ANDRÉS MARCO

miércoles, 4 de febrero de 2015

Los moradores de la ciudad


 Imagínense ustedes que estamos en una ciudad nada pequeña, industrial, avanzada   técnicamente,  en la vanguardia del urbanismo. Una urbe tenida por modelo en donde todos sus habitantes son trabajadores muy  tenaces. Pues bien, sitúense señores en este bello marco y ahora escuchen la verdad de lo que aconteció hace algunos años en esta ciudad y que motivó la destrucción y las ruinas que ahora están ustedes viendo.
El despertar de la ciudad es todos los días sobre  las seis de la mañana, hora en la que sus ciudadanos se dirigen en toda clase de medios de transporte hasta sus respectivos lugares de trabajo. El medio más utilizado, sin lugar a dudas, es el metro por que es el más rápido, el más económico y en el que tiene más cabida la gente.
Como iba diciendo, eran las seis de la mañana cuando los habitantes de la ciudad se aglutinaban en la estación  de metro de la Plaza Mayor esperando que éste llegara. Entonces sucedería lo que sucede siempre: apretujones, pisotones, forcejeos, etc., para poder entrar a loa vagones, porque ya viene lleno desde la estación anterior. Pero tal día como hoy de hace ya veinte años no sucedió lo mismo. El público que esperaba se extrañó de ver llegar el tren completamente vacío. Al detenerse en el andén, las puertas se abrieron y entonces cundió el espanto. No era para menos, francamente. Los vagones estaban repletos de ratas enormes que enseñaban sus fauces al espantado gentío que observaba los restos de los viajeros procedentes de las estaciones anteriores.
Sí, es cierto, se podían ver los esqueletos de las víctimas, los huesos todavía mojados de sangre y de humor que producían un extraño brillo al reflejar la luz artificial de los vagones. Se podían ver restos de carne y de tendones demasiado duros que no habían sido aún limpiados del todo por los  roedores.
El espectáculo que ofrecían era espantoso, lúgubre, repugnante a la vez que sobrecogedor por intentar decirlo de algún modo, por intentar comprender lo que había sucedido. Imagínense ustedes que ahora en este andén -el mismo de entonces- llegara el tren con tan desoladora  y esperpéntica imagen. Háganse a la idea por unos instantes en su mente y piensen en cómo reaccionarían ustedes ante tanto hueso roído, ante tantos ríos de sangre y de humor que salían, desbordados, por las puertas de los vagones bañando las asquerosas patas de los horribles roedores.
Sí, efectivamente, el público apiñado en el andén del metro reaccionó tal como lo habrían hecho ustedes ante tan tétrica  escena, totalmente inasimilable para cualquier mente humana con un mínimo de sensibilidad. Un ejército de descomunales ratas grises y peludas comenzó a salir de todos los vagones amenazando a los viajeros de la estación, de esta estación.
Este hecho se producía simultáneamente en todas las estaciones en donde había gente: obligaron a la muchedumbre a subir hasta la calle. Allí empezaron a salir ratas desde todos los rincones, por todas las bocas de metro, por todas las alcantarillas. Había ratas por doquier. Eran millones y millones de grandes ratas grises. Era un espectáculo inmundo, inmensamente sobrecogedor: obligaba a mantener un rictus de desesperación a los desafortunados habitantes de esta gran urbe.
Ratas y más ratas amenazadoras, intimidadoras y una multitud paralizada permanecieron en la misa situación trágica a la vez que paralizante durante unas tres horas. Unas enseñando sus desafiantes fauces babeantes y los otros como congelados. Así hasta las nueve de la mañana en punto, hora en la que hizo acto de presencia un fastuoso cortejo por la boca del metro  de unas cien ratas todavía más descomunales, más asquerosas y sobre todo más repugnantes que se dirigieron con parsimonia  hasta el edificio del Ayuntamiento.
Las autoridades de la municipalidad, sabedoras de la situación y llenas de espanto, aguardaban en el balcón del edificio, que da a la plaza, observando tan siniestro espectáculo. Al llegar dicho cortejo frente al balcón, se oyó un grito aterrador que sobrecogió a todos: "hiiiiiiiiiiiihhhggggg" y entonces una masa inmensa de ratas se apiñaron en la plaza produciendo unas ordenadas circunvalaciones. Era como una tabla gimnástico festiva. Las autoridades que observaban desde el balcón pudieron leer el mensaje que les transmitían los pestilentes roedores en su agradable espectáculo visual.
El texto del comunicado, literalmente, era el que sigue:
“Hoy sábado de luna llena...exigimos de esta Comunidad...la entrega de doce doncellas...las más hermosas de la ciudad...desnudas como regalo a .... Yog Sothoth, dios del todo en uno...y del uno en todo. Este tributo...deberá pagarse todos los sábados...de luna llena a esta misma hora...De no hacerse así, lo sucedido en el metro...es muestra de nuestros poderes y de...lo que podemos hacer en represalia".
