ANDRÉS MARCO

domingo, 6 de abril de 2014

ACONTECIÓ AÑOS HA

ACONTECIÓ AÑOS HA


Esta historia no corresponde, en el tiempo, al presente más inmediato sino que se situó en el futuro lejano aún, mas no por eso distanciado de nuestro siglo. Con ello quiero decir que aunque ocurrió muchos años después, es relatada ahora con gran veracidad y exactitud, como si hubiese ocurrido hace muy poco tiempo.  
Esto me sucedió a mí personalmente hace demasiado tiempo y ahora lo cuento desde mi más allá, desde el otro mundo, en el que ya nada importante sucede. Y deseo que sea tomado no como un relato cualquiera sin más transcendencia que los sucesos que narra, sino como algo que aconteció, como iba diciendo, hace muchos años, para ejemplo del mundo. Y no es que yo considere que en la vida no hay ejemplos a imitar, pero es, no sé cómo explicarlo bien,  según mi óptica  de vital importancia.
Estábamos por aquel entonces, cuando los hombres éramos capaces de hacer cosas que vosotros no entenderíais nunca en el siglo XXII: más o menos al comienzo de esta centuria, aunque el año no lo recuerdo demasiado bien, mi memoria ha perdido mucho desde entonces, han pasado demasiadas cosas y ya no me siento con capacidad para retener cuanto me ha acontecido. Ya no estoy seguro de ello, incluso a veces desvarío un poco. El hecho es que el universo había evolucionado mucho, a demasiada velocidad, mucho más de lo que vuestras inteligencias medianamente pequeñas y atrofiadas puedan llegar a imaginar. Ahora la población se había reducido a una sola raza. Para qué más si así ya estaba bien. No es que no hubiere gente de lo más variopinta, pero al final habíamos aceptado que todos los seres humanos éramos la misma raza con sus variantes, pero todos de la raza humana.
No se distinguía entre blancos o negros, ni entre religiones o creencias y mucho menos en todos los  bulos de esa especie que antes imperaron y que vosotros padecéis. Todos pertenecíamos a la misma catalogación- lo he dicho bien ¿no?-: éramos la raza de los "súper-hombres" o si queréis de los post-hombres,  una especie supra humana jamás conocida hasta entonces: todo inteligencia, lo demás resultaba superfluo, agobiante, inútil, carente de sentido, por eso nos habíamos desprendido de todo aquello que nos sobraba.
Recuerdo que al finalizar el S.XX se había desarrollado inmensamente la ciencia: hubo grandes descubrimientos tecnológicos y la humanidad sufrió sucesivas mutaciones que condujeron a los habitantes de la tierra a una situación ilimitada de poder, pero en demasía caótica, para ser exactos. Llegó a desarrollarse enormemente la educación gratuita: desapareció el analfabetismo y todos conocían todo en todos los campos del saberla "utopía" de pocos era ya una realidad para casi todos. El cambio se había dado y se abría para todos algo llamado eternidad.
También evolucionaron notablemente las formas sociales y políticas. Hubo una auténtica revolución en la infraestructura del mundo. Con la entrada del nuevo siglo, todas las formas existentes convergieron hacia una nueva y única estructura perfecta, donde la libertad existió siempre porque se amó como no se había amado  nunca. Las formas políticas de represión -los estados nacionales- desaparecieron, cesó la dominación y sometimiento de unas clases sociales por otras. Todos eran iguales. Se llegó a una fórmula supranacional de gobierno de coexistencia pacífica, una forma basada únicamente en una administración mundial central. El ser un político se convirtió en una profesión como otra cualquiera. La jornada laboral se redujo a tres horas diarias -no eran necesarias más-, es decir, doce horas semanales gracias a los grandes  adelantos tecnológicos. Se trabajaba simplemente para entretenerse un poco y descansar del agotamiento provocado por las excesivas horas de ocio. Se vivía en grandes conglomerados arquitectónicos. Las viviendas estaban aisladas térmicamente. Predominaban los muros de material plástico traslucido. El confort había adquirido cotas sin precedentes. El problema de la contaminación -que tanto llegó a inquietar con anterioridad- se resolvió definitivamente. Abundaban los jardines públicos , y en todas las casas había una gran terraza -era obligatoria y necesaria- con flores  y toda clase de plantas.
La superestructura mundial y sus adelantos contribuyeron sin duda a todo esto. Se encontraron nuevas materias energéticas: la energía nuclear proliferó, la energía solar, el sodal estelar, el súper celamio alfa,etc. También quedó zanjado el problema de la alimentación gracias a los recursos marítimos disponibles y a la obtención de abonos y de fertilizantes y la manipulación transgénica que nos permitieron obtener varias y abundantes cosechas anuales. Esa carrera espacial que comenzasteis hace muchos años con la llegada del primer hombre a la luna siguió gracias al estrecho colaboracionismo existente entre las grandes potencias en aquel entonces, y se conquistaron todos los planetas de nuestro sistema y los limítrofes con posibilidades. Todo el universo es hoy conocido por los superhombres que lo habitamos: humanoides y no humanoides. Las distancias han que dado reducidas gracias a los transportes colectivos rápidos y los viajes interplanetarios están al alcance de cualquier persona. Es muy corriente ver en las bases de partida de los autobuses celestes, grupos de emigrantes que buscan encontrar en otro planeta la completa felicidad que no acaban de conseguir en el que están. La explotación de gran parte del universo facilita enormemente la consecución de esta utopía que es nuestro mundo.
Desaparecieron las necesidades hace muchos años y se llegó al estado de la superabundancia que hoy reina. Y que ya se ha terminado. Todo cuanto era ya no es, es parte del pasado que no volverá. Y por desgracia mía y de todos el futuro también se ha acabado, se ha hecho inalcanzable. Sólo hay presente y éste dura muy poco, demasiado poco, apenas nada, como un destello de luz que ya se apagó.
Hoy, en estos precisos instantes cuando nada importa, soy yo el último superviviente que queda de este universo que un día alguien decidió forjar. Y he querido que mi final, mi extinción, llegue precisamente sobre el querido suelo ancestral de mi madre patria: la Tierra. La explosión demográfica se incrementó indefinidamente: no había problemas de espacio ni de recursos alimenticios, la demoeconomía los solucionaba todo. Los nuevos seres que nacían en los otros planetas se fueron adaptando a su medio ambiente. Todos los organismos llegaron a poder prescindir del oxígeno y a respirar otros gases que sustituyeron a este agente como carburante de su  metabolismo. Nos limitamos simplemente a sustituir el anticuado, y cercano a su agotamiento, oxígeno por otros elementos también respirables y que desempeñaban el mismo cometido.
Mas llegó el inevitable momento en el que todas las materias primas empezaron a escasear. La población agotó todos  los recursos energéticos del universo. Incluso la energía solar resultó ser ya insuficiente para mover las pesadas y gigantescas industrias. Y estas dejaron de producir por falta de materias primas y de la base motriz. Los recursos de gases respirables y de líquidos se han agotado, la agricultura de subsistencia ha desaparecido, no se puede exigir a un campo tanto de tierra como de agua -éste último ha desaparecido recientemente- que produzca si la industria ha dejado de suministrar abonos porque no los produce, la manipulación transgénica se ha quedado sin materia prima y además falta una atmósfera en cuyo seno puedan crecer las plantas. Los alimentos se han consumido en su totalidad: ya no queda nada. Los cerebros artificiales  fueron incapaces de darnos una solución viable: faltaba la energía necesaria para ponerlos en funcionamiento. Ya no queda absolutamente nada. Todo ha desaparecido. Bueno, sólo quedo yo: soy el último en desaparecer por efectos del azar, soy la última cosa viva que queda en el universo, pero ye sé que mi final está muy cerca, ahí, a la vuelta de la esquina: todos han muerto, no queda nadie. Tengo hambre y no puedo comer, tengo sed, y no queda nada que pueda satisfacer mis necesidades vitales. Un sudor frío recorre mi cuerpo y mi lengua intenta hacerse con él para refrescar mi reseca  boca. No tengo miedo a pesar de todo. Aún me queda algo de tiempo antes de que se acabe el poco aire respirable que me resta. Ahora que todo toca a su fin ya es tarde para hacer reflexiones -no es correcto lamentarse- sobre lo que no se debería haber hecho y sobre lo que hubiese sido necesario para evitar esta autodestrucción. Pero como digo, ya es demasiado tarde. Mi tiempo se agota, siento que me falta el aire. Me cuesta respirar, estoy demasiado fatigado. Nunca pensé en terminar mi existencia así. Pero dejemos de pensar para no gastar tanto aire, mejor será abandonarse y esperar tranquilamente a la extinción del último ser, del último aliento de vida. Es el fin del universo, el fin de todo cuanto existió, el tan anunciado fin del mundo. Pero hay un error: faltan las trompetas, las fanfarrias gloriosas: no triunfa el Creador. No hay ni vencedor ni vencidos, es un justo empate. Es la propia vida quien se ha sentenciado a este ocaso y es ella misma su propio verdugo. Somos nosotros quienes lo hemos querido así. Quisiera añadir muchas cosas más pero me es totalmente imposible, no puedo ni apenas respirar ya. Me estoy.. mur.. el fin.

