Era
ya muy tarde cuando me vinieron a buscar para llevarme delante del Gran Jefe. Sí, la noche estaba muy avanzada, en nada
comenzaría a clarear el alba en el horizonte, por encima de los tejados aún
negros. No quedaba otro remedio más que ir aprovechando que la oscuridad es aún
la reina: toda precaución siempre es poca. Desconocemos todo aquello que puede
estar aguardándonos y que nos puede sorprender al doblar cualquier esquina: no
importa qué esquina sea. No importa el nombre de las dos calles que al
coincidir interseccionándose, al cortarse, forman esa esquina. No, eso no
interesa, puede ser cualquiera de las
innumerables que hay en la ciudad. Como tampoco nos interesa ahora determinar
qué cosa desconocida o imprevista puede ser aquello que nos aguarda a la vuelta
de esa esquina para sorprendernos. Lo
que ahora interesa prioritariamente es llegar a la presencia del Jefe nuestro.
Pero como iba diciendo con anterioridad, toda precaución es poca, insuficiente
en la mayoría de los casos y situaciones. Es necesario estar siempre alerta y
preparado, prevenido diría más bien, como
si tuvieses un sexto sentido o un tercer ojo en el cogote que te advierta, para
lo peor que puede suceder cuando menos lo esperas: la clandestinidad obliga: es
andar siempre despacio, sin hacer apenas ruido, con sumo sigilo, siempre
vestido de oscuro, siempre pegados a las paredes, morando de forma permanente
en la oscuridad que es, no hay más remedio, nuestro hábitat natural, con los
ojos siempre abiertos, despierto y al acecho, desconfiando de todos y de
todo. Pero como estaba diciendo, todo
esto importa poco, porque lo fundamental es cumplir con el deber que nos ha
sido confiado e impuesto, para ello fui seleccionado y ahora no puedo
permitirme el fallar. Pues bien, no nos entretengamos en las pequeñas sutilezas
de la vida. No, en las sutilezas, nimiedades, de la vida no, no es eso a lo que
precisamente me refería yo. Más bien quería decir que no nos entretengamos en
las cuestiones accesorias de procedimiento. No, tampoco es esto. Bueno, es lo
mismo. Sigamos adelante.
Cuando
llegué llevaban demasiado tiempo esperándome. Quizás estaban mucho tiempo aguardando ansiosamente mi llegada. Estoy haciendo conjeturas,
suposiciones, que no conducen a nada:
estoy diciendo que llevaban demasiado tiempo esperándome, cuando en realidad no
puedo aseverar nada sobre esta circunstancia, no puedo saber si llevaban mucho
o poco tiempo, o si acaso acababan de
llegar, ya que yo no estaba con ellos
para saberlo: era a mí a quien ellos aguardaban. Y una vez llegado yo no había ya más espera.
Digo que llevaban mucho tiempo por decir algo, por hacer creer que el
importante era yo y no es así, todos jugábamos en esta clandestinidad nuestro
cometido y la participación de todos y cada uno de nosotros era esencial. Lo
único cierto es que llevaban porque eran varios los que me estaban esperando.
