ANDRÉS MARCO

jueves, 14 de abril de 2011

NOCTURNO




Siempre me ocurre lo mismo: primero, la tensión del tráfico a lo largo de las calles de la ciudad, iluminadas, repletas de semáforos y de coches que todo lo interrumpen, lo alteran; después, la veloz huida por la autopista viendo todo de color naranja: el suelo, las rayas blancas delimitando los carriles, las vallas en los lados, el jardín sin flores, nada más césped, en el centro, una bruma oscura y difusa a los lados y los coches que me adelantan con sus siluetas monótonas, estúpidas, entre anaranjadas y negras dentro; todo es naranja, distinto, como cubierto por una atmósfera que convierte a la realidad en algo menos real si cabe, y a veces pienso que conduzco demasiado rápido y me entran unas enormes ganas de desviar bruscamente el volante de mi coche y abalanzarme bien contra las vallas laterales de protección o bien hacia el centro de la calzada en el momento en el que un coche me está sobrepasando: chocaría contra el mío: la colisión resultaría demasiado fuerte: invadiríamos, con toda seguridad, la vía contraria: y de venir otro coche en dirección opuesta a la nuestra, él también participaría en esta colisión múltiple: ¡magnífico!, por lo menos yo moriría: la solución perfecta para resolver de un solo golpe demasiados problemas, después lo pienso mucho mejor y estoy seguro de que algo en mi no funciona, no concuerda, tal vez me esté volviendo loco, puede, incluso que todos lo estemos ya puede ser que el equivocado sea yo, pero hay momentos en los que comprendo que no estoy nada bien, me siento como neurasténico, y es entonces, en esos momentos, cuando todas estas ideas tan descabelladas y nocivas circulan por mi cabeza,  como yo con mi coche lo hago por la autopista a toda velocidad, y después me cuesta mucho creer que yo solo he sido capaz de pensar en todas estas cosas y... y no lo encuentro normal, no lo veo lógico, acorde con lo que debo pensar y con lo que debe de ser, y entonces me río de mí mismo y piso con más fuerza el acelerador, aprieto e intento fundir el pedal contra la chapa del fondo y sentir en mis brazos toda la potencia de mis caballos desbocados, como a mí me gusta, pero entonces ya estoy fuera de la autopista, he dejado esa ruta hace un rato para adentrarme ahora en carreteras solitarias, en la penumbra de la noche, invadida, mancillada, desvirgada por las luces penetrantes de los faros de mi coche, y el ruido del motor rompe el silencio de la montaña, y yo sé que debo sosegarme porque así no puedo seguir conduciendo, me expongo demasiado en las curvas: llego a ellas por el centro, giro con rapidez el volante, con un solo golpe a la vez que acelero con más fuerza y el coche, muchas veces, se va hacia el otro lado de la carretera, aunque consigo siempre dominarlo, lo siento vigoroso en mis manos, su poder ahora es el mío,  y no me importan demasiado sus descontroladas reacciones; más de una vez se gira sobre sí mismo, sobre las ruedas traseras y quedo de lado o bien en dirección contraria, parado en medio del asfalto porque he frenado bruscamente de forma instintiva al sentir miedo, entonces éste desaparece y vuelvo a reírme nuevamente de mí mismo, lo enderezo con agilidad y prosigo mi marcha hacia esa meta desconocida, hacia un lugar situado en ninguna parte, tal vez más allá de lo finito, aunque no pretendo en ningún momento jugar con mi vida, y mucho menos ponerla en peligro, reconozco que muchas veces me porto con temeridad,  quién no lo ha hecho alguna vez en su vida, pero tampoco hasta ese punto, nunca llego a perder totalmente el control,  simplemente me emborracho de coche, de asfalto, de necesidad de exponer, aunque mis nervios estén crispados y sienta que mi cabeza va a estallar, cuando todos mis sentidos están en tensión, incluso cuando por mi cabeza pasan esas ideas descabelladas de terminar de una vez con todo, y persiste en mí la imperiosa necesidad de escapar, de huir, de huir, de escapar, de escapar, de inhibirme de esa pesadilla que me consume: salir de ella, alejarme de su área de influencia, aunque sé que después retornaré a su lado; siempre regreso y ella me aguarda sin haberse acostado en toda la noche temiendo que me haya podido pasar algo, deseando que yo regrese inmediatamente, lo antes posible, a su lado, creyendo que el teléfono de un momento a otro va a sonar y que una voz desconocida le  informará que me he despeñado quedando atrapado entre el amasijo informe de