Todo ha pasado. Lo que tenía que acontecer ha acontecido. Todo cuanto fue ya no es ni será. Estamos en el nuevo y antiguo mundo del no estar, el de los muertos. Aquí sólo se es y para siempre -¡por suerte!-. Y ahora tenemos lo que antes tanto nos faltó: una visión clara del conjunto de nuestro futuro, la verdadera  razón del mundo de las ideas: el verdadero saber. El conocimiento perfecto que nos domina y que nos absorbe por completo. Debería deciros muchas más cosas sobre vuestro futuro para que evitéis lo irremediable: el caos. No obstante, creo que es mejor que no os diga nada. Vuestro desarme, vuestros  buenos propósitos de paz no van a servir, no han valido de nada. La destrucción llegará igualmente. Somos una plaga de langostas demasiado voraces que se debe extinguir: todo lo que tocamos lo comemos, lo fagocitamos sin prever el mañana más próximo. Siempre creímos que el fin estaba muy lejano aún, sin apenas darnos cuenta que nos aguardaba a la vuelta de la esquina. Y vino sin avisar, cuando menos lo esperábamos. Nada más  os digo, y con esto acabo: "Estad preparados y aguardad la destrucción eterna porque está muy próxima, quizás demasiado y no la véis, porque no conocéis ni el día ni la hora".



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