El
despertar de la ciudad es todos los días sobre las seis de la mañana, hora en la que sus
ciudadanos se dirigen en toda clase de medios de transporte hasta sus
respectivos lugares de trabajo. El medio más utilizado, sin lugar a dudas, es
el metro por que es el más rápido, el más económico y en el que tiene más cabida
la gente.
Como
iba diciendo, eran las seis de la mañana cuando los habitantes de la ciudad se
aglutinaban en la estación de metro de
la Plaza Mayor esperando que éste llegara. Entonces sucedería lo que sucede siempre:
apretujones, pisotones, forcejeos, etc., para poder entrar a loa vagones, porque
ya viene lleno desde la estación anterior. Pero tal día como hoy de hace ya
veinte años no sucedió lo mismo. El público que esperaba se extrañó de ver
llegar el tren completamente vacío. Al detenerse en el andén, las puertas se
abrieron y entonces cundió el espanto. No era para menos, francamente. Los vagones
estaban repletos de ratas enormes que enseñaban sus fauces al espantado gentío que
observaba los restos de los viajeros procedentes de las estaciones anteriores.
Sí,
es cierto, se podían ver los esqueletos de las víctimas, los huesos todavía
mojados de sangre y de humor que producían un extraño brillo al reflejar la luz
artificial de los vagones. Se podían ver restos de carne y de tendones demasiado
duros que no habían sido aún limpiados del todo por los roedores.
El
espectáculo que ofrecían era espantoso, lúgubre, repugnante a la vez que
sobrecogedor por intentar decirlo de algún modo, por intentar comprender lo que
había sucedido. Imagínense ustedes que ahora en este andén -el mismo de
entonces- llegara el tren con tan desoladora y esperpéntica imagen. Háganse a la idea por
unos instantes en su mente y piensen en cómo reaccionarían ustedes ante tanto
hueso roído, ante tantos ríos de sangre y de humor que salían, desbordados, por
las puertas de los vagones bañando las asquerosas patas de los horribles
roedores.
Sí,
efectivamente, el público apiñado en el andén del metro reaccionó tal como lo habrían
hecho ustedes ante tan tétrica escena, totalmente
inasimilable para cualquier mente humana con un mínimo de sensibilidad. Un ejército
de descomunales ratas grises y peludas comenzó a salir de todos los vagones
amenazando a los viajeros de la estación, de esta estación.
Este
hecho se producía simultáneamente en todas las estaciones en donde había gente:
obligaron a la muchedumbre a subir hasta la calle. Allí empezaron a salir ratas
desde todos los rincones, por todas las bocas de metro, por todas las
alcantarillas. Había ratas por doquier. Eran millones y millones de grandes ratas
grises. Era un espectáculo inmundo, inmensamente sobrecogedor: obligaba a
mantener un rictus de desesperación a los desafortunados habitantes de esta
gran urbe.
Ratas
y más ratas amenazadoras, intimidadoras y una multitud paralizada permanecieron
en la misa situación trágica a la vez que paralizante durante unas tres horas.
Unas enseñando sus desafiantes fauces babeantes y los otros como congelados.
Así hasta las nueve de la mañana en punto, hora en la que hizo acto de
presencia un fastuoso cortejo por la boca del metro de unas cien ratas todavía más descomunales,
más asquerosas y sobre todo más repugnantes que se dirigieron con
parsimonia hasta el edificio del
Ayuntamiento.
Las
autoridades de la municipalidad, sabedoras de la situación y llenas de espanto,
aguardaban en el balcón del edificio, que da a la plaza, observando tan
siniestro espectáculo. Al llegar dicho cortejo frente al balcón, se oyó un
grito aterrador que sobrecogió a todos: "hiiiiiiiiiiiihhhggggg" y
entonces una masa inmensa de ratas se apiñaron en la plaza produciendo unas
ordenadas circunvalaciones. Era como una tabla gimnástico festiva. Las
autoridades que observaban desde el balcón pudieron leer el mensaje que les
transmitían los pestilentes roedores en su agradable espectáculo visual.
El
texto del comunicado, literalmente, era el que sigue:
“Hoy
sábado de luna llena...exigimos de esta Comunidad...la entrega de doce
doncellas...las más hermosas de la ciudad...desnudas como regalo a .... Yog
Sothoth, dios del todo en uno...y del uno en todo. Este tributo...deberá
pagarse todos los sábados...de luna llena a esta misma hora...De no hacerse así,
lo sucedido en el metro...es muestra de nuestros poderes y de...lo que podemos
hacer en represalia".
A
la hora de haber sucedido esta demanda, eran entregadas a la legión de ratas
las doce vírgenes más bellas de la ciudad como tributo al dios Yog Sothoth. El cortejo
recogió el legado y marchó por donde horas antes hiciera su abominable aparición.
En cuestión de segundos desaparecieron todos los habitantes de las inmundas y
pestilentes profundidades dejando libres a los ciudadanos para que se pudieran
sacudir el olor nauseabundo que reinaba y para que pudieran secarse el sudor
glacial que aún bañaba sus cuerpos.