Será mejor que me explique un poco: me aguardaba toda la junta rectora de
nuestra organización. Porque sí, allí estaban todos: los ancianos, los jóvenes,
una representación femenina -en nuestra organización las mujeres tienen tanta importancia como los hombres:
nuestras necesidades nos obligan a mandarles ejecutar misiones muy especiales
que un hombre no podría llevar a cabo, por eso hacemos esta diferenciación
sexista, la mujer en la mayoría de los casos ejecuta acciones que los hombres
no somos capaces de llevar a cabo- y la comisión permanente: en una palabra: el
pleno de la Junta de todos los militantes. Enseguida me percaté de que lo que
me iban a encargar que hiciese debía de ser muy importante para ellos y muy
arriesgado para mí, algo en lo que me podía ir la vida. Era puro sentido común:
demasiada gente fundamental de la junta
presentes arriesgándose a la posibilidad de ser todos ellos detenidos y, en
consecuencia, ejecutados. El Pleno de la Junta sólo se producía cuando no
quedaba otro remedio. Algo
sumamente importante debía haber
sucedido. Alguna decisión transcendental debían haber tomado. Se notaba, se
intuía en el ambiente, se respiraba en el aire, cargado de tensión y también,
por qué no decirlo todo, de emoción, se transparentaba en la expresión de todos
los rostros. Era indudable que llevaban demasiado tiempo reunidos allí,
deliberando, discutiendo, dilucidando, para tomar aquella decisión que a todos
nos atañía. No importaba cuál fuera ésta: era presumible que iba a cambiar el
rumbo, la meta, no, la meta no, las directrices, nada más las directrices
primordiales de nuestra organización. Tal vez incluso llegara a sacarnos de
nuestra obligada clandestinidad. Llevábamos muchos años, tal vez sean varias generaciones, hasta
puede que sean varios siglos o milenios. No lo sé, estoy haciendo una serie de
aseveraciones cuando en verdad desconozco la realidad: sólo diré que yo siempre
he conocido a la Organización como prohibida, desde antes de que yo entrara a
formar parte de ella.
Cuando
regresé a casa ya había amanecido hacía rato. Llevaba demasiadas horas fuera. Intenté dormir pero
no pude, ni siquiera llegué a descansar un poso. Me impedía hacerlo la
importante misión que me había sido encomendada. Necesitaba meditar bien sobre
lo que iba a realizar. Ahora me encuentro más tranquilo, pese a que la
incertidumbre cae sobre mis hombros y sobre mi persona. No pienso en cómo
resultará, únicamente en que debo hacerlo por el bien de todos. Cuando ingresé
en el partido sabía que un día u otro me llamarían para encomendarme esta
misión; no debo estar extrañado ahora porque ya haya llegado ese día. Era lo
que anhelaba desde hace demasiado tiempo y ya ha llegado. Pero eso no evita que
ahora sienta miedo, de que me atenacen las dudas de si seré o no capaz de
llegar hasta el final, dudo de mí mismo. Puede que sea la importancia de mi
obligación, de lo que me ha sido encomendado. Me hace sentir inquieto, intranquilo,
preocupado. Me han dicho como cosa especial, remarcándolo bien, que no me
apresure, que hay tiempo de sobras. Ir demasiado deprisa puede llevar al traste
todos los preparativos con una gran pérdida de acción y una importante merma de
nuestros efectivos. La represión se volcaría inmediatamente sobre nosotros. La
Máquina ejercería todo su poder para desarticularnos: habría muchos detenidos y
demasiadas muertes y eso no puede, ni
debe, de suceder.
No
voy a hablar demasiado de las causas que me llevaron a integrarme en el partido
clandestino de la oposición. Desde hace
mucho tiempo nuestro planeta o nación - hoy la vieja idea de naciones pequeñas
con sentimientos de pertenencia y filiación han sido superados- fue invadido
por seres venidos de otro mundo, de otro país. Nos dominaron y nos doblegaron fácilmente:
su tecnología era simplemente muy superior a la nuestra. Tomaron nuestro poder,
se hicieron cargo, como amos, de él, no destruyéndolo como hubiese sido lo lógico, sino que
colocaron otro mecanismo en su lugar. Desde entonces ella gobierna. Su
autoridad se basa en la fuerza y en la coerción. Obliga a todos a someterse y
de hecho nos subyuga a la totalidad de los habitantes del planeta. Tiene un
enorme parecido con las máquinas que debieron existir hace muchos años,
máquinas que nuestros antecesores idearon y utilizaron unas veces para hacer el
bien y otras para otras cosas no tan buenas, mas siempre les fueron útiles. Yo
recuerdo haberlas visto en algunos libros viejos, procedentes de aquella época
remota.
