Mis primeros recuerdos no sé
hasta qué punto puedo llamarlos así. Primeros recuerdos. Hoy lo son, mañana tal
vez sean otros más primeros o bien ya no recuerde estos. La memoria tiene estas
bromas. Sobre todo cuando te haces mayor. Juega al escondite contigo. Hoy me
acuerdo, mañana no. Por lo tanto hoy que están presentes en mi memoria los
plasmo no sea que un mañana no muy lejano ya no estén activos en mi cabeza. Son
apenas fogonazos, pequeños chispazos, trozos de fotografías imprecisas, borrosas, desenfocadas de unos
tiempos ya muy lejanos.
Qué edad podría tener yo entonces.
Si acaso tres años., no más. Mi hermano era muy pequeño. Aún dormía en la cuna.
Tenía un problema y cuando se le disparaba la acetona en sangre había que ponerle con premura un suero en la pierna.
La imagen borrosa me dice que el practicante no se lo inyectó, por lo que se
ve, bien y la pierna se le hinchó muchísimo. Mis padres y el médico, en el
comedor de casa hablaban en voz baja. Muy preocupados, intuyo aunque en aquel
entonces yo no podía darme cuenta. Simplemente atendían a mi hermano y a mí me
dejaban a cargo del abuelo que vivía ya con nosotros. Mamá, de poco a poco, le iba poniendo trapos mojados en la pierna para intentar de
que la inflamación remitiese. Al menos eso es lo que me dice mi diáfana memoria
de aquellos instantes. Estaban los tres muy nerviosos. No era la primera vez
que le suministraban ese suero y jamás se había presentado ese problema. Luego,
qué sucedió. No lo sé. El flash en mi memoria no lo explica. Mi hermano sigue,
adulto, vivo así que...
La segunda foto que conservo
en el álbum de mi memoria es todavía más difusa y difícil de precisar, aunque
esta foto tiene movimiento. Es como un pequeño vídeo. Quién iba a decir que en
plena postguerra, en un pueblo perdido en un valle entre montañas, existía ya
el vídeo. No. No existía, pero mi recuerdo es como una película de varios
minutos filmada en plan casero, por un aficionado que va cortando la sucesión
de imágenes cuando a él le apetece. Imágenes en ocasiones desenfocadas, en
otras la película queda enganchada, se atasca;
en otras salta o va demasiado deprisa.
Es un domingo por la mañana,
seguro que no demasiado pronto. Yo voy cogido con mi manita al cochecito de
bebé, negro y con ruedas de goma
grandes, con radios y un respaldo
también negro de un material que no logro identificar. Plástico no, seguro.
Estoy hablando posiblemente del otoño de
1955. En el carrito va sentado mi hermano pequeño y detrás del mismo,
empujándolo, va el abuelo y yo al lado. El padre de mamá. Va vestido, según lo
veo, de domingo. Pantalón de pana negro, al igual que la chaqueta. Camisa
blanca. Y claro está, la boina en la cabeza. Esa boina que luego tantas veces me gustó jugar con ella
cogiéndosela de la cabeza al abuelo para ponérmela yo mientras el abuelo hacía
ver que se enfadaba y quería que se la devolviera porque tenía frio en su
cabeza casi calva. Ponía cara de
ofuscamiento, de enfado desmedido, exigiéndome que le devolviese la boina a su
cabeza. Yo al final siempre cedía y se colocaba en su testa, siempre mal puesta y él, como me tenía sentado en sus
rodillas comenzaba entonces a hacerme cosquillas y acabábamos los dos riendo.
Todo era para él pura pantomima.
El abuelo camina bien, por
tanto aún no había sufrido la embolia que le paralizó parte de su lado derecho
y que a partir de entonces le imposibilitó bastante su capacidad de movimiento.
A partir de ese hecho ya siempre caminó con garrotes y arrastrando la pierna
derecha, si bien siempre pudo articular con relativa comodidad sus brazos, sin limitarle la posibilidad de
vestirse solo o poder comer con la mano derecha. Si bien movía mucho mejor la
izquierda. Solo que mi abuelo no era zurdo como yo.
Como iba recordando salimos
los tres de la Plaza de las Escuelas, pasamos por la Plaza de la Fuente.
Alguien joven nos ha parado un momento para preguntarle al abuelo si vamos a
misa. No puedo precisar más. Si es mayor seguro que es la tía Isabel y si es
joven, Esmeralda. Luego vamos subiendo por la calleja hasta la Plaza de la
Iglesia. Entramos dentro del templo, supongo, porque esa imagen concreta no
aparece en mi película de los hechos. Pero claro, aquí mi mente me juega una
mala pasada y no recuerda la entrada dentro del edificio. Claro que si en la
secuencia posterior estamos dentro significa que hemos traspasado la puerta de
entrada. El abuelo deja el carro detrás
de una de las columnas, la que queda en el lado de la derecha mirando al altar. La
columna de delante, así puede controlar el carro supongo por si tiene que
sentar en el mismo a mi hermano y salir con él a la calle por algún motivo,
como puede ser el llanto de un niño tan chico. Estamos en unos años en los que
no se tenían tantas contemplaciones con los niños como sucede ahora. Entonces
los críos éramos los últimos monos a tener en cuenta. Si un bebé lloraba en
misa lo normal era que todo el mundo lo mirarse, bueno, mirase a quien lo tenía
en brazos recriminándole que consintiera los lloros del bebé. Así que mi abuelo
se aseguraba tener el cochecito muy cerca para salir deprisa y evitar las
irredentas miradas acusatorias. Y más siendo él el padre de la señora maestra. Vamos, es una suposición mía, porque en aquel
entonces al que hago referencia lo desconozco.
