LA MANO
Desde
muy joven siempre tuve la misma obsesión: aquella mano grande, musculosa unas
veces y huesuda, incluso nervuda, otras,
que siempre se me aparecía y que veía cuando menos lo esperaba. Se hacía
visible porque sí, sin que yo la llamara o me obsesionara con su necesidad. No
la precisaba para nada, es más, no entendía por qué se hacía presente sin que
nadie la reclamara. Hubo un tiempo en el
que incluso llegué a temerla y a odiarla. ¿Qué representaba? ¿Qué significaba?
¿Qué sentido tenía su presencia? ¿Por qué sólo se materializaba conmigo, cuando
yo estaba sólo? Nunca conseguí saberlo
y estoy convencido de que jamás lo sabré. El por qué de su presencia es algo que
se me escapa. Después, con el tiempo, dejé de mirarla con recelo e incluso
logró hacérseme familiar. Estaba ahí, me había acostumbrado a su presencia, ya
no me molestaba. Tampoco interfería en
mi vida. Era como una sombra que me seguía a todas partes. Incluso
llegué a la conclusión de que se había constituido en algo así como una señal de alerta o algo por el
estilo.
La
mano era simplemente eso, una mano, aunque no parecía demasiado humana. Al
menos yo no la veía así. Una mano cortada, sin brazo ni ningún otro tipo de
continuidad. Además, siempre llevaba puesto un guante. Y, la verdad, no sé por
qué razón. No dudo de que sus motivos tendría. El asunto es que éste no siempre
era el mismo, aunque sí en cuanto a la forma y modelo. Lo único que variaba era
su color: unas veces negro, otras blanco, en ocasiones rojo y en algunas otras era una amplia gama
de colores que nunca había visto yo hasta entonces.
Era
insólita, extraña, rara. Habituado a su presencia como un elemento ya más que familiar, a veces se me
ocurría dirigirle la palabra o bien
hacerle preguntas como se hace con cualquier ser humano, pero nunca me
contestaba. Siempre quieta, impertérrita, ocupando su lugar como una estatua de
mirada inexpresiva y con los ojos puestos en el infinito, como si la cosa no
fuese con ella. Cuando llegué a acostumbrarme y verla como un elemento más de
mi entorno familiar, continué dirigiéndole la palabra, aún a sabiendas de que
no iba a responderme, No obstante, sí dejé de interrogarla sobre cosas que según mi intuición podían resultarle
molestas, por no decir incómodas e incluso agresivas, dado que ésta era la
única evidencia que tenía de ella. Así que me limité a saludarla cuando
aparecía y también a hacerle observaciones sobre las cosas más triviales y que no supusieran conflicto. Y siempre me
contestaba con un ligero movimiento de los dedos o bien emitiendo una jerga de
sonidos extraños e indescifrables para mí.
No
niego que a veces creí que se trataba de un ser extraterrestre, que era un
habitante de algún otro planeta, que iba perdido o desorientado y que esperaba
que yo le ayudase, que yo le marcara el camino de regreso. Pero ¿cómo podía
hacerlo yo si desconocía todos sus motivos? Sabiendo tan pocas cosas de aquel
ser estaba claro que a todas luces me
resultaba imposible. Me faltaban datos. Esta idea duró algún tiempo en mi
pensamiento y, por tanto, siempre procuraba ayudarle en lo posible, pero nada, no tenía consecuencias.
Al
final desistí de esta idea y me vi inducido a pensar que se trataba de un
espíritu del más allá. De algún fenómeno no parapsicológico. Un ente venido del
otro mundo. Difícil de aceptar ¿no?
Una
vez paso por mi cabeza la idea absurda y tonta de lanzarle algo para ver cómo
podía reaccionar y para saber también si
de alguna forma era tangible, si era material o no, pues al menos a mí me lo
parecía. Estando un día solo en casa, bueno, solo del todo no, con ella que me
hacía compañía, como siempre; no sé cómo ocurrió, pero ocurrió. El asunto es
que le lancé un cenicero de vidrio que tenía cerca de mi mano. No tuvo tiempo
de reaccionar. Éste le atravesó por completo y fue a estrellarse contra la
pared. Por un momento creí que la mano gesticulaba algo, inteligible para mí
pero sí algo, sonidos bastante confusos. Y continuó allí inmóvil, pensativa,
como si nunca hubiese pasado nada entre
ella y yo. Yo sabía que no había sido precisamente así, sino que me había
atrevido a eso, a intentar agredirla sin que mediara motivo alguno. Me callé y
me quedé quieto, como atontado, mirándola fijamente, asustado, expectante,
atemorizado, tenía miedo de que hiciera algo contra mí como castigo a mi
osadía, algo que me hiciera arrepentir de mi acto de agresión. Mas no pasó
nada. Se limitó a pasearse de un lado a otro de la habitación, rozando el techo
con las yemas de los dedos -si es que a aquello se le pueden llamar dedos- y no
dijo nada. Después, de improviso, sin apenas percatarme de ello ni mediar gesto
alguno, desapareció.