Su
nombre, o por lo menos tal como se las denomina en los libros de arqueología era
el de "cerebro electrónico" o el de "Computador". Es por eso
que me han llamado a mí para ejecutar la difícil, casi imposible, misión. Nuestros
servicios llegaron a conocer como información de primera mano y por tanto
sumamente fiable, bastantes cosas. Así
sabemos hoy que la máquina ejerce en
realidad como Jefe del Estado ya que es ella quien nos dirige y quien nos
controla en todo momento y que funciona de un modo muy similar a aquellos cachivaches
que nuestros antepasados utilizaban
creyendo que habían logrado la panacea para la humanidad: la máquina iba
a liberar al hombre de su esclavitud. Me han entregado bastantes esquemas que
detallan minuciosamente el proceso secuencial que utiliza nuestro tirano. Ahora
mi cometido va a consistir en documentarme lo máximo posible sobre cómo procesaban
exactamente aquellos artefactos remotos y rudimentarios y comprobar si tienen algún parecido importante
con la SCE-15 (Sistema de Control Estatal 15) para que, de ser así, poder encontrar
la forma de programar o de alterar el normal funcionamiento del Jefe, o bien destruirlo
totalmente si es que fuese viable tal posibilidad.
No
cabe duda de que debe de tratarse de algún
método muy arcaico pero a su vez bastante efectivo, pues los estudios que he
realizado hasta el momento apuntan en
esa dirección y si lo pensamos bien casi seguro que estoy en lo cierto si
pienso que su arcaísmo es precisamente lo que
la convierte en invulnerable para nosotros. Mirado con exquisito
detenimiento parece imposible, incluso es
chocante para las mentes menos capacitadas, que un planeta que lleva más de un siglo dominándonos consiga
someternos basándose en sistema centralizado de máquinas que mucho antes nuestros
antecesores utilizaron y que ellos mismos y las generaciones posteriores fueron
perfeccionando hasta conseguir las máquinas domésticas que hoy empleamos a diario
en nuestros habitáculos.
La
represión que ellos nos ejercen se basa principalmente en el concepto de una palabra
que hace mucho que para nosotros cayó en el olvido: libertad. Los castigos a las infracciones contra la libertad establecida,
decretada más bien, por nuestros señores
son con toda seguridad demasiado severos: todavía no nos hemos acostumbrado a
ellos. Cualquier falta, por nimia que sea ésta, cometida por un siervo es penalizada con la desintegración
fulminante de éste. La máquina se encarga de controlar todo el servicio de
represión y, claro está, de dominación. Nuestras obligaciones son innumerables,
la mayoría de ellas arbitrarias, y no
podemos ni debemos descuidarnos de ninguna. La política, como es obvio, no existe,
fue abolida: es el único adelanto real introducido por ellos. Todos participamos
de la vida pública cumpliendo taxativamente con las normas que nos son dictadas,
impuestas claro está, para que toda nuestra sociedad y todo el universo se
conserve en placentera y absoluta armonía y nunca se pueda malograr la paz
alcanzada. Cuando somos pequeños nos someten
a un proceso de educación cívica en el
que aprendemos e interiorizamos todo lo necesario para poder ser buenos ciudadanos,
ciudadanos obedientes y sumisos. Ciudadanos que dejan que piensen y decidan por
ellos, que jamás creen problemas o que osen disentir de lo que La Máquina
establece e impone. La educación se materializa mediante técnicas hipnóticas ya
conocidas y desarrolladlas por nuestras civilizaciones anteriores.
Sin
embargo creo, estoy convencido, aunque tengo mis dudas, nada más es una opinión
mía, que ellos en su planeta no lo hacen así. Es por eso que, en mi opinión, al
no dominarlo demasiado bien a veces comenten pequeños errores y salimos
disidentes, malformaciones del sistema: personas que no aceptamos el someternos
así, sin más, a su dictado, a su logrado bienestar único e indiscutible y que
luchamos pacientemente contra sus formas
de sometimiento mediante técnicas hipnóticas que adocenan y que nosotros
trabajamos para que no nos hagan efecto y así mantenernos despiertos en esa
lucha que se desarrolla desde tiempos inmemoriales para alcanzar la que
consideramos verdadera libertad, la auténtica libertad de nuestro pueblo desde
la siempre asfixiante y reprimida clandestinidad. Ellos, no cabe duda, saben
que existimos y hasta supongo que nos conocen a todos, que nos tienen
identificados y fichados, pero hasta el momento nos consideran inicuos, como
algo exiguo y minoritario con respecto a la globalidad de la población que les
acata, les aclama, vitorea y sigue fielmente, de esa población que les venera
mientras que nosotros, como fallos que somos apenas merecemos atención, somos
errores aleatorios que no siguen una pauta única y que por tanto tampoco deben
tener un comportamiento similar, somos subproductos del sistema y como tal nos
aceptan. No obstante creo que se han equivocado de pleno, y para nosotros es
mejor que así sea, porque ahora ya somos bastantes y hemos desarrollado una consistencia y una
fuerza que nos aglutina capaz de hacerles temblar en sus cimientos porque ahora
sabemos los mecanismos que nos humillan.
