ANDRÉS MARCO

domingo, 6 de abril de 2014

30 DE FEBRERO

30 DE FEBRERO


Al Tribunal Supremo del Pueblo, único con poder para hacer justicia:
Como mi situación no es demasiado conocida, dado el secretismo  en que ha sido llevado mi proceso, está claro que todos aquellos que se sienten involucrados, excepto yo, han hecho cuanto estaba en sus manos y mucho más para silenciar mi caso, voy a explicarlo brevemente. Me encuentro desde hace dos años en una celda del penal de Ocaña, aguardando que llegue  la hora suprema, el fin último que me redima y que, a su vez, solucione el conflicto: ni más ni menos que mi muerte.
Fui condenado por los tribunales a esta pena. Hace cosa de un año recurrí al Tribunal Supremo de Justicia, mas éste ratificó, como era de esperar, la sentencia:"morirá fusilado". Hoy, esta noche, es la última para mí: mañana todo se habrá acabado. No tengo un mañana, qué le vamos a hacer, y, si soy sincero, lo acepto, tal vez eso sea lo mejor que puede ocurrirme. Así que no crean que éste relato pretenda  una nueva apelación; no, estoy resuelto a morir por algo que supongo habré hecho y que yo al día de hoy  desconozco. Ne pido  tampoco clemencia, ésa  no es mi intención. Se me juzgó por un delito muy importante según consta en el sumario hasta hoy secreto, mas nunca se mencionó cuál era éste, yo al menos no lo conozco ni nadie me lo ha comunicado. Alguna vez oí al fiscal referirse a la fecha de mi nacimiento, y creo entender que mi delito está ahí: en esa fecha tan importante para mí y tan insignificante para todos los demás.
Verán. Yo nací en un pueblo de provincias un dos de marzo. Mi padre a la mañana  siguiente fue al Ayuntamiento para empadronarme y rgistrarme como nato. El secretario al inscribirme en el libro de registro  confundió la fecha por lo visto. Y puso: "Miguel Álvarez Ruiz, nacido el treinta de febrero de 1947 a las cinco horas de la mañana; hijo de José y de JuIia...". Según mi padre esta confusión se debió a una errata
en el calendario que había allí,  en la pared de la oficina, La página correspondiente a este mes constaba de treinta días y el secretario sin darse cuenta se equivocó. Yo he celebrado siempre mi cumpleaños el día dos de marzo, ya que no tenía noticia del error.
Al presentarme para hacer el servicio  militar el oficial de reclutamiento, viendo el libro de familia, me comentó: "Con que con bromitas, ¡eh!. Así que usted nació el día treinta de febrero. Pues mire por dónde esto le va a costar caro". Y no dijo nada más. Al cabo de una semana vinieron dos policías a buscarme a casa; llevaban una orden de detención contra mí. Yo, como no había hecho nunca nada malo, les acompañé a la Comisaría muy tranquilo. Bueno, he de decir que por ésta época yo ya residía en Barcelona. Me encerraron en una celda y por la noche me dieron una paliza que me dejó bastante mal por algunos días. La paliza no me extrañó, todo el mundo sabía que iba con la detención, nadie se libraba de ella hubiese hecho lo que hubiese hecho, era consustancial  al paso por las celdas del calabozo, nadie se libraba de la misma. A los ocho meses de estar detenido  vino un día  un abogado a verme y me dijo, entre otras cosas, que no me preocupara, que él me sacaría de la cárcel costase lo que costase, no podían retenerme más tiempo, dado que el expediente en contra mía estaba en blanco. No tenía nada que temer: yo no había cometido ningún delito, no se me acusaba de nada. Me informó que dentro de veinte días se vería  mi caso en los tribunales y que no tuviese miedo: todo se debía a un error fácilmente entendible y, en consecuencia, subsanable, nada más era necesario cumplir el trámite previo de pasar ante un tribunal para ponerme en libertad. Él  esperaba que todo sería cuestión de puro trámite una vez aclarado el error cometido.
El juicio comenzó a las once de la mañana. Por lo visto nadie perteneciente al estamento de la justicia le gusta madrugar. Entró el juez en la sala, nos pusimos todos de pie y después de los trámites ordinarios de procedimiento, pura parafernalia de puesta en escena sobrante y fuera, para mi entender, de lugar se inició la sesión. Comenzó el fiscal diciendo que se me acusaba da haber nacido el día treinta de febrero da mil novecientos cuarenta y siete y que por lo tanto yo no existía, que era un impostor, dado que este día nunca existió y yo no pude nacer en él. Se le acusa de no existir, de ser un usurpador de la persona humana, y dirigiéndose a mi añadió: "Usted es un insulto al mundo, usted debe morir y desaparecer porque usted nunca ha nacido". Mi abogado quiso protestar, alegar que aquello era a todas luces una aberración, una infamia, que el fiscal  desvariaba, que se había vuelto loco, y muchas cosas más. Pero la verdad es que debo señalar que jamás le dejaron decirlo, le impidieron abrir la boca, no pudo quejarse ni argüir nada, el juez le limitó a señalarle con el dedo y amenazarlo de desacato si decía algo en mi defensa. Y  éste fue todo mi juicio. Cuando terminó de decir esas absurdas palabras el fiscal, sin más pruebas que el libro de familia de mis padres, y silenciada mi defensa, el juez ordenó que me pusiera en pie y a continuación y sin que mediara más preámbulo, dictó sentencia: "Miguel Álvarez Ruiz, usted es culpable de no haber nacido nunca y de no existir, y por eso debe desaparecer. Yo, en ejercicio de las potestades que me han sido concedidas, le condeno a morir  ante un pelotón de fusilamiento. Mientras llega su hora deberá permanecer confinado en la prisión de Ocaña".
¿Qué delito he cometido? No lo sé. ¿Soy culpable de algo? Tampoco lo sé, ni me importa ya. Inmediatamente después de haberse dictado sentencia, fui conducido hasta aquí. Mientras, mi abogado preparó la apelación al Tribunal Supremo. Nos costó
medio año llegar hasta este y el veredicto fue el mismo: se ratificaba mi culpabilidad pero no mi muerte porque  cumpliendo la sentencia lo reduciríamos a lo que ya es: la nada. Si fuese una persona, ratificaríamos la condena a muerte. Posiblemente al final lo hagamos - continuaba el veredicto a nuestra apelación- pero por el momento debemos estudiar el caso mucho más a fondo, dado que el "ente" en cuestión parece ser que no existe ni ha existido nunca. Y no se puede eliminar, ejecutar a una persona que no es persona, ni ha nacido, y que simplemente es "la nada".
Mi ejecución debe cumplirse  mañana por la mañana a las nueve horas, pero no sé si se efectuará; falta la decisión del tribunal Supremo de Justicia. Se me acusa de no haber nacido. No lo comprendo, no llego a entenderlo. Si se me acusa es porque existo, sino no podrían acusarme de nada. Y mucho menos atribuirme delito alguno. Soy un ser abstracto que nunca fue ni será: nací el treinta de febrero, y éste día no figura en el calendario, no se corresponde, no pertenece a la sucesión del tiempo, luego yo no puedo tener tiempo. Y sin embargo tengo dimensión, espacio, ocupo un lugar. Soy una realidad y en consecuencia existo. Ya no entiendo nada de nada. Yo nací aunque fuera en un día que nunca fue. A mi eso no me importa lo más mínimo: nací y voy a morir. Ya todo me tiene sin cuidado, qué  puede importarme lo que decidan  sea la decisión que sean,   al menos me van a dejar por fin tranquilo y ya no hará falta demostrar nada sobre mi nacimiento, todo quedará resuelto así para siempre, les resolverá  su dilema. Mi muerte va a ser suficiente. Moriré resignado y tranquilo: será la solución de mi problema. Mañana es el día señalado, unos instantes y después la nada, la gloria, el infinito.
También existe la posibilidad de que el Supremo dicte una resolución más justa y me liberen de esta pesadilla atroz. Pero no creo que lo hagan. Lo más factible es que se aplace "sine die" el momento de mi ejecución. No he nacido nunca, luego no existo, luego no pueden fusilarme; matarme sería demostrar mi existencia y ellos son lo suficientemente listos para comprender esto: mi muerte supone mi autoafirmación, y la contradicción de los tribunales. Y me dejarían para siempre aquí, fuera, alejado del mundo, y yo esto no podría resistirlo, me mataría o me moriría de dolor. Pensándolo bien, es mejor que me fusilen y demuestren así mi realidad. La hora ya está más cercana, dentro de poco vendrán a buscarme y me fusilarán; no podrán detener mi ejecución. Me siento más alegre que nunca: el Supremo no ha dicho nada; no ha vuelto a pronunciarse, si hubiese decidido algo que cambiara mi situación  lo habría comunicado antes, así que voy a morir, no van a poder impedirlo. He de terminar esta carta para que si alguien la encuentra pueda dar testimonio de mi vida y de mi proceso. Para  que el mundo se entere de las cosas que pasan es necesario que esto ocurra y que yo hoy, dentro de un rato, muera. No me arrepiento ahora de nada de cuanto he hecho, todo ha estado siempre bien, incluso el haber nacido el treinta de febrero como ellos dicen, porque voy a desaparecer para siempre. Con el tiempo se demostrará mi existencia y que mi muerte fue necesaria para demostrarlo al mundo, simplemente esta aberración jurídica quedará patente en los anales de la justicia. Es mi muerte, mi muerte, sólo la mía, la muerte, mi muerte lo que ahora importa....


                                                                                                              Miguel Álvarez Ruiz.



NOTA: Esta carta fue encontrada mucho tiempo después en su celda por uno de los carceleros que me la dio a mí para que yo la hiciera pública. He de añadir que la sentencia no se cumplió nunca y que Miguel Álvarez Ruiz quedó relegado y olvidado en su celda esperando esa muerte tan deseada por él y que nunca llegaba. Una mañana lo encontraron tendido en el suelo de la celda rodeado de un gran  charco de sangre. Se había cortado las venas con un hierro que consiguió en un descuido de sus guardianes,
y había muerto al fin desangrado. Demostró de este modo  su realidad y su existencia. Había nacido y había, en consecuencia, muerto. No se hizo pública  nunca la  noticia de tal suceso. Se hizo desaparecer su cadáver   y se borró su  nombre de todas las listas y documentos en donde antaño figurara. Se eliminó cualquier rastro o recuerdo de él: nunca existió a partir de entonces para nadie. Al menos eso he podido constatar al intentar indagar sobre  esta persona. Nunca existió  y sin embargo aquí está y queda su testimonio.

(El  tenedor de la carta dejada por Miguel Álvarez escondida  en algún lugar de su celda).

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