Aquel
día nadie se reintegro a su trabajo, fue día de contrición, de inmenso dolor
pero laboralmente festivo. Nadie se atrevió a salir a la calle no fueras a toparse
de nuevo con los roedores. Nadie era capaz de asimilar lo que acababa de
sucederles. Estaban aturdidos, atemorizados, sin capacidad de respuesta. La
sensación era que habían vivido un sueño macabro y que en nada iban a
despertar.
Las
autoridades tomaron medidas para hacer
frente a aquel ejército de ratas. El siguiente sábado de luna llena al hacer
acto de presencia los detestables roedores. columnas de voluntarios y el total de policías y agentes de la autoridad
movilizados por este motivo comenzaron a disparar ráfagas ininterrumpidas de
ametralladora contra ellas, les arrojaron bombas incendiarias, cantidades inmensurables
de gases letales, raticidas de todo tipo a toneladas, fuego con lanzallamas,
pero no sucedió nada de todo cuanto esperaban conseguir así. Las ratas
prosiguieron su lenta marcha en busca del tributo que les correspondía
arrollando y destrozando cuanto obstáculo se interpuso en su camino. No había
nada ni nada que pudiese detenerlas.
No
quedo a la ciudad más remedio que hacer entrega de las jóvenes
solicitadas. Y una vez desaparecieron, brigadas
especiales corrieron detrás de ellas para ver por dónde salían y entraban con
el propósito de sellar el agujero. El cortejo se introdujo en el túnel del
metro, por allí al fondo, en la negror del mismo y cuando sus perseguidores
recorrieron toda la red de metro de la ciudad detenidamente, no encontraron el
más mínimo resquicio por el que hubiese pasado, se habían ido sin dejar rastro.
Se
comunicó el suceso nuevamente a las altas esferas de mandatarios del país, explicando
con todo detalle, por absurdo que pudiese parecer, todo lo ocurrido. Pero más bien no se les creyó,
al menos no tal como lo narraban, era del todo impensable y así, de este modo, abandonaron
a los habitantes de esta ciudad a su suerte, suponiendo que toda esta historia
no era más que una broma de pésimo gusto.
Ante
tal contrariedad, el municipio decidió que la próxima vez cuando entregaran las
doce doncellas hermosas, todas las jóvenes
suelen serlo, que fueran lo más tontas posible, que fueran inútiles para que
así la pérdida para la ciudad no fuera tan dura, mientras se tomaban medidas más
eficaces contra tal plaga.
Y
así se procedió la siguiente vez. El cortejo recogió a las doce desdichadas y
marchó con ellas. No sucedió nada en especial. La gente se sometió con
resignación a su suerte. Mientras la joven no fuese de nuestra familia, qué le
vamos a hacer, es lo que nos toca pagar y como no queda otro remedio, si
queremos vivir algo más tranquilos, pues nada, se hace efectiva la entrega y a
esperar que llegue el mes próximo. Pero la sorpresa llegó al día siguiente, domingo,
cuando a las once de la mañana -la hora de dirigirse a la iglesia a oír la
santa misa- aparecieron nuevamente los batallones de ratas llenándolo todo. Poco
después aparecieron los miembros del cortejo escoltando a una de las muchachas
entregadas el día anterior. La joven llevaba en la mano un papel escrito con el
siguiente texto:
"Nos
han fallado. No esperábamos de ustedes, gente tan seria esto. Tengan mucho cuidado,
nuestra paciencia tiene un límite y se agota enseguida. Nos da igual que recluten a las doncellas entre las muchachas totalmente imbéciles. Pero percátense bien de que lo
sean. Por lo visto esta joven, portadora del escrito, no es tan tonta como
ustedes la creían. No es virgen y nosotros exigimos únicamente hermosura y
virginidad. Como castigo deberán
entregarnos inmediatamente otras doce doncellas. Es decir, volverán a pagarnos el tributo pero esta vez será Nos mismo quien las va a elegir“.
No
hubo tiempo de hacer nada. Las mismas ratas se encargaron de escoger las
doncellas necesarias. Y lo hicieron muy bien. Reclutaron a doce vírgenes,
esas púberes que jamás nadie habría
entregado. Una vez las tuvieron reunidas, conocedoras de la misión que les
había sido encomendada, se desnudaron. Algunas ratas entonces, llenas de júbilo,
saltaron sobre las jóvenes y comenzaron un detallado y minucioso examen de la mercancía elegida. Era un espectáculo
maldito, infame, el ver como las ratas olían y corrían por torsos esculturales,
limpios, inmaculados, llenos de pureza y juventud apenas alcanzada. Una imagen
espantosa sacada de la más sádica historia sacrílega. Pero esto no fue todo, hubo algo más asqueroso
todavía, si es que puede haber algo más asqueroso aún. Una de las jóvenes, hija
de una buena y respetable familia, se sintió, no tengo palabras para explicarlo
mínimamente con exactitud, espero que ustedes sepan comprenderme. Al ver una
rata sobre su dulce y adorable piel bronceada, sintió algo, escalofríos tal vez,
e hizo un gesto con los hombros y tronco como queriendo sacudirse al horrible ser que se deslizaba sobre su cuerpo.