No
la volví a ver en varios días, con lo que mi tranquilidad fue en aumento pues
no estando no podría hacerme nada. Y además, ahora, sabía que no era material,
y eso ya era algo, y también sabía que me había abandonado, que se había ido.
Por lo tanto yo volvería a ser una persona normal y corriente, como otra
cualquiera, como las que veo todos los días por la calle. Y también que aquella terrible pesadilla en
forma de mano no la volvería a tener nunca más.
Transcurridos
apenas unos días me percaté del error
que había cometido al hacer suposiciones tan precipitadas. Al despertarme una
mañana, a la misma hora de siempre, la mano estaba allí de nuevo. Como un
cuadro o un florero, ornamental, algo perpetuo, impasible, observándome tal como lo haría una estatua.
Me estaba contemplando sin más pero no se había hecho notar. Simplemente me
había percatado de su regreso nada más porque había mirado hacia aquel rincón del techo. Al ver que yo
la miraba atónito movió un poco los
dedos en señal como de saludo. La saludé también yo con un leve movimiento de
cabeza y ella me respondió de igual forma. Noté que estaba contenta. Y en el
fondo también me alegré yo: me había acostumbrado a su compañía silenciosa y la
había extrañado mucho durante su ausencia.
Cuando
tuve ocasión de detenerme a pensar y aceptar lo que me estaba volviendo a
suceder me alegré todavía más. Después
de mi atentado contra su integridad no había reaccionado en contra mía. Pasado
su lógico enfado regresaba de nuevo a
casa y seguiría mis pasos como siempre lo había hecho. En cierta forma era
hasta divertido el tenerla siempre como una señal de alerta. Cuando íbamos por
la calle juntos, si a ella algo no le gustaba o le inquietaba lo que veía, se
movía yendo de un lado a otro sin parar hasta que yo me fijaba en ella y
entonces nos marchábamos. Me avisaba siempre de todos los peligros y siempre
acertaba. Se había convertido en algo así como mi guardián, en mi ángel custodio,
como si fuese mi segunda vida que velaba incesantemente por mi seguridad. Y yo
me sentía muy satisfecho de tenerla. Sólo la poseía yo y con su presencia y
compañía yo era un ser especial y privilegiado, aunque nunca supe claramente
qué motivos le impulsaban a estar constantemente conmigo.
A
medida que pasaba el tiempo nuestra amistad fue en aumento y nos convertimos en
amigos inseparables. Éramos una misma cosa, como amasados y cocidos a fuego
lento en un horno de fundición. Desconocía su procedencia y su naturaleza, su
origen. Mas todo eso no importaba. Estábamos bien así juntos. Y de esta forma
tan normal iba transcurriendo nuestra vida. Nunca más me había atrevido a
hacerle preguntas indiscretas sobre su procedencia o por qué estaba conmigo y
no con otras personas, por qué nada más la veía yo y mucho menos osé atentar
contra su vida. Nos respetábamos mutuamente y juntos funcionábamos a las mil
maravillas.
Después
estuve un tiempo bastante largo sin ella. Me dejó, me abandonó. Desapareció sin
darme ninguna explicación, sin decir nada. De esta época apenas consigo
recordar nada. Ahora los médicos me han dicho muchas cosas sobre ella. Me
explican que la mano nunca llegó a existir y que es por eso que no consigo
recordar cómo era. Que sólo era el producto de mi mente enferma. Y que por eso
he estado internado cuatro años en una clínica psiquiátrica. Para curarme de mi
locura. Ahora, según ellos, ya estoy curado y por eso no volveré a ver mi mano.
Yo no sé nada de nada, ni siquiera recuerdo haber estado en una clínica
curándome de una supuesta locura. Dicen que yo estaba loco, pero no les creo.
No cabe duda de que todo ha sido un artilugio de gentes envidiosas y perversas
que me la han arrebatado para siempre porque ellos nunca permitirán que haya un
ser privilegiado, especial, entre ellos. Por eso dicen que estoy loco. Para
encerrarme y quitármela mientras. Pero yo sé que ellos no la tendrán nunca.
Ella no me cambiaría jamás por otro.
