30 DE FEBRERO
Al
Tribunal Supremo del Pueblo, único con poder para hacer justicia:
Como
mi situación no es demasiado conocida, dado el secretismo en que ha sido llevado mi proceso, está claro
que todos aquellos que se sienten involucrados, excepto yo, han hecho cuanto
estaba en sus manos y mucho más para silenciar mi caso, voy a explicarlo brevemente.
Me encuentro desde hace dos años en una celda del penal de Ocaña, aguardando
que llegue la hora suprema, el fin último
que me redima y que, a su vez, solucione el conflicto: ni más ni menos que mi
muerte.
Fui
condenado por los tribunales a esta pena. Hace cosa de un año recurrí al
Tribunal Supremo de Justicia, mas éste ratificó, como era de esperar, la
sentencia:"morirá fusilado". Hoy, esta noche, es la última para mí: mañana
todo se habrá acabado. No tengo un mañana, qué le vamos a hacer, y, si soy
sincero, lo acepto, tal vez eso sea lo mejor que puede ocurrirme. Así que no
crean que éste relato pretenda una nueva
apelación; no, estoy resuelto a morir por algo que supongo habré hecho y que yo
al día de hoy desconozco. Ne pido tampoco clemencia, ésa no es mi intención. Se me juzgó por un delito
muy importante según consta en el sumario hasta hoy secreto, mas nunca se mencionó
cuál era éste, yo al menos no lo conozco ni nadie me lo ha comunicado. Alguna
vez oí al fiscal referirse a la fecha de mi nacimiento, y creo entender que mi
delito está ahí: en esa fecha tan importante para mí y tan insignificante para
todos los demás.
Verán.
Yo nací en un pueblo de provincias un dos de marzo. Mi padre a la mañana siguiente fue al Ayuntamiento para empadronarme
y rgistrarme como nato. El secretario al inscribirme en el libro de
registro confundió la fecha por lo
visto. Y puso: "Miguel Álvarez Ruiz, nacido el treinta de febrero de 1947
a las cinco horas de la mañana; hijo de José y de JuIia...". Según mi
padre esta confusión se debió a una errata
en
el calendario que había allí, en la
pared de la oficina, La página correspondiente a este mes constaba de treinta días
y el secretario sin darse cuenta se equivocó. Yo he celebrado siempre mi
cumpleaños el día dos de marzo, ya que no tenía noticia del error.
Al
presentarme para hacer el servicio militar el oficial de reclutamiento, viendo el
libro de familia, me comentó: "Con que con bromitas, ¡eh!. Así que usted
nació el día treinta de febrero. Pues mire por dónde esto le va a costar
caro". Y no dijo nada más. Al cabo de una semana vinieron dos policías a
buscarme a casa; llevaban una orden de detención contra mí. Yo, como no había
hecho nunca nada malo, les acompañé a la Comisaría muy tranquilo. Bueno, he de
decir que por ésta época yo ya residía en Barcelona. Me encerraron en una celda
y por la noche me dieron una paliza que me dejó bastante mal por algunos días.
La paliza no me extrañó, todo el mundo sabía que iba con la detención, nadie se
libraba de ella hubiese hecho lo que hubiese hecho, era consustancial al paso por las celdas del calabozo, nadie se
libraba de la misma. A los ocho meses de estar detenido vino un día un abogado a verme y me dijo, entre otras cosas,
que no me preocupara, que él me sacaría de la cárcel costase lo que costase, no
podían retenerme más tiempo, dado que el expediente en contra mía estaba en
blanco. No tenía nada que temer: yo no había cometido ningún delito, no se me
acusaba de nada. Me informó que dentro de veinte días se vería mi caso en los tribunales y que no tuviese miedo:
todo se debía a un error fácilmente entendible y, en consecuencia, subsanable,
nada más era necesario cumplir el trámite previo de pasar ante un tribunal para
ponerme en libertad. Él esperaba que
todo sería cuestión de puro trámite una vez aclarado el error cometido.
El
juicio comenzó a las once de la mañana. Por lo visto nadie perteneciente al
estamento de la justicia le gusta madrugar. Entró el juez en la sala, nos
pusimos todos de pie y después de los trámites ordinarios de procedimiento,
pura parafernalia de puesta en escena sobrante y fuera, para mi entender, de
lugar se inició la sesión. Comenzó el fiscal diciendo que se me acusaba da haber
nacido el día treinta de febrero da mil novecientos cuarenta y siete y que por
lo tanto yo no existía, que era un impostor, dado que este día nunca existió y
yo no pude nacer en él. Se le acusa de no existir, de ser un usurpador de la
persona humana, y dirigiéndose a mi añadió: "Usted es un insulto al mundo,
usted debe morir y desaparecer porque usted nunca ha nacido". Mi abogado
quiso protestar, alegar que aquello era a todas luces una aberración, una
infamia, que el fiscal desvariaba, que se
había vuelto loco, y muchas cosas más. Pero la verdad es que debo señalar que
jamás le dejaron decirlo, le impidieron abrir la boca, no pudo quejarse ni
argüir nada, el juez le limitó a señalarle con el dedo y amenazarlo de desacato
si decía algo en mi defensa. Y éste fue
todo mi juicio. Cuando terminó de decir esas absurdas palabras el fiscal, sin más
pruebas que el libro de familia de mis padres, y silenciada mi defensa, el juez
ordenó que me pusiera en pie y a continuación y sin que mediara más preámbulo, dictó
sentencia: "Miguel Álvarez Ruiz, usted es culpable de no haber nacido
nunca y de no existir, y por eso debe desaparecer. Yo, en ejercicio de las potestades
que me han sido concedidas, le condeno a morir ante un pelotón de fusilamiento. Mientras llega
su hora deberá permanecer confinado en la prisión de Ocaña".
¿Qué
delito he cometido? No lo sé. ¿Soy culpable de algo? Tampoco lo sé, ni me
importa ya. Inmediatamente después de haberse dictado sentencia, fui conducido
hasta aquí. Mientras, mi abogado preparó la apelación al Tribunal Supremo. Nos
costó
medio
año llegar hasta este y el veredicto fue el mismo: se ratificaba mi
culpabilidad pero no mi muerte porque cumpliendo la sentencia lo reduciríamos a lo
que ya es: la nada. Si fuese una persona, ratificaríamos la condena a muerte.
Posiblemente al final lo hagamos - continuaba el veredicto a nuestra apelación-
pero por el momento debemos estudiar el caso mucho más a fondo, dado que el
"ente" en cuestión parece ser que no existe ni ha existido nunca. Y
no se puede eliminar, ejecutar a una persona que no es persona, ni ha nacido, y
que simplemente es "la nada".
Mi
ejecución debe cumplirse mañana por la
mañana a las nueve horas, pero no sé si se efectuará; falta la decisión del tribunal
Supremo de Justicia. Se me acusa de no haber nacido. No lo comprendo, no llego
a entenderlo. Si se me acusa es porque existo, sino no podrían acusarme de
nada. Y mucho menos atribuirme delito alguno. Soy un ser abstracto que nunca
fue ni será: nací el treinta de febrero, y éste día no figura en el calendario,
no se corresponde, no pertenece a la sucesión del tiempo, luego yo no puedo
tener tiempo. Y sin embargo tengo dimensión, espacio, ocupo un lugar. Soy una
realidad y en consecuencia existo. Ya no entiendo nada de nada. Yo nací aunque
fuera en un día que nunca fue. A mi eso no me importa lo más mínimo: nací y voy
a morir. Ya todo me tiene sin cuidado, qué
puede importarme lo que decidan
sea la decisión que sean, al
menos me van a dejar por fin tranquilo y ya no hará falta demostrar nada sobre
mi nacimiento, todo quedará resuelto así para siempre, les resolverá su dilema. Mi muerte va a ser suficiente. Moriré
resignado y tranquilo: será la solución de mi problema. Mañana es el día señalado,
unos instantes y después la nada, la gloria, el infinito.
También
existe la posibilidad de que el Supremo dicte una resolución más justa y me liberen
de esta pesadilla atroz. Pero no creo que lo hagan. Lo más factible es que se
aplace "sine die" el momento de mi ejecución. No he nacido nunca,
luego no existo, luego no pueden fusilarme; matarme sería demostrar mi existencia
y ellos son lo suficientemente listos para comprender esto: mi muerte supone mi
autoafirmación, y la contradicción de los tribunales. Y me dejarían para siempre
aquí, fuera, alejado del mundo, y yo esto no podría resistirlo, me mataría o me
moriría de dolor. Pensándolo bien, es mejor que me fusilen y demuestren así mi
realidad. La hora ya está más cercana, dentro de poco vendrán a buscarme y me fusilarán;
no podrán detener mi ejecución. Me siento más alegre que nunca: el Supremo no
ha dicho nada; no ha vuelto a pronunciarse, si hubiese decidido algo que
cambiara mi situación lo habría comunicado
antes, así que voy a morir, no van a poder impedirlo. He de terminar esta carta
para que si alguien la encuentra pueda dar testimonio de mi vida y de mi proceso.
Para que el mundo se entere de las cosas
que pasan es necesario que esto ocurra y que yo hoy, dentro de un rato, muera. No
me arrepiento ahora de nada de cuanto he hecho, todo ha estado siempre bien, incluso
el haber nacido el treinta de febrero como ellos dicen, porque voy a
desaparecer para siempre. Con el tiempo se demostrará mi existencia y que mi
muerte fue necesaria para demostrarlo al mundo, simplemente esta aberración
jurídica quedará patente en los anales de la justicia. Es mi muerte, mi muerte,
sólo la mía, la muerte, mi muerte lo que ahora importa....
Miguel Álvarez Ruiz.
NOTA:
Esta carta fue encontrada mucho tiempo después en su celda por uno de los
carceleros que me la dio a mí para que yo la hiciera pública. He de añadir que
la sentencia no se cumplió nunca y que Miguel Álvarez Ruiz quedó relegado y olvidado
en su celda esperando esa muerte tan deseada por él y que nunca llegaba. Una mañana
lo encontraron tendido en el suelo de la celda rodeado de un gran charco de sangre. Se había cortado las venas con
un hierro que consiguió en un descuido de sus guardianes,
y
había muerto al fin desangrado. Demostró de este modo su realidad y su existencia. Había nacido y
había, en consecuencia, muerto. No se hizo pública nunca la noticia de tal suceso. Se hizo desaparecer su
cadáver y se borró su nombre de todas las listas y documentos en donde
antaño figurara. Se eliminó cualquier rastro o recuerdo de él: nunca existió a
partir de entonces para nadie. Al menos eso he podido constatar al intentar
indagar sobre esta persona. Nunca
existió y sin embargo aquí está y queda
su testimonio.
(El tenedor de la carta dejada por Miguel Álvarez
escondida en algún lugar de su celda).
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