ANDRÉS MARCO

jueves, 14 de abril de 2011

MARIA DE LAS MERCEDES


Nos  vamos acercando con lentitud a la casa por un sendero  lleno de polvo, apenas transitable, conscientes  de que nos aguardan, aunque  María de las Mercedes  hace  tiempo que dejó de esperar a alguien; nunca nadie se acerca a La Casa para verla a ella o, al menos, reconocer sus propiedades... antes sí eran muchos los que venían los fines de semana acompañados del marido de María de las Mercedes  para pasar una  larga jornada de caza por las fincas de La Casa; claro que entonces eran otros tiempos, ella era  joven, tenía tremendas ganas  de vivir, de saborear todas y cada una de las horas que pasaban, sentía correr por sus venas una sangre líquida y presurosa, fluida... ahora es distinto, ya nadie se acuerda de María de las Mercedes que, seguramente, estará sentada en un cómodo sillón, esperando, en su continuado descanso, deseando que La Casa se ponga en movimiento... aunque ella sabe muy bien, demasiado bien, que eso es imposible... únicamente quedan sus recuerdos, como escenas  cinematográficas en blanco y negro gravadas para siempre en su mente, de lo que una vez fue y que un día, con una guerra de por medio, se desvaneció... seguimos caminando por el sendero porque hay que llegar, mientras el sol continúa arriba  torturándonos en esta calurosa mañana de verano, aproximándonos a esa casa con visos de grandeza pasada, testimonio  de lo que antaño era, rodeada de árboles y césped por todas partes, surgiendo desafinaste en medio de esa  naturaleza que  María de las Mercedes se ha encargado de que no cambie con el paso cansino de los años, dándole las órdenes precisas a Rodrigo todas las mañanas sobre  lo que hay que hacer y  no hacer cada jornada en el jardín, cómo podar las rosas, cuándo deben hacerse los trasplantes, cuándo injertar los distintos tipos de rosales para lograr esas primorosas flores inigualables, únicas, acordes  con su forma de ser; entonces sí,  antes de la guerra , María de las Mercedes  estaba en todo, no se le escapaba  nada de la actividad diaria de la casa; también ahora continúa dando órdenes aunque está convencida de que ya nadie las cumple, de que nadie ya hace  caso a una vieja achacosa y maniática que pasa toda la jornada sentada en un sillón, alimentándose de sus recuerdos , mientras las cosas se desvanecen y se mutan, en una sala de amplios ventanales  por los que se divisa el horizonte lejano de su hacienda, que aún mantiene toda suya, aunque cada vez menos, hectáreas y mas hectáreas de  terreno que ella quiere conservar en sus manos acariciándolas, reconocer sus surcos y desniveles con los dedos, como si de su propia piel se tratara, cada vez más vieja y apergaminada, sin esperanza de crema  que la revitalice, para percatarse  de que  el tiempo va  dejando en ellos unas huellas apenas perceptibles, cambiando las piedras de lugar, como ella hacía cuando era pequeña y podía  corretear  toda  la mañana de un lado a otro sin que  nadie se metiera con ella, tan sólo de vez en cuando el saludo de algún trabajador de la finca que acertaba a pasar por allí: "Buenos días, niña María de las Mercedes"; ahora ya nadie le da los buenos días, pasan cerca de ella y hacen como si no la vieran, como si su presencia se hubiese integrado con las paredes, con los muebles, con el paisaje, con los retratos de la familia, de los antepasados, aquellos rostros que siempre estuvieron colgados en las viejas paredes y que tanto temor le infundieron cuando era pequeña... tal vez no les falte razón, a fuerza de la costumbre, el estar siempre en el  mismo sitio, sin moverse apenas, llamando a voces a Martina para que le traiga rezongando un vaso de agua o algo de comer, cada vez menos, eso también es cierto ... la poca gente que ahora vive en la casa se ha acostumbrado a verla abstraída, absorta en sus pensamientos, jugando con sus recuerdos como si fueran ajenos a ella, y la han tomado por un trasto viejo  e inútil, nada más Merceditas de vez en cuando se acerca a verla para preguntarle: "¿cómo te encuentras hoy, abuela?", la