II
¿Tú
aquí? Ya no te esperaba. Creía que te habías ido para siempre. Pero ya veo que
no es así. Sabes, suponía que no regresarías más. Me alegro de que estés
nuevamente aquí conmigo. Como antes, como siempre y para no volvernos a separar
jamás. Seguro que será así. Ven, acércate a mi lado y cuéntame cómo te ha ido en
este tiempo tan largo de ausencia, ¿no te negarás a hablarme, verdad? ¿Cuánto
ha durado esta separación? Sabes, estaba celoso, tenía celos de ti. No me lo
explico, pero los tenía. ¿No quieres decirme nada? Ya sé, supongo que a mí no
me interesa. Bueno, no importa. Te hablaré de mí. Y ¿qué te puedo decir yo? No
recuerdo nada. Nada. Déjame ver, espera, espera, creo que ya recuerdo algo. Sí,
eso, sí, eso es. Una habitación pequeña,
muy pequeña, apenas una cama estrecha,
blanca, una lámpara y nada más. Ah!, y una ventana. Calla, calla, no te muevas.
No, una ventana no. No había ninguna ventana. Por favor, no hagas ruido con los
dedos en el techo, estate quieta. Deja, que ya empiezo a recordar. Sí, había
también una ventana, pequeña, con cristales translúcidos, opacos, ah, y unas
rejas. Y unos señores horribles vestidos de blanco. Como ahora. Eran cuatro,
sabes; sí, sí, cuatro. No sé por qué estaba yo allí, pero lo cierto es que
estaba. Y tú no, ¿verdad que no estabas? ¿O sí que estabas?
Bueno,
qué más da, lo pasado pasado está. Tú estás aquí otra vez y no te volverás a
ir. No me abandonarás ¿verdad? No, no me dejaras. Estoy seguro. Si tú te vas
regresarán esos hombres. Sabes, me tienen prisionero y no me dejan salir de
aquí. No, no me lo permiten, Me vigilan a todas horas. Mira, ves aquel cuadro,
pues me observan desde detrás de él, siempre hay alguien mirándome. No, no te
acerques tanto, te pueden ver. Ellos dicen que tú no existes, que eres un
producto que mi mente enferma ha creado, pero yo no les creo. Sabes, según
ellos ahora ya estoy curado. Lo importante es que estás aquí. Qué ilusos, no
creer que tú seas una realidad. Lo eres, ¿no? Dímelo, díselo a ellos. Que estás aquí, a mi lado, conmigo, que estás de
regreso tras unas largas vacaciones y
que a partir de ahora no dejarás que me
hagan ningún daño... Díselo, hazlo por mí. Para que vean que no estoy loco y
que no miento nunca. Me harás ese favor ¿verdad?
Sabes,
he decidido que mañana iremos los dos al parque a ver cómo juegan los niños. Me
acompañaras, ¿eh? Será como hacíamos antaño. Y no te separarás de mí ¿verdad?
No nos dejaran salir. Sin embargo nos
iremos, y no nos lo podrán impedir porque tú puedes con ellos. Me defenderás de
ellos, de su acoso. Y no volveremos hasta que queramos. Y después iremos por
las calles. Eso, por la noche iremos a ver las luces de los escaparates.
Vendrás ¿verdad? Sí, seguro que vendrás. Tú no me puedes fallar. Vendrás. ¡Oh!,
mano extraña, fatídica, extravagante,
intrigante, fiel guardián de mi vida
¡Cuán
falta me hacías! Fíjate, date cuenta de que no puedes abandonarme. Cuando te
vas vienen esos hombres de blanco y me hacen daño. Me dan cosas que yo no
quiero. Y aunque me niego me hacen hacer lo que quieren. Lo hago siempre.
Pueden conmigo porque tú no estás. Mas ahora será diferente, porque no me
abandonarás nunca. ¡Prométemelo! ¡Prométemelo! No me dejarás nunca más solo.
Por qué te pones tan negra. Qué pasa. No será nada malo. ¿Oyes?, ya vienen.
Vete, que no te vean. No quiero que te vean. Vete. No, mejor: quédate y diles
todo, que eras y eres real, que existes, que estás aquí, que yo no estoy loco,
que ya nunca te irás. No, deja, que no te
vean.
Corre, corre, escóndete, que ya vienen, que ya están aquí.
Ya
lo has visto. Lo has visto ¿no? Me han hecho daño, me han dado una cosa mala,
siempre me la dan. Yo no la quiero, pero me la tomo porque dicen que es para
curarme. Es para dormir, sabes. Me entra sueño y duermo bien varias horas. Es
un tranquilizante o algo así. Me la dan porque me odian. Me quieren matar para
impedir que esté contigo. Me quieren matar. Te das cuenta: me quieren matar.