Cada persona una vez ha terminado su
aprendizaje se incorpora por un lado a
la sociedad de producción, es decir, que pasa a trabajar para producir cosas útiles,
en mi opinión la mayoría de las veces superfluos, para el consumo y por otro
lado se integran en la esfera de los consumidores, a los que pertenecemos todos,
disidentes o no, no se pueden correr riesgos inútiles. Producimos y nos
retribuyen por ello. He estudiado recientemente que antes se ahorraba, se
acumulaba parte de estos honorarios que se guardaban para cubrir posibles
riesgos posteriores, para enfrentarse a los acontecimientos imprevistos del
futuro. Hoy el ahorro está prohibido. Aquellas empresas que se llamaban bancos
no existen. Todo lo que se recibe es como recompensa y no a cambio, como pago,
de un trabajo vendido y por tanto remunerado: el hombre ya no se prostituye
vendiendo su fuerza de trabajo, eso significaría la explotación del hombre por
el hombre que rebaja, humilla su condición humana. Hay simplemente la cede, la
regala voluntariamente -no hay otro remedio- a los medios de producción so pena
de ser destruido, desintegrado y sin esperar ninguna cuota a cambio de la
esfera de la producción. Todo el cupo recibido hay que emplearlo en consumir
unas cantidades mínimas obligatorias cada mes. De este modo nos vemos obligados
a mal usar nuestras cuotas en bienes que no nos son necesarios pero que debemos
emplear y consumir en unas cantidades mínimas exigidas y fijadas por La
Máquina. Todo para que el sistema funcione correctamente. Igualmente debemos
cubrir todos los meses nuestros cupos de sesiones de esparcimiento: cine y
televisión mínimos requeridos para no ser castigados. Como es natural está
terminantemente prohibido leer libros. Todo nuestro consumo viene
predeterminado por el gobierno y nosotros debemos acatar todo lo dictado y mal
consumir las cosas que no precisamos para nada.
A nosotros no se nos entrega ningún dinero ni ninguna equivalencia, como
he leído que antes sucedía, nada que
tenga un valor de cambio, nada más existen en alguna parte una serie de cifras
que se agotan y se anulan cada mes. Lo cierto es que debemos consumir todos los
meses todos los bienes producidos durante ese período en nuestras plantas
productoras porque de no ser así se rompería el equilibrio existenciológico y
correríamos el riesgo de desaparecer de la faz del universo.
Ahora
que ya he explicado los motivos por los cuales yo soy contrario, disidente, los
motivos por los que yo me opongo con rotundidad a aceptar las leyes que me han
sido impuestas voy a proseguir narrando los adelantos que he conseguido en mis
estudios como historiador sobre la sociedad capitalista, primera fase de la
época preatómica y de los diversos chismes que utilizaron para obtener cálculos
rápidos, difíciles y precisos. ¡Cuántas posibilidades desperdiciaban entonces con
aquellos cachivaches tan primitivos! He adivinado que ellos programaban las operaciones
que querían obtener y que las pasaban a la máquina mediante un proceso harto complicado
con un mecanismo que llamaban compilador de datos. Este aparato recogía las
informaciones que les suministraban los usuarios en un lenguaje sencillo para
el mismo y los traducía al lenguaje propio de la máquina. En esta parte del
funcionamiento aquellos remotos utensilios son semejantes a la actual máquina
que los extraterrestres nos dejaron como única forma de gobierno y dominación
del Estado Tierra. Sé que para hacer ese proceso de lenguaje y traducción antes
se debe de hacer una especie de dibujo esquema que ellos llamaban organigrama.
