Son muchos los que se preguntan el por qué del árbol, el círculo dorado a modo de sol, la campana y la serpiente en nuestros emblemas, así como el por qué de nuestro rito de las doncellas, que no voy a desvelar ahora, dado que nos pertenece por completo y tengo prohibido desentrañar. Entiéndanme: no es que no desee hacerlo o que no quiera, nada más lejos de mi voluntad, pero las normas sobre este punto soy muy concisas y duras. Podría hacerlo, pero como miembro del círculo me niego a hacerlo dado que podría poner en peligro la continuidad del mismo. Y no es que yo sea radical del todo al respecto, quizás no sucedería nada y el círculo seguiría su camino sin trabas de ninguna índole. Pero , tal vez, sólo tal vez, supondría un riesgo inútil que no estoy dispuesto a correr aunque, de querer, sé que podríamos exponernos al mismo sin ninguna reticencia ni miedo. No creo que haya nadie hoy capaz de hacer tambalear sus cimientos, ni tan siquiera hacer una pequeña mella, nuestra cohesión siempre ha sido demasiado consistente, no en vano llevamos tantos y tantos siglos existiendo sin sufrir apenas percances. Haberlos, los ha habido, y algunos de ellos nos han obligado a replantearnos nuestra misión y el modo de llevarla a cabo. Esto en el fondo ha sido bueno y nos ha ido muy bien, pues así el círculo ha ido evolucionando y se ha adaptado a nuevos modos y nuevas épocas y puede que aquí estribe la razón de su larga longevidad inmaculada. Mas no hablemos más este tema tan escabroso y, también hay que reconocerlo aunque me duela, peligroso. Es preferible que me expanda en otros aspectos más sutiles y fundamentales que también competen y atañen al círculo. Así por ejemplo, y por citar algo de pasada nada más, voy a hacer hincapié en la periodicidad de nuestras reuniones.
En primer lugar, no puedo indicar la cadencia de nuestras reuniones porque también pesa sobre este particular la prohibición que hace que el círculo sea tan desconocido para los profanos en el tema y , así mismo, para todos aquellos que no pertenecen al mismo. De todos modos sí puedo señalar que las fechas de reunión no siguen un calendario fijo sino un encadenamiento lógico según unas normas que datan de la remota época en que se fundó y que hacen que los espaciamientos sean más o menos largos en función de toda una serie de sucesos y leyes que nos rigen y que me está vedado el revelar. Me limitaré, eso sí puedo hacerlo, a especificar que antes de que nos reunamos en asamblea todos los miembros, o bien una parte de los hermanos del círculo, es necesario que la campana haya sido colocada en las ramas del árbol seleccionado para esa ocasión, árbol cuya especie y emplazamiento me guardaré muy mucho de aclarar, y que haya transcurrido el tiempo prudencial antes de que el viento que sopla y las fuerzas cósmicas hagan tañer a la campana llamándonos a asamblea. Nosotros, estemos donde estemos, los más veteranos y mejor colocados dentro de nuestra inamovible jerarquía interna, al oír el anuncio de que va a haber una nueva sesión y que somos convocados a la misma, debemos apresurarnos a preparar todas nuestras cosas para poder estar presentes en el día escogido por quien ha sido designado para ello en el lugar señalado para el cónclave. Iremos llegando poco a poco, cada uno desde un lugar distinto, distante y muchas veces remoto y siguiendo un rito del cual no puedo hablar, nos iremos saludando y dando los parabienes de bienvenida de rigor y seguidamente, tras unos trámites lentos, imprescindibles y laboriosos vamos ocupando nuestros lugares correspondientes según la estricta jerarquía establecida en tiempos inmemoriales, asientos que nos corresponden por derecho propio, unos en la gran mesa, en la gran tabla de los elegidos y otros aparte, cada uno en su sitio, dejando y respetando los vacíos que deberán ir ocupando los hermanos que faltan cuando estos lleguen, Y cuando la campana vuelva a sonar todos sabremos que el momento de iniciar el verdadero rito ha llegado puntualmente. Hay veces en que se demora un poco y ' nos obliga a aguardar varios días, o semanas, sin que el gran rito pueda llevarse a cabo. Pero esto sucede en contadas ocasiones, simplemente lo nombro porque alguna vez ha sido así y por tanto no puedo olvidarlo si quiero explicar todo aquello que hace referencia al círculo.
Una vez ha sido llevado a cabo el rito de inicio, el supremo ritual conservado desde los orígenes mismos de nuestra hermandad pasamos a lo que de verdad es trascendente y nos importa y es causa de que nos hayamos reunido todos juntos una vez más en torno a eso cuyo nombre me está vedado nombrar. Una vez superada esta fase se prosigue con las prácticas que nos rigen a obligan para después de varios días regresar cada uno a su lugar de procedencia y esperar a que los sones de la campana sagrada, esos sones que sólo los elegidos son capaces de oír, y ya estoy revelando más de lo que me ha sido permitido, vuelva a convocarnos, con la satisfacción de que se ha quemado una nueva etapa, otra más en nuestra casi eterna andadura, y que ha resultado realmente fructífera y elogiable.
Por más que le demos vueltas poco podría añadir ya sobre el círculo, nuestro círculo, pues todo intento de descubrir nuevas cosas y conocimientos que atañan a él está prohibido y penado por las normas y leyes que nos que nos rigen. Así que debemos conformarnos y esperar a que la campana vuelva a sonar. Y entonces sí, presto dispondré mis bártulos y correré sigilosamente por caminos y veredas desconocidas que permitan mi anonimato dentro delo posible, a reunirme una vez más con mis hermanos y todos juntos constituiremos en hermandad de nuevo el círculo, nuestro círculo.
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