hierros en que ha quedado el coche, que por suerte he muerto instantáneamente, que el coche ha ardido y que mi cuerpo lo han encontrado calcinado, que el coche ha quedado en tal estado que hará falta la oxiacetilénica para separarme del metal, tal como a mí siempre me gustaría morir, Y, sin embargo, se entretiene contando los tic tac del reloj, acompasándolos a los latidos de su corazón, oyendo el ruido del ascensor, la llave entrando en la cerradura, la insinuación del deseo... ¡el deseo!, y yo intento no hacer ruido para no despertarla, y no miramos e uno al otro, en silencio, sin palabras, sabiéndonos ambos perdonados, pero aún la carretera no se ha terminado y siento cierta pesadumbre en la cabeza, la necesidad de ella, la sangre fluye a mi cerebro demasiado caliente y me percato de que no puedo controlarme plenamente y vuelvo a pisar con más fuerza, más hondo, y el coche corre y corre veloz mientras los árboles pasan a mi lado sin detenerse, rompiendo un paisaje que nunca llegaré a ver, simplemente lo intuyo porque sé que está ahí, sabiendo que yo estoy aquí, quieto, con el volante entre las manos, sintiendo latir aceleradamente mi corazón y que es la naturaleza y el paisaje quienes juegan conmigo, es ella la que corre sin cesar, la que aumente inusitadamente la velocidad, con inconsciencia, sin que nada la obligue a ello, exponiendo porque sí mi vida, lo hace simplemente por jugar, mero azar, por una casualidad que nada tiene que ver con mi persona y mi coche, y, sin embargo, somos yo y el coche los que sufrimos las consecuencias, mas no importa,  a mí me gustan todas estas peripecias que paso mientras corro a toda velocidad con el coche dirigiéndome a ninguna parte, corriendo nada más que para calmar mis nervios, olvidándome de su existencia y de su presencia siempre latente,  y así no verme obligado a matarla, yo no soy un asesino, lo sé desde siempre, de no ser así ya habría acabado con todo esto que me sucede con tanta frecuencia; seguramente soy un cobarde que huye del enfrentamiento directo con una realidad que me resulta adversa y que me niego a aceptar: que ambos nos queremos de verdad y que todo lo demás no es más que mera apariencia: representación de una historia inverosímil que juntos reinventamos día a día, negándonos cada uno de nosotros s a aceptar al otro tal como es, yo no estoy dispuesto a ceder nunca, y ella todavía menos que yo; y es por eso que muchas noches, cuando llegamos ambos a casa nos peleamos, y yo le grito y ella me insulta y me grita que me marcha de su casa y que nunca más vuelva; y yo me voy y cojo mi coche, arranco y no sé nunca hacia dónde me dirijo, sólo quiero ahogarme y, a su vez, sentir durante unas horas que soy libre y que ella ya no existe, que jamás logrará atarme a su lado,  muchas veces pienso que ella es una tirana y que por eso me gusta tanto, comprendo que en muchas ocasiones me pida que arreglemos nuestra situación, pero yo no quiero casarme, ni con ella ni con ninguna otra, no quiero que nadie me retenga para siempre atado a su lado cuando hay momentos que yo deseo salir corriendo con los dos litros y medio por la autopista, por la noche, jugando muchas veces a deslumbrar con la luz larga a los coches que vienen en dirección contraria, y aprieto y aprieto el acelerador, piso con todas mis fuerzas, intentando atravesar con el pie la chapa, y me aferro con fuerza al volante mientras aumenta la velocidad, y cuando ya voy a tope adelantando a todos me relajo y me siento feliz,  me olvido completamente de sus cosas y de su existencia, de que la quiero como nunca he querido a ninguna, y ella deja de existir para mí, y también su cara, y su recuerdo, y sé que en esos momentos únicos soy totalmente libre, un hombre plenamente realizado que siempre ha estado pegado a este volante, porque mi coche y yo nos entendemos muy bien, nos han hecho el uno para el otro, somos de la misma calaña, y es entonces cuando aflojo la presión de mi pie y disminuye el vértigo y siento la necesidad de girar bruscamente el volante salir disparado contra la valla de protección, sé que mi cuerpo está mojado de sudor y puede que de angustia, aunque físicamente en esos momentos no lo noto, y poco a poco me voy sosegando y esas ideas tan disparatadas, lo veo luego que son disparatadas, no en el momento en que las pienso, desaparecen de mi mente, se van con la soledad y el silencio de la noche, cuando mi coche con el ruido de su motor las interrumpe y