Nos llenamos la boca de palabras
grandilocuentes, normalmente hueras,
palabras a veces demasiado nuevas
y groseras que jamás significan nada.
Abruman en exceso los silencios callados
especialmente si no los controlamos,
y ante su insostenible presión hablamos,
porque tanta tensión no la soportamos.
Qué difícil resulta usar palabras sencillas,
que se entiendan, nada más las precisas,
esas capaces de moverse como avecillas:
revolotean y las sentimos como pura brisa.
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