ANDRÉS MARCO

sábado, 12 de julio de 2014

Gente encantadora

Gente encantadora


Está sobre una cama excesivamente pequeña, demasiado estrecha y arrinconada junto a una de las paredes. Paredes altas, lisas, blancas, con toda seguridad muy gruesas. Él duerme. Lleva mucho rato durmiendo, hace demasiado que duerme. No se podría precisar el tiempo que permanece así. Sin embargo, ahora está despertando. Abre los ojos, sin apenas moverse y dirige la mirada hacia arriba. El techo está muy lejano, inalcanzable con la vista casi. Nada más percibe una lámpara que ilumina muy débilmente. Siente frío, se estremece. Permanece inmóvil, hace en la habitación, y también fuera, demasiado frío y su cuerpo lo nota.
¿Dónde estoy? Yo no había estado nunca aquí, pero me gusta; hace frío, pero no importa, estoy bien así. Deja que me sitúe, déjame ver: yo estoy aquí, eso es seguro y evidente. Qué raro, no hay ninguna puerta. Esto yo no lo conozco. Cómo es que he entrado aquí si no hay ninguna puerta; qué extraño. Y, es más,  yo no me recuerdo de haber venido por mi propia voluntad hasta aquí. Este lugar me resulta del todo extraño y desconocido. Yo estaba en la barra de un bar; sí, eso es, la barra del bar. Sí, y había una mujer muy guapa, estaba allí, en una mesa, sola, y yo también. La miré por unos momentos y ella me sonrió. Cogí decidido  mi cerveza y me acerqué a ella. No perdía nada con intentarlo. Le dije algo y me senté a su lado. No recuerdo cómo era, pero eso sí, de una rara belleza, una belleza de esas que sobresalen de entre todas en cualquier lugar y que te obliga siempre a recabar tu mirada en ella; bebimos y hablamos mucho, también reímos felices. Debí emborracharme; sí, eso tuvo que ser: me emborraché y ahora estoy todavía borracho, por eso no sé dónde coño estoy. Todo esto es producto de mi borrachera. Vaya una curda que debí coger anoche en su compañía. Qué impresión le debí causar; embriagarme con ella, soy un loco, un fresco; mira que coger una trompa así de esa manera tan tonta, qué pensaría de mí: que soy un borrachuzo, un alcohólico, seguro que lo pensó.
Lo único que me molesta es esa luz, es demasiado intensa, brilla demasiado. Me duele la cabeza, todo me da vueltas: es la resaca. Nunca me había emborrachado, pero ella me ayudó a hacerlo. Me emborraché de su belleza y ella consintió en que  lo hiciera, me dejo embriagar, era demasiado hermosa, apetecible para pasar una agradable noche con ella  dejándose llevar por los instintos más básicos. Se parecía a mi madre cuando ésta era joven y yo era pequeño: me sentaba en sus rodillas y me jugaba: me hacía saltar y me explicaba cuentos para que me durmiera. Pero yo no quería dormirme. Me gustaban sus cuentos, me gustaba  que me jugara. Yo me asía a su cuello y la apretaba contra mí. Después venía papá y me estrechaba entre sus brazos y me apretaba contra su cara para que me durmiese, y yo le decía: “papá que me pinchas" y él me pinchaba todavía más con su baba de todo el día. Y yo quería, deseaba que llegara la noche y que papá me pinchara con su barba  y con su bigote. Me gustaba que me pinchara. Y al final sin dame casi cuenta me quedaba dormido en sus brazos. Por eso seguramente  me acerqué a ella, porque me inspiró confianza y ternura; me recordó a mi madre por unos momentos, me hizo retrotraerme a mi niñez. Recordé el día de Reyes: a mí me habían traído muchos juguetes: varias pistolas, una pelota, varios puzles, caramelos y muchas cosas más. Salí a la calle con mis pistolas. A Salvador sólo le habían dejado una rueda con un palo y un caballo pintado en la madera. Sus padres eran muy pobres, por eso los Reyes le habían traído es rueda que se dirigía con un enclenque palo de madera. No era justo. Y él se sentía más feliz que yo con su rueda. Mi pistola me gustaba pero me habían traído muchas cosas más.
