonaron la choza y el árbol ya sin nueces a pesar del frío y del día y medio de camino  y marcharon hasta el pueblo y de allí a la ciudad. Compraron una gran mansión y se establecieron todos en ella. Contrataron criados para todo, adquirieron tierras, invirtieron lo que les sobraba y sobre todo hicieron grandes amistades con gentes muy importantes. Casi  todas las noches daban grandes y opíparos banquetes, sonadas y majestuosas fiestas a las que asistía la élite de la ciudad, en su palacio y nada más se preocupaban por vivir la vida que su padre y marido les había regalado.
El tiempo pasaba y el tesoro se  fue acabando hasta que un día se percataron de que ya no quedaba nada. Pensaron que no tenían por qué preocuparse, tenían el árbol de Afrodísio que de seguro volvía a dar nueces. Así que regresaron en silencio a su antigua choza, cogieron todos los frutos, los abrieron y sí, monedas de oro a raudales que les permitió regresar al palacio en la ciudad.
Cada vez que se encontraban sin dinero repetían el viaje y todo quedaba solucionado. Cuanto más tenían más deseaban así que cada vez los viajes fueron más frecuentes. Pero no había problema,  allí estaba Afrodísio Fernández dispuesto a darles todas las monedas que necesitaran. Durante un verano y un otoño la familia pudo realizar un largo viaje y conocer todos aquellos lugares remotos y exóticos del mundo de los que jamás habían oído hablar. Por el dinero no debían preocuparse, sólo tenían que ir en silencio a cogerlo.
Así transcurrieron cinco años. Cinco años inolvidables y maravillosos para todos, incluso para Afrodísio que gozaba viendo crecer en la abundancia a sus hijos, esa abundancia de la que él siempre careció. En algunas ocasiones incluso se permitió la osadía de acompañarlos en espíritu. Asistía muchos banquetes y a todas las fiestas, la música y el baile siempre le habían gustado.
Y de este modo llegaron a ser la familia más rica del país, aunque eso no les bastaba, no se conformaban con lo mucho de que disponían. La madre anhelaba comprar un reino para todos ellos y en principio estaba claro que a Afrodísio la idea le parecía bien y que iba a apoyarla.
El día dieciocho de enero de aquel año toda la familia marchó al pueblo para hacerse con toda la cosecha de nueces y hacerse así con la inmensa fortuna que precisaban. Hubieran debido llevar criados que les ayudaran en la operación, pero no podía ser, se hubiesen enterado del secreto de Afrodísio y eso n podía ni debía ocurrir. Llegaron el día veintitrés por la mañana y pasaron toda la jornada y la siguiente recogiendo los frutos del árbol. La noche del veinticuatro ya lo tenían todo recogido y preparado para la partida por la mañana del día  siguiente. Al anochecer se giró un fuerte viento y después cayó una fuerte tormenta. Se refugiaron todos dentro de la choza. Luego quedó una noche clara con relámpagos al fondo que de cuando en cuando iluminaban la estancia.
No se encontraban a gusto en aquella cabaña tan pequeña y tan fea, tan destartalada. Les repugnó incluso el pensar que ellos habían nacido y se habían criado allí, no podía ser, que asco. Qué bien hice degollando a mi marido -pensaba la madre- gracias a ello somos lo que somos y tenemos lo que tenemos y no nos pudrimos en esta asquerosa pocilga sólo apta para los cerdos. Regresó la tormenta cada vez con mayor intensidad. Un rayo perdido cayó en el árbol de la dicha, y lo  vieron cómo sucedía, pero no importaba, habían hecho acopio de más que suficiente para adquirir el reino y una vez comprado no necesitarían regresar a aquel paraje. El árbol con el viento cayó al suelo, se oyó un grito y después sólo hubo silencio.
El viento sopló como nunca lo había hecho, la tormenta no se detuvo. En un momento dado el grueso tronco de aquel árbol se elevó por los aires y sin saber cómo fue a caer sobre la choza. Nadie se salvó. Allí, con el tiempo crecieron doce árboles de troncos altos y delgados y otro más grande y más grueso algo separado de los otros. Todos, aún hoy, permanecen en su sitio y todos ellos tienen unos frutos semejantes a las nueces. Lo que no sé es si todas esas nueces contienen una moneda de oro dentro. He preferido no comprobarlo nunca. Si alguien realmente quiere saberlo, sólo tiene que ir allí, coger una nuez y abrirla.