Quieren quitarme mi mano. Pero tú no les dejarás. No, no, no tampoco yo les
dejaré. Eso no sucederá nunca. No, no. Eso sí que no. Tengo sueño,
sueño...sueño. Quiero mantener mis ojos abiertos, pero no puedo. Es más fuerte
que yo. Tengo mucho sueño. Voy a descansar. Me hace falta. Sabes, dicen que
debo descansar mucho, que me va muy bien.
Dicen
que ya no tengo remedio. Me llaman otra vez loco. Pero estoy cuerdo. Lo tengo
clarísimo. Jamás he estado tan lúcido como ahora. Yo lo sé porque tú estás
conmigo, a mi vera, cuidando en todo momento mi sueño, velando...vigilando para
que no me hagan más daño. Me duele la
cabeza. Me pesa mucho. Me da vueltas y más vueltas. Gira y aunque intento yo
detener ese rotar aferrándola con fuerza con mis manos, no lo logro. Tengo
sueño...sueño...No puedo más. Si vuelven no les dejes entrar. Yo sé que cuando
duermo ellos vienen y me hacen muchas cosas mientras. Pero sólo cuando estoy
durmiendo. Sueño...sueño. Dime
cosas, no te calles, lo que sea,
no importa, pero intenta que me mantenga despierto. No dejes que me duerma. Me
da miedo el silencio del sueño. Tengo pesadillas horribles. No me abandones
ahora. Habla, habla, habla para que no me duerma. Dormir ...sueño,..loco,..mano...sueño...locura...todo
es lo mismo. Todo resuena en mis oídos. Es igual. Es como un ligero zumbido.
Todo da Vueltas a mi alrededor, la habitación gira y gira, locura, loco, loco, todo da vueltas. El techo
y el suelo se confunden, son lo mismo. Sueño que estoy loco y cuerdo a la vez.
Loco, loco, loco, loco... ¡No! Loco no ¡Eso nunca! Mano, ven. No te vayas
ahora, hazme ese pequeño favor, hazlo sólo por mí. Loco...loco...pesadillas.
Todo es una pesadilla, quiero despertar...una tortura permanente...un tormento
que nunca cesa y que puede más que mis fuerzas. Una locura que... gira y gira
sin ...cesar, sin ...ningún freno que la pare. Locura ...loco...loco. No puedo
más. Loco, loco...loco....
-III-
Sí, ciertamente la mano volvió y estuvo conmigo en
aquella habitación. Vino a verme en mis últimas horas, a despedirse en mi
marcha. Quería estar a mi lado en esos
momentos cuando el último aliento de vida decide abandonarte para
siempre.
Ahora
sé que estuve cuatro largos años en un manicomio y después en casa seis meses
sin la mano. Y un día volvieron a por mí con un coche blanco y me llevaron
nuevamente allí. Me cerraron en la misma habitación porque volvía a dar
indicios de locura, según ellos, claro está. A mí nunca nadie me quiso escuchar,
nadie jamás me hizo caso y sin embargo
ellos nada más tenían que abrir la boca. En su manicomio estuve hasta
que llegó mi muerte. Ellos me observaban y me cuidaban. Eso al menos es lo que
siempre sostuvieron. Les debo estar agradecido. Pero no había remedio posible
para mi mente trastocada. Mi demencia
pudo más que mi vida y acabo con ella.
Mas
sucedió algo inesperado. Aquella mano grande, carnosa unas veces, huesuda
otras, de distintos colores, con un guante siempre puesto, a pesar de que una
vez atenté contra su integridad, había vuelto a despedirse de mí en mis últimas
horas. Quería decirme el adiós final, el hasta siempre. Quiso que me dejaran morir
en paz, sin más tormentos, sin más medicamentos, sin más pesadillas, sin más
hombres de bata blanca que me dieran cosas. Que pudiese morir tranquilo, solo,
con ella: mi única compañera fiel, con mi bienhechora, con lo que para mí era
como mi vida. Porque era precisamente ésta la que se iba para siempre.
Ahora
ya estoy muerto. La vida me abandonó en
aquella lúgubre habitación blanca, pequeña, con un lecho estrecho, diminuto, en
el que apenas cabía una persona y una ventana
de cristales traslúcidos con una reja metálica. Después me arrojaron en
la fosa común del cementerio, pues nadie se hizo cargo de mi cuerpo. Y ya ven,
estoy bien y libre de todo, hasta de mi supuesta locura. Sin embargo yo no he
regresado para decirles todo esto, sino para testificar y afirmar que la mano
existió, que estuvo conmigo. Que era auténtica. Era una realidad y no una
fantasía mía. La mano era una mano y nada más. No era material. Pero eso sí,
era una mano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario