ANDRÉS MARCO

jueves, 10 de noviembre de 2011

ACTO PÚBLICO


No sé por qué no me salen las palabras. Lo intento una y otra vez, adecuándolas de distintas formas, rebuscando significados ocultos en ellas para no ser mal interpretado, reintentando construir frases en mi mente, pero no, no salen mis palabras. Se aglomeran en mi mente, golpean irremisiblemente unas contra otras, con contundencia, sin piedad, provocando reacciones en cadena que yo no soy capaz de atajar, produciéndome un enorme dolor mientras  intentan adquirir consistencia, sentido, fluir al exterior, con fuerza, con miedo a permanecer por más tiempo encerradas, aprisionadas en la oscuridad de mi mente, que riendo desasirse de mis pensamientos sin importarles demasiado el sentido de las frases, lo importante es escapar como sea. Y, sin embargo, yo no consigo encadenar un pensamiento  que pueda resultar mínimamente lógico, que tenga sentido. No, no lo entiendo. Lo intento una y otra vez, y las palabras no me salen: se aglomeran, se pelean entre ellas, todas quieren ser las primeras y no encuentra la salida ninguna de ellas. Estoy mudo ante un auditorio que espera que yo hable y diga cosas importantes y quién sabe si trascendentes. De pie, ante el micrófono, en el estrado, mientras los además aguardan sentados en sus confortables buta­cas unas palabras mías. sé que tendría que hablar, comenzar por cualquier cosa, decir muchas cosas o por lo menos algo, pero ni siquiera recuerdo, en estos momentos, por qué estoy yo aquí ahora, quién me ha hecho venir y con motivo de qué. Son muchas las veces que la presión del momento puede más. El miedo escénico. Mas no es mi caso, yo estoy acostumbrado, no me impone el número de personas que puedan estar pendientes de mi disertación. Pruebo una y otra vez a ordenar mi mente, recapacito dentro de los lími­tes de mis posibilidades actuales, me pongo colorado, siento en la frente un sudor frío, después mi color cambia a blanco de momia, y prosigo estupefacto, de pie, mirando a todas partes y a ninguna en concreto, sin saber qué hacer, cómo actuar y qué es lo que tengo que decir o hacer. Quisiera reaccionar, to­mar una resolución que modificara la situación actual, pero no se me ocurre nada. Parezco, debo parecer, pues tampoco estoy seguro, una estatua. La gente me mira insistentemente y yo me siento cada vez más incómodo. No sé por qué, pero no me salen las palabras. Una idea burda y tonta se insinúa en mi mente. No es algo concreto, pero creo que tal vez pueda servirme para solucionar el problema, o por lo menos para que el tiempo pase y mientras mi mente sea capaz de establecer una claridad y una coordinación entre mis confusos pensamientos y palabras que no son capaces de encontrar la salida y puedan así tomar un sentido, adaptarse los unos con las otras. Me decido. Gri­to con todas mis fuerzas: “¡No, mierda, no! y saco la lengua a la gente que me aplaude, me aclama alocadamente. Y prosigo al ver su reacción “Idos todos a la mierda”. No tengo ni idea de qué era lo que debía decir, tal vez esto, mi mente sigue confusa, pero desde luego mi acción ha sido espontánea y ha dado un resultado. La multitud sigue aclamándome.

No hay comentarios:

Publicar un comentario