La obra maldita



Debería haber constituido un acontecimiento muy importante. Al menos se esperaba que iba a ser así. Todo el mundo confiaba, suponía que en nada sucedería algo muy gordo, muy sonado. De no ser así no cabría formularse la pregunta, siempre exacta y  por lo tanto consecuente, de por qué se había congregado a tanta gente tan importante e influyente en aquel teatro. Se habían contratado a los mejores actores de todo el espectro teatral  de habla hispana para que representaran  aquella obra que en breve iba a comenzar. Demasiado presupuesto gastado y demasiados cuidados para que llegase el momento esperado por todos. Hasta cierto punto se había tenido un esmerado cuidado en no apresurar los acontecimientos. La obra en sí era majestuosa, demasiado importante. Y a su vez con algo que muchas obras no tienen ahora, es decir, que era inédita y por lo tanto suponía su estreno a nivel mundial a su vez, y esto es lo fundamental, que la obra, pese a ser bastante antigua, nadie, jamás, había osado llevarla a la escena. 
Además tenía otro atractivo: recaía sobre ella una especie de hechizo mágico y a su vez maldición: eran muchas las personas que aseguraban la existencia de una tradición real que narraba cómo esta obra fue escrita y quién dictó el texto al autor. Incluso hay quienes no omiten nada al explicarlo y cuentan que fue el mismísimo diablo en persona quien la escribió, por medio del autor que se avino a firmarla  a mediados del siglo XVI. Y también se deja caer que esta obra nunca llegará a representarse. Su autor fue denunciado a la Santa Inquisición en el año de gracia de 1596, unos años después de escrita, alegando que había hecho un pacto maléfico con Belcebú y renegado de la fe cristiana y fue condenado por el Santo Oficio en 1599 a ser quemado en la hoguera como medida salvadora de su gran pecado. Dicha sentencia fue ejecutada el día 2 de noviembre, del mismo año, el día de las ánimas, día en el que ningún cristiano temeroso de Dios osaba salir a la calle cuando la noche se hacía dueña del tiempo. Así mismo se condenó a perecer víctima de las llamas al manuscrito de la referida obra. Suceso que tuvo lugar el mismo día en que fue ejecutado su autor, según consta en los legajos del Santo Oficio archivados en la biblioteca de los Archivos de la Archidiócesis de Toledo y que don Juan Arenas, insigne estudioso y gran conocedor de las actuaciones de la Santa Inquisición a lo largo de los siglos XVI y XVII hizo hace dos siglos hizo públicos.
Mas hay quienes sostienen que el autor, hombre sumamente precavido, mientras que otras personas afirman que fue instado a ello por el mismísimo Lucifer, copió su texto íntegro y que lo remitió a un amigo suyo, maestro en Humanidades en la Universidad de Salamanca, para que de este modo se salvara dicho manuscrito. Lo cierto es que el Santo Tribunal desconoció este hecho y, como fray Juan López de Quesada, autor del mismo, se abstuvo muy mucho de mencionarlo, no se condeno a esa copia y ésta es el ejemplar que ha sobrevivido  y que ahora se va a poner en escena.
Durante mucho tiempo existieron numerosas dudas sobre si existía copia o no del mencionado manuscrito y ellos condujo al Santo Oficio a formular exorcismos públicos en contra de todas las posibles copias que pudiesen haberse salvado de aquella hoguera del 2 de noviembre de 1599 en la plaza Mayor de Toledo.
Cuenta también la leyenda que en aquellas fechas una dama importante y muy influyente, parece ser que estaba emparentada con el rey, abogó y pidió clemencia al Santo Tribunal para el entonces confesor suyo arguyendo que la obra no había sido escrita por Fray Juan López de Quesada, tal como testimoniaba y declaraba tan santo varón en un arrebato de locura, sino por personas que envidiosas de la influencia de éste personaje en  la Corte - siempre han existido mentes perversas: Dios hará al fin justicia — le atribuyeron la obra según les había ordenado un eminente emisario del diablo llamado Assaselo,y que por lo tanto su confesor estaba libre de culpa y tampoco era un brujo tal como se le acusaba. Dicha dama fue un día citada a declarar ante tan Santo Tribunal sobre la veracidad de sus afirmaciones, pero ante la imposibilidad de poder demostrarlo, fue llamada al Orden por el propio rey en persona para que se retractara de sus anteriores declaraciones y para que dejara de entorpecer la acción de la justicia eclesiástica contra la  persona y obra del malvado fraile y confesor, hasta entonces, de la misma. También hay quien sostiene que dicho confesor fue sustituido, con la connivencia de tan alto tribunal que precisaba un culpable que pagara, por un pobre hombre que nada tenía que ver a cambio de mucho dinero para su familia, pagado por tan noble dama, en el último momento y que entre los humos de la hoguera convenientemente mojada para que humease más de lo necesario, se procedió a la sustitución. Qué pasó con el fraile, si esto se hizo así, nadie lo sabe con precisión, pero parece que se mantuvo recluido, bajo el amparo de la dama, en su palacio hasta su fallecimiento.
