MÁS ALLÁ
Recuerdo
que desde siempre, desde que era muy pequeño, he sentido un especial interés por el
problema del tiempo. Era algo que no podía evitar: me atraía irresistiblemente.
Por qué nos hacemos viejos, por qué unos nacen y otros mueren. Por qué, por
qué.
Era
una pregunta que no conseguía eliminar de mi mente por más que lo intentara. La
respuesta sencilla de "es ley de vida" que siempre me aducían cuando
preguntaba a los que se supone sabían algo sobre el tema, no me bastaba. Por qué, por qué. No sería mejor y mucho más
bonito que no muriese nadie, que siempre, a partir de un cierto momento de
desarrollo, permaneciéramos igual, o que al menos al llegar a una cierta edad se
detuviese nuestro continuado envejecimiento.
Mas entonces no podría nacer nadie
y tampoco habría nacido tampoco yo. Si unos nacen es porque otros mueren.
Yo al nacer, de algún modo, obligué, sin querer, sin proponérmelo, sin que
pudiera hacer nada en contra, a otro ser humano
a morir porque yo debía ocupar su lugar en el mundo. Era algo que yo no
llegaba a comprender demasiado bien. Pero seguía intrigándome: por qué nos
tenemos que hacer viejos. Por qué para que yo viva otro ha de morir antes y yo
tendré que marcharme, morirme, para que otro venga a ocupar mi sitio.
Cuando
cumplí los quince años este problema seguía dándome vueltas en la cabeza, como
pájaro que revolotea sin ser capaz de encontrar su nido: por qué, por qué. Un día
vino a mí lo que se dice una idea feliz: "está bien que todos mueran- me
dije. Sin embargo yo he de encontrar la forma de no morir. He de intentar ser
"inmortal". Y a partir de entonces comencé a estudiar los libros que
trataban sobre el tema de la esencia y la existencia. En un principio me preocupé
por los filósofos de la antigua Grecia: Sócrates, Platón, Aristóteles, Heráclito,
Parménides, Demócrito, etc. Todos ellos me fueron de gran ayuda. Después proseguí
con los filósofos posteriores que podían serme útiles o al menos irradiarme un
poco de luz entre tantas tinieblas (Liebnizt, Spinosa, Hegel, etc.) hasta llegar
a los existencialistas. Lo cierto es, y he de confesarlo públicamente, que si
bien me sirvieron de algo, no llegaron a resolverme gran cosa. La oscuridad
seguía patente y nada presagiaba que pudiera vislumbrar al menos un leve atisbo
de luz. Y fue entonces - cuando más o menos había cumplido los veinte años- cuando
decidí buscar en libros más antiguos y más
profundos, y sobre todo más heterodoxos, especialmente orientales que tratasen
sobre la milenaria filosofía hindú, sobre prácticas y religiones antiguas que
en su día proliferaron en esas latitudes y que aún hoy perduran aunque sólo sea
como privilegio de unos pocos que han renunciado al camino de la falsedad de lo
que vemos y que persiguen adentrarse en el mundo de la luz. Bueno, así mismo
también buceé, con gran ímpetu, en todos aquellos libros prohibidos relegados en las viejas
estanterías de las viejas bibliotecas, de donde no salen nunca.
Así
fue como al final cayó en mis manos el famoso y fabuloso
"Necronomicon" del loco Abdul Alhazred, publicado en Simancas en 1665
en su versión latina. Fue el libro que, tal como yo esperaba de él, me abrió
definitivamente las puertas del misterio que yo perseguía desde hacía tanto
tiempo.
Mi
cometido era difícil mas yo estaba dispuesto a llevarlo a cabo fuera como
fuera. Se trataba de conseguir parar el tiempo en mi vida mediante una fuerte
concentración mental. Debía conseguir parar mi reloj vital mediante mi fuerza
psíquica y así lograría detener mi tiempo. Detener mi tiempo, deteniendo el
medidor del mismo. Si no hay medida no pasa, no avanza, no cuenta. Debía
abstraerme totalmente del mundo que me rodeaba y ensimismarme más y más en la
voluntad de detener mi tiempo. Yo sabía que me iba a costar mucho, tal vez
demasiado, incluso existía la posibilidad de no lograrlo y fenecer en el
intento, quedar fuera del espacio tiempo para siempre, pero necesitaba
conseguirlo.
