¡Perdone! A usted todavía no se lo he dicho. Sí,
ciertamente, llevo un elefante en el bolsillo. ¿Se extraña?. Y por qué. Todos
somos libres de hacer lo que nos viene en gana, faltaría más. Sabe, yo lo llevo siempre conmigo, me
acompaña a todas partes. Es mi comparsa y mi mejor amigo. Además, en mi
bolsillo esta calentito y cómodo. Y me sirve de gran ayuda siempre que lo
necesito. Nadie puede reprocharme nada. Claro que ve muy poco la luz metidito siempre
dentro de mi bolsillo, pero no le quepa de que ahí él está muy a gustito. Nunca me he atrevido a maltratarlo.
Es más, lo cuido con especial esmero. Siempre es un consuelo saberlo. Es
mi única compañía. ¿Quiere que se lo enseñe?...¿no?...Si lo llevo escondidito
aquí en el bolsillo, sí, sí, aquí, no me supone ningún esfuerzo el tener que
sacarlo para que usted lo vea. Todo se reduce a meter la mano dentro del
bolsillo, cogerlo son sumo esmero,
sacarlo despacito para que no se sienta inquieto y mucho menos cohibido, sabe,
es un poco tímido y asustadizo, y mostrárselo. Me sentiría muy dichoso de que
alguien, aunque sólo fuera una vez, viera y elogiara con cálidas palabras de
cariño a mi elefantito. A él le haría tanto bien. Es monísimo. Por lo menos a
mí me gusta mucho, me encanta y me tiene obnubilado. ¿Se lo muestro?... ¿No me
cree?. ¡Peor para usted!. Mi elefantito es mío, ¡sólo mío!: No tengo por qué ir
por ahí, por las calles, por los parques, parando a la gente a la gente para
espetarles, decirles más bien, poniendo cara de buena persona, que lo soy,
créame, y con cierto énfasis de expectación para que al menos se detengan a
escucharme: " Sabe, yo llevo siempre conmigo un elefante en el bolsillo
¿quiere verlo? Todos ponen cara de sorpresa, como lelos, y me dicen que no, que
no les interesa o simplemente ni me miran ni me contestan, hacen caso omiso de
mis palabras como si una obligación ineludible no les permitiera esa pequeña
demora. Yo creo que no me creen en absoluto. Puede que sea por eso que me dejan
así plantado, como una estatua y siguen su camino sin responderme nada. Mas yo
sé que les digo la verdad. A veces introduzco la mano en el bolsillo derecho
del pantalón temiendo que ya no vaya a estar, que mis dedos no van a poder
acariciarlo porque se ha cansado de mi compañía y del desprecio al que se ve
sometido y que ha decidido abandonarme. Y lo toco, y lo acaricio con
delicadeza. No es que suela hacerlo con bastante asiduidad, no, pero alguna que
otra vez sí: es un consuelo, sobre todo cuando me siento triste y abatido,
cuando la gente duda de lo que yo trato de decirles compartiendo mi secreto y
mi alegría para que lleguen a comprenderme. Hoy en día ya nadie se fía de
nadie. Y sin embargo, yo me pregunto: ¿por qué no han de creerme si yo les digo
la verdad?. Yo podría cogerlo sin más con la mano y mostrárselo a todos sin
ningún esfuerzo, sobre todo a los incrédulos , pero estoy convencido de que
seguirían su camino desconfiados y convencidos de que yo intento hacerles
perder su tiempo. Todos se preocupan ahora de otras cosas, se sienten atraídos por qué se yo.