No me extenderé más sobre lo que en aquellas fechas aconteció porque no dudo de que todos conocen la historia, los hechos y su fatal desenlace. El manuscrito permaneció oculto e  inédito hasta hace muy poco en que fue encontrado entre otros libros que permanecían postergados en una de las inmensas salas de la biblioteca de la Universidad de Salamanca. Parece ser que siempre estuvo allí. Cuando éste hizo su aparición se indagó mucho sobre su origen y sobre  la historia de su autor y se encontró que Fray Juan López de Quesada había nacido en Toledo, hijo bastardo de un eminente miembro de la Iglesia. Desde muy joven decidió seguir la carrera eclesiástica, como su padre y protector que le consiguió a muy buen precio la ordenación sacerdotal y un puesto sencillo pero bien remunerado en la catedral de su ciudad natal. Es autor de una única obra de teatro titulada "La obra maldita" que fue condenada por el Tribunal de la Santa Inquisición al igual que su autor en el año de gracia de 1599. El juicio duró tres largos años dado que, a pesar de los exhaustivos y brutales interrogatorios con máquinas de tormento y aplicación de candela,  nunca se pudo probar los maléficos poderes de la obra. Al reaparecer dicho escrito se pensó que muy bien podía tratarse de un manuscrito redactado por algún amigo del autor basándose  y utilizando los borradores hechos por él mismo, aunque también podía tratarse de un manuscrito mucho más moderno redactado por alguien que tuvo acceso a la información de los hechos ocurridos entonces y que con mucha posteridad decidiera escribirlo y hacerlo pasar por el auténtico firmándolo con el nombre del fraile que había ardido en la plaza Mayor de Toledo.
Dejando de lado las posibles conjeturas sobre lo que  en el siglo XVI debió ocurrir en realidad, pasemos a centrarnos en lo que ahora importa de verdad porque a todos nos atañe. El día del estreno el teatro se llenó de tal forma que para conseguir una butaca era necesario ser una personalidad pública o bien tener muchos amigos muy influyentes, y a pesar de todo ello  fueron muchas las personas, y muy relevantes, las que no pudieron asistir al estreno. Faltaba muy poco para que el telón fuera izado. Todos los actores estaban preparados y vestidos a la usanza de aquella época en que la obra sucedía. Había auténtica expectación por conocer la realidad de lo que era el manuscrito maldito. Los protagonistas   estaban sobre el escenario aguardando el momento en el que se apagarían las luces de la sala y se comenzaría la función. Todos en sus respectivos sitios. Se había cuidado hasta el más  mínimo detalle. Pedro Martín del Río, protagonista de la obra aguardaba de pie  en el lugar señalado por el director de escena: justamente  en uno de los extremos del escenario, en el lado izquierdo y en primer término aguardando el momento oportuno en que debía comenzar diciendo: iOh, Señor!, creador de todo cuanto es y de todo cuanto existe, dueño y amo de la materia y del espíritu, yo, don Luis de Mendoza, te conjuro para que vengas aquí, a que hagas acto de presencia y guíes con tu majestuosa sabiduría  mi recto entendimiento y el de todos cuantos aquí están para que seamos capaces de hacer justicia. Tú, oh Señor, sólo Tú, sabes la verdad de todo cuanto ha acontecido y sólo Tú, Señor, eres digno de dictaminar una sentencia justa sobre tan encomiable suceso". También estaba en escena el defensor de tan noble causa aguardando su turno. Vestido todo él con un traje de terciopelo negro, con pantalón de bombacho, y sobre su pecho el escudo, bordado en oro, de armas de su defendido. Estaba inquieto, nervioso; había oído decir en las calles y en el hotel murmuraciones al respecto, había leído alguna cosa en la que se afirmaba  que sobre la obra  recaía un hechizo maldito y que ésta nunca sería representada. Siempre había sido un hombre muy dado a las supersticiones y hasta cierto punto creía en la posibilidad de estas afirmaciones. "No, la obra no podrá representarse" había comentado en algunas ocasiones a sus más allegados, aunque había proseguido sin inmutarse con los ensayos. Y ahora veía que se estaba equivocando. Iba a ser puesta en escena, mas en su mente todavía se abrigaba la idea y la sospecha de que nunca se podría dar término a la misma. Las fuerzas del mal se conjurarían y harían acto de presencia para que esto fuese así y no de otro modo. Pensaba que era un tonto al dar crédito a las habladurías de la gente en pleno siglo XX. Todos sabemos que nadie ni nada va a impedir mediante brujería la representación de la obra. Sería de necios creer en hechizos mágicos cuando está sobradamente demostrado que no existen, pero…en fin..quién sabe lo que puede suceder. De todas formas esperaba el momento  preciso en el que el apuntador le daría la señal, el pie, para iniciar la interpretación de