niña Merceditas que todavía no se habrá levantado, nunca lo hace antes de las once, sabedora de que  no tiene nada que hacer, en La Casa nunca nadie tiene nada que hacer ... tampoco su madre se ha levantado aún ... La Casa aún no respira, hace tiempo que no late y  sabe  que  jamás  volverá a hacerlo; ahora tan sólo quedan unos  personajes a modo de fantasmas que alguna que otra vez osan moverse, cambiar de posición, cada vez menos, deambulando de por ninguna parte, total para  qué ... los tiempos y las circunstancias , esencialmente las  circunstancias, han cambiado ... quizás podrían vender la casa y la hacienda, tal como dice Mercedes, y marcharse, salir huyendo, a la capital, pero allí qué iban a hacer ... exactamente lo mismo que aquí : nada, no vale la pena moverse para no cambiar, para no mejorar, para seguir sintiéndose fuera de juego; es preferible este perpetuo letargo en el campo, en la eterna morada, al menos mientras María de las Mercedes siga viva; ella nunca aceptaría  abandonar La Casa, su casa, la casa que la vio nacer, la casa en la que vino al mundo su hijo y después Merceditas, mejor no hablar de ello, ni mentarlo ... algún día, puede que muy pronto, la abuela muera, cada día que pasa es uno  más en su lenta y  silenciosa agonía, en ese ir muriéndose poco a poco, calladamente , extinguiéndose como la llama de una vela  demasiado tiempo encendida; entonces sí se podrán realizar los cambios necesarios, terminar con lo poco que queda desde que la guerra se llevó a papá y a Julio... Mercedes así mismo recuerda los tiempos en que también ella fue joven como la abuela, los tiempos en que también ella fue feliz en La Casa, recién llegada; pero desde que Julio, mi querido Julio, el único amor de mi vida al que siempre le he sido fiel,  marchó para no volver jamás y tuve que encargarme de  la hacienda todo  ha sido tan distinto, vender y vender poco a poco las tierras sin que María de las Mercedes se enterara para  poder seguir tirando, para hacerle un poco  más agradables los días que le restan, consciente de que no hay que despertarla de sus dulces sueños ... para mamá hace tiempo, desde el 39, que la realidad , el presente, dejó de existir... tampoco le hace falta, ella así es feliz, a su modo, como ensimismada en su propio cuento, haciendo ver que no se entera de nada, empecinándose en hacernos creer que todo es igual que antes, desde ese sillón del que apenas se mueve, mientras cada vez le cuesta más respirar, con lágrimas en los ojos preguntando por cuándo regresarán Julio y papá, diciendo, gritando, exigiendo que quiere verles inmediatamente a pesar de que ella sabe perfectamente que ambos murieron en  la guerra , que salieron una mañana calurosa como ésta  en el Citroen, había contrarevolución , había rebeldes sublevados contra La República, había que defender el poder del pueblo legalmente constituido... ¿quién les mandó ser republicanos a ellos, ricos hacendados, cuando los  suyos estaban sublevados? ... nunca llegaron a Madrid, según supimos después, cuando todo terminó, los detuvieron y fusilaron antes, por error, ellos iban para  defender al pueblo, al gobierno de la República, y fue el propio pueblo quien segó sus vidas; ahora las cosas son distintas, ha sido necesario adaptarse, seguir viviendo sin poder  recurrir en ningún momento al  nuevo poder, a los nuestros, ¿ con qué cara vamos a pedirle algo?... suerte que nos hayan dejado seguir viviendo sin apenas molestarnos, ignorándonos ... siempre hemos sido republicanos, con orgullo de serlo  no vamos a cambiar ahora por un plato de lentejas ... eso nunca, la memoria de Julio y de papá nos obligan a  ello.
Seguimos caminando, acercándonos a La Casa, sabedores de que  nos esperan, conscientes de que en ella únicamente quedan dos mujeres, madre e hija, pegadas al sillón de María de las Mercedes, junto al cuerpo inerte de María de las Mercedes que al fin es tan sólo una amalgama de sueños y recuerdos, ya no más realidad, ya no más tiempo que pasa lentamente, nada más sueños ...


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