ANDRÉS MARCO

domingo, 27 de abril de 2014

MÁS ALLÁ

MÁS ALLÁ



Recuerdo que desde siempre, desde que era muy  pequeño, he sentido un especial interés por el problema del tiempo. Era algo que no podía evitar: me atraía irresistiblemente. Por qué nos hacemos viejos, por qué unos nacen y otros mueren. Por qué, por qué.
Era una pregunta que no conseguía eliminar de mi mente por más que lo intentara. La respuesta sencilla de "es ley de vida" que siempre me aducían cuando preguntaba a los que se supone sabían algo sobre el tema, no me bastaba.  Por qué, por qué. No sería mejor y mucho más bonito que no muriese nadie, que siempre, a partir de un cierto momento de desarrollo, permaneciéramos igual, o que al menos al llegar a una cierta edad se detuviese nuestro continuado envejecimiento.  Mas entonces no podría nacer nadie  y tampoco habría nacido tampoco yo. Si unos nacen es porque otros mueren. Yo al nacer, de algún modo, obligué, sin querer, sin proponérmelo, sin que pudiera hacer nada en contra, a otro ser humano  a morir porque yo debía ocupar su lugar en el mundo. Era algo que yo no llegaba a comprender demasiado bien. Pero seguía intrigándome: por qué nos tenemos que hacer viejos. Por qué para que yo viva otro ha de morir antes y yo tendré que marcharme, morirme, para que otro venga a ocupar mi sitio.
Cuando cumplí los quince años este problema seguía dándome vueltas en la cabeza, como pájaro que revolotea sin ser capaz de encontrar su nido: por qué, por qué. Un día vino a mí lo que se dice una idea feliz: "está bien que todos mueran- me dije. Sin embargo yo he de encontrar la forma de no morir. He de intentar ser "inmortal". Y a partir de entonces comencé a estudiar los libros que trataban sobre el tema de la esencia y la existencia. En un principio me preocupé por los filósofos de la antigua Grecia: Sócrates, Platón, Aristóteles, Heráclito, Parménides, Demócrito, etc. Todos ellos me fueron de gran ayuda. Después proseguí con los filósofos posteriores que podían serme útiles o al menos irradiarme un poco de luz entre tantas tinieblas (Liebnizt, Spinosa, Hegel, etc.) hasta llegar a los existencialistas. Lo cierto es, y he de confesarlo públicamente, que si bien me sirvieron de algo, no llegaron a resolverme gran cosa. La oscuridad seguía patente y nada presagiaba que pudiera vislumbrar al menos un leve atisbo de luz. Y fue entonces - cuando más o menos había cumplido los veinte años- cuando decidí buscar en  libros más antiguos y más profundos, y sobre todo más heterodoxos, especialmente orientales que tratasen sobre la milenaria filosofía hindú, sobre prácticas y religiones antiguas que en su día proliferaron en esas latitudes y que aún hoy perduran aunque sólo sea como privilegio de unos pocos que han renunciado al camino de la falsedad de lo que vemos y que persiguen adentrarse en el mundo de la luz. Bueno, así mismo también buceé, con gran ímpetu, en todos aquellos  libros prohibidos relegados en las viejas estanterías de las viejas bibliotecas, de donde no salen nunca.
Así fue como al final cayó en mis manos el famoso y fabuloso "Necronomicon" del loco Abdul Alhazred, publicado en Simancas en 1665 en su versión latina. Fue el libro que, tal como yo esperaba de él, me abrió definitivamente las puertas del misterio que yo perseguía desde hacía tanto tiempo.
Mi cometido era difícil mas yo estaba dispuesto a llevarlo a cabo fuera como fuera. Se trataba de conseguir parar el tiempo en mi vida mediante una fuerte concentración mental. Debía conseguir parar mi reloj vital mediante mi fuerza psíquica y así lograría detener mi tiempo. Detener mi tiempo, deteniendo el medidor del mismo. Si no hay medida no pasa, no avanza, no cuenta. Debía abstraerme totalmente del mundo que me rodeaba y ensimismarme más y más en la voluntad de detener mi tiempo. Yo sabía que me iba a costar mucho, tal vez demasiado, incluso existía la posibilidad de no lograrlo y fenecer en el intento, quedar fuera del espacio tiempo para siempre, pero necesitaba conseguirlo.
Poco a poco, después de mucho tiempo desperdiciado en intentos fallidos, logré parar un rato mi reloj mediante el esfuerzo de control de mi voluntad. Esto ya era algo, significaba  que estaba, con toda seguridad, en el camino correcto. Podía hacerlo y debía proseguir por ahí: yo conocía ya bien la teoría de la relatividad. Sabía que no había tres dimensiones, sino que el universo, el todo absoluto, está lleno de infinitas dimensiones relativas todas ellas, preñado de infinitas posibilidades. Todos nos movemos de forma cotidiana en nuestras vidas en cuatro dimensiones, de las que controlamos bien tres. Yo estaba obligado a dominar como mínimo cuatro de las cinco posibles que tenemos a nuestro abasto: largo, ancho; alto, tiempo e inconsciente. Después de varios años de prácticas la cuarta dimensión no me era difícil de controlar. Conseguí detener mi tiempo, mas