Cuando yo
muera no lo dudéis, incineradme
y dejad mis
cenizas al pie del pino grande
en el mismo corazón
de mi montaña salvaje,
me convertiré
en pino con sus ramas al aire.
Ramas en las que se posarán los pájaros
fieles
transmisores de los recuerdos de antaño
de toda esa
vida que uno fue acumulando
pese a que
más de uno conduzca a engaño.
Yo, consubstanciado de este modo con el pino
extenderé
mis consistentes ramas a la lluvia,
lluvia vivificadora que el cielo previsor
envía
para
despojarnos sin remisión de todo lo vivido.
Ya no importará
nunca más lo que yo he sido
ni lo que me
fue deparando cada día ese destino
que en
ocasiones, juguetón, falla y en otras acierta,
lo fundamental
es que siga viva la mundanal fiesta.
Lo único
cierto y seguro es que cuando yo muera
descansaré y
mis cenizas se fundirán con la tierra,
ahora,
mientras sigo vivo, digo con total certeza
que muerto,
cada uno piense de mí lo que quiera.