Usamos
palabras y ninguna es inocente
detrás de
ellas siempre hay un dicente
con una intención
más que evidente
aunque a veces
escondida quede latente.
De nuestras
palabras somos únicos dueños
pese a que
en contradecirlo nos empeñemos,
y es que en
ocasiones es mejor estar mudo
aunque en el
estómago se te haga un nudo.
No se puede
lanzar la palabra y esconder la mano
porque quien
la recibe, seguro, igual le hace daño
mejor me
callo y observo al margen como solución
para luego,
arrepentido, no tener que pedir perdón.
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