esto no es suficiente. Era necesario detenerlo totalmente y a la vez poder dominar mi inconsciente para no quedarme parado. El problema ahora no consistía en parar mi tiempo, sino en superarlo, pasar por encima de él y esto sólo me era posible dominando la quinta dimensión. Estaba claro, las cinco dimensiones no son más un todo que nosotros fraccionamos para poder comprenderlas pero que en realidad, si pretendemos llegar más lejos, es preciso abarcarlas en su conjunto, tratarlas como si nada más se tratase de una con cinco componentes que no es posible aislar. Debía recordar libremente y dominar todos los recuerdos acumulados a lo largo de todas mis vivencias anteriores y presentes, de todo lo vivido y de todo lo soñado, de todo cuanto se había almacenado en mi mente y que yo desconocía, porque todo eso constituía  la clave que daría solución a mi problema.
Había transcurrido ya mucho tiempo, por aquel entonces yo había cumplido treinta y ocho años, y ya empezaba a dudar de los posibles resultados satisfactorios. Pero debía continuar a pesar de las dudas Después de todo el esfuerzo dedicado y gastado para llegar hasta ahí desistir hubiese supuesto echar todo por la borda y aceptar el fracaso como algo inherente a la pretensión de la vida eterna. No, no podía, ni debía, renunciar ahora.  Había que  intentarlo. Si lo conseguía sería inmortal. Nada menos que inmortal para siempre.
Fue a esta edad cuando me di cuenta de que no era posible mi empresa: yo quería detener, eliminar totalmente una coordenada, una dimensión del Todo Absoluto, y esto era imposible, no podía hacerse. Si bien siempre corrieron rumores de que otras personas habían arribado con éxito a mi pretendida meta cabía la duda de que fuese realmente cierto. Yo, supongo que como ellos, no perseguía eliminarla completamente, sino tan sólo borrarla de mi existencia. Yo buscaba convertirme en esencia, desprenderme de mi cuerpo y seguir habitando en el mundo real y esto daba la impresión, llegados a mi punto de travesía, que no era posible. Alcanzase el grado de concentración mental que alcanzase no lograría jamás la abstracción total y no podría, por tanto,  eliminar nunca dicha coordenada.
Tres años más tarde, una vez desengañado y cuando ya iba a abandonar me percaté de que si no era posible eliminar el tiempo, sí al menos podía hacer una traslación de mi vida a través de esta dimensión. Volver a nacer y a partir de mi nuevo nacimiento, con mi nueva vivencia, buscar la solución por otros caminos. Conociendo los errores cometidos a lo largo de mi intenso y escabroso estudio, debidamente comentados y anotados, y  dejados cerca para poder consultarlos y seguirlos, volver a empezar sin cometer los mismos fallos y seguir y seguir hasta dar con la solución final. Entonces alcanzaría la deseada inmortalidad. Reconozco que no me resultó difícil hacer esa traslación a través del tiempo. Sería una insensatez por mi parte explicar cómo lo hice. Lo único cierto es que lo logré, que regresé, a través del pasado, a nacer.
Desde pequeño siempre tuve especial interés por el problema del tiempo. Por qué unos nacen y otros mueren. Por qué, por qué. Me propuse un día intentar ser inmortal y empecé a estudiar los libros que podían orientarme sobre el problema....
El resto ya es conocido. Al llegar a los cuarenta y un años conseguí proyectar mi persona a través del tiempo para volver a nacer repetir mi experimento sin cometer los errores anteriores. Y por desgracia repetí inevitablemente el mismo ciclo. La verdad es que no sé cuánto tiempo llevo así porque siempre estoy jugando con él: al intentar y conseguir con éxito, desde la primera vez, mi traslación en esta coordenada volvía a nacer de nuevo, pero habiendo olvidado todo lo trabajado en mis vidas anteriores, incluso sin poder disponer de las anotaciones tomadas, de modo que lo único  que iba a hacer  al llegar al mismo punto era empezar nuevamente y repetir una vida, un ciclo, un cúmulo de errores, que no iba a cambiar absolutamente en nada de la anterior. Volvía a nacer cada vez, y vivía  desde muy pequeño con la misma obsesión y lo cierto es que vivo cometiendo  los mismos errores hasta llegar al mismo final de siempre: mi traslación con nuevo nacimiento  para recomenzar mi estudio sobre la inmortalidad. Y así mi vida y mi experimento se repite y repite cada cuarenta y un años.
Ahora sólo pienso en detener, sea como sea, estas fases cíclicas, y poder salir de la rueda para  morir como cualquier otro ser humano. Pero, según entiendo,  ya es demasiado tarde. Yo puse en movimiento el sistema y éste no se detendrá nunca. Sé que no llegaré a ser inmortal, al menos como yo lo pretendía porque hasta el momento  nazco cada vez para volver a nacer y nacer sin poder morir. Lo he logrado en cierto modo, pero esta inmortalidad no es la que yo pretendía.







No hay comentarios:

Publicar un comentario