ANDRÉS MARCO

jueves, 3 de marzo de 2011

MI SILLÓN


Me siento en mi sillón esperando el merecido descanso. No es así. Como cada día sus muelles me catapultan hacia arriba. Sin remisión, sin aviso previo. Jamás me dejará en paz. Es un sillón viejo, arisco y protestón que no tiene arreglo. Cada día que pasa tiene menos aguante. La tiene tomada conmigo. Él y yo subimos y bajamos. Sus muelles se quedan tersos arriba; les falta elasticidad de puro gastados que están. Sé que debería reemplazarlos por unos nuevos, pero nunca encuentro el momento propicio. Arriba dejamos que el sol nos caliente. A pesar de que hace signos inequívocos de que le molesta. Es un medio sol nada más. Qué le vamos a hacer, nos conformamos con lo poco que nos ofrece: estamos en pleno invierno y tampoco es tan inusual que apenas de calor. Debería ser un sol como cualquier otro, como el de todos los días: sin embargo éste es distinto: es cuadrado y no tiene rayos, no le han salido aún. Además, calienta de otro modo; su calor apenas se nota y eso que se esparce por doquier, como el de las viejas estufas catalíticas. Y es de color verde. Nunca había visto un sol de este color. Parece como si acabara de nacer y aún no dominara su oficio de sol. Puede que ni lo conozca, que no sea más que un mero aficionado que aspira a llegar un día a ser sol. Un cachorrico de sol con demasiadas pretensiones. Es lógico: su juventud y falta de experiencia le lleva a cometer errores. Es un auténtico novato. Nos está molestando. Es un intruso que busca interferir de algún modo en la polémica que el sillón y yo mantenemos y no sabe cómo. Ambos somos viejos amigos que no hemos sabido encontrar otro medio de diversión. Tal vez sea que en todos estos siglos que llevamos juntos ya nos lo hemos dicho todo, y agotadas todas las posibilidades de las palabras, como en los viejos matrimonios, no nos queda otro recurso más que encontrarnos de cuando en cuando, cada vez menos, pura rutina, y entablar estas disputas que a nada conducen para dilucidar quién prima sobre quién: sus muelles vetustos, oxidados y chirriantes o yo que, aunque no parezco el mismo, todavía  me queda el coraje suficiente para enfrentarme a un viejo sillón tozudo y sin modales. De momento me he aposentado en él. Es posible que al final me toque levantarme y dejarlo, cansado de tanto subir y bajar sin sentido, aparte de la permanente disputa que mantenemos. Por el momento voy ganando yo, como cada vez que nos enfrentamos. Aunque no le oigo, sé que está resoplando, que le falta el aliento. Ya no es como antes. Entonces sí que los dos éramos jóvenes y luchábamos de verdad. Ahora no son más que simulacros de lo que en otros tiempos nos divertía. Más que nada para recordar las viejas hazañas, nuestras mutuas batallas. Todo iría bien si no fuera por ese solucho ajeno a nosotros que no sabemos de dónde ha salido y que lo único que hace es molestarnos entrometiéndose en algo para lo que no ha sido llamado. Mi sillón es muy tímido, siempre lo ha sido. Se ruboriza por nada. El único amigo que tiene soy yo. Él confía en mí. Tendré encontrar una solución como sea. No quiero un sillón incómodo. Cierro los ojos para no verlo, pero no se da por enterado. Sigue ahí, delante de nosotros, con esa cara de no haber roto nunca un plato, con esa cara de inocente que únicamente los más tontos saben poner. Y además, todo verde; es deprimente. Parece más una manzana  que un sol. Si fuera una manzana me la comería y todo solucionado, Se habría acabado el problema del intruso. Pero no lo es. Sólo lo parece. Habrá que aguardar a que llegue la noche, aunque a lo mejor con éste es distinto, como es novato igual aún no lo sabe. Tengo una idea. Apago la luz de la habitación para engañarlo con esta estratagema. Luego le chisto: « Pisst, pisst», y le señalo con el dedo detrás de él. Se asusta muchísimo ante la oscuridad, seguramente nueva para él, y sale corriendo como un potro desbocado sin dirección fija. Al fin volvemos a estar los dos solos, como los matrimonios viejos, mi sillón y yo dispuestos a seguir con nuestra pelea: arriba... abajo... arriba... abajo intentando tirarme él, intentando no caerme yo... arriba... abajo... arriba... abajo...

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