Es como un esquema o protocolo reducido de de las operaciones y procesos base
que deben de seguir los computadores y que después se debe de traducir a un
lenguaje máquina sencillo que se transmite al compilador mediante unas órdenes
muy simples leídas en voz alta ante la pantalla, una especie de arcaica televisión
que todas las máquinas de este tipo tenían. Pienso que he tenido mucha suerte,
antes se hacía mediante unas secuencias
escritas que no acabo de comprender. Sin embargo aún me enfrento a tener que
dar las órdenes precisas en un lenguaje que desconozco. Intuyo que se sería
factible hacerlo en un idioma-máquina muy arcaico sobre el que conservo desde hace demasiado tiempo
ocultos, unos libros sobre el mismo y que se conoció como el "lenguaje
fortran" y que estoy convencido de que esta máquina seguro que debe de
conocer y comprender. No estoy seguro del todo aún, pero creo que si lo hago
todo bien y no dejo nada al azar funcionará. De momento lo primero que he de
hacer ha de ser diseñar, elaborar un organigrama con el proceso que la máquina
debe de ejecutar con riguroso orden para destruirse a sí misma habiendo
eliminado antes todos los centros locales de represión terrenal.
A
partir de este momento he de ser más cuidadoso, la cautela nunca está de más, y salvar lo mejor que pueda las apariencias,
No nos haría ni pizca de gracia que
ahora nos descubrieran, después de todo lo que hemos tenido que pasar hasta
llegar a este punto sin retorno. Creo que me he consagrado demasiado a mi "trabajo"
descuidando un poco mis obligaciones de ciudadano ejemplar, consumidor y productor
integrado en el sistema. Sería fácil dar esa imagen, la que ellos quieren,
esperan y observan, pero mientras no se fijen de forma objetiva en mí. Y si lo
hacen, ¿sospecharán? No lo creo, jamás les he dado motivos para que así sea.
Saben que no me gustan, que me resisto a integrarme plenamente, a ser uno más
en la manada, pero eso no da motivos para ser vigilado. Somos muchos los que
disentimos y nos conocen, pero
mantenernos en constante vigilancia es imposible, demasiado esfuerzo que en su
suficiencia y confianza no merece la pena. En fin: después de todo ¿qué puede importarme
ya? Me he consagrado plenamente a mi misión y cuanto antes la termine mejor. Ahora
bien, es mi deber cuidar las formas, aparentar lo que no se es, recelar de toda
mirada indiscreta que pueda advertir sobre mi persona. Desde hace unos meses sólo
estudio libros dedicados a ese tema que se ha convertido en el fin único de mi
existencia.
Necesito
trabajar rápido, mis jefes cuentan con el triunfo glorioso de mi misión. No
puedo fallarles: supondría el final de toda la organización. Pero no debo
preocuparme demasiado. Puede que falle y puede que nos aniquilen, que nos
desintegren a todos, no obstante siempre tendremos la esperanza de que no
seremos los últimos, de que siempre habrán espíritus jóvenes renovadores, fallos
de un sistema que no tiene base, dispuestos a tomar la antorcha del relevo que
nosotros les dejaremos encendida. Bueno, olvidemos cuanto antes todo esto que
no es más que simples conjeturas mías que no conducen a nada. Es más importante
dedicar todas mis fuerzas plenamente a mi trabajo: destruir la Máquina del
Estado. No el ente en sí, no a la cosa en abstracto. No, nada de eso. Debo
programar la máquina para que ella se autodestruya. Y no es tan difícil como
parece.