Esa lámpara que produce dolor de cabeza, casi no ilumina y hace unos momentos no se podía soportar su brillo. Debe de estar estropeada. Hace aquí dentro  un calor inmenso, insoportable, estoy sudando, me entran ganas de vomitar: es la borrachera y sus consecuencias. Por qué me dejé llevar, por qué me embriagué si antes nunca lo había hecho. A mí no me gusta beber y ella me obligó a  tomar demasiado. Por momentos me está dejando de gustar, es mala, me hizo beber mucho para embriagarme.
El techo se mueve, se está moviendo, está bajando y me ¡aplastará! Por qué la luz será tan intensa. Baja y baja.. está muy cerca.. me va a aplastar y entonces despertaré de esta pesadilla consecuencia de la excesiva  bebida. No va a acabar nunca... se ha ido vertiginosamente  hacia arriba, no ha llegado a aplastarme. Nunca había tenido pesadillas así. ¿Son así las resacas? He de despertarme, he de dejar de soñar. Sí, eso haré, me  despertaré y entonces me daré una ducha muy fría para despejarme; eso, y me beberé  un café muy cargado y sin azúcar; eso me dejará como nuevo y volveré a la realidad. No sé, pero me parece que este colchón es muy duro; no es el mío. No, no lo es, seguro que no lo es. Pero se está cómodo a pesar de todo; sí, se está cómodo, muy cómodo. Es extraño. Esta habitación tan rara: cuadrada, pequeña, con ese techo tan alto que parece que nunca terminan las paredes; y esa torturadora lámpara. Y sin puertas; eso, sin puerta. Es lo más extraño de todo. Lo que no entiendo es cómo he llegado yo aquí si no hay puerta. Menos mal que todo es un sueño, una pesadilla producto de la cogorza, de la bebida que me ha hecho mal porque yo no acostumbro a beber y cuando tomo algo enseguida se me sube a la cabeza y me trastorna como ahora lo ha hecho.
Cerró los ojos y quiso seguir durmiendo. Y  lo consiguió por unos instantes  o tal vez por unas horas, o por varios días seguido; no se podría precisar bien. La tranquilidad había
vuelto a reinar y a ser la única soberana en la pequeña estancia cuadrada de techo muy alto. Tan alto que parecía que no estuviera allí sino en el infinito, más allá del horizonte de aquellas cuatro paredes. Apenas había luz; la penumbra inundaba la estancia pero de pronto comenzaron a encenderse luces muy potentes por todos los lados. Seguía durmiendo, estaba tan cansado que aquellas luces no le habían inmutado lo más mínimo. Un pequeño ruido hizo estremecer a la habitación y una lluvia de agua muy fría cayó sobre él. Se despertó sobresaltado y sin apenas darse cuenta estaba de pie; solo, como perdido en su aturdimiento. Sólo entonces se dio cuenta de la inmensidad de la habitación, sólo entonces de dio cuenta de su soledad, de la soledad que lo llenaba todo y que le llenaba también a él. La lluvia cesó y se percató de que estaba de
en medio de la sala. Miró hacia arriba y nada vio  la inmensidad de la luz le cegaba. Quiso taparse los ojos con las manos y le faltaron las fuerzas necesarias. No cabía la menor duda ya: aquello no era ninguna pesadilla. Alguien le había emborrachado y llevado después allí con algún fin premeditado. No se atrevía a pensar ni a creer nada de cuanto le acontecía.
Bienvenido a ésta su casa -dijo una voz que le pareció que provenía del más allá-  Ahora caigo -pensó él- estoy muerto y  esto es el juicio final. Tome posesión -siguió la voz- de la estancia como si fuese suya, acomódese y no se preocupe por nada de todo aquello  que pueda ver u oír. Y recuerde que siempre le estaremos observando. No sabía yo que después de muerto había que pasar por aquí, de haberlo sabido con anterioridad habría venido mejor preparado. En fin, que sea lo que tenga que ser.