A la hora de haber sucedido esta demanda, eran entregadas a la legión de ratas las doce vírgenes más bellas de la ciudad como tributo al dios Yog Sothoth. El cortejo recogió el legado y marchó por donde horas antes hiciera su abominable aparición. En cuestión de segundos desaparecieron todos los habitantes de las inmundas y pestilentes profundidades dejando libres a los ciudadanos para que se pudieran sacudir el olor nauseabundo que reinaba y para que pudieran secarse el sudor glacial que aún bañaba sus cuerpos.
Aquel día nadie se reintegro a su trabajo, fue día de contrición, de inmenso dolor pero laboralmente festivo. Nadie se atrevió a salir a la calle no fueras a toparse de nuevo con los roedores. Nadie era capaz de asimilar lo que acababa de sucederles. Estaban aturdidos, atemorizados, sin capacidad de respuesta. La sensación era que habían vivido un sueño macabro y que en nada iban a despertar.
Las autoridades tomaron  medidas para hacer frente a aquel ejército de ratas. El siguiente sábado de luna llena al hacer acto de presencia los detestables roedores. columnas de voluntarios y  el total de policías y agentes de la autoridad movilizados por este motivo comenzaron a disparar ráfagas ininterrumpidas de ametralladora contra ellas, les arrojaron bombas incendiarias, cantidades inmensurables de gases letales, raticidas de todo tipo a toneladas, fuego con lanzallamas, pero no sucedió nada de todo cuanto esperaban conseguir así. Las ratas prosiguieron su lenta marcha en busca del tributo que les correspondía arrollando y destrozando cuanto obstáculo se interpuso en su camino. No había nada ni nada que pudiese detenerlas.
No quedo a la ciudad más remedio que hacer entrega de las jóvenes solicitadas.  Y una vez desaparecieron, brigadas especiales corrieron detrás de ellas para ver por dónde salían y entraban con el propósito de sellar el agujero. El cortejo se introdujo en el túnel del metro, por allí al fondo, en la negror del mismo y cuando sus perseguidores recorrieron toda la red de metro de la ciudad detenidamente, no encontraron el más mínimo resquicio por el que hubiese pasado, se habían ido sin dejar rastro.
Se comunicó el suceso nuevamente a las altas esferas de mandatarios del país, explicando con todo detalle, por absurdo que pudiese parecer,  todo lo ocurrido. Pero más bien no se les creyó, al menos no tal como lo narraban, era del todo impensable y así, de este modo, abandonaron a los habitantes de esta ciudad a su suerte, suponiendo que toda esta historia no era más que una broma de pésimo gusto.
Ante tal contrariedad, el municipio decidió que la próxima vez cuando entregaran las doce doncellas hermosas,  todas las jóvenes suelen serlo, que fueran lo más tontas posible, que fueran inútiles para que así la pérdida para la ciudad no fuera tan dura, mientras se tomaban medidas más eficaces contra tal plaga.
Y así se procedió la siguiente vez. El cortejo recogió a las doce desdichadas y marchó con ellas. No sucedió nada en especial. La gente se sometió con resignación a su suerte. Mientras la joven no fuese de nuestra familia, qué le vamos a hacer, es lo que nos toca pagar y como no queda otro remedio, si queremos vivir algo más tranquilos, pues nada, se hace efectiva la entrega y a esperar que llegue el mes próximo. Pero la sorpresa llegó al día siguiente, domingo, cuando a las once de la mañana -la hora de dirigirse a la iglesia a oír la santa misa- aparecieron nuevamente los batallones de ratas llenándolo todo. Poco después aparecieron los miembros del cortejo escoltando a una de las muchachas entregadas el día anterior. La joven llevaba en la mano un papel escrito con el siguiente texto:
"Nos han fallado. No esperábamos de ustedes, gente tan seria esto. Tengan mucho cuidado, nuestra paciencia tiene un límite y se agota enseguida.  Nos da igual que recluten a las  doncellas entre las muchachas totalmente  imbéciles. Pero percátense bien de que lo sean. Por lo visto esta joven, portadora del escrito, no es tan tonta como ustedes la creían. No es virgen y nosotros exigimos únicamente hermosura y virginidad. Como castigo  deberán entregarnos inmediatamente otras doce doncellas. Es  decir, volverán a pagarnos el tributo  pero esta vez será Nos mismo quien las va a  elegir“.
No hubo tiempo de hacer nada. Las mismas ratas se encargaron de escoger las doncellas necesarias. Y lo hicieron muy bien. Reclutaron a doce vírgenes, esas  púberes que jamás nadie habría entregado. Una vez las tuvieron reunidas, conocedoras de la misión que les había sido encomendada, se desnudaron. Algunas ratas entonces, llenas de júbilo, saltaron sobre las jóvenes y comenzaron un detallado y minucioso  examen de la mercancía elegida. Era un espectáculo maldito, infame, el ver como las ratas olían y corrían por torsos esculturales, limpios, inmaculados, llenos de pureza y juventud apenas alcanzada. Una imagen espantosa sacada de la más sádica historia sacrílega. Pero  esto no fue todo, hubo algo más asqueroso todavía, si es que puede haber algo más asqueroso aún. Una de las jóvenes, hija de una buena y respetable familia, se sintió, no tengo palabras para explicarlo mínimamente con exactitud, espero que ustedes sepan comprenderme. Al ver una rata sobre su dulce y adorable piel bronceada, sintió algo, escalofríos tal vez, e hizo un gesto con los hombros y tronco como queriendo sacudirse  al horrible ser que se deslizaba sobre su cuerpo. La rata se percató de  inmediato  del desafortunado y reflejo gesto y saltó sobre el  seno  izquierdo de la desamparada muchacha, casi niña aún, clavándole sus afilados dientes.