En
primer lugar hay que obligarla -ordenarle tan sólo- que borre todas sus memorias, es decir, que
ponga todas sus células de memoria a cero, un reset total, y a partir de aquí
hay que destruirla. Sería más sencillo colocar un artefacto explosivo en su cabezal
y hacerlo saltar, mas de este modo no conseguiríamos nada ya que existen muchos
otros cabezales subordinados al principal y éstos quedarían intactos. Es preciso
inutilizarla completamente, destrozarla en su totalidad: hacerla inservible
para siempre. Únicamente así lograremos nuestra tan anhelada libertad. No
quiero soñar aún y mucho menos minar la paciencia de todos sometiéndolos a
seguir paso a paso todo el proceso que he seguido para llegar al feliz logro
del organigrama que ordene a la Máquina
su propia destrucción, la eliminación de todos sus ficheros y a partir de ese
momento seremos, me cuesta pronunciar la
tan deseada palabra, que no es una palabra sino todo lo contrario, seremos
libres y felices.
Estoy seguro, es más: tengo la total seguridad de que muchas personas no entenderán nunca nada de todo cuanto estamos haciendo, pero no me importa que no me comprendan ni que no entiendan el organigrama porque es proceso que pertenece a la antigüedad. Ahora ya no son necesarios, pero no había otro remedio más que elaborarlo, ahora ya está y con el podré, supongo, programar al Estado para que éste deje de existir. Será la parte más difícil de toda mi misión. Así pues ya estoy terminando la parte teórica de mi trabajo. He cumplido con lo más complicado pues ha supuesto demasiados días y demasiadas horas en vela estudiando, confrontando esquemas, apuntando vías posibles, plagados de malos momentos, de incertidumbres, de caminos errados hasta dar con la definitiva solución. Y ahora que ya la tengo viene lo más difícil: llegar hasta la Máquina y programarla, sin que nadie me vea ni me moleste, con el organigrama que he confeccionado. Sé que todo puede fallar. Sería desastroso, supondría echar por tierra muchos años de clandestinidad organizada, de trabajo, de cuidados, y no nada más míos, muchos me han precedido y se han jugado la vida hasta llegar aquí pero no nos queda otro remedio: al menos sabremos que lo hemos intentado: será nuestra pequeña satisfacción. Además no creo que falle: va a ser sencillo porque nadie supone que nuestras intenciones se encaminan hacia esa meta: la libertad del mundo que ya está muy cerca. Todos los miembros de la organización me van a ayudar para que todo sea posible y salga tal como lo hemos planificado, para que la destrucción sea irremisible y total. No voy a estar solo, es un consuelo: en el fondo tengo la certeza de que son muchos los que esperan impacientes mi triunfo: personas conocidas y personas que ni conozco ni saben de mi existencia, pero que confían en nosotros a pesar de que el miedo les obligue a callar y a no dejarse ver, pero confían en mí y eso es un estímulo importante, y suficiente, para mí. También llegará el día, estoy seguro de ellos, en el que nuestros hijos o nuestros nietos nos agradecerán el servicio que les hemos prestado.
Estoy seguro, es más: tengo la total seguridad de que muchas personas no entenderán nunca nada de todo cuanto estamos haciendo, pero no me importa que no me comprendan ni que no entiendan el organigrama porque es proceso que pertenece a la antigüedad. Ahora ya no son necesarios, pero no había otro remedio más que elaborarlo, ahora ya está y con el podré, supongo, programar al Estado para que éste deje de existir. Será la parte más difícil de toda mi misión. Así pues ya estoy terminando la parte teórica de mi trabajo. He cumplido con lo más complicado pues ha supuesto demasiados días y demasiadas horas en vela estudiando, confrontando esquemas, apuntando vías posibles, plagados de malos momentos, de incertidumbres, de caminos errados hasta dar con la definitiva solución. Y ahora que ya la tengo viene lo más difícil: llegar hasta la Máquina y programarla, sin que nadie me vea ni me moleste, con el organigrama que he confeccionado. Sé que todo puede fallar. Sería desastroso, supondría echar por tierra muchos años de clandestinidad organizada, de trabajo, de cuidados, y no nada más míos, muchos me han precedido y se han jugado la vida hasta llegar aquí pero no nos queda otro remedio: al menos sabremos que lo hemos intentado: será nuestra pequeña satisfacción. Además no creo que falle: va a ser sencillo porque nadie supone que nuestras intenciones se encaminan hacia esa meta: la libertad del mundo que ya está muy cerca. Todos los miembros de la organización me van a ayudar para que todo sea posible y salga tal como lo hemos planificado, para que la destrucción sea irremisible y total. No voy a estar solo, es un consuelo: en el fondo tengo la certeza de que son muchos los que esperan impacientes mi triunfo: personas conocidas y personas que ni conozco ni saben de mi existencia, pero que confían en nosotros a pesar de que el miedo les obligue a callar y a no dejarse ver, pero confían en mí y eso es un estímulo importante, y suficiente, para mí. También llegará el día, estoy seguro de ellos, en el que nuestros hijos o nuestros nietos nos agradecerán el servicio que les hemos prestado.