El asunto es que el abuelo
está sentado en un banco con mi hermano en brazos y yo a su lado, también
sentado aunque las piernas no me llegan al suelo y las muevo sin parar. Si el
abuelo lleva un niño en brazos, alguien ha tenido que ayudarme a sentarme en el
banco de la iglesia porque yo solo no hubiese podido auparme hasta el mismo.
Luego me veo apeado del banco y metiéndome
debajo del mismo, arrastrándome por el suelo, jugando a hacer carantoñas a los
hombres que están en el banco de detrás del nuestro mientras el abuelo hace ver
que me riñe aunque yo sé que no, siempre me consentía todo porque era mi
padrino y nacimos el mismo día, pero con ochenta y un años de diferencia. Y
digo hombres de detrás es porque los hombres, obligatoriamente, debían sentarse
mirando al altar a mano derecha, los niños en los tres bancos primeros y luego
el resto. Y las mujeres en el ala izquierda mirando al altar en el que se
oficia, con las niñas en los tres bancos de delante de ellas. Recuerdo que en
el sermón del cura muchos hombres salían al banco de la plaza, adosado a la
pared del ayuntamiento para fumarse un cigarro. El abuelo, si bien también
fumaba, jamás salió en ese intermedio. Luego regresaban todos y el órgano
interpretaba el himno nacional, según he sabido después aunque no sé si aún era
obligatorio en aquellos años. La plegaria por el Caudillo y el recuerdo por los mártires caídos por Dios
y por la patria sí. Yo aquel entonces no estaba por esos detalles. Pero algo
muy escondido en ese desván que recuerdos que todos tenemos al fondo de
nuestros cerebros me dice que sí, que la plegaria con toda su parafernalia sí
se decía aún. El órgano sonaba pero no logro recordar su música de aquel
entonces.
Si recuerdo que al acabar la
misa el abuelo se reunió con papá y mamá y, supongo, regresamos a casa. En la
cinta no sale "fin" ni mamá pero
en mi recuperar recuerdos acaba al salir de misa en brazos de papá. Luego papá
también ha asistido al oficio dominical, claro que es, por lo que he sabido
adulto ya, obligatorio. Si no estás en misa el alguacil te pone una cruz en la
lista y luego te multan por habértela saltado. A mamá no la veo en esa
secuencia última, aunque seguro que ella sí está. A parte de ser creyente
practicante no puede permitirse el lujo de no asistir. Habría estado en boca de
todos y eso no, ella no puede aceptar que eso ocurra. Sería un mal ejemplo no
sólo para sus alumnas si no para todo el pueblo.
Otro recuerdo de cuando era
muy pequeño es que he ido los las tías "Chon" y "Bonica" a
las huertas de la Umbría y que al regreso ha llovido un poco y me he mojado los
zapatos, los calcetines y los pies. Una vez en casa de la abuela, la madre de
papá, las tías deciden que ponga los pies en la placa metálica que rodea el
fuego encendido del comedor para que se sequen zapatos, calcetines y pies. Yo, sentadico en una sillica muy baja estoy ensimismado contemplando las llamas y de
súbito estallo en lágrimas. Los pies me están quemando. Ni las tías ni la
abuela han contemplado el hecho de que el metal caliente iba a quemarme en
nada. La tía "Chon" me descalza y me pone una toalla mojada en las
plantas de los pies mientras regaña al fuego por haberse pasado con su niño.
El resto de la tarde no queda
grabado en mi recuerdo salvo una pequeña imagen en la que estoy con un perolico de barro en una mano mientras
con la otra voy comiendo la sopa de pan que la abuela me ha preparado. Mamá siempre la ponía en un plato pero esa
noche no estoy en casa ni mamá está. Es casa de la abuela y tengo a las dos
tías y a la abuela para que me contemplen. La secuencia sigue cuando la tía
"Bonica" me coge en brazos y me sube a la habitación diciéndome que
esa noche dormiré con ellas. En sus brazos mientras me hace arrumacos me dice
que dejará el ventanuco abierto porque ya no llueve y así antes de dormirme
podremos ver el cielo estrellado. Yo recuerdo acariciando sus mejillas y
diciéndole tía bonica, como siempre aunque su nombre es Mónica. Claro que la
tía "Chon" es Consolación, como la abuela. El problema estriba en que
yo hablo aún bastante mal, luego todavía
soy muy pequeño. La tía Consolación introduce entre las sábanas una botella de
agua caliente envuelta en una toalla para que me caliente los pies pero no me
queme. Aquella botella es metálica, no como la de casa que me pone mamá que es
de goma. Y aquí acaba esa pequeña película en casa de la abuela.