Imagínense por un momento el pavor que puede sentirse ante la escena compuesta  por una bella joven, virgen, como cristalina de piel, de larga cabellera negra, desnuda ante la muchedumbre, niña que descubre por primera vez sus vergüenzas al público que la quiera mirar, que observa, con una asquerosa rata colgando de uno de senos todavía sin acabar de hacerse pero muy tersos y bien modelados. No es nada agradable
¿verdad?  Pues es cierto, la horrible criatura que nunca debió  de existir quedó colgando del pecho izquierdo de la casi niña. No es una situación fácil para una doncella sin experiencia, para una jovencita que aún no ha abierto los ojos a la vida. Después que las examinaron con exquisito detenimiento, marcharon con ellas por donde habían salido, dejando a la  joven rechazada en medio de la gente.
Las autoridades hicieron examinar a ésta por un médico. Mostraba numerosos hematomas, dentelladas por todo el cuerpo, en especial en el monte de Venus, glúteos, pechos y piernas. Partes de su cuerpo estaban amarillentas, como si hubiesen sido expuestas a altas temperaturas. Su piel exhalaba  un olor nauseabundo, acre. Era insensible a toda forma externa de dolor. Fue imposible hablar con ella. Debió sufrir tanto dolor físico y psíquico que la inhabilitaron para el habla. Con toda seguridad la impresión que debió recibir desde el inicio debió ser tan tremenda que anuló para el resto de sus días sus capacidades psíquicas. Resultó imposible cualquier tipo de comunicación con ella, su mirada fija y perdida en el horizonte tal vez podía delatar lo que había sufrido.  Lo único que se pudo sonsacar de su experiencia fue, al cabo de unos días, unos  dibujos, apenas esbozos, que sin que nadie se los demandara ella misma trazó con un lápiz en una hoja de papel.
Eran formas diabólicas, semihumanas con cabezas caninas. Productos no acabados de
seres venidos del más allá desconocido, del inframundo del infierno. Siervos de Yog Sothoth, el dios maldito que habita en las profundidades del infinito. Seres siniestros que no pertenecen a este mundo, que están fuera del alcance de nuestro raciocinio. Intentó, con toda seguridad,  explicar mediante dibujos sus espantosas orgias desenfrenadas, inconfesables y sacrílegas en las que la protagonista era ella misma. Cultos y ritos que es preferible no conocer. Estaba ida, completamente en trance, loca para siempre Por suerte, transcurridos unos días  la muerte se apiadó de ella.
Las autoridades debieron comprender algo de lo que ella intentó explicarles porque decidieron no mandar nunca más otras doncellas a manos de tan endemoniadas entidades. Era preferible negarse a ello y aceptar el castigo impuesto por las ratas. Todo
antes que condenar a otra doncella a tan siniestra fiesta.
El sábado siguiente de luna llena no hubo vírgenes preparadas. Las ratas lo sabían y llegaron preparadas para cometer las atrocidades que mente humana es incapaz de imaginar o de aceptar como verídicas. Sólo, tomen como muestra, lo que de aquella ciudad modelo quedó cuando aquella plaga infernal se marchó.
A nivel oficial, tal suceso no ocurrió nunca. El desastre debió ser provocado por algún terremoto u otro agente físico similar y explicable por la mente humana.

Yo, hace ya tres años, encontré este desdichado relato, simplemente como libro de actas, entre les escombros de lo que una vez debió ser el ayuntamiento. Nadie me ha creído nunca  cuando les he mostrado ese relato. Es por eso que, señores de la comisión, he decidido traerlos hasta aquí, el lugar de los acontecimientos, testigo  mudo de todas las atrocidades que se cometieron entonces, para que me crean y desistan de la descabellada, y arriesgada,  idea de construir aquí un polígono industrial y de volver a  hacer habitable este lugar maldito para siempre, condenado a la desolación y al exterminio demoniaco. Las noches de sábado de luna llena, todavía se pueden escuchar en determinados lugares y momentos, voces y gritos que provienen de las profundidades. Todos los animales de la naturaleza huyeren de estos parajes y temen regresar. Por favor, señores de la comisión, creánme, intenten, aunque sólo sea, comprenderme y valoren mi relato. Y tengan en cuenta que la venganza de Yog Sothoth puede ser todavía peor.

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