Está claro, salta a la vista, que mi elefantito
no es capaz de atraerse la mirada y la atención de nadie. ¡No
importa!.Me tiene a mí. No voy a ir por las calles enseñándoselo a todo aquel
que pasa. Sería inútil por mi parte. Sólo conseguiría crearme nuevos enemigos y
eso me disgustaría mucho. No pretendo estar mal con nadie. Me gusta que las
personas sigan su camino. No deseo convertir a mi elefantito en víctima de
cualquier desaprensivo que intente, en un momento dado cualquiera, cuando yo
esté distraído en algo que me llame la atención, y son muchas las cosas que
suelen atraerme normalmente, apoderarse de él. Siempre
hay desaprensivos dispuestos a apropiarse de lo ajeno si cree que para el
propietario de eso ajeno tiene un valor. Resultaría absurdo que yo estuviera
dispuesto a perderlo de un modo tan absurdo. Además: no saldría bien. Estos
convencido. Sé que dicha acción fallaría. Cualquier cosa me pone sobre aviso.
Soy en sumo precavido y sé tomar bien todas las precauciones necesarias;
incluso, yo mismo muchas veces me
doy cuenta, me paso y recelo incluso de
las personas más inocentes. No es que yo esté seguro de que algún día alguien
intentará robármelo, apropiarse de mi querido elefantito. ¡No!. Nadie sabe que yo lo tengo. Nadie lo ha visto
jamás. Allá ellos. He intentado
múltiples ocasiones parar a un individuo cualquiera en la calle para explicarle
la verdad de todo, detallarle uno por uno todos los motivos que un día me
llevaron obligado a tomar la decisión de sacar de la caja en que lo tenía
guardado al elefantito y meterlo en mi
bolsillo para que me acompañara, como fiel e inseparable amigo, a todas partes.
Es desde entonces mi mascota, mi amuleto, mi ayudante de cámara. En fin, lo es
todo para mí. Y no es que sea demasiado grande. Todo lo contrario. Es pequeño,
diminuto, casi ínfimo. Un elefantito enano. Medirá aproximadamente unos dos
centímetros de alto por uno de ancho y apenas tres de largo. Nunca he pensado
seriamente en coger una regla y medirlo exactamente. Para qué si siempre lo
llevo encima. Qué más me da que sea un poco más grande o un poco más pequeño de
lo que yo me creo. Es mi elefantito y con
eso me conformo con que las cosas sigan como están. Tampoco es que yo sea
un conservador, todo lo contrario: me he acostumbrado a verlo y a tocarlo
siempre así y necesito que no cambie. Es más, si creciera o modificase su
complexión física me sentiría enteramente contrariado y tal vez no podría
aceptarlo. Dejaría de ser el mismo, mi elefantito. Jamás debe de ocurrir. De
todos modos, no debo de preocuparme demasiado porque esto ocurra. Mi elefantito
es de yeso blanco y está pintado de un color azul claro tirando a gris por un
lado y por otro a verde. La verdad es que no soy capaz de precisar cuál es la
tonalidad que predomina. El verde no, estoy seguro. En ocasiones pienso y me
convenzo de que es el azul claro y otras me parece, por contra, que es el gris
azulado. Tal vez no sea ni el uno ni el otro y todo quede reducido a un pigmento
intermedio que se manifiesta a mis ojos según la luz del momento en que lo
miro. De todos modos no me importa demasiado. Puede ser que el hecho sea más
simple y no por ello más sencillo: unas veces es azul y otras casi gris, todo
depende de cómo quiero yo verlo. Aunque tampoco su color le da una apariencia
de elefante vivo como los que hay en África o en Asia. No, no es del mismo
color. Parece como si no le importara aparentar lo que en realidad es: una miniatura no demasiado buena,
necesitada de arte y de belleza, hecho con un vulgar y simple molde. No obstante, tiene un aire especial, inspira
cariño y compasión. Quizás por su
naturaleza simple es bonito en sí a mis ojos, adorable y encantados, atrayente
a la vez dentro de su grandiosa pequeñez.
Es por todas estas razones que a veces salgo a la calle dispuesto a
compartir mi dicha y mi elefantito, su posesión, los demás. O cuando memos a intentar que
algunos, escogidos al azar entre el gentío mundano, tengan conocimiento de que
yo siempre voy con un elefante dentro de mi bolsillo y se den cuenta de lo que
esto significa. No me quieren hacer caso,
pues peor para ellos. ¡Peor para ellos! Jamás compartirán la dicha de
saber que llevo un elefante en el
bolsillo.
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