ANDRÉS MARCO

jueves, 14 de abril de 2011

PROMETEO

¡Mírame con detenimiento!. ¡No tengas miedo!. Me ofrezco a ser tu modelo de comparación. ¿No tienes con qué compararme?. ¡Allá tú!. Es tu problema. No me vengas con cuentos. No te va a servir de nada. ¿Qué quieres que te diga, que lo comprendo?. No. Nunca he llegado a alcanzar los revesados vericuetos de tu pensamiento. Es algo que se me escapa. ¡Escapar!... sería la solución. Y es más, aunque te disguste añado que no es culpa mía. Tú siempre tiendes a encontrar culpables a los demás. Y es posible que así sea. Es lo más sencillo. Y lo más fácil. Y también lo más cómodo. Te acostumbraron con toda seguridad a ser así de arrogante desde el principio. En todo momento pretendiendo ser más que los demás, con tus detalles, tu afectación, tu aire de... Tu pose, en suma. ¿Qué sacas con ello? ¿Acaso te divierte?. ¿Qué ganas?. Personalmente creo que nada. ¿Todavía no te has cansado de estar así, siempre encadenado?. Al menos debe de ser muy aburrido. Dime la verdad, aunque te duela el reconocerlo, a que sí...  Venga, no te inventes nuevos cuentos, conmigo no, no trago, sabes. Y no arguyas que te hicieron así, que siempre te han concebido de este modo, desde siglos de los siglos, que tu origen es inmemorial y que siempre te han visto sujeto. Es posible que tengas razón. Seguro que la tienes. Tú apenas haces nada para evitarlo. Eres un masoquista, seguro que te gusta. Cadenas en los pies y en las manos, atado eternamente a la roca, sujeto a ella, tu fiel compañera, integrándote hasta confundirte con ella, como si siempre hubieseis sido la misma cosa. Amor eterno a la roca. A veces te miro, te observo con sumo detenimiento, yo también soy capaz de hacerlo, sabes, y la verdad es que no te entiendo. ¿Te gusta estar así, siempre en la misma posición? Supongo que no, que a nadie con dos dedos de frente le debe resultar cómodo, tal vez en un inicio sí, por la novedad, y sobre todo si eres un exhibicionista, como tú, pero después... siempre hay un después. Esta condena, la cadena, te castigaron a permanecer eternamente atado para que todos te viésemos. Ahí, fijo, sin moverte, en el mismo sitio, fiel espectador de nuestro mundo, con la cabeza bien erguida, lleno de orgullo a pesar de los pesares, desafinaste de los dioses, esperando que llegue el águila de cada día para alimentarte. Es tu destino. Sin embargo, hay algo que sigo sin comprender, y dudo mucho que tú seas capaz de responderme. ¿Cuál es tu culpa, Prometeo, cuál que no tiene perdón?. ¿Acaso existe el castigo eterno sin redención?. ¿Es que los dioses no conocen el perdón?. ¿Acaso son tan crueles?. Contéstame, Prometeo, ¿es posible el castigo sin perdón?.

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