ANDRÉS MARCO

jueves, 28 de julio de 2011

LA ESCULTURA

Hoy  es un día distinto. ¡Ya lo creo que lo es!. Al fin me he decidido a salir a la calle para dar un paseo porque siento en mí la imperiosa necesidad  de caminar por las calles, despacio, entro la gente, sin apresuramientos, rompiendo  la monotonía cotidiana, mirando y admirando todo aquello que en los escaparates se expone para que los transeúntes nos paremos a verlos, sorteando a la gente que marchará apresuradamente sin saber muchas  veces el por qué, dejándome llevar por el instinto y el azar, sin un plan previsto y trazado de antemano, como debe de hacerse en estos casos: dejarlo todo a la improvisación. y a la suerte del momento, y quizás mis ojos tengan la oportunidad de admirar hoy algo maravilloso y poco corriente: tal vez una bella silueta femenina que mis ojos prestos siempre en estas ocasiones desnudarán con avidez, sin dejarle ni la más íntima prenda que pueda permitirle taparse púdicamente ante mí, ¡ah, bello cuerpo de mujer joven al desnudo!, el deseo de mujer, la necesidad de  mujer,  la imperiosa necesidad de compartir algo con alguien, algo que realmente valga la pena: esas pequeñas cosas que nos configuran y definen y que  pueden conllevarse con. una bella mujer inteligente que sea capaz de admirarlas, de contemplarlas, de maravillarse de su pequeñez, compartidas con su cuerpo y su espíritu, y así, de este modo tan normal, mi paseo tendrá una finalidad no propuesta de antemano, pero quién puede saber hasta qué punto fructífera. Mujer de mis sueños y cavilaciones, de mis desvelos, imagen que te configuras en mi cerebro, mujer que compartes mis vueltas y más vueltas en el lecho amplio y casi vacío cuando extiendo el brazo  creyendo , y esperando, encontrarte ahí, a mi vera, dispuesta y sedienta de compartir conmigo y me doy cuenta de que tú no estas, mujer de mis imaginarias, mujer de mis horas muertas, tal vez hoy te encuentre en la calle, o tal vez no aparezcas nunca ante mí porque alguien, cruel él, ha decidido jugar con nosotros como si de muñecos se tratara, o tal vez hoy te encuentre expuesta en algún  recóndito escaparate, alejado del fluir de la muchedumbre, en cualquier tenducha  miserable      de algún remoto callejón olvidado que yo sabré encontrar, y tendrás una etiqueta a tus pies con un precio y yo no miraré la cifra: todo guarismo pierde en estos instantes su sentido numérico y su valor para mí, y entraré medio enfebrecido dentro de la tienda para balbucear entrecortadamente, con el sofoco y el júbilo propios del instante tan decisivo para mí: ¡envuélvamela, me la llevo!, porque a partir de este momento siempre serás mía; y tú, ¡tú!, te vendrás conmigo, sin que nadie te demande tu opinión creyendo que tú no cuentas, sin saber que tu decisión es la que de verdad importa para mí: eres tú quien me ha elegido, y yo ya sabía de antemano tu decisión: tú te sabes y eres mía como yo me sé y soy tuyo, y nunca nadie ni nada podrá arrebatarte de mi lado ni sustraerme del tuyo porque tú y yo nos encerraremos en nuestro hogar para no volver a salir nunca más a la calle, bueno sí, saldremos a pasear para recordar todas aquellas cosas tan poco importantes entonces, tan  insignificantes para la mayoría de la gente, pero que esos momentos tendrán un significado propio para ambos, y juntos, cogidos del brazo, cuando ya seamos viejos, con el pelo cano, con arrugas en nuestro rostro intentando desfigurar sin lograrlo nuestro feliz semblante, reflejo de una vida vivida con amor compartido, paseando por estas mismas calles nos miraremos a los ojos y nos sonreiremos con una sonrisa cómplice, complacidos, alegrándonos de saber que todas estas cosas no son más que nuestro secreto compartido; y volveremos a pasear por paseos desconocidos entre  gentes cuya existencia  nunca nos importará, pensando y creyendo que estamos volviendo a viejos sitios en donde una vez nos cruzamos sin conocernos, como dos anónimos cuyos destinos están compartidos y ellos no lo saben, buscándose hasta desfallecer sin percatarse de que a penas hace un momento acaban de cruzarse con su otra media parte, con tu complemento; y, sin embargo, un día ocurrirá lo inevitable: volveremos a entrecruzarnos y entonces puede que alguien sin saber el por qué, nos detenga a los dos y entonces, sólo entonces, nos presentará el uno al otro, sin pronunciar palabras, nada más dejando que nuestras mente se atrevan a adivinar lo que de verdad ocurre, y todos se pararán a nuestro lado y haciendo corro alrededor nuestro nos señalarán con el dedo coreando:”estos son los elegidos, estos son” y sus voces serán oídas en todas partes y nosotros nos veremos impelidos a taparnos con las manos los oídos para que no nos estallen los tímpanos y después, asiéndonos de la mano  saldremos corriendo,  a trompicones, huyendo de la multitud que nos señala y aclama, para no volvernos locos. Y seguiremos corriendo, de la mano, sin separarnos, sabiendo que aunque quisiéramos no podríamos hacerlo, por las calles, por las grandes avenidas con sus luces de las farolas y escaparates, ¡ ah, los escaparates, qué hermoso recuerdo tienen  para mí!; coches y personas que con focos y linternas iluminan todos los rincones de la calzada buscándonos sin cesar, intentando encontrarnos en alguna parte porque se ha corrido la voz de que hemos huido a algún país remoto y lejano, exótico, en donde siempre es primavera, en el que aún quedan flores y pájaros que crecen en libertad sin que nadie los pise o los mate, y todo porque según ellos nos hemos propuesto  construir allí nuestro nido de amor, entre las hojas lujuriosas de  grandes plantas que nos ocultarán de las insidiosas miradas, expectantes y envidiosas. No habrá función ni exhibición hoy para el gran público, pondremos un cartel avisando de que esta noche no hay actuación porque los protagonistas han decidido huir y refugiarse en una isla remota en los océanos perdidos, un pequeño punto apenas, como una mota de polvo en el suelo del salón visto desde el aire, olvidado, en su pequeñez, en los mapas y planos; y aprovechando el anonimato que el mezclarse entre la muchedumbre te confiere, iremos caminando poco a poco, amparándonos en las sombras de la noche, hasta llegar a casa, en donde encenderemos el fuego y juntos viviremos una historia  que sólo tú y yo somos capaces de imaginar y escribir. Y  después, cuando ya seamos viejos y las canas y las arrugas hayan aflorado en nosotros, marcándonos para el resto de nuestros días,  saldremos a la calle juntos, cogidos del brazo para recordar todo aquello que una vez tuvimos que pasar sin tener culpa alguna, y la gente nos mirará y nosotros tal como una vez fuimos, tal como nos recordamos el uno al otro, esa imagen que el tiempo  tratará de destrozar y que tú y yo nos hemos ido formando a medida que nos hemos ido conociendo, compartiéndonos, compenetrándonos hasta formar una bella escultura única, de corte clásico, en donde dos figuras se entremezclan resultando imposible separarlas o identificarlas individualmente.









No hay comentarios:

Publicar un comentario