las destroza y la soledad y el silencio en la carretera de montaña, una vez alejado de la autopista, se llevan al partir todo ese torrente de pensamientos que han hervido durante demasiados minutos en mi mente, me siento mucho mejor y sueño: me he convertido en un gran piloto de la gran  fórmula el que siempre desee ser y nunca llegó, y corro con mi bólido en Monza, en Montercarlo, en el gran premio de Argentina, en el de España, ente los míos que me aclaman y me aplauden puestos en pie sobre las gradas cuando cruzo en primer lugar la meta, delante de los grandes, y esa bajada de bandera, ese revolotear del paño blanquinegro significa mi encumbramiento y me asegura el título de campeón del mundo,  y subo al podio de los vencedores para recibir la corona de laureles junto a los más grandes: Bruce MacLaren, Stewart, Hill, Ronni, Lauda, y tantos otros, y me llaman el nuevo Jim Clark en las revistas especializadas de todo el mundo, y luego ella se acerca a mí, emocionada con mi gran triunfo, para descorchar juntos la botella de cava, soy el mejor y ahora todos lo reconocen, he emulado, y puede que hasta superado, al gran Jim, y sé que un día moriré como él, en un circuito, tal vez en el mismo, en Alemania, lejos de los míos, y toda la prensa hablará de mí y narrará mis hazañas, y yo con mi bólido correré aún más, arriesgando, siempre arriesgando  emborrachado por la velocidad, siempre delante, el primero, desde la salida, no permitiendo que nadie me pase, que por algo soy el mejor, ganando, triunfando mientras todo para mí no es más que un juego, y un coche se viene hacia mí y cuando ya casi es imposible evitarlo giro con   brusquedad el volante, acelero y lo esquivo, y esta realidad, este sentir la muerte tan cera, me hace volver a la carretera y pienso que todos aquellos sueños de antaño, y en ocasiones de ahora, se desvanecen en un ensueño infantil que no puede seguir alimentándose en mí, nada de aquello es real, nada se ha cumplido, nada más mi gusto por los coches y por la velocidad, y prosigo mi carrera con la ventanilla abierta, sintiendo cómo el viento da en mi cara y agita mi cabello, y pongo una cinta de música elegida al azar entre todas en el radio casete,  enciendo un cigarrillo  y con toda  estas cosas me tranquilizo y vuelvo a ser el que siempre he sido un pobre diablo, un desgraciado que conduce temerariamente su coche, con atolondramiento, un suicida del volante que un día se estrellará en alguna carretera perdida en la montaña y que cuando lo encuentren por la mañana habrá muerto nadie sabrá nada de él, y yo quiero seguir viviendo junto a ella porque sé que la necesito, y miro al horizonte y me doy cuenta de que ya es muy tarde, llevo varias horas fuera de casa y sé que ella, aunque acostumbrada, estará preocupada con mi tardanza, va a amanecer y con la claridad del nuevo día decido regresar, despacio, sin apremios, y en el camino pienso y recuerdo su cuerpo,  y me detengo en la cuneta un poco para recoger unas pocas flores que llevarle, y percibo su aroma y su fragancia cerca de mí, y veo la necesidad de llegar cuanto antes a su lado porque ella me espera contemplo su asiento vacío a mi lado y sé que está ahí, fumando un cigarrillo rubio, distraída con el paisaje, sin decir nunca nada, absorta en sí misma, tal como ella es, y siento que me necesita y apresuro la marcha, entro de nuevo en la autopista de regreso a casa, y aparco el coche donde y como puedo, subo las escaleras corriendo por no esperar a que el ascensor llegue, no acierto con el nerviosismo del momento a introducir la llave en la cerradura abro y cierro con mucho cuidado para no despertarla y sin encender ninguna luz voy hasta nuestra habitación, oigo su respirar calmado pero profundo, y su leve ronquido continuo, y sé que está bien dormida, me desnudo en el lavabo para no hacer ruido, aprovecho la ocasión para ducharme y limpiarme un poco del sudor y de la sensación que baña mi cuerpo, y vuelvo a su lado, sigue durmiendo mientras percibo el calor de su cuerpo junto al mío. se da la vuelta  y dormida me abraza   y yo sé que a partir de ahora todo lo nuestro volverá a ser como siempre ha sido: siempre ocurrirá igual: primero, la tensión del tráfico a lo largo de las calles de la ciudad, iluminadas, repletas de semáforos y de coches que todo lo interrumpen, lo alteran; después, la veloz huida por la autopista viendo todo de color naranja...

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