Epílogo
Resultó
fácil llegar hasta la Máquina, conté con
la ayuda incondicional de muchos miembros
de la organización que arriesgaron mucho para que yo lo consiguiera. Una vez
allí comprobé que el funcionamiento de la Máquina era muy sencillo. Resultó
todo tal
como yo lo había planeado desde el principio. No hubo dificultades importantes.
Así que dicté el organigrama al compilador de datos y sus mecanismos internos
comenzaron a funcionar tal como yo esperaba. Todas las informaciones que me
habían suministrado mis compañeros eran correctas.
No
entiendo lo que pudo suceder después. La operación no salió según lo previsto. Quizás
el organigrama no esteba bien elaborado, tal vez había que prever y ordenar alguna cosa más, pudo ser que no era el compilador quien debía recibir las órdenes,
no sé, incluso puede ser que fallara yo al no prever el improbable caso de que
le Máquina podía estar programada para actuar contra nosotros si alguna vez
alguien le ordenaba lo que nosotros pretendíamos, tenía previsto
reaccionar si alguna vez esto llegaba a
suceder. El asunto es que no salió como esperábamos. Ella reaccionó a mi dictado y en apenas un
instante fui detenido por los guardias
de seguridad, aislado sin poder entrar en contacto con nadie desde ese momento.
A partir de aquí, supongo, toda la organización ha caído, desarticulando todas
las redes de información y de pequeños actos de continuo sabotaje. Parece ser,
según me han informado por pantalla, que nadie ha quedado a salvo.
En estos momentos estamos todos esperando el
momento de nuestra ejecución en el más absoluto de los silencio. No se ha hecho
pública nuestra detención ni nuestra posterior desintegración que será en nada,
No les interesa que la gente sepa de nosotros, que tenga conocimiento de que
había disidentes que luchaban contras su "bienestar". De este modo se
desvanece el sueño de muchos de llegar un día ser libres. Pasarán años o tal
vez siglos sin que nadie ose -recordando nuestro final- conspirar y atentar
contra el Jefe. No habrá libertad para nadie, todos continuarán obedeciendo sus
leyes y los caprichos de la Máquina.
No
se nos puede culpar de nada: todo ha sido el resultado de un complejo programa
que se comenzó hace mucho tiempo cuando las máquinas, cuando la técnica, se
impusieron el hombre atrofiando sus valores propios de hombre y de ser humano
transformándolo así también en máquina sin espíritu y por eso resultó fácil que
los seres extraterrestres llegaran a someternos. No debió ocurrir nunca, mas
entonces todo falló y nadie fue capaz de detener el proceso de deshumanización.
Hoy ya es demasiado tarde. Todo se terminó y el mundo seguirá recorriendo paso a paso su inexorable camino
hacia su fatal desenlace: la destrucción
total: no hay otro remedio más que aceptar
lo inevitable como única medida redentora de la especie humana. Nos cabe el consuelo
de que no lo veremos nosotros porque nunca más vendrán a buscarme para ir delante del Gran Jefe. Nunca más seré torturado
para que delate a los míos, sé que los han detenido a todos sin que
hayan sacado, que yo sea consciente, la más mínima información de mi
mente. Voy a ser desintegrado y todos
mis datos y cuantas referencias de mi persona, de mi paso por la vida será
borrados y reescritos. Jamás existí. Eso es todo.