En todo aquel día no volvió a oír ni ver nada. La luz de la lámpara se serenó y no le causó más dolor de cabeza. Tenía ocasión de recordar, en estas circunstancias, muchas cosas de su vida, debía estar preparado: lo que había hecho a lo largo de su vida, lo bueno y lo malo y lo que había dejado de hacer, todo era preciso recordarlo por si un acaso. Hubiese podido repasar toda su existencia como si ésta fuese un libro abierto sus manos, pero al final  no lo hizo. Prefirió echarse sobre la cama y descansar, olvidarse de todo y no pensar en nada, dejar su mente en blanco, como si no la tuviera, si es que esto es posible. Esperaba algún suceso importante, algo que le sacase de aquella monotonía, pero no sucedió  nada.
El despertar del nuevo día le sacó de aquella odiosa tranquilidad, de aquel amodorramiento que a nada conducía. Empezó a oír cosas y vio lo que nunca habría llegado a imaginar. Luces de colores que cambiaban constantemente de tonalidad y de sitio. Se oían ruidos extraños, eran como zumbidos muy intensos que le martilleaban constantemente los oídos. "Buenos días, ¿ha descansado usted bien? Recuerde que siempre le estamos observando". Los zumbidos y los colores continuaban sin cesar. Era un murmullo, un clamor de mucha gente que se acercaba, mejor dicho: que estaba allí con  él? "Piense y recuerde que usted es una persona. Repita conmigo: soy una persona, soy una persona, soy una persona". El susurro se acrecentaba por momentos. "Repita: soy una persona, una asquerosa persona. Repita: soy detestable, soy una persona asquerosa. Recuérdelo bien, no lo olvide, ¡repítalo! ¡repítalo!: no sirvo para nada, soy un inútil. ¡Recuérdelo!. Soy una asquerosa persona inútil que no sirve para nada. Debo desaparecer porque soy un ser repugnante, ¡no lo olvide!: no sirvo para nada. Debo desaparecer porque soy sumamente repugnante, ¡no lo olvide! ¡recuérdelo!: repugnante, una persona repugnante".
Aquella máquina parlante estuvo así mucho tiempo. ¡Recuerde!, ¡no lo olvide!, ¡repítalo!. Él llegó al límite de sus fuerzas y cayó al suelo sin sentido mas la voz, los mensajes, las órdenes, todo continuó como si él no estuviese allí. A la mañana siguiente apareció tendido sobre la cama. Alguien se había molestado en levantarlo y ponerlo allí. Recordó todo lo que había sucedido el día anterior y lloró. ¿Por qué estaba él allí?¿Por qué le sucedía precisamente a él? ¿Qué pretendían hacerle con aquella tortura? Estaba seguro de que todo iba a proseguir de igual forma, que no iban a dejarle descansar ni siquiera un momento. No los conocía de nada, no sabía quiénes podían ser. Sin embargo intuía, comenzaba a percatarse de que no pararían con él, que no le quedaba ya futuro  y que estaba pagando por algo que él desconocía y que no había hecho, que era una víctima equivocada.  No, no estaba muerto ni aquello  era el juicio final, pero sí el último peldaño para llegar hasta éste. No saldría vivo, estaba seguro de ello, era lo único de lo que se podía estar seguro.
No se había dado cuenta aún pero encontró de súbito extraño que de pronto no hubiese luz, a penas una miserable penumbra. Sin saber cómo, de pronto empezó a ver sombras, a intuirlas más bien, que pretendían cogerle. Sombras que se mofaban de él.
