ANDRÉS MARCO

viernes, 18 de febrero de 2011

B A S U R A


Sí, ya sé. Te paseas por la calle. Intentas distraerte. Y apenas si logras dar unos pasos. Todo está lleno de basura. Bolsas de desperdicios que apestan. Bolsas cuyo contenido se desparrama por el suelo. Cubos tirados en medio de las calles.  Así no hay quien pueda. Además, intentas pasar entre la poca gente anónima que apenas transita, rostros apagados y sin perfiles, y te miran despectiva­mente, por encima del hombro, como si también tú fueras parte integrante de la basura abandonada en las aceras.  Ante este panorama uno se pregunta qué se puede hacer. Creo que apenas na­da. Una posibilidad es reírse: resulta divertido ver una gran ciudad llena de murallas de basura imposibles de rebasar. Otra posibilidad seria no hacer caso, como s nada estuviera pasando, no darse por enterado, pasar junto a los montones pestilentes bordeándolos, cuidando de no ensuciar los zapatos y ni los bajos de los pantalones. Supongo que aún debe de haber más alternativas, pero no vale la pena abordarlas ahora, y mucho menos tenerlas en consideración para un futuro inmediato. Es un hecho fehaciente,  está ahí, no podemos evitarlo. Por tanto debemos resignarnos y aceptarlo. Nos afecta a todos, desde luego, aunque sean muchos los que no quieren darse por aludidos y giran la vista hacia otra parte. Es un problema general que debería ser resuelto de inmediato. Y sin embargo, las gentes  prefieren mantenerse ocultas en sus casas y nada más salen cuando no les queda otro remedio. Temen el contagio. ¡Qué puede importar ya! Peligro, lo que se dice peligro, la verdad es que lo hay, y mucho. Si te detienes apenas un momento a pen­sarlo, tampoco es tan malo. De algo has de morir. Debería tomarse medidas, arbitrar una o varias soluciones, lo que sea, y pronto, para acabar con este problema.  Son ya dema­siados los días que llevamos con las basuras abandonadas en las calles sin que nadie haga nada para evitarlo. Se­guramente todos han llegado al convencimiento de que también nosotros lo somos. Y los que aún no lo son totalmente deben integrarse en ella, formar parte de los montones de basura. Cuando todo sea desperdicios, basura, también las personas, el problema dejará de existir por sí mismo. Sería absurdo combatir algo generalizado de lo que también nosotros formamos parte. Mientras la gente  permanecerá en sus hogares sin asomarse ni tan siquiera a las ventanas, todo lo más alguna leve sombra que osa mirar a la calle protegida por el anonimato clandestino de una cortina o de una persiana semibajada. La gente seguirá muriéndose en sus hogares, sin decir nada, sin intentar enfrentarse con esta realidad que ya les es ajena en cuanto han desbordado las posibilidades de ponerle remedio. Prosigo mi marcha sin pensar en nada, no quiero darle más vueltas al asunto, yo solo no voy a solucionar nada. Continuaré mí lento caminar por calles desiertas, entreteniéndome unas  veces mirando algo en alguna parte, dándole  patadas a una lata vacía hasta que desaparezca de mi trayectoria, después encontraré una segunda, y una  terce­ra. Las  latas vacías pueden ser casi infinitas.  Iré así, con las manos en los bolsillos, deambulando sin rumbo fijo, contagiándome un poco más aún, jugando con las latas hasta que alguien grite en un momento dado protestando por el ruido que arma mi entretenimiento. Me llamarán gamberro.  Y me sentará un poco mal al principio después ya no tanto No soy ningún gamberro; simplemente: no tengo otra cosa que hacer.  De algún modo  hay  que matar las horas que pasan. Me detendré un momento para orinar sobre un montón de basura cualquiera. Experimentaré ese extraño placer que se siente en estas ocasiones tan solemnes. Mearse sobre tantos objetos nuevos que desde hace mucho la gente tira junto con la basura porque no saben qué hacer con ellos y los estorban.  Es una sensación nueva que alguna vez en la vida hay que  sentir para seguir siendo hombre.  Aunque sólo sea por un día, o tal vez por apenas unas horas. Después moriremos todos: es algo inevitable.  No tenemos solución. Todos, uno a uno, de varios en varios, a montones. Nuestros  cuerpos irán  engrosando la basura acumulada en las calles. Ya em­piezan a verso en bastantes sitios muertos mezclados con los desperdicios. Cuerpos en de composición, llenos de gusanos, segregando humores hediondos. No debería permitirse esta falta de respeto para con los muertos. Aunque pensándolo bien poco importa ya. Nos hemos resignado rápidamente y por tanto no  hay involución posible.  Un pueblo  resignado siempre sucumbirá. Es nuestro destino y yo no puedo  ir en contra. La esperanza ya no existe. Es lo mejor: aceptar lo que nos viene encima sin preocuparse por ello. Hoy, mañana, tal vez pasado, moriré, como todos los demás. No se salvará nadie. Qué le vamos a hacer. Tampoco es tan duro. Conformarse y aguardar a que el momento llegue. Entonces todo habrá acabado. De algo hemos de morir, ¿no?


No hay comentarios:

Publicar un comentario