Llueve,
llueve con fuerza
intensamente,
agua que golpea
rítmicamente los cristales,
no se distingue nada,
fuera cielo negro.
Lluvia que arrastra
entre otras cosas
los permanentes olvidos
y las inconstancias persistentes
siendo simplemente agua,
ese agua que sacia
y da vida a la tierra.
Agua, sí, sólo agua,
lluvia a raudales
y yo me digo: hay que mojarse
sabedor que es nada más agua
y que siempre tras la lluvia
llegará el sol.
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