ANDRÉS MARCO

jueves, 26 de mayo de 2011

CONTRATIEMPO



El sol se va ocultando lentamente allá al frente, en el fondo, arriba de la montaña: resulta incómodo conducir en estas condiciones. Sus rayos incidiendo en mi cara, cegándome con tiranía algunas veces, en esta carretera solitaria que he tomado seguramente por equivocación, aunque si me atengo a lo indicado en la Guía Michelín, hace poco me detenido un momento para consultarla, dentro de muy poco me retornará a la general habiéndome ahorrado así más de cuarenta kilómetros. Ahora cuando ya llevo no sé cuánto tiempo transitando por ella me convenzo que no ha valido la pena: es un atajo importante, pero supone una demora, a mi entender, aún más importante: sus curvas tan mal trazadas, el asfalto que brilla por su ausencia, y ese sol castigador que no acaba de marcharse nunca fastidiando, aunque cada ve menos, ahora ya no es tan intenso. Pienso que quizás sean mis ojos cansados de todo un día de carretera los que se resienten. Sin embargo ahora puedo reposar, tomármelo con más calma, no va de minuto ni de dos, puedo dibujar lentamente el trazado sinuoso y ascendente, demorándome en las rectas, saboreando el frescor que entra por la ventanilla bajada, dejando que el silencio de estos parajes se imponga a la monotonía del motor del coche, dejando que el aroma puro a pinos y a romero se impregne por doquier. Avanzar, seguir adelante, tragando sosegadamente el espacio que siempre se repite pese a que siempre va quedando atrás, mientras la luz va menguando y pronto tendré que encender las luces de posición. Enciendo otro cigarrillo. ¿ Otro?. ¿ No seré siempre el mismo que no acaba nunca de consumirse?. A parte del coche la carretera por delante y por detrás y los árboles a los lados no hay nada más: yo y el coche. De algún modo he de matar el tiempo: consumir tabaco y gasolina, no me queda otra opción. Si al menos llegara pronto a la general sería otra cosa: el tráfico tiene, a pesar de los pesares, su atractivo, te obliga a estar pendiente de lo que haces, adelantas, te adelantan,, al final también resulta monótono, pero es distinto, es otra cosa, no se parece en nada a lo de ahora mismo, a este conducir sin sentido, como dejándose llevar a la deriva mientras va anocheciendo y una tímida luna preside insegura el horizonte. No importa, me he metido en esta carretera de montaña y no voy a volver hacia atrás, antes o después llegará a su fin, entre tanto encender otro cigarrillo, ¿ otro más?, para que se vaya consumiendo lentamente entre mis labios resecos tras todo un día de fumar de forma ininterrumpida como única forma de pasar el rato mientras el coche devora asfalto y más asfalto y yo pienso que dentro de muy poco me veré obligado a encender los faros. Sí, será mejor girar ya la palanca, accionar el interruptor, apenas se ve nada... ¡Lo que faltaba! : no se encienden, algo debe fallar: no se funden ambas bombillas al mismo tiempo, no han podido ponerse de acuerdo. Será mejor parar el coche, así al mismo tiempo descansará el motor un poco, y mirar qué es lo que ocurre. Seguramente algún fusible o alguna conexión que falla. En un momento todo estará arreglado, seguro.
Imposible solucionar la avería: la batería está bien, los bornes limpios, los fusibles en su sitio, ninguno fundido y todas las conexiones de los cables en perfecto estado. Aborrecido de tocar aquí y allí sin resultado lo mejor será seguir avanzando con precaución hasta llegar a la general. Allí, con toda seguridad resultará más sencillo encontrar la ayuda necesaria. Doy vuelta a la llave de contacto, el motor no arranca. Lo intento repetidamente, muy alterado y nervioso. Nada. Otra vez giro la llave. No. No llega corriente al a motor de arranque. Puede que se trate de algo más serio. Intento poner en marcha el motor en marcha aprovechando la inercia de una pequeña bajada dejando ir el coche y soltando de golpe el pedal del embrague con el coche en segunda. Nada, tampoco en tercera... ni tan siquiera en directa. No hay nada que hacer. ¿ Quién me mandaría a mí hacer caso de las recomendaciones de una guía de carreteras?. Y para acabar de completar el panorama trágico estos parajes están totalmente deshabitados. No me queda otro remedio más que abandonar e1 coche al lado de la carretera, junto a la cuneta y caminar hasta que pueda llegar a un lugar transitado, con toda seguridad en la general, y puedan auxiliarme. Debo estar muy cerca, apenas tres o cuatro kilómetros, seguro.
Bueno, después de todo ahora tengo ocasión de estirar las piernas tras toda una jornada de ir siempre en la misma incómoda posición, embragando y desembragando, acelerador, freno, acelerador. Repitiendo a cada momento los mismos gestos como un autómata, de forma mecánica, sin pensar en nada. Vuelvo a sentirme un individuo, una persona que después de mucho tiempo tiene conciencia de sí mismo. Al fin se ha roto ese uno y trino hombre-coche-carretera que me veo obligado a asumir por cuestiones de trabajo. Son muchas las veces que me he quejado de mi condición de viajante de comercio que corre de un lado a otro para intentar aumentar en cada viaje los pedidos, y por tanto mi magro sueldo, integrado como lo estoy en este mundo tan vertiginoso que jamás se detiene. ¿ Cuántos años hace que no caminaba por un paraje solitario, en compañía de mis pensamientos, descubriendo que soy capaz de respirar hondo y que no me asusta el silencio ni la oscuridad de la noche a pesar de que estoy fuera de mi mundo, de esos dominios en los que me desenvuelvo como pez en e1 agua. Es majestuosa la noche. Hacía años que no la contemplaba de esta manera, llena de estrellas. Nunca me había detenido a observar un cielo tan maravilloso. Resulta hasta gracioso. Si contemplas el firmamento con detenimiento hasta es posible entrever dibujos, figuras, constelaciones, guiños de estrellas muy lejanas. ¿ Cuál de todas ellas será la estrella polar?. Antes era capaz de encontrarla sin ningún tipo de titubeos, ahora... Ahora es distinto, no tengo ni idea. ¿Para qué iba yo a preocuparme de las estrellas sí no son negocio?. No se pueden vender. Aunque, ¿quién sabe?. Hay tantos locos sueltos... Algún día he de intentarlo: vender estrellas al precio de un sueño por cada una. Sería divertido... No. Mejor volver a la realidad, no estamos para soñar, los sueños no producen dinero. Mi realidad es que tengo el coche averiado y me he visto obligado a abandonarlo junto a una cuneta de una carretera secundaria y ahora estoy caminando en busca de ayuda. A 1o lejos parece que riela una luz. Y por suerte muy distinta a la de las estrellas. Es más cercana, más real.
Me encamino hacia la casa por un sendero que parte de la misma carretera. No es muy lejos, se oyen ladridos de perros muy cerca.. Seguro que tienen teléfono: podré avisar al taller más próximo para que vengan a socorrerme. Es posible que a estas horas de la noche no quieran acercarse, pero al menos tendré la certidumbre de que mañana a primera hora algún mecánico solucionará el problema del coche. Al aproximarme distingo una casona grande y antigua. Llamo a la puerta y apenas pasados unos segundos oigo una voz femenina que grita al otro lado de la puerta: “¿ Quién va?". “ Soy yo, he tenido una avería en el coche que no puedo solucionar por mí mismo”, respondo. Se abre la puerta y veo una figura de mujer con una linterna en una mano que me enfoca mientras que en la otra sujeta la cadena de un perro de enorme tamaño que aunque parezca extraño no ladra. Por un momento pasa por mi mente el recuerdo del refrán “perro ladrador...”. Es una mujer que, aunque bastante desarreglada, parece joven. Tampoco me interesa ahora fijarme demasiado en ella, lo único que pretendo es ponerme en comunicación con la civilización utilizando para ello el teléfono. Contratiempo: no tiene. La interrogo sobre cómo podría solucionar lo de mi coche. Me responde que va a resultar bastante difícil. Hasta mañana por la mañana no podrá acercarme hasta el pueblo. Estamos muy alejados del mismo y si ahora decido ir yo caminando me llevará toda la noche como mínimo. Ella vive sola y no tiene automóvil ni ningún medio de transporte. Pero una vez a la semana desde el pueblo le acercan cuanto necesita, que es bien poco. Se gana la vida en el campo, le encanta esta vida tan sana y sin preocupaciones. No le importa la soledad ni el silencio. Sabe vivir y disfrutar de la vida, no como las gentes de las ciudades. Me siento a traído por esa mujer de voz suave y acariciadora. Por esta mujer morena y joven, tremendamente hermosa cuando la miras con detenimiento, con esa tierna mirada que te envuelve y arropa. No comprendo como puede vivir sola una persona de su talante. Me parece que incluso debe tener pensamientos bastante profundos, tanto como que si se empeña en explicármelos seguro que yo nunca llegaría a tocar su fondo. Estoy perplejo y desarmado ante esta mujer después de haber conversado un rato con ella. A su lado no te das cuenta de que el tiempo pasa, únicamente bebes de ella, lo otro no importa, se detiene, queda fuera, aparcado, detenido, como si no existiera. Realmente es distinta a todas las que he conocido a lo largo de mi vida. He entrado dentro de la casa para descansar un rato, comer algo y sobre todo saciar mi sed, y creo que ahora llevo varias horas charlando animadamente con Teresa, sobre todo escuchándola con avidez, sabiendo que el tiempo poco importa a su lado, dejando que sus palabras me seduzcan y vayan adormeciendo hasta que mis ojos no pueden más y caigo en un largo sueño.
Por la mañana, al despertarme me sorprende no encontrarla a mi lado. Tampoco estoy en el sofá en que me quedé dormido. Estoy en una habitación amplia y bien iluminada, entre las sábanas de una cama. Me visto rápidamente y bajo a la cocina. Teresa está más hermosa que nunca, radiante, preparando el desayuno. Me saluda con un buenos días muy dulce, recordándome que debo apremiarme sí quiero ir al pueblo para requerir ayuda. Noto un cierto acento en sus palabras, como de ironía. “No, hoy no iré al pueblo, cuando vengan a traer el pedido de la semana ya mandaremos recado, por ahora no urge, el coche puede esperar”. No sé por qué he pronunciado estas palabras, pero hay algo diferente en mi que me obliga a razonar de un modo totalmente nuevo. Me atrae Teresa, su dulzura, su candor, sus pensamientos profundos, su sencillez, su todo.
Llevo varios días viviendo junto a Teresa, siempre a su lado, sabiendo que tal vez nunca salga de aquí. Jamás pensé que la vida en el campo, al aire libre, pudiendo hacer lo que te place en todo momento sin tener que dar explicaciones a nadie, pudiese ser tan maravillosa. Sueño con el futuro que me aguarda y deseo que quien tenga que venir desde el pueblo no llegue nunca. Ayer fui a ver mi coche. Sigue en el mismo sitio en que lo dejé. Es lógico, por aquí nunca pasa nadie. Nada más fui a echar un vistazo y aprovechar para mirar la guía Michelin y así hacerme una idea aproximada de dónde me encuentro. La carretea que yo tomé para atajar unos cuarenta kilómetros no aparece en el mapa por ninguna parte, simplemente no existe. Según el plano esta zona montañosa no existe como tal, es todo lo contrario: un pantano. Regresé a casa un poco perplejo: si mis ojos no me engañan esto que veo y por donde transito es una montaña. Comento con Teresa el incidente. “No importa", me dice mientras sonríe maliciosamente y añade “siempre supe que vendrías a mí, ahora estás aquí'‘.
Hoy he vuelto al coche para asegurarme bien de que el mapa está equivocado. No lo he encontrado por ninguna parte. El coche además estaba como abandonado desde hace años, totalmente oxidado, sin rastro de pintura. Seguramente será eso: lo abandoné hacer ya muchos años. No importa, nunca dejaré el lugar en el que ahora me encuentro. No quiero hacerlo. Me encanta la vida que llevo junto a Teresa. es excitante y embriagadora, quiero a Teresa y no me importa saber que este lugar tan majestuoso no consta en los mapas de la Guía Michelin ni en los de ninguna otra. Es más: ni tan siquiera existe.
En el cielo hay muchas estrellas
a nuestros ojos todas iguales,
en la tierra también hay algunas,
pero es muy difícil encontrar una.

No hay comentarios:

Publicar un comentario