su papel  interrumpiendo la llamada hecha por don Luis de Mendoza a Dios. Él, don Carlos de Alarcón, debía comenzar si intervención diciendo: "No, don Luis ,no está bien que usted,  persona de tan altos valores morales y religiosos, invoque a Dios para que haga acto de presencia. La Santa Madre Iglesia lo ha expresado bien claro: No citarás el Nombre de Dios en vano. Es decir, no usarás del poder de Dios en cuestiones que los hombres pueden solucionar mediante el diálogo, el entendimiento y la buena voluntad por ambas partes. Yo, don Carlos de Alarcón, voy a demostrar aquí y ahora, sin que Dios intervenga para nada, pues no va a ser necesaria la presencia del Todo Poderoso, que mi representado no ejerce como nigromante mi ha ejercido jamás. Nunca ha hacho uso de las artes mágicas y diabólicas no consentidas por nuestra Madre Iglesia por la sencilla razón de que jamás ha tenido conocimiento de las mismas. Tampoco es, como se afirma ante este insigne tribunal, un brujo. Jamás ha usado ni conoce porque jamás se ha adiestrado en las artes de la alquimia. Yo, don Carlos de Alarcón, voy a demostrar ante tan insignes personalidades que componen este alto tribunal la verdad de cuanto digo y que todas esas infames acusaciones que recaen sobre mi defendido no son más que maledicencias, calumnias, puras calumnias. ¡Calumnias!".  Y en ese momento será
momento será interrumpido por don Luis de Mendoza. Ambos saben a la perfección sus respectivos papeles. 
En el centro del escenario estarán sentados los miembros del Tribunal y en medio del mismo su excelentísima majestad el rey, única persona capaz de hacer justicia guiado por la mano de Dios, según su justo parecer. No, no era don Luis de Mendoza quién para llamar al Todopoderoso para que hiciera acto de presencia. Tenía un representante allí: el rey. En el fondo haciendo un análisis de la obra en cuestión, era difícil creer  lo que de ella se contaba: no tenía nada de maléfico ni de diabólico. Desde el punto de vista literario incluso se trataba de una obra de teatro bastante mala y pesimamente redactada: demasiado propia de la época en que estaba escrita. Incluso obligaba a dudar de la justicia y método que usó el Tribunal del Santo Oficio al condenar de brujo a su autor por haber escrito aquella "diabólica". Debía existir otros motivos ocultos y, con toda seguridad, se usó la obra como excusa para procesarlo y condenarlo a la hoguera. Leyéndola se podía observar que no había nada de cierto, de cuanto se decía, en ella. Nada que pudiera llevar a creer en los  poderes maléficos de la misma. Pero la obra debía de  continuar y mientras don Luis hablaba por segunda vez él debía dirigirse despacio, aparentando, sin embargo, rapidez y energía hasta la mesa del tribunal para entregar a uno de los miembros del mismo las pruebas que él, don Carlos de Alarcón, doctor en leyes, presentaba ante tan importante y justo tribunal para demostrar que su representado no era un alquimista y un brujo. Precisamente ahora cuando las artes mágicas de los alquimistas se pueden aprender en cualquier manual sencillo de química. Hasta cierto punto resultaba divertido pensar que en aquella época se pudo acusar y condenar a muerte a un hombre arguyendo que se había valido de brujerías y de malas artes para seducir y embarazar a una dama de noble cuna.
No obstante, volvamos a lo que nos interesa: se habían apagado las luces del patio de butacas y levantado el telón. Los actores estaban todos en el escenario y el silencio era total. Así pues, la obra iba a dar comienzo de un momento a otro. Don Luis de Mendoza tomaba fuerzas para comenzar en voz alta diciendo:" ¡Oh, Señor!, creador de cuanto es y de todo cuanto ha existido, dueño y amo...". Pero no pudo decirlo nunca. Un brusco temblor de tierra frustró la representación. El   seísmo, que nunca fue registrado ni previsto, desoló lo que antes fue el teatro. Perecieron todos los actores y todos los asistentes a la representación. No se salvó nadie. La obra no se ha vuelto a poner en escena. Todavía hay personas que piensan que el terremoto no fue tal, y mucho menos algo fortuito con origen natural, que se trató de una manifestación de las fuerzas del mal que se conjuraron para que  la puesta en escena del manuscrito no tuviese lugar. Y lo cierto  es que nunca sabremos si en verdad  existieron y aún existen los poderes diabólicos atribuidos a la obra. Puede ser que haya alguien capaz de poner la obra nuevamente en escena, mas lo dudo. Su fatal desenlace es un argumento harto valioso que corrobora la autenticidad de la leyenda maldita que pesa sobre la misma.

Así que jamás sabremos la verdad. Siempre cabe la duda, cuando es ésta razonable y el interrogante: ¿será cierto todo cuanto se cuenta y atribuye a la obra maldita".    

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