La esperanza
esperada nada más queda en esperanza,
y aún así es a esa esperanza a la que uno se aferra
como el
sediento se amorra al manantial de agua fresca
sin
sospechar que con seguridad es pura añagaza.
No nos
importa que esa esperanza pueda resultar vana,
es nada más como
el clavo ardiendo al que uno se agarra,
lo que
importa es el agua cuando la sed de verdad atenaza
sin tan
siquiera comprobar que estancada, no
esté nada clara.