Poco
a poco, después de mucho tiempo desperdiciado en intentos fallidos, logré parar
un rato mi reloj mediante el esfuerzo de control de mi voluntad. Esto ya era
algo, significaba que estaba, con toda
seguridad, en el camino correcto. Podía hacerlo y debía proseguir por ahí: yo conocía
ya bien la teoría de la relatividad. Sabía que no había tres dimensiones, sino
que el universo, el todo absoluto, está lleno de infinitas dimensiones relativas
todas ellas, preñado de infinitas posibilidades. Todos nos movemos de forma
cotidiana en nuestras vidas en cuatro dimensiones, de las que controlamos bien
tres. Yo estaba obligado a dominar como mínimo cuatro de las cinco posibles que
tenemos a nuestro abasto: largo, ancho; alto, tiempo e inconsciente. Después de
varios años de prácticas la cuarta dimensión no me era difícil de controlar. Conseguí
detener mi tiempo, mas esto no es suficiente. Era necesario detenerlo
totalmente y a la vez poder dominar mi inconsciente para no quedarme parado. El
problema ahora no consistía en parar mi tiempo, sino en superarlo, pasar por
encima de él y esto sólo me era posible dominando la quinta dimensión. Estaba
claro, las cinco dimensiones no son más un todo que nosotros fraccionamos para
poder comprenderlas pero que en realidad, si pretendemos llegar más lejos, es
preciso abarcarlas en su conjunto, tratarlas como si nada más se tratase de una
con cinco componentes que no es posible aislar. Debía recordar libremente y
dominar todos los recuerdos acumulados a lo largo de todas mis vivencias
anteriores y presentes, de todo lo vivido y de todo lo soñado, de todo cuanto
se había almacenado en mi mente y que yo desconocía, porque todo eso constituía
la clave que daría solución a mi
problema.
Había
transcurrido ya mucho tiempo, por aquel entonces yo había cumplido treinta y ocho
años, y ya empezaba a dudar de los posibles resultados satisfactorios. Pero debía
continuar a pesar de las dudas Después de todo el esfuerzo dedicado y gastado
para llegar hasta ahí desistir hubiese supuesto echar todo por la borda y
aceptar el fracaso como algo inherente a la pretensión de la vida eterna. No,
no podía, ni debía, renunciar ahora. Había
que intentarlo. Si lo conseguía sería
inmortal. Nada menos que inmortal para siempre.
Fue
a esta edad cuando me di cuenta de que no era posible mi empresa: yo quería
detener, eliminar totalmente una coordenada, una dimensión del Todo Absoluto, y
esto era imposible, no podía hacerse. Si bien siempre corrieron rumores de que
otras personas habían arribado con éxito a mi pretendida meta cabía la duda de
que fuese realmente cierto. Yo, supongo que como ellos, no perseguía eliminarla
completamente, sino tan sólo borrarla de mi existencia. Yo buscaba convertirme
en esencia, desprenderme de mi cuerpo y seguir habitando en el mundo real y
esto daba la impresión, llegados a mi punto de travesía, que no era posible. Alcanzase
el grado de concentración mental que alcanzase no lograría jamás la abstracción
total y no podría, por tanto, eliminar
nunca dicha coordenada.
Tres
años más tarde, una vez desengañado y cuando ya iba a abandonar me percaté de
que si no era posible eliminar el tiempo, sí al menos podía hacer una traslación
de mi vida a través de esta dimensión. Volver a nacer y a partir de mi nuevo nacimiento,
con mi nueva vivencia, buscar la solución por otros caminos. Conociendo los
errores cometidos a lo largo de mi intenso y escabroso estudio, debidamente
comentados y anotados, y dejados cerca
para poder consultarlos y seguirlos, volver a empezar sin cometer los mismos
fallos y seguir y seguir hasta dar con la solución final. Entonces alcanzaría
la deseada inmortalidad. Reconozco que no me resultó difícil hacer esa traslación
a través del tiempo. Sería una insensatez por mi parte explicar cómo lo hice. Lo
único cierto es que lo logré, que regresé, a través del pasado, a nacer.
Desde
pequeño siempre tuve especial interés por el problema del tiempo. Por qué unos
nacen y otros mueren. Por qué, por qué. Me propuse un día intentar ser inmortal
y empecé a estudiar los libros que podían orientarme sobre el problema....
El
resto ya es conocido. Al llegar a los cuarenta y un años conseguí proyectar mi
persona a través del tiempo para volver a nacer repetir mi experimento sin
cometer los errores anteriores. Y por desgracia repetí inevitablemente el mismo
ciclo. La verdad es que no sé cuánto tiempo llevo así porque siempre estoy
jugando con él: al intentar y conseguir con éxito, desde la primera vez, mi
traslación en esta coordenada volvía a nacer de nuevo, pero habiendo olvidado
todo lo trabajado en mis vidas anteriores, incluso sin poder disponer de las
anotaciones tomadas, de modo que lo único que iba a hacer al llegar al mismo punto era empezar
nuevamente y repetir una vida, un ciclo, un cúmulo de errores, que no iba a
cambiar absolutamente en nada de la anterior. Volvía a nacer cada vez, y vivía desde muy pequeño con la misma obsesión y lo
cierto es que vivo cometiendo los mismos
errores hasta llegar al mismo final de siempre: mi traslación con nuevo
nacimiento para recomenzar mi estudio
sobre la inmortalidad. Y así mi vida y mi experimento se repite y repite cada
cuarenta y un años.
Ahora
sólo pienso en detener, sea como sea, estas fases cíclicas, y poder salir de la
rueda para morir como cualquier otro ser
humano. Pero, según entiendo, ya es demasiado
tarde. Yo puse en movimiento el sistema y éste no se detendrá nunca. Sé que no
llegaré a ser inmortal, al menos como yo lo pretendía porque hasta el momento nazco cada vez para volver a nacer y nacer sin
poder morir. Lo he logrado en cierto modo, pero esta inmortalidad no es la que
yo pretendía.