Eran siluetas que se movían en la penumbra. Se reían, reían muy fuerte. No eran risas, más bien parecían carcajadas de locos. Loco es lo que intentaban y querían que él acabase siendo. "Recuerde que estamos siempre observándole. Estamos aquí con usted, por qué no intenta atraparnos. Sí, venga, inténtelo. Cójame. Recuerde que debe cogerme. Sí, usted que es un sapo asqueroso y que  yo he de aplastarlo. Usted no me ve. Bien hecho. Ha sabido librarse de mi primer ataque, pero esté prevenido, muévase sin cesar para que no le chafe, aunque puede ocurrir que sea usted quien choque conmigo y entonces sea usted quien se ha metido debajo de mi pie. No. No está en buen sitio, ahí puedo con usted sin que se dé cuenta de nada. Muévase. No, así no. A saltos,  como los sapos, recuerde que es un sapo. Cuidado, estoy detrás de usted. Sapo, voy a aplastarte. Eso, muévete, defiéndete. Eres un asqueroso sapo que debe morir". Era lo primero sensato que oía en mucho tiempo y por un momento pensó en ello: debe morir, lo demás ya no importa,  un sapo repugnante. Un sapo, un sapo, todas las personas somos sapos pestilentes que deben ser aplastados, somos una plaga que ha
de ser extinguida. ¡Recuérdelo!, ¡piénselo bien!, ¡recuerde!: un sapo.
"¡ Salte, más alto!, ¡Salte! Saltito a saltito, como los sapos, ¡más rápido, más rápido!,     ¡voy a caer sobre usted...muévase...muévase como lo que es, como un sapo". Nuevamente perdió el sentido y cayó al suelo, sin embargo  esta vez nadie se ocupó de recogerle y ponerle sobre la cama. Quedó en el suelo, solo y abandonado, inconsciente. Cuando despertó todo lo demás había desaparecido. Hasta la cama había sido retirada. Eran únicamente él y la sala. Aquella sala rectangular de paredes y techo muy altos.
Este lavado de cerebro prosiguió por muchos días, quizás duró incluso meses o años. Siempre era lo mismo: aquella voz odiosa que se reía y que le hacía recordar cosas. Era una persona, un hombre asqueroso como lo es un sapo que debía desaparecer. Toda  la humanidad debí ser exterminada. Otras veces no era nada; no era nadie, no existía y sí existía; le confundían continuamente. Le habían hecho creer demasiadas cosas que jamás había llegado él a imaginar. Las luces, las sombras, los dos trenes veloces que siempre chocaban en su cabeza. Era horrible el sólo pensarlo. Pero aquello no era ningún sueño. Era una realidad palpable. Algo que no iba a acabar nunca.
Sintió una mano que le tocaba. Despertó y se encontró tendido sobre un banco en un jardín público. La mano era de un niño  que había osado interrumpir su sueño para preguntarle qué hora era: no lo sabía, su reloj se paró hace demasiado tiempo. Era una mañana diferente, nueva para él: la habitación se había esfumado, la luz tenue había sido absorbida por los rayos solares, no habían más tormentos, al menos por ahora. De nuevo, según presagiaba, era libre y estaba solo. Reconoció el lugar, había estado muchas veces en el mismo, por tanto cómo no iba a reconocerlos. Eran los jardines del Capitolio de Washington. No acertaba a saber si era feliz o no. Qué importaba ahora: la sangre volvía a correr por sus Venas y todo volvía a ser normal. Se incorporó, se puso en pie y se dirigió hacia el edificio central: el Capitolio, llegó hasta el monumento dedicado a Lincoln y buscó una lápida que hay en la pared. La leyó muy detenidamente  asintiendo a todo cuanto allí ponía. Repasó la Constitución del  país más grande y poderoso del mundo. Leyó los derechos de todos los ciudadanos norteamericanos, hizo un leve movimiento con los hombros, como aquél que no entiende nada y se marchó. En el camino, en un banco le aguardaba aquella mujer que le recordaba a su madre. Ella se incorporó. No se dijeron nada. Se asieron  de la mano y marcharon juntos. Se perdieron entre la multitud de la gran urbe. Él no recordaba nada de cuanto le había  acontecido. Era un hombre nuevo: acababa de nacer y ella estaba a su lado.




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