La rata se percató de inmediato del desafortunado y reflejo gesto y saltó
sobre el seno izquierdo de la desamparada muchacha, casi niña
aún, clavándole sus afilados dientes.
Imagínense
por un momento el pavor que puede sentirse ante la escena compuesta por una bella joven, virgen, como cristalina de
piel, de larga cabellera negra, desnuda ante la muchedumbre, niña que descubre
por primera vez sus vergüenzas al público que la quiera mirar, que observa, con
una asquerosa rata colgando de uno de senos todavía sin acabar de hacerse pero
muy tersos y bien modelados. No es nada agradable
¿verdad? Pues es cierto, la horrible criatura que nunca
debió de existir quedó colgando del pecho
izquierdo de la casi niña. No es una situación fácil para una doncella sin experiencia,
para una jovencita que aún no ha abierto los ojos a la vida. Después que las
examinaron con exquisito detenimiento, marcharon con ellas por donde habían salido,
dejando a la joven rechazada en medio de
la gente.
Las
autoridades hicieron examinar a ésta por un médico. Mostraba numerosos hematomas,
dentelladas por todo el cuerpo, en especial en el monte de Venus, glúteos,
pechos y piernas. Partes de su cuerpo estaban amarillentas, como si hubiesen sido
expuestas a altas temperaturas. Su piel exhalaba un olor nauseabundo, acre. Era insensible a
toda forma externa de dolor. Fue imposible hablar con ella. Debió sufrir tanto dolor
físico y psíquico que la inhabilitaron para el habla. Con toda seguridad la
impresión que debió recibir desde el inicio debió ser tan tremenda que anuló
para el resto de sus días sus capacidades psíquicas. Resultó imposible
cualquier tipo de comunicación con ella, su mirada fija y perdida en el
horizonte tal vez podía delatar lo que había sufrido. Lo único que se pudo sonsacar de su
experiencia fue, al cabo de unos días, unos
dibujos, apenas esbozos, que sin que nadie se los demandara ella misma
trazó con un lápiz en una hoja de papel.
Eran
formas diabólicas, semihumanas con cabezas caninas. Productos no acabados de
seres
venidos del más allá desconocido, del inframundo del infierno. Siervos de Yog
Sothoth, el dios maldito que habita en las profundidades del infinito. Seres siniestros
que no pertenecen a este mundo, que están fuera del alcance de nuestro raciocinio.
Intentó, con toda seguridad, explicar mediante
dibujos sus espantosas orgias desenfrenadas, inconfesables y sacrílegas en las
que la protagonista era ella misma. Cultos y ritos que es preferible no conocer.
Estaba ida, completamente en trance, loca para siempre Por suerte,
transcurridos unos días la muerte se
apiadó de ella.
Las
autoridades debieron comprender algo de lo que ella intentó explicarles porque
decidieron no mandar nunca más otras doncellas a manos de tan endemoniadas
entidades. Era preferible negarse a ello y aceptar el castigo impuesto por las
ratas. Todo
antes
que condenar a otra doncella a tan siniestra fiesta.
El
sábado siguiente de luna llena no hubo vírgenes preparadas. Las ratas lo sabían
y llegaron preparadas para cometer las atrocidades que mente humana es incapaz
de imaginar o de aceptar como verídicas. Sólo, tomen como muestra, lo que de
aquella ciudad modelo quedó cuando aquella plaga infernal se marchó.
A
nivel oficial, tal suceso no ocurrió nunca. El desastre debió ser provocado por
algún terremoto u otro agente físico similar y explicable por la mente humana.
Yo,
hace ya tres años, encontré este desdichado relato, simplemente como libro de
actas, entre les escombros de lo que una vez debió ser el ayuntamiento. Nadie
me ha creído nunca cuando les he mostrado
ese relato. Es por eso que, señores de la comisión, he decidido traerlos hasta
aquí, el lugar de los acontecimientos, testigo mudo de todas las atrocidades que se cometieron
entonces, para que me crean y desistan de la descabellada, y arriesgada, idea de construir aquí un polígono industrial
y de volver a hacer habitable este lugar
maldito para siempre, condenado a la desolación y al exterminio demoniaco. Las
noches de sábado de luna llena, todavía se pueden escuchar en determinados lugares
y momentos, voces y gritos que provienen de las profundidades. Todos los
animales de la naturaleza huyeren de estos parajes y temen regresar. Por favor,
señores de la comisión, creánme, intenten, aunque sólo sea, comprenderme y
valoren mi relato. Y tengan en cuenta que la venganza de Yog Sothoth puede ser
todavía peor.
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